La verdad os hará libres Luego de cinco años de ausencia, el genio de Roman Polanski regresa al panorama cinematográfico (en buena hora) con un thriller político lleno de rigor y calidad. Con su característica forma de presentar el argumento, sus deliciosas composiciones visuales y un estilo narrativo que remite principalmente al clásico Rosemary's Baby (1968), The ghost writer, luego de un paso exitoso y muy bien recibido en el Festival de Berlín (que le mereció el Oso de Plata a la Mejor Dirección y la nominación al Oso de Oro), se apunta entre lo mejor de este onanista 2010 del cine. Primero que nada, apuntar que las traducciones -en un por lo menos rescatable y vindicable intento de respeto al título original- son, para variar, desacertadas. En Latinoamérica arriba a las salas con el nombre de El escritor oculto, y en España sólo El escritor. ¿Qué pasa con estas traducciones? El título The ghost writer no sólo hace referencia al arduo trabajo que realiza el personaje encarnado excelentemente por Ewan McGregor (y pensar que hace unas semanas alabábamos su papel gay en I love you Phillip Morris, qué grande este tipo), sino que abre una variedad de caminos interesantísimos respecto a la psiquis del escritor protagonista, la trama y el sentido que le quiso dotar Polanski al contexto que rodea a la acción, siempre vista desde la perspectiva del personaje principal, como ya nos tiene acostumbrados en sus thrillers el autor de Le locataire (1976) y The pianist (2002), entre otros. La traducción literal, entonces, sería El escritor fantasma. Muchos dirán que este es un dato menor, pero realmente se lamenta la forma en la que ciertos remates se diluyen por culpa de una mala traducción, tal y como pasa en las escenas en las que al anónimo personaje de McGregor le toca presentarse como "the ghost --el fantasma--" (por lo menos en Argentina en esos momentos el subtítulo reza "el escritor"... ¿ven que tiene otra esencia?). Pero principalmente el error que le achacaremos a la distribución subtitulada (no queremos ni imaginar lo que sucede en el caso de los cómodos y despreciables doblajes) es ése. ¿Por qué? "The ghost writer" es como se le dice en los países angloparlantes al escritor profesional cuya labor es entrevistarse con una personalidad para reconstruir, en este caso, sus memorias, para luego elaborarlas desde el anonimato; el autor que firma la obra es el personaje de renombre, y no el verdadero. En otros países el término es "el escritor oculto", de ahí la -mala- traducción: se tradujo la labor, no la intencionalidad de los realizadores. En este caso el término o el adjetivo "fantasma" es un paralelismo, desde la perspectiva de este servidor, de la esclavitud a la que Polanski y Robert Harris -autor de la obra- someten al protagonista. Un elemento característico que los que tengan la fortuna de toparse con este film podrán notar es el de la constante agresión a "El Fantasma" (como de aquí en adelante llamaremos al protagonista). Hay fácilmente seis o siete escenas en que el personaje principal se ve en una situación de incomodidad o de aversión por parte del contexto inmediato. Desde una simple ofensa verbal como el "basura" escupido por un residente del pueblo en el que debe acompañar a su cliente, el ex-Primer Ministro Adam Lang (muy buena la actuación de Brosnan), hasta las constantes e incesantes situaciones en las que El Fantasma se siente o se encuentra perseguido, ya sea de manera palpable como las propias mentiras u ocultamientos de la verdad. Nadie lo trata bien, ni siquiera la esposa de Adam Lang, Ruth Lang (también excelente en su papel Olivia Williams) en una escena puntual que además de curiosa resulta histérica pero efectivísima (remite otra vez a Rosemary's Baby, ya notarán por qué al verla). Nadie entiende ni pretende entender a El Fantasma, ni siquiera el ministro Richard Rycart (Robert Pugh), que sólo busca el interés de su propia misión política. En definitiva, El Fantasma se ve expuesto -y lo cual se pierde desde la asimilación inicial que es el título mal traducido- a una esclavitud que se simboliza en lo fantasmal, lo deambulante, lo casi mágico, que es representado de manera muy irónica en la resolución del misterio. La película está teñida de muchísima calidad técnica, con una fotografía espectacular (con un papel preponderante de la iluminación), dirección magestuosa (¡que viva el cine de profundidad de campo exagerada!) y montaje excelente (el glorioso comienzo de la película, más que entendible y aplaudible, con esa secuencia en montaje paralelo mostrándonos el punto de partida, como filtrándonos información), una banda sonora magnífica y un trabajo actoral muy destacable. El guión apela a recursos narrativos muy acertados, que van intercalando formas en el estilo del relato que además de darle fluidez van refrescando la historia y nos mantiene en vilo sin importar las más de dos horas del metraje. Dicho todo esto, queda concluir que The ghost writer no sólo es un thriller bien llevado, sino que es un camino hacia la libertad por parte de un protagonista oprimido e ignorado, privado de la identidad, exigido a condiciones laborales hasta si se quiere peligrosas, y reducido a la aceptación de jerarquías impiadosas, mentirosas y violentas. Todo, con un único atajo definitivo que para muchos puede ser obvio o predecible, pero no es más que una genialidad del realizador para liberar a su esclavo. "La verdad os hará libres," nos dice la data del borrador paseando por las calles inglesas luego de que el ocurrente (y bendito) fuera de foco nos induzca al final del recorrido del protagonista, y a un sinfín de posibilidades que quedarán en la retina y la memoria pensante del espectador.
Hood-Men: Orígenes Siendo la cinta de apertura en el Festival de Cannes, nos llega Robin Hood, film dirigido de manera excelente por Ridley Scott, quien retoma la temática histórica que tanto éxito le trajo en otras obras como Gladiator (2000), nuevamente con la cara de Russell Crowe, y contando la historia que dio pie a la leyenda del afamado ladrón de los ricos y defensor de los pobres. Con la ya agotada premisa de las aventuras del arquero, Scott y sus guionistas decidieron acertadamente centrarse en los hechos que formaron la personalidad de Robin Longstride, que luego se convertiría en quien todos conococemos. Para ello, infaltable, recurrieron a secuencias de guerra épica, muchos extras colisionando entre sí en varios actos clicheados sucedidos, gritos de hombría, Crowe poniendo cara de malo, y espectaculares secuencias de acción que además agregan como nuevo condimento esos ralentis en primerísimo primer plano detalle en, por ejemplo, el desenlace o aquellos momentos en los que Hood hace gala de sus dotes con el arco y la flecha. El guión, para qué dar vueltas, es pésimo. Los diálogos son toscos, no llevan a nada, y, al igual que la trama en general, no tienen un eje narrativo del que prenderse para seguir rumbo. De hecho, el impás generacional que sufre la cinta a partir del encuentro entre Crowe y una también tristemente desaprovechada Cate Blanchett, es fiel muestra de ello, llegando a generar reacomodamientos en la butaca e incluso bostezos. Uno anhela que la cámara se quede un rato más con las travesuras del personaje de Crowe, cuando éste da indicios de sus hazañas que luego lo inmortalizarían, como la escena del asalto en la madrugada o la incursión en la emboscada. El problema con este tipo de cintas es que, cuando la acción se da un break, los discursos pasan a tomar un protagonismo que no merecen, y más cuando se denota una falta grave de ingenio en los remates de las conversaciones. Señoras y señores, el Robin Hood de Scott y sus amigos es un demagogo. No hay con qué defender esos discursos diplomáticos con el Rey, ni las arengas, ni mucho menos la charlas entre los dos tortolitos (lo más predecible y aburrido del film)... todo es tan empalagoso que uno pide a gritos que vuelvan esas hermosas tomas aéreas o los travellings en las secuencias de acción. La película está muy bien fotografiada. Hay mucho provecho sacado de las ambientaciones y los paisajes, así como también se percibe un buen uso de los colores a la hora de, por ejemplo, elegir el vestuario. En lo artístico, la cinta se lleva todo el mérito; en lo técnico, Scott hace un muy buen trabajo; el guión, ya lo saben. Típico film histórico. Si busca buenas escenas de acción, adrenalina, o alguna historia con la cual pasar de largo 140 minutos de su vida, quizás esta sea la elección correcta. Si busca ir más allá de eso, es decir, buenas actuaciones, un guión creíble, y una mirada no tan trastocada por la subestimación al público tan característica de la industria hollywoodense, búsquese otra. Acá no hay demasiado para ver. O por lo menos algo que aún no se haya visto.
La intimidad del infierno Resulta curiosa la relación que se terminó gestando entre director y actriz, más allá de que fuera del set estos lleven una vida matrimonial casi normal. Es que Pablo Trapero volvió a elegir a Martina Gusman para un protagónico, como lo hizo en Leonera (2008), sólo que ésta vez la puso al lado de un peso pesado (campeón incontables veces) como Ricardo Darín. ¿Y la fórmula funciona? Oh, sí. La historia que nos deja perplejos en Carancho (2010) es impresionante. Todo el entramado de corrupciones y mentiras que envuelven el negocio de las aseguradoras en un país cada día más oscuro hacen que todo el amorío sexual entre la enfermera y el abogado esté en un puesto muy relegado, aunque no dejan de ser interesantes esas miradas que Sosa (Darín) logra sacarle a la introvertida Luján (Gusman) entre tanta desesperación laboral. Pero lo curioso no es este trío laboral tan fructífero. No, lo curioso es que una nueva historia de "qué-país-de-mierda-es-éste-en-el-que-vivimos" funcione tan a la perfección gracias a una dirección majestuosa por parte del innovador e intrépido Trapero, que hace de su cámara un protagonista más (mejor dicho, nos hace con su cámara un protagonista más) para seguir bien bien de cerca este infierno por el que transcurren diariamente los dos personajes principales de esta espectacular obra. La parquedad del relato, los primeros planos a Gusman y Sosa (durante una secuencia de acción hasta una escena "íntima"), los efectos especiales, el maquillaje, la poca musicalización (gran acierto) y una sorpresivamente buena fotografía hacen de Carancho una película más que recomendable, ya apuntada como lo mejor que ha dado la cartelera del 2010. Crudeza, realismo, violencia, amor, tensión, suspenso, drama, sangre, desnudos, ¡disparos!, y un ritmo inalterable desde las actuaciones hasta el guión -algo tan propio de Trapero- no nos pueden dejar indiferentes. Lo que vale toda la entrada, literal y figurativamente, es el plano secuencia final... estremecedor. Ni la mejor película de terror en mucho tiempo me hizo saltar como salté en el desenlace de la acción definitiva, un poquito 'hollywoodizada', pero aceptable. Nuevamente, también, se agradece la obviedad en las elipsis, ya que si hay algo que uno aprende al ver el "nuevo cine argentino" es que resulta ser que había una vez un cine que con la imágen nos hacía entender lo que más de mil palabras nos pueden explicar. Nuevamente, gracias Trapero.
Armando la vida Una costumbre tan atractiva como lo es armar rompecabezas no dejó a nadie indiferente alguna vez en la vida. Tal es el caso de María del Carmen (genial, María Onetto), quien desarrolla un extraño hobbie con este juego y logra hacer un dúo con Roberto (también muy bien, Arturo Goetz), lo cual -contra todos los pronósticos- cambiará su vida, más allá de su marido (otro que lo hace bien, Gabriel Goity), sus hijos y su rol como ama de casa. Vale la pena reconstruir una especie de storyline para esta peli porque no todos lograron dar con ella, y realmente hay que ver este mapa de costumbres porteñas, tan de barrio, que se entrecruzan con los poco habituales rincones de una ciudad que se descubre así misma sólo porque, como dijo Le Corbusier en su venida, "le dan la espalda" a su espejo mayor, el Río de la Plata. Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff que fue recibida cálidamente en Berlinale, es un relato costumbrista, con paisajes de ciudad intimistas y una construcción de los personajes que hacen a uno recordar que todavía existe el cine de las cuatro paredes, ese cine concebido de la experiencia del teatro que Woody Allen reivindica con su fría pero genial reciente filmografía. La cámara en mano de Smirnoff con los planos cortos, y esa fotografía tan cuidada, hacen que uno se sienta parte de una historia que se abre camino paulatinamente mientras marca un ritmo parsimonioso y bello, que se contrasta con la familia tan ruidosa que se presenta en la gloriosa introducción con la fiesta de cumpleaños. Así también lo vive la protagonista, que un día se encuentra armando su vida (todo un símbolo obvio pero acertado por parte de la realizadora) y dándose cuenta que el amor está hecho en piezas y la enseñanza familiar se costruye también desde afuera y no sólo con lo que se mama en el hogar. Los mails, los celulares, estos medios se intentan colar en una historia casi figurativa y anacrónica, que de no ser por estos indicios estaría estancada en circunstancias de tiempo y espacio bastante ambiguas, y por ende confusas. Pero no, Smirnoff introduce estos detalles también en situaciones de crisis matrimonial, haciendo referencia a la globalización y las costumbres con unos contrastes admirablemente concebidos. El ritmo puede que sea aletargado, lo cual alejará a algunos, pero no por eso hay que ignorar una cinta que se vale por una mirada muy "de acá". Ahora, otra cuestión es lo llamativo que resulta el tratamiento tan femenino del film. Rompecabezas es eso, un film femenino. De hecho, el 70% del equipo de trabajo está conformado por mujeres, lo cual reafirma esto que apuntamos. Si bien tendrá sus ratos de decaimiento en la trama, y puede que una vez más nuestro cine muestre señales de que no se dejará de aferrar nunca al costumbrismo, Rompecabezas es una película que no hay que dejar de ver por su tratamiento estético, su mirada y su reflexión final, cuando la vida se muestra como un círculo que siempre busca cerrarse, nos guste o no.
Propaganda de acero Comienza la película y lo primero que escuchamos es la declaración polémica del excéntrico Tony Starks en la secuencia final de Iron Man (2008). Luego tenemos a Mickey Rourke llorando en ruso la muerte de su padre y comenzando un plan para vengar al tipo que apareció haciendo demagogia paramilitar en la tv. Siguiente escena, secuencia de caída libre en la noche junto a nuestro superhéroe con la música de AC/DC de fondo. ¿Cuánto más cool puede ser Iron Man 2? Con esa introducción te compra y te deja sentado en la butaca hasta el último tramo de los créditos (porque uno sabe que si hay algo que Pirates of Caribbean nos enseñó es que, para entender la secuela hay que prestar atención a lo que sucede después de los créditos finales). Pero no, el ritmo decae. Jon Favreau, por muy bien que le quede el papel de choffer todo-terreno que encima sabe pelear contra guardias re malos, vuelve a caer en la tónica del "bla bla bla + un par de secuencias de acción que despilfarre CGI = público contento" para repetir la fórmula que a muchos les agradó (servidor no se incluye) en la primera entrega de ésta, que parece ser una serie televisiva con presupuesto cinematográfico, sin contar el reparto de lujo ya tirando a Dream Team que tiene. El guión no es malo. El problema es que tantos personajes nuevos, tantas subtramas, tanto rollo matrimonial entre Robert Downey Jr. y Gwynett Paltrow, y tan poca acción a la Marvel, hacen de la película una desilusión total. Seamos honestos queridos lectores, ¿qué quieren ir a ver a la sala cuando eligen pagar por ver Iron Man 2? 1) Acción, buenos efectos visuales, y apartado técnico que avale y haga creíble eso que uno quiere ver. 2) Cómo la historia va tomando tintes de serie con el único fin de que todos después queramos ir a ver Thor (2011), Captain America: the First Avenger (2011), Nick Fury (2012), The Avengers (2012), y toda la línea de la saga Marvel Comics, para después decir "wow, que bien que engancharon las tramas". 3) Un puñado de buenos actores haciendo lo que saben hacer, o, como en el caso de Samuel Jackson o Sam Rockwell (excelente en su papel), viendo qué tanto le pueden aportar con su talento a una historia que si no fuera por el reparto y la maquinaria propagandística sería una porquería total. Estas tres opciones encontrarán en Iron Man 2, pero sólo ustedes podrán determinar qué tan satisfecchos les dejó la propuesta una vez se decanten por una de las tres. Yo fui en busca de la Opción 1, más el repunte luego de una primera entrega que me aburrió bastante, y me encontré con una secuela que -para variar- es peor que la anterior y que sólo está como trampolín para otras películas, incluyendo obviamente Iron Man 3. Ni vamos a mencionar toda esa filosofía barata de que Starks quiere el mundo en paz, o como el dice "privatizar la paz mundial", ni de lo caricaturizado que está el ejército y el Senado estadounidenses (ok, todos coincidimos en que son unos payasos, pero tampoco mostrarlos así en la pantalla) para el lucimiento de "los buenos", ni de lo buena que está con el traje negro Scarlett Johansson (más radiante que Jessica Alba en Fantastic Four), ni de que a esta altura Downey Jr. ya se merece una terna para él sólo en las entregas de premio por la calidad histriónica con la que salva sus papeles dentro de cintas desdeñables (la escena de la fiesta, la borrachera, lo consagran como el actor más versátil del mundo en la actualidad). No, ese no es el mundo que vivimos día a día. Iron Man es un cómic, y la película le rinde pleitesía. Punto final. No buscar nada más porque todos los elementos externos son pura campaña marketinera. Perdón Favreau, pero ¿te das cuenta que no me trago ni un pelín tu película a pesar de que me encanta el apartado técnico?
El hijo pródigo Cuando una película lejana a las fronteras estadounidenses comienza a tener un ritmo similar a los productos salidos de la que alguna vez fue la cuna del cine, o intenta recrear los ambientes y recursos que consagraron a Hollywood como el epicentro del séptimo arte, no puede quedarse asi nomás sin ser advertido con un llamado de atención. Ahora, cuando lo hace con categoría, como pasa en Un prophète, se acepta. Digan lo que digan algunos críticos académicos, esta película no tiene un guión perfecto. Y digan lo que digan, no es la gran obra maestra que tanto auguraron. De hecho, el protagonista no demuestra en ningún momento ser ese tal "profeta" del que se jacta la cartelera. Entonces, ¿qué agrada, qué compra, qué impacta de esta cinta dirigida de manera pulcra por Jacques Audiard? Casi todo. Suena contradictorio, pero precisamente ese es el único gran defecto de esta cinta francesa tan galardonada alrededor del mundo. Todo empieza bien, con un jóven de 19 años que empieza a cumplir una condena de 6 años en un hotel cinco estrellas... quiero decir, en la cárcel de París. Hasta ahí venimos bien. Luego de una hora de película, donde se destaca la memorable e impactante escena de la prueba de valentía por la que pasa Malik El Djebena (muy buena actuación de Tahar Rahim) para entrar al círculo de los intocables del patio del spa carcelario, todo comienza a trastabillar con un guión que quiere abarcar más de lo que puede y una dirección que intenta hacer un collage de recursos que le expliquen de la forma más explícita posible a un subestimado espectador que tendrá que soportar el nombramiento de cada personaje supuestamente relevante en la historia, así como una banda sonora erráticamente americanizada y un montaje no muy acertado. Más allá de eso, el film se aprecia con sutileza y buen gusto, como el cine francés siempre nos acostumbra, sobre todo en su año salvataje, como lo fue el 2009. Este mal calificado drama carcelario (es difícil asignarle un género), se disfruta por su tenacidad, su grado de realismo, su crudeza y su ritmo intenso, que hacen que las interminables dos horas y media de metraje justamente no sean interminables, sino más bien llevaderas. El que se tome tan en serio a la película como ella misma lo hace, va a poder negociar con el reparto bilingüe, la fotografía tan artística entre tanta desprolijidad decorativa y la variedad de situaciones por las que pasa el protagonista, que hacia la mitad de la cinta se va transformando de una manera sorprendente, digna de resaltar. Dos cosas para tener en cuenta: una, la crítica al sistema penitenciario europeo (a esta altura, vamos a generalizar, para no quitarle mérito a otra grande del género, como lo es Celda 211), bien explícita y mordaz en su contenido icónico-metafórico; otra, la importancia de la educación expuesta por los guionistas, Audiard y Thomas Bidegain, que dejan grabado a fuego el mensaje valiosísimo sobre el peso de un delincuente con título sobre uno criado en la calle. Por esto último, el eje de la historia roza la discriminación y la segregación, ya que hace demasiado incapié en las diferencias idiomáticas de las que se valen los personajes para marcar el territorio. Por suerte no llegan tan lejos, pero están cerca. Párrafo aparte se merece en su actuación Niels Arestrup, quien se encarga de personificar al malo malísimo César Luciani, uno de los mejores villanos de los últimos años. La ambigüedad moral del personaje desdibuja un poco el rol que juega en la trama, pero su peso radica en las miradas, las órdenes que da y los movimientos con los que marca el tempo del metraje. Rahim, si bien está muy bien en su papel, queda como un mero aprendíz de actor al lado del peso pesado de Arestrup, tanto en la actuación como en el desarrollo de los personajes en la ficción. Si están dispuestos a sentarse por dos horas y medias a ver como un delincuentón casi analfabeto se convierte en el hijo pródigo de la mafia francesa (o por lo menos lo intenta, a su manera), les recomiendo esta película. El que respeta demasiado obras como Remanzo criminale, Scarface o The Godfather, también la recomiendo pero están advertidos.
Los colores del ocaso No vamos a hacer hincapié en la transición del prestigioso diseñador de moda, Tom Ford, a director de cine, pero sí vamos a consignar lo desilusionante que fue para este servidor el toparse con una de las grandes cuentas pendientes del 2009. Ok, fallamos en obviar esta película en la selección oficial de lo mejor del año pasado, pero tampoco le erramos tan feo. Quizás su excelente fotografía (que aún así no está a la altura de otras que valoramos desde aquí) merecía una mención aparte, o la monumental caracterización de Colin Firth. Pero el guión y la película en sí -un dramón tedioso sobre las últimas horas de vida de un hombre que se autorecluye de la sociedad por ser un viudo homosexual (¿?)- deja muchísimo que desear a la hora de poner en la balanza lo que nos deja esta obra. Para empezar, nos quedamos en la injusta pero (por qué no) importante valoración del diseño: encontramos un apartado técnico excelente, pulcro, ubicado y bien trabajado en cuanto a la ambientación (al parecer, la historia se centra en los '60), un diseño de vestuario muy bueno, musicalización bellísima y, lo mejor, la fotografía. Ésta última merece un punto aparte, ya que el trabajo psicológico que encabezó Eduard Grau no se puede dejar pasar por esa curiosa forma de transmitirnos las emociones de George (Fith) cuando éste recurre al lagrimón o al flashback explícito. O cuando recibe una bofetada abstracta de su amiga (llamativa participación de Julianne Moore, pero que dejó indiferentes a muchos), en la única escena rescatable de la película, en la cual el protagonista se reúne con su compañera/amante/exnovia para eructar todas las emociones y reacciones de su ser. La construcción de los personajes desborda lo obvio. La pareja difunta, que provoca que seamos participes del duelo eterno, el chiquilín drogón que quiere ser como el referente de sus ideales, la amiga que quiere "convertir" a su amigo, los padres ausentes, y esa importante aparición de un tal Carlos, un hispano que -a pesar de estar bien actuado- embrutece aún más la estética de un tema desaprovechado por Ford en una escena que tiene como único elemento querible los colores del cielo moribundo (paralelismo con el personaje principal). El resto, frases hechas, y mucho drama con violines... A single man (2009) puede ser una propuesta amada u odiada. Acá no hay términos medios. Y disculpen lo categórico que puede ser este artículo, pero la opción dos es la que más se adecua para definir a una cinta que se la pasa más intentando ponerle el color ideal a una historia acartonada, tediosa y melodramática, que aprovechar la profundidad que logra concebir un reparto que se tomó más en serio de lo debido este luto de no más de una hora y media.
Viajando sin rumbo (en cuanto a la película) Cuesta creer que, con semejante reparto, este film como mucho te arranque a duras penas tres o cuatro risotadas forzadas. Lamentablemente, esta es una de las propuestas que más me atraía (no tengo explicación racional o fundamentada para explicar el porqué) en el 2009, y terminó diluyéndose en una pochoclera que se alquila un sábado a la noche en el que nadie te invita ni siquiera para juntarse a comer una picadita. Repasemos los nombres, todos oscarizables más uno más que pronto protagonizará el nuevo opus de nada menos que Roman Polanski: Ewan McGregor, George Clooney, Kevin Spacey y Jeff Bridges. Un super dream team que aporta comicidad sólo por el hecho de ver las pavadas que hacen en pantalla sabiendo que cada uno se luce o se lució con algún papel memorable en su carrera en productos de más dramatismos, como American Beauty en el caso de Spacey, que hace un aporte lamentable, o el reciente boom de Up in the air con Clooney a la cabeza (otro que da un poquito de verguenza ajena en su papel), y el que se lleva los laureles del rubor, Bridges -con el Oscar por Crazy Heart prácticamente en sus manos. McGregor nos tiene acostumbrados a derroches de actuación (lo más atrevido que hizo fue la escena de la inmolación en Angels and Demons), pero ¿el resto? No vamos a negar que uno logra regalarle una sonrisa a secuencias como las del LCD en los huevos y el agua, o los intentos fallidos por cruzar la carretera hacia Iraq estelarizados por Clooney gurú y McGregor devenido en aprendiz de la secta paranormal, pero por momentos uno se siente un tanto burlado por el guión paupérrimo de esta parodia de films dramático-bélicos como The hurt locker (la escena en la gasolinera o la venta de rehénes es un ejemplo de esta suposición). El film termina resumiendo un concierto de clicheados personajes, envueltos en una trama súper delirante pero que por lo menos no abusa en el metraje. El ritmo de la historia es parsimonioso y no llega a un clímax palpable en ningún momento. De hecho, el desenlace de la trama es una fantochada tremenda. Típica comedia que Hollywood entrega año tras año, subestimando al espectador, otorgándole diversas vanalidades pensando que algún decerebrado se va a desternillar de la risa. Lo peor de todo es lo desperdiciado que está el reparto, que aún así se defiende, obviamente. Una propuesta revestida de tanto target que termina siendo un blockbuster bien simplón no puede saber a otra cosa más que a amargura y decepción.
A los jóvenes de ayer... "Miralos, miralos, están tramando algo / Pícaros, pícaros, quizás pretenden el poder", cantaba Charly García con Serú Girán allá por los confines de los '80. Esa frase se me vino a la cabeza al ver al grupito de niños de Michael Haneke observar por la ventana, o caminar en grupo rumbo a la casa de la hija del accidentado doctor. Hipotéticamente, según la tesis quirúrgica del director austríaco, fueron los que después, tambien con una cinta blanca -aunque teñidas de svásticas y estrellas de David-, plagaron al mundo con la maldad que germinó en las tinieblas del seno familiar corrupto de la Alemania pre-Gran Guerra. Haber trasladado esa idea, a modo de fábula, a una simple aldea con un par de personajes significativos no estuvo nada mal, porque logró concebir un filme extraordinariamente reflexivo y perturbador, aunque al final uno se quede con la sensación de que se podía ser un poco más responsable con el mensaje final y no quedarse simplemente con el "esto fue así; si les gusta bien, y sino también". Nadie, y muchos menos yo, puede negar el inmenso talento de Haneke. De hecho, el apartado técnico es lo más exquisito de esta película, destacando esos fuera de foco tan tenebrosos, que esconden -al igual que sus personajes- los secretos de los actos que cometen en la oscuridad, mientras sus niños los repiten (y perfeccionan) a plena luz del día, y sus resplandecientes cintas blancas los justifican y protegen dentro de todo ese marco de absurda religiosidad excesiva y obsesiva de la época. La fotografía de Christian Berger es sensacional, atractiva y reveladora, así como asfixiante y compañera de la punzante y tenaz dirección del que también escribió la obra. El blanco y negro abala todo un abanico de posibilidades sugerentes para con la época, lo que le da otro toque maestro a una ambientación impecable, imposible de llevar al color. Simplemente, estamos ante una exposición fotográfica que ilustra como radiografía el corazón de una historia fuerte y reflexiva, aunque demasiado soberbia y permisiva, con un metraje tedioso y segregador de ideas. Tenemos por un lado la trama central, y por otro la composición de los personajes, dos cosas que van en paralelo y casi nunca llegan a cruzarse para definir del todo el concepto general, ya que, insisto, me quedé con las ganas de ver una propuesta más comprometida desde lo ideológico, algo que ahora sí le celebro a Quentin Tarantino, por muy idiota que haya sido su mensaje en Inglorious Basterds. Igual, no me malinterpreten, no estoy comparando las películas. Nada más lejano a mis intenciones. Simplemente mencioné el otro filme como para ejemplificar lo que sentí cuando la escena final comenzó a quedar a oscuras, y Das Weisse Band llegaba a su fin. Comparto la idea que leí en varias críticas: a la película le sobra esa voz en off. De por sí, el personaje del profesor es bastante desubicado, ya que queda atrapado dentro del salvajismo humano (y por lo tanto, político) que se regodea durante cada fotograma. De todos modos, he de mencionar que el reparto no tiene nada reprochable, sino al contrario, es muy bueno. Rescato la conversación sobre la muerte, de lo más grandioso que he visto en muchos meses en cuanto a guión; simple, directo y conciso. Finalmente, estamos ante una película imperdible, de lo mejor del año y muy merecedora de los reconocimientos que tuvo (como la Palma de Oro o el Golden Globe) y tendrá (si no gana el Oscar será sólo porque la Academia no quiere que alguien de afuera les diga lo que tienen que pensar). Y eso hace Haneke en esta gran obra de arte: obliga a pensar. Y eso se agradece con creces. Sólo nos queda pensar lo que hubiese estado en nuestras manos de haber formado parte de esa historia, aunque en retrospectiva lo seamos. Porque hubo un tipo que nos trasladó hasta allí y, durante casi dos horas y media, nos hizo vivir en carne viva la cosecha de una siembra siniestra y malévola. Una cosecha que a todos nos hubiese encantado destrozar como el muchacho lo hace durante la celebración del pueblo.
Dilema entre tecnicismo y cinefilia Tecnicista: En el momento en el que uno se pone los anteojos, Clash of the Titans nos entrega unos excelentes encuadres en profundidad y uno se siente realmente en el lugar de los hechos y en la época, más allá de la típica deformación del lenguaje proveniente de los angloparlantes. Cinéfilo: Esta es una de las peores películas que el cine hollywoodense ha dado. Me imagino que verla en 35 mm debe ser lo más aburrido de bancarse este bodriazo profanador de aquel gran film llamado Clash of the Titans (1981), que tampoco es que haya sido tan bueno que digamos. Tecnicista: Después de The incredible Hulk (2008) y el comienzo de la saga Transporter, con The transporter (2002) y Transporter 2 (2005), con esta película Louis Leterrier demuestra que tiene mucha mano para las cintas de acción. Clash of the Titans tiene el ritmo adecuado para transmitir las secuencias, y no abusa de un metraje que de ser un poco más largo -como acostumbran estas propuestas- caería en lo típico. Cinéfilo: Puede que esté bien dirigida pero... ¿y el resto? Pésimas actuaciones, un guión deplorable, trama sin sentido, y encima todo parece hecho con decorados de cartón. Tecnicista: Efectos especiales muy buenos. Se destaca la composición del Kraken y Medusa, además de las escenografías oscuras, denostando un buen trabajo fotográfico. La mejor escena, en el Inframundo. Cinéfilo: Intenta apoyarse en subtramas, pero termina siendo una sucesión de hechos sin rumbo que no tienen ni pies ni cabezas. Eso, a tener que soportar el estereotipado papel de Sam Worthington y la contienda sin contienda entre Zeus (pésimo trabajo de Liam Neeson) y Hades (Voldemort con pelo y joroba, otro mal trabajo de Ralph Fiennes), hace que den más ganas de levantarse de la butaca e irse. Tecnicista: El final es malo. El comienzo también. Pero el transcurso levanta vuelo gracias a todo ese despliegue visual que hace de esta película una más de la trova que viene a resignificar al cine como lo conocíamos hasta hace unos años, en eso que algunos ya denominan "post-cine". Cinéfilo: Horrible película, pero no porque sea de horror (no lo es), sino porque es pésima. Ni siquiera las secuencias de violencia levantan vuelo. Nada sobrepasa el límite de lo políticamente correcto. Es un ATP bien basura. Tecnicista: Del 1 al 10, la recomiendo con un 8. Cinéfilo: Del uno al d... bah, ni siquiera se merece mencionar el diez ante este esperpento. Un 1. Conclusión de Pablo Martínez (en el papel del tecnicista y el cinéfilo): A los que les agradaron los blockbusters como 2012 o Avatar, ésta es una propuesta que les puede interesar. Leterrier hace un gran trabajo junto a su equipo técnico, pero si se intenta buscar demasiado (o más de lo que se esperaba) de este film, al igual que yo, terminarán muy, muy desilusionados. Quizás sea por la premisa de la que parte la historia, pero ningún personaje se presta a la representación por parte del espectador, quizás porque todo está demasiado clicheado. El final de la película es un trámite rumbo a la salida de la sala o la búsqueda del control remoto para presionar el Stop. Obviamente en 3D se la aprecia mucho más, así que no es recomendable, porque no pasa de lo visual.