Reconstruyendo una pérdida Quizás lo más interesante de un film como Pantanal (2014), de Andrew Sala, su debut en largometraje, es su capacidad de poder con pocos elementos generar un interés por algo que nunca, salvo al final, sabemos qué es. Sala deja rastros e indicios a lo largo del metraje y en el cuerpo de Leonardo Murúa, el hombre que huye de algo o alguien, y así encuentra la posibilidad de construir una road movie que se adentra en espacios recónditos del norte argentino y países limítrofes. La cámara acompaña a Murúa y Sala ubica la cámara detrás del objeto que intenta acercarse, y el efecto que consigue es soberbio, porque en la ansiedad de ese hombre que escapa de un país a otro en una búsqueda desesperada, en el frenesí del silencio y los planos detalles, en los estudiados movimientos de cámara, Pantanal consigue refutar su propia hipótesis inicial, nada ni nadie debe poder colocar por encima de sus principios sus objetivos. Pero el prófugo por momentos deriva entre el deber ser y lo que realmente desea, y aún teniendo todo planificado, en el deambular constante y el no poder asentarse en un lugar, los esquemas se le pierden de vista, y la improvisación que se le impone, genera aún más nerviosismo en el espectador. La clásica cinta de búsqueda se reinventa con la implementación de un esquema que contiene entrevistas para generar aun más desconcierto. Sala experimenta así con el documental. El personaje deja un lugar y automáticamente el director reposa su cámara sobre aquellos que le ayudaron, o no, a su escape. El regionalismo al hablar dota de exotismo a una historia que sigue a una persona en un camino errático pese a tener un objetivo, encontrar algo que ya no está, y se topa con obstáculos. Sala posee una habilidad para generar climas y atmósferas que por momentos incomodan, hablando de una otredad necesaria para poder ser, pero que aún así terminan generando empatía con su despreciable prófugo, que dinero y botella en mano, puede lograr una mirada cómplice de esos que sin juzgar intentan comprender los motivos de la escapatoria. Interesante aproximación a un género que en la fuga y lo perdido no hace más que generar una construcción ambivalente sobre la moralidad y la razón de seres que en la clandestinidad, aparente, completan su identidad.
Sueños en un barco Arraigada en el melodrama más clásico, la adaptación de la aclamada novela de Colm Tolbin “Brooklyn” (UK, 2015), ofrece un almibarado relato de superación y lucha por el futuro que permite, más allá de cualquier convencionalismo desde la dirección, empatizar con la protagonista, Eilis (Saorsie Ronan), quien a fuerza de empeño pudo trascender sus orígenes. Con el barco como nexo conector entre el pasado y el futuro, Eilis deja atrás su Irlanda natal, en la que vivía junto a su madre y hermana, para poder progresar en la América rebosante de oportunidades y logros. Pero no le será fácil, más allá de los obstáculos tradicionales, sus propios temores y una adaptación complicada, harán titubear todo el tiempo a la joven sobre si fue lo correcto o no el haber llegado a Estados Unidos. Allí conocerá el amor, de la mano de Tony (Emory Cohen), un italoamericano, que con su frescura y espontaneidad conquistará rápidamente a Eilis. Pero cuando una llamada inesperada de Irlanda, le brinda una trágica noticia, Eilis, luego de un tiempo, deberá regresar a su país y se enfrentará con una nueva disyuntiva, al conocer a un joven llamado Jim (Domhnall Gleeson) sus sentimientos entrarán en contradicción al, imposibilitada de revelar el estado civil con el que regresó de tierras lejanas, y verse confundida, una ex jefa intentar chantajearla para revelar la información secreta. “Brooklyn” es una historia dirigida por John Crowley que recupera la atmósfera de las historias épicas de aquellos inmigrantes que vinieron al continente, provenientes de diferentes latitudes, para poder cumplir con sus sueños. Aquí, la joven Eilis es representada como una mujer que puede sortear, desde el inicio del metraje, con estoicismo, cada una de las trabas que la pluma de Tolbin imaginó para narrar la historia de amor de una mujer escindida no sólo por su patria, sino, principalmente, por el amor. El papel de la tradición y la religión como fundamento de las esperanzas depositadas en el futuro, la idea de progreso ulterior y de sacrificio, pero, principalmente, la idea de postergación a futuro, funcionan como ejes temáticos de un filme que cuenta con la soberbia y sólida interpretación de Saoirse Ronan como la Eilis frágil, y, a la vez fuerte, eje del relato. El retrato simple de la cotidianeidad de los inmigrantes, sus rutinas, trabajos, relaciones, y la reconstrucción de una época llena de oportunidades, son sólo algunos de los puntos más interesantes de esta película. PUNTAJE: 8/10
Nuevamente Alex De la Iglesia arremete con los medios de comunicación y el negocio que se esconde detrás de las estrella, como lo hizo en “La chispa de la vida”, sólo que aquí la exploración se enfocará en cómo un programa de televisión puede desencadenar más de una desgracia a cada uno de los participantes del mismo. “Mi gran noche” (España, 2015) es la última jugada del director en pos de una caricatura bizarra del consumo para la que ha logrado fichar nada más ni nada menos que a Raphael, quien juega a reírse de sí mismo como Alphonso, una estrella que quiere tener el lugar que siempre quiso dentro del panorama musical actual. Pero para complicarle la existencia a este personaje, De la Iglesia imaginó una contrafigura joven, alguien que viene a cercenarle su lugar y que, aprovechando el lugar y la exposición mediática, se consolidará como la joven promesa que puede heredar su trono. Adanne (Mario Casas) será el tornado latino, que con la melodía de “TORERO” de Chayanne tendrá un hit llamado “BOMBERO” que será el hit del verano y la única canción con la que pueda destronar a Alphonso, pero quien deberá ser cuidado por su representante (Tomás Pozzi) de cada una de las trampas en las que sus fanáticas lo pondrán. De la Iglesia elige el set de grabación del especial de fin de año de 2015, que lidera en España la audiencia desde tiempos inmemoriales, como el espacio para que el duelo entre estos dos avance. Y para sumar más aditamentos a la tensión entre ambos, imaginó una pareja en la vida real de conductores del envío (Carolina Bang y Hugo Silva), que no temen matarse (literalmente) frente a cámara para sobresalir el uno del otro, y unos extras (Blanca Suarez, Pepón Nieto) que luchan por su lugar mientras la cadena se desploma ante la tiranía de José Luis Benítez Quintana (Santiago Segura), un inescrupuloso productor y realizador televisivo que está diezmando el canal con despidos y recortes. Así “Mi gran noche”, con su aparente superficialidad y números musicales, comienza el patético derrotero de los protagonistas, enfocándose en las miserias y luchas para conseguir un lugar en el mundo de la efímera fama actual, sin dejar de lado la situación económica de España, un presente tan incierto como plagado de desocupación y crisis. Y si el extra que llega a último momento (Nieto) para completar una mesa, en la que una “mufa” (Suarez) despliega su inocencia y a la vez el siniestro hechizo sobre sus compañeros, termina siendo el centro de atención del director, es porque a De la Iglesia le gusta el show business, pero también le encanta mostrarnos el patetismo, como en este caso de un cuarentañero que vive con su madre (Terele Pàvez), o el de Yuri (Carlos Areces), el hijo adoptivo de Alphonso, quien además se encarga de su representación artística, desesperado por ocupar el lugar de su padre, por lo que urdirá un siniestro plan para eliminarlo en pleno rodaje junto a su novio. El desborde, la exageración, el brillo de mentira, la sobreactuación, la exploración de los estereotipos del mundo de la farándula, como así también la planificación de un guión que no da tregua, potenciando el punchline y el gag, pero también la reflexión entre número y número musical, hacen de “Mi gran noche” un show único para demostrar, una vez más, la maestría con la que De la Iglesia reposa su lupa en universos particulares y que a la vez terminan siendo universales.
Es imposible no relacionar “El Abrazo de la Serpiente” (Colombia, 2015) con “Fitzcarraldo” y “Aguirre, la ira de Dios”, dos de las más particulares obras de Herzog, o con la literatura de Carlos Castañeda. El filme de Ciro Guerra es un viaje épico hacia las entrañas de las costumbres indígenas, sin tregua, y que permite la identificación con la historia con su atrapante propuesta visual y su cuidada fotografía. En el periplo por encontrar el yakruna, una planta sagrada alucinógena, imposible de conseguir fácilmente, Guerra tratará a partir de dos tiempos narrativos consecuentes consolidar su historia, una en la que dos investigadores, uno alemán primero (Jan Bijvoet ) y uno norteamericano luego (Brionne Davies), además de buscar la planta, se relacionarán con Karamakate (Nilbio Torres/ Antonio Bolívar) un indígena sin tribu que deambulará con ellos para también poder lograr encontrar algo que lo termine definiendo. Porque si bien en una primera etapa el personaje de Karamakate es mostrado como un ser noble y sólido, que junto a los visitantes que llegan también explorará su folklore y tradiciones y cuestionará su origen, en una segunda etapa, ya mayor, se verá envuelto en la búsqueda de la yakruna y a su vez en tratar de remontar su pasado, el que cada vez está más lejos de él. La llegada de Kuch-Grunberg (Bijovet) con su minucioso sistema de trabajo y de relacionamiento, como así también con información de un mundo completamente distinto al que conoce, uno lleno de posesiones materiales, atado al comercio económico, harán tambalear su mirada sobre el otro, una veta que Guerra buceará hasta concretar una toma de posesión ante los hechos que narra que permite su disfrute a pesar de la crudeza con la que la contraposición de culturas es expuesta. “El Abrazo de la Serpiente” avanza a paso lento, con imágenes de una belleza única y una puesta consolidada que potencia el extrañamiento por sobre la naturalización de los hechos. Y al tomar este punto de vista, en lo que se gana es en la exploración visual y en la transformación del filme en una experiencia única y personal, con una fuerza imposible de transmitir excepto en la comunión que en la sala a oscuras, frente a la pantalla con la imagen, se puede vivir. Si en las mencionadas películas de Herzog la otredad se convertía en el mal a superar para poder construir una nueva realidad, aquí el contraste, excepto por el choque con una de las tribus, o en la exigencia de los jesuitas por rechazar al americano, tan sólo será una de las aristas con las que Guerra maneje el relacionamiento entre las dos civilizaciones. Claramente el filme también se despega cuando utiliza el celuloide como posibilidad. Es decir, cuando el blanco y negro termina por construir una espesura fílmica más allá de la multiplicidad de lenguajes y sentidos con los que trabaja. El clásico relato de viaje iniciático y a la vez exploratorio, mezclado con la filosofía chamánica y con una estructura narrativa que no da tregua de principio a fin, convierten a “El Abrazo de la Serpiente” en una de las propuestas fílmicas más logradas de los últimos tiempos.
A Miguel (Francisco Baquerizo) el protagonista excluyente de “Saudade” (Ecuador, 2014), de Juan Carlos Donoso, las cosas le pasan y no las registra. Mientras su país vive la crisis económica más grave de la que se tenga conocimiento, el sigue con sus rutinas de adolescente de clase media acomodada. El archivo inicial, con imágenes virulentas llenas de fuego y mentiras de funcionarios (Domingo Cavallo incluido) prometían un camino a recorrer donde la reflexión sobre ese momento histórico, social y de decisión, tal vez, hagan que los personajes tomen un punto de vista sobre aquello que se narra. Pero no, Donoso prefiere registrar con su cámara planos estilizados envueltos de música y complicidad juvenil, con citas a escritores y priorizando la anécdota de Miguel y compañía por sobre la verdadera multiplicidad de historias que suma a la trama. Así, si Miguel es testigo sobre cómo uno de sus amigos pierde la vivienda, o sí dentro de su familia lo incestuoso juega un papel preponderante al mantener relaciones sexuales con una de sus hermanastras, todo será trabajado desde la narración como compartimentos estancos sin lograr fluir con el resto de la historia. “Saudade” no refiere tanto al término portugués para reflejar un eterno estado de nostalgia, tan fuerte como imposible de negar y de asumir, sino que aquí estará más relacionado hacia la mirada perdida de Miguel frente a todo aquello que el mundo le revela ante los ojos. Si la literatura se plantea como un refugio posible, con clases al mejor estilo “La sociedad de los poetas muertos” en las que su maestra lo incita a que la búsqueda de una voz propia, más allá de sus elecciones como Carlos Castañeda o Julio Cortázar, que le posibilitarían la formación de su identidad e integridad, sea el camino a desandar sin mirar a otro lado. Al volverse reiterativo el narrar episodios aislados, y al quitarle potencia a las figuras paternales, las presentes y las ausentes, como esa madre que desea recuperarlo y le hace quebrar su universo momentáneamente, o ese padre que lo deja al cuidado de todo (y que en ese momento es mucho, principalmente por la crisis que se atraviesa), sólo refuerzan la idea hacia una construcción en la que la búsqueda y el andar continúo de Miguel termine convirtiéndose en un estilo débil sin una historia consolidada. Justamente en la multiplicación de historias, y en la ausencia de una lograda cohesión narrativa y estilística, es en donde “Saudade” naufraga, identificándose más con la carencia del protagonista en vez de crear un juego que bucee más en el momento histórico y en las oportunidades que éste podría haberle sumado a esta ópera prima.
En las primeras escenas de “La chica Danesa” (Inglaterra, 2015), de Tom Hopper, hay una poesía que envuelve al espectador, con una cuidada elección de tonos azules y verdes que terminan por introducir espacios determinantes en la delicada historia de Lili/Elbey (Eddie Redmayne), una vida solapada de reconocimiento e identidad, que fue de avanzada para su época. Esa atmósfera inicial también será la que demarcará el contrato de lectura de un filme, que pese a contar con una lograda interpretación del protagonista, es en la cuidada reconstrucción de época y su timming narrativo aquello que finalmente lo posiciona como un producto único y sólido dentro de la temática que trabaja. Lili/Elbey fue un hombre hacia 1920 que intentó siempre apaciguar su escisión sexual, y que pese a esto, a su verdadero instinto, también supo amar con locura a una mujer, Gerda Wegener (Alicia Vikander), a pesar que su mente le exigía otra cosa. Pero cuando la fuerza de su naturaleza, en determinado momento de su vida, le pidió un cambio radical de sí mismo, el conflicto de “La chica Danesa” estalla hasta llevar al límite la interpretación del dúo protagónico, una dupla que es capaz de sostener con tan sólo una mirada o un gesto la linealidad de la historia biográfica del personaje en cuestión y los complicados obstáculos que debió sortear hasta poder ser lo que soñaba. En esos primeros instantes del relato, mencionados anteriormente, y en la descripción de los paisajes que luego contendrán a los amantes furtivos y luego negados, es en donde Hopper logra la empatía con una historia que por momentos se ciñe a lo políticamente correcto evitando transgredir, tal como lo hizo Lili/Elbey a su época, a las costumbres y morales predeterminadas. Mientras continúan pintando, la pareja avanzará en la exploración de la sexualidad, siendo la ropa y la lencería el punto que jugará un papel determinante para que Lili florezca, algo que sucede casi sin quererlo nuevamente en la vida de Elbey y que lo llevará hacia una transformación, difícil y dolorosa, para que finalmente pueda ser lo que realmente le dicta su corazón. Hay una mirada sobre la ciencia del momento, que intenta responder a la naturaleza de Lili con frases hechas e incongruentes, con manuales de procedimientos que sólo recurren a explicaciones del estilo “lo que te sucede es producto de un desbalanceo químico”, que indaga, presenta y aleja. Y hay también una rigurosa puesta en escena, principalmente cuando Lili bucea en la femineidad de la otredad, para poder así lograr una imagen que le devuelva lo que ella cree y quiere ser, que potencia la mirada voyeur y la exposición del fundamento del cine como discurso y también como entretenimiento. En el camino hacia la transformación Hopper muestra cómo la vejación terminal del cuerpo de Lili fue necesaria para que ella pueda lograr su sueño, dejando de lado la manipulación científica y la estigmatización, y concentrándose en la explosión de su yo femenino hacia la concreción final. “La chica Danesa” podría haber elegido una postura más fácil y menos árida hacia la narración de la historia del primer trans que se tiene conocimiento, pero tanto en la dirección, como en la interpretación de sus protagonistas hay una puesta consolidada y una toma de posición frente al tema con el que trabaja, que terminan por elevar la propuesta.
Un mundo no tan ideal En el arranque de Zootopia (2016) una joven Judy (una coneja) representa en un acto escolar la evolución animal y la polarización de los instintos asesinos y depredadores entre estos, algo que ha permitido la convivencia en armonía, civilizada y sin incidentes. En ese mismo acto Judy, y no a manera de juego, afirmó que en un futuro ella quisiera ser agente de policía, para de alguna manera, demostrar que en la vida a fuerza de empeño y tezón nada está determinado. Pero luego Judy termina siendo atacada en un pequeño lobo, que le asegura que nunca podrá ser lo que realmente desea, y la película da un salto hacia el presente, en el que la pequeña coneja, ahora convertida en una joven esbelta y segura de sí misma, se transforma en la primera policía de su especie. Desde ese momento, y cuando la narración ubique las escenas en la ciudad del nombre del film, la película dirigida por Byron Howard, Rich Moore, con asistencia de Jared Bush, comienza un registro de género símil buddy movie, en la que Judy se ensambla con un timador de nombre Nick para investigar qué es lo que hay detrás de los extraños sucesos de transformación y desaparición de ciertos depredadores ante la imposibilidad de predecir su origen. Una serie de personajes secundarios, como Garraza, el recepcionista amable y gentil de la estación policial (fanático de una estrella pop llamada Gazelle), o el impasible e intransigente Jefe Bogo, el alcalde Leodore y su asistente Bellwether, sumarán al relato la dosis de “realidad” para avanzar en la historia. La animación tradicional y los coloridos escenarios en los que se desarrolla, posibilitan que la película genere más atención en el qué que en el cómo de la misma, logrando una profundidad narrativa poco común para un film animado de Disney. En el avanzar de procedimiento policial, la tensión y los conflictos van a ir apareciendo a medida que los descubrimientos por parte de la dupla protagónica aparezcan, y también la crítica hacia la vida en convivencia en las grandes urbes. Hay cierta mirada irónica a los mismos estudios que la producen, dato no menor que se desprende de afirmaciones del estilo “la vida no es un musical”, o cuando la contraposición de expectativas frente a la realidad de los actantes choca con la realidad de Zootopía, una metrópolis que sólo en la convivencia de animales que relegaron su instinto se plantea como la verdadera utopía, porque luego la ciudad es tan real con su burocracia, timos, estafas, bajezas y demás, que termina desnudando para los más pequeños una realidad tan vigente como dolorosa. Ahí, cuando la crítica a la sociedad que termina destruyendo sueños y anhelos personales, se potencia, es en donde Zootopia se afirma como producto que nada tiene que ver con los almibarados relatos infantiles. Busca un espectador más comprometido y maduro, siendo el ideal niños entrando en su segunda infancia que pueden discernir entre la crítica a la vida en sociedad, y la identificación con Judy, en su búsqueda de verdad para cumplir sus sueños.
Experimento Santiso Al protagonista de “Expediente Santiso” (Argentina, 2015) de Brian Maya (“Palermo Hollywood”) le pasan muchas cosas. Su hija desaparece en Irak, se ve envuelto en una conspiración neo nazi y su mujer cada día se aleja más de él. De profesión periodista, trabajado con la figura del honesto y buscador de la verdad reportero que no deja nada librado al azar y mucho menos se deja corromper por el dinero y los augurios, Santiso (Carlos Belloso) se encuentra sumido en una profunda depresión que le imposibilita recuperar el lugar que alguna vez supo tener en la prensa. Así, mientras recibe una propuesta por parte de su ex jefe (Edgardo Nieva) para volver al ruedo, los fantasmas del pasado lo acechan y le niegan el poder seguir adelante. En realidad lo que le traba esa continuidad necesaria es el recuerdo de su hija, a quien él cree secuestrada por una extraña organización neonazi que buscará re imponer al movimiento de la sociedad Vrill en la actualidad. Su mujer (Leonora Balcarce) ya no sabe qué hacer con él, y mientras se desvive por sacarlo adelante, también sufre con algunas imágenes del pasado que le recuerdan los problemas que siempre vivió con su madre (Viviana Saccone), una autoritaria dama con una fuerte impronta castrense. Entre la realidad de Santiso, y los sueños o pesadillas que acosan a él y su mujer “Expediente Santiso” se presenta como un arriesgado ejercicio fílmico sobre la trasposición de una idea disparadora interesante hacia un complicado laberinto del que muchas veces le cuesta salir. La puesta en escena, como así también la calidad de la imagen, juegan en contra al potente trabajo actoral que el protagonista excluyente del filme (Belloso) que termina desdibujándose al recaer en él todo el peso de la narración. En cada mueca desesperada que Santiso ofrece al intentar acercarse a la verdad, el intento de construir un verosímil dentro de lo inverosímil de la apresurada trama, termina por convertirse en espasmos de algo que se quiere ser y nunca se llega del todo. Hay buenas intenciones y una temática interesante, disparadora de la acción, pero en cuanto ésta se transforma en imágenes, se nota la falta de solidez para concretar un proyecto tan ambicioso que termina por convertirse en una propuesta bizarra y poco concreta. Pensada más como posibilidad de desarrollo de otro tipo de formato (tal vez una serie) es quizás “Expediene Santiso” el disparador de muchas ideas que en la funcionalidad no terminan por cuajar y ensamblarse correctamente. PUNTAJE: 2/10
Buscando Respuestas En el arranque de “La verdad oculta” (USA, 2015) de Peter Landesman, el personaje protagónico y excluyente Bennet Omalu (Will Smith), un médico forense, afirma en uno de los tantos juicios a los que ha colaborado “me interesa más conocer cómo la gente ha vivido que cómo la gente muere”. En esa sentencia está escondida la esencia del filme, un dantesco recorrido hacia la revelación de la verdad sobre la muerte de Mike Webster (David Morse) uno de los jugadores más importantes del fútbol americano, quien supo estar en la cima, ofreciendo una imagen inspiracional en medio de la crisis económica más grande que aquejó a EE.UU, pero que terminó en la miseria y al borde de la locura por misteriosas causas. La película desandará el sinuoso camino por el que Omalu llegará a la sorprendente revelación de un fenómeno irreversible que aqueja a miles de jugadores de la NFL y que se mantuvo en silencio para evitar la abstinencia de la llegada de nuevos integrantes que, al conocer las consecuencias del juego, evitaran sumarse a la liga. Landesman se apoya en la soberbia interpretación de Smith, quien se presenta como un ser solitario, enfrentado con cada uno que reniegue de sus métodos de trabajo (como por ejemplo hablarle a los cadáveres para conectarse con ellos) y luego con una gigantesca corporación deportiva (NFL) que intentará que su descubrimiento y posterior publicación en revistas científicas, sea defenestrado y Omalu puesto en la hoguera. Mientras avanza con la investigación Omalu se relaciona con su mentor, el Dr. Cyril Wecht (un increíble Albert Brooks), quien lo apoyará a seguir adelante sabiendo que las consecuencias quizás terminen generando daños colaterales para ambos. Además, conocerá a una bella mujer (Gugu Mbatha-Raw) con la que decidirá conformar una familia a pesar que todo le indica que debe huir del país para poder ser feliz. Con premisas simples y claras, una puesta en escena limpia, actuaciones secundarias de lujo (Alec Baldwin, Arliss Howard, etc.), “La verdad oculta” se introduce en el mundo de las corporaciones deportivas y en los siniestros manejos que éstas llegan a hacer para evitar la revelación sobre aspectos negativos de la actividad. Película de procedimiento, narrada con un ritmo que genera una tensión in crescendo, la propuesta de Landesman es un buen ejercicio fílmico sobre la manipulación de la información y la negación de la realidad que a diario se vive en el mundo. PUNTAJE: 8/10
Ochentaisiete, no es un número, es una época. Hubo tiempos revolucionados, o al menos eso creían los protagonistas de “Ochentaisiete” (Ecuador), filme de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade que busca emular una especie de aventura entre amigos en el duro contexto de la dictadura ecuatoriana y en medio de la cual era cada vez más difícil vivir en libertad. El filme maneja dos tiempos, y con el flashback (presente, pasado, pasado, presente) como herramienta discursiva y narrativa primordial, la historia va armándose de a poco. En 1987 Pablo, Andrés, Juan y Carolina, vieron que tenían el mundo por delante, pero la tragedia los iba a golpear sin siquiera dar antes aviso. La película busca producir en ese momento un relato limpio y honesto sobre la pureza de la amistad desinteresada, para luego, con los saltos temporales, poder encontrar una línea más dramática que bucea en el pasado para responder sobre lo apremiante del presente. Los directores apoyan su narración con una cuidada reconstrucción de época que sitúa la acción en el Ecuador sometido, en el que cualquier actividad fuera de lo concebido y establecido repercutirá en los jóvenes. Pero cuando uno de ellos decide patear el tablero y además irse de su casa y dejar todo por pura rebeldía, el resto se acomodará tratando de dar explicaciones sobre sí mismos. Ayuda al relato la digresión y la clara definición de los personajes, los que, a partir de las diferencias de clase, sociales, y hasta de estereotipos, pueden sumar y potenciar los conflictos. Mención aparte la banda sonora, en la que cada tema musical brinda la atmósfera necesaria para esta historia de amor y amistad. Puntaje: 6/10