Una isla a la que nunca llegamos. Scorsese es un cinéfilo. Un amante del cine, y principalmente, de las películas de Hitchcock. Y, mucho mérito del (re)descubrimiento de Vértigo, la mayor película del rey del suspenso, se deba al director de Toro salvaje (*Nota: En el día de la publicación de esta crítica salió un juego bastante interesante, justamente, sobre el proceso de restauración de los films de Hitch por parte de Scorsese, lo pueden ver acá). Se suponía que este, entonces, con La isla siniestra brindara un espectáculo de terror y suspenso manífico, un homenaje tan grande como algunos de los títulos previos del director. Incluso, podríamos agregar, que al haber ganado el Oscar por Los infiltrados, Scorsese estaría todavía más tranquilo y haría no tanto una película personal, sino un blockbuster inteligente y atrapante, estilizado y entretenido. El problema es que de estos adjetivos, la película sólo es una módica narración de suspenso con un tercer acto para nada sorprendente. Y sí, el estilo es lo que más importa, porque uno nunca se siente en la isla del título, sino más bien mirando un módico ejercicio de adaptación de otra obra más del autor de la novela Río místico. Los homenajes a Scorsese parecen más que nada para distraer al cinéfilo nerd, para que se la pase diciendo "ah, mirá, esa toma es igual a la de Psicosis" o "acá DiCaprio hace lo mismo que Cary Grant al final de Intriga internacional". Porque el resto de la película tiene un ritmo más propio de un thriller más, que, como Hollywood manda, tiene uno de esos finales que harían a Night Shyamalan babearse por arruinar. El primer acto cuenta la llegada de Teddy Daniels, el ofuscado detective interpretado por Leonardo DiCaprio (quizás, más cercano ahora a Howard Hughes que en la biopic El aviador) a la isla para criminales dementes. La llegada es lo más memorable del film: se nos presenta al protagonista y su compañero llegando a la fantástica isla del título a través de una niebla que parecería cruzar a otra dimensión. Él detective acarrea problemas y bastante trágicos: su mujer (Michelle Williams, ex mujer en la vida real y mujer en la ficción de Heath Ledger en Secreto en la montaña) murió calcinada por un pirómano. Las cosas se vuelven más turbias cuando Teddy sueña, en sus periódicos viajes oníricos a su vida pasada, con ella, quien le asegura que el criminal está encerrado en la isla. Pero su deber no es vengarse, o pelear con fantasmas del pasado, sino encontrar a la paciente Rachel Solando. Misteriosamente, se "desvaneció" del instituto de máxima seguridad. Lo que sigue es una pesquisa de parte de Teddy (nunca abandonamos su punto de vista, claro) para tratar de descubrir la verdad. Pero las cosas se complican, cuando empezamos a sospechar que quizás todo el instituto podría ocultar algo más tenebroso. Macabro, incluso (es esencial, que toda la paranoia esta viene en plena caza de brujas, superada la guerra contra el nazismo). Y para peor, Teddy es un hombre problemático. Sería el paciente/experimento, perfecto. Creanmé, pero con la sensación de peligro o paranoia en una isla con interminables tormentas, locos con cara de asesinos (bueno, todos lo son), antihéroes que dejarían normal a Travis Bickle a su lado, y dos monstruos de la actuación como Ben Kingsley (Gandhi, La lista de Schindler) y Max von Sydow (El séptimo sello) como doctores siniestros, plus un DiCaprio bastante psicótico, uno debería aferrarse a la butaca del suspenso que provocaría cada esquina, cada rincón sin luz de La isla siniestra. Pero no. Uno siente que está en una isla totalmente artificial. Que todo es puro artificio. Si sacamos los actores y la psiquis de los personajes, el estilo de Scorsese (esa edición impactante) se nota apenas un par de veces: bueno, también están los errores de continuidad que intentan hacer "sucia" una película que está mucho más cerca a Pandillas de Nueva York que a Taxi Driver. No le recrimino al director haber optado por un enfoque más digerible, mientras me brinde una buena historia de suspenso. Pero acá, en cada plano, cada efecto digital, se nota el artificio. Se delata en la estructura del guión, que es previsible (y sin adelantar nada, ¡basta de matar niños Dennis Lehane!), en la llegada a la isla, con una banda sonora no original que intenta reforzar la idea de la oscuridad subyacente y no lo logra (sí quieren ver algo aterrador, y con una banda sonora que lo potencia, miren El resplandor, de Kubrick). Hay una revisión del nazismo, pero es mucho menor a la de Tarantino, que hace unos meses parecía decir basta a la solemnidad de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Acá, Martin al principio parece un poco afectado por el maniqueísmo de Hollywood, pero después unta todas las subtramas, para que tengan mayor relevancia. Pero ese también es uno de los problemas: la película quiere decir tantas cosas que al final, dice pocas. Parece que Scorsese, tan apegado al cine de los '50 quiso reconstruir su escencia. Algo así, como, citando de nuevo a otro director-cinéfilo empedernido, Tarantino con el grindhouse en A prueba de muerte. Pero ambas películas comparten los mismos efectos y defectos: las dos son más que prolijos ejercicios estéticos que intentan copiar un estilo, pero también carecen del factor humano, de la conexión emocional con el espectador. Da la misma sensación estar en la isla tenebrosa que arriba del Dodge furioso. O sea, lindo para ver. Nada más.
Cuando todo está mal, puede estar (y estará) peor. El prólogo de Un hombre serio, la nueva película tragicómica de los hermanos Coen, ratifica su habilidad narrativa. Saben como construir secuencias y captar nuestra atención, para ir generando un climax que generalmente suelen rematar con humor negro. En esta ocasión, vemos como una pareja judía recibe una maldición, según la mujer. El marido fue visitado por un espíritu maligno. El desarrollo y la conclusión de esta mini-historia es una rotunda prueba de por qué los Coen son unos grandes cineastas. Uno podría argumentar que el humor negro a veces es excesivo, demasiado malicioso y cruel (como en la insufrible Quémese después de leerse) y otros festejarán la "inteligencia" para crear tales situaciones. Sin abandonar ninguna de las marcas autorales que vienen generando (desde la malicia contra sus sufridos personajes, pasando por el equipo técnico, los planos, y los terceros actos "inconclusos" hasta el diálogo punzante y mordaz) hicieron la que podría ser, hasta ahora, su película más personal. Es una suerte de Ley de Murphy exagerada en la vida de un judío, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg). Todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Larry es un profesor de física al que las cosas no le empiezan a salir bien. Su mujer quiere divorciarse, que Larry cumpla el ritual, de lo contrario sería una gett. El hombre por el que lo va a dejar es Sy Abelman, un tipo entrado en años y fuera de forma. No sólo quiere el divorcio: también le pide a Larry que abandone el hogar. El profesor de física también debe afrontar otros problemas: su hijo está a punto de hacerse hombre en su Bar Mitzvah y a escondidas, fuma marihuana y le debe dinero a un compañero del colegio. Su tío vive también en su casa, y para colmo, está medio loco. Y tiene problemas con la policía. Sy Abelman no para de aconsejar a Larry sobre cómo tomar este momento de separación, y su voz tranquilizadora no tiene, precisamente, el efecto deseado. Ah, y tiene que además, arreglar la antena de su casa. En la escuela las cosas no van mejor: un alumno coreano quiere sobornar a Larry para que cambie una nota (una F, con la cual no puede conseguir la beca). Larry se altera y dice "Todas las acciones tienen consecuencias". "Quizás" responde el coreano. "No, en esta oficina, las acciones siempre tienen consecuencias". Ese diálogo, como muchos de la película, tiene una importancia fundamental para el tercer acto, que es, a ojos de este crítico, uno de los más emotivos y potentes de los Coen, impulsado por el tema Somebody to love, de Airplane. Además, el profesor tiene problemas económicos, y una serie de cartas anónimas pone en duda su continuidad laboral. En la búsqueda por la ayuda, Larry recurrirá a distintos rabinos. Mientras que alguno es muy joven y sólo complica aún más las cosas, otros son muy viejos y ya no lo quieren atender. El protagonista duda de la existencia de Hashem, Dios, y cómo este obra. Su vida es una catarata de desgracias. Sin embargo los Coen se permiten diálogos emotivos como el del hermano de Larry (Arthur, o Richard Kind) que parecen vivir en un mundo más complicado. No es una simple solución del tipo "la vida de este es peor" sino, solo una visión más. Si el personaje de Woody Allen en Dos extraños amantes o Hannah y sus hermanas se sentía siempre perseguido, paranoico y reflejaba el estado emocional de un judío neoyorkino, los Coen tratan de ir un poco más allá, y fieles a su estilo (sin el matiz romántico de Allen) dejan fluir todas las calamidades sobre Lawrence. Este, además, mientras trata de digerir todos los problemas, se encuentra con otros nuevos. Su vecina que reposa al Sol desnuda, es una tentación para él. Al mismo tiempo, la familia de ella, parece no ser del todo amigable con los judíos (o así lo imagina él). Si bien hasta ahora todas son loas para la película, el puntaje debe ser también, razonable. Para empezar, los Coen decidieron narrar todo de manera episódica. Casi como el cuento del principio con el dybbuk. Algunos "episodios" están más logrados que otros. El relato del dentista y el goy, por ejemplo es más memorable que el montaje paralelo que es desconcertante (en un mal sentido) del accidente automovilístico. Eso también quita un poco del poder emocional a la película. Pero de todas maneras, el ignoto Michael Stuhlbarg, con pequeños detalles, como ojeras y el pelo despeinado se encarga de darle continuidad orgánica a todo el relato. No sólo eso, el actor logra transmitir humanidad en medio del hermetismo típico de los Coen (algo que sólo grandes actores, como Jeff Bridges en El gran Lebowski, consiguen). Decididamente, merecía una nominación al Oscar. En cuanto a los rubros técnicos, todo está más que bien. La música fría y casi apocalíptica de Carter Burwell congenia de manera estupenda con el estilo de los directores de Educando a Arizona. Roger Deakins demuestra una vez más por qué es uno de los directores de fotografía más grandes con vida. Y los Coen, hacen una más que buena película. Algunos abrazaran esta historia tan personal, ubicada en la década de 1960, en Minnesota. Otros, encontrarán una de las más herméticas y cerradas películas de los hermanos, fría y cruel (y los que festejan su ingenio, por el contrario, verán una de sus pequeñas joyitas). Polarizadora de audiencias, sin duda.
Reyes de los excesos. Un ejemplo de remake. En una época donde abundan las fotocopias de películas bastante buenas (o no: abundan remakes, de todo tipo) y franquicias que se (re)inician sin la mínima idea ignífuga, Wener Herzog presenta una película que tiene fuerza, inteligencia, y posibilidades (por mi parte, más que bienvenidas) de convertirse en una franquicia. Terence McDonagh discute junto a un compañero del trabajo (Val Kilmer) acerca de la posibilidad (o no) de salvar a un prisionero en medio de la inundación por Katrina. El escenario es Nueva Orleans, retratada como nunca con sus exóticos animales (cocodrilos e iguanas, que cobran vital importancia para la película) en medio de un paisaje devastado, desolado y arruinado. La fotografía está llena de azules y rojos intensos. No parece haber espacio para grisis o colores suaves. Así es el nuevo mundo en el que este policía se mueve. A propósito: Terence tiene un particular forma de moverse, y eso se debe a esta crucial secuencia inicial. Podríamos decir que tiene el karma está presente en esta película, que deja al hombre con un dolor de espaldas terrible, y lo convierte en un rengo adicto a la cocaína. El andar reptiloide del teniente no es lo único que lo hace tan característico. También la línea que lo separa del bando de los delincuentes. McDonagh no es un Harry Callahan que hace justicia por mano propia. Parece que sólo le interesa hacer lo que sus instintos indiquen. Es parte de la flora y fauna de la (nueva) Nueva Orleans. Va para la salida de los boliches. Espera a que alguna parejita sospechosa salga y los detiene. Roba la droga que tengan encima, y para colmo, abusa de la chica adelante de su pareja. Pero el placer no es sólo eso: el joven debe ver el abuso. Es un tipo encorvado, de andar raro, personalidad más ambigua aún, y con un revolver totalmente exagerado (no digo que no sea real). Y cada uno de sus actos parece jugarle en contra. No puedo más que esperar películas tan buenas como esta con otros "llamados portuarios". Algunos se sentirán casi tan abusados como el joven por pagar una entrada de cine y tener que bancar a Nicolas Cage en el papel protagónico, haciendo gestos totalmente desmesurados. Pero la realidad es que no me imagino otro Terence McDonagh que no sea Nicolas Cage. Sí, para mí también la mayoría de las apariciones del ganador del Oscar son insoportables. Y si la película es mala, la hace peor. Pero cuando un director inteligente sabe aprovechar los defectos de Nicolas, y los usa para un fin concreto, el tipo se luce.No digo que merezca una nominación al Oscar ni mucho menos, sólo que su personaje es bastante peculiar. Desmesurado. Histriónico. Como la película, encaja justo. En este caso, el llamado es en Nueva Orleans, donde Terence debe resolver el asesinato de una familia, presuntamente ligada a la droga y a un traficante llamado Big Fate (el rapero Xzibit). Mientras tanto, debe arreglar su situación personal: deudas por apostar (con un maniático Brad Dourif), una novia porstituta (Eva Mendes) a la que defiende de hombres demasiado poderosos y también cuidar de un perro y un chico. Aunque eso último es parte del llamado del deber. Quien espere un thriller rápido y barato, de esos que podrían equipararse con el fast-food que sólo deja dolor de estómago, no va a encontrarse con lo que esperaba en esta película. No es un relato caótico, pero sí desmesurado. Convergen en la trama el policial, la comedia (con un par de líneas que quedarán, con algo de suerte, en la historia del cine, como "His soul is still dancing!" y "Ain't no fucking iguanas"), y hasta la reflexión sobre el cumplimiento del deber. Werner Herzog es un gran director (Aguirre, la ira de Dios) que durante la última década se la pasó dirigiendo impresionantes documentales (uno de ellos, debió ganar el Oscar: Encuentros en el fin del mundo). Su sensibilidad para registrar pequeños detalles (y enamorarse de ellos) se nota en cada primer plano que hace a los lagartos que polulan por los edificios y carreteras de Nueva Orleans. Es un nuevo y apreciado enfoque a una ciudad que ya bastante trillada estaba (sí, acá también están los típicos pubs y la música soul, pero no se presentan como postales, sino como cosas habituales). Sólo basta con escuchar la excelente banda sonora de Mark Isham (Crash: Vidas cruzadas) y deleitarse con este héroe tan torcido, tan imperfecto.
Caos en la vida de un narrador. El cine de Terry Gilliam es bastante peculiar. Sus películas son amadas u odiadas (últimamente, más odiadas que amadas). El director puede dar rienda suelta a su poder de imaginar mundos alteras y piscóticos que a veces, funcionan y terminan por sumir al espectador en una experiencia surrealista y sensorial. Brasil, una de las más polémicas obras del director, trataba sobre una víctima de un Estado totalitarista, y si bien el nivel de disparate era alto, en el tercer acto todo se desmesuraba. Pasión por la fantasía y lo caótico, algo que también agrada en 12 monos, aquella ficción con Bruce Willis. Durante el rodaje de la película, Heath Ledger falleció y Gilliam sólo contó con la mitad de su papel rodado. Casualmente, eran todas las secuencias "reales" del film. Para saber a qué me refiero, vale la sinopsis de la película. El Doctor del título es un monje de miles de años de edad, un inmortal, que vive apostando contra el diablo (una carismática creación del músico Tom Waits). A través de los siglos, estos seres estuvieron apostando almas humanas. Parnassus tiene un espejo mágico que, al cruzarlo, refleja la imaginación del (o los) visitante(s). También es controlado en parte por el mismo Parnassus y el diablo, que intentarán convencer a cada uno de que vaya para su lado. Hasta la llegada de Tony, un hombre al que la compañia ambulante del inmortal salvó del suicidio, las cosas no iban bien. No sólo porque ya nadie parece interesado en el mugroso y anticuado show, sino porque la misma banda de fenómenos (entre los que se encuentran la bonita Lily Cole y el cómic relief de la película, Verne Troye, Mini-me en la saga de Austin Powers) carece un de un show-man. Ese es el papel con el que juega Heath Ledger. Según Gilliam, el papel y el guión no sufrieron modificaciones notables a pesar de la muerte del protagonista (aunque algunos diálogos en el Imaginario parezcan indicar que sí). El papel de Tony, que algunos podrán ver como un ángel (está siempre de blanco) salvador del teatro ambulante y callejero, tiene varios matices, y muchas caras. Y no sólo porque cada vez que cruce al Imaginario sea un rostro literalmente distinto. Vale aclarar que con la muerte de Ledger, Gilliam recurrió a sus amigos para completar el material. Así tenemos a Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell (los cuales, salvo el último, no tienen considerable tiempo ni protagonismo en pantalla). Uno no se puede quejar de que se rompa algún tipo de conexión emocional con Tony al cambiar de rostro, porque sinceramente, no creo que se produzca con algún personaje. No es algo necesariamente malo: la película no trata de ser sentimental, sino, puramente visual. Quizás no tanto, porque la trama está plagada de giros inesperados (un tanto caprichosos e incomprensibles) como para dar el tercer acto tan típico del director de Pánico y locura en Las Vegas. Si bien en la historia hay romance y rendención, el acento está puesto (y debe ser donde el lector se enfoque, si quiere disfrutar la película) en el vasto despliegue visual y fantástico del universo imaginario. Gilliam es un artista, y se nota en cada edificio, construcción, o detalle que tengan sus personajes. Desde mundos conformados por láminas desiguales hasta árboles de madera y escaleras que van hacia las nubes, pirámides que simbolizan el camino hacia Dios, o la purificación del alma. Una obra menor suya, es más original que el resto de las películas promedio. El problema con todo el relato es, justamente, la narración. Es totalmente caótica. Y en esto, Gilliam profundiza sus errores. Por todos los aciertos que tiene el film (que son bastante y agradables) también uno siente la truncada y esforzada narrativa. Desde los flashbacks que carecen de mucho sentido, hasta las tragedias que sufren sus personajas. O el desarrollo de la película, que quiere abarcar mucho y termina apretando poco y nada. Ejemplos hay a montones. Como las visitas al Imaginario, que en un primer momento son impresionantes, para luego ser repetitivas y arbitrarias. Es obvio que Gilliam se identifica con los artistas londinenses callejeros que protagonizan su relato. Y va por más: se anima a decir que el universo, el cosmos, el orden, funciona gracias a que siempre hay una historia por ser contada. Perdón, una historia que se cuenta en ese mismo momento. Parnassus es Gilliam. Es un narrador, que pone enfásis en las imágenes del relato, pero se olvida que para que las imágenes se complementen, debe haber una fluidez notoria con lo que uno cuenta. Mirando la película, me preguntaba si haciendo más abstracta la "historia" no hubiese sido más productivo para todo el film. Para sentir una experience totalmente surrealista, bella, y bien trabajada (todos los actores están bien, algunos más, como el gran Christopher Plummer). Digo, las alegorías se notan sin necesidad de remarcarlas, y por lo que uno se lleva de "la historia" (la película parece una sucesión de secuencias creativas, pero que no siempre encajan) no sería demasiado problema. Después de todo, para ser inmortal, Gilliam tiene al cine. Y seguramente nos cautivará con una obra maestra. Por ahora, sólo es un show aceptable.
Camino que has de recorrer... Esta película es como una de esas pequeñas joyitas que uno encuentra, disfruta, y con el tiempo vuelve a ver con el mismo cariño que la primera vez. Es una historia romántica bien contada, con personajes queribles y actuaciones memorables. Hay una gran atención por el detalle (noten cada mirada, cada gesto) y una gran química entre ellos. Quizás en el último acto (o mejor dicho, en los últimos minutos) todo se convierta en un desfile de clichés con enseñanzas de vida incluídas (y ahí justifican un poco el pomposo título con el que se tradujo en este país). La historia es sobre una chica de 16 años, Jenny, linda, inteligente y energética. Mucha de su energía la vuelca en los libros. Estudia para conseguir un lugar en la prestigiosa universidad de Oxford. Su padre (estupendos en su trabajo Alfred Molina) quiere que ella asegure su futuro. Nada de escuchar música francesa o dejar las prácticas de violín. Ella debe encajar en la etiqueta de Oxford. Jenny es estupendamente encarnada por Carey Mulligan, una chica que sabe como enamorar al espectador. Solamente con una sonrisa y algunos tics esnobs (las frases en francés que ni ella sabe por qué las dice) puede comprar a cualquiera. Una de las secuencias claves de la película, y donde consigue sin dudas, la mejor tensión romántica, se produce cuando la jovencita sale de la escuela. Llueve, y la chica está empapada con su violonchelo (nota al margen: quien escribe está encantadisímo con la pronunciación inglesa de ciertas palabras, que sale de la flema inglesa de estos actores). Pero en ese momento aparece David (Peter Sarsgaard) un bon vivant que maneja un Bristol deportivo y es, claro, el móvil a la sofisticación y la vida de lujo. No hablo del auto, sino del concepto del personaje de David. Es lo que la muchachita llena de estudios necesitaba. Nada de compañeros temblorosos ante la presencia familiar. O de una vida de clase media condenada al esfuerzo fútil. Ese encuentro tan romántico bajo la lluvia (con una fotografía predominantemente azul) es la clave, el punto de inflexión en la vida de esta chica con ganas de vivir y aprender lo que no está en los libros. De ahí el título en inglés, que también viene de los dichos de la verdadera protagonista Lynn Barber (en base a sus memorias se elaboró el guión de la película). El relato se constituye luego por el misterio, el romance, y el suspenso. Está, claro, la iniciación sexual, pero no se profundiza demasiado. Uno sospecha que el pretendiente de la adolescente inglesa puede tener otras intenciones. Ella también, pero la sonrisa de David y sus modales hacen que uno acepte su guiño y sea cómplice. De todas maneras, vale aclarar que esta no es una película de asesinatos o violaciones (por si alguno resaltó la palabra suspenso) sino de un amor, podríamos decir, platónico. Y no el de Jenny con David, sino el de Jenny con una idea, un estilo de vida. En este aspecto (y en el ritmo, el trato) la película es un drama elegante y sutil sobre el lugar de la mujer en la Inglaterra de los '60. Los actores son, quizás, el punto más alto de Enseñanza de vida: basta un par de miradas, gestos o intercambio de palabras para saber, intuir, que sucede entre ellos. Miren sino la tensión erótica que hay entre Jenny y Danny, uno de los amigos con dinero y estilo de David. La película se llena de esos pequeños, pero intensos e inteligentes momentos. No abusa del montaje ni la música (que es muy buena) para subrayar una idea. Es dinámica, simple, y "chiquitita". Casi como la joven Mulligan, una actriz a tener en cuenta.
Una muchacha inmensa. Preciosa se estrenó en el festival de Cannes y recibió aplausos, que duraron 15 minutos. La película del debutante Lee Daniels recibió elogios de la crítica norteamericana, y finalmente acabó cosechando varias nominaciones al Oscar, incluyendo Mejor película. Eso no significa que la crítica (más que nada, en nuestro país, como se puede ver en las calificaciones acá arriba) no haya generado polémica. Como Slumdog millionaire un año atrás, a Preciosa se la acusa de pornográfica, hipócrita, bastarda. Algo de razón hay, pero también hay elementos que la redimen. Para este crítico, tal como Slumdog millionaire, la película tiene sus defectos pero también sus aciertos. En primer lugar, basta la sinopsis de la película (o la mini-biografía de la protagonista) para intuir el por qué de la cólera de quienes la defenestran. Preciosa es una joven negra, obesa, que vive en Harlmen en la dédaca de los '80. Se encuentra embarazada de su segundo hijo (el primero nació con síndrome de down), es semi-analfabeta, la expulsan de su escuela, es violada por su padre y violentada por su madre. Debe recurrir y mentir en la asistencia social para que el Estado siga dándoles dinero. Y tiene 16 años. Esto que parece un compendio de desdichas, a primera vista, sí, resultaría lastimoso y pornográfico. Es decir, lo que nos interpela a mirar la película es qué desgracia (hay muchas más por venir) le va a tocar a la joven. Es como uno de esos talk-shows que rozan el patetismo. Acá no va la excusa de "denuncia social" o "realismo crudo" porque, obviamente, todo esto está aggiornado (y hasta acá comparte con Slumdog... que también tenía pobreza glamourizada). Una buena película se sustenta no por sus intenciones, sino por cómo están llevadas a cabo. Si uno quiere ver una historia moral y éticamente bien relatada, podría ver Taxi driver, que es una de las joyas del cine. Acá en Preciosa por más que la fotografía a veces sugiera cierta "suciedad", no deja de verse todo como espectáculo. De ahí también otro de los grandes puntos flojos de la película: La elección de estrellas como Lenny Kravitz y Mariah Carey para roles secundarios. Sí, la cantante está irreconocible. Pero tal como Paula Patton (la protagonista de Déjà vu, de Tony Scott), ambas hermosuras estan muy bien disimuladas. Es más, a Mariah la cubren con maquillaje y prótesis para que no se parezca a la pop-star. Hay un rasgo que ambas comparten: a las dos les disimulan las tetas. No es un dato menor: habla de la ética de la película. Recurre a nombres famosos que podrían ayudar en la taquilla, pero se ocupa de afearlos para que sea "serio". Eso puede ser acierto o fallo. Para, mí, es lo segundo. Sin dudas, el peso de Preciosa está en las dos protagonistas principales. Ambas nominadas al Oscar. Son Gabourey Sidibe como Clarice "Precious" Jones, un tour de force, una chica que pelea por algo que está más allá de las miserías de la película. Cada plano trata de abarcar (no sólo) la inmensidad física de la protagnista, sino su espíritu combativo, su nobleza y su empuje para tratar no de salir (quizás, en la nota pesimista, no tenga salida) sino por superar ciertos obstáculos. Si de historias de underdogs se trata, siempre es bueno remitirse a Rocky, ese clásico donde el perdedor peleaba contra sí mismo antes que contra otros. El rol del antagonista lo ocupa Mo'Nique, quien seguramente gane el Oscar a Mejor actriz de reparto. Si bien su personaje por momentos ronda el cliché (y algun detractor se resguardará diciendo que la película vive en el patetismo y cae en el mismo lugar que Norbit). La madre de Preciosa es una mujer desocupada, que se pasa todo el día sentada mirando la televisión. Guarda rencor con su hija, a quien maltrata y golpea siempre que tiene la oportunidad. Quizás la transfomación de Mo'Nique no logre convencer a todos, pero basta la secuencia con la asistenta social (no con el personaje de Mariah Carey, sino antes) para ver qué bien manipula la mujer sus emociones y a su personaje. Hay algunas secuencias donde Preciosa escapa en su mente de los momentos más terribles. La idea no es original, pero por lo menos sirve para que el film no se rogodee con algunos abusos. De todos modos, los momentos más duros parecen ser aquellos donde la joven golpeada se quiebra. Es una chica que tiene que ser mujer a los tumbos. Habla poco, no sabe leer, y apenas dirige una mirada. Tiene sus fantasías, pero a veces debe "terminar" las fantasías de su madre. Tiene un ideal de justicia y de belleza, con el que sueña, pero no por eso deja la realidad. Tiene esperanzas en el fondo, aunque sabe que quizás esté confinada. La película tiene sus fallas pero también tiene sus aciertos. Aunque en el tercer acto despiste un poco más (con llantos y redención, sin adelantar nada, incluída), Preciosa no es una mirada cínica y despiadada de gente "bien" sobre "probes desafortunados". Lee Daniels es un hombre negro y gay. Quizás haya sentido parte del rechazo y la marginación que tuvo la protagonista (tampoco hay que ser crédulo: es el productor de Cambio de vida) pero su mensaje aflora entre todos los errores del film: la esperanza es lo último que se pierde.
El hombre bobo. Esta película resulta una gran decepción. No es que el director de Jurassic Park 3 me creara muchas esperanzas (Rocketeer, una de sus más tempranas producciones, está bien), pero tenía la esperanza que Joe Johnston ofreciera un espectáculo más que digno. Un revival del viejo cine de terror de Universal, con una estética y ritmo moderno. Con un buen rendimiento en taquilla (aunque esto es independiente de la calidad del producto, algunas veces), quizás podríamos ver a diferentes directores que, buscando redimirse, continuara con la chispa que encendiera esta película. Y así, actualizar clásicos de terror. Claro, todo eso se esfumó al cuarto de película. Para empezar, cuando esperaba "ritmo moderno" no me refería al ritmo de videoclip cercano a las carnicerías filmícas de la escuela de Michael Bay. Es ahí donde se refugia la película: un montaje vertiginoso, que a veces apenas tiene sentido y con sonido rompetimpanos (como para que los golpes de efecto carentes de imaginación funcionen). El hombre lobo toma algunas cosas del original de Universal (que, aunque no fue un fracaso, nunca tuvo secuelas directas, que no sean crossovers) como la relación amorosa entre el Lord inglés Talbott y Gwen Conliffe. Se toma varias licencias, claro, y nunca termina de definirse entre una película de terror estilizada y un slasher medio pelo como hay que aguantarse hace varios años. En esta producción, Benicio Del Toro cumple el rol del inglés y el licántropo. Aunque no parece una de las mejores decisiones para el papel que tiene Lon Chaney Jr. en el clásico, Benicio aporta la figura para el hombre. Sólo eso. Porque, como el resto del elenco, en especial Anthony Hopkins, cada tanto sobreactua. Y es que algunas exageraciones de la película así lo ameritan. El único híbrido acá no es el personaje de Lawrence Talbot (hijo de John Talbot, en una clara referencia a la original) sino toda la película. Y no es que Joe Johnston sea un genio y haga toda la película así a propósito. Son los mismos problemas de la película. Tenemos secuencias oníricas que dan vergüenza (y ni hablar del famoso flashback), con Benicio gritando que va a matar a todos antes de transformarse en un lobizón CGI que parece unos cuantos años atrasados (quizás se tomaron muy en serio el siglo decimonónico) para después andar flirteando con al viuda de su fallecido hermano. La muchacha, en la piel de Emily Blunt, no pierde tiempo. No la voy a juzgar, pero con lo bien que le queda el escote a Emily, bien podría dejarse de pavear con este tiempo lleno de problemas y salir a buscar algún otro Lord que no se convierta en un monstruo que no se decide entre textura real o virtual.
El partido de sus vidas. La última película de Clint Eastwood es otro testimonio de las cualidades de este auteur norteamericano: personajes que buscan redimirse o ayudar al prójimo, relación de padre/hijo o maestro/alumno, una dirección "clasicista" (abundantes planos medios, historias chiquitas) y también es una reafirmación en los rubros técnicos: la fotografía con tonos bajos, la música minimalista, y grandes personajes interpretados por actores igual de grandes. La figura central del film, Nelson Mandela, después de sufrir el apertheid y ser electo como presidente, generó revuelo en Sudáfrica. Por un lado, muchos lo veían como un terrorista, por el otro, como uno de los suyos que asumía el más alto mando político. Blanco(s) y negro(s). Cualquier similitud con la realidad de los EEUU no es mera coincidencia. Pero no hay que equivocarse: no es que el republicano Clint Eastwood esté embobado con Obama y haga una película para defender su administración. No. Clint hizo una película sobre el liderazgo, y en menor medida, el deporte y la política. Quizás este último sea el aspecto menos logrado. Mandela es un hombre que, a ojos casuales, podría parecer demasiado bueno. Sin aristas que lo hagan más vulnerable. Pero eso sería una visión superficial. Morgan Freeman tiene una más que merecida nominación al Oscar: Si Mandela no es unidimensional (por más que esté descripto así en varias biografías y en el libro en el que se basa la película El factor humano) es porque Freeman, hace una tarea titánica y transmite las emociones y dificultades del primer mandatario negro. Si consigue eso, es porque el trabajo es más interior que exterior. Y no es fácil. Sí, también ayuda la mimetización propia de las biopics y el acento sudafricano que hace, como su compañero Matt Damon. Y el actor de la saga Bourne, trabaja más que bien: es el capitán del seleccionado de rugby de Sudáfrica, François Piennar. Su tarea es levantar un equipo que va de mal en peor. Y para colmo, no sólo pende de un hilo la clasificación al mundial, también está el fervor por el rugby de los blancos que se sienten amenazados por el gobierno nuevo. Y los negros, que creen que las derrotas servirán para socabar con el uniforme del seleccionado que apoyaban sus carceleros y represores. Entonces, con esta panorama, la película plantea el conflicto interno de un mandatario bastante perspicaz que utiliza el deporte para fines políticos. No hay nada de malo con ello. El problema en sí es que, a pesar de ser más prolija y menos polémica que otros trabajos de Clint (se me ocurre El sustituto) esta película no deja de tener momentos poco inspirados y que son demasiado clisé. Cuando François Piennar lleva a todo el equipo de rugby por las celdas donde estuvo aprisionado Mandela, hay una especie de flashback que conecta a ambos (y donde se pronuncia el leit motiv de Nelson). Parece una secuencia de otra película. Sí, ya sé que las últimas películas de Clint tienen "secuencias que atentan contra toda la película" (la visita de la familia en el hospital de Million dollar baby, el electroshock en El sustituto). El título, orignario del poema de William Ernest Henley (la famosa frase que se repite, sobre el liderazgo), no podía ser más certero: esta historia (basada en el guión de Anthony Peckham, guionista de Sherlock Holmes) trata sobre los residuos de la Sudáfrica post-apertheid. Tiene varias historias secundarias, de las cuales la más rescatable es la de los custodias. Pero sin embargo (y aunque la película no es lo que se diría "corta") queda la sensación que se podrían haber profundizado más ciertos personajes. Parece más interesante la evolución de la familia de Piennar, que la del propio protagonista (y dejando de lado que si su discurso antes del partido decisivo nos emociona, es por la calidad de Matt Damon). Quizás falten cosas que haga a la película más jugada. Con más errores, pero más personal. A pesar de las críticas que pueda hacer, Invictus me parece una de las mejores películas de deportes (y acá, un comentario sobre este subgénero: las mejores películas de deportes no son sobre deportes) de los últimos años. Sí, el mensaje es importante, pero parece demasiado edulcorado (e increíblemente, hasta blando) por momentos. Es interesante el tema que plantea (como se interrelacionan la política, el liderazgo y el deporte) pero al cabo de unos cuantos minutos, el tema parece diluirse y acabar en una historia de aceptación y discriminación. Una lástima, teniendo en cuenta que el director de Río místico nos ofreció una de las más grandes películas sobre discriminación de los últimos tiempos (o dos).
Lejos (lejísimo) del paraíso. Cuesta creer que el director que supo entregarnos una de las mejores trilogías de la década (y de la historia del cine) falle tanto con una película. No sólo errores (u horrores) para narrar la historia, sino también estéticos y morales. Desde mi cielo es un melodrama sobrepasado de CGI, tonto, pretencioso e insoportable. Salvado por algún atisbo de humanidad, producto del esfuerzo titánico de sus protagonistas. Basada en la obra homónima de Alice Seabold (best-seller hace unos años), cuenta la historia de una chica de 14 años brutalmente violada y asesinada. Sin ser una obra maestra (y los errores que tiene, la película los acentúa), Seabold retrataba una familia que se fragmentaba y decaía ante una tragedia tan grande. La muerte de la pequeña Susie Salmon resquebrajaba a la familia. Era un drama fantástico (hablo del género, no es un elogio) ya que la chiquita, desde una especie de purgatorio, vigilaba a su familia. Y también a su asesino, el vecino, George Harvey. En ese lugar, sus deseos materiales se hacían realidad, pero sin embargo, la chiquita sufría el haber perdido el contacto humano. No importa que tuviera un edificio de dos pisos sólo para ella: la gran ausencia, su familia, era irrecuperable. Muy poco de lo bueno de la novela llega en esta pobre adaptación. No sentimos el drama. La música (poco original, comparándola con sus trabajos anteriores) de Brian Eno, y los paisajes CGI no son suficientes para conmover. Se produce el error que se sentía en la trilogía de los anillos. En esas películas, nos costaba conectarnos emocionalmente con los personajes. Aquí también, y por el ritmo con el que se suceden las cosas, es practicamente imposible sentir algo. Parecen disparadores de situaciones (y alusiones) bobas y obvias (presten atención a la secuencia de la flor). Hay una chica muerta, pero a los minutos de película la vemos disfrutar en ese purgatorio CGI mientras un montaje nos muestra a su (¿desolado?) padre feliz, porque sabe que ella está en un lugar mejor (y no estoy citando las frases textuales, que comparan la muerte de esta chiquita con el encierro de un pingüino que "no está solo, está en su propio y perfecto mundo"). Mark Wahlberg tiene que hacer grandes esfuerzos para convencernos de la mitad de sus escenas, y mientras que en algunas lo consigue a medias, en otras falla (parece alguien demasiado perturbado cuando supuestamente está "asimiliando" la muerte). Todo el contendio de "fantasmas" de la película tampoco ayuda. El "intermedio" en el que está Susie es un pastiche animado por computadora. No sé si se debe tanto al presupuesto o a las técnicas (¿de verdad este hombre dirigió Las dos torres?) sino más que nada a una elección estética. Que no deja de ser artificial y fea. Hay secuencias donde la protagonista intenta fundirse con el mundo de los vivos que, francamente, dan vergüenza ajena (¿de verdad este hombre dirigió Criaturas celestiales y Muertos de miedo?). Podría nombrar, entre las malas elecciones estética el vestuarios de los protagonistas (o colores super brillosos en la fotografía y tantas otras cosas...). Parece que la película pide a gritos que se entienda como un drama de época setentoso. Y no lo digo sólo por la elección de Brian Eno para la música, sino también por los abundantes elementos "referentes" que hay en pantalla y hacen que todo parezca un circo (y no de los buenos). Desde los ruleros inmensos en la cabeza de Susan Sarandon hasta las cámaras Kodak con rollos. Todo en esta película está subrayado y sobredimensionado. Desde la molesta voz en off que pone en palabras lo que está en imágenes, hasta los montajes paralelos que apenas tienen algo de coherencia. La película de todos modos sirve para aprender de varios errores. El que se me ocurre ahora, es qué mostrar y cómo. Hay películas que muestra un asesinato y es sólo por morbo, está mal, claro. Otras, no lo hacen y resultan ofensivas (¿se acuerdan La caída?). Esta película no muestra el brutal asesinato de la chica, lo cual es un grave error. Porque lo que le sucede es una tragedia. Se tiene que ver, porque de otra manera, si lo que sigue es un montaje donde la vemos feliz (sin recuerdos del homicidio) corriendo y jugando por un mundo perfecto, hay algo que está mal. Muy mal. Pareciera como si no hubiese sido la gran cosa. Es más, como si su asesino le hubiese hecho un favor. Hablando del asesino, Stanley Tucci es lo más rescatable del film (junto con Saoirse Ronan). Pero aunque Jackson se esmera en crear un personaje memorable, el asesino sigue siendo unidimensional. De todos modos, esas cosas me permiten seguir creyendo que esta película es una mancha ligera en la carrera de un gran cineasta.
Reinsertarse en un mundo de zombies. Uno de los protagonistas de Tierra de zombies, está desesperado por Twinkies, unos bocadillos rellenos. El tipo está en medio del apocalipsis y sólo quiere disfrutar, una vez más, esa comida. Habla sobre los pequeños placeres que hay que disfrutar. Bien podría ser el comentario sobre la misma película. No es que Tierra de zombies sea ni la pionera ni la mejor comedia con muertos vivos (acaso la mejor es Muertos de risa) o la más original (eso corresponde a El amanecer de los muertos, de Romero). Es sólo una muy buena propuesta para divertirse un rato. Y no está mal. La trama involucra a 4 "excluídos": Columbus, un adolescente sin familia, un nerd flacucho que se debe haber escapado de Supercool; Tallahassee, un cowboy recio cuyo deporte favorito es matar, de las formas más intrincadas posibles, a los zombies (algo que inventó Romero en la secuela antes mencionada), cuando no es buscar pastelillos; Wichita, una femme-fatale de armas tomar, que será el interés romántico del joven protagonista; y Little Rock, la little Miss Sunshine Abigail Breslin. Cada uno de los actores están más que bien (todos tienen química, y eso se agradece), principalmente Jesse Eisenberg, que repite el rol de Adventureland: Un verano memorable, como el pibe de corazón grande aunque un poco torpe. Es algo así como Michael Cera en la película de iniciación de Greg Mottola (bueno, en la anterior película de iniciación de Mottola). Y ojo, que Tierra de zombies detrás de su fachada de película de humor negro, también esconde una simbosis de road-movie con las recién nombradas películas de iniciación. No hay que olvidarse que el protagonista es un perdedor cuya relación con las mujeres nunca termina bien (la primera vez que tiene una chica, es un zombie). Y tampoco el condimiento extra: cada uno de los individuos de esta película es un excluído. Y en medio del fin del mundo, tienen la oportunidad de comenzar de nuevo, y consagrar una familia. Tampoco es que la película centre toda su energía en hacer un drama familiar (de eso, poco y nada, salvo que los personajes realmente se sienten vivos) ni en provocar angustia o sustos. Ahí restamos: el clímax es flaco, y desentona con el resto de la película, quizás por no jugarse un poco más y guardar cosas para la secuela (a esta altura, ya se sabe que es en 3D). La rara mixtura (y funcional) del debut de Ruben Fleischer en la dirección se da en la película cómica y chiquita (más cercana a Adventureland que a Supercool o alguna de la factoría Apatow) con zombies. No conté cuánto tiempo aparecen en pantalla, pero acá los zombies son bien secundarios. No es que alguno de los mejores gags no los involucren, pero la verdadera gracia la tienen (como debe ser) los protagonistas. Algunos de los momentos más inspirados analizan la psiquis de estas 4 personas en un panorama similar al de Soy leyenda: que hacer en un mundo donde todo está permitido. Desde las originales muertes a los no-muertos hasta los "descargos" contra objetos inanimados. Tierra de zombies está más que bien como una comedia. Ofrece buenos momentos (en especial, toda la secuencia en la mansión de Bill Murray) y es como un parque de diversiones. Sus personajes nos importan, y ese, quizás, sea el mayor mérito. Nos concentramos en los desencuentros amorosos del joven miedoso, aún cuando está todo lleno de muertos sedientos de carne humana.