No es hora, momento ni lugar para ponerse a discutir quién es más adorable, o más deliciosamente tonto, si Gru o si lo son sus secuaces amarillos llamados Minions. Sobre todo porque estamos ante una película que se titula Minions: Nace un villano, o sea que incluye a uno y a otros, y más que nada porque la discusión no tiene sentido. A lejanos siete años del estreno de la precuela (Minions, 2015) y a cinco de la última de la saga -la flojita Mi villano favorito 3-, si algo aprendimos es que los Minions pueden existir sin Gru, pero el malvado que quiere conquistar el mundo (o al menos en un comienzo, robarse la luna) los necesita. Precisa ese ejército de personajes pequeños, obedientes y que le deben pleitesía, entre los que se destacan Kevin, Stuart y Bob, y que parecen tapones para los oídos. Si todavía no aprendieron quién es el cuál, o como se llama el más alto o el de un solo ojo, eso no impide para nada que se consideren fans de los secuaces de Gru. Para que no queden mal con los chicos: el alto y delgado es Kevin, el tuerto es Stuart y Bob es el que tiene déficit de atención. De nada. Era presumible que Gru, ya de chico, fuera lo que podríamos denominar un enfant terrible. Aquí tiene 11 añitos y cuando en el cole les preguntan qué quieren ser cuando sean grandes, qué carrera seguir, él dice “¡Quiero ser un supervillano!”. Ya sabemos que lo logrará, el asunto es aquí cómo llega hasta lo que llega a ser. Gags para todos Minions: Nace un villano tiene tantos gags tontos, sencillos y la mayoría visuales, que la hace no solo apta para ver en familia, sin hasta para recuperar el sentido de diversión y del juego. Porque los Minions ayudan como pueden a Gru a su objetivo (quiere sumarse a la pandilla de supervillanos Vicious Six). Gru tiene su habitación (claro, aún vive con su mamá) en la que se ve la devoción que siente por los Vicious Six. Pero algo pasó, de lo que no está al tanto. Cuando los seis vana robar la Piedra del Zodíaco en la selva, Belle abandona a Wild Knuckles (el personaje del que Gru es su mayor fan). Por eso en el grupo se abre una vacante, y hacia allí se dirige nuestro pequeño antihéroe, a una suerte de audición abierta de malvados. Hay uno que lee la revista Mad (estamos en plenos años ’70; y habrá referencias a Tiburón, la música disco y hasta a Encuentros cercano del tercer tipo). Por supuesto que a Gru no lo aceptan, pero aprovecha y se roba la Piedra. A partir de allí, será todos contra todos, persiguiendo unos a otros (Knuckles, que no murió, incluido), agregando a una acupunturista que les enseñará a los Minions los secretos del kung-fu. Entonces esta secuela de Minions es, a la vez, otra precuela de Mi villano favorito. Y por supuesto que la película va presentando personajes que luego estallarán más y mejor en la original Mi villano favorito. Ya mencionamos a la mamá de Gru, y sumemos al científico loco, el doctor Nefario, a Vector y el mismísimo Banco del Mal. Es ese humor que tan bien le calzaba a los primeros 15 minutos de Minions lo que recupera Minions: Nace un villano. Que tendrá o no secuela y/o precuela, es muy probable, porque en algún momento las tres huerfanitas de Mi villano... deberían reaparecer. ¿O no?
Querer no siempre es poder, pero vayan a explicárselo a Clarissa, la protagonista de esta comedia romántica que no tiene absolutamente nada que ver, no tiene conexión alguna con Un lugar llamado Notting Hill, ni con Julia Roberts o Hugh Grant, por más que transcurra en ese barrio londinense con el que han retitulado en castellano el más sobrio Love Sarah. Y Sarah es la madre fallecida de Clarissa (Shannon Tarbet), quien quiere cumplir el sueño que Sarah no pudo cumplir: abrir una pastelería, sí, cómo no, en Notting Hill. Para ello va a tener que sanar viejas heridas con su abuela, Mimi (Celia Imre, de El exótico Hotel Marigold), quien tampoco se llevaba del todo bien con Sarah. Había un préstamo bancario, que con el fallecimiento se complicó, y hace falta dinero, que aportaría Mimi. Y como cada familia es un mundo, y cuando se quiere, a veces, se puede, Clarissa, Mimi e Isabella (Shelley Conn, de Bridgerton), un vieja pero joven amiga que estaba en el emprendimiento original, pondrá manos a la obra y a la masa para abrir Love Sarah. Sencilla, con vuelta de tuerca Así contado el inicio de la película puede parecer sencillo, simple. Y así es la película. Sencilla, simple, con una vuelta de tuerca cuando faltan diez, quince minutos, lo habitual en toda comedia romántica, llámese Sintonía de amor o Un lugar llamado Notting Hill. Es que si Isabella es cocinera, cuando llega Matthew (Rupert Penry-Jones) a dar una mano surgen las dudas de si Matthew, que es rubio y pintón, no es el padre de Clarissa. Claro, hay, hubo y tal vez habrá una atracción entre Matthew e Isabella, así que el merengue está, casi, a punto. La directora Eliza Schroeder, quien debuta en la realización de un largometraje, coescribió la historia, pero no el guion, que tiene alguna que otra incongruencia o cosa inexplicable al comienzo, porque ¿qué lo llevaría a Matthew a abandonar su trabajo en un restaurante con estrella Michelin para terminar en una cafetería? ¿Eh? La respuesta, claro, estaría más arriba. Y también está Bill Paterson, el Padre de Fleabag, ahora como un vecino de enfrente que puede ser un interés romántico para Mimi. Porque, claro, aquí hay espacio para más historias románticas, porque la idea es abarcar a todas las generaciones posibles. Una pastelería en Notting Hill no tiene, pese a estar en el ámbito de la cocina, ni el encanto de La fiesta de Babette ni el drama y el horror de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante. Ni una cosa ni la otra. Tiene una trama llevadera, momentos de humor y ternura y mucha gente paseando en bicicleta. Se ve bien, por momentos entretiene, lo que le falta es el golpe de horno para que el sabor sea de esos como una torta Rogel recién horneada. Aunque sea la primera vez que se hace
Bienvenidos (o no) al universo del multiverso, ése que estalla en las películas de Marvel y que, como Todo en todas partes al mismo tiempo es producida por los hermanos Russo (los de las dos últimas Avengers), casi casi que se multiplica exponencialmente. Para los que recién llegan a esto del multiverso, el mismo significa que hay no uno, sino muchos universos alternativos, porque las opciones parecen ilimitadas, en los que existen otros Yo. Y para aquéllos que tienen déficit de atención, mejor que elijan otra película de la cartelera. Si uno se siente abrumado, o sobrecargado con la experiencia audiovisual, bueno, Todo en todas partes y al mismo tiempo es todo eso y al mismo tiempo a pocos minutos de que empiece la proyección. Por suerte, no son muchos los personajes centrales en la nueva película de los Daniels, como se denomina al dúo de realizadores Daniel Kwan y Daniel Scheinert, que ha desconcertado y fascinado a espectadores allí donde se estrenó esta locura grandilocuente de casi 140 minutos. Pero suceden tantas cosas en esas dos horas veinte que también pudieron hacer una miniserie (que tendría un final y no podría continuarse), una serie o varias películas. Pero no, pusieron todo en un solo paquete, y lo adornaron con ritmo vertiginoso de edición y efectos sonoros para que el espectador se sienta lo suficientemente bombardeado desde todos los costados del cine. En pocas palabras Tratemos de resumir cómo arranca el filme y de qué va. Michelle Yeoh es una inmigrante que tiene una suerte de Laverap. Evelyn está casada con Raymond (Ke Huy Quan, quien de pequeño estuvo en Indiana Jones y el templo de la perdición, pero no me digan que le ven cara conocida porque no les creo). Y tiene tantos problemas en la parte de atrás de la lavandería, donde vive con su hija Joy (Stephanie Hsu), o con su padre Gong Gong (James Hong, que sí es conocido) como con los impuestos atrasados que debe afrontar. Y allí van Evelyn y Raymond, que quiere divorciarse, a hablar con la agente de impuestos Deirdre (una Jamie Lee Curtis desalineada, al menos en este universo nuestro de cada día). Pero es allí donde otra versión de Raymond se “mete” en su cuerpo, y es este otro Raymond el que le da indicaciones a Evelyn de cómo comportarse. Ella no entiende nada, pero le hace caso. O algo así. Lejos está la idea de contar cómo sigue la película, no sólo porque perdería la sorpresa para los futuros espectadores, sino porque sería intrincado e interminable. Los Daniels hacen gala de un estilo visual entre enloquecido y lógico (no ilógico). Porque si en un universo paralelo, en vez de dedos los personajes tienen algo similar a salchichas algo fofas no hay por qué asombrarse. La película cumple con las reglas de la corrección, con personajes de distintas etnias, sexualidades y hasta prejuicios que irán desterrando. Lo que sí aconsejo es ir a ver Todo en todas partes al mismo tiempo descansados, bien predispuestos y con los sentidos abiertos. Open mind, como dicen.
Deseo y decepción. Eso es lo que se vive, y lo que pasa al entrar al cine a ver Jurassic World: Dominio -desear que el cierre de la trilogía esté acorde, o a la misma altura de sus predecesoras, y sentirse algo decepcionado. Y no solo al final. Jurassic Word Dominio no arranca nunca. O al menos, tarda en hacerlo. Como película de aventuras y acción, para que haya una escena que genere algo de atención y resulte adrenalínica, habrá que esperar un buen rato. Y no porque Owen (Chris Pratt) no arranque persiguiendo dinosaurios a caballo, como si fuera un western. Porque ¿cómo habíamos dejado a los dinosaurios al final de El reino caído (2018)? Sueltos, ya no en la isla Nublar, sino en territorio estadounidense. Los animales recreados genéticamente cohabitan el ecosistema con los humanos. La pregunta era si de manera pacífica, o no. Bueno, aquella imagen en los créditos finales, que nos los mostraban en lo alto de Las Vegas, fue sólo una ilusión. No transcurre en Las Vegas, sino en varios puntos del planeta, como si se tratara una de James Bond, una de Jason Bourne o una de Misión: Imposible. Quizá, tal vez, en una de ésas la saga se alargó demás, y llega a Dominio algo fatigada o repitiendo fórmulas, pero cuando los dino se ponen a correr en la pantalla, no queda otra que disfrutar, o no, la película. Vengan todos Y como se supone que Dominio es el cierre de la trilogía -no se queden a esperar alguna escena post crédito, porque no la hay-, aquí están todos: los protagonistas de las Jurassic World, se trajo de regreso a los tres de Jurassic Park -el matemático Ian Malcolm ya había aparecido en El reino caído, pero Ellie y Grant vuelven en ésta-. Y está Blue, la velocirraptor preferida de Owen. Y la T-Rex. Y… Hay un personaje que los auténticos fans de Jurassic Park, con solo nombrarlo, deberían recordarlo. Ya llegaremos a él. Mencionábamos a Owen, quien ahora está junto a Claire (Bryce Dallas Howard) cuidando de que nadie descubra dónde está Maisie. ¿Quién? La chica que era la nieta/clonada de Benjamin Lockwood, el multimillonario de la segunda Jurassic World. Por otro lado, como una empresa llamada BioSyn -una corporación de ingeniería genética, ¿no les suena?, que comanda el doctor Lewis Dodgson- ha modificado el ADN de unas langostas que devoran sólo las semillas que no son producidas por esa compañía, podemos estar ante una próxima hambruna descomunal. Bueno, esto llega a oídos de la Doctora Ellie, quien decide llamar al doctor Grant para que le ayude. Como BioSyn tiene también un santuario de dinosaurios (¡!), hasta allí llegarán Ellie y Grant, que se cruzarán con otro conocido. Jurassic World Dominio tiene como dos historias troncales, paralelas: la de Owen/Claire/Maisie y la de Ellie/Grant. Todos imaginamos que en algún momento, ambas se van a entrecruzar. Colin Trevorrow, el director de la primera Jurassic World, vuelve a tomar las riendas como realizador, tras delegar en J.A. Bayona El reino caído. Pero a excepción de alguna secuencia de acción, lograda, porque se nota que hay mucha producción detrás, el asunto más que una fiesta o una montaña rusa como era la primera, se parece a un encuentro de egresados. No todos están igual, no tienen el mismo dinamismo, y se cuentan las mismas cosas una y otra vez. Hay mucho de nostalgia comprometida, que abarca ya a más de una generación -la primera película de Steven Spielberg estrenó en 1993-. Y hay, también, imágenes o micro escenas que son un calco, un guiño o un homenaje, cada uno lo verá como quiera, a otra de Jurassic Park. Como la de la Dra. Sattler tomándose los lentes cuando ve algo, como para dejar claro que está impresionada. El costado argentino de Jurassic World Dominio se encuentra en que uno de los “nuevos” dinosaurios es el gigantosaurio, al que el doctor Grant dimensiona como “el carnívoro más grande que haya habitado el planeta”. Y bueno, el animalote habitó la Patagonia argentina, y se encontraron restos en 1993… El mismo año que Spielberg estrenaba su película basada en el best seller de Michael Crichton. Lo del nombre que mencionábamos más arriba es el de Lewis Dodgson, ahora interpretado por Campbell Scott. Sí, el personaje aparecía en Jurassic Park. Pero no queremos spoilear nada, ni arruinar la mínima sorpresa a los fans contando de por qué Dodgson cambió de rostro. Lo dejamos para otro día.
Una joven lee, ensimismada, un libro en el tren, camino a casa. Vaya uno a saber qué extraños mecanismos se activan en ella, que cuando llega al hogar ve a su esposo y lo lleva hasta el baño para tener sexo. El texto que leyó es La lotería, un relato corto de Shirley Jackson, la autora que interpretada por Elisabeth Moss (El cuento de la criada) se transformará en un personaje ambivalente, fascinante y frenético, casi como el sexo que tienen al comienzo Rose y Fred. Shirley Jackson no llegó a los 50 años. Autora especializada en historias de terror, lo que cuenta la película de Josephine Decker es una ficción. En ella, Shirley y su esposo Stanley (Michael Stuhlbarg, un actor de amplio espectro, como que puede estar como secundario en Llámame por tu nombre o Doctor Strange) albergan en su hogar a Fred y a Rose. Es que Stanley es profesor y toma como asistente a Fred (Logan Lerman, de Las ventajas de ser invisible y Hunters), quien ve en esto un probable trampolín para su carrera. Pero siendo Shirley una película de relaciones, la que prima, además de la de cada pareja, es la que entablan la dueña de casa y Rose (la australiana Odessa Young, de la miniserie High Life). Tras un período de repulsión de la primera hacia la segunda, todo cambia casi de repente. Shirley no quiere salir de la casa desde hace meses, lo que preocupa ciertamente a su esposo. Estamos en algún momento de los años '50, el papel de la mujer no es el de hoy, y gracias a su vinculación con Shirley, Rose experimentará ¿casi sin darse cuenta? un cambio drástico y esencial. Y también lo tendrá Shirley, que está como varada para escribir su próximo relato, hasta que... Climas y actuaciones Película de actuación, pero también de climas, que puede desconcertar a más de un espectador, porque del drama salta al misterio y deja muchas preguntas de este otro lado de la pantalla. No es Shirley una biografía, ni una biopic de Shirley Jackson, cuya novela más exitosa es La maldición de Hill House, que hasta tuvo una serie en Netflix. Como toda buena película, acepta acercamientos diversos. Se la puede ver como un drama, pero también analizarla desde cómo los personajes masculinos ejercen opresión más que comprensión sobre los femeninos. O acaso Shirley no aguarda la mirada de su marido acerca de su nueva obra, ésa que tanto ha tardado en imaginar y plasmar en palabras, y la película de la directora de Madeline's Madeline -no estrenada en la Argentina- se preocupa más por evocar que por descubrir.
El dicho Es verdad, aunque usted no lo crea podría ajustarse perfectamente a Mi mejor amigo, la película del realizador Ferit Karahan premiada en el Festival de Berlín con el galardón de FIPRESCI. Es que el filme se basa en experiencias personales del director en un internado de niños kurdos, en Turquía. La ficción se centra en Yusuf (Samet Yildiz), un niño que se convierte en algo así como el ángel de la guarda o, más terrenalmente hablando, el guardián de un compañero del internado, que una mañana se levanta prácticamente inconsciente. El niño, Memo (Nurullah Alaca), no tiene fiebre, pero no puede moverse. Así es como lo llevan a lo que podríamos definir como la enfermería, donde no hay otra cosa que no sea aspirinas. El frío y la nieve tampoco ayudan, las cañerías de calefacción están rotas, el lugar está necesitando servicios de reparaciones desde hace tiempo, pero lo más grave es la situación del pequeño.
Siempre se dice que segundas partes nunca son buenas, o mejores que las primeras. Ahí está El Padrino Parte II para desmentirlo -difícil decir cuál de las dos películas de Francis Ford Coppola es mejor que la otra-, pero esta Top Gun Maverick, en la que Tom Cruise vuelve a interpretar a Pete Maverick Mitchell, vuela mucho más alto que la original de 1986. Una de las grandes diferencias entre el filme de Tony Scott y éste, que dirigió John Kosinski es que Top Gun Maverick sí tiene trama. Y al menos ya tiene un prólogo que se las trae. Para quienes no vieron la original -que está disponible en Flow, y demuestra que el paso del tiempo la pulverizó-, Maverick era un piloto de combate, que asistía a la academia que daba el título a la película. Ya lo veíamos algo traumatizado por la muerte de Goose (Anthony Edwards), que viajaba con él en un F-14 cuando deben eyectarse. Bueno, pasaron 36 años y Mav no ha podido sobreponerse para nada de la muerte de su amigo. Y aquí hay que sacarse el casco de combate, porque Cruise luce emocionado en más de una oportunidad, y resulta creíble. ¿Cuántas veces lo vimos apretar los dientes, que se le hinche el rostro -ese tic tan suyo- pero que transmita emoción genuina? Tampoco hace falta tener fresca la de 1986, porque a excepción de la corporización de Penny -la siempre hermosa Jennifer Connelly- a quien se la nombraba como una historia de amor que Maverick no pudo superar, todo el resto, de una u otra manera se torna explícito. O alguien lo dice verbalmente, o se apela a imágenes de la película anterior. Pero decíamos que Top Gun Maverick sí tiene una historia, a diferencia de la primera, que era una suma de bellas imágenes de aviones despegando y aterrizando en un portaaviones, algo de testosterona y un romance entre Mav y Charlie (Kelly McGillis, instructora de vuelo), hoy a la distancia, insulso. Cuando a Mav están a punto de mandarlo, no sabemos si a su casa, porque nunca la tuvo, o si la tuvo jamás la vimos antes ni la vemos aquí, es Iceman (Val Kilmer) quien lo salva. Sí. El personaje con el que estaba enfrentado en casi toda la película, salvo al final, ahora es Almirante, y pide por el capitán Mitchell -que era teniente: en tanto tiempo mucho no progresó en la escala militar de la Marina, pero sí tiene muchas condecoraciones-. Objetivo: uranio La cosa es así: El enemigo -de nuevo, como en la primera, no se menciona su nacionalidad- tiene un sitio de uranio ilegal (!) que va a activar en tres semanas, y hay que destruirlo. El lugar es de difícil acceso, casi, pero casi como llegar a la Estrella de la muerte a la que Luke Skywalker debía bombardear en la primera Star Wars y disparar justo, justo, y escapar. Es una misión no imposible (je), pero casi suicida, y cuando Mav cree que lo están llamando para que pilotee el avión, o sea el líder del comando, no: es para que les enseñe a una docena de jóvenes pilotos toda su técnica. Ellos irán, volarán muy bajo para evitar radares y misiles, entre valles y montañas, y tratarán de huir en apenas minutos. No en vano los militares que están sentados detrás de un escritorio -Ed Harris, primero, y John Hamm, el mismísimo Don Draper de Mad Men- le aclaran que él, Mav, es de una especie en extinción. “A estas alturas debería ser General, o Senador”, le balbucea el personaje de Harris. Pero Mav, que es un insubordinado nato, vive por las suyas. En breve los aviones serán drones, y no hay futuro para él. Bue, eso se creían. Top Gun Maverick ofrece momentos adrenalínicos que ninguno de los tanques de Hollywood estrenados este año -y me adelanto: tampoco ninguno de los que llegan en junio a los cines…- tiene. No es solo el rush del montaje, sino que hay una construcción de las escenas que llevan a un clímax potente y logrado. Top Gun Maverick no es “una de acción” en la que se puedan pensar y coreografiar escenas y ponerlas en cualquier momento del guion, como ocurre en muchas películas de acción. Básicamente porque Top Gun Maverick no está pensada como “una de acción”, a secas. No es Misión: Imposible, por caso. Casi, casi, casi se diría que es de suspenso, tiene su cuota de drama y también de romance. Drama, por el dolor sin fin de Mav, y porque Rooster (Miles Teller, de Whiplash, con bigote raro), el hijo de Goose, sí, ése niño pequeñito que veíamos al lado del piano cuando Mav y su papá cantaban Great Balls of Fire, con mamá Meg Ryan, ahora es uno de los 12 pilotos de los que Mav debe elegir 6 para la misión. Y romance porque sin Kelly McGillis, en una decisión algo polémica, que se debería a que la actriz que enamoraba a Harrison Ford en Testigo en peligro, antes, y luego acompañaría a Jodie Foster en Acusados, es una señora de 63 años, y que no necesitó pasar por el quirófano-, la que aparece es Penny, que ya dijimos que encarna la actriz de Laberinto y ganadora de un Oscar por Una mente brillante. En fin, que Top Gun Maverick es una película movidita y entretenida, con Lady Gaga en la banda de sonido, que empieza igual, pero igual que la original -texto explicativo e imágenes de aviones despegando y aterrizando en un portaaviones, y la misma canción- y que es una a la que Kosinski, el mismo de Tron: Legacy, sabe cómo agregarle dinamismo en las escenas en las que la velocidad no es apuro, sino elemento dramático.
Un Stephen King que no prende nunca Adaptar al maestro no es fácil, y el filme, más que dar miedo, asusta pero por lo aburrido. Adaptar a Stephen King no es, evidentemente, apto para todo público o guionista. Las novelas del maestro del terror y el suspenso juegan muchas veces, la mayoría, con un horror psicológico antes que gráfico -que lo tienen, por supuesto-. El resplandor, de Stanley Kubrick, fue un ejemplo logrado, la Carrie de Brian De Palma, otro. Pero hay varios casos en los que tomar o basarse en la trama, o quedarse meramente en ella no significa que se logre trasladar el temor, y a veces ni siquiera los temas que aborda el autor de It o Cementerio de animales llegan con esa solidez o vigor a la pantalla del cine. Y todo termina como una más de miedito. Llamas de venganza tuvo una primera versión cinematográfica por 1984. Dirigida por Mark L. Lester, Drew Barrymore tenía 8 años y venía de sorprender y sorprenderse con el extraterrestre de Steven Spielberg cuando encarnó a Charlie, la hija de una pareja que había participado en un experimento médico que les generaba una capacidad telepática, y a la pequeña ser piroquinética. A Charlie cada vez le cuesta más controlar eso de prender fuego a lo que sea cuando se siente molesta o alguien la incomoda. El bullying en la escuela es un detonante en esta preadolescente, y ese incidente hace que sus padres se planteen algo que ya habían hablado: o le enseñan a usar su poder (lo que pretende la madre, que es Sydney Lemmon, Isabelle en Fear the Walkig Dead) o la sobreprotegen y ocultan (lo que quiere el padre, Zac Efron). Y como la relación con el padre será más fuerte que con la madre -y no vamos a recordar nada más- por más que huyan del pueblito, los malos de turno, que formaron parte del Gobierno, irán tras ellos. del uso de los celulares a cambiar el género del villano aquí no tan villana (el capitán Hollister que era Martin Sheen ahora es la capitana Hollister -Gloria Reuben-). Baches, muchos baches Pero si Llamas de venganza tiene baches abundantes y resoluciones poco El final no solo es anodino sino incomprensible. Los efectos visuales son los esperables, el problema es que no aportan más que eso: son como efectos colaterales a una historia que al comienzo se sigue con cierto interés, pero la atención luego empieza a desvanecerse y prácticamente desaparece cuando faltan pocos minutos para el desenlace. Entre los personajes de reparto hay caras conocidas, aunque es difícil olvidar al asesino de George C. Scott del filme del ’84. Zac Efron sufre, y mucho. Los ojos le sangran, tal vez hasta por leer los diálogos que le dieron. En cuanto a Ryan Kiera Armstong (era Antonia en Black Widow, cuando era pequeña) no hay mucho aquí como para augurarle un futuro promisorio, a menos que sus padres o agente elijan mejores libretos.
Una joyita a la finlandesa Mika Kaurismäki entrega una comedia dramática acerca del amor, los afectos y los beneficios de nunca claudicar. Podrán discutir que cuando hay amor verdadero, no hay nada que pueda ponerle freno, pero nadie en su sano juicio dirá que Un amor cerca del paraíso no vibra, sacude y percute sobre ese tema. Un hombre chino llega con su hijo a un restaurante de un pueblito en Finlandia. “Fongtron”, dice. Busca a Fongtron. Ni la dueña y cocinera y moza, ni los habitués a los que les pregunta, luego de inclinar su cuerpo al saludar, saben a qué o a quién se refiere. Cansado y evidentemente sin dinero, desfallece de sueño sobre la mesa. Sirkka, la dueña, le ofrece dónde dormir, y cuando otro día llegue un contingente de turistas chinos y no quieran comer el menú del buffet, Cheng, que así se llama el recién llegado, interviene, pedirá comprar fideos y pollos y les preparará una exquisitez. Ella es finlandesa, él es chino y la película es una pequeña maravilla. Foto IFA Cinema Ella es finlandesa, él es chino y la película es una pequeña maravilla. Foto IFA Cinema “La buena cocina hace feliz a la gente”, dice Cheng, que no lo sabíamos, pero era chef de un restaurante importante en Shanghai. Pero él sigue buscando, en Finlandia, “Fongtron”. A comer reno con hierbas Y ahí, en Pojopoki, se hará cargo de la cocina, sin recibir un euro, porque no quiere que Sirkka le pague nada. Así que ahora el plato del día es reno con hierbas. O sopa de perca china. Cheng llega buscando a "Fongtron" a Finlandia, y encuentra a Serkka. Foto IFA Cinema Cheng llega buscando a "Fongtron" a Finlandia, y encuentra a Serkka. Foto IFA Cinema Y a todos les gusta, al contingente de turistas chinos, claro -que bajan del micro con sus palitos de la cámara para sacarse selfies-, pero también a los alumnos de la escuela local, a los comensales de siempre, la mayoría ancianos, a los del geriátrico del pueblo y hasta a los dos policías, incluido el que pregunta “¿El cocinero asiático trabaja siempre aquí?” “Comé despacio, masticar bien hace bien al estómago”, aconseja. Cheng se las sabe todas, como que el té hay que tomarlo con agua a 80 grados. El finlandés Mika Kaurismäki (hermano mayor de Aki), en pleno rodaje. Foto IFA Cinema El finlandés Mika Kaurismäki (hermano mayor de Aki), en pleno rodaje. Foto IFA Cinema Mika Kaurismäki, como su hermano menor Aki, tiene en los genes un don, y es el de construir a sus personajes de una manera querible. Si el director de El hombre sin pasado o El puerto tiene una mirada pesimista que se vuelve optimista, Mika resuelve todo en Un amor cerca del paraíso con breves pinceladas de diálogo. La mayoría, humorísticas. “¿Cómo puedo encontrar a un hombre? -le pregunta Sirkka a Cheng-. Todos tienen más de sesenta, o son casados, o borrachos, o las dos cosas”. O “En Finlandia decimos lo que pensamos. No seas correcto, solo complica las cosas.” El humor es uno de los puntales de la obra de Mika Kaurismäki. Foto IFA Cinema El humor es uno de los puntales de la obra de Mika Kaurismäki. Foto IFA Cinema Cada uno tendrá sus secretos, para cocinar, para enamorar, como escupir la carnada antes de lanzarla al agua y pescar. Y si comer bien, sana, amar, también.
Comedia, acción y entretenimiento Daniel Hendler es espiado en la nueva película de Nicolás Goldbart, que compitió en el reciente BAFICI. No es algo que nos ocurra a la mayoría, pero debe ser odioso y particularmente molesto que nos espíen. Que nos saquen fotos, se metan en nuestra intimidad, ingresen a nuestro hogar, revuelvan nutras pertenencias. Todo eso, y algo más, le ocurre al personaje de Daniel Hendler en El sistema K.E.O.P/S, una película de género, una comedia de acción con algo de violencia extrema, que no se toma en serio la violación de la privacidad más que para narrar una historia detectivesca, con dos personajes amigos (el de Hendler y el de Alan Sabbagh), dispuestos a todos por descubrir qué hay detrás del Sistema del título de la segunda película como realizador de Nicolás Goldbart. Fernando (Hendler) tiene una vida algo anodina hasta que buceando por Internet llega a un sitio en el que prometen ganancias desorbitantes en poco tiempo. Sin nada que perder -o, mejor, nada que hacer- llena un formulario. Cuando dé el clic, todo cambiará. De un departamento de un edificio no muy lejano, lo graban. El lo advierte, y cuando descubre que han forzado la puerta de su hogar, acude a la policía, que toma el caso a la ligera. El, no. Junto a Israel (Sabbagh), su amigo y con el que tienen proyectos cinematográficos que se caen por distintos motivos, se ponen a investigar quiénes son los espías, con qué fin lo hacen y a quiénes obedecen. Muy bien filmada por Goldbart, uno de los editores que más trabaja en el cine argentino, Hendler ya había protagonizado la opera prima de Goldbart, la premonitoria Fase 7 (2010), en la que en un edificio en cuarentena por la aparición de un virus debía cuidar a su esposa embarazada de los vecinos. El sistema K.E.O.P/S, que se vio en la reciente edición del BAFICI, donde estuvo en la Competencia Internacional, tal vez tenga una historia que se alarga un tanto, que se centra casi de manera exclusiva en la relación de los amigos y se pierda la de Fernando y su esposa (Violeta Urtizberea) y su hija. Goldbart plantea un universo casi exclusivamente masculino, bien de cine de acción, con muchas peleas, sangre y guiños a revistas de los ’80, y con Rodrigo Noya y Gastón Cocchiarale, más Esteban Lamothe entre los “malos” de la película. La conexión entre Fernando e Israel, sus diálogos, sus mentiras a medias, son lo mejor de este filme que se propone entretener, y lo logra.