Las dos entregas de Guardians of the Galaxy han confirmado a James Gunn como uno de los realizadores más interesantes que trabajan en el saturado ámbito de los superhéroes. Un director capaz de conjugar un gran sentido del humor con un corazón de igual tamaño, sin perder de vista el espectáculo visual, la acción o el desarrollo de sus personajes. Brightburn es la película que lo ayudó a transitar el despido de la tercera aventura de los Guardianes de la Galaxia, más allá de que al momento del estreno haya sido re-contratado y sumado The Suicide Squad en el proceso. Y en su faceta como productor nos introduce un proyecto que se permite jugar dentro de un terreno demasiado conocido en estos tiempos, pero con una vuelta de tuerca en términos de género. Nos acerca a lo que es el terror de los superhéroes.
Pocas películas me han hecho tan feliz en este 2019 como Badur Hogar. En un tiempo en que Hollywood vive un resurgimiento de la comedia romántica de la mano de Netflix, el segundo trabajo como director de Rodrigo Moscoso no podría ser más oportuno. Pero sin dudas se hizo esperar. En pleno auge del Nuevo Cine Argentino, el realizador salteño presentó Modelo 73 (2001), un pequeño gran film que no tuvo la difusión que se merecía. Y a diferencia de otros contemporáneos de esa generación renovadora, como Israel Adrián Caetano, Pablo Trapero, Martín Rejtman o Raúl Perrone, se tardó casi dos décadas en lanzar otra película. Una que lo lleva de vuelta a Salta por algunas semanas del verano, para una de las apuestas del género más estimulantes de los últimos tiempos.
Después de unas imágenes en blanco y negro del cine de otro tiempo, igual que en Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico, Juan José Campanella abre su película con una escena que deja bien en claro la forma de ser de tres de sus protagonistas. Una Mara Ordaz emocionada ve una y otra vez sus propias películas, dentro del santuario que se construyó para ese ritual como la Norma Desmond de Sunset Blvd.. Ella es puro sentimiento. Después de todo, es una actriz consagrada. Norberto Imbert y Martín Saravia esperan en las sombras por las alimañas, los bichitos que los acechan e intentan perturbar su armoniosa existencia. Son más fríos y calculadores, tienen un plan y lo ejecutan con eficiencia. Así empieza El Cuento de las Comadrejas, la esperada vuelta del realizador argentino a la ficción con actores de carne y hueso, que a una década de El Secreto de sus Ojos eligió encarar una remake del clásico de 1976 como un vehículo para homenajear al cine.
Comienza un nuevo día en Uglyville y Moxy se entusiasma, como siempre, por que sea este el día en que finalmente pueda dejar su tierra y cumplir su destino de acompañar a una niña en sus juegos. Disfruta a diario, canta y baila a lo largo de la jornada en compañía de toda una sociedad de amigos como ella, hasta que cae rendida por la noche y confía en que mañana será diferente. Así empieza Uglydolls, una película que toma elementos de tantas otras producciones, como Toy Story, Annie, Monsters, Inc., Smallfoot, Trolls y más, que por lo tanto no se puede evitar sentir que se la ha visto muchas veces pero con otros personajes.
Es plena tarde, Mirna se sube a su bicicleta con la rueda pinchada y empieza a pedalear, desde lejos, con un objetivo desconocido. Mecha se acaba de levantar y le lleva dos minutos terminar de salir de la cama, ya con el cigarrillo encendido, de entrecasa. Habla por teléfono durante un largo rato, nos hace partícipes de los chismes del barrio junto a una amiga. Pueblo chico, ya se sabe… Prepara el tuco a la espera de su hijo, a quien le encantan esos fideos pero más a su perro de la raza del título. La que llegará antes es Mirna, una mujer que da muestra de tener algún problema psicológico, que tiene ganas de hablar y algo más. Así es Dóberman, con la que Azul Lombardía lleva a la pantalla grande su celebrada obra de teatro.
Una primera escena brutal, que se desarrolla a lo largo de un mismo plano, anuncia una apuesta de género nacional que no teme en llevar las cosas un poco más lejos de lo que estamos acostumbrados. Visceral y descarnada, da paso a una serie de imágenes de simetría perfecta, con paisajes montañosos que se nos presentan como tests de Rorschach y nos introducen a esta indagación en la psiquis humana. Con David Lynch como referente, Alejandro Fadel nos conduce por el mundo alucinante y alucinógeno de Muere, Monstruo, Muere, uno que atrae y no suelta, que hipnotiza, del que uno no puede ni quiere apartarse.
Scott Pilgrim vs. The World, Ready Player One o Wreck-It Ralph son ejemplos relativamente recientes de que se puede hacer perfectamente una película de videojuegos, pero cuando se trata de trasponer un juego existente a la pantalla grande, es una bestia completamente diferente. Tan es así que se suele hablar de la maldición de los videojuegos. Las pobres Super Mario Bros, Double Dragon, Street Fighter o Mortal Kombat parecen haber establecido un rumbo a comienzos de los ’90. Las consolas cambiaron, los juegos también, pero el patrón condenatorio al subgénero parece mantenerse firme. Tomb Raider, Resident Evil, Doom, Silent Hill, Hitman, Max Payne, Prince of Persia, Need for Speed, es larga la lista de títulos que han recibido su fallida adaptación cinematográfica a lo largo de estos últimos años, con verdaderas decepciones de aclamados directores como fueron Warcraft o Assassin’s Creed, que parecieron confirmar que no se puede hacer una digna película a partir de un videojuego. Sin que le sobre demasiado, podemos decir que eso cambia con Pokemon: Detective Pikachu.
El estreno de una película como Avengers: Endgame desnuda un fenómeno muy propio de esta época. Vivimos en tiempos de absolutos. Lo mejor de la historia, lo peor de la historia. El término medio pareciera no existir. El tomate es uno rojo o uno podrido, pulgar arriba, pulgar abajo. Lo que tengas para decir no importa, dame estrellas. Ponerle un 7 a una película equivale a decir que no es gloriosa. Para ponerle un 6 le hubieras puesto un 2. Me hubieras dicho lo mismo. Uno ve que el público se ha visto arrastrado hacia esa lógica, el problema más grave es cuando son los colegas los que caen en ella. Hay una necesidad de exacerbar opiniones. Necesito mayúsculas más grandes para expresar mi parecer. El 10 no me alcanza. La coherencia pareciera entenderse como tibieza. Y eso, evidentemente, no genera Me Gusta. Hay que alimentar a la bestia, dándole exactamente lo que quiere leer.
The Curse of La Llorona no tiene demasiado con qué trabajar, así es que su corta hora y media de duración se hace extensa. Hay un rumbo conocido, predecible, con la variación de que el origen del miedo y las muertes se remiten a un espíritu propio del folklore mexicano. Ahí se acaba la innovación, con algo de inclusión y con una mirada superficial a la cultura latina. Fuera de eso queda una película prefabricada, que se destaca con esporádicos recursos ingeniosos a la hora de construir sus sustos.
“Cuidado con los griegos que traen regalos”, manifiesta un personaje en Captive State, expresión que se pretende ominosa y por el contrario es un llamado de atención hacia lo que puede acontecer. Es una escena interesante para tomar como punto de partida y hablar de la nueva película de Rupert Wyatt. La frase de Virgilio es transparente, no obstante el cineasta la sigue con un plano de un cuadro del Caballo de Troya. Es obvio y redundante, si se quiere una decisión torpe de un director que propone un thriller sci-fi que se pretende complejo, pero que está lejos de funcionar tan bien como se podía haber esperado.