Se estrena Ataúd blanco: Juego Siniestro, lo nuevo de Daniel de la Vega. Un thriller psicológico con elementos sobrenaturales. Destacada interpretación de Julieta Cardinali. El terror argentino regresa a las salas comerciales. Daniel de la Vega, veterano realizador de género en nuestro país, se reúne nuevamente con los hermanos Bogliano –guionistas- para realizar este thriller que se nutre bastante de numerosos elementos gore. Más cerca del giallo que del tradicional terror anglosajón, Ataúd blanco: Juego siniestro tiene un premisa casi de policial. Virginia –Cardinali, en una destacada actuación- se está escapando de su ex marido junto a su hija. En medio del viaje por la ruta, para a cargar nafta en una gasolinería prácticamente abandonada. Un segundo de distracción y la niña desaparece. Una persecución por la ruta deriva a un juego macabro, en el que dos madres –Virginia y Ángela, interpretada por Eleonora Wexler- deben competir para salvar a sus hijos. Un juego, en el que se quiebran las reglas de la vida y la muerte. Planteada casi como un thriller –al estilo Sin rastro, de Jonathan Mostow- el guión de los hermanos Bogliano se sustenta en notables giros narrativos, personajes enigmáticos –el de Rafael Ferro- una subtrama que incluye un complot con la iglesia –notable participación de Damián Dreizik- y todo en un poco más de una hora de duración. Daniel de la Vega maneja la tensión y el ritmo narrativo con buen pulso. Prefiere no darle respiro al espectador antes que otorgarle tiempo para pensar la coherencia de cada escena, que en este género, es lo que menos relevancia tiene. Sin embargo, eso no deja afuera que todos los subgéneros que conviven dentro del relato mantengan cierta cohesión. La verosímil interpretación de Cardinali es una de las claves para que se sostenga el drama, aún cuando los diálogos le otorgan cierta artificialidad a la diégesis interna del relato. Si bien en el final abundan explicaciones innecesarias, el suspenso y la acción son las grandes protagonistas, y vale la pena resaltar que la factoría técnica -fotografía, diseño sonoro, montaje y música- son complementarias al relato, y el simple hecho de que la mayor parte de la acción suceda de día, rompe varios de los clisés del género de horror.
Se estrena Guido Models, documental de Julieta Sans sobre Guido Fuentes, un diseñador de ropa que tiene una agencia de modelos en la Villa 31. Exhibida en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, Guido Models sigue a Guido Fuentes, diseñador de moda boliviano que vive en la Villa 31 y tiene una agencia de modelos, integrada por los vecinos. Además de crear cada prenda, las confecciona, elige las modelos que lo van a usar y después la vende dentro de la Villa. Julieta Sans, la directora, exhibe el recorrido de Guido por su barrio describiendo su profesión, eligiendo adolescentes para sus desfiles -que se realizan dentro de la misma Villa- convenciendo a sus padres, y finalmente, cumpliendo su sueño –y los de ellas- de poder llevarlas a Bolivia para realizar un desfile dentro de un festival cultural. La película tiene el propósito de romper con los estigmas y los lugares comunes del universo de la moda en pos de mostrar la realidad de un sector social marginalizado y discriminado por sus colegas. Guido brinda la oportunidad de trabajo a jóvenes, pero también de continuar sus aspiraciones de juventud. El personaje, de por sí, tiene el atractivo de la ambición, pero cuidando la humildad de sus orígenes étnicos. La inteligencia de Julieta Sanz es generar un relato fluido y transparente. La cámara irrumpe en la vida diaria de sus personajes, con mucho cuidado y sin forzar el comportamiento ni situaciones cotidianas. La manipulación de las escenas es en beneficio de una narración que pretende construir tensión a medida que crecen las expectativas del viaje a Bolivia. El documental es emotivo, pero no cae en el sentimentalismo. El personaje tiene suficiente frialdad y sentido del humor, para romper con cualquier prejuicio dramático en el que se podría haber caído, y la película de Sanz funciona como un espejo de su personaje, notablemente, sin solemnidad y con un ritmo imparable. La cámara no deja de moverse para demostrar el agitado cotidiano de Guido. Guido Models es interesante por su percepción de una realidad casi ajena a los grandes medios, casi desconocida por la sociedad, pero honesta en sus pretensiones y en el retrato de un personaje y su entorno.
Se estrena Le nouveau, ópera prima de Rudi Rosenberg. Un Coming of Age a la francesa que participó de la Competencia Internacional del último BAFICI. Cómo ganar amigos y no morir en el intento, debería haber sido el verdadero título de la ópera prima del actor Rudi Rosenberg. Siempre es difícil ser el nuevo de la clase, y más cuando se atraviesan los primeros años de la adolescencia. Benoit –notable Réphaël Ghrenassia- acaba de llegar de Le Havre a París. Lleva una semana en una nueva escuela y todavía no consiguió un solo amigo. La marginalización de los adolescentes puede ser dura y Benoit, además es tímido y retraído. Pero Le nouveau está muy lejos de pretender ser un drama sobre los conflictos de la edad, el contexto cultural-social-político y mucho menos sobre el bullying. Pronto, el protagonista descubrirá a otros marginados de la clase, típicos estereotipos. Aunque al principio, cada uno es una célula intentado incluirse en los diversos grupos populares, pronto se darán cuenta que si se juntan no necesitan formar parte de los hostigadores. Rosenberg apela a varios clisés para romper rápidamente con las fórmulas preestablecidas, y los pocos lugares comunes o previsibles a los que recurre funcionan como mecanismo de una narrativa fluida y transparente, que apunta justamente al público que protagoniza el film. Hay muchos méritos formales en la exhibición del coming of age. El despertar sexual es sutil, y no necesita ser sobre explicado. Rosenberg no subestima ni la inteligencia ni la autocomprensión de los personajes, acerca de los cambios físico-psicológicos que están sufriendo. Los protagonistas aprenden a madurar entre ellos, en su propio ámbito. El film no apela ni a golpes de efectos melodramáticos ni tampoco pretende generar gags artificiales para generar empatía en el espectador. La misma se logra dando a comprender que a los adolescentes de 13 años de hoy en día no se les necesita explicar que es el sexo, las drogas o el alcohol. El internet y las redes sociales, tampoco forman parte protagónica de la comunidad, sino que se convierten en parte de un contexto lógico e innato. Le nouveau tiene un registro clásico, pero no por eso convencional: como vive un sector medio de adolescentes, que intentan encontrar su lugar y su propio tribu urbana, que organizan fiestas, se divierten, enamoran, se decepcionan y descubren el crecimiento de las hormonas. Aprenden de sus errores, saben personar, pre sobretodo disfrutan el proceso.
Star Trek; la franquicia de ciencia ficción más legendaria de la televisión y el cine, creada por Gene Roddenberry, cumple 50 años y lo celebra con una nueva secuela dirigida por Justin Lin. “El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de las USS Enterprise”. Esta es la introducción a una de las sagas más famosas y que más fanáticos ha cosechado con fidelidad a lo largo de los últimos 50 años. El capitán Kirk, el comandante Spock, el Dr. McCoy, la Teniente Uhura, Scotty, Sulu y Chejov. Personajes creados por Gene Roddenberry que hacía su primera aparición un 8 de septiembre de 1966. La franquicia ha atravesado múltiples universos, cumpliendo los deseos de los millones de “trekkies” distribuidos por el planeta: desde la serie televisiva, pasando por su exitosa saga cinematográfica hasta el paso del mando a las nuevas generaciones con varios spin off. Hoy en día, J.J. Abrams, previo a reiniciar otra saga galáctica, tomó los controles de la Enterprise y le dio una mirada contemporánea a los viejos personajes, pero consciente del legado arrastrado. Después de dos fascinantes aventuras, donde se mostraban los orígenes de los protagonistas, y su lucha contra su archienemigo Khan, Abrams le traslada la misión a Justin Lin, que hasta hace poco manejaba otra franquicia de manera rápida y furiosa. Escrita por uno de sus intérpretes y gran fanático de la serie, el comediante británico Simon Pegg, Star Trek: sin límites plantea como principal conflicto el paso del tiempo: la mortalidad, el envejecimiento, pero sobretodo la fidelidad que tiene un líder hacia su grupo antes que hacia sus propias convicciones y decisiones personales. Kirk y Spock reciben noticias que provocan las dudas sobre una posible continuidad en la Enterprise. Pero lo que podría ser una última misión juntos, se convierte en una gran aventura que amenaza con destruirlos. El villano se llama Krall –Idris Elba- el capitán de una civilización que se mueve como enjambre de abejas y desea destruir la Flota Estelar con una antigua arma que posee Kirk, sin conocimiento de ello. Explosiones en medio del espacio, aventuras en tierras extraterrestres, luchas cuerpo a cuerpo, persecuciones en moto. Justin Lin no tiene la personalidad como narrador cinematográfico de Abrams, ni consigue otorgar suficiente profundidad dramática a cada microconflicto del guión, más convencional y con menos sorpresas que los de las dos primeras entregas, pero en cambio se ha convertido en un gran referente para diseñar espectaculares y emocionantes secuencias de acción. De esta forma, Star Trek: sin límites retoma un poco el ritmo de previas entregas, y cuando la acción comienza, no se detiene. A diferencia de J.J., Lin no le otorga lugar a situaciones románticas o insinuaciones sexuales. En cambio, prefiere manejarse como en la vieja escuela: chistes típicos de una buddy movie –la pareja Spock/Mc Coy tiene momentos brillantes- seguidos por una fuerte carga de adrenalina. Y aún así, con más corazón que cerebro, con más humor que romance, el final de esta tercera parte de la remake de la franquicia tiene el instante más emotivo de toda la saga, especialmente para el fanático. Un instante breve, donde además, se le hace un gran homenaje a Leonard Nimoy y el amor que a lo largo de los últimos 30 años –aunque al principio declaró odiarlo- ha demostrado hacia su personaje y toda la mitología del universo Star Trek. Se destacan las interpretaciones de cada miembro de la Enterprise, cada uno con su momento de gloria. Desde Chris Pine, cada vez más seguro en el rol de liderazgo y galán, Zachary Quinto, eficiente Spock, y Karl Urban asumiendo el cómic relief. La argelina Sofia Boutella hace vibrar con su desempeño físico, e Idris Elba, detrás de 10 kilos de maquillaje es un villano eficiente, pero que no pasará a la historia. Además entrega la última interpretación de Anton Yerkin. La banda sonora de Michael Giacchino también tiene una presencia protagónica, así como la incursión de un par de “clásicos” de hip/hop de los años ´90.
Se estrena Life: vida inteligente, de Daniel Espinosa, con Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson y Ryan Reynolds. Un thriller de ciencia ficción que depara pocas sorpresas. La ciencia ficción cambió para siempre el día que Stanley Kubrick puso un hombre en el espacio. A partir de ahí el género sería tomado un poco más en serio, para convertirse en algo de culto, con sublecturas inesperadas y cruces mitológicos que la expondrían a un futuro alentador con respecto a avances tecnológicos y nuevos mecanismos narrativos. Entre 1968 (2001, odisea del espacio) y 1982 (Blade Runner) los viajes espaciales y las imágenes futuristas tendrían su etapa más innovadora, a la que aportaron también La guerra de las galaxias, Encuentros cercanos del tercer tipo, E.T., y Alien, el octavo pasajero. Alien: el octavo pasajero, el film de Ridley Scott, cambió la forma de ver el cine de extraterrestres. El monstruo tenía connotaciones fálicas y la visión del director conjunta a la de Dan O´Bannon y H.R. Giger la inmortalizaron como una obra maestra, que tuvo secuelas más o menos decentes -más con Aliens de Cameron, menos con lo que siguió-. Life: vida inteligente no es una secuela sino una especie de remake encubierta, filtrada por el éxito de Misión: rescate -el regreso de Scott al buen cine-. Pero el director de Thelma & Louise no está a cargo de esta obra sino un protegido suyo: el discreto sueco-chileno Daniel Espinosa (realizador de la decepcionante Crímenes ocultos), con un guion original de Rhet Reese y Paul Wernick, los mismos que escribieron Deadpool y Tierra de zombies. Aunque, esta vez, el ingenio y la imaginación la dejaron en sus comedias. Una estación espacial girando alrededor de la Tierra es el único escenario de la historia. Seis astronautas de diferentes etnias -¡comandados por una rusa!- tienen la misión de recoger -a través de un robot- un meteorito proveniente de Marte con una célula viva. Espinosa, a través de un plano secuencia -claramente falseado e inspirado por Gravedad– comienza a presentar a los personajes con sus micro conflictos, al mismo tiempo que narra el periplo de los mismos para controlar y asir al satélite que viene con la muestra desde el planeta rojo. Lo que sigue a continuación es el diario de evolución de esta célula viva -llamada Calvin, por culpa de una escena tan políticamente correcta que da a pensar que es una burla de los guionistas, pero lamentablemente no es así- hasta convertirse en un pequeño monstruo que se irá tragando uno a uno a los integrantes de la nave. Espinosa parece copiar el film de Scott de 1979 casi al pie de la letra, incluso dejando, en principio, al héroe -o algo así- Jake Gyllenhaal, en un segundo plano. Pero la diferencia es que entre estos personajes no hay conflictos. Son una familia feliz que trabaja en conjunto. Prácticamente no hay roces y si hay una decisión riesgosa todos terminan aceptando las consecuencias. Con pocas sorpresas, Life: vida inteligente no tiene vueltas de giro. Las escenas se suceden con suspenso de manual, FX no demasiado innovadores y una música que pretende imitar acordes de Vangelis, pero termina siendo una más para generar tensión y efecto en los momentos que se necesitan para “asustar” al espectador. Y si bien durante el desarrollo el “misterio” funciona, son algunas incoherencias dentro del verosímil las que empiezan a alertar que los guionistas le pusieron pocas ganas a la escritura. Ya el desenlace es tan obvio que abruman las previsibles posibilidades que tienen los protagonistas que quedan para sobrevivir: el camino feliz que dejaría satisfecho al público optimista, o el desenlace pesimista que es aún más previsible que el camino feliz. No contaremos, por acá, cuál elige Espinosa. En conclusión
Después de un exitoso paso por el BAFICI, se estrena Taekwondo, la nueva película de Marco Berger, con co dirección de Martín Farina. El cine de Marco Berger es un cine de pequeños gestos. Los personajes se estudian, se miran, se conocen, se comprenden por las miradas. Uno podría quitarle los diálogos a sus películas y se entenderían igual, porque lo importante no sucede en el plano de los diálogos, sino en aquello que se siente, y se transmite más allá de las palabras. Son historias de amor con un clima increscente En Taekwondo, Berger regresa un poco al tono de comedia cotidiana que tenía su ópera prima, Plan B, con óptimos resultados. Fernando –Lucas Papa- invita a Germán –Gabriel Epstein- un compañero de Taekwondo, a una quinta para pasar unos días de vacaciones junto a sus amigos de toda la vida. Ahí todo es juego, todo es joda. Fútbol, playstation, comidas, siestas largas, sauna y baile. Al principio, el joven se muestra tímido con el resto, pero pronto comienza a entrar en confianza. En la película de Berger y Farina, el olor a hombre traspasa la pantalla. Detrás de cada juego de estos adultos, que tienen una regresión a los tiempos adolescentes hay una tensión latente, un romance, una incertidumbre. Los directores no subestiman la inteligencia del espectador y revelan bastante rápido los motivos que lo llevaron a Germán a aceptar la propuesta de Fernando, pero sobretodo, le transmiten las mismas dudas, gracias a un excelente juego de miradas, donde los primeros planos y detalles, tienen mayor connotación que la simple sugerencia sexual. Taekwondo es un pequeño film que sucede en un microuniverso masculino con códigos preestablecidos. Como en sus anteriores obras, Berger, evita los lugares comunes y estereotipos, por el contrario, los establece en un principio, para romperlos durante el desarrollo. Al igual que el arte marcial, cada acción que se toma tiene su justificación. La defensa personal, se convierte en ataque, y eso se traduce en el comportamiento de varios de los personajes. Más allá del plano subyacente, y los climas que poco a poco se van tejiendo alrededor de los protagonistas, también se plantean temas más obvios relacionados con la madures, los prejuicios sociales y económicos de una parte de la sociedad, la inseguridad de una generación, la amistad a través de los años, y la hipocresía que crece a la par de los personajes secundarios, engaños y desengaños. No hay un ritmo argumental clásico. La rutina y el agobio de ese descanso se transmiten al espectador con un código audiovisual similar a la del Nuevo Cine Argentino de la generación del 2000. En cierta forma, la película es consciente de eso y habla sobre la madures cinematográfica de esas primeras camadas de graduados de la Universidad del Cine que ahora ya son consagrados autores, y de la que Berger forma parte. Aunque el elenco es numeroso y el nivel interpretativo es desigual, cada personaje tiene una construcción, un desarrollo y una conclusión, concretando un guión sólido al que no se le notan los hilos estructurales, lo que permite adentrarse en el mundo de la historia sin pensar en lo que va a pasar o debería pasar en el transcurso de la trama. Uno se deje llevar, como testigo imparcial, desde cierta contemplación, pero también sin perder el punto de vista del protagonista. El desenlace -tan discutido por hacer explícito aquello que era sugerente- no hace más que demostrar la forma que los realizadores tienen de revelarse contra los códigos del cine contemporáneo, otorgando una bienvenida cuota de deseo y pasión desprejuiciada.
Se estrena Analizando a Phillip, de Alex Ross Perry, comedia dramática protagonizada por Jason Schwartzman, Elizabeth Moss y Jonathan Pryce, que satiriza el universo de los escritores snobistas. Phillip, un joven novelista, está a punto de publicar su segundo libro, y no tiene mejor idea que refregárselo en el rostro a todos aquellos que no creyeron –al menos, desde su egocéntrico punto de vista- en su capacidad como escritor. Mientras que él está seguro que le espera un futuro de gloria y triunfo snobista, su relación con su novia Ashley se empieza a desgastar, producto de la irrupción de Ike ZImmerman, un escritor ermitaño que se convierte en mentor del protagonista. Comedia de enredos intelectuales, Analizando a Phillip, es a primera vista, un gran homenaje a dos artistas: Phillip Roth y Woody Allen. Es imposible disimular la influencia que Hannah y sus hermanas, o Maridos y esposas, tienen sobre la obra de Ross Perry. Desde el relato en off omnipresente hasta la descripción de personajes y relaciones. El director busca una estética, por momentos, similar a los films indies de los ´70: la cámara en mano y colores ocres, amarillos y algunos pasteles, le imprimen un tono visual que pareciera filmado con una super 8 casera, aumentando la sensación de ser espías o testigos de la cotidianeidad del protagonista, algo que supo explotar muy buen Allen a fines de los 80 y principios de los 90. La puesta es cuidada, pero la estructura narrativa se vuelve un poco reiterativa. Son demasiadas idas y vueltas que tiene el personaje. A la mitad del relato aparece la hija de Ike -desperdiciada está Kristen Rytter- un personaje que podría haber tenido relevancia pero carece de la profundidad que la película necesitaba, volviéndose una figura forzada. Lo mismo sucede con Yvette –Josephine de La Baume- cuya función narrativa pareciera ser darle un desenlace a un relato que parecía no encontrar fin. Además, a Ross Perry le falta todavía oficio para mantener la tensión de diálogos, que se extienden innecesariamente, consiguiendo que el film se vuelva, por momentos, un poco denso. Sin dudas, esa figura de alter ego que compone como ningún otro, Jason Schwartzman –muy parecido a los personajes que hace para Wes Anderson- ayudan a generar empatía por un hombre desagradable, soberbio, imposible de admirar. Opuesto a él, es notable el trabajo fresco de Elizabeth Moss como la novia del protagonista, y de Jonathan Pryce que sorprende en su versión de escritor estadounidense devenido en maldito. Eric Bogossian –actor, director, figura intelectual del circuito independiente- es un perfecto narrador, más cercano a los de los films de Anderson que a los de Allen, y, posiblemente sin pretenderlo, a los Mariano Llinás y Alejo Moguillansky. El humor y la oscuridad son una buena herramienta, que la separan, gracias a cierto cinismo, de las comedias de Woody, que tienden a ser un poco más optimistas. Cuando el film decide separar su punto de vista del de el protagonista, obtiene una visión más personal, pero eso no logra sostenerlo narrativamente porque se agota rápidamente. En cierta forma, el relato termina formando parte de aquel universo snobista que el director pretende satirizar. Se vuelve víctima de su propio ingenio. Todo lo que sucede durante el desarrollo de Analizando a Phillip resulta bastante previsible, sin embargo, las sólidas interpretaciones, y la frescura de ciertas escenas, permiten que sea una obra simpática y, por momentos, disfrutable.
Se estrena Pegar la vuelta, documental dirigido por Nacho Garassino acerca de la artista de blues María Luz Carballo. Un retrato íntimo, intenso y musical. El blues es un género musical único. Su ritmo, sus letras, su tono apelan al relato melancólico, de la vida en las calles, de la lucha constante. Aquel que hace blues, que vive el blues, sabe lo que es la tristeza, conoce los golpes del día a día. María Luz Carballo –también llamada María Blues- sabe bien de eso. A pesar de provenir de una familia de músicos –sobrina de Celeste Carballo- e incluso, haber conocido en profundidad, al Señor Blues en Argentina, el Carpo, Norberto “Pappo” Napolitano, no le fue fácil cumplir su sueño de ser un sinónimo de este género. Pegar la vuelta es un relato no lineal en formato documental de la vida y obra de María Luz. Desde su adolescencia, cuando partió hacia Chicago y Nueva York hasta su regreso. Entre idas y vueltas, la protagonista se convirtió en una artista internacional, reconocida entre los bares y pubs más importantes de la cuna del blues. Nacho Garassino –El túnel de los huesos, Contrasangre– elige una estética que remite a sus primeros trabajos televisivos en El otro lado, con Fabián Polosecki, programa de culto, que fue innovador en el retrato de la noche porteña: cámaras ocultas, oscuridad, espacios que dan sensación de claustrofobia, pero donde el virtuosismo y el humor de sus protagonistas musicales, logran animar el ambiente, consiguiendo una fórmula completamente disfrutable desde donde se la mire. Carballo se abre completamente frente a la cámara como si le hablara a su mejor amigo. Narra su vida con soltura, sin manipular el relato a fin de provocar un efecto golpebajista o sentimental en el espectador. Por el contrario, esa frialdad la convierten en un personaje fortalecido y a la vez humano, que ha tenido que crecer y chocar varias veces contra muros, para poder finalmente superarlos, confrontando con los prejuicios de ser una mujer blanca y argentina, en una tierra donde la mayoría de los músicos son hombres nacidos en esos mismos antros, que han visto pasar a la más legendarias estrellas. El realizador consigue que su protagonista sea transparente, pero no revela toda la información de una. La forma en que María establece el vínculo es paulatina, porque más allá de su pasado, lo que más le importa a ella es su presente: pegar la vuelta, reencontrarse con sus raíces, su familia, su barrio. Detrás de la historia de María, está la historia de miles de compatriotas que también salen en buscan de sueños en el extranjero. Algunos lo consiguen, otros no. Y eso, subliminalmente forma parte de Pegar la vuelta: la nostalgia, el amor hacia la cultura de uno, redescubrir el “ser” argentino recién cuando se vive fuera del país. Pegar la vuelta, funciona como un diario de viaje o un confesionario, pero sin principio ni fin. Un trabajo ensayístico sobre los recuerdos y la memoria, que arrancó hace muchos años y continúa vertiginosamente hoy en día. Las aventuras de María Luz son adictivas, por el carisma, la simpatía, el humor y la sinceridad que le imprime a su relato, y por la cercanía con la cámara de Garassino. Economía de recursos que enriquecen una narración.
Se estrena Fuocoammare, el último trabajo del documentalista Gianfranco Rosi, ganador del Oso de Oro en el 66º Festival de Berlín. Lampedusa es una isla del archipiélago de las Pelagias, que pertenece al territorio italiano, pero está más cerca de la costa africana que de la isla de Sicilia. Terreno que ganó fama gracias a la novela –y posteriormente al film de Luchino Visconti- El gatopardo. Hoy en día, Lampedusa es el destino utópico de miles de refugiados provenientes de Nigeria, Libia, Sudán y Libia, que buscan un hogar más adecuado para ellos y sus familias, en territorio europeo. Más de 15.000 personas atraviesan el Mar Mediterráneo, errando de país en país, en condiciones infrahumanas, pagando hasta sus últimos ahorros para conseguir un lugar en botes y barcos, arriesgando sus vidas para arribar a las costas del viejo continente. Lampedusa es tan solo una primera parada. Gianfranco Rosi en Fuocoammare, elige un punto de vista contemplativo para retratar la vida en la isla, pero retratando dos posiciones casi opuestas. Por un lado, la cotidianeidad de Samuele, un niño, hijo de un pescador, que cuando no está en el colegio, pasa el tiempo disparándole a los pájaros con una honda. Por otro, la cruda realidad que atraviesan los refugiados, desde que llegan en sus botes hasta que son instalados en reducidos guetos o zonas de aislamiento, donde reciben atención médica. El mar es la única unión entre ambas historias, una con un manipulador tono ficcionalizado, el otro más cercano al documental, pero sin intervenir en las acciones. Un personaje, un médico, se instala en una posición intermedia, tratando a Samuele, y analizando las condiciones físicas a la que llegan los africanos. Ahí radica uno de los principales problemas de la película de Rosi. Los europeos son tratados en forma individualista, acentuando la disparidad social, sin por ello hacer una bajada de línea crítica, aunque metafóricamente bastante obvia. Los africanos adquieren la personalidad de grupo, un colectivo sin nombre. Ellos y nosotros. El punto de vista burgués podría interpretarse casi como un ejercicio honesto, si no fuera que Rosi pretende realmente generar un sentimiento de culpa a través del sufrimiento ajeno. Detrás de la intensión de documentar contemplativamente una realidad se esconde otra realidad: para el europeo son cuerpos, no personas. Quizás para atenuar esta sensación, elige al azar a un integrante de la “masa” africana que domina el inglés para que narre en forma de cántico la interminable odisea que deben padecer los inmigrantes. Fuocoammare –Fuego en el mar- maneja un código impreciso. Las intenciones son claras, y la elección de que los dos puntos de vista no se crucen es acertada, pero también queda la sensación de un trabajo hecho a mitad de camino. Como que el realizador se termina enamorando demasiado de su protagonista europeo, descuidando la trama más social y política que no termina siendo de denuncia, y que –siendo honestos- tampoco aporta información que no se haya visto en noticieros. Se destaca una puesta en escena prolija, una fotografía cuidada, un retrato de personajes, costumbres y culturas de un pueblo que impregnan la identidad de una isla casi olvidada del sur de Italia, pero lo atractivo de esta propuesta, contrasta con la otra parte, no por los obvio motivos narrativos, sino por la poca profundidad dramática que adquiere esa realidad que Rosi le pretende pasar por delante a la cara del espectador europeo, sin sutileza, sin precisión, casi con un tratamiento amarillista. El director termina siendo víctima –posiblemente sin saberlo, y si lo hace a propósito la ironía no queda clara- de aquello que desea denunciar: la xenofobia, la negación y el “mirar para otro lado” del ciudadano europeo común. Es lamentable que un film que tiene una secuencia genuinamente hermosa como la de un padre enseñando el oficio a su hijo en el mar –a través de la práctica con los remos- se perjudique por la pretensión de narrar una realidad política sin la profundidad o el cuidado que se merece. Fuocoammare es un documental que naufraga entre el simbolismo vago, secuencias densas, austeras y demasiado extensas, pero otras muy explicadas y discursivas. El Oso de Oro solo se explica como el sentimiento de mea culpa que hace la comunidad artística europea ante una realidad que supera su interpretación.
Se estrena Permitidos, la nueva comedia de Ariel Winograd, que confirma su precisión para manejar el timing humorístico apoyado por un elenco bien aprovechado y un guión sólido. Hacer reír es más difícil que hacer llorar, reza un refrán popular en el universo artístico. La comedia es un género bastante previsible que se deja llevar muchas veces por fórmulas reiterativas. Desde los orígenes del cine este género ha sufrido de innumerables ataques por parte de los críticos más snobistas. Hasta que por supuesto, llegaron Lubitsch, Wilder, Edwards, Woody Allen y Mel Brooks, entre otros, y ha ganado mayor respeto. Pero hoy en día se hace cada vez más difícil hacer reir sin caer en el humor grosero, en el subrayado, en el final sentimentaloide que, incluso, no pocas veces deriva en innecesarios golpes bajos. El cine argentino comercial se divide entre el humor burdo y televisivo, filmado a las apuradas con estrellitas parodiando lo mismo que hacen en la caja boba, o la comedia más sentimental, que cae en todas las trampas emotivas, y aun peor, también se tropieza con un formato audiovisual televisivo. Sin embargo, hace ya varios años, un realizador consigue evadir todas estas trampas, sin perder de vista la masividad del producto. Ariel Winograd ha construido su filmografía en base a figuras, explotando su fisic du rol, pero principalmente con buenas historias, buenos guiones, que no solamente se nutren de estructuras narrativas sólidas, con algunos puntos de giro sorpresivos, sino también son inteligentes y permiten al realizador mantener un ritmo fluido, el timing humorístico constante, y explotar los recursos cinematográficos para construir una puesta en escena cinematográfica, disfrutable, tanto por la empatía que se genera con el espectador, como por la colorida estética audiovisual. Winograd es un perfeccionista de los encuadres, del sonido, de los colores, de los movimientos de cámara y tiene el perfil bajo para mantenerse invisible, no presumir de dicho talento para narrar, principalmente, con imágenes, como los grandes maestros de la edad dorada de Hollywood. Porque si Mi primera boda remitía a la clásica comedia de enredos de los años ´50, Permitidos es una sátira de los fines de los ´60 y principios de los ´70, un poco más picaresca, pero elegante a su forma, respetando una fórmula completamente absurda de principio a fin. El verosímil pende de un hilo, y este, es un código que queda claro desde la secuencia de títulos, porque de la utopía del conflicto –un chico común que con un golpe de suerte se “levanta” una actriz y modelo- se abre un abanico de situaciones cada vez más ridículas, que transforman el film en una obra completamente imprevisible. Pero esto proviene del ingenio del guión. No solamente es la intuición de un realizador talentoso, capaz de crear un universo propio alrededor de los personajes. Cada detalle en Permitidos suma, y esa atención sobre cada personaje secundario, sobre las diversas subtramas que se van acumulando, en vez de saturar encuentran un equilibrio hacia el humor más efectivo. Winograd sostiene el tono durante casi dos horas. Ni Judd Apatow y la Nueva Comedia Americana, influencia contemporánea directa de este film, logran que sus películas tengan una fórmula pura sin caer en alguna reflexión sentimental. Por el contrario, Winograd regresa al cinismo que lo caracterizó en su obra de culto, Cara de queso, y apunta sus dardos al mundo de la fama, al cholulismo, a la exposición de la imagen mediática, a la explotación de la imagen como producto de comercialización. Es irónico que un realizador con vasta experiencia en publicidad decida realizar un largometraje que critique el universo publicitario. Pero el director es sútil, y esconde sus objetivos debajo de la narración para que el tema no tome protagonismo sobre los personajes. Y acierta. Repleta de gags, la autoparodia se transforma en un gran vehículo para que el elenco se destaque. No solamente consigue notables interpretaciones de la pareja protagónica, Martín Piroyanski –que al fin logra ser el principal de una película del director- y Lali Espósito –explotando su histrionismo y demostrando que tiene un talento innato para la comedia- sino también todos los secundarios sorprenden en sus breves instantes para burlarse de su propia fama o estereotipo, desde Liz Solari, Benjamín Vicuña –definitivamente su mejor actuación- Maruja Bustamante o Guillermo Arengo hasta Gastón Cocchariale, Abel Ayala, Miriam Odorico y Ariel Pérez de María, haciendo un especial apartado para Pablo Rago, que se devora cada minuto en pantalla.