Y la sexta fue la vencida. Bumblebee, el primer desprendimiento de Transformers, es por lejos la mejor película de la franquicia. No solo en términos comparativos con las otras cinco, sino que en líneas generales es un muy buen film que abraza un espíritu que antes se eligió ignorar. Uno conectado a títulos como The Iron Giant o E.T. the Extra-Terrestrial, con los que comparte un núcleo emotivo que pone en primer lugar al corazón, con lo que la acción tiene sustento y no es un mero choque descerebrado de chatarra. Quizás era cosa de prestarle atención a Steven Spielberg, que fue productor ejecutivo de todas las entregas de esta serie cinematográfica. Pero lo que indudablemente motivó el cambio de rumbo hacia pasturas más verdes fue la elección de otro director en Travis Knight (Kubo and the Two Strings).
In Wan we trust. Había quienes tenían dudas sobre el resultado de Aquaman. Con un nulo desarrollo en Justice League, era cuestión de su película en solitario volver genial a un personaje que fue, por mucho tiempo, el blanco de las burlas. Y no ayudó el hecho de que la que debía ser su presentación con gloria se convirtiera en sinónimo de todo lo que había fallado dentro del Universo Cinematográfico de DC Cómics, con lo que tenía el peso adicional de corregir el curso o hundirse junto a los otros. Pero había que tener fe en James Wan. Desde hace tiempo digo que el realizador convierte en oro todo lo que toca…
First Man puede ser un pequeño paso para el cine, pero es otro gran paso en la carrera de Damien Chazelle. No solamente por lo que es, sino por lo que representa. Sin ser un trabajo a la altura de sus eximias dos últimas obras, las enormes Whiplash y La La Land, aterriza en suelo firme con un proyecto difícil de pilotear, uno ambicioso y complejo con el que decidió abandonar el terreno musical, un género del que indefectiblemente tendría que alejarse en algún momento. La salida de la zona de confort nada tiene de simple. El joven director optó por contar los aspectos menos conocidos de la misión de llevar al hombre a la Luna, con la hazaña como horizonte pero con todo el largo derrotero para lograrlo como foco. Y así obtiene un detallado procedimental histórico entremezclado con un intenso drama personal, bien anclado en el desarrollo de su personaje central.
Corre el año 1955 y la llamada Revolución Libertadora usurpó el poder. El presidente constitucional Juan Domingo Perón es derrocado, su partido proscripto y sus dirigentes encarcelados. En ese contexto es que llegan a la Unidad XV del penal de Río Gallegos cuatro presos políticos, cada uno de una vertiente del movimiento –algunas diametralmente opuestas-. Basada en hechos reales, la película de Martín Desalvo (El padre de mis hijos) pone el foco en la vida en prisión de estos cuatro hombres bien diferentes y en su eventual comunión para lograr la fuga, que se promete cinematográfica pero lejos está de alcanzar ese status.
La de Ron Stallworth es una historia increíble, digna de un paso a la pantalla grande. En las manos de Spike Lee, estos hechos ocurridos hace exactamente 40 años son un contundente golpe hacia la actualidad política norteamericana y a lo que es ser una minoría en Estados Unidos, un país que adolece de los mismos problemas que buena parte de su población creía superados.
Desde su título, Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald da cuenta del curioso collage que se puso en funcionamiento para seguir al desarrollo del universo Harry Potter. Originalmente prevista como una trilogía, a meses del estreno de la primera parte se resolvió que en total serían cinco películas y ese ensamble se nota. Hay dos partes en funcionamiento, la de los animales fantásticos a cargo de Newt Scamander, y otra que se vincula al ascenso del mago tenebroso del título, lo que será el combustible de las próximas entregas de la franquicia. El nexo entre ambas puede ser conflictivo, la anterior sorteó esas dificultades al concentrarse principalmente en el primer factor, con lo que esta tenía una parada algo más difícil. No se puede decir que salga airosa. La visita al mundo mágico por sí sola no alcanza. Puede que sea suficiente para los potterheads, de hecho a muchos les explotó la cabeza con las sorpresas del argumento, pero en términos cinematográficos dejó mucho que desear.
Como planteaba hace apenas días gracias al estreno de Juliet, Naked, este 2018 ha visto la vuelta al éxito de la comedia romántica y Crazy Rich Asians es otro ejemplo más que ratifica la aseveración. Una adaptación de la novela best-seller de Kevin Kwan, la película llega en un tiempo en que la cuestión de la representación es una de las tantas en el foco de atención. No es ninguna novedad la falta de diversidad racial o sexual en el cine de Hollywood, o los estereotipos sobre los que se ha trabajado por años –ver “Indians on TV”, de la gran Master of None– con lo que se puso en marcha un proyecto que en forma directa aborda la carencia. Una banana, como dice uno de sus personajes: amarillo por afuera, blanco por dentro. Y funciona. Llevándonos a la actualidad de un territorio menos explorado, con la clásica fórmula del querido subgénero.
Más allá del fracaso, se debe reconocer el riesgo asumido. Solo el Amor es un buen ejemplo de algo que quiso ser, pero no pudo. Se arriesga a ser algo más, se pretende una comedia romántica propia del cine norteamericano, y tacha varias casillas de elementos trillados que se presume un proyecto del estilo debe tener. No lo logra y de hecho tiene varios problemas groseros, pero uno puede valorar el intento.
Después de años de estar detrás de una remake de Suspiria que no logró hacer avanzar, David Gordon Green tuvo la posibilidad de entrarle de lleno a otro clásico del terror de los años ’70 como es Halloween. Más allá de las diferencias propias de los films de Dario Argento y John Carpenter, un elemento que suma a la complicación es la historia entre ambos. En los 40 años que pasaron desde su estreno, el giallo italiano no fue revisitado –claro, hasta la próxima remake a cargo de Luca Guadagnino-, mientras que el icónico slasher fue abordado una y otra vez hacia dentro y afuera, al desarrollo de la propia franquicia y como influencia indudable de todo el terror que lo prosiguió. La serie cinematográfica centrada en Michael Myers y la masacre de Haddonfield cuenta con 11 películas -dos de las cuales son una remake y una secuela a aquella-, e inevitablemente se ha vuelto confusa, enredándose en su cronología y con rumbo errático. El tiempo abrió la posibilidad de que se la encauce con una apropiada secuela a la original, a la que homenajea a la vez que actualiza, una que se consigue por el simple hecho de ignorar todo lo que se hizo después de la de 1978, más allá de que se lo tenga presente.
Este 2018 ve el resurgimiento de la comedia romántica como el querido subgénero que es, recuperando un lugar de privilegio que tuvo por años y que en el último tiempo se perdió. The Big Sick es la primera gran apuesta que se viene a la mente de estos tiempos, con nominación al Oscar incluida, pero mucho de la vuelta de este tipo de proyectos se atribuye a Netflix. Quienes trabajan en el gigante del streaming se dieron cuenta que el usuario estaba revisitando clásicos, con lo que había público al que darle contenido nuevo y así es que llegaron las sólidas Set it Up o To All the Boys I’ve Loved Before, que ratificaron que el formato estaba vivo. Bien se lo puede comprobar con el estreno de Juliet, Naked, que se beneficia de un gran trío protagonista y especialmente de esa gran actriz que es Rose Byrne.