Lo que los chicos quieren Buen paso de los personajes a la pantalla grande, saltando de la aldea a Nueva York. Y en 3D. Los traspasos de personajes de la TV al cine tienen sus bemoles. Los propios Pitufos ya tuvieron su filme en los años ’80 (¡con Los Pitufos y la flauta mágica !) con tan poco éxito que nadie por los vecindarios de Hollywood se acordó de ellos hasta ahora, cuando Sony estrena Los Pitufos , una película que devuelve a los personajes, los saca de su pitufialdea medieval y traslada a seis de ellos (uno, nuevo) a Nueva York. La presentación, para los más pequeños, aquellos que vieron poco o nada a estos seres azules que miden “tres manzanas de alto”, ya es para que abran bien los ojitos. Está claro que Los Pitufos es un filme para chicos de hasta 8 años, aunque algunos grandulones que en los ‘80 los veían por la tele seguramente querrán aproximarse a ver de qué se trata. Y el resultado, dentro de lo imaginable, es positivo. Nacidos de la imaginación del belga Pierre Culliford, alias Peyo, los Pitufos son 101 (sí, como los Dálmatas) y cada uno tiene un sobrenombre de acuerdo a su personalidad (sí, como los siete enanitos de Blanca Nieves). Está Papá Pitufo, que se diferencia de sus hijos porque tiene barba y lleva ropa y gorro rojo, en vez del blanco del resto, y está Pitufina, única femenina de la comunidad, que –como bien saben quienes siguieron el cómic o la serie de TV- fue una creación del hechicero Gargamel infiltrarse en la comunidad de los Pitufos, pero el bueno de Papá Pitufo sacó la bondad en ella y la acogió como una hija más. Los seis personajes (Papá, Pitufina, Tontín, Gruñón, Filósofo y Bravo, el nuevo, que viste de escocés) terminan transportados a través de un portal al Central Park luego de que Gargamel logre ingresar a la aldea y, en el escape, en los preparativos por el Festival de la Luna azul, saltan al universo “real”, por decirlo de alguna manera. Detrás del sexteto van Gargamel y su gato (animado), Azrael. Ya en Nueva York, entablarán relación con una pareja (Neil Patrick Harris y Jayma Mays, Emma Pillsbury en Glee ) que espera un bebé. El es ascendido como vicepresidente de marketing de una empresa de cosmetología, cuya presidenta (Sofía Vergara) le exige que arme una nueva campaña para un nuevo producto en 48 horas. El resto es previsible. Pero lo que, tal vez, no era fácil de imaginar era que la interacción de los dibujos o, si se quiere, la inserción de los Pitufos en el mundo cotidiano, sería tan “realista”. Los personajes están bien integrados. Raja Gosnell ( Scooby Doo ) conoce del tema, y el mensaje –cristalino- es, como dirían Los Campanelli, que no hay nada más lindo que la familia unida. Hank Azaria, semirreconocible detrás de la pelada y la nariz dientes postizos, se divierte y divierte a los más chicos como el maléfico Gargamel, que quiere extraer la esencia de los Pitufos para tener más poder. Pero, como dicen que la esencia no cambia… Buen programa para los más chiquitos.
De amor y de humor Paul Giamatti es un impulsivo y autoindulgente productor de TV que tropieza varias veces con la misma piedra en su vida amorosa. No aprende. Barney no aprende. Pasan los años, las mujeres por su vida y el tipo insiste en corroborar aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. O más. Barney es un impulsivo -cuesta diferenciar a veces cuándo una persona deja de ser impulsiva para tildarla de infantil- que además es autoindulgente. Cómo hizo para enamorar a las tres mujeres que cuenta la película, es una incógnita. Productor de un exitosísimo programa de TV, Barney sufre horrores ya desde la primera toma, aquella en la que despierta por teléfono a la nueva pareja de una de sus ex esposas, para preguntarle si no quiere ver fotos de Miriam desnuda, cuando ella era joven. Después de que Brian le corte, vemos que las fotos que Barney tiene en sus manos son de Miriam, sí, pero toda una señorita y señora, como luego veremos que fue. El mundo según Barney -que nada tiene que ver con El mundo según Garp de hace casi 30 años, sobre el libro de John Irving, con Robin Williams- se centra, sí, en este hombre panzón en distintos momentos de su vida, que el debutante en la dirección de cine (con una veintena de series de TV sobre sus espaldas) Richard J. Lewis irá narrando en diferentes saltos narrativos. Así veremos a un Barney jovencito y bohemio, con su enamorada en Italia, con quien se casa y descubrirá una infidelidad. Luego con una hija de empresario forrada en plata y de religión judía como él, en cuya mismísima fiesta de bodas conocerá a la que -entiende Barney- es la mujer de su vida. Y que no es su esposa. Probablemente El mundo según Barney no sería lo que es sin Paul Giamatti como protagonista. El actor de Entre copas vuelve a pro barse en un personaje con mucho de patetismo, rodeado de otros seres no menos sombríos o melodramáticos, con un padre (Dustin Hoffman) al que cada vez que le pide un consejo paternal... prepárense. También sea excesivo el tratamiento de la cultura judía en varias escenas -para los que no la practican y para los que sí-, pero eso es un dato menor dentro de una comedia que desembocará en drama recién a la hora y cuarenta de su proyección. De amor y de humor, parece decirnos, también se (sobre)vive.
Todo lo que necesitas Steve Carell demuestra por qué es un gran comediante. Tal vez nadie lo haya previsto, pero en lo que va de este 2011 se han visto varias comedias estadounidenses que se alejan tanto del clásico slapstick como del humor más burdo y/o sexual. Loco y estúpido amor cabría dentro de lo que comúnmente se suele denominar “comedia de humor inteligente”, eufemismo para diferenciar un filme del resto de la producción en la que, para lograr una sonrisa, se echa mano a recursos resabidos, aprovechados hasta el hartazgo, o al simple doble sentido. La nueva película de los directores de Una pareja despareja puede verse desde distintos cristales, si se piensa en quién es el protagonista. Tiene un aspecto coral (de hecho hay siete roles importantes), pero con el personaje de Steve Carell (Cal) como eje sobre el que pivotear las historias. Sentado a la mesa en un restaurante, Cal está inseguro sobre qué pedir de postre. “Quiero... el divorcio”, le dice su esposa (Julianne Moore, con su perfil cubista). Cal no le cuestiona nada, ni cuando se entera de que lo engañó con un compañero de trabajo (Kevin Bacon), y se tira del auto de regreso al hogar. No sufre más que un rasguño. El dolor vendrá luego. La trama se irá complejizando con el arribo de otros personajes, como Robbie, su hijo de 13 años (Jonah Bobo), que está enamorado de la niñera de 17 años (Analeigh Tipton), quien ama en secreto a Cal. Y con Jacob, un playboy que en un bar levanta mujeres como papelitos del suelo (Ryan Gosling) y que ayuda al buenazo de Cal –se casó con el amor de su vida a quien conoció en la Secundaria y nunca estuvo con otra mujer más que con ella- en cómo conseguir chicas. La séptima participante del juego es Hannah (Emma Stone), que cree que van a proponerle matrimonio, y rechaza alguna noche a Jacob. Lo de “humor inteligente” va por los remates de los gags y la encadenación de situaciones. A la hora de pensar a qué se parece Loco... , por momentos los personajes de Cal, Jacob y Robbie recuerda a la estructura de Two and a Half Men , pero esta película tiene su cuota de romanticismo empedernido que le falta a la serie que dejó Charlie Sheen. Carell no sólo está mucho más tiempo en pantalla que el resto –los directores saben cómo “sacar” o hacer desaparecer algunos personajes para luego meterlos de prepo en la historia, creando sorpresa, y eso también es signo de astucia e ingenio-, es algo así como el nexo en común con el resto. Además de ser coproductor (con Denise Di Novi, antigua productora de Tim Burton), tiene bien ganado su lugar en la historia. El comediante es dueño de una simpatía que hace sentir al espectador cerca de sus problemas, y genera con sus gestos y tonos de voz la empatía para ponerse siempre de su lado. La comedia a veces sucumbe ante el llamado hollywoodense de crear circunstancias con aroma a clisé, pero siempre hay una línea de diálogo que la rescata. No hay muchas comedias que ofrezcan la oportunidad de concatenar situaciones reideras, que cuando uno comienza a lamentar que termine una secuencia, ya arranca mejorando la otra. Entre tanta oferta infantil en la cartelera, Loco y estúpido amor no tiene ninguno de los dos calificativos del título, sí humor… y amor. Por qué sÍ Comedia inteligente, que sabe encadenar situaciones reideras con un elenco de lujo.
Héroe, pero estilo clásico En su salto al cine el personaje de Marvel es menos vertiginoso y más humano. A los 60 años, Joe Johnston, después de dirigir Querida encogí a los niños , Jumanji y Jurassic Park III –de su curriculum puede que quiera borrar El hombre lobo , pero nadie sabe a ciencia cierta si el montaje final de ese pastiche con Benicio del Toro lo hizo él- demuestra que es un director sumamente confiable para el entretenimiento, si lo que se busca es erigir un relato contundente y convincente –algo poco usual en pleno Hollywood modelo siglo XXI- y con un superhéroe al frente. El Capitán América del cómic y el del dibujito animado, que muchos seguíamos en la TV blanco y negro en los años ’70, tenía algunos puntos en común con otros de los Vengadores editados por Marvel. En su paso a la pantalla grande, Iron Man tiene cinismo, Thor es duro y este Capitán América es el que mejor “da” como prototipo de la clase media estadounidense y hasta del mismísimo sueño americano. Steve Rogers quiere vengar, cuándo no, la muerte de su padre, que falleció por gas mostaza, pero, debilucho como es, rebota una y mil veces cuando quiere enlistarse en el Ejército para combatir a Hitler. Tanto tesón le ganará una oportunidad, cuando un científico alemán (Stanley Tucci) que trabaja para los Aliados le proponga ser parte de un experimento. ¿Vos querés ir a patear traseros nazis a Europa? Te inyectamos algo para que tus músculos crezcan... La prueba e investigación tiene su correlato en la Alemania nazi, donde la organización Hydra, comandada por Johann Schmidt (Hugo Weaving, el agente Smith de Matrix ) ya viene experimentando con un suero poderoso. Está bien: aquí había que presentarlo, pero lo que sorprende –y con agrado- es que una vez que Rogers se convierte en el Capitán América, cuando la película podía derivar en lo que fueron Iron Man o Thor , o mismo Wolverine , sigue su línea de rigor, si cabe el término. El Capitán tiene superpoderes, pero el relato no se basa en ellos si no en el enfrentamiento con el malvado Red Skull (Schmidt) ya en territorio europeo. Y le adosa su historia con Peggy Carter (la linda y modosita Hayley Atwell) y el coronel Phillips (el cara de piedra Tommy Lee Jones). Cuando Stan Lee tomó el personaje -que había nacido en 1941- le quitó lo más panfletario y lo barnizó con preocupaciones sociales que eran más afines al lector estadounidense de 1964. Y aquí, hasta los colores de la bandera, las barras y estrellas cuando aparecen propagandísticamente son retratados precisamente como propaganda... Pegando un vistazo a los nombres que hemos puesto entre paréntesis es fácil advertir que no se han ahorrado dólares a la hora de conformar el elenco. Falta hablar de Chris Evans, el héroe en cuestión. Con experiencia en superhéroes (era La Antorcha humana en Los 4 fantásticos ), ya desde su presentación (con un doble de cuerpo cuando es flaquito) calza perfectamente en el personaje, en cómo lo imaginó Johnston. Es el motor de la historia y enciende a la perfección. Ahora hay que esperar a Los vengadores, que se está rodando, y reunirá a todos los superhéroes. Y -más que nunca- no perderse lo que pasa tras los créditos finales...
Me quieren volver loca John Carpenter regresa con un relato afín a sus primeros grandes éxitos, y con el encierro como leit motiv. John Carpenter se hizo un nombre en el cine de los años ‘70 cuando una película suya, de bajo presupuesto, se convirtió en una de las campeonas de la taquilla, e inició no sólo una saga exitosa ( Noche de brujas ) sino un tipo de filme de terror que sería emulado, multiplicado y bastardeado hasta el presente. Lo que destacó a Noche de brujas y a su asesino serial, Mike Myers (nombre del protagonista, no el comediante homónimo) en los primeros títulos, los dirigidos por Carpenter, era lo que sería la marca de fábrica del director de El enigma de otro mundo . Más que terror, suspenso. En Atrapada , su regreso al cine después de una década ausente, tiene muchos puntos en común con Noche de brujas , en lo narrativo y hasta en el estilo de cámara. Kristen (Amber Heard) deambula por los pasillos de un hospital psiquiátrico. Sabemos poco y nada de su pasado, sólo que la internaron allí después de haber incendiado una casa en las afueras de North Bend, Oregón. Es 1966, y los métodos que el doctor Gerald Stringer utiliza con ella y sus cuatro compañeras del pabellón (el título original del filme) son las drogas y, eventualmente, el electroshock. La protagonista –que a diferencia de otras sagas, es línda pero no tonta, lo que la saca de la ley no escrita del género de que si es hermosa va a encabezar la lista de las futuras víctimas- quiere escapar del lugar, más aún cuando advierte que sus compañeras empiezan a desaparecer, algo que hace recordar involuntariamente a La isla siniestra , de Scorsese. ¿Qué les pasa? Las vueltas de tuerca del guión, que no es creación de Carpenter, como tampoco la música -algo de lo que le gustaba encargarse al realizador de Escape de Nueva York -, son un poco tiradas de los pelos. Hablábamos del estilo repetido de Carpenter. Hay aquí mucha cámara desplazándose por pasillos montada en grúa, pantalla widescreen (ancha), mucha acción nocturna, lluvias y relámpagos, y un uso tal vez abusivo de golpes de efecto. También están los personajes arquetípicos, no sólo la protagonista como la aparentemente cuerda en medio de loquitos, que hace que toma la medicación, pero no, más la enfermera con anteojos, el enfermero fuerzudo, el médico que ocultaría algo. Con todo, y sin ser lo mejor que se le vaya a recordar a Carpenter, Atrapada jamás aburre, mantiene en tensión, tiene muy buena iluminación –dato no superfluo en este tipo de filme- y no cae en el gore o el slash del tipo El juego del miedo , hijo bastardo de las Noche de brujas .
Esas son mascotas Jim Carrey mejora la relación con sus hijos cuando aloja las aves del título en su casa. Jim Carrey se hizo hiperpopular con aquel megaéxito que fue La máscara , pero su primer golpe de suerte, por decirlo de alguna manera, lo tuvo como ese detective de mascotas que fue Ace Ventura , en 1994, en la que se las veía con animalitos. Todo viene a cuento ante el estreno de Los pingüinos de papá , la comedia de tono familiar en la que el actor que de vez en cuando intenta ponerse serio vuelve a probarse como comediante, y no cómico. La trama y el nudo argumental son pequeños y simples. Popper es un ejecutivo exitoso en lo suyo, no así en su vida personal. Padre separado, a sus hijos mucho no les interesa pasar el fin de semana en su deslumbrante piso sobre el Central Park, en Nueva York. Digan que es una comedia, pero que los niños, de repente, acepten quedarse con él, no por él, sino por los pingüinos que habitan su hogar, ejem… El mismo hijo de un aventurero, que de chico seguía por radiollamadas la comunicación con su padre siempre de viaje, cuando éste fallece recibe una encomienda. Es un pingüino de la Antártida, no embalsamado como él cree, sino vivito y defecando. No puede sacárselo de encima, recibe cinco más y, lo antedicho, cuando su hijo menor y su hija adolescente descubren que pueden divertirse con papá, el hombre se niega a entregar las aves al zoológico. Pero el verdadero “mensaje” del filme no es “queré a tu papi por lo que tiene, no por lo que es”, sino todo lo contrario. Popper, para ascender en la firma donde trabaja, debe convencer a la dueña del restaurante Tavern on the Green (Angela Lansbury, nada menos) de venderlo, porque sus jefes quieren tirarlo abajo y construir allí un edificio. ¿Qué hará el bueno de Popper? No es éste un festival de morisquetas Carrey, aunque al actor le suceda lo que a John Travolta tras Fiebre de sábado por la noche : no había filme en el que no le hicieran bailotear un poco, y Carrey no puede evitar no imitar a James Stewart, o hacer más bufonadas, que, en fin, fue lo suyo en un principio. Pero como la película llega hablada en castellano, parte de la gracia se pierde. Los más chicos, hasta los 9, 10 años, la pasarán bien, por su humor sano. En estas vacaciones de invierno atomizadas por Potter y Cars 2 , ésta es otra opción, Sifinitivamente , como diría Popper.
Adiós a un mago a pasos de ser leyenda El final dejará conformes -y emocionados- a los fans del mago. Después de diez años y ocho películas llega el momento de despedirse de Harry Potter. El fan, de los libros y de los filmes, quedará satisfecho con Harry Potter y las reliquias de la muerte, Parte 2 , no sólo porque se respeta el libro de J.K. Rowling, sino porque, más importante aún, el filme honra y reverencia a sus personajes y los temas abordados a lo largo de la saga, la más exitosa en términos económicos de toda la historia del cine. Desde la orfandad y los maltratos que sufría Harry en La piedra filosofal hasta –ya todos lo saben- el duelo final que mantiene con Lord Voldemort en la película que hoy se estrena en la Argentina, un día antes que en los EE.UU., ha pasado de todo. Rowling y los respectivos realizadores de las películas posaron sus miradas sobre los conflictos de los niños y adolescentes, la amistad y los miedos, la solidaridad y hasta la violencia, la muerte, el enfrentamiento entre el Bien y el Mal, y también el sentido de pertenencia, sea a una escuela de magia, a una familia o a sentirse leales a un ideal. Pero tal vez haya sido el guionista Steve Kloves el mayor responsable de que la saga del mago con el relámpago en la frente haya conquistado públicos de toda clase y en todo el mundo. Kloves (director de Los fabulosos Baker Boys , que adaptó todos los libros excepto La Orden del Fénix ) siempre supo cómo sopesar la amistad de ese trío formado por Harry, Hermione y Ron, ya sea desde el costado de cuento de hadas que le confirió Chris Columbus a las dos primeras películas, hasta la oscuridad y la mejor intriga que le dio Alfonso Cuarón en la mejor de todas, El prisionero de Azkaban . Lo cierto es que el seleccionado de estrellas británicas -más algunos infiltrados estadounidenses- que acompañaron a los chicos siempre han hecho que ver las películas de Harry Potter resultara un placer. Ahora bien, aquéllos que nunca vieron un fotograma de HP , no entenderán nada si van a ver Las reliquias de la muerte, Parte 2 . Por más que se haga hincapié innecesariamente en los diálogos, que explican más de lo que deberían, como para que nadie se olvide de nada. Si bien en la Parte 2 se cierra todo lo que en la Parte 1 quedaba abierto, aquélla es sensiblemente superior, en términos de suspenso, sorpresa y perplejidad. Desde que David Yates, quien básicamente provenía de la TV británica, tomó la posta (hizo las últimas cuatro películas), hay ierta homogeneidad. En esta Parte 2 Harry regresa a Hogwarts y sabe que, con o sin horocruxes, deberá enfrentarse al Innombrable. Rodada en 3D, tiene la espectacularidad que le faltó a otras, es cierto, y momentos que parecen tomados cinematográficamente de la última parte de El Señor de los Anillos , de Peter Jackson. Aquí se resuelven muchas preguntas que el fan tuvo a lo largo del desarrollo de los libros y las películas, y no tiene sentido hacer mención a ellas. Los fanáticos tendrán su momento para emocionarse –o no- en el epílogo. Concluye Harry Potter, y más sustancial que el duelo que los fans harán por el final es lo que ha dejado la saga, cómo influyó en otros filmes en la manera de contar relatos aptos para chicos y adolescentes. Si Daniel Radcliffe tiene mejor perspectivas de futuro que Emma Watson o Rupert Grint está por verse. Lo cierto es que muchos jóvenes crecieron con estos personajes durante los últimos diez años, y ni el final podrá con el mito o la leyenda. El cine logra cosas así. Por suerte.
Mejor me callo la boca El turco Ferzan Ozpetek retrata una familia italiana dedicada a la fabricación de pasta, con secretos mejor o peor guardados. Una novia, con su vestido blanco movido por el viento, camina por el campo italiano. Va sola. Llega donde hay un muchacho, le apunta con un revólver y luego se dirige el arma hacia su propio pecho. La cámara se aleja, toma la vivienda desde lejos y se escucha un disparo. No se trata de un thriller. No. Ferzan Ozpetek ofrece esta suerte de preámbulo para luego saltar en el tiempo y ofrecer una commedia all’italiana de mejores épocas, con los toques de modernismo que imperan en el presente. Pero lejos de Scola o Risi, ya que Tengo algo que decirles jamás promueve la carcajada, ni la simple ni la hiriente. No hay una mirada crítica sino contemplativa. La trama se desarrolla en el seno de una típica familia, en el caso una que tiene una fábrica de pastas en Lecce. Sentados a la mesa, claro, son más de una decena. Tommaso llega desde Roma, donde en vez de estudiar Económicas se abocó a la Literatura, y piensa aprovechar esa reunión anual en casa de sus padres para revelar no sólo eso, y que piensa dedicarse a la escritura, sino también que es gay. Su hermano mayor, Antonio, que trabaja en la empresa, le pide que no lo haga. Y cuando llega el momento del anuncio, le gana de mano. Sí: Antonio revela que es homosexual, y el padre literalmente se desmaya luego de echarlo, y termina en el hospital. Cada espectador podrá engancharse con algunos de los dos temas troncales. Uno, claramente, es el de la aceptación de la homosexualidad y cómo lo viven ambos hermanos. El otro es la relación padre-hijo, cuando aquél no sólo no ve reflejado en éste sus expectativas, sino que se siente defraudado. El turco Ozpetek, afincado en Italia desde sus 17 años, extrañamente prefiere volcar ambos asuntos en clave humorística, cuando tanto el tema de las relaciones familiares como el de la homosexualidad los había tocado en Hammam, el baño turco y La ventana de enfrente , dos de sus tres películas estrenadas hasta aquí en nuestro país. Así, su filme no deja de ser un pasatiempo algo extendido (111 minutos) en el que todo parece pasar por si Tommaso le dice la verdad a su padre o si ese hombre de Neanderthal que es Vincenzo alguna vez reflexionará. “Si uno hace siempre lo que le piden los demás, no vale la pena vivir”, dice la abuela a uno de sus nietos. No vamos a revelar por qué la nona lo dice, pero entre los secretos mejor o peor guardados de una familia con muchos integrantes –que el filme se empecina en caracterizar de un plumazo-, habrá que seguir con atención a la abuela (Ilaria Occhini). También, a Riccardo Scamarcio –empezó a rodar Bop Decameron , esta semana con Woody Allen-, y no sólo porque es del que está más tiempo en pantalla. Los suyos son personajes que no se ajustan a una sociedad rígida, y tal vez en ellos Ozpetek haya querido concentrar su punto de vista. Pero es evidente que, aquí, lo manifiesto le quita lo valiente. Comedia a la italiana, pasatista, que no ahonda en los temas que aborda, la aceptación de la homosexualidad y la relación padre-hijo.
El sentido de la vida misma Monjes franceses en Argelia deben tomar una decisión. Por qué la fe es tan amarga?” La pregunta se la hace un monje ante una situación límite. El y otros siete religiosos que viven en el Monasterio del Atlas, en Argelia, en los años ’90, son amenazados por un grupo fundamentalista, que comete todo tipo de atrocidades, ante un gobierno que muestra corrupción. Y entonces los monjes deben tomar una decisión. Regresan a Francia, su país, o se quedan allí, donde -para más de uno- es su verdadero hogar. Basada en hechos reales, la película de Xavier Beauvois quiere por todos los caminos incluir al espectador en su trama, haciéndolo partícipe de las crueldades de los terroristas tanto como de las dudas y los miedos que tienen estos siervos de Dios en un territorio que para muchos resultará ajeno. El protagonismo se repartirá entre Christian (un contenido y a la vez temeroso Lambert Wilson), Luc (un soberbio Michael Lonsdale) y el resto. Es que cada monje tiene sus ideas, sus motivaciones internas y sus necesidades, por más que lo que compartan todos sea el deseo de ayudar al prójimo. “No podemos dar lo que no tenemos”, se escucha por allí. Es una de las tantas frases con las que el realizador pretende sumergir al público en la ineludible tragedia. Es que la colonización francesa también tuvo que ver con los hechos que luego acontecieron. “Somos como pájaros en una rama. No sabemos si partir”, dice uno de los religiosos a los aldeanos, pero como los cistercienses no tienen como misión la evangelización, en ese pueblo musulmán, la ayuda que pueden brindar muchas veces tiene que ver con la salud. Historia de coraje, valentía y temores, De dioses y hombres habla de seres que luchan contra la sinrazón, con la esperanza como bandera. “¿Para que ser mártires?” “Somos mártires de fidelidad, de amor”, se preguntan y responden los monjes. El relato utiliza como contexto la religión –o las distintas creencias-, pero sabe ir más allá de la cuestión filoreligiosa. ¿Qué hacer cuando todo indica que para sobrevivir sería necesario cambiar una forma de ver las cosas? ¿Se es fiel a un precepto, a lo que dicta el corazón, o se ve la realidad y se actúa en consecuencia? Ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2010, De dioses... no es un filme sobre la religiosidad, por más que abunden las escenas de rezo y los protagonistas sean cristianos de ley. La humanidad y el entendimiento de lo que es correcto son las bases en las que se sustenta este muy buen filme que no debería pasar desapercibido en la cartelera argentina.
Con un pie en el acelerador Rayo y Mate vuelven con más ritmo, comedia y aventuras. Es, a todas luces, la película animada en 3D mejor realizada y más brillante a la fecha -se sabe que los prodigios cinematográficos en la materia hacen que lo que hoy parezca insuperable, dentro de un par de años pase por obra de un principiante-. Eso, en cuanto a cómo se ve , a su diseño de producción, a los escenarios que sirven de fondo, sea en Italia o en Londres, además de que el agua, ese elemento que tantas veces denota en la animación artificiosidad, esta vez parezca tan real como la del Mediterráneo. Y los ojos, ese otro componente difícil de lograr creíble, esta vez zafan, ya que no hay personajes humanos. Todos, en Cars 2 , son autos. O barcos. O aviones. Con ojos y boca. Y con corazón. De Toy Story a esta parte -lleguen temprano al cine, que el corto que precede a la película es Vacaciones en Hawai , con Woody, Buzz y compañía, ya sin Andy...- Pixar ha hecho de la amistad el núcleo central de sus historias. Aquí, Rayo McQueen sigue compitiendo -desde 2006 ha ganado varias Copas Pistón- y su equipo es el mismo que lo acompañaba en “Radiador Springs”, con Tom Mate como su amigo fiel... y corazón de la nueva historia. Es que en el periplo que Rayo debe hacer por el mundo a través de la triple competencia -en Tokio, en una ciudad costera italiana y en Londres-, los amigos se cruzarán con espías, y el remolque en particular se verá en medio de una trama que tiene a agentes británicos (como los buenos) y un grupo de autos como caídos en desgracia, que están comandados por otro enigmático auto, que nadie sabe quién es, pero que está boicoteando un nuevo combustible más puro, que es el que utiliza Rayo... Mate cree que Holly Shiftwell, una belleza de auto, está en verdad enamorada de él, pero es una espía británica, lo mismo que Finn McMissile, quien es el james Bond de la historia. Claro: los gadgets de los autos del 007 se justifican aquí porque el protagonista es un auto sofisticado en sí mismo. Pero al costado de intriga -y conveniente humor- se le agrega el de la competencia internacional propiamente dicha, donde Rayo pelea, bujía a bujía, con el as del volante italiano Francesco Bernoulli, que no es de jugar limpio. ¿Tendrá que ver Francesco con el complot contra el nuevo combustible? Con un pie en el acelarador, John Lasseter marca diferencias que los fans de la primera película sabrán notar. Por un lado, el ritmo, más frenético. Por otro, se extraña la mirada nostálgica, esas sutilezas que campeaban por Springs. Ahora todo es más el aquí ahora, no hay un pueblito por recuperar, ni la ruta 66 es un eje del relato. Cars 2 está mucho más volcada -sin nunca llegar a volcar- hacia la aventura y la comedia. Las secuencias de persecución en las pistas son realmente asombrosas, y el 3D está más que bien aprovechado. La película tiene muchas copias subtituladas, con lo que los mayorcitos pueden oír a Owen Wilson, John Turturro y más estrellas. Los chicos (y las chicas) pueden disfrutar igual sin tener que leer, para así dedicar sus ojitos a estos reyes de la pista, que abren camino a más y más aventuras y humoradas por venir.