Bellas imágenes para esta modernización de las princesas de cuento La marca Pixar es tan fuerte, son tantas las maravillas que el estudio puso en pantalla desde el estreno de Toy Story, en 1997, y tan pocos sus pasos en falso, que cada nueva película que sale de esa productora arranca con la desventaja de tener que alcanzar los altos estándares establecidos por sus predecesoras, con los espectadores esperando ser al mismo tiempo entretenidos y encantados. Ya se trate del público infantil -su audiencia natural pero no exclusiva- o del adulto, del estudio responsable de Buscando a Nemo, Bichos y Monsters Inc. se espera mucho. Por todo esto conviene decirlo de antemano: Valiente no llega a las alturas creativas de Ratatouille, Toy Story o Wall-E, aunque sí logra presentar un universo de impresionante belleza visual y una historia que intenta modernizar a las princesas de cuento. La noble en cuestión es Merida, una adolescente que desde chiquita prefiere pasar el tiempo corriendo por los bosques y descubriendo la naturaleza que la rodea que encerrada en el castillo, donde su papá tolera su afán de aventuras y su mamá intenta domarla a toda costa. Una arquera experta y displicente estudiante de los buenos modales necesarios para convertirse en reina, Merida es feliz a lomo de su caballo Angus, escalando los picos escoceses y bebiendo de los manantiales. De hecho, esa secuencia, una explosión de libertad que representa el espíritu del film y celebra las ilimitadas capacidades de la animación, es de lo mejor de la película, que en su desarrollo, y por el afán por diferenciarse de los clásicos relatos de princesas de Disney, pierde algo de ese impulso, de ese sentido del asombro que está presente en el comienzo de la película. Más allá de mostrar a Merida como la rebelde de pelos al viento, de las graciosas secuencias con sus candidatos y sus movedizos hermanos trillizos, Valiente se detiene en intentar profundizar en la relación que la une con su madre, la reina Elinor, que espera de ella que sea otra: una versión más disciplinada y apocada que lo que es. Pero la que terminará cambiando es la reina: primero por una poción mágica encargada por la princesa a una hechicera y luego, enseñanza de vida mediante, al entender que el destino de su hija puede ir más allá de un casamiento conveniente. Aunque al desarrollo del film no tenga el vuelo y la sensibilidad usualmente presentes en los films de Pixar, lo cierto es que el conflicto central de Valiente es lo suficientemente profundo y hasta novedoso como para cumplir con las expectativas de sus espectadores.
Película de género que maneja con agudeza escenas de gran violencia "El cine es fantasía, es ilusión", dice uno de los personajes centrales de este film que transcurre entre dos planos de realidad que justifica la afirmación. Claro que la fantasía y la ilusión creadas por la directora y guionista Tamae Garateguy son más bien oscuras, intensas, sangrientas. Una mirada sobre el cine de género tan cruda como interesante que no suele aparecer en el cine nacional. Todo comienza con una reunión de trabajo entre un director de cine, un guionista y su asistente. El plan es armar una historia de acción, de una banda de delincuentes liderados por un tal Dylan. De hecho, por capricho de los impostados cineastas, todos los personajes tendrán nombres en inglés a pesar de que sus violentas aventuras transcurran en Pompeya. Así, el film empieza a desarrollarse en esos dos planos, un ejercicio de cine dentro del cine que funciona mucho mejor cuando la acción se traslada a las calles, cuando la cámara sigue a Dylan (José Luciano González), su hermano Timmy (Federico Lanfranchi) y su amigo Shadow (Hernán Bustos). Aun pensados como estereotipos y dotados de artificiosas características para darles cierta profundidad a sus viñetas de violencia a puñetazo limpio y cuchillada sangrienta, los tres consiguen generar bastante más interés que el equipo de cineastas que los está "imaginando". Especialmente cuando dejen de ser delincuentes freelance para involucrarse con la mafia rusa que pelea con la coreana por adueñarse de las calles de Pompeya. Es en ese momento cuando los cadáveres empiezan a acumularse y las imágenes se vuelven cada vez más explícitamente violentas. Un recurso propio del género que la directora y su editora, Catalina Rincón, manejan con notable agudeza e intuición, aunque para algunos espectadores pueda resultar excesivo. Tal vez para alivianar esos momentos de intensos enfrentamientos o para recordarnos que sólo se trata de una ficción, la película intercala las viñetas de Pompeya con las discusiones y pequeñas miserias de los cineastas. Ellos que entre discusiones sobre las referencias borgeanas que su guión puede tener o no, se dedican a herir egos y acuchillar narcisismos como si se tratara de cuestiones de vida o muerte. Como si estuvieran peleando por un lugar en las calles de Pompeya.
Un fallido relato que explora la cuestión de género en la Irlanda del siglo XIX Desde su primera aparición en pantalla queda claro que el Albert Nobbs del título no es lo que se dice un hombre sociable. Cuidadoso, obsesivo y obsecuente, Nobbs es un ser patético. Un hombrecito gris que vive para contar -con patológica meticulosidad- sus ahorros y no parece existir más allá del trabajo en un hotel y el cuarto en el que esconde su dinero. Pero hasta el sumiso Albert tiene algo que esconder. Rodeado de sus compañeros sirvientes, hostigado por la dueña del hotel y despreciado por los huéspedes, el personaje que interpreta Glenn Close es en realidad una mujer. Un hecho que, llamativamente, no consigue hacerlo más interesante. Todo lo contrario. Según la actuación de Close, que ya había encarnado a Nobbs en una versión teatral de la historia que impregna el ritmo -o la falta de él-del relato, se trata de un personaje tan rígido como miserable. En pánico por un incidente que podría revelar su secreto, Nobbs empieza a descubrir que podría haber otra vida para él/ella. Una forma de librarse de esa soledad que el director Rodrigo García se empecina en machacar con una insistencia que sólo puede interpretarse como sádica. Hasta los momentos de "triunfo" del personaje son fallidos y si el guión pretendía plantear algún argumento de denuncia sobre el papel de la mujer en la sociedad decimonónica, logra casi lo contrario. Y si la idea era poner sobre el tapete el lugar de la homosexualidad o transexualidad en la Irlanda de aquellos años lo que se ve desmiente las buenas intenciones. Tal vez lo mejor de una historia que produce más aburrimiento que emoción sean las pocas escenas en las que es posible vislumbrar algo de la vida del resto de los empleados del hotel y sus visitantes. Allí están la siempre excelente Mia Wasikowska (Alicia en el país de las maravillas) como el improbable objeto de cariño de Nobbs, el gran Brendan Gleeson, interpretando a un doctor que le aporta cierta bondad al mundo del protagonista y Janet McTeer, cuyo personaje funcionará como catalizador del despertar a la vida de Nobbs. Claro que la aparición de estos grandes actores queda aplastada por una dirección que los obliga a asumir poses excesivamente forzadas, a girar en torno del personaje de Close que -al igual que McTeer-, consiguió una nominación al Oscar por este papel. Premio que finalmente ganó Meryl Streep, otra actriz que atrajo la atención de la Academia de Hollywood por una interpretación cubierta de maquillaje. Claro que en el caso de Streep se trató de interpretar a Margaret Thatcher en una película menor y superficial aunque jerarquizada-hasta cierto punto-, por su actuación. En El secreto de Albert Nobbs, Close intensifica el efecto opuesto.
Una versión del cuento de hadas llena de acción Nuestar los cuentos de hadas clásicos para transformar lo conocido, visto y repetido en otra cosa está de moda en Hollywood. Si los cómics aportan una fuente de material rico para construir películas dirigidas a un público mayoritariamente adolescente y masculino, la adaptación de cuentos de hadas popularizados y eternizados por Disney parece ser un guiño para el público femenino. Ese al que con darle un título, Blancanieves y el cazador, ya sabe de qué va la cuestión y sólo le queda acercarse al cine para ver en qué cambió la historia que ya conoce. No mucho. Blancanieves sigue siendo la niña más linda y buena del reino, huérfana de madre primero y muy pronto de padre también, cortesía de su madrastra, Ravenna, una belleza tan impresionante como malvada. Claro que interpretada con apropiada grandilocuencia por Charlize Theron esta villana tiene razones para utilizar la magia más oscura en pos de permanecer siempre hermosa. Abusada justamente por su aspecto físico y luego descartada, la atormentada Ravenna está decidida a mantenerse siempre joven y hermosa para sostener su poder. Y la única que puede arrebatárselo es la princesa que tiene encerrada en la torre. Un personaje al que Kristen Stewart le aporta una intensidad que la película derrocha por todos los costados. De hecho, en su intento de transformar el cuento de hadas en una fantasía de acción, más cerca de El señor de los anillos que de los dibujos de Disney, el film no consigue despegar. Con un diseño de producción, vestuario y efectos especiales impactantes, el desarrollo insinúa maravillas que no se concretan. Y por cada innovación, el relato visita los puntos más conocidos de la historia: allí está el espejito, espejito que revela quién es la más bella del reino aunque ahora se parezca más a un oráculo con forma humana que a un reflejo, la manzana envenenada, los siete enanos, el príncipe y el cazador. O el primer arrepentido del mundo de los cuentos de hadas que aquí es un veterano de guerra, borracho y traumatizado que hará de guía y general del ejército de Blancanieves. El papel con tanto despliegue físico como emocional es interpretado por Chris Hemsworth, un actor con más recursos de los que su trabajo como Thor había insinuado, a tal punto que logra robarles protagonismo a las eficaces Stewart y Theron.
La tercera parte de la serie recupera el humor y el absurdo del primer film Cerca de quince años pasaron desde que se estrenó Hombres de negro , una comedia delirante, repleta de momentos absurdos y una de las más exitosas adaptaciones de un cómic a la pantalla grande. Los muchos méritos de la comedia de ciencia ficción protagonizada por Tommy Lee Jones y Will Smith -y el gran suceso en las taquillas del mundo- obligaron a una desastrosa secuela que alejó a los agentes K (Jones) y J (Smith) del cine. Pero ahora están de vuelta y en su mejor forma. Hombres de negro 3 es una comedia para toda la familia, algo sentimental y que se adscribe a una fórmula probada en el primer film de la trilogía pero evita convencionalismos, y eso la separa de muchos de los productos de Hollywood pensados con espectador preadolescente en mente. Aunque no descuida a su público más joven, la historia escrita por Etan Cohen ( Una guerra de película ) se anima a construir situaciones humorísticas para adultos. Pequeñas referencias de política e historia del siglo XX entremezcladas con las fantásticas criaturas de Rick Baker resaltan en una historia que comienza en una cárcel lunar con la fuga de Boris El Animal, cuyo nombre y aspecto lo delatan desde el vamos como el villano de la película. El extraterrestre es un viejo conocido del agente K, responsable de apresarlo en 1969, fecha en la que el taciturno personaje de Jones cambió -para peor- para siempre. Así lo cuenta O (Emma Thompson), la nueva jefa de la agencia secreta encargada de monitorear la actividad extraterrestre en la Tierra. Preocupado por los más que resecos modos de su compañero, el agente J -un Smith que despliega morisquetas algo forzadas para un intérprete de su edad- se topará con más misterios que revelaciones. Claro que todo cambiará cuando el horripilante Boris, interpretado por Jemaine Clement, la mitad del dúo de comediantes y músicos neozelandeses de Flight o f the Conchords, consiga un adminículo que le permite viajar en el tiempo, retroceder hasta 1969 y modificar su destino y el de su planeta con ínfulas conquistadoras. Hacia el pasado también irá el agente J, que aterrizará en 1969 para encontrarse con una versión más joven y menos hosca de su compañero K, que interpreta Josh Brolin. Con una actuación que consigue capturar todos los modismos de Jones sin ser una mera imitación, Brolin le inyecta nueva vida al relato, que por momentos se dispersa un poco y pierde su buen ritmo pero que nunca abandona el humor absurdo e inteligente al mismo tiempo.
Una comedia de enredos fallida que no consigue divertir Hace cuatro años la comedia Muerte en un funeral se transformó en un inesperado éxito de taquilla. Un film modesto, sencillo y efectivo que funcionaba en la mejor tradición de la comedia de enredos de pura cepa británica y que contaba con un elenco que lograba tocar cada uno de los transitados pero divertidos puntos de la trama con destreza. Ninguno de todos esos logros se repite en Los padrinos de la boda, que comparte con aquel éxito guionista -Dean Craig- y productores. Lo que en la película original era simpático caos acá es confuso desorden en una trama que parece tropezar, más que avanzar, de una escena a la otra. Todo comienza en una isla remota donde David (Xavier Samuel), un muchacho británico, conoce a la bella Mia (Laura Brent), una australiana de la que se enamora y a la que casi inmediatamente le pide casamiento. El romance no será del todo bien recibido por los amigos de David que lo esperan en Londres. De todos modos, Tom (Kris Marshall), Graham (Kevin Bishop) y Luke (Tim Draxl) acompañarán a su amigo a la boda que se celebrará en la casa de la novia en Australia. Allí, el enamorado David se enterará de que su novia es hija de un prestigioso senador, empeñado en perpetuar su poder a través de ella, y que su casamiento es el evento social de la temporada. A la sorpresa no ayudará el despiste de sus amigos que por descuido terminarán por casi arruinar la boda al "invitar" a un traumatizado vendedor de drogas al festejo. Además de perder a la mascota de la familia, un carnero de considerable tamaño, que complicará aun más las cosas. Por allí, habrá también una suegra, interpretada por la estrella de la era disco Olivia Newton John, la única intérprete que logra transmitir algo de diversión y desparpajo en un elenco que no consigue hacer demasiado con el mediocre material con el que cuentan. Un guión que intenta reírse del choque cultural entre el Reino Unido y Australia pero que no despierta ni una sonrisa.
Un film divertido y tierno para que disfruten chicos y adultos en igual medida Esta es, oficialmente, la primera película de los estudios Aardman que utiliza la tecnología 3D para el stop-motion . Pero lo cierto es que extraoficialmente desde los tiempos de Wallace & Gromit los personajes y las historias creadas por los artistas ingleses Peter Lord y Nick Park son en algo más que en dos dimensiones. Una cualidad extra aportada por la animación cuadro por cuadro de esos muñequitos de piel de plastilina y los guiones que siempre respetaron sus orígenes. Los personajes de Aardman son británicos hasta su médula plástica y los protagonistas de ¡Piratas! Una loca aventura no son la excepción. Aunque no se estrene en la Argentina la versión original en la que Hugh Grant le prestó su voz al Capitán Pirata, el personaje no pierde ni un ápice de su espíritu inglés aunque hable en castellano. Allí está él junto a su tripulación, un grupo humano que se deleita con todas las tareas de la piratería pero que, sobre todo, disfruta de una buena pata de jamón cortada por la espada de su líder. Alegres y algo inocentes a pesar de su ocupación sanguinaria, Pirata y los suyos no son grandes saqueadores, ni tienen los cofres llenos pero aun así aspiran a ganar el trofeo de pirata del año. Una gesta tan atrevida como imposible de conseguir, especialmente si se trata de competir con gigantes de los siete mares como Black Bellamy y Liz, una sexy capitana con la voz de Salma Hayek. Humillado por sus pares y desesperado por ganarse el respeto de su tripulación, el Capitán Pirata hará de todo por elevar su perfil en el mundo de la piratería. En esa búsqueda se cruzará con un joven Charles Darwin, más interesado en su mala suerte con las mujeres que en sus teorías evolucionistas. Ambientado en una era victoriana no demasiado apegada a la realidad histórica, el film pasa de una situación a otra con el ritmo propio de una comedia de enredos un poco absurda. La colección de bromas y situaciones graciosas resultan tan disfrutables para el público infantil como el adulto que hará esfuerzos por no perderse detalle del elaborado diseño de cada una de las escenas de la película. Aunque cuenta con un conjunto de personajes divertidísimos encabezados por el capitán de tupida barba roja, la gran cantidad de escenas de acción le quitan algo de espacio para desarrollarse. Es que en poco menos de una hora y media el héroe pasa de ser el hazmerreír de los mares a convertirse en el pirata con el mayor botín, para volver a ser un descastado que cuelga la espada para dedicarse a vender ropa de bebé por las calles de Londres. Aunque suene algo ridículo-porque lo es-, todo lo que sucede en ¡Piratas! Una loca aventura divierte, fascina. Ya sean los abordajes en el medio del océano -una de las mejores secuencias del film-, o la visita a la cámara de los tesoros del imperio británico del que el film se burla constantemente.
Un cuento de hadas más cerca de la parodia que de la fantasía Los cuentos de hadas escritos por los hermanos Grimm son en su mayoría recopilaciones de leyendas centroeuropeas que, examinadas de cerca, contienen demasiadas crueldades y fatalidades para ser aptas para el público infantil. Oscuros relatos llenos de muerte, sufrimiento y, sí, también príncipes y princesas. Y algo de toda esa esencia persiste en Espejito, espejito, aunque el tono del film tenga más de parodia que de tragedia. Aquí la archiconocida historia de Blancanieves y su egocéntrica madrastra funciona como una farsa algo fría y cómica, aunque no demasiado. Todo comienza con un pequeño resumen animado -lo mejor, por lejos, de toda la película- en el que la reina explica cómo fue que consiguió su trono y cómo piensa conservarlo siendo la más bella del reino. Interpretada por Julia Roberts, la villana está llena de peculiaridades y pequeñas obsesiones vanidosas y, con su conocimiento de la magia negra, mantiene todo bajo control. Usualmente una fuerza cinematográfica irrefrenable y una intérprete carismática como pocas, aquí Roberts nunca logra despegar su actuación de una serie de tics con los que ella parece encantada pero que no convencen desde el punto de vista del espectador. Pura exterioridad y no demasiada sustancia, una combinación que se extiende también a Lilly Collins, encargada de interpretar a esta Blancanieves de espadas tomar, y a la película en general. Dirigido por Tarsem Singh ( Inmortales , La celda ), el film contiene las marcas de estilo del realizador, un detallista y elaborado diseño de producción y vestuario que asombra y deleita. Claro que el repertorio visual encuentra su límite en un guión y unas interpretaciones que parecen al servicio de los trajes y los escenarios cuando lo ideal sería que ocurriera exactamente lo opuesto. Combinando elementos de comedia con la fantasía romántica, allí está el príncipe valiente aunque algo simplón que interpreta Armie Hammer ( J. Edgar ), objeto de deseo tanto de la reina madura como de la posadolescente princesa, Espejito, espejito intenta modernizar esos cuentos de hadas que Disney supo transformar en imágenes icónicas consumidas por el mundo entero. Así, pone en manos de Blancanieves y los legendarios siete enanos que la rescatan del siniestro bosque la posibilidad de cambiar su destino, vengar los maltratos recibidos y conseguir el final feliz. Claro que el mensaje no demasiado trabajado ni cuidado por el guión de Melisa Wallack y Jason Keller empalidece frente a los coloridos trajes y escenarios que asombran, pero nada más.
No era bueno Furia de titanes. Estrenado hace dos años, el film que jugaba a reempaquetar la mitología griega para el público ávido de aventuras en 3D, a duras penas entretenía siempre y cuando las expectativas del espectador fueran muy bajas y no esperara demasiado ni del guión ni de los efectos especiales. Por todo eso, a esta secuela que retoma la historia de Perseo una década después de los eventos de la película anterior, no le quedaba otra opción que mejorar. O profundizar el desastre. La mentablemente, Furia de titanes 2 no consigue hacer una cosa ni la otra. Con un guión que utiliza elementos de la mitología griega pasados por el filtro de las familias disfuncionales más habituales en los dramas, la trama arranca con Perseo (Sam Worthington) viviendo junto a su hijo en un pueblo de pescadores, dándole la espalda a su condición de hijo de Zeus (Liam Neeson), mientras se ensucia las sandalias igual que el resto de los mortales. Claro que pronto el hombre recibe la visita de su padre, que le confirma lo que él ya había advertido: algo está pasando en el Tártaro y todos los monstruos se están escapando. Incluido el temible titán Cronos, padre de Zeus. Primero resistiéndose a su destino y luego conmovido por los problemas de su padre y su tío Poseidón (Danny Huston), atacados por el desterrado Ades (Ralph Fiennes) y el resentido Ares (un desperdiciado Edgar Ramírez), Perseo irá a su rescate montado en su fiel corcel alado Pegaso. En el camino se cruzará con la reina griega Andrómeda (Rosemund Pike) que lucha, sin demasiado éxito, para detener a los escapados del inframundo y con Agenor (Toby Kebbell), otro semidios y su primo. Si todo suena algo ridículo es porque lo es, especialmente cuando entre pelea y pelea con gigantes digitales y en 3D, el inexpresivo Perseo de Worthington -que entre una película y la otra se dejó crecer el pelo pero no adquirió mucho más en el receso-, debe lidiar con su peculiar familia. A diferencia de lo que sucedía en la primera película, en esta secuela los efectos especiales en 3D son mucho más vistosos -especialmente en el viaje al inframundo-, aunque por momentos los movimientos de cámara exageren su dinamismo hasta transformar imágenes en borrones. Para aportar la cuota de humor que este tipo de film insiste en agregar aunque siempre lo hace como si fuera una idea de último momento, aparece el mencionado Kebbell (Rock´nRolla), una especie de rastaman griego y el siempre interesante Bill Nighy, como el desquiciado Hefesto. Pero no alcanza con tener algunos buenos actores haciendo lo que pueden cuando el guión está tan en ruinas como el templo de Zeus.
Una historia que va mucho más allá del fenómeno literario La adaptación al cine de una novela popular es un emprendimiento riesgoso. La legión de seguidores que descubrieron y se enamoraron de la historia en papel sueñan con ver su historia favorita en el cine, pero no desean que esas imágenes se alejen demasiado de lo que ellos mismos imaginaron. Así, el director se encuentra con la imposible tarea de intentar conformar a quienes conocen el relato al dedillo y al mismo tiempo intentar atraer a aquellos que se acercarán a él por primera vez. Es usual entonces que sin querer traicionar a ninguno de sus potenciales espectadores, el film termine no satisfaciendo a ninguno. El caso de Los juegos del miedo es la excepción a esta regla. Gracias a la inteligente mirada del director y guionista Gary Ross, la fantasía futurista que imagina un mundo oprimido en el que los integrantes más jóvenes de la sociedad son obligados a luchar a muerte entre ellos una vez al año, atrapa e interesa aun cuando nunca se haya oído hablar de la trilogía de novelas que dio origen a la película. Y aquellos que las conocen no tendrán demasiado de qué quejarse ya que todos los elementos fundamentales del libro están presentes en el film. Los realizadores tomaron especial cuidado en el ingrediente principal y necesario de la trama: su protagonista. La historia gira alrededor de Katniss Everdeen, una adolescente obligada a crecer de golpe por la muerte trágica de su padre, la incapacidad de su madre de cuidarla a ella y a su hermana y, finalmente, el mundo hostil que la rodea. Tanta responsabilidad y seriedad podría haber conformado un personaje denso, demasiado oscuro. Y aunque ambos elementos están presentes, la cierto es que desde el primer momento que aparece en pantalla Katniss es básicamente una sobreviviente por la que el espectador tomará parte rápidamente. Esa identificación ocurre por una combinación de un guión preciso, el inteligente uso de la cámara en mano -un modo económico de presentar sus conflictos y temores-, pero sobre todo, por la presencia de Jennifer Lawrence. La joven actriz ya había llamado la atención en Lazos de sangre , donde como aquí su fotogenia y talento interpretativo se volvían el punto focal de todo el film. En este caso su Katniss es a la vez pura fuerza y profunda carencia, un rol bastante alejado de la heroína romántica que usualmente aparece en este tipo de historias dirigidas -aunque no exclusivas, claro-, al público adolescente. Aunque el triángulo amoroso tendrá su espacio, especialmente de parte de Gale y Peeta, los dos muchachos que la rodean, el núcleo de la trama pasará por otro lado. Transformada en la proveedora y protectora de su familia, Katniss deberá participar de los mortales y televisados juegos organizados por el presidente Snow (un terrorífico y siempre rendidor Donald Sutherland). Algo así como el más extremo reality show, en el desarrollo del film -a diferencia de la novela-, la competencia será examinada desde el punto de vista tanto de sus jóvenes competidores, como de sus crueles organizadores. Allí cobrará importancia la intervención de Woody Harrelson como Haymitch que con su impecable tempo para la comedia aportará cierta liviandad a una historia que se torna más violenta a media que avanza la trama. Menos destacada -al menos por ahora porque su personaje crecerá en las próximas entregas-, es la participación de Lenny Kravitz como un bondadoso aliado de ese gran personaje que es Katniss.