"Conjuros del más allá", una ensalada de terror Fenómenos sobrenaturales, mundos paralelos, zombies, aliens, esoterismo, todo eso en un espacio donde los personajes comienzan a morir de formas extrañas. La superposición de temas da como resultado otro extraño fenómeno en el espectador, algo parecido al vacío. Así podría entenderse el título original del filme, "The Void", de los directores Jeremy Gillespie y Steven Kostanski. Los dos realizadores, con una larga experiencia en varios tanques de Hollywood, rodaron una película que se debilita en su afán de superponer posibles causas para los hechos que narra. Todo comienza con un drogadicto que huye de una matanza en una casa en medio de la nada. Un policía lo rescata y lo lleva al hospital más cercano. Allí están, también en un lugar aislado, el policía, una joven embarazada y su abuelo, una enfermera, tres médicos y un paciente internado. Y los problemas empiezan a los pocos minutos, cuando un grupo de extrañas figuras con capuchas blancas al estilo Ku Klux Klan armadas con puñales rodean el lugar. Amenazados desde afuera, el peligro también está en el interior, con criaturas que parecen inspiradas en la versión de Cronenberg de "El almuerzo desnudo".
"La novia", te veo en el infierno, amor El joven director ruso Svyatoslav Podgayevskiy, según contó, tuvo como punto de partida para "La novia" un antiguo ritual del siglo XIX concerniente a la preparación de la novia para la boda por parte de su familia política. A eso le sumó el hábito de fotografiar a los muertos como si aún estuvieran vivos pintando sobre los párpados del cadáver los ojos abiertos. Añadió una antigua casa familiar en el campo rodeada de bosques y estuvo listo el contexto para narrar una historia con clima de terror gótico cuya mayor parte transcurre en la actualidad. En el filme no faltan los tópicos del género como puertas que se abren o se cierran, maderas crujientes, oscuridad, bruma, luz de velas y fuerzas malignas que pululan por el caserón sembrando el terror a criaturas inocentes. El filme comienza en esa casa, en la todavía Rusia zarista, donde se cometió un crimen horrendo. Allí un joven atormentado por la muerte de su esposa, decide probar un ritual para revivirla. Pero el resultado no sale como él esperaba. Salto en el tiempo y ya en la actualidad, la muy ingenua Nastya, acaba de casarse con Ivan, descendiente del hombre que realizó el fallido ritual, aunque ella todavía no lo sabe. Juntos viajan a la destartalada mansión donde Nastya puede ser la nueva víctima. Con logrados climas de suspenso y bastantes clichés del género, la película avanza hacia un final previsible y deja muchos interrogantes sobre el comportamiento casi inerme de la bella Nastya ante el peligro, y de su débil marido que no termina de decidirse entre ser fiel a su familia o de salvar, como el príncipe de los cuentos de hadas, que también es eso esta película, a la princesa en peligro.
“Cantantes en guerra”, cómo rescatar un ídolo La construcción de un ídolo. Ese es el punto de partida de “Cantantes en guerra” en la que Fabián Forte vuelve a dirigir a la dupla formada por José María Listorti y Pedro “Peter” Alfonso como ya lo hizo en 2014 en “Socios por accidente” y su secuela el año siguiente. Nuevamente el tono es el de comedia de compañeros y si antes fueron un agente secreto y un traductor de ruso, ahora son dos cantantes, que como en la primera ocasión, deberán hacer algo para salvarse mutuamente a pesar de sus diferencias. Cuando empieza la película, Richie (Listorti) y Miguel (Alfonso) son dos jovenes músicos que se presentan a un casting de talentos. El manager decide que el que tiene potencial para transformarse en ídolo del reggaeton es Richi. Veinte años más tarde, Richi es una estrella y Miguel se casó, tuvo una hija y es profesor particular de guitarra. A partir de ese momento la película describe con trazos gruesos y humor cómo vive o padece cada uno su vida, la fama en oposición al anonimato, el inevitable reencuentro del dúo, los rencores y la accidentada reconstrucción de la amistad. En el guión también hay espacio para los gestos nobles, la emotividad y la solidaridad, algunos chistes de doble sentido, una crítica a la televisión que se nutre del escándalo mediático y el sacrificio ante las cámaras por un punto de rating y hasta para los “testimonios” de famosos como Valeria Lynch y Carlos Vives. “Cantantes en guerra” no pretende ser más de lo que es: una comedia amena para toda la familia, con artistas populares y una estructura argumental que no por conocida deja de ser transitada con mayor o menor suerte.
Crítica publicada en la edición impresa.
“Aplicación siniestra”, un asistente de terror Asistentes virtuales estilo Siri, un mundo conectado donde la privacidad es relativa, teléfonos inteligentes. La tecnología y su presencia en la vida cotidiana es la base de la cual parte “Aplicación siniestra”, y las víctimas son un grupo de amigos de la secundaria. Después de la muerte de una de ellas, uno de los chicos recibe desde el celular de la amiga muerta una invitación para instalar una aplicación similar a Siri. Solo que a los pocos minutos, después de que le hacen las preguntas tontas de siempre, todo deja de ser gracioso y la app termina tomando el control de sus vidas. El juego consiste en que esta app se nutre no solo de toda la información disponible en las redes sociales de los usuarios, sino que también tiene la capacidad de descubrir sus miedos más profundos y explotarlos hasta matar al usuario. Usar la tecnología en el cine de terror no es nuevo y en ese sentido no hay demasiados elementos que sorprendan en esta película que también hace referencias a la figura del payaso siniestro, a Hitchcock y al terror japonés, con una narración de suspenso sostenido y un elenco políticamente correcto compuesto de actores afroamericanos, asiáticos y angloamericanos y un guión en el que también hay lugar para recordar las tensiones raciales.
Ni tanto ni tan poco Una compleja historia familiar es el punto de partida de “El reencuentro”, la última película del actor y director Martin Provost, de quien el año pasado se conoció “Violette”. Como en aquel caso, en “El reencuentro” Provost va de lo macro a lo micro, como si se aproximara lentamente de una toma panorámica a un plano detalle. En “El reencuentro” enfocaba en la relación entre Violette Leduc y Simone de Beuvoir, desde el punto de vista de Leduc y ahora describe el vínculo entre Claire (Catherine Frot), una mujer madura, y Béatrice (Catherine Deneuve), la amante de su padre fallecido. El mundo perfectamente ordenado de Claire, partera en una pequeña clínica que ama su profesión, tambalea antes la posibilidad de quedar sin trabajo, sumado a la paternidad inesperada de su hijo y a la reaparición de Béatrice. Uno de los aciertos de Provost, también guionista del filme, es abordar circunstancias dramáticas sin olvidar el humor, además de atreverse a delinear personajes comunes y en apariencia bastante conservadores que, sin embargo, sorprenden con facetas de extravagancia, ironía y falibilidad. Como la vida misma.
Adaptarse o no, ¿esa es la cuestión? Los Mars son una familia disfuncional: padres separados y dos hijos adolescentes medio freaky que no respetan al padre. Philippe tiene 49 años y un buen trabajo, es paciente y comprensivo. Hasta que los chicos, un compañero de trabajo psicótico y una amiga sociópata le dicen que su vida es un desastre, y ese desastre consiste en que está sobreadaptado: cumple con responsabilidad con todos sus deberes cívicos y familiares. Ese zoológico -sus dos hijos, la pareja (el hombre en un momento le corta una oreja con un hacha y Philippe lo disculpa), más el perro de su hermana y las ranas que rescata el hijo de la escuela- se instalan en su casa. Cree que puede mantener todo bajo control, hasta que comprende que tal vez no sea posible. El director Dominik Moll, también autor del guión, describe con fluidez y en tono de comedia provocativa el conflicto generacional de un padre “anclado en el siglo XX”, como le dice su hija en referencia a sus valores heredados de una generación anterior -respeto, solidaridad, esfuerzo- e hijos con necesidades satisfechas y otros intereses que van del vegetarianismo hasta el esfuerzo, pero para “no tener que limpiar el propio piso”.
Vivir para contarlo “El esgrimista” narra un episodio real posterior a la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación de Letonia por parte de la ex Unión Soviética. Detrás de la fachada de una historia menor, el director finlandés Klaus Härö construye un relato que podría haber resultado trillado, pero que salva con eficacia narrativa, una cuidada fotografía, buenas actuaciones, una puesta austera y una precisa reconstrucción de una época en la que discrepar podía costar caro. Härö pone en primer plano la historia de Endel Nelis, un esgrimista que huyendo de la policía secreta soviética se instala en un pueblo de Letonia. El país había sido ocupado primero, durante la Segunda Guerra Mundial, por la Alemania nazi y Nelis, como otros letones, fue enrolado en el ejército. Cuando posteriormente los soviéticos ocupan Letonia los exsoldados fueron perseguidos. Hasta ese pueblo perdido en el medio de la nada, donde muchos de los chicos perdieron a sus padres, llega Nelis como maestro de educación física. Cuando intenta desarrollar una escuela de esgrima el director de la escuela se opone con el argumento de que la esgrima no ser un deporte para el proletariado. Una votación popular decide que sí lo es, así que la escuela se pone en marcha. Pero el director es un burócrata consecuente y comienza a investigar el pasado de Nelis. Lo que podría haber sido un melodrama con conflictos y personajes maniqueos, se convierte gracias a la sobriedad del director en una reflexión que atraviesa el tiempo y la hace universal.
Por amor al policial El cine de acción protagonizado por Bruce Willis es un clásico. Las tramas en las que el actor se involucraba en la década del 90 eran muy parecidas a "El gran golpe": complicadas y sorprendentes hasta acercarse al disparate. Y desde el inicio queda claro que no habrá paz para ninguno de los bandos incriminados en este "gran golpe" cuyo título original, "Merodeadores", es más acertado porque estos personajes dan vueltas alrededor de un crimen más grande que ellos. En el inicio hay un violento y muy tecnológico robo a un banco. El dueño del lugar es Hubert, el personaje de Willis, quien mantiene intacta la mirada impasible y el gesto duro de su época de gloria. Pero el que lleva la historia adelante es Christopher Meloni como un muy convincente oficial del FBI duro y honesto, pero tampoco demasiado alejado de su trabajo en "La ley y el orden". La complejidad de la historia tiene un origen que se remonta hasta la Guerra del Golfo, llega a Cincinatti y pasa por México. En ese viaje se teje un relato que a pesar de los esfuerzos del guión y la dirección por darle y un clima tenso y oscuro, terminan siendo tedioso, no por el equipo técnico o artístico sino por una historia que huele a vista demasiadas veces.
La suma de todos los arquetipos La suma de todas los estereotipos se dan en “Mío o de nadie”, un título muy entrador y certero para esta película sobre una mujer despechada tras su divorcio y su locura posterior. La historia tiene antecedentes célebres, como “Atracción fatal”, y la interpretación de Katherine Heigl, una de las protagonistas -su personaje es Tessa, rubia, platinada, de modales perfectos- acentúa los rasgos de la mala de la película hasta llevarlos hasta el límite de la caricatura. Su ex marido David -alto, rubio, atlético, exitoso, “el príncipe azul” lo llaman en el filme, interpretado por Geoff Stults- se enamora y compromete con Julia, la heroína, a cargo de Rosario Dawson -morocha, impulsiva y con una pasado de violencia de género-. En el medio queda la hija del exmatrimonio a la que Tessa somete a tortura sicológica tal como se verá, lo padeció ella por parte de su madre, interpretada por Cheryl Ladd, ex “Los ángeles de Charlie”. Cuando Tessa se entera de los proyectos de boda entre David y Julia, y luego comprueba que su hija se está encariñando con la nueva novia, pierde los modales y deja salir el monstruo que siempre llevó adentro.