¡Old School, Baby! Sylvester Stallone vuelve a ponerse detrás de cámara después de sus dos estocadas finales a las sagas Rocky y Rambo, esta vez para hacer una gran fiesta de tiros, piñas, patadas, cuchillazos y mucha nostalgia. The expendables (2010) se presenta divertida, entretenida y bien sencilla, aún cuando el guión es más simple que sencillo, obviamente. Pero tratándose de una propuesta en la que lo único importante es ver explosiones y la forma en que los buenos no tan buenos vencen a los malos malísimos, se permite. Es que la propuesta no era para menos. Stallone invitó a todos sus camaradas de la acción que prendió fuego el celuloide de los '70 hasta la actualidad para componer una película muy buena, sin importar ciertos matices. Y esos matices (empecemos por lo malo así después sólo le lanzamos laureles a la peli) son nada más que algunas decisiones reprochables por parte de los realizadores en cuanto a la construcción del eje narrativo (who cares!?), como por ejemplo esa Isla-Nación mitad brasuca mitad boricua cuyos habitantes son interpretados por actores que ¡tan luego no acostumbran hablar español!. Tal es el caso de David Zayas, un puertoriqueño que de la cuna se fue al Bronx neoyorkino, y de la preciosa Giselle Itié, brasilera de origen mexicano; todos hablando un español casi ininteligible. El resto ya pasa por el nivel de aceptación y la cuota de credibilidad que el espectador le permita a la cinta, aunque vale aclarar que casi no hay secuencia que desprenda un "¡Pss, imposible! o un "¡¡Naa, pará un poco Stallone!!, lo cual es digno de remarcar y, por qué no, agradecer en estos casos. Ahora sí, yendo a lo concreto: qué buena peli. Toda la acción bien al estilo ochentoso, ese equilibrio entre el cine de acción guerrero y el de los karatecas locos, las líneas de diálogo bien a la Rambo pero también cómicas. Un compendio del cine bueno de acción, de la mano de un reparto que además de gozar de una química increíble hace todo súper verosímil. ¡Súper, súper! Bueno, no tan súper, pero bastante súper... Y con esto nos referimos a las peleas y las escenas de combate armamentístico, que si bien son demasiado "boom" no dejan de tener una cuota alucinante de poderío visual y sonoro (tal vez la mejor edición de sonido del año, sin exagerar). El dúo Statham-Stallone quizás se vuelva antológico, quizás no, pero sí funciona a toda marcha con esas conversaciones hilarantes que nos hacen creer que son amigos de toda la vida y que, principalmente, nos hacen olvidar que el pelado de The Transporter nació dos años después de que Stallone empezara su carrera actoral. Son dos generaciones uniéndose para el deleite de la afición de piromaníacos que disfrutó también con todas las películas protagonizadas por los que aquí el director se da el lujo de poner como mero relleno, aunque también con cada uno teniendo su minuto de gloria. Y por esto entiéndase a Terry Crews y la mejor arma que se recuerde en el cine de los últimos años; Randy Couture y sus planteos psicológicos (y el encargo especial en una de las peleítas, pero no vamos a hacer spoiler); Steve Austin haciendo del típico grandote invencible; Jet Li y su talento de siempre más un plus en su forma de ser que permite la sorpresa; y un Mickey Rourke que vuelve a demostrar que probablemente está en el mejor momento de su carrera y que definitivamente es el fénix de Hollywood. Los hombres, ellos son los principales. Aquí no se cae en la típica de hoy en día, con tanta carne femenina en exposición con el único fin de mixarlo en el cóctel explosivo. Stallone y compañía (como también sería una buena forma de llamar al film) aprendieron de sus errores y no tropiezan con la misma piedra que todos los peso-pesado de la cartelera actual, sino al contrario: no hay estereotipos, o por lo menos no muy exagerados, y eso le da credibilidad a la trama. The expandables expone más bien la figura del hombre de la mitología griega, ése que despliega su poder con la sensibilidad, a fuerza de sentimiento, sensatez y temor. Helo aquí al personaje de Rourke llorando por un recuerdo que lo movió de su pensamiento de siempre -como si fuera un llamado de atención al cine industrial actual-; el personaje de Jet Li soñando con tener familia; el de Couture planteando lo hablado con su psiquiatra con el resto del grupo; el de Statham conmovido por sus problemas de pareja; el de Dolph Lundgren -Gunnar (¿homenaje a Nick Gunar?)- en la dicotomía entre el "bien" y el "mal"; o el propio Stallone, cuyo personaje se ve movilizado por la actitud patriótica y honesta de Sandra (Giselle Itié) a la hora de decidir si ayudarla o no. The expandables, cobrando energía con la cuota de calidad del cine de acción de la vieja escuela y algunos retoques producto de la experiencia de los que integran el proyecto, es un crítica al Hollywood actual, una burla a sí misma y un combo de adrenalina y testosterona que, además de entretener con creces, se plantea como franquicia (qué bien te salió, Stallone) y una mirada reflexiva a lo que se viene en el género. Ah, y lo mejor, por lejos, la escena del trío de los grandes: Stallone + Willis + Schwarzenegger; muy entretenida, como la película.
Las berretadas del género Caída libre, a toda velocidad. Introducción oportuna. Es Adrien Brody en la antesala a la que será una de sus peores actuaciones haciendo una versión libre -y escuálida- de Arnold Schwarzenegger, cayendo en picada, lidiando con un paracaídas, aunque con buenos efectos visuales y banda sonora como sustento, hasta llegar al clímax con el brusco descenso a una zona selvática. Da un golpe seco contra el césped, corte a negro: "Predators". Así inicia este film de corte conservador que intenta continuar con la incesante idea de querer hacer la saga infinita de los bichos que se pueden esfumar en el aire, desaparecer, pero al volver seguir denostando ser actores de segunda disfrazados con un mal traje. El autor material de este crimen contra la paciencia es el húngaro Nimród Antal, quien a menos de un año de dirigir Armored (2009) lanza esto, que salió luego de recibir la propuesta de su buen camarada Robert Rodriguez -productor de esta obra- para dos cosas: una, tener aunque sea un mínimo papel en su esperada nueva cinta Machete, que en el protagónico cuenta con Danny Trejo (y que a su vez aquí también tiene un papel), y dos, dirigir la peli que nos incumbe en este artículo. Predators, hablando mal y pronto, es aburrida. Los primeros diez minutos sirven como una aclimatación aceptable para lo que después debiera ser, cuando menos, una sangrienta cacería interplanetaria como tanto nos lo promete el póster. Pero no, la cosa continúa, y pasando el minuto 40 encontramos a nuestros desventurados y desorientados personajes en la misma situación en la que se encontraban al momento de "caer" a ese extraño sitio. Por cierto, todos son unos asesinos peligrosísimos que fueron llevados a un planeta que los Depredadores utilizan para divertirse cazándolos. Esta premisa nunca se explota en la hora y cuarenta de metraje tan soso y lineal. Ni hablemos de la construcción de los personajes, súper obvia, estereotipada y burda, siendo -¡ooobviamenteee!- los dos estadounidenses los más rudos que más se la bancan al lado de los extranjeritos que se acaban de dar cuenta que fuera de su país el peligro es verdadero y la rudeza sólo se conoce habiendo, o bien sido amigo de Stallone, o haciendo estado en la Armada del Tío Sam. Si a la idea absurda del peligro amalgamado en un grupo pluriétnico en territorio "extraterrestre" le sumamos el papel de Topher Grace como el médico desarmado que viene con sorpresita, cantamos cartón lleno. Vamos gente, la peli tendrá su intento de homenaje a las viejas usanzas del cine de este género, pero todo esto ya se vio, es prescindible. La saga de los Depredadores antes se caracterizaba por asustar un poco y entretener, mientras intentaba definirse como un proyecto que se autolimita por sus propias convenciones y está a tiro con los avances tecnológicos. No obstante, en esta ocasión más que homenaje se podría decir que Predators es un pastiche o revoltijo de ideas sacadas de otros films que más o menos conducen a esta idea. Tenemos situación geográfica a la Avatar (2009), mezclada con una pizca de la sensación de abuso generalizado o intento de terror psicológico de Saw II (2005) o Saw V (2008), más un poco de gore de mal gusto a lo Wrong Turn (cualquiera de las tres) muy propio de las preferencias del señor Rodriguez, y así podemos seguir. Ah, y por supuesto, algo de los depredadores, sino no estaríamos hablando de esta película. Lo que sí gusta, y mucho -no como la absurda e innecesaria aparición de Laurence "Morfeo" Fishburne o la terriblemente patética escena de la lucha del samurai en el descampado- es la secuencia final, con la frase que cierra la cinta. Lo mismo que allí se expresa se aplica al estilo, a la mala costumbre que adoptaron los realizadores de esta industria que se ha vuelto el "terror". Sólo cambien la palabra "planeta" por "género tan berreta". Los que la vieron sabrán a qué me refiero, y los que no la vieron aún, sigan así que no se pierden de nada, sino al contrario, se están ahorrando una buena hora-cuarenta de vida para usar haciendo otra cosa o viendo algo mejor.
Little Montonero, o lo que queda de éste Raras formas suele presentar el cine argentino a la hora de intentar plasmar una idea concisa respecto a una situación que tranquilamente, y por los ánimos revanchistas que caracterizan a los años actuales de nuestro país, puede ayudar a caer en lo monotemático. Cuando claramente está a la vista el peligro de ensuciarse las manos con más de lo mismo, ahí está el "nuevo cine argentino" (ya fue eso, gente) siempre firme en su postura de desmantelar la realidad de una manera cruda o desinteresada (en el buen sentido de la palabra) para contarnos una historia, de nuestra historia. Sí, adivinaron, del último golpe de Estado. Cuando entré a la sala para ver Te extraño, lo admito, no tenía ni idea de con qué me iba a encontrar. Estaba tan cansado por caminar del Abasto a Congreso que ni me percaté en leer la sinópsis. Sólo compré la entrada, y me senté con otros cuatro o cinco personajes de la siesta porteña para disfrutar, o padecer, lo que ante nosotros estaba por materializarse. Y allí estaba la historia de Javier y su hermano Montonero (bah, los dos son Montoneritos) desaparecido en pleno inicio de la dictadura militar de 1976. Luego viene el exilio, y el letargo (demasiado extendido), las experiencias del crecimiento propias de un adolescente desentendido pero a la vez comprometido políticamente, el sentimiento de orfandad, los experimentos hormonales, y nada más. Realmente cuesta encontrar algo profundo en un relato tan sencillo y tan fácil de digerir. Es simple, y sin ser cruel con la película de Fabián Hofman: una más sobre los desaparecidos. La trama no se lleva bien con las imágenes, pero aún así hace lo que puede por llevar el hilo conductor para que el ritmo sea llevadero, aunque no hace falta agregar más a esas frases tan significativas, que bien pueden ilustrarnos las cualidades y las intenciones del film. La mirada de un sapo de otro pozo en medio de una lucha a la distancia, la propia contradicción ideológica que -ojo, cito del guión- "destruyó" la lucha montonera, el sentimiento de desarraigo contrastado por el amor circunstancial (lejos queda en el recuerdo y en la mutación del protagonista su debut sexual en un motel con su amigovia del colegio), y otros tantos matices de Te extraño que no hacen más que completar una pieza de rompecabezas para todas las edades. No hay muchas lecturas a la vista, salvo algún que otro intento icónico por darnos a entender el indescifrable final (arruinado por el texto que reza la conclusión del autor de manera tan escolar), con el mar traicionero de la bellísima canción (si no me equivoco, la única de toda la cinta) que suena en las últimas secuencias. Al igual que las peripecias de Javier, encarnado muy correctamente por el jóven Fermín Volcoff, la historia va pendulando en un dramático ir y venir que nunca termina por definirse, o por lo menos apunta a muy poco teniendo en cuenta el penoso final. Para que se entienda en resumidas cuentas, lo que se cuenta es interesante -y muy bien actuado, sobre todo por el prometedor Martin Slipak (que ya nos deleitó como el hijo de Julio Chavez en la serie Tratame bien), Luis Ziembrowski y Edda Díaz-, pero no hay nada por descubrir, no tiene nada para ofrecer. Es un cuento bien contado, muy bien rodado, y que llega al espectador, pero al salir de la sala (téngase en cuenta el tono geográfico que le estoy queriendo dar al artículo) el recuerdo ya no lo lleva de la mano. Te extraño no nos acompaña luego del visionado, se queda ahí, inmóvil. La temática tan utilizada y explotada, las constantes referencias políticas, los acentos en las diferencias socio-culturales entre la Argentina de Videla y el México de López Portillo y Pacheco, y principalmente el aletargado ritmo, no ayudan mucho a un film que no tiene mucho para ofrecer a pesar de una muy buena realización, con todos los aspectos técnicos sin reproches algunos. Quizás éste sea un claro ejemplo de que el cine argentino (a pesar de que una vez más es ayudado por otro país para asegurar la trascendencia) aún no encuentra los términos medios. Cuando tiene algo excelente para contar, lo desaprovecha con pobres aspectos técnicos; y cuando logra pulir esto último, no lo condimenta con algo agradable. Sobre el tema que aborda ya se hicieron muchos otros films que tratan mejor la idea, pero si quieren, hay una bonita relación entre los hermanos, de fidelidad, compañerismo, y sobre todo amor, que vale la pena destacar entre el estancamiento de casi dos horas. Insisto en que basta con el plano final para describir lo que transmite Te extraño. También, la escena en que la tía de Javier entra a la habitación del triste muchachito y éste sólo está tendido en la cama mirando el techo, motivo por el cual la tía le dice "cuando encuentres una grieta en el techo, avísame Javi". Todo dicho.
Abducidos por la risa y el delirio El título de la película de Néstor Montalbano bien puede tener varias vías de interpretación: primero y principal, el hit que marcó a fuego a los consumidores de la música de esa Argentina de los '80 que nos intenta ilustrar el director de Soy tu aventura (2003), aún cuando se manipulan algunas cuestiones históricas para fines exclusivamente cómicos y se conservan otras para avalar la base ideológica que cimienta toda la desfachatez del guión; y segundo, ya en un plano más interpretativo, una alusión a las creencias de las cuales el pueblo de Las Pircas está absolutamente acostumbrado y que, en un contexto ajeno y plenamente etnocéntrico como del que proviene el protagonista (un excelente y atípico Diego Capusotto), puede denominarse "de locos". Si bien ya estoy harto de que a cada comedia -de procedencia nacional o internacional- que pase por las carteleras argentinas se le adjudique el adjetivo "loco/a" en el título, la mejor forma de describir a Pájaros volando es diciendo que es una comedia loca, de locos, y para reír como locos. Aún cuando el film carece de solvencia técnica (montaje medio pelo, con errores grosos, y una edición de sonido bien argentina, o sea, también medio pelo), se asegura la buena relación con el público gracias a un guión bien dotado, sin estereotipos notables, actuaciones acertadas (Luis Luque y Capusotto nuevamente la rompen juntos, Osky Guzmán está genial, y las conversaciones entre Juan Carlos Mesa y el personaje Magallanes son monumentales), y un desfile de parodias, insultos y autoreferencias que caen muy bien paradas en el momento justo. Si alguien sale de la sala sin haber reído aunque sea dos o tres veces con Pájaros volando es porque, o bien no sabe digerir el único e inigualable estilo de la única gran comedia que hoy por hoy disfruta el arte audiovisual argentino, o no logra captar la esencia prejuzgada de un humor que a vuelo de pájaro (no es un chiste fácil) se ve ridículo y grotesco pero que en el fondo guarda una inteligencia poética, estilística y política riquísima, que no todos están acostumbrados a consumir y (lamentablemente), por ende, entender. Para demostrar esto me valgo de las diferentes interpretaciones que cada personaje le atribuye al platillo volador en el desenlace; la gloriosa conversación con el gorila estando en estado de abducción -tener a un peronista de raza hablando de fútbol con ese animal cuando menos resulta curioso-, con la intervención de Pedro Saborido en la escena (he allí la fórmula mágica de lo mejor en comedia argentina del momento, como lo es Peter Capusotto y sus videos); o las participaciones de un sinfín de personajes de renombre dentro del mundillo artístico y mediático argentino, algunos apareciendo de forma obvia (como la buenísima secuencia con Antonio Cafiero), y otros traídos a colación con una simple mención tal como "que la sigan mamando". Aunque limitada por ser tan, pero tan argenta, Pájaros volando se disfruta en grande por un humor único, que describe y testífica fielmente la jungla que es nuestro país. Además, invita a la doble lectura: la risa fácil como mero divertimento (que no está nada mal, y si se la juzga sólo por esto es una obra maestra hecha y derecha), o la posibilidad de un mensaje que nos indica que quizás no sólo estamos ante una re-delirante de hippies drogones que creen en extraterrestres, sino toda una radiografía de nuestra sociedad y sus matices, la cual nos hace pensar que más le vale a Dios que no nos haya dejado sólos en el Universo.
Sueños que no son sueños Ante tanta -demasiada- expectación, y todo el embrollo que se armó con las distribuidoras, ya era inminente que a Inception le jugaría en contra una antesala plagada de rumores y gente que dice que lo nuevo de Christopher Nolan es una obra maestra que va camino al clásico. No obstante, después de un visionado en que uno se la pasa intentando entender (después diremos qué), la peli convence y gusta mucho a pesar de un par de cositas que pasamos a mencionar. En la cinta se trata el tema de lo onírico como eje central, aunque es bastante reprochable la poca imaginación que denosta el director de Memento (2000) y The dark night (2008) respecto a la idea de los sueños. No vamos a develar la trama, pero para dar un pequeño pantallazo, y sin caer en la maldad de muchos que injustamente compararon la esencia del film con obras de Lynch o Buñuel, diremos que aquí no hay surrealismo, no hay libertad, no hay tales sueños según como son en verdad. ¿Qué soñamos? ¿Cosas locas, banales, sin sentido, sin estructura, sin continuidad? ¿O nuestros sueños son las "proyecciones" de la realidad impulsadas por nuestras ideas y nuestros recuerdos? Muchos salieron a defender a Inception alegando que había teorías del psicoanálisis y de la física, pero la verdad es que no se trata la idea de la memoria o la consciencia, sino más bien se piensa que la mente es el escenario de unos sueños que tienen más parecido a un videojuego que a lo que Nolan intenta hacer parecer. Aún así, y dejando esto en claro, esta película tiene una dirección impresionante, un apartado técnico espectacular, con un montaje alucinante y una puesta en escena digna de aplausos. El guión está bien, pero tiene más laberintos que los que tiene que construir el arquitecto (¿no hemos escuchado esto antes... en Matrix quizás?) para armar las misiones encabezadas por un Leonardo DiCaprio que está simplemente correcto, al igual que todo el reparto en general. En lo actoral, no hay nadie que se luzca demasiado y, sinceramente, da un poco de cosita ver a Michael Caine relegado a un mínimo papel como el que tiene. Todos están en la línea de lo correcto, quizás con un Tom Hardy sobresaliendo algo más por la cuota de histrionismo que le impregna a la cinta, pero nada más. Es que cuando hay tantas estrellas en una misma propuesta queda diluída la labor general y hasta los personajes se hacen difíciles de creer. Pero aún así, este grupo sale airoso. Decíamos entonces, que la idea de los sueños es la excusa perfecta para un despliegue cinematográfico gustoso y atractivo, pero que se ve afectado por tanta vuelta de tuerca. Este servidor se pasó todo el visionado debatiéndose entre entender el guión (que está bastante bueno y hace trabajar muchísimo el cerebro) y entender cómo se rodaron ciertas escenas como las de anti-gravedad protagonizadas por Joseph Gordon-Levitt (que quizás sea el más flojito de todos). Después, puro disfrute visual, como las escenas en ralenti, acompañadas por un gran trabajo fotográfico de Wally Pfister y redondeada con una común pero aceptable banda de sonido del genial Hans Zimmer. Se destaca el plano final, que nos corta la respiración hasta que la pantalla queda en negro; si se entendió el guión, claro... Inception tiene mucho para contar y mostrar, aunque no se debiera permitir que Nolan nos diga que precisamente eso que nos muestra es un buen concepto de los sueños. En ese sentido, y ante las expectativas que ofrecía, digamos que el surrealismo nos lo debe para la próxima...
Nuestra gran amistad, el tiempo no borrará Me considero a partir de ahora autor absoluto de una subjetividad plenamente ligada a una infancia vivida en paralelo a esta hermosa historia. Mis juguetes eran de Toy Story, mis aventuras también, y así sucesivamente. Podría hablarles durante muchos párrafos lo que significó esta saga de Pixar (ama absoluta de la animación, no importa quien se niegue a esta verdad irrefutable) para mí, pero ese no es el caso. Así que, ya advertidos y a sabiendas de cuál será la nota de esta peli, consigno la reseña. Difícilmente se pueda encontrar algo malo a ésta, quizás la mejor obra de la factoría Pixar en cuanto a un todo divertido. Mientras Toy Story (1995) mostraba más seriedad y Toy Story 2 (1999) una leve inclinación al divertimento por divertimento mismo sin ningún tipo de enseñanza que avale lo sucedido, Toy Story 3 se consagra como la fusión de ambas fórmulas, dejando bien en claro que el drama es un factor clave para el desenlace de la historia, y afianzando la idea del final... triste, triste final. Pero no teman, no hacen la gran Disney, y me tomo el atrevimiento de contarles que no muere nadie: los juguetes ¡no pueden volar! ni tampoco morir, así que ¿cuál es su única finalidad? Jugar y ayudar a la diversión. Sobre esta última premisa pende la duda existencial de Buddy, Buzz, Sr. Cara de Papa, Ham, y el resto del ahora reducido grupo de juguetes de Andy, que ahora es un adolescente próximo a ingresar a la Universidad. Por esto, el joven deberá pasar por uno de los momentos más duros en la vida de un hombre: dejar su niñez, es decir, sus juguetes, para convertirse en un adulto. Mientras tanto, mediante una serie de hechos muy hilarantes y entretenidos, los protagonistas de plástico se debaten entre ser usados o ser fieles a su dueño, en un ida y vuelta que los deja varados en una guardería, infierno y paraíso. Sinceramente, está demás hablarles de calidad de animación, argumento fabuloso, construcción de personajes, y demás matices, porque se trata de Pixar. Y, a menos que hablemos de Los Increíbles o Cars, todos sabemos lo que implica mencionar a Pixar a la hora de referirse a un título animado. Lo que importa en esta tercera y última entrega de la historia de los juguetes que cobran vida es lo que transmite, lo que hace sentir. Y si bien a muchos en edades neutrales les será indiferente el desarrollo de la película, a nadie le puede resultar pasajero el hecho de recordar el momento en que tocó crecer. Y esta cinta, amigos, duele como crecer. El film lo vale todo. La calidad del relato, la madurez en la producción (esa escena apocalíptica en el basural es glo-rio-sa), la responsabilidad en el mensaje, la capacidad de llegar a un verdadero público en general, y un nuevo episodio después de tanto tiempo es lo que más se agradece de Toy Story 3. Y del final, mejor ni hablemos... pura lágrima. Por mi parte, me queda agradecer a los juguetes por tantos años de alegría y emoción. Les parecerá cursi, pero realmente me despedí de mi infancia lejana con esta película. Desgarradora pero muy cómica a la vez. ¿Cuántos largometrajes pueden hacer eso hoy en día?
El muchacho cool que quería saltar... Antes de empezar a ver la peli, y sin tener cuenta de la existencia del cómic, uno espera otra de las tantas parodias a superhéroes con el que el cine de Hollywood de los últimos 10 años nos ha sabido empachar. Sin embargo, pasados los veinte minutos de metraje, uno descubre que, contra todos los pronósticos y a pesar del típico humor teenager simplista, la cosa va en serio... y es ahí cuando comienzan las confusiones. Uno no sabe qué es peor en Kick-Ass (2010), si ver a Nicolas Cage disfrazado de vigilante a lo Batman o caer en la cuenta de que se despilfarró tanta calidad técnica para terminar conformando a la masa sobre la marcha (las diferencias con la historia 'orignial' son inmensas). Porque, 1) la dirección es excelente, los efectos especiales también, y las actuaciones puede que también, 2) se nota un claro decaimiento en el argumento una vez que se pasa de la hora de duración, y 3) habrá secuelas... no, me refiero a que habrá una segunda parte... pensaron que me refería a... no, ya es tarde para eso. Este film dirigido por el adicto a los superhéoes Matthew Vaughn despertó sentimientos encontrados en este servidor, ya que de momentos uno la pasa muy bien con toda la acción que brinda la cinta y por otros quiere acabar como el personaje que aparece al comienzo. Es así, bien ambiguo: pasa del buen gusto en los gags a ser terriblemente estúpida, y de lo creible de la construcción de los personajes a una atroz inverosimilitud que la termina manchando más de lo parece. No hay que engañarse. Kick-Ass tiene pasta de film cool, bien tarantinezco y con el intento (fallido) de recurrir al estilo de Greg Mottola para que los espectadores se sientan más identificados, pero termina quedando en el camino por culpa de un guión flojito que quizás hubiese sido mejor de no tomarse tan en serio como unidad independiente... Los freaks enmascarados que empiezan lentamente a levantarse como auténticos superhéroes van minando la pantalla para terminar haciendo a uno pensar "¿esta es la tan buena película qué me recomendó fulano? Me dijo que era re original y que te hacía cagar de la risa... ¿me habré equivocado?", mientras ves disparos, mucha sangre y una sutil (por qué no habríamos de reconocerlo) inclinación por el bizarre o el gore para describir ciertas escenas. Párrafo aparte se merecen los personajes. Tenemos a Hit-Girl, que ya pasará a ser de culto, para muchos, con una grandiosa actuación de la prometedora Chloë Moretz; a McLovin... perdón... a Christopher Mintz-Plasse, siguiéndole los pasos en calidad actoral; a la preciosa Lindsy Fonseca robándose la cámara con ese par de ojos impresionantes; Cage haciendo el ridículo; y por último, el protagonista, Aaron Johnson, que empieza bien, hasta que le agarra el huracán "cursi" del guión y se termina queriendo parecer a Daniel Radcliffe y todo se va al muere total. Para ir cerrando, cabe mencionar que la película tiene su mérito por construir su propio eje narrativo a base de hechos exclusivamente del guión, sin intentar inmiscuirse en fanfarronerías políticas como sí hicieron otras parodias autodeclaradas como verdaderas parodias. Porque, si uno deja de lado el absurdo final, Kick-Ass no es más que una parodia malograda que sobre la marcha cayó en la cuenta de que podía valerse por si misma, armar una historia propia, y -quién te dice que no- hasta quizás tener su propia legión de admiradores que irán por las calles disfrazados como superhéroe y terminar como el de la escena de la emboscada en el callejón con la limusina.
La guardia eterna El cine de Berneri (que con esta suma cuatro largos en su haber) se torna intimista y realista cuando se trata de acompañar discretamente con la cámara a Julieta (Erica Rivas). La cámara reposa, pasiva, en un costado mientras la protagonista intenta trabajar, y de fondo se escucha a sus hijos pelear, discutir, y portarse mal, secuencia que dura unos ocho minutos más o menos. Con este ejemplo se ilustra casi todo Por tu culpa (2010), drama familiar que retrata la noche de una madre de clase media-alta que intenta no explotar cuando todo se desborda por un descuido con sus hijos. Pero, como decíamos, lo más rescatable de este film es su dirección. Berneri nos convierte en un testigo que, como si fuera de paso, descubre de soslayo la historia de Julieta. El personaje encarnado por Rivas debe lidiar con dos hijos inquietos (en fin, son sólo criaturitas de Dios) que no la respetan y viven el momento de crisis del matrimonio de la familia. Todo eso, potenciado cuando nos trasladamos a la segunda de las cuatro locaciones que tiene la película, un hospital. El tiempo casi real que maneja Berneri, logrado con un muy buen trabajo de montaje, se desmorona con la poca profundidad en el desarrollo de los personajes, así como cierta dejadez en la profundidad de la historia a contar. Todo es muy burocrático. Tanto, que si queremos saber qué siente Julieta nos tenemos que sentar un rato en la sala de espera de una guardia, y no necesitamos ver Por tu culpa. Y ése es el mayor defecto de la técnicamente excelente película de Berneri: es innecesaria. Se queda a mitad de camino como una historia más de tantas que viven las madres de una sociedad con un ritmo vertiginoso (como el que supone y proponen Wolf y Berneri con su guión), obligaciones laborales y complejidades horarias. Es decir, como cine quizás cumple, pero como un todo deja bastante que desear.
El verdadero drama en Iraq Frenético thriller dirigido con mano sabia por el siempre confiable Paul Greengrass, quien anteriormente nos deleitó con otras obras como United 93 (2006), The Bourne Supremacy (2004) o The Bourne Ultimatum (2007), con ésta última merecedora de la mejor calificación. Ahora llega con un drama bélico muy realista sobre los días posteriores a la invasión estadounidense en Iraq, generando un clima excelentemente caótico y propicio para la acción que allí se da lugar. No hay exceso de belicosis, y, cuando se habla, se habla en serio (bien a lo Greengrass, aunque el guión no sea suyo). Pero, principalmente, y lo que más se agradece, es que se reprueba la belicosis. A diferencia de la propagandística y edulcorada The hurt locker (2008), ganadora -pero no merecedora- del Oscar 2010 a Mejor Película, Green Zone manipula la información de una manera muchísimo más cuidada, con la intención de no caer en el peor error que caracterizó a la sobrevaloradísima cinta de Kathryn Bigelow: la ambivalencia de la hipótesis. Greengrass, con su ya reconocida cámara en mano, practicamente intenta documentar cada segundo de lo que sucede en la Zona Verde -desde los entramados políticos que encaminaron una de las más reprobables movidas del gobierno de George W. Bush, hasta las mismas instalaciones del lugar, haciendo un contraste genial respecto a la situación sociopolítica que se desata fuera de los muros-, con el fin de exponer la idea inequívoca de lo que sucedió en aquellos meses del 2003 que marcaron un hito en la historia. A la fórmula Bourne (Damon-Greengrass) no se le escapa una. Damon nuevamente está soberbio en su papel (ya se está convirtiendo en el favorito de este blog, en lo que a intérpretes contemporáneos se refiere, por su camaleónica forma de adaptarse a cada personaje), aunque se reconocen ciertos rasgos (¿adrede?) de Jason Bourne. Por su parte, el dire apunta cada ítem de la composición visual a su tésis, como un todo que termina definiéndose -o diluyéndose suavemente- en las secuencias de acción tan bien rodadas, como las de las dos escenas iniciales. Y hacemos hincapié en la "tésis" argumentativa porque, si la comparamos maliciosamente con la reciente ganadora de la inocente Academia hollywoodense, claramente ésta última sale perdiendo. Cuando The hurt locker aplaude a esos héroes que están resignados a tomarse la "droga del hombre" que es la guerra, Green Zone intenta apartarlos del campo de batalla, poniéndolos en situaciones más humanas e icónicamente superiores a la inquieta cámara de Bigelow. La forma en la que el Jefe Roy Miller (Damon) va encontrando las respuestas, sin caer en la típica "verdad-absoluta-del-protagonista-inocentón", es un claro ejemplo de esto que se menciona. Y el desenlace de la película es otro excelente ejemplo, con el secuestro y el comunicado de prensa mostrados en montaje paralelo, denostando una calidad narrativa superior a la interesante pero unidireccional propuesta de Bigelow. Ya dejando de lado la comparación a la que se presta el género y el guión, y que además permite aclarar que la cinta no recibió buenas respuestas en Estados Unidos precisamente porque, tal y como lo dijo un colega, los ciegos ciudadanos norteamericanos "prefieren la imagen de héroes que se muestra en The Hurt Locker" (a lo que yo agregaría que más bien es lo que les quieren imponer desde las campañas propagandísticas), pasamos a hacer valer los dotes del último trabajo de Greengrass. Se destaca el diseño de arte, creando esas locaciones tan reales para alterar el orden de una manera muy creíble y aplaudible. Como decíamos, la escena inicial con el bombardeo a Bagdad de fondo (¡qué oportuno ese zoom-in, Paul!), es genial, y también se destaca el hecho de que casi no hay banda sonora, lo cual impregna aún más de realismo la trama bélica. Pero lo que más se aprueba es el ya mencionado contraste entre lo que sucede dentro del muro y en la resistencia. Greengrass juega al desentendido filmando la conversación en la piscina del hotel, o la de la habitación de la reportera del Wall Street Journal, para que uno diga "mirá vos, qué lujazo es ese lugar", mientras secuencias anteriores muestran al ejército estancado en un tránsito provocado por gente que ruega tanques de agua para subsistir. Aquí, los tiranos son los visitantes, no los locales. Aquí no hay escenas en las que una anciana lugareña engaña a un capitán en su mercado mientras esconde una bomba; aquí, en busca de defender la integridad de su país, un lugareño filtra información a un soldado extranjero que aún así parece de confianza. Aquí cada fotograma está impregnado de desesperación basada en la crisis humana que supone la invasión estadounidense (planos aéreos al barrio de Adhamiyah), buscando dejar expuesta la soberbia tiranía de la Autoridad Provisional de la Coalición (plano aéreo al Palacio Republicano), no de desesperación por estar "Oh! atrapado en este infierno..." (véase "El infierno de los beligerantes"). También se yuxtapone esa enmarañada demostración de la complicidad de la prensa, tan culpable como los impulsores de la movilización, algo que además de arriesgado se materializa como oportuno, ya que no intenta hacer de eso un descubrimiento de la pólvora como sí pasó con el burdo recurso de la cita de Chris Hedges en el comienzo de la ahora inferior película que ponemos en comparación. Green Zone no sólo enaltece la imagen de Greengrass como realizador realista y frenético buscador de la documentación de su mundillo ficticio, sino que además, mientras se juega como un producto creíble y atractivo por su factura técnica y sus buenas secuencias de acción, demuestra que algunos ya galardonados todavía deben aprender mucho sobre incursionar en el género bélico. Y, si bien se le puede atribuir mucho de la saga Bourne (el reparto se adapta muy bien pero conserva la escencia de ésta última), y le cuesta empezar, mantiene un toque indiscutido de originalidad puesto a merced de los defensores de una verdad política muy cuestionada por cuestiones del mismo tipo. He ahí su poca repercusión a nivel global. No aprendemos más...
Los ángeles de cara larga De todas las propuestas apocalípticas que Hollywood (ojo, con mayúsculas bien puestas) nos viene trayendo en la bienaventurada compañía de la ciencia ficción, Legion aparece como un circo de payasos endiablados y serios, dispuestos a hacer a uno caer en la trama de un microcosmos distorsionado por la llegada de un ángel de la guarda rebelde, una nueva versión de El-Nacido-Que-Nos-Salvará, Dennis Quaid fumando y actuando bien, y una claustrofobia excelentemente llevada durante un metraje que no se avergüenza de su decencia vilipendiada por un flojo desenlace. Para empezar, Scott Stewart es el autor material de este crimen divertido. Un tipo que desde hacía diez años no se ponía detrás de las cámaras para dirigir, pero sí arrasaba el mercado con su compañía de efectos visuales en films como -atentos, agárrense de lo que tengan cerca-: Blade Runner, Mars Attacks!, The lost world: Jurassic Park, Sin City, Harry Potter and the Goblet of Fire, Superman Returns, Pirates of the Caribbean 2 y 3, y Iron Man. ¿Qué consiguió esta vez este buenazo amante del CGI? Una mirada muy original sobre el Apocalípsis, con guiños más que palpables sobre La Biblia, un desempeño cinematográfico inusual en estos proyectos (la fotografía es asombrosa) y una dimensión paralela pero superior a todo el cataclismo emmerichiano y existencialista tan burdo y patético al que estamos acostumbrados. Este film que fue muy promocionado en Estados Unidos pero terminó siendo un fiasco en la taquilla, pasa al olvido por culpa de una mala resolución de los hechos y un par de detallecitos técnicos un tanto risibles. Pero en una mirada abierta, poco pretensiosa para con el género y consciente del contenido, la deja bien parada por su primera hora de metraje, destacando la introducción y la presentación inicial del reparto -digamos- coral, analizando psicológicamente a cada uno para que a la hora en que las papas empiezan a arder (o los ángeles endemoniados y los perros del Cielo empiezan a obrar) no nos comamos el estereotipo casi inexistente ni nos desentendamos de la propuesta. Es que la manera en que está tratado este compendio de miradas retorcidas sobre las decisiones y los "sentimientos" de Dios la hacen diferente, y eso ya es mucho decir para un film que si se lo trata de pochoclero o catalizador de un sábado lluvioso puede terminar en un "que flor de estupidez" ante la mirada gruesa del cinéfilo malhumorado. Es así, amigos, para querer a Legion hay que armarse de paciencia y entenderlo por lo que es: un diamante en bruto que quizás nunca se llegue a pulir del todo, pero que será recordado como una propuesta minimalista y demasiado categórica sobre su propia esencia e hipótesis. Aspectos técnicos irreprochables consumados en un matrimonio que nunca funcionará con un guión revoltoso y mal desarrollado, aunque ciertas líneas sacadas de contexto pueden darle una buena lección a otros que intentaron o intentarán incursionar en este género.