La nueva comedia de Gennaro Nunziante, No renuncio, fue el mayor éxito de taquilla de la historia del cine de su pais. Una propuesta absurda y crítica hacia la sociedad italiana. Si hay algo que distingue a los italianos es que se ríen de sus propias miserias, y en la tradición de Mario Monicelli, Dino Risi y Ettore Scola, Gennaro Nunziante satiriza la pereza de los empleados burocráticos con No renuncio, una comedia liviana pero absurda, que recupera el tono popular del cine de los años ´70. Checco Zalone –interpretado por Checco Zalone, también co guionista y músico del film- es el típico empleado fijo del gobierno de un pequeño pueblo italiano. Como todo administrativo estatal, su puesto es inamovible. No lo pueden echar. Porque para un buen italiano un puesto fijo es como un tesoro. Lo que en Argentina se denomina “un ñoqui” del estado. Pero cuando sube un nuevo partido político al poder y quiere renovar a todos los empleados del gobierno, a Checco se le complica un poco la vida. El Ministro Magno designa a la Dra. Sironi –Sonia Bergamasco- a cargo de la reestructuración de los nuevos empleados, quién le ofrece a los antiguos trabajadores la posibilidad de renunciar a cambio de una generosa indemnización o tener un puesto en algún sitio recóndito de Italia. Como a la mayoría la opción de mudarse no les apetece, agarran la indemnización, pero Checco vive con sus padres, es un mantenido, y sigue al extremo el consejo de su padre de no renunciar. De esta forma, se le van asignando diversas tareas completamente ridículas hasta llegar al Polo Norte para defender a los científicos del ataque de los osos polares. Allí, no solamente cumplirá efectivamente la tarea, sino que además encontrará el amor. Comedia absurda y extremadamente inverosímil, No renuncio apunta satirizar la misoginia, racismo y ego del ciudadano promedio italiano, que no difiere demasiado del retrato del argentino de tres o cuatro décadas atrás. Y aunque el humor no sea para nada sutil, vale la pena destacar que en ningún momento termina cayendo en la vulgaridad o la comedia picaresca. El absurdo se convierte en parte del lenguaje natural del film, cuyo tono no decae durante los ágiles 86 minutos de duración. Nunziante evita la trampa sentimentaloide y golpe bajo a la hora de dar un giro narrativo, por el contrario, se mantiene fiel a la misma premisa ridícula de principio a fin. Por otro lado vale destacar el trabajo de Checco Zalone, un comediante de timing televisivo con varias características del estilo humorístico del primer Adam Sandler. Divertida y limitada, superficial pero efectiva en su crítica hacia los estereotipos italianos -llevada a extremos poco ortodoxos- No renuncio es un entretenimiento pasajero, liviano y popular. Una costosa superproducción que recorre el mundo, pero que básicamente nunca deja de reflejar la corrupción innata de su sociedad.
Se estrena la secuela de la comedia del 2014, nuevamente protagonizada por Seth Rogen, Rose Byrne y Zac Efron, con la incorporación de Chloë-Grace Moretz. Efectiva, pero menos ingeniosa. Hay pocas cosas más forzadas que la secuela de una comedia. Difícilmente una segunda parte pueda superar, en estos casos, a su predecesora.A diferencia de las obras más épicas, como las de super héroes o similares, acá –salvo rarísimas excepciones- no hay un universo capaz de expandir y profundizarse. Por el contrario, en general, se apela a repetir la fórmula y los resultados terminan siendo decepcionantes. Cuando no está la novedad, lo único que queda es un producto a medias, y su calidad se mide únicamente por su efectividad, en vez de su ingenio. Es el caso de Buenos vecinos 2. Innecesaria por donde se la mire, el nuevo capítulo de la “saga” creada por Andrew Jay Cohen y Brendan O´Brien, tiene poco para ofrecer, más que algunos gags, sinceramente divertidos. Los protagonistas son otra vez Mac y Kelly Radner –Rogen y Byrne-, un matrimonio con una pequeña hija y otra en camino. Esto provoca que quieran vender su casa, aunque en vez de hacerlo directo, la tienen en reserva por 30 días. Ni bien comienza el periodo de prueba con el matrimonio comprador, deberán enfrentarse con un problema. Sus próximos vecinos, ya no son una fraternidad de hombres, sino una de mujeres, encabezada por Shelby –Grace Moretz- que cansada de los abusos misóginos dentro de las universidades, quiénes dictaminan que solo los hombres pueden tener fraternidades, decide crear la propia junto a dos amigas, fuera del ámbito universitario. Ningún film es ajeno a su contexto político y en medio de una disputa presidencial, donde Hillary Clinton, podría convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos, no parece casual que el film tome una impronta “feminista”, o por el contrario satirice el carácter machista de las instituciones, la propia industria hollywoodense y la mirada femenina per sé que se está desarrollando en el país. Sin embargo, si el arranque es políticamente incorrecto, el mensaje final de la película termina siendo demasiado conservador. En la primera parte, la madurez y la búsqueda de empleo, eran el tema central. Acá también es importante, pero en menor medida. Teddy –Zac Efron- sigue buscando el rumbo de su vida. Su convivencia con Pete se ve interrumpida, cuando este decide casarse con su novio, por lo tanto, también se queda sin casa. El film nunca profundiza en los conflictos de Teddy, pero el personaje termina siendo fundamental para guiar a Shelby y sus amigas, a la hora de organizar las fiestas de la nueva fraternidad, que les permitirán pagar el alquiler. Si bien su mensaje es demasiado conservador y moralista para sus pretensiones iniciales, hay que conceder que los gags, en su mayoría funcionan, no tanto por ingenio o creatividad, sino por el talento de su elenco, excepto por Grace Moretz, que está bastante sobreactuada. Sobreabundan los chistes sobre marihuana, juguetes sexuales y vómitos. No todos son efectivos.
Se estrena El maestro del dinero, protagonizada por George Clooney y Julia Roberts, bajo la dirección de Jodie Foster. Un thriller clásico y bien ejecutado, pero con poco riesgo narrativo. Recientemente, Jodie Foster, ha declarado que se siente más cómoda en el rol de directora que en el de actriz. Podríamos justificar, de este modo, que en los últimos tres años, ha estado detrás de las cámaras más que delante. Después de dirigir un par de episodios para House of Cards y Orange is the New Black, Foster agarró este encargo de George Clooney para demostrar –como si fuese necesario- su versatilidad como realizadora, poniéndose sobre los hombros un guión bastante convencional y transformándolo en un film correcto, sin riesgos, acaso para convencer a los grandes estudios que puede llevar a cabo otras producciones comerciales, que posiblemente sean más personales. El tema de El maestro del dinero -o Money Monster, un título más adecuado para describir el funcionamiento del capitalismo bursátil- es efectivamente las estafas que las grandes empresas multinacionales pueden llegar a ocasionar, a través de los valores de la bolsa de comercio. Los protagonistas del film son especuladores, personajes que confían demasiado en su suerte, hasta que se topan con el factor humano. Lee Gates –un George Clooney no muy distinto al de Secretos de estado y otras películas- es el carismático conductor de un programa bursátil. Gates encara el show como un espectáculo de entretiempo de básquet: baila, rapea, se disfraza y tiene el apoyo de efectos gráficos para entretener a los accionistas mientras les recomienda en que invertir cada día de la semana. Un prólogo generado a partir de –falsas- imágenes de archivo informa al espectador, que un importante empresario ha provocado una pseudo crisis bursátil por culpa de un error de la computadora. Mientras Gates, intenta explicar al público porque este empresario, Walt Camby –Dominic West- es un hombre transparente, un joven muchacho irrumpe en el canal con un arma y un chaleco con explosivos, amenazando la vida del conductor y los técnicos de la planta. Kyle – Jack O´Connell- no desea dinero, simplemente una justificación de por qué perdió 60 mil dólares –traducido a 800 millones en forma global- apostando por Camby y su empresa, por consejo del propio Gates. Lo que podría tomarse como un thriller de rehenes clásico se transforma en una crítica, bastante obvia y sobre explicada, acerca del manejo de operaciones bursátiles y lo fácil que es perder todos los ahorros, por culpa de la especulación de estos señores. El guión escrito a seis manos tiene sus momentos más brillantes cuando se atiene a mostrar las debilidades de los personajes, que es acaso la mayor cualidad de Foster como directora: el factor humano. A la realizadora de Feriados en familia le gusta que sus personajes tengan matices y no cuenten completamente con la simpatía del público; que demuestren que por más que se crean ingeniosos, tienen puntos débiles. Al menos los personajes de Lee y Kyle. Menos ambigua es Patty, la directora del programa –a cargo de Julia Roberts, más contenida y sobria que de costumbre- que sirve como conciencia de los dos personajes masculinos. Posiblemente sea por la propia personalidad de Foster, que las mujeres del film son mucho más fuertes e inteligentes que los hombres –y eso no está subrayado- con mayor carácter, e incluso más inteligentes y decisivas de lo que los protagonistas piensan. Ese es punto para la directora, sin dudas, que logra evitar algunos estereotipos del género, especialmente en una industria que tiende a cosificar a las actrices. El maestro del dinero es un film entretenido y llevadero. Foster desea mostrar su talento y buen pulso como narradora para agarrar un producto menor por encargo, con un guión casi previsible, sin riesgo ni sorpresas, cuyo fuerte, cree estar en la crítica económica y social, pero que en realidad está en la relevancia del factor humano y la sátira a la reacción de la gente con los medios de comunicación.
Aprovechando el éxito de Abzurdah, regresa la dupla Goggi-Suárez a la pantalla grande. Esta vez, la excusa es un melodrama romántico llamado El hilo rojo, junto a Benjamín Vicuña, que se hunde antes de despegar. A veces, solo basta una escena para comprender que entre dos intérpretes falta química. No importa si afuera del set son la pareja perfecta, pero si en la ficción, dos seres que deben transmitir pasión no se conectan mutuamente, el resto de la película se viene a pique. Solo basta ver Capitán América: Civil War para comprender el concepto. Tony Stark y la Tía May, o mejor dicho, Robert Downey Jr. y Marisa Tomei. Juntos nuevamente –fueron pareja en la vida real, en Chaplin y Solo tú– en una escena pobremente escrita y ausente por completo de sensualidad, y aún así, se siente la química entre ellos. Se conectan. Un hilo rojo los comunica. Ese hilo rojo que, en teoría conecta a Manuel con Abril, los protagonistas de la película de Daniela Goggi, no existe entre Suárez y Vicuña. Y el resto es como un castillo de naipes: un guión flojo, insostenible desde la verosimilitud, diálogos que parece salidos de una mala telenovela, interpretaciones muertas, vacías, sin una sola posibilidad de generar empatía con el espectador. El histeriqueo de dos personajes débiles. Los personajes se conocen en un aeropuerto. Él es sommelier, ella azafata. En la primer secuencia, entre tire y afloje, nace un romance “a primer vista” entre ellos. Circunstancias del destino, ambos se separan sin conocer el nombre del otro. Pasan los años, cada uno está con su respectiva pareja. Ella incluso acaba de ser madre. La vida de ambos, en forma individual, parece perfecta: amor, fama, dinero y sin embargo… Un avión los vuelve a unir, está vez, en Cartagena, Colombia, lejos de sus respectivas parejas. Allá aprovecharán para revivir la llama, solo que esta vez, ya no estarán tan seguros de cómo continuar sus vidas. Sin embargo, un hilo rojo, invisible une el destino de ambos personajes –no de los actores, por supuesto- ¿podrán romperlo? Sensualidad para adolescentes, romance “prohibido” que incluye escenas de infidelidad y poco más, es lo que ofrece este film previsible y reiterativo que nunca encuentra un tono particular, además de generar poca emoción. No existe la tensión. Se habla mucho, se piensa poco. Visualmente prolija –como una publicidad de alguna aerolínea- pero hueca, a nivel narrativo, obvia metafóricamente, El hilo rojo cumple con un acumulación de lugares comunes, potenciados por la inexpresividad de la pareja protagónica. Hay que admitir, que Vicuña está un poco mejor: contenido, aunque inexpresivo. En cambio, Eugenia Suárez parece una perezosa salida de Zootopia. Cada respuesta que brinda es precedida por una larga pausa. El hilo rojo es una obra tan pretenciosa como monótona. Un producto comercial al que se le notan demasiado los hilos -valga la redundancia- cuyo conflicto dramático no alcanza ni la densidad y profundidad que el tema podría ameritar. La ausencia de humor, carisma y química entre los protagonistas es alarmante. Se confunde sexualidad con sensualidad. Un coctel imperdonable para un film romántico. Mejor, mirar por la ventana.
Se estrena El bosque de Karadima, coproducción chilena-argentina protagonizada por Luis Gnecco y Benjamín Vicuña que narra la historia real de un sacerdote acusado de abusos sexuales. Un pastor con piel de lobo. Fernando Karadima fue un influyente cura de una región de Santiago llamada El Bosque, que estuvo a cargo de una pequeña pero fiel comunidad de feligreses. El carisma del sacerdote y su determinado carácter inspiraban y seducía a jóvenes aspirantes a monaguillos así como posibles futuros párrocos. El film de Matías Lira se enfoca en uno de los discípulos de Karadima –interpretado por Luis Gnecco- Thomas Leyton, hijo de madre soltera, pero con un alto poder adquisitivo. La fascinación que nace por parte de Thomas no es tanto por lo que le genera el estudio de catequesis –de hecho, prefiere estudiar medicina- sino por la forma en la que Karadima impacta ante sus ojos. La atracción termina siendo mutua cuando Thomas es admitido dentro de la familia eclesiástica. Pero, más allá de la presunta relación padre sustituto/tutor que termina siendo Karadima para el protagonista, hay una previsible atracción sexual, de la que Thomas no intenta escapar. Incluso, a pesar de su joven edad, parece disfrutar. La película está narrada en tres tiempos específicos. La adolescencia tardía del personaje –Pedro Campos- y la adultez, en un periodo veinteañero y otro más cercano a los cuarenta –a cargo de Vicuña- en que el personaje toma verdadera consecuencia de los actos del pasado e intenta evitar que se repitan con su propia familia, formada bajo la sombra y el “apoyo” de Karadima. A consecuencia de la última ganadora del Oscar, En primera plana, los casos de pedofilia y abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica han resurgido dentro del cine. Pero mientras que el film de Thomas McCarthy hacía mayor énfasis en la investigación y ética periodística, El bosque de Karadima decide narrar el drama interno de los protagonistas –cuyo nombre fue cambiado- para mostrar acaso el poder de seducción de un personaje tan siniestro como aberrante. El film decide no esconder nada, pero tampoco llegar a graficar completamente cada situación. No se trata de una obra sutil, pero sí cuidada. Lo que en cierta forma la emparenta con Actos privados, notable e injustamente olvidada obra de Antonia Bird, protagonizada por Linus Roache. Por otro lado, un buen y más crudo complemente a Karadima es El club, premiado largometraje chileno de Pablo Larraín. Si el mensaje y el discurso consiguen un notable equilibrio manteniendo la tensión y el suspenso sin demasiados golpes de efecto, las limitaciones de la película de Lira suceden en el terreno de no querer despegar la mirada de la historia, no construir cinematografía sino simplemente narrar los hechos que suceden en el guión con completo oficio, pero sin una búsqueda visual que acompañe el impacto que podría generar la historia. Todo se mantiene en un tono tan gris como el cielo de Santiago. Es interesante que Lira no pose la mirada sobre la relación de Karadima con la dictadura de Pinochet, sino que construya un retrato de época distinto, independizando al personaje de su contexto, pero tampoco aislándolo. Los actos son producto de su propia naturaleza –inclusive en su carácter negador y violento- pero el estado no pone el ojo en ellos. Lira consigue generar apatía por parte del público, especialmente porque Gnecco hace una interpretación verosímil en la piel de Karadima. Diferente es el caso de Vicuña, en un registro más televisivo, que lo complica en escenas íntimas, donde tampoco los diálogos ayudan a crear tensión, ya que algunas escenas parecen haber sido extraídas de algún culebrón. No parece casual que el propio Lira haya decidido también adaptarla como miniserie.
Se estrena Enemigo invisible, film de Gavin Hood –X Men Orígenes: Wolverine– acerca del uso de drones y misiles teledirigidos, por parte de los servicios secretos de países del primer mundo, para destruir terroristas. En la historia del cine existen numerosos casos de remakes “encubiertas”. Películas que sin admitirlo ni recalcarlo utilizan las bases argumentales y estructurales de otras para inspirarse con nuevas creaciones. Posiblemente los casos más reconocidos son los de Por un puñado de dólares inspirada en Yojimbo, La guerra de las galaxias, que toma la estructura de La fortaleza oculta o Kill Bill, robo de Quentin Tarantino a La novia vestía de negro, de Truffaut. El caso de Enemigo invisible es que se trata de un relectura de Fail Safe, brillante film de Sidney Lumet con Henry Fonda encabezando un gran elenco, que ya tuvo una remake dirigida por Stephen Frears y protagonizada por George Clooney. Este film sucedía en pequeños lugares cerrados: la oficina donde se debatían los ataques militares en el Pentágono, un avión bombardeo, entre otros. Los líderes capitalistas deben decidir si atacar o no una ciudad soviética con la bomba atómica, antes que los misiles vayan a EEUU. Una obra seria e inteligente –con el toque de Lumet- que tuvo versión satírica más recordada, dirigida por Stanley Kubrick e interpretada en más de un rol por Peter Sellers, Dr. Strangelove. Regresando a Enemigo invisible, el guionista Guy Hibbert toma esta base para realizar una historia similar pero en una villa de Kenya. El debate moral sucede cuando una oficial británica decide bombardear una casa donde se oculta una célula terrorista, poniendo en riesgo a muchas personas, inclusive una niña que vende pan en la vereda. Este detalle, da pie a una sucesión de debates acerca de sacrificar la vida de una persona para salvar, posiblemente, a muchas otras en algún centro urbano. El detalle, es que acá el misil es teledirigido por dos soldados estadounidenses en Las Vegas que se niegan a disparar hasta tener la autorización de diversas figuras políticas y militares, que también tienen sus dudas éticas. Mientras que Fail Safe o Dr Strangelove eran alegatos anti bélicos, críticos con las fuerzas militares y la guerra fría, Enemigo invisible termina siendo casi un justificativo del accionar no civil en estos enfrentamientos, humanizando a gran parte de los personajes, dejando como únicos responsables a un par de jerarcas, en este caso la Coronel Powell –interpretada por Helen Mirren- y ridiculizando las figuritas más políticas como el Secretario de Estado británico. Sacando el planteo debatible y moral sobre la posición que toma el film, vale destacar la creación de suspenso casi hitchcoiano de la primer hora. Gavin Hood, que también venía de hacer una película con contenido político discutible como El sospechoso, saca lustre de su elenco –incluido el fallecido Alan Rickman- explotando al máximo a Barkhad Abdi –el actor nominado al Oscar por Capitán Phillips– que no solo es el más humano de todos, sino el que le imprime mayor vértigo al desarrollo del film. En la última media hora, Hood comienza una espiral manipuladora que no le juega a favor a la historia. Entre golpes bajos, emotivos y efectistas sumado a una bajada de línea, de dudosa ética, el director –que también se guarda un pequeño personaje para sí- no consigue que el resultado final sea acaso un mero entretenimiento, un thriller realizado con oficio y talento, sino una seudo mea culpa justificada de las horribles masacres que las potencias han realizado, en pos de detener células terroristas. Enemigo invisible es una obra que mantiene en tensión, pero que genera debate con respecto a su discurso y, principalmente, sobre donde debe estar parada la obra artística en medio de un conflicto bélico. Se recomienda volver a ver Fail Safe o Dr. Strangelove para aprender a ser sutil, sin perder el riesgo y la crítica hacia el sistema.
Se estrena Guaraní, co producción entre Argentina y Paraguay que plantea un viaje entre un abuelo y su nieta. Búsqueda de identidad, cultura y hermosos paisajes. Los viajes compartidos pueden servir para aprender y conocer, no solamente un terreno nuevo, sino a la persona con la que se viaja. Guaraní se podría simplificar como una road movie pero también como una aventura introspectiva de dos personajes, que a pesar que viven juntos nunca se conocen a fondo. Don Atilio es un pescador que usa su bote para trasladar pasajeros y mercancía entre las diferentes fronteras del Río Paraná. Se niega a hablar en castellano y prefiere el guaraní como única lengua. Lo ayuda su nieta, Iara, de 14 años. Mientras que la adolescente comienza a abrirse paso al mundo y elegir su propio camino, encontrar su propia identidad, Atilio parece un personaje atado al pasado, las costumbres y sus reglas. Cuando Helena, la madre de Iara , que vive en Buenos Aires, les anuncia que va a tener un nuevo hijo –el primer varón- Don Atilio se lleva a la nieta hasta la capital argentina con el propósito de que ambos puedan convencer a Helena de que el bebé nazca en Paraguay y conservar, así, la sangre guaraní. Una narración lineal pero simple, sin golpes bajos ni de efecto, como tampoco escenas sentimentales forzadas, son el mayor fuerte de esta ópera prima. El cruce entre dos generaciones con distintos puntos de vista construyen tensión constante, pero que no deja de lado un punto de vista humano; la inteligencia del guión de Zorraquín y Simón Franco –director de Tiempos menos modernos- es no tomar partido por ninguna de las dos fuerzas. Desde la aceptación de la edad hasta una sutil coming of age, pasando por la radiografía realista de la explotación laboral durante el difícil trayecto que Atilio e Iara deben atravesar para ganar un billete que los lleve a destino. Sutil y entretenida, cuidada en cada encuadre, contemplativa e inteligente, Guaraní es una película sobretodo sensible, sin intensiones de ser sensiblera. La mínima anécdota es una excusa para descubrir la riqueza de la cultura guaraní y sus mitos. Sus protagonistas son Emilio Barreto y Jazmín Bogarín. Entre ambos hay química y se nota la huella de llevar, ambos con la sangre del lugar donde transcurre la historia. La banda de sonido es una gran compañía de cada escena. No es invasiva pero tampoco está de fondo. Ayuda a generar un universo donde no solo se mezclan generaciones, sino también culturas compartidas por dos naciones. Se podría atribuir cierta ingenuidad en el tono, pero la ausencia de un drama solemne, reemplazado por sutiles toques de humor, la convierten en un film bello, disciplinado, cuidado y enriquecedor. Dos culturas se saludan, cada una en su idioma, y con una geografía similar. Pero el cine trasciende fronteras y así como “un bebé cuando nace –dice Iara- no reconoce los límites nacionales”, el arte es otra forma de comunicar un lenguaje universal. Guaraní da fe que no importa de que lado del río se está, cuando el relato es bueno y está bien narrado se convierte en un vehículo potente y esencial. Hay que remarla, pero el resultado final es una notable pesca.
Se estrena Volando alto, de Dexter Fletcher, la biopic sobre Eddie “El águila” Edwards, un joven británico que cumplió su sueño de participar en los Juegos Olímpicos. Nada es imposible. Eddie Edwards, hijo de un yesero podría haber elegido seguir los pasos de su padre y continuar los consejos de su médico que le impidió hacer deportes, pero en cambio fue hasta el final con un sueño. Participar de los Juegos Olímpicos de invierno en 1988 en Canadá. Personaje caricaturesco, pero no caricaturizado, Eddie es un niño de 23 años. Su postura corporal y su inocencia lo asimilan como un infante perseverante y tenaz que no se va a rendir a ninguna costa. Inspirada en una historia real, el actor británico Dexter Fletcher –trabajó en las primeras películas de Guy Ritchie- bajo el ala de Matthew Vaugh lleva adelante una agradable experiencia, esta clásica biopic deportiva con pretensiones inspirativas y espíritu ochentoso. La clave del film es no centrarlo simplemente en los contratiempos que sufre el personaje ni incrementar el drama a través de una melodía sentimentaloide. En cambio Fletcher, apuesta por el humor y exprime esa inocencia para convertir al personaje en una especie de Nerd, al que el espectador desea verle cumplir sus objetivos, por más insanos que parezcan. Para convertirse en el mejor –y único- saltador de Sky necesita un entrenador, y así consigue a Bronson –Hugh Jackman- un instructor que pasa sus días tomando alcohol y amargándose por dejar pasar su oportunidad. En este instante, el film pasa de ser una suerte de soliloquio de las aventura y fracasos del protagonista a ser una buddy movie clásica, entre dos personajes antagónicos y complementarios. Sin dejarse tentar por la vertiente romántica o trágica, el film muestra como los propios obstáculos, incluidas las burlas de los equipos contrarios, las bromas de sus compañeros olímpicos y la poca voluntad de su padre para ayudarlo, impulsan al personaje a seguir adelante, saltando y arriesgando su vida. Fletcher retoma el espíritu británico de Billy Elliot y deposita el peso del film en Taron Egerton, el protagonista de Kingsman: el servicio secreto, quién, en una notable transformación física, consigue un personaje querible y atractivo. Hugh Jackman se convierte en un complemento ideal gracias al carisma innato del actor y sus cualidades en la comedia musical, que aunque acá no cante, lo ayudan a crear un personaje con toques de bailarín. Se suman en pequeños personajes Jim Broadbent y Christopher Walken. El film no deslumbra por la puesta en escena, pero se destaca la tensión, el suspenso y el uso de los efectos especiales en las escenas de saltos, generando una sensación de estar en los pies de Eddie, el águila, cada vez que se desliza por la pendiente. La cámara subjetiva simula el vértigo que se puede sentir en una montaña rusa. Si bien el guión es bastante convencional, así como los diálogos no dejan afuera ningún clisé o estereotipo de los films deportivos de los 80 y 90, incluida Jamaica bajo cero –la del equipo de Bobsled jamaiquino que participó en las misma olimpiadas- los atributos de Volando alto son el carisma de sus intérpretes y su tono humorístico, más cercano al de Richard Curtis que al de la mayoría de cineastas estadounidenses que hubiese priorizado la emoción forzada a la faceta más absurda de la historia, y apoyado por una banda de sonido de hits populares de fines de esa década, tan imperfecta como nostálgica, llena de personajes atractivos y olvidados como Eddie, el águila.
Se estrena La jugada maestra, dirigida por Edward Zwick y protagonizada por Tobey Maguire, sobre la vida del ajedrecista estadounidense, Bobby Fischer. Quedan pocos aficionados del lenguaje clásico, la vieja escuela estadounidense de narración. Contemos juntos… Spielberg, Eastwood… y Edward Zwick. El director de Tiempos de gloria, Contra el enemigo y El último samurái siempre consigue un resultado notable a la hora de contar historias reales con el tempo y dramatismo justo, sin dejarse influenciar por elementos externos y extracinematográficos como una puesta demasiado distractiva, efectos especiales o escenas épicas muy elaboradas. Zwick prioriza siempre el relato. Le gusta el drama, pero prefiere tenerlo como excusa para generar tensión, e incluso en el terreno de la comedia sabe moverse con completa versatilidad, como fue el caso de Del amor y otras adicciones. Si bien Zwick no ha construido una filmografía integrada por obras maestras o trascendentales, es su buen pulso de narrador clásico lo que permite destacarlo por sobre la mayoría de los realizadores industriales contemporáneos. Por esto mismo es que en La jugada maestra, evita realizar la típica biopic. Todos los elementos biográficos de la historia del ajedrecista estadounidense Bobby Fischer sirven simplemente como preámbulo para comprender el accionar del personaje en la segunda mitad del relato, el central, que es su enfrentamiento con el campeón mundial soviético, Boris Spassky. Pero más allá de la cronología acerca del histórico enfrentamiento que tuvieron Fischer y Spassky en la final del Campeonato Mundial de 1972 en Islandia, lo que más le interesa a Edward Zwick es hacer un retrato del contexto político que rodeó el enfrentamiento, y que llevaron al protagonista a la paranoia y locura total. La jugada maestra no es un enfrentamiento de ajedrez, no tiene el ingenio matemático de un partido, sino la precisión de un thriller sobre la guerra fría. Zwick demuestra de que forma, la persecución psicológica de los Estados Unidos contra el régimen comunista termina influenciando en el carácter de Fischer, desde su infancia hasta el partido en sí, infiriendo incluso en el armado de la jugada que le dio la victoria en el round 6, y que es considerada la mejor de todos los tiempos. Fischer consiguió abstraerse y aislarse de la sociedad en su propia mente para conseguir esa jugada, y Zwick construye todo un relato paranoico que muestra ese momento, más que detenerse en la construcción de la jugada en sí. En ese sentido es muy interesante la interpretación de Tobey Maguire, que consigue un personaje bastante extremo. De la sobreactuación de la primera parte a una austera construcción posterior, lo de Maguire es mucho más notable a nivel de evolución del personaje y su locura, que lo de Russell Crowe en Una mente brillante. Por el contrario, a Zwick, le importa menos el personaje que las circunstancias y no intenta que el público empatice por él. Incluso se puede decir, que aún en su fría y gélida interpretación, completamente austera, es más cálido y empático lo de Liev Schreiber como Spassky, que lo de Maguire. Pero por otro lado, la mala fama que se ha ganado el ex Peter Parker en los últimos años, lo orientan como un Bobby Fischer ideal. Relato con una puesta en escena por momentos paranoica –siempre hay alguien observando a la distancia- y por otros claustrofóbica –Fischer prefiere los cuartos con poco movimiento o estar arrinconado- La jugada maestra trasciende al retrato del personaje para construir un contexto histórico que aun hoy resulta tan misterioso como atractivo. El clasicismo de la narración, previsible, aun así atrapante, sin golpes de efecto pero manteniendo la tensión sumado a un sólido elenco donde también se destacan Peter Sarsgaard y Michael Stuhlbarg dan como resultado La jugada maestra, un film que no será memorable, pero que no deja de interesar un momento y poner en jaque al espectador.
Llega a los cines, La acusación, la ópera prima de Chaitanya Tamhane ganadora de la Competencia Internacional de la última edición del BAFICI. A pesar de ser uno de los países con mayor producción cinematográfica anual, son muy pocos los films que llegan a la Argentina provenientes de India. Y si bien es una industria que se especializa en combinar géneros como el musical, el cine de acción y la comedia más delirante –varias llegan con bastante éxito al mercado estadounidense- es realmente valioso el estreno de una obra más independiente, que tuvo una cálida recepción en numerosos festivales internacionales. Posiblemente, lo que hace tan universal a La acusación es su tema: la burocracia judicial y la injusticia social. El chivo expiatorio de esta historia es un docente, devenido en cantante, poeta y activista, arrestado, en teoría, por incitar a un obrero a suicidarse dentro de una cloaca. El director decide hacer un escalonado retrato social, posando su ojo en las costumbres y vida personal de cada integrante de este microuniverso judicial, casi como una radiografía de cada estrato económico de un comunidad urbana de la India, que no dista demasiado de la comunidad de cualquier país occidental. “Cuando quieren meterte preso, siempre van a encontrar un pretexto para hacerlo”, le repite el abogado de Vinay Vora a un grupo de estudiantes. Aunque es bastante simple la metáfora, puede servir para entender la crítica social del realizador que intenta no caer en el drama moralizador ni emotivo, evita los golpes bajos y por el contrario expone la ironía de la situación, a partir del uso de planos generales bastante abiertos en las escenas más conflictivas, casi siguiendo un manual del cine de Michael Haneke, pero con menos crueldad. La mayor parte de la acción sucede en las cortes, donde se desdramatiza con bastante realismo cada testimonio, y se apela constantemente, postergando las declaraciones meses y meses, mientras el acusado es víctima de la burocracia judicial indefinidamente, un culpable necesario de la policía y el sistema que no aguantan la crítica inteligente a través del arte. El director muestra diferentes argumentos y puntos de vista del caso, introduce la cámara en la vida privada del abogado –un chico consentido de un barrio de clase media alta- y su casi absurda relación con sus padres, el drama cotidiano de la fiscal con su familia, hasta concluir, con mucho cinismo, en las vacaciones del juez. Tamhane demuestra que todos son actores de un juego interpretando su rol hasta que suena la campana de salida y poco les importa el destino de un hombre, fuera de su trabajo. De esta manera, consigue introducir sutiles subtramas y críticas hacia la inferencia de los dogmas religiosos en medio de un proceso, de la influencia de la opinión pública, etc, pero siempre manteniendo la austeridad, casi en un tono seudodocumental y contemplativo. Esto no significa que el relato sea denso o lento. Por el contrario, la narración es dinámica y simpática, aún cuando por momentos, las subtramas desdibujan un poco el conflicto central. La acusación es un film ingenioso y cínico, que permite reflexionar no solamente sobre el contexto económico y político de la India, sino también en la burocracia judicial que impera en cualquier país del mundo y que impide cualquier dejo de humanismo o empatía por sobre los personajes, en oposición a la imagen dramatizada que vende Hollywood en cualquier producto televisivo.