Renuncias Las aristas que se cruzan en el universo de Hogar, primera ficción de la realizadora italiana Maura Delpero, son múltiples pero comparten ciertos denominadores comunes como por ejemplo la ausencia de lo masculino y la tensión irresuelta entre deseo y responsabilidad, sobre todo en una edad muy compleja, la adolescencia, como para tomar decisiones importantes. La cámara se instala rápidamente en la intimidad de un hogar religioso que alberga madres adolescentes y es administrado por monjas, quienes además de dar cobijo a las mujeres y a sus respectivos niños pequeños exigen el cumplimiento de determinadas reglas, así como la realización de una serie de actividades manuales como parte de un enfoque pseudoterapéutico con aquellas jóvenes que llegan en absoluto estado de desamparo. La idea de contrastar dos mundos, el de las madres representado en dos personajes, la dócil Fátima (Denise Carrizo) y la rebelde y contestataria Luciana (Agustina Malale), y el de las propias servidoras de Dios, quienes eligieron la vocación y el servicio a las desprotegidas, encuentra en ese espacio único su mejor vehículo y polea de transmisión básicamente por el despojo de todo juicio de valor por parte de la directora. En Hogar no hay balanzas invisibles que inclinen hacia un lado u otro en términos morales, sino que la exposición de los conflictos integra costados emocionales y humanos directamente proporcionales con las pérdidas y las prerrogativas de cada personaje. Sin embargo, el eje por el que pasa la película es el del cuidado o descuidado de los niños más allá de las responsabilidades de los adultos y en ese sentido la inclusión del personaje de Sor Paola, una joven novicia (Lidiya Liberman) llegada de Italia, su vínculo con una niña de tan sólo cuatro años y su lucha interior entre el deber y el deseo, desatan las contradicciones aunque también la riqueza de un planteo muy interesante que lejos de encontrar respuesta busca reflexionar entre otras cosas sobre la maternidad, la intensidad de la adolescencia y del cuerpo como elección.
Católicamente correcto La operación “lavado” de las figuras del Papa Francisco (Jonathan Pryce en el presente, Juan Minujín en el pasado) y quien claudicara al papado en el 2013, Benedicto XVI (Anthony Hopkins), es la primera marca que se expande en esta coproducción inspirada en una obra teatral de Anthony McCarten y que tras su estreno en salas comerciales llega a la pantalla caliente del popular streaming Netflix, bajo la dirección del brasilero Fernando Meirelles. Los dos papas parte de la idea de las charlas entre el cardenal Jorge Bergoglio y el Papa Benedicto XVI en 2013 y se entrecruza con la parte de la elección por parte de todos los candidatos a ocupar el cargo de Benedicto tras haber anunciado su claudicación, hecho que para la Iglesia Católica no ocurría en casi 600 años de historia. Por eso, a todo el segmento donde Fernando Meirelles imprime cierto ritmo, con una cámara avanzando en pasillos y en rol de testigo de largas mesas o cónclaves, donde el nombre de Bergoglio se hacía fuerte, terminan por opacar gran parte de los otros dos tercios del relato donde la impronta teatral le gana a la puesta en escena, afecta el ritmo y sumerge finalmente a este encuentro real, pero con diálogos ficticios, en un pozo de lugares comunes. Nada es más gracioso que ver a un Jonathan Pryce, bien caracterizado como Jorge Bergoglio antes de pasar a llamarse Papa Francisco, doblado al español porque la voz elegida lo aleja de cualquier atisbo de seriedad. No ocurre lo mismo con el polifuncional Anthony Hopkins, su inglés perfecto y una postura de hombre estricto que no puede conectarse con nada que lo aleje de su propia fe e incluso de sus crisis de fe compartidas en la intimidad de la charla a Bergoglio. El devaneo de las charlas, ese mecanismo de relojería de mentes y dialéctica donde ambos se van conociendo y así marcando sus posiciones antagónicas al comienzo, sumado a los cruces de ideas distintas sobre el presente de la Iglesia Católica, su falta de respuesta ante conflictos de justicia social y su lugar dentro de los feligreses y de un mundo cambiante, se intercalan entre flashbacks como recurso narrativo para instalar en el pasado de Jorge Bergoglio todas sus vinculaciones con el contexto político de la dictadura argentina y su difuso vínculo con algunos personajes de esa etapa del régimen dictatorial. Esa idea deja establecido el propósito mayúsculo de esta película dado que para Benedicto no hay reservado ningún flashback más que sus brumosos recuerdos. La balanza inclinada para Francisco también es en cierto punto un guiño para el público argentino más que de otro país. Esa liviandad y falta de profundidad en los verdaderos demonios internos que atraviesan el camino de la Iglesia Católica desde siglos y todavía hoy; y la manera de afrontarlos desde lo político con el Vaticano como institución autoindulgente, son uno de los botones de muestra de las limitaciones de este film que desde su discurso católicamente correcto aventura que el encuentro entre el papa saliente y el entrante fue el embrión para que la semilla del cambio hacia el progresismo de aquel Jorge Bergoglio hiciese el suficiente ruido para que tiemblen las estructuras más perversas del mundo.
El guardián de la ética Atravesamos tiempos donde la política es cuestión de marketing. Hoy creemos o no en slogans, en resultados en base a cantidades y porcentajes, que lejos de expresar datos concretos generan enormes contradicciones en lo que ni siquiera puede considerarse un discurso político fundamentado en ideas o miradas hacia el futuro. Quizás la reconstrucción de la historia necesitaría el ejercicio de la honestidad intelectual para recién llegar a la coherencia y una vez alcanzada esa coherencia estar a la altura de los roles que se ambicionan desde una militancia con aspiraciones a mucho más. Raúl Alfonsín no se puede analizar desde un slogan, tampoco acopiando puñados de frases como la tristemente célebre “la casa está en orden” porque desde su compromiso al asumir el cargo de Presidente de la Nación Argentina por primera vez elegido en democracia, luego de muchos años de dictadura militar e inexistencia de actos eleccionarios tras la seguidilla de golpes cívicos militares, intentó infructuosamente pacificar a una sociedad muy herida y fragmentada, sin dejar de lado el ya histórico problema de la pobreza y la economía en plena curva descendente. Calificarlo de hombre honesto es no decir absolutamente nada, estadista apenas resume uno de sus rasgos característicos, el otro podría ser un auténtico “animal político” de Chascomús, entendido como debe entenderse ese concepto que puede compartir con muy pocos políticos tanto de su propio partido como de los partidos opositores. Por eso, un documental de estas características, el primero sobre el abogado, padre de seis hijos, asmático y adversario en la suciedad de la arena política, que enchastra cualquier traje de ética que se ponga un dirigente de nuestros días (más allá del color partidario) era necesario y valioso como testimonio de una época que está impregnada en la memoria de cada uno de los argentinos. Repasar con aportes de testimonios de los allegados a Raúl Alfonsín durante la campaña -antes de ganar las elecciones aquel 30 de octubre de 1983- y lo que luego sucediera hasta la entrega anticipada del Poder Ejecutivo a Carlos Saúl Menem, seis meses antes de un nuevo acto eleccionario, es uno de los pilares donde se apoya el trabajo de investigación de los realizadores Juan Baldana y Christian Rémoli en este repaso de 152 minutos de duración. En lo que hace a estructura y estética es rescatable una poética subyacente como la de los grafitis que se van escribiendo como viñetas y capítulos de la historia de Alfonsín, así como el mural que se va construyendo a fuerza de colores y figuras simbólicas como el logo del diario Clarín, uno de los grupos de presión e interés que Raúl Alfonsín enfrentó sin ejercer ningún tipo de coacción o amenaza implícita desde sus duras palabras. El otro grupo de interés que debió enfrentar no fue otro que el de la CGT, enrolado en la figura de Saúl Ubaldini y sus trece paros generales en momentos de debilidad política del gobierno y del propio radicalismo, brazo político que acompañaba. Para sintetizar no hay mejor contraste que el ocurrido en los albores de su mandato con una promesa de Justicia cumplida y que torciese para siempre al brazo militar con el fiel de la balanza hacia el lado de la sociedad argentina y sus reclamos de ver en la cárcel a los cabecillas militares menos pensados en esos convulsionados tiempos. La otra cara fue la de Campo de Mayo y el copamiento del Regimiento en La Tablada, eventos donde el Presidente Alfonsín puso primero el cuerpo, luego su capacidad de conciliador pero con el objetivo de evitar derramamiento de sangre entre argentinos. Cuando se vea el documental en perspectiva; cuando se tome conciencia de la complejidad que hubo que manejar con la latente amenaza de la desestabilización constante, y el peligro de la pérdida de la Democracia, seguramente se entienda porqué hoy se lucha por lo mismo y se pierde en la lucha por lo mismo.
Sin maquillaje, empoderadas Hay series que no deben pasar al cine o por lo menos convendría dejar intacta esa mística. Ejemplos sobran, Los ángeles de Charlie, franquicia que ya fuese manoseada por un director que firmaba como McG, protagonizada por Cameron Diaz, Lucy Liu y Drew Barrymore había dado sus hurras en una segunda y lamentable entrega donde Demi Moore intentaba concebir una villana. Pero en épocas de refritos y comida chatarra, que encuentra la excusa perfecta para someter a la dinámica de la mediocridad hollywoodense conceptos modernos como el empoderamiento, no podía dejarse el negocio y rescatar la franquicia. La encargada de semejante despropósito no es otra que la simpática actriz ahora devenida productora y directora Elizabeth Banks, quien además se reserva en su propia película un rol fundamental y presenta una renovada pero no por ello novedosa o creativa mirada sobre las famosas chicas de Charlie. Elenco nuevo, barre bien: la crepuscular Kristen Stewart y dos chicas más, Ella Balinska y Naomi Scott, quienes seguramente a partir de este disparate de acción, humor y griterío, cobren mayores salarios en esto de la “igualdad” tan imperante en Hollywood. Premisa sencilla donde todo gira en torno a un dispositivo que en manos de los malos hace daño y en manos de los buenos puede revolucionar el campo de la energía. El humor a partir del equívoco y alguna que otra torpeza de uno de los personajes que llega como convidada de piedra al festín de gadgets, ropa cara y glamour, despiertan alguna movilidad en el rictus. El resto apenas alcanza para el valor de una entrada en pantalla grande y con un suculento alimento para pasar el rato. Si no la digestión va a ser lenta y dolorosa.
El rescate de héroes Es notorio y a la vez esclarecedor que películas como Midway… expongan las limitaciones, antes que las virtudes, de directores como Roland Emmerich. También, que cualquier película de corte bélico como esta nueva lectura de aquella batalla naval y aérea que introdujo a la potencia de los Estados Unidos en la guerra necesita de un drama de carácter épico para funcionar. Y eso no llega a concretarse en ninguno de los personajes de esta película fallida, a pesar de contar con actores de talla como Aaron Eckhart, Woody Harrelson y Luke Evans dentro de un elenco gigante. No hay empatía posible con sus historias más que nada por la falla de guion y tal vez la riqueza se consolidaba en personajes secundarios como por ejemplo el de John Ford, mientras buscaba registrar para el cine esa batalla memorable, a sabiendas que podía perder la vida durante esa búsqueda temeraria del mejor plano. Pero era evidente que Roland Emmerich no iba a darle énfasis a esta subtrama y sí apelar a cuanto lugar común existe para reforzar la idea vetusta del héroe norteamericano aunque es justo decir sin el maniqueismo habitual contra el bando japonés. Simplemente decir que Midway… cuenta con un par de buenas secuencias de batallas con cierto esmero por parte del director de Día de la Independencia, es más que suficiente; que la dosis de adrenalina y emoción se cumplen a medias pero ese grado de ostentación y mega producción en cada encuadre y detrás del proyecto con sabor a Hollywood es sumamente dominante y por ello más que empalagoso.
Entre la responsabilidad y el peligro Así como en su opera prima Los globos (ver crítica), el director y actor Mariano González supo amalgamar las coordenadas de un guion sólido, austero en palabras pero lo suficientemente intenso para amoldarse a la atmósfera de angustia de un padre, en El cuidado de los otros lo consigue a partir de la irrupción de Sofía Gala Castiglione en otra de sus grandes actuaciones para cine. Queda en evidencia que saber dirigirla es el plus para que la propia actriz logre, con economía de recursos, transmitir mucho más que lo que la sobreactuación de otras actrices de su edad y no sólo argentinas demuestran en personajes como el que le toca en suerte. En su segundo opus, a fuerza de planos cerrados y medios, el director -que se reserva un papel secundario esta vez- explota la tensión de un descuido y más teniendo en cuenta que la protagonista es la niñera. Sofía Gala se pone en la piel de Luisa, quien además de trabajar en un taller con resina, en la confección de objetos frágiles, se gana unas changas como niñera. Tener al cuidado hijos ajenos es su principal espacio umbral entre la responsabilidad y el peligro latente de cualquier accidente doméstico. Eso no tardará en llegar y su derrotero comienza a generarle todo tipo de complicaciones y de esta manera empezar en una procesión interna para, por un lado cargar con la culpa y por otro, reconocer que el estado de bienestar es un anhelo de unos pocos. El trabajo de montaje para sostener la angustia y la posterior búsqueda estéril de redención es uno de los principales elementos que contribuyen a generar climas en la película de Mariano González, además de planteos que van por encima de las capas superficiales de una bajada de línea; de una idea romántica de lucha de clases y con el foco no distorsionado en el drama humano. Se trata de una película sobre descuidos y miedos primarios, esos que no se visibilizan pero que existen como esos vínculos invisibles.
Madre a toda costa
El tardío despertar Tras varios años lejos de la cámara, Paula Hernández vuelve al ruedo con este opus que tiene bastante tela para cortar y que rápidamente puede reflejarse en un tipo de cine y desechar todo tipo de comparación injusta. El sonambulismo del título llega en carácter alegórico más que literal, aunque una de las protagonistas de este relato coral sea sonámbula. Se trata en primer lugar de un “sonambulismo” compartido por herencia de la rama paterna y con una madre que procura despertar a todos en varios sentidos. El detonante de los conflictos, que llegan de manera pormenorizada a partir de la resolución de mini conflictos, se da en el seno de una familia venida a menos, con fuerte presencia matriarcal (Marilú Marini), que bajo el pretexto de una reunión para recibir un nuevo año en la casa de campo genera todos los condimentos para el estallido de secretos, celos, traiciones e incesante pase de facturas entre hermanos y la propia matriarca, viuda hace más de una década. El despertar sexual tiene rostro de mujer y nada menos que cuerpo desde la conducta errática de la adolescente (Ornela D’Elía), mientras sus padres (Érica Rivas y Luis Ziembrowski) no se ponen de acuerdo en cómo ayudarla más allá de sus crisis como pareja, rasgo evidente en el trato cotidiano. Sin embargo, el emergente de todo el conflicto es un primo venido de lejos. La consabida oveja negra de toda familia pero también la tentación de quebrantar cierta abulia en medio de la tranquilidad del campo. Ecos del cine de Lucrecia Martel, más precisamente de su película La ciénaga sobrevuelan el ambiente retorcido de este opus, pero rápidamente se disuelven cuando emerge una energía propia y personalidad que distinguen a la autora. Autora en doble sentido, tanto en la dirección con una cámara inquieta y primeros planos asfixiantes como en el guión de diálogos filosos, precisos y sumamente austeros para terminar redondeando una buena película sobre la hipocresía y los tardíos despertares de algunos personajes.
Alma viajera Desde los primeros minutos la idea de finitud dice presente en esta interesante opera prima, que cuenta con la dirección del chileno Felipe Ríos Fuentes y con la colaboración de guión del argentino Alejandro Fadel, porque no sólo el protagonista, Michelsen, recibe la noticia de retiro voluntario tras haber sido conductor de un camión de transportes de carga pesada por décadas sino porque desde el cuerpo y la gestualidad se advierte la incipiente enfermedad que lo acompañó en sus viajes solitarios por las rutas. También, lo acompañaron historias a los costados del camino, pesares a lo largo de cada viaje y la foto de su hija. Ella, Elena, no obstante, también tiene alma de viajera y pretende encontrar un lugar en el mundo, tal vez en Argentina pueda comenzar de cero y darle curso a su proyecto de boxeadora, aunque se le hace difícil aún en un deporte donde prevalece lo masculino. De su padre sabe poco y nada, incluso intenta no acordarse de ese “abandono” a temprana edad. Pero tal vez no sea tan lineal su historia y el tiempo diga otra cosa. Dejar entonces en manos de la ruta y de la posibilidad de que la alcancen al sur de Chile para participar de un combate es su meta más próxima y para ello otro camionero solidario será artífice de la reconstrucción de la imagen paterna antes que los caminos se crucen definitivamente en un doble viaje que para Michelsen no solamente significa el último sino la chance de descubrir otro espacio y rol cuando conoce a una joven (María Alché) que le muestra un nuevo mundo. La road movie se sirve en bandeja y El hombre del futuro se acomoda en ese viaje de carretera espiritual, sanador, pero sin el atajo de la redención o el chantaje emocional. Eso lo vuelve un film intenso, austero y poco pretencioso. Se habla lo justo y necesario; se siembra desde la puesta en escena toda la información que no se dice. Elementos que suman atributos a esta coproducción Chileno-Argentina, de estreno exclusivo en la Sala Leopoldo Lugones, que cuenta con las grandes actuaciones de José Soza, Antonia Giesen y una participación no menor de María Alché.
El techo de cristal Ser oportuno no es necesariamente pecar de oportunista. Y en ese sentido es justo decir que la película de Marco Tullio Giordana data del año pasado y que por esas cosas y azares de distribuidores llega a salas de cine en momentos de plena ebullición mediática desde varios sectores que pusieron el foco en la visibilidad del acoso laboral y mucho más en la industria cinematográfica y televisiva con pie en la tierra del tío Sam. El Me Too, encuentra relfejos también en Italia y en las actrices como la protagonista de esta historia, Cristiana Capotondi. La película prácticamente es ella y su lucha nada silenciosa cuando decide romper el silencio. Tal vez transparentar ese techo de cristal de la desigualdad en el ámbito laboral es uno de los ejes invisibles que atraviesan El valor de una mujer. El otro, expresamente literal es el acoso laboral y la indefensión total de una empleada que además de cargar con ese peso de violencia debe soportar el desprecio y falta de solidaridad de otras mujeres. La sororidad que no acompaña su reclamo judicial encuentra por fortuna la voz de una abogada que decide ir hasta las últimas consecuencias y desde esa gesta en tribunales cuando la película adopta todos los andariveles de una trama judicial laboral las dotes actorales de Capotondi se comen la pantalla. Mérito de Tullio Giordana y su despojo y distancia para meter la cámara en ese proceso de transformación en el que la hipocresía de muchos y el silencio de instituciones de reputación como la Iglesia Católica encuentran su mayor revés por el círculo de silencio y protección aún vigente ante casos de abuso de poder. No obstante, el nuevo opus de Tullio Giordana se inscribe dentro de un pool de películas de empoderamiento que con el correr de los minutos de metraje se acomoda, no sorprende pero tampoco deja hilo por zurcir.