Terrorismo de luxe. Empatizar con terroristas -o al menos con estos jóvenes manipulados por mentes perversas- es un objetivo difícil y mucho más cuando del lado de las víctimas hay carencia de heroísmo. Inspirarse en hechos reales tampoco da ninguna garantía y entonces sucede algo como esta propuesta entretenida pero que debe sopesarse en la balanza del entretenimiento a secas y no como un film testimonial profundo. Hotel Mumbai reconstruye el atentado de dudosa procedencia que tuviese lugar en el lujoso Taj Mahal Hotel, donde la servidumbre multicultural consideraba al huésped como Dios y en ese relativo concepto de servicio al turista se expuso al ataque cuando fueron tomados como rehenes por un grupo de jóvenes fundamentalistas, bajo la consigna de exterminar a cualquiera que se cruzara a su paso. Poco importan las causas, poco la asimetría y paradoja a la vez que ubica a este fastuoso gigante de lujos y confort para aquellos que pueden pagar en una ciudad donde la enorme mayoría ni siquiera puede llegar al vestíbulo. Despojado de todo análisis ideológico, el meollo del asunto pasa por otro lado y en eso reside la principal virtud a la vez que defecto de esta propuesta, protagonizada entre otros actores por Dev Patel, quien siempre hace el mismo papel sea en el lugar que sea, mientras que para Armie Hammer, el norteamericano padre de una niña, además de corajudo, el director Anthony Maras reserva el papel de semi héroe antes de soltar la mano y dejar que la acción fluya sin demasiada intervención en la puesta en escena ni ideas para que el clima de tensión prospere. El excesivo metraje es el defecto de este debut en la dirección del australiano Anthony Maras, no obstante la trama avanza escalonadamente cuando las horas apremian y la suerte de los turistas pende de un hilo, tan fino como el que podría significar un indicio de empatía con los villanos o los menos buenos para ser más precisos.
Crónica de un niño que nunca estará solo. Tamaño desafío tomaron las directoras Betina Casanova y Mariana Scarone al pensar en un documental que tuviese como protagonista a su propio objeto de interés y a la vez homenajeado, nada menos que José Martínez Suárez, guionista, técnico, músico y director de algunas grandes películas del cine argentino, referente de todo director o generación de directores argentinos, a quien consideran no menos que Maestro. Oriundo de Villa Cañás, el hermano de Mirtha y Goldi Martínez Suárez, tal como describe forman un trío indestructible, longevo, con mucho cine en la sangre, en el cuerpo, en las manos y en la retina. Es que los ojos del niño asombrado viven en este artista que durante el documental acusaba sin pudor, pero con la coquetería y elegancia de los seductores de antes, noventa años. Joven desde la vitalidad y sabio desde la experiencia de vida porque sus anécdotas siempre ligadas a su cinefilia, a su oficio, no son únicamente palabras de cine sino palabras de maestro de la vida. Como no podría ser de otra forma y producto de su coherencia, humildad y ética, el homenajeado reconoce en las directoras una mirada y hace de ese juego de espejos su mejor excusa para compartir lecciones de cine, mientras dirige su propio documental. Es capaz de discutir siempre con respeto dónde ubicar la cámara, cómo ejecutar una composición musical de su autoría y darse el lujo de dirigir a los músicos. También, de demostrar su memoria admirable para reconocer diálogos completos de sus películas, otras que no le pertenecen pero que forman parte de la Historia Grande del cine argentino. Muy bien elegidos los testimonios y el despojo de la estructura de cabezas parlantes clásica para hacer de este viaje con gusto a biopic -pero sin el corset cronológico- un conmovedor testimonio viviente de nuestro cine. Gracias a las directoras y, por supuesto, al autor de El Crack.
Alemania año cero. Los contrastes son un método eficaz para superponer realidades e idiosincrasias, los enfoques históricos son otro método para intentar la indagación sobre el pasado, sobre sus misterios y mucho más sobre aquellas ideas que permanentemente se someten a la mirada escrutadora del historicismo o al sesgo de la ideología. Sin embargo, cuando quien busca decide acompañar la inercia de los libros con el cuerpo y viaja en busca de historias, el sentido de los contrastes se complejiza al punto de reconocer territorios ocultos en un mismo espacio. Ese lugar se llama Nueva Germania, está ubicado en Paraguay y su conexión con el pasado antes de 1900 es clave para entender por un lado los alcances de una mentalidad europea colonialista, la necesidad de abandonar una tierra cuando la guerra es una amenaza latente, y por otro la impronta de ciertos pueblos para no imponer ante el extraño su propia manera de ser y amoldarse a otras formas de cultura y de pensamiento. Nueva Germania también es la postergación de un sueño utópico, sepultado en la tierra fértil de un espacio por descubrir, la de la hermana del filósofo Friedrich Nietzsche, pionera en la colonia alemana en Paraguay que aún hoy transmite el modo de ser alemán, la superioridad aria en un lugar donde se habla el guaraní. Rarezas que se encuentran enquistadas en cualquier lugar de la región y que el filósofo protagonista de esta travesía –Nietzsche también era filósofo- por momentos antropológica transforma en un discurso político con fuerte sentido social para que el colonialismo por lo menos sea algo más que un simple accidente que se entrecruza en el rumbo de la historia de los pueblos.
Del otro lado del charco también… Son escasos los documentales que abordan otras dictaduras que no sean la Argentina, no porque no existan sino porque la cartelera local prefiere lo propio a lo ajeno. Aunque ajeno en realidad resulta peyorativo si se toma como término o etiqueta, entonces comienzan los vasos comunicantes, el contexto de una época compartida, así como los focos de resistencia nacidos en un pensamiento proveniente de corrientes de lo que otrora se denominaba marxismo o maoísmo, y que eclosionó en distintas latitudes de Latinoamérica allá por los 70 con un faro puesto en la independencia de los pueblos frente a regímenes totalitarios. El choque de ideologías abrieron el camino de disputas entre el poder y los pequeños focos de resistencia política, primero en universidades desde el debate político y allí un torbellino de decisiones para cambiar el aire viciado de las dictaduras que decidió, en algunos no contaminados por la retórica de las palabras, pasar a la acción, desde la clandestinidad y la violencia como único recurso posible en una guerra no declarada contra un enemigo adentro al que había que derrotar cueste lo que cueste y frente a muchos enemigos afuera. Kollontai era el nombre de una joven idealista que tomó contacto con la resistencia uruguaya, concentrada en una prolongada acción que a la violencia armada también le sumó estrategias para ganar una batalla cultural silenciosa, y que tenía por objeto entrar en el sistema, infiltrarse en sus huecos vulnerables y así destruirlo sin dudar un segundo. Este documental reconstruye desde el punto cero el inicio de un turbulento accionar en la República Oriental del Uruguay con el agregado de un riguroso trabajo de investigación y una propuesta audiovisual integrada a testimonios de cabezas parlantes, partícipes en su juventud de movimientos políticos, clandestinos, y que dieron su vida y cuerpo a la causa Sin demasiada autocrítica, pero apoyados en una coherencia testimonial, los fragmentos más interesantes de este recorrido se relacionan con los nexos entre nuestro país y el Uruguay, incluso en el pequeño alivio de ese momento de “primavera” que llevó al Frente Amplio a la presidencia con elecciones libres, mientras por estos lares seguía gritando el plomo de la dictadura. Recomendable como parte de una ilustrada lección de otra historia para aquellos que quieran recordar y para quienes busquen otro tipo de información sobre épocas ya extintas.
Azul, rojo y blanco. En la primera escena del nuevo opus de Pedro Almodóvar, vemos a Salvador (Antonio Banderas) sumergido en una piscina, en posición de ¿reposo? el cuerpo de Banderas suspendido está desplazado de algo que predomina: el azul, no sólo del agua de la piscina sino del color de la tristeza y entonces salir a la superficie para encontrar el resuello, la exhalación que aporte la cuota de vitalidad y ese aire que renueva abre el rumbo al flashback para encontrarnos con una escena absolutamente pictórica, revestida de una de las mayores potencialidades que generan las mujeres en las películas del manchego. Basta con verlas lavar la ropa a mano, con diálogos exquisitos en su cotidiana labor, para terminar cantando porque pese a todo hay que celebrar. De ese comienzo tan abrumador pasamos a la melancolía del cinéfilo y a la película más autorreferencial de Pedro Almodóvar, donde Antonio Banderas no lo imita, juega el rol que más le gusta a un actor y lo hace tan suyo que realmente merece premios. Cannes -creo- es el comienzo porque el español que ya había trabajado en otras etapas almodovarianas genera todo aquello que una película tan honesta requiere. El tópico que atraviesa Dolor y Gloria (tal vez a esta altura de la filmografía del director de Carne trémula una declaración de principios que lo definen) es la ausencia del deseo. Vivir sin deseo es morir de a poco, y para un cineasta no rodar, dejar de escribir, de recrear esos pretextos para hablar de sí mismo escondido como un niño en la impunidad saludable de la ficción, es algo parecido a transitar la agonía del deseo. La memoria también tergiversa y entonces el recuerdo vuelve camuflado en un largo flashback, que dispara subtramas donde todo el universo de Pedro Almodóvar se entrelaza y los colores marcan los estados de ánimo del protagonista para pintar el alma en ese rojo furioso que no sólo es pasión también es ira, o en el blanco que más que la ausencia del color es la representación del vacío. Si se piensa en universos de Almodóvar, tal vez uno de los pocos directores que más se explique desde su cine, es imposible no recaer en el vínculo madre-hijo en la presencia-ausencia de un padre y en lo masculino como ese motor del deseo. El cuerpo en Salvador más que un santuario es un verdadero calvario y el cine la posibilidad de no escuchar al cuerpo cuando gime, se contorsiona o deteriora. Sumergido, tanto el cuerpo como Salvador para que el silencio abrume, en el comienzo, sale a la superficie para volver a empezar y allí el doble viaje, el de la cabeza desde adentro del recuerdo y el del cuerpo y el corazón herido bien afuera para que la mirada del otro reconecte el circuito con el deseo. Pero si se trata de cine, Pedro Almodóvar lo vive no como el erudito que repite fórmulas a modo de homenaje sino como esa indescifrable energía que transita por el pasado y la memoria de ese pasado para sanar la deuda del presente. Historias de amor y despecho que se concentran en la columna vertebral de este opus, con secundarios muy bien elegidos como Leonardo Sbaraglia, a quien le bastan dos escenas para lucirse, no ocurre lo mismo con otra actriz de la vieja guardia como Cecilia Roth, por citar los extremos. Ambos dirigidos perfectamente en una gran película y con ese plus de mezclas que pueden ir de la comedia absurda al melodrama más clásico; de la honestidad rabiosa al desgarro del alma cuando nada alcanza hasta que vuelva esa chispa que enciende, esa brisa de verano en pleno invierno, ese misterio que hace impredecible cualquier final cuando del otro lado no se especula con la generosidad del espectador.
Amor salvaje. Si bien esta propuesta que en los papeles pareciese venir acompañada de un mensaje ecológico, concentrado en la preservación de los animales salvajes, cabe aclarar que hay un plus que va más allá del convencionalismo de toda película sobre la naturaleza. En la dialéctica de la domesticación de animales salvajes a expensas de privarlos de su hábitat natural surge el mayor conflicto de una trama sencilla, que parte de la idea del transcurso del tiempo a fuerza de elipsis en consonancia con las edades de Charlie, el león africano de singularidad extrema al tratarse de un león blanco, considerado sagrado para los nativos de su lugar de origen. La familia donde llega el nuevo huésped salvaje vive del cuidado de este tipo de animales y hace de ese cuidado un negocio una vez que los machos alcanzan la edad madura. El primer detonante del conflicto es el vínculo del animal con la protagonista Mia, quien además de domesticarlo desobedece los mandatos paternos que la alertan de la diferencia entre un león salvaje y por ejemplo un gato. El vínculo crece exponencialmente y Charlie también lo hace en relación a su tamaño. Sin embargo, llega el día D: a Charlie lo van a vender a cazadores para montaje de caza, es decir matarlo en un territorio cercado y hacerlo de manera legal. Esa práctica real es la que la película expone y a partir de esa exposición toma un rumbo completamente diferente al convencionalismo de propuestas que involucran animales con humanos. Así las cosas, la aventura se vuelve alegato y el alegato un llamado de atención para crear consciencia que el mayor enemigo de la naturaleza no es otro que el hombre, y que el depredador más temible no ruge, sino que se ampara en su cobardía de creerse el dueño de algo que ni siquiera le pertenece.
Ellas esperan. En Sierra Chica, las visitantes pagan caro un fin de semana para estar algún tiempo cerca de sus más preciados familiares, hijos, novios, esposos, hermanos, algunos con ganas de verlas y otros tal vez no tanto. Usar el baño en el bar del gallego, el único que las espera con la misma ansiedad que ellas, cuesta tres pesos, cargar el celular unos 40 pesos, guardar sus cosas otro tanto y además comprarle algo para los detenidos como gaseosa o algo para comer implica más dinero. Otro cantar es el micro que las deja todos los fines de semana para luego quedar libradas a la buena suerte y a que en el penal de Sierra Chica abran esa puerta para descomprimir el agolpe entre chicos pequeños, y ellas a veces cargadas de cosas, entran a otro mundo. En síntesis, eso es la visita y La visita el nombre de este singular documental carcelario pero desde afuera y no adentro como suele ocurrir con otras propuestas sobre esta realidad tras las rejas. Todo lo que viven los detenidos, a esta altura conocido por cualquier espectador que haya tomado contacto con informes televisivos o documentales, llega desde el testimonio de sus visitantes. A veces con el estigma carcelario a cuestas por el simple hecho de que alguien de los suyos cumple su castigo, a veces sin condena aún. Lo cierto es que en estas quinientas mujeres, de diferentes edades e historias, se concentra la riqueza de experiencias de vida y el entorno aunque parece distante e insensible expresa otra realidad que es la de la economía de subsistencia en épocas de crisis. En ningún momento el director Jorge Leandro Colás juzga situaciones, se despoja de la lectura del prejuicio social para sumergirse sin bajadas de línea en la realidad de un sistema que no funciona y para ello basta como botón de muestra cada fin de semana donde Sierra Chica se convierte en una postal de la Argentina, su marginalidad y su falta de justicia.
Derivas e incertezas. Las incertezas no sólo por la maternidad sino por esa crisis que muchos vaticinan a los cuarenta es la que atraviesa el derrotero de la dramaturga y escritora, ahora debutante en la dirección cinematográfica, Romina Paula. Es ella y su circunstancia la que motoriza esta película de enorme autorreferencialidad, que apela a veces a momentos de dramatización con actores amigos como Esteban Bigliardi por ejemplo en el rol de su pareja distanciada, pero también de su propia madre, con quien no sólo convive en su nueva etapa de hija con un niño, el dulce Ramón, acompañante de su enigmático misterio. Las diapositivas son el soporte dramático donde Romina Paula abre el abanico al pasado, extrae desde la imagen fija el recuerdo comentado y este recuerdo comentado no únicamente es la expresión de la subjetividad sino una subtrama que le agrega una capa narrativa a otra de mayor peso. Sin embargo, desde lo discursivo el efecto disociativo se organiza y articula a partir de intervenciones de personajes, portadores de una voz distinta, donde las reflexiones danzan al compás de las preguntas que la propia directora confronta en su quehacer cotidiano. Hablar la lengua materna y mezclarla con el español no es un aspecto menor porque la sonoridad de un lenguaje que para muchos espectadores puede resultar extraño, ajeno, distante, aproxima la idea de deriva constante por la que atraviesa Romina Paula. Tampoco dar clases de alemán a un alumno que quiere probar suerte en su futuro viaje a Alemania, otro efecto de fuga que se introduce desde un espacio metafórico en un personaje, el de la propia directora en su película y su estado de fuga de la tranquilidad de las sierras a la familiaridad del barrio de Béccar. De nuevo otra vez se atreve a romper mitos y silencios, se anima a tomar el cine por las orejas, dando tirones pero también valiéndose de su fuerza como vehículo de transmisión de ideas donde las palabras a veces quedan cortas. La mixtura de lo literario con lo visual, en el tono intimista y documental, hace de esta ópera prima un prometedor camino para que Romina Paula y sus procesos vayan por una segunda película que seguramente no será para nada igual a esta.
Mensajes y redenciones Aunque desde el título se alude a un film de género policial; a pesar de que el protagonismo de un vehículo blindado que transporta caudales ocupe el centro, el nuevo opus de Eduardo Meneghelli también mezcla el drama y conflicto interior de un personaje con culpa. Nuevamente Gabi Peralta asume el desafío como ya lo hiciese en Román para meterse en el cuerpo y la piel de Omar Luna. Blindado en realidad está Luna tras un hecho fatal y que lo desestructuró en términos psicológicos. Una prolongada licencia laboral no hace más que alimentar las pesadillas que no le permiten acomodarse a esa vuelta de página que propone la vida luego del duelo y es en el refugio de los predicamentos de un pastor radial donde el protagonista encuentra la paz interior, pero la necesidad de volver a manejar el camión de caudales, de retomar el contacto con sus compañeros custodios lo lleva al terreno de conducta ambigua. Luciano Cáceres, Gonzalo Urtizberea, Esteban Menis, Aline Jones y Luis Ziembroski, son secundarios de lujo en esta apuesta del cine argentino al género y a la mixtura de elementos genéricos. Ese dato revela, por parte del equipo, el director y los productores de Blindado, un cuidado en varios detalles que muchas veces juegan en contra de otro tipo de propuestas con presupuestos de diferente magnitud. A diferencia de lo que pueda pensarse no estamos frente a un film de atracos que salen mal o de acción trepidante con explosiones, tiros y grandes persecuciones por calles porteñas, sino que la intensidad de esta película recae pura y exclusivamente en la conducta de los personajes, en sus decisiones, en la atención a miradas que desconfían de Luna y su aparente recuperación anímica y emocional. Las vueltas de tuerca fluyen con la trama, no llegan forzadas de acuerdo a una lógica que también se maneja en un terreno onírico o sumamente subjetivo en relación al punto de vista del protagonista. Respecto a los rubros técnicos, la música original -por momentos minimalista y metálica- y uno de los temas musicales que se asocian a un momento clave de la película seguramente dejen una huella en el público como Omar Luna, sus tribulaciones y la búsqueda en la ruta de la redención.
La fábula de los extraños. La propuesta de Santiago Loza resulta algo arriesgada a la vez que hipnótica porque en realidad se trata de un experimento no necesariamente cinematográfico per se, pero sí es cierto despojado de todo prejuicio formal y en un orden mayor de otro tipo de valor. La gran palabra que une este collage es el dolor, compartido por todo aquel que frente a la norma escapa, ya sea por naturaleza o por elección de expresar su individualidad. En ese sentido este trío que comparte pasado y presente es el arquetipo de lo distinto y confronta con su distinción a veces de manera festiva y otras dolorosas. Pero hasta aquí los resortes del drama se tensan de la forma ortodoxa hasta que la introducción de un elemento fantástico opera como puente a la alegoría, a la metáfora y al juego permanente entre la subjetividad de cada uno de los personajes conectados con un ser extraterrestre, un secreto que la abuela de la protagonista, recientemente fallecida, guardaba y con gusto ha legado para ella y su grupo. Desde allí, arranca otra película marcada por la travesía o el viaje de ellos con el ser de otra galaxia, agonizante, cuyo nexo es el dolor y ese dolor evoca los pasados para que todo concluya en una moraleja demasiado excesiva cuando uno de los puntos fuertes de esta película de Loza era precisamente la sutileza de los primeros minutos, la atmósfera hipnótica en los climas generados desde la plasticidad de la imagen para alejar toda cuota de realismo de la propuesta. Por eso en Breve historia del planeta verde hay una lucha implícita de dos películas pero ninguna le gana a la otra por mérito sino más bien por imposición.