Un simple baile, una sonrisa, un ligero giro nos llevan a la infancia de Massimo, el protagonista de esta historia que cuenta uno de los capítulos más triste de sus vidas: la muerte de su madre. El director Marco Bellocchio, al igual que Bernardo Bertolucci, tiene gran facilidad con la cámara a la hora de realizar el retrato de los niños. No se trata de retocar, sino de realzar con sus desperfectos y sus inocencias esos puntos de vistas que los adultos ya olvidado tienen. Y nada más idóneo que esta adaptación de la novela autobiográfica de Massimo Gramellini, “Fai bei sogni”. El relato comienza con el pequeño Massimo repitiendo los pasos musicales con su madre, a quien no solo le tiene afecto, sino que desarrolla sus mayores sonrisas con ella. Pero el chico de 9 años de edad dejará sus momentos alegres atrás cuando lo despierten una mañana para anunciarle que su mamá no estará más con él y que ahora pertenece al reino de Dios. Entre negación y melancolía, la de infancia de Massimo se teñirá por la tragedia del dolor y la ausencia con explicaciones sin sentido y casi absurdas por parte de un padre alejado y huraño. Ya en la mitad de la cinta, treinta años más tarde, nos entramos a un protagonista adulto (Valerio Mastandrea), quien se convirtió en un respetado escritor y corresponsal de guerra. Alejado de todo estos sucesos como si estuvieran en un sueño de la propia infancia, el periodista cubre una guerra que, tras un hecho que lo marcará, comenzará a tener ataque de pánico y que solo ahondando en el pasado podrá descubrir la causa. La obra se mete en temas muy abarcativos como la religión, el fútbol y el periodismo desde una ventana cínica y escalofriante. Los únicos momentos jubilosos que se verá es cuando se escuche la música que Massimo bailara tanto a sus 9 años como a sus 30. Sin embargo, la participación de Berénice Bejo no está muy justificado en el film, ya que su aparición es fútil y mínima. La actriz encarna a Elisa, una joven enfermera que conquista el corazón de Massimo cuando en su etapa adulta empieza a sufrir las dolencias del pasado. El error mayor del cineasta Bellocchio se remonta al final, en no confiar plenamente en el espectador y tener sacar clavo por clavo por él. Porque subestimar al público ya se está volviendo un hábito en el cine moderno. Puntaje: 3.5/5
Tras su paso por el Baficito, llegan a los cines nuevas aventuras desde el cielo de la mano de esta propuesta animada en 3D, donde la prosa y la dirección destacan en un guion no tan sólido. El año pasado, el estreno de “Cigüeñas” (“Stork”) generó sorpresa y empatía por los plumíferos en la pantalla grande. Ante esta adversidad, se encuentra la obra “Una cigüeña en apuros” (“Richard the stork”), que no apela tanto al chiste como su antecesora sino al melodrama y a la epopeya. El film es una versión libre del clásico cuento “El Patito feo”, donde Richard, un gorrión adoptado por una familia de cigüeñas, deberá emigrar a África por su cuenta porque su familia está obligada a emprender ese viaje. La pequeña ave no se dejará llevar por su estatus diferente y tomará la decisión de seguir los pasos de sus seres queridos, cueste lo que cueste. Su composición tarzanica en la familia, y la eterna mirada de un padre que no aprueba su insistencia, hace que Richard quiera demostrar que merece un lugar ahí y que, a pesar de no tener las mismas características, tiene la misma voluntad y decisión que ellos. Junto a un búho excéntrico y un loro frustrado se someterá a un trayecto lleno de peligros y desafíos antes de llegar a la tierra deseada. Sin embargo, cada uno de los personajes del trío protagónico abusa de su rol, generando vaivenes en los mismos diálogos, una deficiencia que se mantiene a lo largo de la cinta. Por el otro extremo, los secundarios responden de forma elocuente y muestran simpatía en su desarrollo, como son los casos de los cuervos y las palomas. Dentro del mundo de la animación antropomórfico, los nuevos animales ejecutados por computadora olvidan sus características principales (solo son imágenes con un parentesco con la realidad). En cambio en este largometraje, los protagonistas no podrán escapar a su esencia natural, algo que se ve reflejado con algunas muletillas dentro de sus propios discursos. Un pequeño gesto que rompe con la construcción impuesta hace años de que los rasgos animales en vez de aparecer naturales son ridiculizados o parodiados. Al momento de emprender, “Una cigüeña en apuros” encuentra su parecido en “Madagascar”, donde se toma a África como el territorio celestial y los personajes mutan para lograr su cometido. La aceptación de las limitaciones propias y la tolerancia por las diferencias hacen que ambas situaciones compartan similitudes. Pero es el ángulo de la inocencia con la que se filma el que hace que la cinta de Toby Genkel y Reza Memari se destaque. La propuesta hace vuelo, metiéndose en un drama con tintes melancólicos y se asegura sus alas de oro en la dirección, en especial énfasis, en las escenas de vuelo. Al fin y al cabo no todo el cine animado queda suspendido en chistes y gags. Puntaje: 3.5 /5
¿Quién fue Quirino Cristiani? Esa pregunta nos hundirá en este documental sobre más que la historia de una persona, también será sobre los inicios de la animación universal. En 1917 se estrenaba en Argentina “El apóstol“, la primera película animada de la historia realizada a mano por el mismísimo Quirino Cristiani. Además de ser pionero en esta nueva forma de hacer cine, fue uno de los impulsores del mismo (y no dejó de hacer animación hasta que pudo). El director Diego Kartaszewicz se sumerge en la historia de no sólo de la animación, sino de la propia Argentina para colaborar las causas misma de sus creaciones. “Las primeras animaciones eran políticas, era para adultos.”, como bien se dice en el largometraje. De la mano de su nieto, Héctor Cristiani como locutor y narrador, vamos descubriendo las diferentes facetas que tenía el olvidado cineasta tanto íntimas como sociales. Su relación con los momentos políticos y, entre otras cosas, su vínculo con figuras de la animación de ayer y hoy como fue la llegada de Walt Disney a Buenos Aires y su asombro al ver el estudio del italo-argentino. La obra “El apóstol”, precursor a todo animación antes vista, fue una sátira política y que en la producción de es recreada a través de las declaraciones y de diferentes documentación ya que la versión original no se obtienen ningún tipo de registro porque terminó hecho polvo luego de un incendio de los estudios de Cristiani. Lo único que se pudo recatar de dicho desastre fue una copia de “El mono relojero“, ya alejado de las primeras creaciones del historietista y de sus críticas al régimen vigente. Pero no sólo son películas en la vida de el animador, también veremos su versión paternal, sus juntadas artísticas, su hogar en las lejanías del interior, su amor por los animales. Todo conformó al dibujante para pensar y crear su estilo en el cine nacional. Testimonios de diversos de artistas plásticos le honra memoria en el video de una hora. Desde Juan Pablo Zaramella hasta Manuel García Ferré hacen un enorme trabajo para darle una nueva imagen a Cristiani: La olvidada, la no documentada, la que hace falta.
La ciudad veraniega se convierte en un lugar de recuerdos y melancolías para dos hermanos unidos por la soledad y la desesperanza. La primera obra solitaria del director Godfrid comienza con los dos hermanos en silencio dentro del auto, uno manejando mirando a la nada y el otro haciendo berrinche como un chico que no quiere estar ahí. Esa es la introducción de los dos protagonistas que vuelven a la ciudad de Pinamar para vender la casa de sus padres. Tras la muerte de su madre, los veinteañeros deciden entregar el hogar con todos sus muebles y objetos, tratando de dejar el pasado a un costado y queriendo definitivamente vivir solos por separados. Los dos son diferentes. Pablo (Juan Grandinetti) es huraño, senil y taciturno, mientras que Miguel (Agustín Pardella) tiende a ser afable, expresivo y explosivo. La llegada de ambos a la costa no será pasajera, los antiguos amigos y las calles que permanecían calladas en sus cabezas retomarán sus sensaciones. Es su competencia por el corazón de una joven chica (Violeta Palukas) la que descaderará un nuevo haber y abrirá la caja de Pandora que habían olvidado en su infancia. Entre engaños y golpes tanto físicos como psicológicos, la dupla deberá someterse a la prueba de una localidad fuera de su estadía turística, en su resplandor del frío. Los elementos de la costa son utilizados de modo sublime para que la actuación amortigüe de forma natural escena tras escena. Los pequeños engaños del film (que contiene un gran labor por parte de la dirección de sonido) se verán en las facetas de fotografía, donde no hay muchos riesgos y vuelve, por momentos, monótona a la historia. Sin embargo, las mayores luces del largometraje residen en los elementos de campo afuera como la madre misma, un espectro que aparece solo cuando se disputa la venta de la propiedad, o el decorado que recorre la morada antigua (caña de pescar, grabadora). Todo esto puja para que los hombres perdidos vuelvan a reflotar su objetivo principal. ¿Qué hacer con todo este gran peso de la memoria? Y es así como, paso a paso, los dos ex pinamarences se van develando, despertando de un sueño difícil de superar. Una vigilia a la que ninguno quiere pertenecer y es por eso que ambos se necesitan para llegar una decisión final. Cercano al cine de Kenneth Lonergan y especiales similitudes con Ezequiel Acuña, el cineasta logra captar la esencia de un momento atroz, como es la muerte de un ser querido, para transfórmalo en un relato de la maduración. Puntaje: 4/5
La coprodución Uruguay-Colombia nos trae una obra honesta y simpática. Tarde pero seguro. Tras 4 años de su estreno oficial en Uruguay, llega la película animada de Alfredo Soderguit que conecta la igualdad, la honestidad y la peripecia de una estado casi olvidado, la niñez. Anina se puede ver de atrás para adelante, de adelante para atrás. La historia de una época a través de la mirada de una pequeña niña quien pertenece a colegio público rioplatense. No es fácil olvidar los recuerdos del la escuela pero resulta aún más difícil recrearlos. Es justamente la osadía de una dirección noble lo que destaca a este film animado, siendo el segundo de este categoría en su país (“Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe”, la obra del animador Walter Tournier, le ganó la pulseada estrenándose unos meses antes). Anina Yatay Salas no es un chica cualquiera, tiene características particulares, pero ella hace vehemente foco a uno al que le parece una tragedia minúscula: su nombre. El padre deicidio darle llamarla así por un juego de palabras: “Ser triple capicúa es de la buena suerte“, aunque la protagonista no lo crea así porque dice que es el nombre más feo de la historia. Además de que su dichoso nombramiento le trae problemas en los recreos del colegio. Anina tiene que lidiar contra el bullying y el abuso de la autoridad de las maestras. Es así cómo se desarrolla la primicia del inicio donde el enfrentamiento con una de sus compañeras que odia le descaderara una tarea inusual por parte de la directora, tendrá que mantener cerrado un sobre misterioso por una semana. Entre preguntas, curiosidad y resistencia psicología, la chica descubrirá nuevas cosas a su alrededor que le eran impensadas antes de meterse en líos menores. La animación propuesta por el uruguayo nos invita a viajar a una etapa con dificultades muchas veces olvidadas. “Los adultos corren para escapara, los chicos para descubrir”, dijo Walter Veltroni (ex alcalde de Roma) para hablar de su último film, y que en menor medida resume esta maravillosa desventura de una estudiante de 7 años. El director confía plenamente en sus bocetos (recreados con prodigioso y recóndito empeño), en un nivel superior a la mayoría de las producciones animadas en América Latina y con mucha más magia que sus pares internacionales. “Anina” es una propuesta que merece no solo su visión sino su reconocimiento en el mundo animado.
Un jefe en pañales: Mamadera. Dreamworks estrena una película poco original que resalta el homenaje y la monotonía Desde hace tiempo se viene pensando en una necesidad de recambio en la animación y desde que la factoría de Dreamworks Animation encontró la fórmula de secuelas poco a hecho para cambiar de rumbo sus producciones a anuales para la pantalla grande. Los pequeños en pañales siempre fueron un manjar “cómico” en la puesta de escena, como fue el caso del el largometraje “Mira quién habla” (1989), siempre la visión de lo puro, que contrae una contradicción en sí misma de la belleza que se plantea. Y qué aquí, no se va lejos de sí, vuelve a cometer los mismo pecados que sus antecesoras. Un jefe en pañales (The Boss baby) es una obra que directamente saca provecho de la poco originalidad del estado total de sus competencias (ni Disney se salva con sus inagotables reboot) para contar la historia de un bebé que su vez es “el jefe” de una organización secreta de recién nacidos que andan circulando por el mundo con su imagen de adorables. Pero la compañía no anda todo bien desde que surge un nuevo producto en el mercado: cachorros. Es por eso que nuestro protagonista se infiltrará en la cuna de una familia de clase media para poder obtener y lograr detener esta nueva amenaza. Sin embargo, la real aventura comienza con el choque de mundo de su hermano mayor, quien ve a está pequeña criatura como amenaza a la estructura familiar que venía llegando con tranquilidad. Solo el pacto con él logrará calmar el estancado conflicto de hermandad. Los recursos son propios de la vieja escuela animada pero con la cansadora herramienta 3D, el desconcierto no es apriori. La estética rige como primer lugar en esta aventura sinsentido y por momentos fallidas. Es a través de los homenajes que encuentra un hueco para el apego del espectador, desde Mary Poppins (1964) hasta La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson. Asimismo, el balance contrapuesto de lo surrealista propone una nueva construcción misma del relato, exaltando lo mejor de sí mismo al ponerse en ridiculo y así emulando a autores como Michael Bay o directamente poniendo guiños de films de terror en un relato infantil. Un punto en contra, es el hecho de que no se puede evaluar el producto con sus voces originales, la distribuidora decidió emitir (como tantas otras cintas infantiles) la propuesta en versión doblada en español, más allá de que su target está totalmente definido, es menester tener una opción de voces originales. No solo para los más “grandes” sino también para el público pueril se de cuenta de que es una entrega totalmente definida por su cultura. Se apropia algo que no es suyo, el inocente es el primer en caer en esta dictadura del doblaje. Por lo que ni Alec Baldwin, ni Jimmy Kimmel, ni Tobey Maguire aparecieron en nuestros oídos a lo largo del relato. La propuesta es medida por dosis de entretenimiento, no es una osada y redundante apuesta arriesgada. Lejos estamos de ver invenciones, juegos y peligros en el mundo animado, si es que se celebran personajes como estos en los cines.
Los Pitufos 3: Pitufolvidable. Sony Pictures nos trae otra entrega azul en una nueva aldea con sorprendentes habitantes. Un encuentro que desencadenará la nada misma. La franquicia de Los Pitufos parecía que terminaba con “Los Pitufos 2” (2013) y que ya había visto hasta el límite la explotación azul de la mano de Neil Patrick Harris. No es así para Sony Animation que no sabe decir que no a los pequeños azulitos y van a ruedo sin ningún actor de carne hueso. Los Pitufos en la aldea perdida (Smurfs: The Lost Village, 2017) es una de las tantas obras realizada para llevar chicos al cine sin concepción o manifestación de un mensaje mayor. Pero si el espectador adulto no puede captar ni aceptar la trama ¿Cómo esperan que un niño lo haga? El relato sucede en la sociedad de los pequeños azules con su jerga de prefijos pitu (pitufantásitco, pitucomida, pituamigable, etc.). En donde de tantos seres calidoscopio, que al final solo se diferencian por sus defectos, se destaca Pitufina la “pobre” mujer creada por Gargamel (el villano más unidimensional en los últimos años en el cine) quien no encuentra manera de ser aceptada en un mundo que “no es para ella”. El nuevo cliché 2.0 de relatos feministas (Moana, Frozen) atrapa a una ola de nuevas producciones animadas que comienza a ser detestable. ¿Cuál es el verdadero límite de todo esto? No es el hecho de hacer campaña lo que lleva a ser obsceno, sino la construcción misma del argumento. Es la obra en sí la que tiene que trascender, y no una apertura más del (mal) entretenimiento. Los realizadores hicieron hincapié en su trabajo para dejar un acabado colorido, magnífico y visualmente placentero. El problemas es que la imagen no lleva al largometraje a ocultar los diálogos entorpecidos. Los chistes y los gags puede captar nuestra atención pero de modo fútil y vulgar. Es decir, se trata de embellecer tanto que la alegría tiñe a la película de tonta. ¿Cuánto de sufrimiento real hay en ella? No hay riesgo absoluto. Punto aparte es no saber cómo es el doblaje de los actores Demi Lovato, Julia Roberts, Mandy Patinkin y Rainn Wilson en la animación ya que la pituaventura no se distribuirá en su idioma original. Lamentablemente, las 208 salas a las que llegará, estará en un español neutro desagradable. A diferencia de Trolls, su par animado, está cinta no tiene un elenco y la gran variedad de temas musicales que tenía la propuesta de Dreamworks. La decepción no recae solo en la horrenda escritura del guion sino también en el sentido mismo de la obra, no significa nada. Es un paso para atrás en el mundo del entretenimiento. Por todos estos adornos que ayudarán a lucrar, la industria animada no se cansará hasta que no deje de romper taquilla. ¿Próxima parada? Emoji Movie.
La historia se centra en Gustavo (Jorge Marrale), un doctor narcisista, conservador, burócrata y snob que busca la reivindicación constante de sí mismo. Al principio del film se denota que su ego opaca la propia presentación de los otros; es que todo lo demás se muestra a través de esta mirada. Su ascenso hace olvidar por completo el mérito de su hijo, terminar la carrera de animación, y también su lugar dentro de la familia. Su esposa (Mercedes Morán) ve todo el juego desde otra perspectiva, y ella decide no intervenir ni afectar las creencias de su marido. Son cosas con las que mejor no pelear. La vida del cirujano cambia por completo por dos hechos: uno intrascendente y el otro trágico. El primero consta de enterarse de que su primogénito está enamorado de uno de sus colegas de la facultad, ergo es homosexual. Nada más tenaz y desequilibrante que encontrar a tu hijo rebelandose, de forma no consciente, contra tus creencias. Gustavo comienza su primer recorrido por la aceptación con este pequeño acto. No es menor tampoco que se percató de esto viendo a su hijo en pleno coito. El segundo acontecimiento que irrumpe definitivamente en el protagonista es la muerte misma (tanto carnal como espiritual) de su hijo. El adiós es transcurrido por un asesinato generado por dos delincuentes que entran a la casa a robar algo de dinero. Y luego de la tragedia, el médico emprenderá una búsqueda (sin respuesta) del dolor, de la muerte, de la venganza y de la contingencia. A partir de ese momento, habrá una persecución no solo de los criminales (Nicolás Francella y Luís Machín), sino de todos los que lo rodean. ¿Hasta dónde llega la culpa? ¿Es posible lidiar con la pérdida? Lo no dicho funciona en un metraje que se apoya en un montaje algo absorto. Un enajenado Marrale saca a flote este melodrama que tranquilamente se podría hundir solo en su propia temática. Es el artista con una destacada faceta quien junto a Morán hacen una dupla paternal creíble y perceptible. Los momentos de melancolía se apoyan no solo en la deslumbrante mirada del intérprete sino en una meticulosa fotografía. Los puntos más flojos de la propuesta se encuentran dentro de la misma narración, que utiliza diálogos forzados, casi perdidos. La construcción de los personajes se va perdiendo a medida que avanza la cinta. El director trata de ordenar varias ideas de su cabeza en un relato desmedido. Pero la escena más desconcertante, que da nombre al film, es la mala utilización de un corto animado para generar emotividad. La lágrima fácil no llega, y confirma lo predecible que tiende a ser el largometraje al final, destruyendo todo el clima llegado hasta el momento; lo convierte en una construcción banal y no humana. “Maracaibo” busca empatizar dos problemáticas centrales como la aceptación en su relación padre/ hijo y la irracionalidad de la falta de límites que puede tener el dolor. Son dos grandes inquietudes para una película chica. Puntaje: 2.5/5
La vuelta de Adrián Caetano a la pantalla grande genera una gran expectativa, ya que sus obras como “Crónica de una fuga”, “Pizza, birra y faso” y “Oso rojo” son alzadas como postulados del cine actual. El cineasta uruguayo logra encontrarse nuevamente con sus raíces y otorgar una visión fresca y desmesurada de la vida pueblerina. El largometraje es una libre adaptación del libro “Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued, donde se dará vida a un western oscuro, nebuloso y enajenado para el público sumiso. El director empeña sus artilugios pasados para lograr un acabado técnico a la perfección, donde el maquillaje y los planos fijos son claves en una narración grotesca y (por momentos) asfixiantes. La historia nos lleva a Lapanchit, Chaco, donde Cetarti (Daniel Hendler) va en busca de un dinero que puede obtener de un seguro de vida a raíz de una tragedia familiar, aunque en realidad sabemos que está perdido personalmente y esto le viene bien como excusa para acabar su sedentarismo y su depresión existencial. Su único anhelo es la de desembarcar un viaje a Brasil. Su ayuda vendrá de la mano de Duarte (Leonardo Sbaraglia), un exmilitar con vida ratera y en busca de su autosatisfacción pero que a su vez es un gran estratega. Porque no existen los malvados tontos, o si lo son, no tienen influencia sobre las personas con las que arrasa. Duarte maneja su pequeño pueblo, él es dueño de la tierra que habita (en todos los sentidos). No es hasta que aparece ese taciturno extranjero que su mundo da un giro inesperado, y todo lo que parecía controlado comienza a licuarse. La cinta se puede leer en dos partes, la noche y el día. Donde los por venir no serán en la oscuridad y donde el juego de la fotografía por parte de Julián Apezteguía entra en afán importante. El mundo está constituido por hombres fuertes y en busca de poder, la representación femenina es aclamada por la inutilidad y la inocencia. Como es el caso del personaje de Ángela Molina que al darse cuenta de todo, o mejor dicho, al no soportar todo decide dar un vuelco esencial para la trama. Sin alejarse de la constitución misma de los personajes, se logra su final esperado pero no glorioso. Pero el gran conflicto lleva a su clima y verosimilitud a través de la mano del medio hermano del forastero (Alian Devetac) residido en el pueblo y gran ayudante de Duarte. La performance del actor revelación hace que los cabos sueltos y la composición del relato llegue a su clímax de la forma más redundante y atrapante posible. La pérdida para él no es la misma que los dos adultos maduros que tiene a su alrededor, su camino pasa por otro lado. Y es ese enigma lo que teje y tiñe el melodrama que por no ser por ello podría terminar en un film de secuestro extorsivo, sin pasión y novedad. Podríamos alzar al realizador aclamando con un simple regreso triunfal, pero estaríamos en gran medida olvidando que, al fin y al cabo, es “El otro hermano” la obra en sí, la que sale con desdén. Puntaje: 4 /5
Silencio: A fe ciega. Martin Scorsese vuelve a las pasiones religiosas y recubre con gran osadía la mirada de dos misioneros en un periplo casi kamikaze. Hay un capítulo memorable de “Héroes y Tumbas” de Ernesto Sabato, “Un Dios desconocido” donde Martín, el joven protagonista, reta a “Dios” a que aparezca ahí mismo en su cama, en ese momento, en ese instante, en ese lugar si es que verdaderamente existe. Martín desafía a un ser dividido para que le diera un poco de fe para poder continuar con su vida. Darle un poco de sentido a todo. Dejar de estar perdido. “Silence” muestra esa faceta de lo desconocido. Aquello que no queremos reconocer. Y sobre todo el miedo de que nuestras vidas estén en manos de otros. No nos pertenece. La nueva apuesta del director de “The Wolf of Wall Street” (2014) engloba las obsesiones de sus dos obras anteriores “La última tentación de Cristo” (1988) y Kudun (1997), la fe. “Silencio” es una adaptación del libro de la novela de Shusaku Endo, ya llegada al cine antes por Masahiro Shinoda, que cuenta la llegada de dos jesuitas portugueses, el Padre Rodrigues y el Padre Garupe (Adam Garfield y Adam Driver), a Japón quienes están en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a la iglesia cristiana durante el siglo XVII. Un pequeño rumor (pero que siempre pica en la Iglesia Católica) de que uno de sus curas, el Padre Ferreira (Liam Neeson) dejó la fe en Dios porque los japoneses lo llevaron a un sufrimiento extremo que ningún creyente está dispuesto a soportar. Una derrota en la imagen de la institución. Pero los dos jóvenes sacerdotes, que la inexperiencia toca su puerta, deciden aclarar la supuesta mistificación y consolidar nuevamente al Padre el honor al que se le debe. La única pista que tienen es una carta entregada clandestinamente y un traductor japonés muy poco confiable. El cineasta de Taxi Driver (1976) pone en juego la voluntad de estos dos sujetos que se apoyaron en su Dios y estarán en constante cuestionamiento moral porque deberán afrontar la mentira, la traición, el dolor, el engaño y la muerte en sus propias caras. La dirección veterana de italoamericano refleja lo mejor de su filmografía, llegando incluso a niveles de auténtica proeza y autenticidad. Es justamente el silencio quien se transforma en el personaje principal a lo largo de la cinta, no solo recayendo la justificación constante de todos los personajes (¿Qué podemos hacer sino esperar a que Dios proveerá?), también como una forma de dolor. La peor respuesta que alguien puede dar. La nada.