La directora Sally Potter volvió al ruedo con una película cargada de críticas, un poco de humor negro y sobre todo mucha ironía. Potter además se rodeó de un elenco de excelentes actores para rodar "The Party" de la cual sale exitosa a pesar de la diversidad de temas que toca a partir de una reunión en la casa de una mujer que acaba de ser designada ministra de Salud de Reino Unido. Con siete personajes, filmada en interiores en blanco y negro y en poco más de una hora, la directora arremete con elegancia contra todo tipo de hipocresía vinculada a las parejas hétero y homosexuales, el amor, la política, los partidos políticos, el estatus social, el sistema de salud, la corrección política y la maternidad, entre otros. El ritmo del guión con diálogos y réplicas ingeniosas aun en los tramos más negros y el uso poco ortodoxo de la cámara no dan respiro en la sucesión de temas y digresiones que plantean los personajes. Para que todo ese combo funcione de manera ágil y orgánica, Potter convocó a siete actores que exploran a fondo las características y contradicciones de sus personajes y el entramado de conflictos cruzados. La dirección y el elenco logran que lo que en otras manos podría haber sido un drama en este caso se transforme en una comedia mordaz en la que cada palabra y cada gesto está cargado de sentido.
Así como ocurrió otras veces en el cine, la comida es el nexo que une a los personajes y la excusa sobre la que gira la trama de "El repostero de Berlín". Lo hizo Ang Lee en "Comer, beber, amar" y Gabriel Axel en "La fiesta de Babette", y como en esas películas, los gestos, pero también los sabores y olores que se adivinan en la pantalla, completan un diálogo. El filme del director israelí Ofir Raul Graizer, una coproducción entre Israel y Alemania premiada en los festivales de Karlovy Vary y participante de la sección "Culinary Zinema", del festival de San Sebastián, narra el encuentro casual de Thomas, un pastelero berlinés, con Oren, un cliente israelí, casado y residente en Jerusalén. El romance avanza sin sobresaltos hasta que luego de un hecho azaroso Thomas decide viajar a la ciudad israelí a reencontrarse de alguna manera con su amante. Así termina ofreciéndose como empleando en el bar de la mujer de Oren con quien entabla una relación ambigua. Graizer deja que la cámara y sus múltiples posibilidades, y el trabajo de un elenco de muy buenos actores sean los que vayan revelando sin palabras cada etapa de una relación compleja y una historia que deja abiertas todas las posibilidades.
"Ser artista es una discapacidad", dice el personaje de Luis Brandoni en "Mi obra maestra". La ironía es tres veces potente porque lo dice un actor, que encarna a un pintor, y que interpreta un guión escrito por Andrés Duprat, el director del Museo Nacional de Bellas Artes. El director Gastón Duprat debuta en solitario con esta película, mientras Mariano Cohn -con quien compartió sus trabajos anteriores- se reservó el rol de productor. Sin embargo, tal como lo hicieron en "El artista", "El hombre de al lado" y "El ciudadano ilustre", la historia transcurre en el mundo del arte y actividades afines. En "Mi obra maestra" Luis Brandoni interpreta a Renzo, un pintor que tuvo su momento de gloria en los 80, pero que está resentido contra las reglas de un mercado del arte que hoy lo ignora. Su único amigo es Arturo, a cargo de Guillermo Francella, un galerista que intentará rescatarlo de la decadencia. Duprat construye una comedia con toques de suspenso y algunos momentos inverosímiles y otros que recuerdan el ingenio de "El artista" o el escepticismo de "El ciudadano ilustre", y un guión que da una mirada irreverente sobre la relación entre los artistas, el mercado, los curadores, críticos, galeristas y coleccionistas, mientras reflexiona sobre el arte y los artistas fieles a sí mismos.
No hay nada más liberador que no tener responsabilidades. Al menos así le sucede a Mado, el personaje protagónico de "De tal madre tal hija". No se trata de una película típica sobre la crisis de la mediana edad, aunque su protagonista sea una mujer adulta. La crisis para el personaje que interpreta Juliette Binoche no existe. Va por la vida en plan adolescente aunque no tenga trabajo, su hija ya tiene30 años y aunque viva con ella en un cuarto prestado de su propia casa. La película de Noémi Saglio se desmarca de los tópicos sobre las preocupaciones y conflictos de las mujeres y hombres que casi pisan los 50 y aunque resulta finalmente una comedia con una resolución bastante convencional, sabe tomarse en broma todo aquello que desde otro enfoque resultaría conflictivo. Es que Mado, aunque está divorciada hace años, queda embarazada de su ex marido después de un encuentro fortuito con su ex esposo. El conflicto sobreviene cuando su hija, que es consciente de que su madre se convirtió en su hija, también le anuncia que está embarazada. Construida en base a premisas simples, el desarrollo ágil, un ritmo que no decae y las buenas actuaciones de los protagonistas logran que "De tal madre tal hija" resulte una película comedia correcta sin más pretensiones que hablar del amor y sus consecuencias sin importar a la edad que ese misterio se manifieste.
La traducción del título original en italiano de "L'amore con te" es "el color oculto de las cosas", mucho más acertado para definir esta película del director Silvio Soldini. El cineasta, que se dio a conocer hace casi veinte años con "Pan y tulipanes", recurrió para este filme a un documental suyo anterior sobre la vida cotidiana de los ciegos. Allí intentó mostrar a través del testimonio de un grupo de personas con distintos grados de discapacidad que es posible llevar una vida plena y satisfactoria. Emma, el personaje protagónico de "L'amore con te" a cargo de Valeria Golino, reúne algunas actividades de varios de los entrevistados en el documental, como jugar al béisbol y haber hecho velerismo. Emma es una osteópata ciega divorciada, tiene amigos y sentido del humor y es capaz de sorprender con la agudeza de sus percepciones. Teo, interpretado por Adriano Gannini, es publicista, mujeriego y no tiene ningún interés en formalizar con su actual novia. Pero cuando Emma se cruza en su camino comienza a dudar de sus convicciones y su fe en la imagen y las apariencias. Con sutileza y sin dramatismo y con pinceladas de humor a cargo de Emma, Soldini sorprende con un filme bien resuelto desde lo formal y una idea simple y efectiva como motor: que debajo de la superficie y de lo evidente existen facetas más complejas que no dependen de los sentidos para descubrirlas.
El guionista español Sergio Sánchez debutó detrás de cámara con "Secretos ocultos" en la que fusiona el thriller psicológico, el terror, el suspenso y el drama. Ambientada a finales de los 60, el filme sigue a una madre y sus cuatro hijos que llegan desde Inglaterra a un pueblo de Nueva York huyendo de su marido. Las razones de la huida se irán revelando de manera gradual y harán avanzar el filme. El director cuenta la historia desde varios puntos de vista para mostrar que nada es lo que parece, ni su propia película que, a pesar de un final algo convencional, obliga al espectador a poner cada pieza en su lugar para terminar de armar el relato. El trabajo actoral, el diseño de arte que recrea un caserón en medio de la nada; la fotografía del premiado Xavi Giménez y hasta el vestuario y todos los rubros técnicos contribuyen a crear una atmósfera de época reconocible pero a la vez atemporal y ambigua que genera extrañeza desde el primer minuto. Sergio Sánchez fue guionista de "El orfanato", de Juan Antonio Bayona, quien ahora se transformó en productor del filme. "El orfanato" se inspiró en un corto de Sánchez, y "Secretos ocultos" evoca aspectos visuales y la atmósfera de aquel filme y los incorpora en una historia más compleja.
"Cada gesto de resistencia carente de riesgo o impacto no es más que afán de protagonismo". Así responde el protagonista de "Stefan Zweig: adiós a Europa", un biopic que recrea la vida del escritor judío a partir de su exilio forzado por el avance del nazismo. El personaje dice la primera línea en una escena que transcurre durante el Congreso Internacional de Escritores que el PEN Club realizó en Buenos Aires en 1936 en la que escritores de todo el mundo manifestaron públicamente su rechazo, no sólo por el nazismo, sino también por Franco y Mussolini. Zweig aparece como un intelectual comprometido con su tiempo, pero reticente a manifestarse públicamente, por lo que es criticado por vivir "en su isla" ante su afirmación sobre el sentido de los "gestos de resistencia". La directora, la también actriz Maria Schrader a quien en los 90 se pudo ver en "¿Soy linda?" y "Nadie me quiere", de Doris Dörrie, hace foco en el desarraigo, la nostalgia por la pérdida de un mundo que Zweig consideraba perdido, su vida de nómade entre Brasil y Estados Unidos, todo hecho con delicadeza y con momentos de humor muy bien logrados. Las ideas claras de Schrader, también autora del guión, y la acertada construcción de un personaje protagónico abrumado por la brutalidad del nazismo, dejan en evidencia que el silencio también puede ser una forma íntima de resistencia y rechazo a una tragedia irracional.
El conflicto entre palestinos e israelíes vuelve a estar presente en una película, esta vez en una producción entre Palestina y Francia y desde la perspectiva de una familia de origen árabe. El filme es una road movie acotada a los límites de Nazareth durante los preparativos de un casamiento. La tradición indica que el padre de la novia debe repartir personalmente las invitaciones a la boda. Lo hace acompañado por su hijo mayor, un arquitecto que vive en Italia y que vino especialmente. En ese deambular, padre e hijo se van pasando viejas facturas familiares, pero también otras heredadas de las diferentes posturas y consecuencias sobre el conflicto, las costumbres conservadoras, el rol de la mujer, la estética y la arquitectura. Por momentos “Invitación de boda” recuerda a “Enemigo interior” o “La novia siria”, dos películas que abordaron el tema de una forma original. En este caso el conflicto regional se traslada al padre y al hijo, estalla en un espacio cerrado y se manifiesta con silencios, miradas de desaprobación y palabras o bromas irónicas. Es más lo que no dicen que lo que dicen estos dos personajes, uno a punto de jubilarse y el otro en el pico de su carrera, a cargo de dos actores que llevan con convicción las contradicciones a las que deben enfrentarse para encontrar su propia paz.
"Amigos por la vida" es una historia de redención. Un grupo de jóvenes desorientados y sin trabajo pasa los días vendiendo drogas y enredándose en riñas por el control de su territorio. Uno de ellos, Alessandro, acepta de mala gana acompañar por la tarde a Giorgio, un anciano con Alzheimer. Este encuentro es el puntapié de una relación que enfrenta a dos mundos: el del respeto y el diálogo de Giorgio, y el de la indiferencia y los dispositivos electrónicos de Alessandro. Ambos de alguna manera se enriquecen, aprenden el uno del otro y durante las horas que pasan juntos se va tejiendo un vínculo afectivo. Pero un secreto revelado por el anciano lo pone a prueba a él y a sus amigos. El director Francesco Bruni, que fue guionista de "El capital humano" de Paolo Virzí, obtuvo dos David de Donatello por su cuarto largometraje. Bruni, también autor del guión, trata con sutileza los vínculos entre el joven protagonista y Giorgio, un hombre que parece desconocer la maldad y que en los momentos de lucidez es capaz de conmover a un chico endurecido por la relación tortuosa con su padre y las malas decisiones. Bruni muestra sin subrayar los efectos de la enfermedad y las relaciones conflictivas entre padres e hijos y cómo los años pueden ser también un capital y no una carga.
Al director chileno Che Sandoval le gustan los extremos. Así lo muestra en "Dry Martina", su tercera película en la que explora temas relacionados con la sexualidad, tal como lo hizo en "Te creís la más linda" y "Soy mucho mejor que voh". En "Dry Martina", que protagoniza la argentina Antonella Costa, se trata de una cantante que fue famosa en los 80. Martina conoció el sexo en la adolescencia y solamente dejó de practicarlo cada vez que tenía una oportunidad durante los tres años en los que estuvo enamorada y se mantuvo fiel a su pareja. El problema fue que cuando quiso retomar su sexualidad después de que la relación terminó. A partir de ese momento su cuerpo se reveló y tuvo una transformación dramática: "Me sequé", define Martina cuando habla de su, hasta ese momento, insólita y desconocida ausencia de deseo. Pero eso se revierte cuando conoce a un chileno al que, después de un encuentro fugaz en Buenos Aires, decide visitar en Santiago. Aunque él volvió a su país con su novia, no le impide volver a tener sexo con Martina, mientras su novia -una fan de Martina que está convencida de que son hermanas- mantiene un romance con un mochilero. Pero luego de cruzar la cordillera no sólo el cuerpo de Martina experimenta una transformación. El viaje resulta transformador también para sus sentimientos, un territorio apenas explorado en su vida. En ese punto la película de Sandoval toma otro rumbo y, sin perder de vista lo que el director llamó en una entrevista "el misterio de la sexualidad", comienza a plantear de qué manera los sentimientos se pueden articular con el deseo sin anularse mutuamente.