Llega el estreno de Subte Polska, ópera prima de Alejandro Magnone con el protagonismo absoluto de Héctor Bidonde. Una historia clásica sobre inmigrantes y recuerdos. Argentina está hecha por inmigrantes y cada uno tiene el peso de una historia propia en el viejo continente. Tadeusz es un nonegenario polaco-judío que luchó en la Guerra Civil española y llegó al país para trabajar toda su vida en el subte, primero como obrero y más tarde como operario. Ahora, Tadeusz atraviesa una crisis, especialmente con su cuerpo. Su memoria no responde bien y el medicamento que toma impacta en su sexualidad. Pero principalmente, el protagonista vive del pasado. Recuerdos de dos viejos amores –una rusa en un burdel de Polonia y una camarada española de la guerra- confluyen en su presente. El personaje se encuentra con amistades de diferentes ámbitos a los que acude con cotidianeidad, el subte –donde trabaja un muchacho al que adoptó como si fuera propio- un canillita y un típico bar de barrio. Todos se preocupan por él, mientras intenta reconstruir su pasado y diferenciarlo del presente. Subte Polska tiene nobles intenciones y el resultado final, por más de ser bastante sentimental, no cae en golpes bajos contundentes. Si bien Magnone apela a cierto efectismo, especialmente en el tono humorístico casi costumbrista, la interpretación de Bidonde –que con más de 80 años y 30 y pico en el cine tiene su primer protagónico- sostiene la narración junto con una meta concreta, que es resolver el misterio de la vida del personaje. Magnone consigue que el público sienta empatía por sus personajes, gracias a la cercanía que se establece, y la fácil identificación que generan. No todas las situaciones humorísticas se encuentra justificadas, y de hecho son los momentos más dramáticos los que mejor funcionan narrativamente. Estéticamente vale destacar una puesta prolija, poniendo cuidada atención a la reconstrucción histórica y los flashbacks románticos, donde la puesta de luz y la escenografía establecen los momentos más sutiles. Subte Polska maneja un tono realista y casi solemne hasta que aparece el personaje de Miguel Ángel Solá, un estereotipo del inmigrante italiano que aporta un extraño momento absurdo al film. La química entre Bidonde y Solá –compañeros de tantas obras del cine nacional- es natural y fluida. Aunque Magnone no logra mantener el ritmo fluido durante toda la narración, cada pequeño paso que da su protagonista y sobretodo las diversas aristas de la interpretación de Bidonde ayudan a seguir la historia con interés. Comedia dramática con influencia del cine de Juan José Campanella –específicamente la miniserie Vientos de Agua- Subte Polska es una película con varias subtramas que confluyen naturalmente, emotivas interpretaciones y honestas pretensiones.
Se estrena El movimiento, segunda película de Benajmín Naishtat, protagonizada por Pablo Cedrón. 1835. Anarquía y plaga. Así comienza, El movimiento, nueva y esperada obra del director de Historia del miedo, Benjamín Naishtat, una experiencia histórica más cercana al western independiente de los años 70 que al género gauchesco. La película narra el viaje a través del desierto de un líder supuestamente político, seguido por dos marginales como él, intentando convencer a campesinos y paisanos que se unan a su Movimiento. Paralelamente, también muestra la persecución de la hija de un granjero que busca venganza. Filmada en blanco y negro, con más claroscuros que luces, esta película es una experiencia difícil. En particular, porque Naishtat no busca la empatía del espectador en ningún momento con este líder, interpretado con solidez por Pablo Cedrón, alejado de estereotipos de época y clisés, y porque tiene un ritmo y puesta en escena poco habituales para el cine de género, emparentándola un poco más con Jauja, de Lisandro Alonso, incluso, porque ambas fueron filmadas en formato 4:3. Pero más allá de los climas distantes que ambos films construyen, en El movimiento hay un tono irónico relacionado con la metáfora política que Jauja no tenía. En la película de Alonso, el tono era solemne, pretencioso, y el final, casi fantasioso, resultaba demasiado incoherente con la propia narración. En El movimiento, Naishtat, también traiciona los tiempos, pero con un fin más humorístico, que es resaltar la continuidad de un discurso y una forma de ser de la política argentina, que se mantuvo prácticamente igual durante 180 años. El director apuesta por una puesta minimalista pero efectiva para demostrar la miseria y consecuencias de la peste negra, así como la locura de un periodo de transición donde los soldados tenían delirios paranoicos, traducidos en actos de extrema violencia. Es escaso el despliegue de reconstrucción, exactamente lo necesario. La potencia del relato pasa por la sugestión, por lo que el espectador debe armar en su cabeza, tomando en cuenta lo que Naishtat elige mostrar, ya que la cámara se convierte en un testigo parcial de las situaciones. El montaje ayuda a crear estos climas, así como la fotografía, recorta de la oscuridad parcialmente a las figuras, generando una puesta expresiva sobre los rostros, casi como si se tratara de un western de Leone. La interpretación de Cedrón es poderosa y creíble, un personaje que genera odio y atracción al mismo tiempo. Se pueden leer algunas escenas, como puestas teatrales, pero Naishtat pone foco en silencios, miradas y expresiones que cobran mayor impacto en pantalla grande. La música tiene ecos de las bandas sonoras de Morricone y también ayudan a enfatizar este clima extraño y crudo del film, que sin ser sangriento desnuda un microuniverso violento, casi en forma mística, pero no tan alejada de los juegos de poder y manipulación de la actualidad. El movimiento demuestra nuevamente la capacidad de este joven realizador para incomodar al público y dar lugar a reflexiones sobre el pasado y el presente, sobre la paranoia y el miedo que nos tratan de imponer día a día, siniestras fuerzas que dicen tener el control, y necesitan del apoyo del ciudadano común para seguir cometiendo actos criminales.
Se estrena Brooklyn, de John Crowley, protagonizada por Saoirse Ronan y ganadora de múltiples reconocimientos, inclusive tres nominaciones al Oscar. Eilis es una joven irlandesa que abandona a su madre y su hermana en pos de cumplir un sueño y buscar una vida en Estados Unidos. Se establece en un riguroso hogar para señoritas, consigue un trabajo como vendedora y estudia por la noche, mientras tanto conoce el amor a través de un joven plomero, hijo de inmigrantes italianos, pero cuando un hecho repentino la obliga a volver a Irlanda, ahí empieza una relación con otro hombre, heredero de una importante mansión. El personaje debe elegir si construir una vida en su tierra o volver a Brooklyn para vivir el sueño americano. Basada en una novela Colm Tolbin y adaptada por el prestigioso Nick Hornby, Brooklyn es una pretenciosa obra que vende una historia acerca de la inmigración, pero que no se trata ni más ni menos de un culebrón rosa, ingenuo y conservador. Estados Unidos termina siendo realmente un sueño hecho realidad, la tierra de las oportunidades e Irlanda una sociedad bruta de campesinos o ricos estancieros con hijos depresivos. Ese es el contrasta que se construye y poco pesa narrativamente. La moraleja es que los inmigrantes hicieron Estados Unidos ensuciándose las manos. Bono lo ha expresado mejor. El director John Crowley se limita a narrar con una puesta transparente, cuidando detalles de reconstrucción de época con un presupuesto limitado y confiando en la potencia interpretativa de Saoirse Ronan para ponerse la película sobre los hombros. Pero eso no es suficiente. Más allá de que el trabajo de la protagonista de Desde mi cielo es interesante por la relación que establece con las típicas heroínas del cine clásico, Crowley arremete con una suma de clisés, estereotipos y lugares comunes prácticamente insoportables. El retrato de la familia italiana no puede ser más superficial y caricaturesco en un contexto narrativo que busca una supuesta seriedad y solemnidad en cada escena. La emotividad del film es efectista y forzada. Los realizadores acuden a golpes bajos, escenas sentimentales que nada tienen para envidiarle a las cursis historias romanticonas de Nicholas Sparks y planos aburridos de besos bajo la lluvia, así como erotismo televisivo. Brooklyn peca de una ingenuidad notable, haciendo apología de la moralidad de la década de los ´50 y pretendiendo mostrar una falsa cara del feminismo. Por el contrario, todos los personajes femeninos responden a los estereotipos creados por la sociedad machista, defendiendo los valores que imponía por entonces la iglesia católica. El humor naif tampoco aporta a romper la monotonía y la previsible decisión sobre el final de la historia, no hacen más que justificar la ingenuidad a la que es sometida la protagonista. Veteranos intérpretes como Julie Walters o Jim Broadbent realizan cameos más cercanos a un cómic relief que a un justificado aporte narrativo. Un poco mejor están Emory Cohen y Domhall Gleeson, los pretendientes de Eilis. Superficial, monótona e ingenua, Brooklyn es un retrato sobre la inmigración que se toma demasiado en serio una historia de amor absurda y de novela rosa.
El legado estratégico de Juan Perón es la nueva película dirigida por Fernando Solanas que marca el regreso de su realizador a las salas comerciales. A los 80 años, Fernando Pino Solanas sigue activo y es el único sobreviviente del grupo Cine Liberación que realizó películas en la clandestinidad en los años más turbios de nuestra nación como la notable La hora de los hornos. El legado cinematográfico que deja Solanas es impresionante y su regreso en el año 2004 al documental con Memorias del saqueo va a ser más importante en los años venideros que en el presente. Los últimos trabajos de su filmografía revelan luces y sombras de la economía, logros sociales y tecnológicos que tiene la Argentina, así como una preocupación en la apropiación de empresas internacionales de nuestros recursos naturales. Pino Solanas sigue defendiendo las ideas de hace 50 años y las ha transformado en material documental basado en investigaciones periodísticas actuales sobre problemas contemporáneos, poniendo el ojo en lugares que los gobernantes han decidido esquivar la mirada. Solanas hizo y sigue haciendo un cine político y militante personal. Impone una estética a la hora de narrar clásica, episódica y cinematográfica, así como encuadres pensados específicamente para la pantalla grande. Sin embargo, también hace política con su cine, y las continuas campañas de los diversos partidos con los que se ha asociado en los últimos años se mezclaron con su actividad cinematográfica, imponiendo una suerte de continuidad del discurso de las campañas que pueden llegar a molestar a sus opositores. Esa, por lo menos, es su justificación ante el no estreno comercial de La guerra del fracking, que se difundió solo por Youtube. El legado estratégico de Juan Perón es su nuevo trabajo, y lamentablemente, se trata de un retroceso en su fundamental, aunque discutida, trayectoria. Retroceso casi literal, ya que recupera las charlas que junto a Octavio Getino y Gerardo Vallejo, realizó al ex Presidente Perón en su exilio en Puerta de Hierro, España. El resultado fueron documentales fundamentales para conocer el pasado y presente del país, así como la mentalidad de una de las figuras políticas más importantes del siglo XX. El planteo de El legado es un reflexión sobre como lo que Perón planeaba –pero nunca llegó a concretar- realizar en el país a su regreso, con su tercer presidencia, podría ponerse en práctica hoy en día. En principio, se puede alegar que a nivel histórica se trata de un film “importante” porque además recupera anécdotas y circunstancias por las que Cine Liberación tuvo que atravesar para realizar los documentales Perón: La revolución justicialista y Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder. En segundo lugar, dar a conocer o revalidar esos documentales también es fundamental. El problema del film no pasa tanto por el que o por sus intenciones, sino por la forma, y ahí es extraño que Solanas no consiga solidez. El propio director admitió que le costó encontrar el vehículo para esta película y el resultado final confirma esa inquietud. Solanas se convierte en narrador y protagonista absoluto de su film, es la única voz –junto con la de Perón- y al final parece más un discurso político propio, que uno del objeto en cuestión. La idea de llevar a estudiantes de cine a la Quinta de San Vincente, hacer una suerte de city tour no está mal, pero hubiese sido más enriquecedor escuchar las voces de los mismos –e incluso por un error de montaje se llega a ver como uno de ellos amaga con preguntar algo a Solanas y es cortado por el editor- para ver de que forma impactan hoy en día esas imágenes o quizás para construir un pequeño conflicto. Solanas no construye conflictos. Reflexiona sobre el pasado y la transpone al presente y futuro, pero solo de manera superficial. Un epílogo no demasiado profundo relaciona a Perón con los últimos gobiernos peronistas, centrándose en falencias casi humorísticas y no en las falencias “estratégicas” que manifiesta. Tampoco la puesta en escena resulta demasiado inspirada en esta oportunidad, lo que es decepcionante, porque aún en sus trabajos menos prolijos, Pino es un director elegante y ordenado. Los efectos de “interacción” al poner la imagen de Perón en el sillón de la Quinta de San Vicente no resultan convincentes y le restan méritos a un film cuyo principal valor es la recuperación de la memoria. Lejos de estar entre sus mejores trabajos, El legado estratégico de Juan Perón es un film que interesa más por la manera que Pino reflexiona sobre su propio pasado, el del país y la ideología, y lo recupera, que por su presente tanto cinematográfico como político. Esperemos que sus próximos documentales recupere algo de la potencia narrativa y crítica de aquellas primeras obras o al menos, las de los últimos años
Llega a los cines, Expediente Santiso, ambiciosa ópera prima de Brian Maya, que se toma demasiado en serio un guión muy bizarro. Talismanes perdidos en medio oriente, sectas neonazis clandestinas que hacen experimentos genéticos, un personaje paranoico, gente con superpoderes. La combinación de todos estos tópicos podría brindar un espectacular thriller fantástico clase B de los años ´80 producida por Canon Films o Roger Corman. Expediente Santiso es todo esto y más. Es un viaje hacia el pasado, a un cine argentino que mezcla ciencia ficción con pretencioso drama conspirativo, efectos pobremente realizados e interpretaciones poco verosímiles. Por supuesto, que nada de culpa tienen los actores cuando las escenas son completamente absurdas, los diálogos carecen de cualquier tipo de credibilidad y el tono que los realizadores proponen es, increíblemente, serio y oscuro. Salvador Santiso es un periodista encargado de cubrir descubrimientos arqueológicos a un museo en Medio Oriente, en medio de la guerra. Por alguna razón decide llevar con él a su pequeña hija. Cuando Santiso comienza a visualizar una conspiración que involucra creyentes del nazismo con piezas arqueológicas egipcias, su hija desaparece y el edificio es bombardeado. A partir de entonces, enloquece y lo internan en un hospital psiquiátrico. Pasan varios años y a la salida del instituto intenta reincorporarse a la sociedad, volviendo a su vida normal junto a su mujer e intentando regresar al periodismo con la creación de un blog esotérico. Pero Santiso sigue convencido que su hija sigue viva en algún lugar. Entre sustos paranormales y sueños propios de un film explotation, Expediente Santiso, podría convertirse en un producto de culto y divertido sino adoptara un tono tan solemne y dramático, que transmite la sensación que el debutante Brian Maya –que también interpreta a un guerrero nazi con el aspecto físico de Lisbeth Salander- quiere dejar un mensaje o comenzar una especie de saga. No ayudan demasiado las interpretaciones, aún cuando Carlos Belloso –un gran actor- se pone la película sobre los hombros, intentando hacer creíble a este personaje que sufre paranoia y esquizofrenia. Pero los problemas de Santiso no terminan en las pretensiones y ambiciones que sobrepasan los resultados y el presupuesto, sino que continúan en serios problemas, más técnicos de la puesta en escena, como falta de raccord –continuidad- entre planos, transiciones temporales absurdas que muestran planos “turísticos” de Buenos Aires, cuando la ciudad carece completamente de protagonismo y demasiadas incongruencias narrativas.
Se estrena Mi gran noche de Alex de la Iglesia, un regreso a las fuentes del cineasta español. Humor negro y números musicales sin descuidar el trasfondo social que el vive el país. Se lo extrañaba. Alex de la Iglesia había perdido el norte hace varios años. Los éxitos cosechados en sus comienzos como realizador y joven promesa del cine de género lo convirtieron en una figura “prestigiosa” y esto trajo como consecuencias propuestas cada vez más pretenciosas y vacías, alejadas de aquel subversivo cineasta, amante del terror y lo fantástico, pero al mismo tiempo, discípulo directo de los mejores capocómicos de la historia española, desde Berlanga hasta el primer Almodóvar. No es que se haya perdido aquel humor negro que lo distingue ni que su oscura visión de la vida se haya desorientado, pero lo cierto es que su cine se hizo demasiado grandilocuente y esteticista. Le faltaba corazón, nervio e imperfección. Alex quería coquetear con el drama, y Balada triste de trompeta, así como La chispa de la vida, demostraron que no era un género que dominaba, aun cuando en ambas obras, el humor muy oscuro está presente. Y Mi gran noche, tiene la vitalidad y frescura de un Alex de la Iglesia más puro, más influenciado por la comedia clásica y el slapstick. El gran referente cinematográfico, en esta oportunidad es Blake Edwards. Y si bien es verdad, que en comparación con las brujas de zugarramurdi, se trata de una película más simple y liviana, también se agradece que regrese al tono de Muertos de risa y Crimen ferpectos, dos de sus mejores películas. Mi gran noche es un film coral que retrata la grabación de un especial de año nuevo. Los números musicales son grabados en forma separada del público, y los figurantes –o extras- deben “actuar” para el televidente. La crisis económica está presente fuera de los estudios de grabación, donde se manifiesta en contra de los despidos que efectuó la cadena televisiva. Hasta que los manifestantes no se retiren, la grabación no puede darse por terminada. Este clima claustrofóbico contrasta con la fiesta que se intenta llevar a cabo dentro del estudio. Los episodios que se van sucediendo en forma simultánea son algunos más inspirados que otros. Los mejores son el del extra que se enamora de su compañera de mesa, señalada como mufa, y el del divo musical que intenta hacerle la vida imposible a otro cantante más joven, al mismo tiempo que su hijo planea matarlo. Las historias se conectan y también hay un par de chicas que desean extorsionar a la estrella de moda; una pareja de presentadores que se enfrentan en el terreno personal y profesional; y el productor del programa que trata de sacar el especial adelante a toda costa. Alex de la Iglesia desarrolla todos estos tópicos con extraordinaria solvencia narrativa durante la primer hora de film, agilidad y rtimo, pero sobre el final le presta demasiada atención a algunos, y otros los concluye en forma bastante banal. Eso no quita que haya múltiples gags efectivos, algunas sorpresas y un par de números musicales muy divertidos. Más allá de contar con la presencia de Santiago Segura y Enrique Villén, dos de sus actores fetiches, bastante desaprovechados en esta oportunidad, Mi gran noche tiene un atractivo especial: el regreso de Raphael a la pantalla grande. Uno de los más populares cantantes de los años 60 hasta la fecha, brilla con carisma, creando un alter ego que canta sus temas más reconocidos –el que le da título al film y “Escándalo”- burlándose de su propia fama e imagen. Cada escena con Raphael es mejor que las últimas tres obras de De la Iglesia. Mario Casas, Carlos Areces y Luis Callejos también se encuentran entre lo más destacado del film. Con influencias de Ginger & Fred y La fiesta inolvidable, Alex demuestra su soberbia mano para combinar géneros y brindar una sátira al mundo de la televisión y los multimedios. Sin llegar a ser visceral ni subversivo o provocador, el director regala un entretenimiento puro e ingenioso, que más allá de ser irregular en su último tramo y no resolver perfectamente cada subtrama, se destaca por su pasión cinéfila, el talento de su elenco, la cuidada propuesta estética y una sutil crítica social. El gran Alex ha vuelto con Mi gran noche.
Se estrena En primera plana, dirigida por Tom McCarthy. Un notable elenco encabezado por Mark Ruffalo y Michael Keaton llevan adelante esta premiada película sobre el abuso sexual a menores por parte de la iglesia. La filmografía de McCarthy se caracteriza porque trabaja micromundos como pocos. Personajes solitarios cuyas vidas se modifican cuando se encuentran con personas en su misma o similar condición y se conforman pequeños grupos de asistencia. McCarthy retrata como lo exterior, el contexto social, se introduce lentamente en las vidas de estas personas y los modifican por completo. Sólido narrador, clásico y transparente, McCarthy se ha hecho un lugar por demás interesante dentro del cine indie estadounidense con su trilogía The Station Agent–Visita inesperada–Ganar, ganar. También ha probado suerte con un producto con características mainstream, como en En tus zapatos protagonizada por Adam Sandler, pero los resultados no fueron los esperados. Cada vez más alejado de esas tres pequeñas comedia dramáticas llenas de sutilezas que conforman el inicio de su carrera como director –McCarthy es un típico actor secundario no demasiado reconocible- Tom decide ponerse sobre los hombros En primera plana, obra de TEMA importante en la sociedad estadounidense, que posiblemente estaba destinada a ser LA película de la semana de HBO, pero decidieron llevarla al cine. Vale destacar, que por más que el TEMA sea más importante que la narración en sí o la creación audiovisual, McCarthy se encarga de darle suficiente cuerpo a todos los personajes para que parezcan esos patéticos perdedores de sus primeras obras. “Spotlight” es una sección del diario Boston Globe dedicada a la investigación periodística. La llegada de un nuevo jefe de editores, Marty Baron –contenido trabajo de Liev Schreiver- revoluciona un poco el mundo del periódico que se destaca por tener redactores innatos de Boston. Sin demasiadas explicaciones, Baron solicita al jefe de redacción de Spotlight. Robby Robinson –excelente Michael Keaton- que investigue junto a su equipo las denuncias de abuso sexual por parte de curas en Boston, y sobretodo, los motivos de encubrimiento del cardenal local. Esta investigación lleva a descubrir más de 80 casos que involucran la pedofilia y los párrocos de la ciudad. El ingenio del guión de McCarthy y Josh Singer es no focalizarse simplemente en la denuncia sino más que nada en la investigación y la ética periodística. La crítica social no es acerca de los abusos propiamente dichos o una condena hacia la religión, sino hacia el silencio que todas las autoridades locales, e incluso el mismo periódico años anteriores, decidieron concretar tácitamente para no oponerse a la institución eclesiástica. En todo sentido, resulta mucho más potente entender el enfrentamiento legal y moral entre el abogado de las víctimas –Stanley Tucci impecable- y el fiscal de la causa -Billy Crudup- que prefiere negociar en vez de sacar el tema a la luz. Film de corte clásico donde los protagonista priorizan su conciencia antes que la corrección política, En primera plana, trabaja sobre una moral casi capriana con un toque de film político estilo Todos los hombres del presidente, y continúa una línea thriller periodístico como la serie The Newsroom, de Aaron Sorkin. El film se permite cierta cuota de humor e ironía; aun siendo bastante solemne, no pretende ser sensibilizador o emotivo. Por suerte no recurre a víctimas infantiles para crear golpes de efecto. McCarthy consigue que sus personajes construyan un micromundo, un pequeño grupo de contención similar a sus primera películas y al igual que estas misma, la ciudad es una gran protagonista, un mundo con leyes propias. Poco importan si están casados o no, los personajes conforman una elite fortalecida por la manera en la que se enfrentan a lo externo. El mundo se introduce en su propio mundo y se deben unir para sacarlo a la luz. En ese sentido comparte temática con The Station.. y Visita… En primera plana es un film que se impone por el talento de sus protagonistas –aún cuando el nominado al Oscar, Mark Ruffalo, está en pose y termina siendo un poco caricaturesco- un guión sólido con diálogos inteligentes y un montaje ágil. La música de Howard Shore, por momentos es un poco invasiva, pero no erradica la potencia narrativa del film.
Marvel satiriza a Marvel con Deadpool, ópera prima de Tim Miller, donde el humor autoconsciente se impone ante una historia bastante simplista para el universo de súper héroes. Ryan Reynolds merecía la reivindicación. Notable comediante canadiense, Reynolds entró en Hollywood después de protagonizar algunas sitcoms olvidables. Después de probar suerte con comedias “zafadas”, pasó a ser el galán de comedias románticas y a alguien se le ocurrió que sería un buen superhéroe. Primer secundó a Blade en la tercera y más olvidable secuela del cazavampiros de Wesley Snipes,; luego le adjudicaron un horrible cameo como Deadpool en X-Men Orígenes: Wolverine y por último fue protagonista en Linterna verde y RIPD, policías del más allá, dos adaptaciones fallidas del universo DC. Parecía que Reynolds estaba condenado a mediocres propuestas indies como la sobrevalorada Enterrado o The Captive -una de las últimas películas de Atom Egoyan, destruida por la crítica en Cannes- cuando Marvel decidió darle otra oportunidad a Deadpool, pero siendo fiel a las raíces del personaje. Wade es un ex soldado de Irak que se dedica a usar sus tácticas para asustar bullies. Después que se enamora de una prostituta, a Wade le detectan un cáncer terminal. Deprimido, el personaje acepta la proposición de un agente, que le ofrece curarlo y convertirlo en un super soldado. Wade termina siendo víctima de múltiples torturas de un científico llamado Ajax . El protagonista adquiere fuerzas sobrenaturales y el poder de autocurarse, estilo Wolverine. Wade promete vengarse de Ajax por convertirlo en un monstruo y no tener la oportunidad de volver ver a su novia Vanesa. Básicamente, esto es Deadpool, y al mismo tiempo no lo es. El film de Miller se convierte por la ironía de su personaje en una sátira al universo de los superhéroes con un lenguaje metacinematográfico, donde Wade le habla directamente al espectador siendo consciente no solamente que está dentro de un film, sino que además es consciente de la propia autoconsciencia que está llevando a cabo. Deadpool son tres películas en una que confluyen en forma bastante dinámica. Por un lado es esta sátira con humor al estilo Hermanos Zucker –La pistola desnuda-, por otro una divertida historia de venganza, con un superhéroe “canchero”, y por último el film más provocador de la factoría Marvel hasta el momento con variados desnudos, visceral carga de violencia –no muy realista, sino más cercana a Rodríguez y Tarantino- y un humor más “adulto”. De principio a fin vale destacar las múltiples citas –la mejor de todas es la escena posterior a los créditos- y el ingenio del talentoso Tim Miller, diseñador de Video Juegos, efectos especiales y secuencia de títulos como La chica del dragón tatuado, de David Fincher. Toda la secuencia que estructura el film es una persecución por una autopista visualmente estimulante. El guión pertenece a Paul Wernick y Rhet Reese, la misma dupla de Tierra de zombis, por lo que se comprende perfectamente de donde viene el sarcasmo y el humor autoreferencial. Sin embargo, más allá del funcionamiento de los gags y las secuencias de acción, lo mejor de Deadpool es la capacidad de Ryan Reynolds para reírse de sus propios fracasos en su carrera. Es obvio que la mayoría de los guiños están orientados a un público freak y cinéfilo. La presencia de Reynolds le resta protagonismo al resto del elenco encabezado por Morena Baccarin, Ed Krein y Gina Carano. De hecho, los problemas de Deadpool pasan por la intrascendente trama central, la pereza de los flashbacks románticos y el poco carisma de los personajes secundarios, lo que beneficia a que Wade/Deadpool y el protagonista –también productor- resalten todavía más. Un divertido entretenimiento y pasatiempo cinéfilo, Deadpool, es un film que evade los lugares comunes de las películas de superhéroes acercando a Marvel a un terreno más arriesgado a nivel narrativo y comercial del que sale airoso gracias al humor y el talento de Ryan Reynolds.
Estreno de Creed, corazón de campeón, de Ryan Coogler; el regreso del mítico Rocky Balboa a la pantalla grande. El héroe preferido de los estadounidenses no tiene súper poderes. No es aquel que salva a la chica de un incendio o a la ciudad del villano de turno. El héroe favorito es el ciudadano común, que a fuerza de voluntad y capacidad, lucha contra todos los prejuicios para salir adelante en la vida y construir el sueño americano. Esos son los valores y la moraleja que intentó inculcarle Sylvester Stallone a su máxima creación, Rocky Balboa, hace 40 años atrás, inspirado en sus propias experiencias de vida. Después de cinco secuelas, todas escritas por el protagonista, llegó la hora de pasar la antorcha y construir un nuevo héroe, más joven y acorde a los nuevos tiempos. Esta vez no se trata del hijo del protagonista, que fuera la esencia de la quinta y decepcionante entrega, sino de Adonis, el descendiente no reconocido de su eterno rival, amigo y mentor, Apollo Creed. Adonis tuvo una infancia dura en orfanatos, hasta que su madrastra decide criarlo otorgándole los beneficios económicos de ser el heredero de la fortuna Creed. Pero, el chico siempre busco una identidad propia, alejada del mito del padre, y quiere convertirse en un boxeador profesional alejado del apellido que le podría dar fama. Para eso se muda de California a Filadelfia y pretende entrenar con la única persona que estuvo con su padre hasta el final, el mítico Rocky Balboa, ya anciano, solitario y dueño de un restaurante. Ryan Coogler, joven y premiado realizador de Fruitvale Station, decide construir una especie de fanfilm de la obra original de 1976, conservando la estructura narrativa del luchador que empieza desde abajo y tiene la posibilidad de pelear por el título mundial. Por supuesto, que dentro del entrenamiento está luchar contra sus propias sombras, los fantasmas del pasado, el ego y otras pruebas. Habrá un interés romántico y encontrará una figura paterna en el antiguo rival de su padre Así como Star Wars: el despertar de la fuerza y Jurassic World, Creed cruza esa línea entre el homenaje, la remake y la secuela para despertar el interés de una nueva generación por una saga que parece no tener fin. Y sin embargo, el talento como narrador clásico de Coogler, permite disfrutarla como obra independiente. Si bien está llena de citas y guiños al fan, el realizador comprende en que debe enfatizar para construir una emoción genuina. El personaje no es perfecto. Esa imperfección permite empatizar con el espectador. Las peleas tienen un gran nivel de tensión y suspenso, y Coogler las filma con solvencia, arriesgándose a diseñar planos secuencias meticulosos que ayudan a introducir al espectador en cada lucha. El relato está equilibrado entre la narración deportiva y la emotiva, pero nunca de manera forzada. Incluso los golpes bajos no derriban el ritmo. Creed es fluida, inspiradora y entretenida. Le da protagonismo a la ciudad –así como la original- y exhibe su evolución a lo largo de 40 años. Pero la llama de la película no tendría esa vitalidad si no fuera por su notable trío protagónico, compuesto por Michael B. Jordan, promesa del cine industrial de Hollywood, Tessa Thompson, notable descubrimiento y el legendario Sylvester Stallone, al que no le pesan los años tanto como a Rocky, y no tiene problemas en delegar el protagonismo para asumir un rol secundario esencial con el personaje que le dio mayores alegrías personales. La naturalidad y el temperamento que impone el semental italiano es maravilloso, y no caben dudas que todos los honores que le están reconociendo por esta interpretación, son merecidos. Creed es un hermoso tributo a una saga que se ganó merecidamente un lugar entre las películas más admiradas y amadas por el público mundial por casi media década. Es una demostración que los mitos siguen vivos, y el cine clásico bien ejecutado siempre es efectivo
Se estrena El niño, de Wiliam Brent Bell, nueva película de terror del director de Con el diablo adentro. Desde los orígenes del género, los muñecos poseídos han sido de gran atractivo dentro del horror. Se han escrito grandes novelas góticas y de ciencia ficción que tienen como protagonistas marionetas o juguetes de cerámica que cobran vida mágicamente y aterrorizan a sus dueños. Todo indica que El niño es un nuevo exponente de este género. Greta –Lauren Cohan- es un joven estadounidense que decide escapar de un novio agresivo y mudarse a una mansión en medio de un pueblo rural de Inglaterra, donde consiguió trabajo como niñera. Como si no fuera suficientemente aterradora la arquitectura gótica de la casa casi abandonada, sus propietarios son una pareja de ancianos que dedican su vida a cuidar a su hijo Brahms. El detalle es que Brahms es un muñeco. Mientras que la pareja está ausente, Greta deberá seguir las instrucciones para cuidar a Brahms como si se tratara de un niño real. Su único aliado es Malcom, el empleado del almacén –Rupert Evans- que le viene a traer las provisiones. Prisionera en esa mansión, Greta comienza a descubrir que el muñeco de Brahms –el verdadero hijo murió en un incendio- se mueve cuando ella no está presente. Influenciada por la saga de El conjuro y Annabelle, El niño apela a todos los estereotipos del género sin prestarle demasiada atención a la verosimilitud del relato. La música asusta más que las imágenes y existe algún que otro sobresalto, como los sueños engañosos –de los que abusa- pero poco lugar para la sorpresa. Solo se destaca una correcta fotografía para generar climas góticos Posiblemente dándose cuenta de la notoria ausencia de ideas y la forma en que el film se va convirtiendo en uno más sobre fantasmas o demonios de casonas, los realizadores deciden dar una vuelta de giro en los últimos 15 minutos, que de no ser tan forzado e inconsistente con el resto del film, sería completamente risible y absurdo. Lo que se construye resulta tan incoherente que cualquier pretensión de seriedad, se desmorona y encima se pretende una connotación psicológica. El niño combina suspenso con inintencionado humor. A pesar de su notable sensualidad, la joven actriz Lauren Cohan no consigue impresionar, así como tampoco su compañero masculino. Acaso, lo mejor del film, radica en los pequeños detalles que conectan la historia con la obra más memorable de Gaston Leroux, pero para llegar a esta conclusión, lamentablemente, hay que aguantar la película completa. Y se vienen las secuelas.