Agridulce visita a la fantasía infantil Acá se llama "Pequeñas diferencias". El título original es algo así como "el viento en mis canillas". El de distribución internacional en inglés, "The Dandelions", por esa plantita silvestre que en muchos lados llaman diente de león, y acá panadero. No importa, es igual. Como es igual en todas partes la costumbre de soplar la florcita seca del panadero, para ver cómo vuela, tan liviana, y se deshace, sabiendo que de ese modo transporta sus semillas. A veces el soplo va con un pedido, o un versito. Por ejemplo, aquel de la costarricense Carmen Lyra, bastante adecuado para esta historia: "Somos las semillas del diente de león/ unas arañitas de raro primor,/ que unidas nos puso la mano de Dios./Ahora viene el viento:/ -hermanas, adiós". Ambientada en 1981 en un pueblito típico, la película nos muestra a la pequeña Rachel Gladstein, de 9 años, toda tímida y bien educadita hasta que se hace amiga de otra nena más despabilada, Valérie, y las dos se desatan, se ríen de cualquier cosa, cometen picardías inocentes. Los padres de Rachel están perplejos. La madre y el hermano de Valerie las festejan sin problemas. Paulatinamente surge un acercamiento entre ciertas partes de ambas familias, pero eso no es lo principal (salvo, claro, para el señor y la señora Gladstein). Lo principal en esta película es su captación simpática, entusiasta y exacta de la vida de dos niñas, con sus alegrías y fantasías, su particular interpretación del mundo de los mayores, y también con un dolor que llega inesperado, aún cuando ya se lo anticipe por partida doble al comienzo mismo de la historia. Uno de esos anticipos es el dibujo animado que acompaña los títulos en preciosa síntesis. Dibujo, historia y personajes responden a la historieta original de Raphaelle Moussafir, que ella misma adaptó para novela, teatro y película, en este caso junto a la directora Carine Tardieu. Elenco, las nenas Juliette Gombert y Anna Lemarchand, que ojalá hagan carrera, Agnés Jaoui, Isabelle Carré, Denis Podalydès, e Isabella Rossellini, esta última en papel de psicóloga que parece salida de un cuento, porque así la ve la nena. Tierna, tocante, provocadora de recuerdos, "Pequeñas diferencias" también es más incisiva de lo que parece. Vale la pena.
Lo mejor es la casa playera de madera El "lugar para el amor" al que alude el título local es casi lo mejor de la película: una casona en la playa, de madera noble, con grandes ventanales, piso encerado y ambientes amplios que parece que se limpian solos (no hay personal doméstico a la vista). Para dar una idea, el armario de la cocina es tan amplio que cabe una parejita acostada. Está en Wrightsville Beach, North Caroline, por si alguien anda buscando alquiler para estas vacaciones. En cuanto al tema de la película, bien, su título original habla de gente atascada en el amor. El dueño de casa sigue obsesionado con la mujer que lo largó hace como dos años. La hija apenas joven, decepcionada por la experiencia de los padres, se hace la superada, descreída y degenerada, es decir que aflojará cuando se le cruce un buen tipo de cariño sincero (pasa en las películas, pasa en la realidad, pero sólo a veces). Y el hijo menor está bobo por una compañerita de la secundaria que anda con un grandote y apenas uno se descuida le mete a la cocaina con champán y hay que llevarla al hospital (él prefiere la marihuana "con filtro"). ¿Y de qué vive esa gente? El título de rodaje era "Writers". De eso va la historia. El padre es novelista, la hija publica su primer libro, el hijo endereza para cuento y poesía, y todo pasa entre conversaciones (nada profundo), lecturas, estímulos, recomendaciones, una presentación muy paqueta al aire libre y un cameo telefónico (solo se oye la voz) de Stephen King. Una de las pocas personas que no lee ni escribe es la apetecible vecina rubia, muy comedida con el pobre hombre separado. Porque la ex mujer también lee. ¿Y qué lee la ex mujer? La novela del marido y el libro de la hija. Y eso que se llevan mal. En suma, sexo, droga y literatura. Y mucho cuidado de las formas, e interpretaciones a cargo de gente linda. Hay como una veintena de canciones de fondo y otros vicios del cine indie, pero se pasa el rato. Además, su autor tuvo una gratificación extra: es que, según dicen, él se inspiró en la separación de sus propios padres, y "reescribió la historia tal como le hubiera gustado que termine. Placeres de la ficción. Dicho autor es el virginiano Josh Boone (homónimo del basquetbolista), y ésta es su primera película. Luego reincidió con otras dos, también de base literaria.
Dos princesas que no son de Disney Desde sus 20 años Alejandra Martín, egresada de la Enerc, trabaja como directora de fotografía en videoclips, comerciales y películas que a veces la sumergen en mundos irreales, como los que volcó en "El vestido" y el corto "La leyenda del ceibo". Quizá navegando entre tantas imágenes que hay por internet será que empezaron a inquietarle ciertas siluetas, y ciertos epígrafes junto a diversos textos contradictorios y confesionales. Había entrado en los diarios de Ana y Mía, Aneami, Princess Ana y tantos otros blogs llenos de paisajes de cuento, mariposas, rebordes rosados, frases inocentes y consignas peligrosas. Enfrentándolas, también hay por lo menos una página, "Unidos contra las princesas de Ana y Mia". Se impone la aclaración, para quien recién se desayuna. Esos nombres aluden a dos males de nuestro tiempo: Ana, por anorexia, y Mia, por bulimia. En diversos blogs con esos nombres claves, muchas adolescentes vuelcan sus obsesiones, publican sus logros, se dan aliento, cuentan, como si fuera un tema aparte, algunos problemitas con sus padres, médicos y psicólogos. Se sienten princesas de un reino escuálido y hermoso. Alejandra Martín logra entrar en la vida real de cuatro chicas de esas chicas (dos de las cuales ya son más que adolescentes). No intriga, no las instiga, solo quiere conocerlas. No oímos su voz, ni tampoco interrumpe ningún especialista dando explicaciones. Solo escuchamos a las jovencitas, casi todas de voz quejosa y bastante tiempo libre, cuanto mucho oímos a la madre de una llevándola al consultorio, y al profesor de dibujo y pintura de otra, para colmo un gordo bastante exigente y parco para los elogios. El mundo real suele ser duro con ellas. Y ellas son aún más duras con sus propios cuerpos. En resumen, un acercamiento interesante, especial para comprender mentalidades, más que para discutir informaciones. Productora, Primaveral Cine, la de "AU3 Autopista Central", señalable registro de opiniones contrapuestas, y "Planetario", que es muy tierno.
El amor desafía al tiempo en bello film El inglés Paul Andrew Williams ha dirigido un par de películas de terror bastante solicitadas sobre hijos asesinos y cabañas macabras, y también "London to Brighton", drama medio fuerte sobre una chica metida en problemas superiores a su edad. Ahora, mostrando la amplitud de su registro, aparece con una historia sentimental de gusto popular. La misma luce buenos intérpretes, música llevadera, temas serios tratados con relativo optimismo y un ambiente tan creíble como sus personajes, que se van haciendo entrañables. Newcastle, distrito poco turístico de la isla. Un matrimonio ya entrado en años. Él es seco, medio agrio. Ella es de buen carácter, animosa, pero no como para tocar las castañuelas. Tiene cáncer. Su distracción es el coro de viejos al que pertenece, conducido por una joven también animosa. Causa gracia ver a los muchachos de la tercera entonando alegremente "Let's Talk About Sex" y temas similares. Ahí los viejitos se divierten, se integran, y solo cabe esperar que la Parca sepa apreciarlos y no haga sonar a nadie de mal modo. Y que el hombre acompañe a su mujer. Ella es su compañera, es el puente para entenderse con el hijo, ella significa mucho para él. Así es la historia, que tiene partes risueñas y de las otras, y que expresa controladamente las emociones, mientras en la sala el público aprovecha la oscuridad para dejar que los ojos se le humedezcan sin la menor verguenza. Sobre todo, cuando se aprecia el amor de la pareja en los difíciles tiempos de la vejez. Y se agradece que esto no sea "Amour", sino "tan solo una simple historia sentimental". Simple, sencilla, sentida, honesta, respetuosa, tocante. Terence Stamp, perfecto en la minuciosa caracterización de viejo amargo pero protector. Vanessa Redgrave, tan suave y luminosa como siempre. La chica Gemma Arterton, Christopher Eccleston (con una expresión parecida a la de Stamp) y demás miembros del elenco, jugando al clisé con todo esmero y buenos resultados. Algo despareja la trama, es cierto, con una ocasional salida de tono y algún remate innecesario, pero esos son defectos menores. En cambio, la escena en que ella le canta "True colors" es muy agradable, y, sin exagerar demasiado, esa parte del "Goodnight my angel, now it's time of dream" es impagable. Vale la pena.
Un tango que poco aprieta Ya lo dice el refrán sobre quien mucho abarca. En su debut como director y libretista de cine parece que Acho Estol, líder de La Chicana, quiso meter en hora y media todo el elenco estable del local donde actúa, varios músicos más, ya que estamos, un recitador acaso innecesario, imágenes abundantes de una Buenos Aires mugrosa y creativa, tomas también abundantes de cada intérprete, más un prólogo que desdeña retóricamente la comercialización para turistas. No se puede todo en la vida. Orquestado en cuatro capítulos (Las glorias, Las minas, Los nuevos intérpretes, Vuelve el tango) y mechado con idas y vueltas de material que parece sobrante, el registro permite apreciar diversos valores, y disfrutar algunos instantes memorables. Por ejemplo, el Marinero Montes ensayando con jóvenes guitarristas, Juan José Mosalini dando clase, Leopoldo Federico en sobremesa de anécdotas, Lidia Borda recordando a Luis Cardei, Adriana Varela cruzando por su viejo barrio, el guitarrista Hugo Rivas en su peluquería de Boedo. Aparece Horacio Salgán, muy poquito. También Ariel Ardit apenas canta hermosamente un tema y chau, desaparece sin hacer declaraciones. Otros aparecen y reaparecen demasiado. Algunos dicen cosas interesantes. A algunos otros/as no habría que dejarles hablar tanto. Igual puede apreciarse el trabajo del montajista Agustín Elgorriaga, y la calidad de unos cuantos artistas históricos o dignos de serlo, como el propio Estol (pero no como cineasta).
Con la amargura de Quiroga Seca, breve, creíble y concisa, como un cuento de Horacio Quiroga, tal es la película que ahora vemos. Y también, como un cuento de Quiroga, realista y a la vez un tanto extraña, ambientada en ese mundo subtropical, asfixiante y fascinante, de Misiones, de paisajes amplios, hermosos, pero de vida difícil, habitados por gente abierta, amistosa, pero cerrada para ciertos asuntos, a veces calladamente hostil, o ajena, como son ajenos los montes y traicioneros los ríos y los acuerdos con tramposos. Así es el mundo en el que viven nuestro protagonista y su familia, un empleado de aserradero en algún lugar vecino a la selva y la frontera. Don Horacio escribió un cuento con ese título: "A la deriva". "El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie", así empieza. La película habla de otro hombre, de otra circunstancia. Pero ambas obras están emparentadas, y no solo por el ambiente. Al primero lo muerde una yararacusú, animal terrible. Al de ahora lo muerde la preocupación de llevar el pan a la casa, cuando pierde el trabajo y la única oferta laboral es el contrabando al servicio de un pequeño narcotraficante. Pequeño y naturalmente dañino. Hay una descripción de la realidad sin ornamentos, y un llamado de atención sin subrayados. ¿Cómo se siente, para dónde va, la gente que quiere seguir siendo trabajadora y honrada? A la deriva, el título es preciso. Buen relato, que se concentra en pocos episodios y termina donde debe, sin estirarse un minuto más. Final feliz, dentro de lo que cabe, que no es mucho. Rodaje en San Ignacio, Jardín América, Colonia Polanas, Aristóbulo del Valle, Colonia Primavera. Cine del interior con algunos actores (no todos) y técnicos que viven en la Capital: Daniel Valenzuela, el polaco Julián Stefan, Juan Palomino, todos exactos en sus personajes, igual que Mariana Medina y Mónica Lairana. Autor, Fernando Pacheco, posadeño. Conviene seguirlo. En la producción, Doménica Films, la misma de "Buenos Aires 100 km", "El último verano de la Boyita", "La cámara oscura", "María y el Araña".
Sólido thriller sobre fanáticos Atractivo, polémico thriller sobre el enfrentamiento de un terrorista libanés con un agente de inteligencia israelí en Buenos Aires, este relato se sigue de principio a fin con igual interés tanto en las escenas de diálogos como en las de tiros, que están bien hechas, suenan bien y son siempre inquietantes, a veces también indignantes por lo que pasa. Pero cuidado, ésta no es "una de tiros" entre buenos y malos. Acá los antagonistas rezan a la misma hora a un mismo Dios, cada uno a su manera, y cada uno se prepara para lo que va a hacer exactamente por el mismo motivo, "ad majorem Dei gloriam", como dicen los jesuitas. ¿Pero qué pasa, si la mayor gloria no fuera matar o morir por Dios, sino vivir y dejar vivir? Uno de los dos actuará con justa razón. O los dos, o ninguno, eso ya lo veremos. Además están los otros. Los que esperan que uno esté "a la altura de las circunstancias". El recuerdo de los seres queridos que fueron asesinados y quizá reclamen venganza. El riesgo de provocar deseos de venganza en otros más, que también tienen seres queridos. ¿Quién, que ame a Dios, no ama también a su familia? Parece que hay gente así. Inquietante, ver cómo cada uno de estos personajes encara su vida en el hogar. Y la breve pero contundente escena en que cada uno se enfrenta con la mirada y la voz de la esposa. Vidas paralelas, con similitudes y diferencias (uno de ellos ya sabe cómo es esto, se templó y se mantiene frío, el otro recién se está templando, se está moldeando). Vidas paralelas que se cruzan en más de una ocasión, desafiando las matemáticas y otras formas de armonía que debe haber en el mundo. No es un thriller americano, ni a la americana. Tampoco es una versión sobre el atentado a la Amia, como podría parecerlo. Los atentados a la Embajada de Israel y la Amia son dos disparadores del argumento, pero el tema es otro: saber qué pasa por la mente de quienes protagonizan esta lucha en nombre de Dios (y en lo que fuera Tierra de Paz). Vando Villamil como el agente, Mohammed Alkhaldi, de origen iraquí, César Troncoso en papel de comisario de vista gorda con la gente del piso alto de la Embajada, son las figuras principales. Música (casi otra protagonista) del maestro Emilio Kauderer. Director, Joel Novoa, venezolano que, famosamente, perdió el avión y así se salvó de morir aquel 11 de setiembre. Guión, Fernando Butazzoni, novelista uruguayo. Rodaje en Caracas, Buenos Aires, Montevideo fingiendo ser Buenos Aires. Una escena, una sola, frente a una sinagoga, puede parecer algo ingenua. No lo es, como símbolo dramático. Y ojalá en la vida real tampoco fuera ingenua. Para recordar: la advertencia al final de "Munich", de Steven Spielberg, frente a las Torres Gemelas, donde se pone en palabras lo que acá se muestra en hechos. Vale la pena.
Una noche demasiado interminable He aquí un largo sainete de malandras con señoritas de mínimo vestuario contando plata a lo loco, mientras el protagonista, infeliz de clase media baja, suda la gota gorda para recuperar una boleta de loto que unos pibes acaban de robarle. Es que el tipo contó las moneditas para comprarla y zafar de su vida miserable. ¿Hay final feliz para sus aflicciones? ¿La habrá para el espectador? Esto no es "El hombre señalado", donde Mario Fortuna gana la lotería pero justo la mujer ha vendido el sombrero donde él ocultaba el billete. Acá Damian de Santo no tiene sombrero, ni mujer, ni fortuna, ni ganó nada todavía, porque el loto recién sortea dentro de unas horas. Pero entretanto se cruza con chorros, travestis, variados capos, dos osos con metralleta, dos canas con maña, las señoritas antedichas y otras más, un pícaro de buen corazón, etc., etc., así hasta el otro día. Puede verse como una parábola religiosa, donde el simple pecador, guiado por un designio divino, u obsesión infernal, pasa la noche en el purgatorio, del que sólo podrían salvarlo sus pocas buenas acciones y la decisión de un hombre de Dios. O, más bien, como un mero pasatiempo donde el cualunque nacional, basado en una intuición quinielera, conoce lo peor y lo mejor de una villa, por ejemplo la decisión de un personaje agarrado de los pelos. En el elenco, Roly Serrano, de sentado, Claudio Rissi, avivando la estirpe de su Príncipe de la Noche con un color especial, Marcelo Mazzarello sacando jugo a una piedra y Ricardo Bauleo, conocido veterano de la gloriosa agencia de seguridad Acuario. Música, variada y risueña, Pablo Sala. Autor, Andrés Paternostro, debutante con larga experiencia previa en fotografía y otros rubros de cine y televisión.
El cambio de cuna, con peso político Pasa muy de vez en cuando en la vida real, pasa cada tanto en la literatura y el cine. Alguna enfermera atolondrada, cansada, o indiferente se confunde y entrega a unos padres el bebé recién nacido de otros padres, y viceversa. Cuando se comprueba el error, la gente ya desarrolló demasiados vínculos de afecto, y cada chico tiene incorporados unos valores quizá contrapuestos a los que pensaban inculcarle sus padres biológicos. Quizá, muy contrapuestos. En eso de los chicos cambiados al nacer, hay casi siempre seis personas afectadas. Amén de hermanos y abuelos, vecinos y maestros. "La vida es un largo rio tranquilo", de Etienne Chatiliez, o la reciente "Tal padre, tal hijo", de Hirokazu Koreeda, son dos historias muy buenas inspiradas en esos asuntos. A ellas se suma la que ahora vemos, de fuerte intensidad dramática y características muy especiales. Digamos solamente que todo empieza cuando Josef, hijo de Orith y Alon, va a hacerse la revisación médica para el servicio militar. Hay otro muchacho, Yacine, hijo de Said y Leila. Ambos nacieron en el mismo hospital de Haifa, pero después cada uno se crió de un lado distinto del muro. No anticipamos nada. La historia empieza ahí, y lo que puede pasar de ahí en más, ese es el tema. La ironía es fuerte. Intolerable para algunos. Por lo común, los relatos de chicos cambiados al nacer ponen el acento en detalles risueños, de diferencias culturales o de carácter adquirido. Este, en cambio, pone el dedo en la llaga de diferencias mucho más graves. Y lo hace bien. Con mesura y a la vez con hondura, tanto reflexiva como interpretativa. Da para pensar, está sinceramente bien escrito, tiene un elenco digno de ver, y emociona. Aplausos, para la directora Lorraine Lévy, mujer optimista, Noam Fitoussi, autor de la idea original, que propuso hacer un drama familiar antes que un alegato político, las actrices Emmanuelle Devos y Areen Omari, los jóvenes Jules Sitruk y Mehdi Dehbi, y la película entera, que atiende casi por igual la perspectiva de cada uno de los afectados. Vale la pena.
Barrio Chino sin Polanski pero con conejos villanos Una aclaración: los conejos de malos hábitos alimenticios que hay en esta película ya daban vueltas por el mundo mucho antes que los conejos de la superproducción "El Llanero Solitario", o Sanitario, como decía Susanita. Si alguien los copió, no lo sabremos. Y si ambas películas están copiando de la realidad, mejor que no lo sepamos. Como tampoco es agradable ver en la vida cotidiana lo que acá pasa en la pantalla con algunos personajes del Bajo Belgrano y aledaños. Por ahí, en pleno Barrio Chino, anda una joven de rostro chino, facciones chinas, ascendencia china, pero que no habla chino. Empleada municipal, se mete a hacer ciertas verificaciones donde no le conviene. Ahí es donde aparecen la mafia china, la mala yunta que medra en oficinas públicas, y los conejos que atienden nuevas ofertas gastronómicas. Todo lo cual encierra un intríngulis algo confuso donde también cae el novio médico (cara de no-chino) de la joven de ascendencia china. Para mayor enredo,el film entremezcla romance, drama policial, ciencia ficción berreta, gore a gusto, atisbos de denuncia político-social y dibujitos animados. El conjunto es entretenido, variado, de técnica cuidada y argumento medio descuidado, con intérpretes de nivel desparejo y, eso sí, con gran entusiasmo por la narración lúdica. Autora, Verónica Chen, más suelta y fantasiosa que en "Vagón fumador" y "Agua" (la del nadador de la competencia Santa Fe-Coronda). Protagonista, Haien Qiu, por la cual darían ganas de aprender mandarín, cantonés, dirección de actrices, en fin, lo que sea necesario. Pudo ser mejor, a veces resulta más rara que buena.