El experimentado director Roger Donaldson nos trae un entretenido film de acción donde espías, asesinos a sueldo, militares y políticos inescrupulosos deberán luchar entre sí en un juego donde nadie es lo que parece. El aprendiz contiene una trama que parece ser más compleja de lo que en realidad es. Por suerte para el espectador, a medida que avanzan sus minutos lo que en un principio parece ser un thriller donde la información es lo más importante, se transforma en un film de acción con escenas vertiginosas y formidables, que dejan un saldo a favor en el relato. Pierce Brosnan tiene la talla justa que el papel de Peter Deveraux amerita. Deveraux es un viejo agente de la CIA retirado que se ve obligado a volver a la acción para proteger a un testigo que dice tener la clave para sepultar la carrera política del futuro presidente ruso. El aprendiz nos demuestra que los años de Pierce Brosnan como el legendario 007 no fueron en vano y que aquel director australiano que nos trajo grandes películas como Sin Salida y Trece días, todavía tiene cosas que darle a la industria cinematográfica.
Need For Vendetta Que difícil tarea es hacer un guión sobre algo que no necesita guión, hacer una película sobre un video juego de carreras que no tiene más historia que "elegí un auto y sé más rápido que el resto" parece a priori innecesaria. Sin dudas las adaptaciones de video juegos a películas jamás han dado grandes films o mejor dicho, que sean considerados grandes obras. Decir que Need For Speed: The Movie mantiene el espíritu del video juego es ser, por lo menos, complaciente, obvio, pero para nada tonto. Need For Speed: La Película mantiene el espíritu de ese video juego. Aquí como en las consolas o la PC hay que probar que uno puede ser más rápido que otro, poniendo la vida de los otros en riesgo, porque, pequeño detalle, estos corredores juegan carreras en las calles de forma clandestina con el resto de los autos comunes y transportes públicos a su merced. Y como en el simulador, también lo que menos importa son los autos, es lo mismo si se conduce un Shelby Mustang, un Lamborghini Murciélago, una Ferrari F50 o aquellos autos cuyas marcas y modelos sólo los multimillonarios conocen. Tal como en el juego de video la idea es ser veloz y si hay que cambiar de auto para nada importa. Si este film intenta emular aquellos grandes clásicos que hicieron de las películas sobre autos un género con muchos adeptos y fanáticos, se equivoca. Y si alguien cree que esto es una vuelta a eso comete el mismo error. Si el film de 1971, Vanishing Point, de Richard Safarian hizo que varias generaciones se enamoraran de la idea de tener un deportivo americano y salir a la rutas, en ese caso un Dodge Challenger blanco, aquí no encontraremos eso. Los autos pierden su batalla con la venganza. Si la titulaban Need for revenge o vendetta, hubiese tenido sentido. Esta es una historia de traiciones y venganza, muy bien justificada la necesidad de vengarse por cierto, aunque poco más que incoherente es su resolución. O su necesidad de resolución. El personaje de Aaron Paul quiere hacer justicia sobre el asesinato de su amigo, del que fue injustamente acusado y condenado. Vuelve para buscar su vendetta, salvar su honor y ajusticiar al malo, su archienemigo. Poco conocemos de su pasada rivalidad, más allá de robarle a su chica en circunstancias que el film no se detiene a explicar. Pero se odian y solo la necesidad los hace unirse para derivar en una rivalidad aún más grande y con resultados peores: ahora no sólo le quitó a su chica sino que también le mató al amigo que es el hermano de esa chica. Malo no, malísimo. Definitivamente el guión quiere que tomemos partido. Cabe destacar la actuación de Michael Keaton, al que siempre vemos sentado en su escritorio bajo cámara y micrófono. Personaje que daría la sensación de intentar ser como aquel DJ de la radio que guía al "último gran héroe americano" Kowalski en la formidable epopeya de Safarian. Keaton también sirve de guía al que deberíamos considerar nuestro héroe encarnado por el ex Breaking Bad. A pesar de lo incoherente y exacerbado de algunos detalles (como la necesidad de poner escenas con humor) el film cumple en su propósito de entretener. Lejos de aquellas grandes películas que tenían como protagonista a los autos, Need For Speed se convertirá en un clásico: nos cansaremos de verla en algún canal de cable los domingos a la tarde.
Iván Vescovo nos trae en su ópera prima un policial negro disfrazado de drama romántico que narra la historia de un muchacho que haría cualquier cosa por recuperar a su amada. Ulises es un fotógrafo que el mismo día que su novia lo deja conoce a Alma, una hermosa muchacha que lo cautiva con sus encantos. De repente, cuando todo parece ir bien entre los dos, ella desaparece sin dejar rastro. A partir de ese momento Ulises la buscará en todos sus ámbitos sin resultados hasta que la hermana de Alma se presenta en su casa. Con esta temática, el joven director nos trae un Film Noir encubierto de drama amoroso, frenético y que no da lugar al aburrimiento, ni a la pérdida de atención. Una fotografía granulosa y en blanco-negro con mucho contraste nos da un ambiente misterioso donde nada parece ser lo que parece. La errata, aquel error de la literatura impresa, encuentra en este relato la excusa perfecta para transcender de su mundo de palabras al de la realidad (o supuesta realidad) de estos personajes de carne y hueso. Las referencias literarias son necesariamente constantes y parecen ayudarnos a entender este relato no lineal que salta permanentemente en tiempo y espacio, aunque por momentos el espectador se puede sentir despistado cuando el clima onírico desdibuja los límites de lo que puede ser la realidad. Un acierto es la incorporación de actores consagrados en papeles secundarios: Claudio Tolcachir, Arturo Goetz, Federico D`Elia y Boy Olmi. Ellos hacen que la historia se sostenga y que no caiga todo su peso en las correctas actuaciones de los protagonistas Nicolás Woller y Guadalupe Docampo. La música hipnótica de los Bauer es un gran acompañamiento y completa los climas que la tensión de la historia necesita y junto con el complejo montaje cierran un film que supera las expectativas de un primer ensayo cinematográfico. En un cine donde se tiende a la simpleza y a los dramas costumbristas Errata es una muestra que hay posibilidades de contar otras historias sin gastar un dineral. Lo importante es que hay una idea y Errata la tiene. Y la idea está bien nutrida desde lo estético y con la forma que Iván Vescovo quiso contarla. La complicada empresa en la que se embarcó el joven director y todo su equipo tiene un balance más que positivo y dejará a más de uno sorprendido por lo interesante de la propuesta. En la catarata de estrenos que tenemos semana a semana es bueno encontrarse con este film que es una muestra más que el cine argentino también puede pasar por otros lados.
Casa nueva, fantasmas viejos. Con la excusa de relatar un hecho real por enésima vez, Extrañas apariciones 2 (segunda parte de la que se estrenó en Argentina en 2009 como Invocando espíritus) nos sumerge en la historia de una familia que se muda a su nuevo hogar y que sufre la visita de espíritus malintencionados. En una tentativa de causar terror, el director primerizo Tom Elkins narra como una niña empieza a contactarse con extraños seres, que nadie más puede ver, en la nueva vivienda familiar de los campos de Georgia. Fantasmas obviamente, y como hemos visto en miles de oportunidades relacionados con algún hecho tortuoso de un pasado irresuelto. Este sería el hilo conductor con su antecesora, sumando que ambas están supuestamente “basadas en hechos reales”, si es que fuese necesario unir ambas películas más allá del nombre de la franquicia: The Haunting in Connecticut, en su país de origen; y que aquí no sigue un nombre en particular. Este intento, no podemos llamarlo de otra forma, sólo puede causar terror en menores de 13 años, ya que espectadores mayores familiarizados con los elementos del género podrán adivinar, antes que ocurran, los recursos que utilizará burdamente el director. Floja por donde se la mire, obvia y hasta poco coherente. Porque, por si fuera poco, hasta intenta (infructuosamente) darse el lujo de tener tintes de drama emocional, cosa que también ya hemos visto, en películas con resultados mucho más logrados, como El Orfanato de J.A. Bayona. El error más grosero que comete Extrañas apariciones 2, no es contar una historia que es bastante común en películas de esta clase (lugar nuevo, hecho traumático del pasado, persona con cierta sensibilidad que agiliza la actividad fantasmal) sino más bien la torpe utilización que realiza de los recursos narrativos típicos del género. No se ve en ninguna escena una sóla buena idea que logre sorprender o sacarnos del eje de lo esperado en esta variedad de narraciones. Teniendo tan frescas en la memoria películas como El Conjuro (que prácticamente tiene el mismo argumento y también está basada en un hecho real) o Cacería Macabra, que intentan darle virtuosismo y hasta una vuelta de tuerca al género, es una lástima toparse con este relato que cree tan ingenuo a su posible consumidor y que además tan escaso respeto le tiene que le hace un póster con una imagen que nada tiene que ver con la película.
Steve McQueen nos relata la historia de Solomon Northup, un afroamericano libre que es engañado, secuestrado y vendido como esclavo en los Estados Unidos previos a la Guerra de Secesión. En aproximadamente 2:15 horas el director logra desarrollar un relato de mero tono ilustrativo y que no genera más que lástima por esas pobres personas que fueron vendidas e utilizadas como objetos. ¿Es esta una historia más de esclavitud? claro que no. ¿Es Solomon un héroe que intenta contra viento y marea cambiar su destino? Tampoco. Es simplemente una persona presa de la circunstancias y que hace carne ese refrán que dice “persevera y triunfarás”. Son doce los años que aguarda, hasta que un golpe de suerte, por llamarlo de alguna manera, lo pone frente a un hombre que le pueda traer justicia a su arruinada vida. La esclavitud aquí parece ser algo así como una cuestión de fortuna, si te toca el “amo bueno” la pasarás más o menos bien y si te compra el “amo malo” la pasarás mal o muy mal. Quien pueda hacer la lectura de este proto-sistema capitalista reflejado en esta historia podrá decir que muchos de nosotros seguimos estando bajo esas mismas circunstancias en nuestras relaciones laborales de dependencia. Más allá de esta relativización del esclavismo, el film refleja bien, como tantos otros, este flagelo, que en pleno siglo 21 sabemos sigue existiendo, aunque no de la forma burda de los siglos pasados, por la aceptación social que tuvo. Salomón es un esclavo, es un hecho, pero uno que comparado con sus pares corrió mejor suerte y hasta se podría decir que por momentos hasta gozó de privilegios. Y tuvo la inteligencia de no revelarse lo suficiente como para terminar muerto. Aunque un evento, lo obligó a defender lo poco que le quedaba de dignidad, arrebatándole la posibilidad de seguir con un `amo bueno`, amable y hasta justo (dentro de los parámetros de un esclavista) para pasar a ser propiedad de alguien que es todo lo contrario siendo exactamente lo mismo y repito: un esclavista. Con un montaje por momentos caprichoso y en otros inentendible, acompañado de música disonante que quiere obligarnos a prestar atención, el británico McQueen, más allá del título del film nos hace difícil darnos cuenta del paso del tiempo en la vida de este pobre y resignado hombre. Tampoco nos informa mucho de su vida anterior, lo que seguramente podría haber sido mucho más interesante para el relato. El film no sorprende y puede impresionar con algunas secuencias por el poco respeto que se le tiene a la vida de los esclavos, cosa que ya todos sabíamos y que a veces no es necesario remarcar . Obviamente al tratarse de hechos reales basados en un libro es correcto que los sucesos se cuenten de la misma forma y que se respeten, pero queda muy en claro que la adaptación cinematográfica del mismo puede resultar carente de ritmo e interés para el espectador. Sin dudas la elección del reparto, que nos deleita con nombres como Brad Pitt, Paul Dano, Michael Fassbender, Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, quedan sólo ahí en el encanto de saber que participan, porque ninguno tiene una actuación destacada que merezca ser recordada, un desperdicio de capital actoral para un film de semejante duración. En definitiva, 12 años de esclavitud nos muestra demasiada corrección política y al igual que su personaje protagonista, no le surge la rebeldía necesaria como para que quede en la memoria (como un buen recuerdo cinéfilo), ni para generar las ganas suficientes para volver a toparse con él.
Inspirada en la vida de Vera Silvia Magalhães, Memorias cruzadas reflexiona sobre pasado y presente de quienes decidieron tomar las armas para enfrentar a la última dictadura militar brasileña. Ana es el punto de encuentro, musa de un grupo de jóvenes que durante los años sesentas y setentas lucharon contra las fuerzas armadas que gobernaron Brasil. Ahora, ya en su lecho de muerte, ella reúne una vez más, a estos viejos amigos. La espera de la peor noticia sobre la salud de su querida amiga funcionará como excusa para que ellos repasen los hechos y consecuencias de cuando formaron parte de la izquierda radicalizada brasileña. Y que tuvo su mayor hito al secuestrar al embajador estadounidense Charles Burke Elbrick en 1969. A pesar de que Ana está en cuidados intensivos se hace presente, en casi todo momento, en la memoria e imaginación de sus compañeros de ruta. Y es ella misma, la que se plantea y reflexiona acerca de su vida y si valió la pena todo su devenir. La directora Lúcia Murat nos trae una obra autorreferencial pero con la particularidad de no glorificar aquellos años en los que ella formó parte de la resistencia al gobierno militar. Contrariamente, funciona como revisionismo histórico de su propia vida y como autocrítica a los defectos y virtudes de su lucha. Simone Spoladore 5 Otro de los planteos de Memorias cruzadas es sobre los valores de cada generación y de cómo el tiempo hace estragos en las personas. Aquellos guerrilleros que luchaban contra el capitalismo de antaño se han convertido en cineastas, escritores, funcionarios y hasta se podría decir: de clase acomodada. Sin embargo, ahora tienen que enfrentarse a su pasado, a sus consecuencias y a sus hijos, en un Brasil que está intentando reparar los daños de un período donde no hubo lugar para la democracia. La belleza de film radica en sus formas y en el amor que le profesan a Ana sus allegados. Sin tomar una posición exacerbada, este homenaje a la revolucionaria de izquierda Vera Silvia Magalhães, tiene su mayor virtud en los exquisitos diálogos donde estos compañeros (entre los cuales podemos encontrar al mítico Franco Nero) reflexionan sobre su existencia y su papel revolucionario. La culpa, otro fantasma que ronda entre ellos, parece no ser suficiente para matar las razones que los unen. Aunque por momentos juega a ser un documental, y a pesar del trasfondo político, el arte le gana a la historia en una película que nos deja pensando en la amistad y en cómo una persona puede ser motor suficiente para inspirar la vida de tantas otras.
El director Wong Kar Wai vuelve con una obra ambiciosa. Luego de su fallida escala en Hollywood (El sabor de la noche, 2007) Wong Kar Wai nos aclara que su genio no tiene límites. El arte de la guerra es una obra ambiciosa, donde talento y belleza se reúnen para cautivarnos con otra historia de amor. Aquí el director hongkonés nos demuestra secuencia a secuencia que el cine es, ante todo, un arte. La obsesión por la perfección de su trazo se hace presente desde el minuto cero. Cada plano parece haber sido pensado y estudiado hasta el hartazgo. La edición habrá sido una pesadilla, de hecho se dice que tomó alrededor de un año. Definitivamente, si algo tenía claro Wong Kar Wai al filmar El arte de la guerra (título local para The Grandmaster) era que no se iba a conformar con sólo posar su cámara y dejar que la imágenes fluyan. Esa obstinación encuentra en este relato su máximo exponente. Por poner tan sólo un ejemplo, la secuencia inicial que dura alrededor de tres minutos, una joya de la coreografía marcial, tardó un mes en ser filmada. Sin contar los cuatro años de clases de Kung Fu estilo Wing Chun, que la superestrella del cine asiático Tony Leung (Infernal affairs, Felices juntos) tuvo que tomar para realizarla y durante los que sufrió dos fracturas. Esta superproducción brilla por sus escenarios y ambientación, sus actores, sus coreografiados combates y por el tiempo que el director se tomó para su realización, fueron alrededor de 10 años, pero que valen la pena cuando vemos sus resultados proyectados en la gran pantalla. WKW quería un corte que durara al menos cuatro horas, quizás en alguna edición en Blu-ray podríamos verlo. Sin embargo, en las salas se puede disfrutar de un film de 130 minutos. Que tiene la particularidad de incluir tres escenas de un personaje llamado Navaja (Razor) que parece no encajar mucho en el relato, pero que fue interpretado por Chen Chang, el tercer actor mejor pago del elenco. Aquí la grandilocuencia le jugó una mala pasada al director de 2046; en esa versión extendida tenía mucho más sentido la inclusión de este personaje. Quizás un punto en contra de semejante film pero que no empaña el resto de sus virtudes. El arte de la guerra arranca situándonos en China durante los años 30, para contarnos la historia de un hombre rico que por culpa de la invasión japonesa lo pierde todo: el dinero primero y luego su familia. La vida sólo le dejó el Kung Fu. Que sea un relato sobre el Kung Fu y con grandes escenas de este arte marcial no significa que el relato se circunscriba o limite al enfoque de esa disciplina. El foco aquí está puesto en su filosofía, en ese momento de la historia china y la tácita historia de amor de los protagonistas: Tony Leung y la bellísima Ziyi Zhang (El tigre y el dragón, Héroe). Las luchas son un adorno, un gran ornamento, que poseen una composición asombrosa que el director resalta, aún más, con cada plano detalle y su típica aceleración o ralentización de la cámara. Una vez más WKW encuentra una excusa para seguir explorando las vicisitudes del amor. Como en sus películas anteriores, nuestro inconsciente colectivo cinematográfico no podrá ser impermeable a la belleza de su labor.
El Amor (segunda parte). Este film que juega con el documental y la ficción tiene como antecedente un corto homónimo con el que en 2004 Guillermo Pfening ganó el premio George Méliès que entregan la Embajada de Francia con la Cinemateca Argentina y que todos los años gira en torno a un tema. En él nos presentaba a su hermano Luis Gustavo Pfening (Caíto), con quien apenas se lleva un año de edad y que sufre una enfermedad degenerativa llamada distrofia muscular. Varios años después y con la excusa de filmar una ficción donde su hermano sea el protagonista, Pfening nos trae su primer largometraje donde continúa esta historia. Este oscila entre el backstage de la película que están intentando filmar, el registro de la vida diaria de su hermano y la ficción propiamente dicha, donde Caíto puede cumplir uno de sus deseos más profundos: Ser padre. Sin descuidar cuestiones estéticas ni la realidad que lo rodea, el director nos cuenta un relato que irradia luz (espiritualmente hablando) y que no necesita de golpes bajos ni esclarecimientos para tocarnos las emociones. Cada plano, cada secuencia, cada material de archivo están puesto con certeza y buen gusto. Un film sólido con una banda sonora (que incluye a Francisco Bochatón y Gepe) que no hace más que sacar más brillo a sus mejores momentos. Pero si hay algo que ronda durante toda su extensión es el Amor. Eso: Amor, con mayúscula. Relato tan simple y tan complejo a la vez, pero que en definitiva es Amor. La única palabra que se me viene a la mente luego de ver Caíto es esa. Guillermo Pfening retoma en poco más de 70 minutos una historia de Amor (insisto en ponerlo en mayúscula): el que le profesa a su hermano, a la vida, a sus amigos, a su familia y pueblo (Marcos Juárez, Córdoba). Decir que Caíto es una película sobre este hombre con distrofia muscular es caer en una falacia. Es la historia de Guillermo (me tomo el atrevimiento de llamarlo sólo por su nombre) y de todos aquellos que lo rodean. Caíto es una coartada, una hermosa excusa, para hablarnos de la vida y de los sueños, sobre amar y ser amado.
Sofía Coppola nos trae una película digna de un muro de Facebook donde las auto-fotos son moneda corriente y la estética de publicidad de perfumes está a la orden del día. "Vamos de compras" es la frase con la que abre este film, la enuncia Rebecca, la líder de un grupo de jóvenes de clase acomodada de Los Ángeles. Para ellos, "ir de compras" es entrar y sustraer objetos valiosos de las casas de los ricos y famosos de Hollywood ¿Por qué lo hacen? Porque pueden y, claro, porque les gusta. Como espectador, el gran enigma que ronda durante todo el film es si Coppola se burla de estos chicos y de sus víctimas o empatiza con ambos ¿Se regodea de la situación o es simplemente ironía? Difícilmente lo averiguaremos a lo largo del mismo. Lo que sí parece ser es que Coppola forma parte de este círculo vicioso de la fama, parece más una cómplice que una detractora de la conducta de estos adolescentes; y de alguna manera logra inmortalizar su accionar en estos 90 minutos. Por momentos el relato se acerca más al documental que a la ficción propiamente dicha y aburre; la hija de Francis Ford no parece haber tenido la habilidad para contarnos hechos poco relevantes (para el público en general) y volverlos un thriller como lo hizo David Fincher en Red Social (The Social Network, 2010). O la virtud de Harmony Korine de convertir a un grupo de chicas de clase media, que comete robos para irse de vacaciones, en una propuesta entretenida y a la vez delirante. Si en Spring Breakers (2013) mostrarnos adolescentes con armas en bikini sirve de excusa para criticar los valores de la sociedad y la decadencia del sueño americano, en Adoro La Fama la superficialidad parece solo servirnos de plataforma para pauta publicitaria de grandes diseñadores y productos de alta gama. Si algo se destaca a lo largo del relato son las actuaciones, cada personaje cumple a la perfección su rol y realmente convencen en todo momento. Y qué decir de la frialdad de estos chicos de clase alta, que en las palabras de Nicki (el personaje de Emma Watson) encuentran quizás su mejor exponente de pensamientos, con frases que pueden sonrojar (o hacer estallar de ira) a cualquiera. Dichos más dignos de un concurso de belleza que de los miembros de una banda de ladrones que se hizo de un motín de casi 3 millones de dólares. Sin embargo, a pesar de estar muy buen actuada, la película sólo brilla cuando la música crea los climas y los diálogos se silencian. Hay algo que queda muy claro en esta historia basada en hechos reales (también inspirada en un artículo de la revista Vanity Fair) y que llamó la atención de Sofía Coppola: el objetivo de estos jóvenes es no pasar desapercibidos en esta vida y que alguien recuerde su existencia. Evidentemente lo han logrado. La versión postmoderna de las coplas de Jorge Manrique, aquel poeta español del siglo XV, que afirmaba la existencia de La Vida la de la Fama. Aquella que nos sobrevive en la Tierra más allá de la muerte y gracias a nuestros actos. Lo que Manrique imaginó, se conseguía con gloria y honor. Lo que estuvo fuera de sus cálculos, es que hoy se puede conseguir colgándose de la fama de otro, y mejor no pensar que ese otro, seguramente, poco tuvo que ver con la gloria y el honor para conseguirla. @Rodri_Molina
La ópera prima de Martín Piroyansky nos muestra la aventura amorosa de dos jóvenes argentinos que prueban suerte en la Gran Manzana. Pablo y Valeria son una joven pareja, algo inmadura (sus charlas lo evidencian), con los problemas típicos de dos seres que todavía no encontraron su lugar en el mundo. Están viviendo en New York, sin pena ni gloria, intentando, cada uno a su manera, desarrollarse en sus respectivas carreras. Ella (Carla Quevedo), proyecto de actriz y recepcionista de un restorán. Él (Abril Sosa), una suerte de músico, que no tiene trabajo y parece importarle más beber y holgazanear. Tienen algo en común: viven juntos y se aman, con todos los defectos y virtudes que ello conlleva. Sus problemas amorosos y los devenires de la pareja son todo lo que tienen en la enorme ciudad cosmopolita que poco conocen. Piroyansky nos trae una comedia romántica pero con los tintes dramáticos propios de la incertidumbre post adolescente que sufren sus protagonistas. La influencia del cine indie norteamericano está presente en la hermosa fotografía, la cámara en mano y los fueras de foco, un gran acierto de la realización. La edición, la música y la composición de cada plano vuelve interesante una historia que por sí misma no logra serlo tanto. Definitivamente una película por y para jóvenes que conmueve más con sus imágenes que con sus diálogos, y que tiene la virtud de mostrar la ciudad que todos hemos visto desde otro lado, de una forma natural y sin espectacularidades, pero dejando en los ojos del espectador los cuadros ideales para embellecer el relato.