Mirada Mortal Con una gran expectativa, la secuela de la historia de Derek Zoolander llegó a los cines y pasó desapercibida tras el rechazo del público que no supo ver en la continuidad de la saga las posibilidades narrativas que tanto el guión como la dirección de Ben Stiller le han impregnado. “Zoolander 2” (USA, 2016) arranca con una vertiginosa escena en la que Justin Bieber muere tras ser acribillado por un misterioso asesino. Signo de los tiempos, el joven cantante fallece luego de subir la última foto a Instagram haciendo una mueca similar a la que Zoolander (Stiller) solía hacer en las pasarelas: la mirada mágnum. Localizado por una suerte de CIA en la que la agente Valentina (Penelope Cruz) ejerce un rol principal, tanto él como Hansel (Owen Wilson) volverán a ser convocados a las grandes ligas de la moda por un nuevo diseñador que responde a Alexanya (una irreconocible Kristen Wiig), una suerte de musa simil Donatella Versace, y que los quiere en su pasarela. Pero lo que no sabrán las dos ex estrellas de la moda es que un siniestro plan se urdirá detrás de los aparentemente inocentes planes de devolverles la fama, algo que ni siquiera Zoolander ve venir, y que para él, el regreso, significaría el poder recuperar a su hijo. Así, entre pasarelas, una serie de participaciones secundarias de lujo (Kiefer Sutherland, Sting, Benedict Cumberbatch,etc.) y el mundo de la moda, que se pone al servicio de Stiller, Wilson y compañía, se construye una narración clásica, con muchos gags, y en la que predomina el misterio y el espionaje como vector de la historia. Si no funcionó en la taquilla esta historia, es porque quizás, a diferencia de la primera entrega, en la ambición de construir un relato universal y mucho más sólido, se pierde cierta inocencia o ingenuidad que “Zoolander” tenía, pero independientemente de esto, la película puede entretener con los personajes que hace años hacen de las delicias de los fanáticos, que esconden en su origen, una crítica al frívolo, competitivo y despiadado mundo de la moda.
El nombre de Nicholas Spark se hizo fuerte en el mundo de Hollywood cuando la adaptación de su novela The Notebook se convirtió en un sorpresivo éxito y referencia romántica imbatible, aún entre ambos sexos. De eso hace ya doce años, anteriormente se habían llevado al cine otras dos de sus novelas, y desde 2008 es una suerte de clásico esperar una película de una novela suya por año, como el Woody Allen anual, o la de Disney para las vacaciones de invierno. El asunto es que Allen y Disney renuevan esas esperanzas cada año superándose o manteniéndose, el caso de Nicholas Spark es extraño porque desde aquel taquillazo de 2004, ninguna de esas películas estuvieron a nivel, pero ni cerca. Todo esto a cuenta de que se acerca San Valentín y ya tenemos nuestro Spark de 2016, en este caso, En nombre del amor, dirigida por un tal Ross Katz, algo más conocido como productor. Adentrémonos en el manual básico de película romántica. Travis y Gabby (Benjamin Walker y Teresa Palmer, respectivamente) son vecinos, él es veterinario, ella pediatra. Supuestamente son opuestos, aunque la atracción es inmediata. Él es alocado y quiere seguir siéndolo, ella es algo más centrada aunque tampoco se compromete demasiado. Ah, el amor, el amor, cuando toque a sus puertas querrán cambiarlo todo, pero como esto es un drama, y si ya vieron o leyeron algo de Spark al hombre le gusta ser un poco tortuoso, nada les será tan sencillo, infortunios varios, personajes en el medio, decisiones erróneas, de todo deberán atravesar para lograr estar juntos. Dejemos un poco de intriga, aunque si ya vieron el muy revelador tráiler, nada queda por decir. En nombre del amor no presenta sorpresas, se le puede criticar todo tipo de asuntos, que hay personajes que hablan con un muy recalcado acento sureño y otros de la misma sangre no; que todos son unidimensionales, que la química entre Walker y Palmer no es abundante, que los secundarios no terminan de explotar, que se puede adivinar cada una de las escenas, y como consecuente es un cúmulo de clichés. Por otro lado es innegable que estas películas tienen un público fiel, que caen bien en estrenarse cerca de estas fechas de romances y parejas florecientes, y que, en definitiva, no es peor que las anteriores películas alla Spark (quizás, sí podríamos decir que no tiene demasiado para narrar, ni en lo emocional). Un público que difícilmente ahonde en los detalles a corregir, y que espere el beso de los protagonistas para repetir con quien tenga en la butaca de al lado. The Notebook se convirtió en lo que es porque abundaban las buenas labores, tanto delante como detrás de cámara, algo que en En el nombre del amor no se vislumbra más allá de aparecer algún actor de renombre como Tom Wilkinson, en total piloto automático. Pareciera que no lo necesita, que puede conformarse con ser una más de las románticas de temporada, una tarea que cumple sin sobrarle nada.
La noche como ideal para superar cualquier ruptura o separación. El bar como el lugar para ahogar en alcohol las penas. El trabajo para poder reflexionar sobre el “qué pasó ayer” y planificar nuevos planes para seguir en el camino de encontrarse. Pese a tener lugares comunes, “Como ser Soltera” (USA, 2016) de Christian Ditter con Dakota Johnson, Alisob Brie, Leslie Mann y Rebel Wilson, se plantea como una guía moderna de la vida en Nueva York para aquellas que no tienen pareja. Y con “no tienen pareja” no quiere decir que no la deseen tener, todo lo contrario, porque excepto uno de los personajes (el más estereotipado, y a la vez el más efectivo, el de Wilson) el resto de las protagonistas anda tratando de superar la ausencia de una compañía en la ciudad que más posibilidades brinda para el disfrute. “Como ser Soltera” comienza cuando Alice (Johnson) le pide a su pareja un tiempo para saber eso de “como estar sola” antes de iniciar “juntos” una vida llena de proyectos y anhelos personales, y pese a la reticencia de éste de aceptar el plan , porque sabe en el fondo que no será una buena idea, viaja a Nueva York. Allí se hospedará unos días con su hermana Meg (Mann), una obstetra renombrada a punto de “perder” sus posibilidades de ser madre y que vive negándose la posibilidad de querer concretar sus verdaderas expectativas ante sus deseos de tener descendencia, y conocerá en su nuevo trabajo a Robin (Wilson), una excéntrica “recepcionista” que sólo piensa en cómo pasarla bien a partir del after office. Impulsada por esta, en una de sus primeras noches en la ciudad irán a un bar en el que Tom (Anders Holm), el dueño, tiene a todas las mujeres de la ciudad muertas por él, incluso a Lucy (Brie) la vecina, que se le instala todas las noches para usarle el wifi y con la que se relacionará en un plan de amor odio inexplicable, y terminará envolviéndose, muy a su pesar, con este, sin otro plan que pasarla bien. Pero a medida que los días pasan, y pese a que Tom fue siempre claro sobre sus intenciones, Aliceno podrá dejar de confundir sus sentimientos, y más cuando su novio le comunique que ha comenzado una relación con otra mujer. Así, lentamente, “Como ser soltera” va conformando su universo y escenario, en el que los hombres sólo funcionan como vehículo para conseguir algo, y cuando no, como con el personaje de Meg, terminan por ser suplantados por alcohol, fiestas y reclamos. Adaptación exacta del best seller del mismo nombre de Liz Tuccillo, la película deambula entre el catálogo de situaciones y la afirmación feminista que luego termina por caerse ante el irreversible contraste con la realidad de los anhelos de las protagonistas. Hay también un homenaje solapado a escenas de “Secretaria Ejecutiva”, o mejor dicho el lado B de esa película, con largos paneos de la ciudad, y de Alice caminando tranquila cual Melanie Griffith en la clásica comedia de Mike Nichols. El gag, el punchline, el ritmo dinámico, todo aporta a que “Como ser soltera” sea disfrutada, nada está fuera de lugar, y excepto quizás el personaje de Alison Brie (predecible) el resto juega la propuesta como si fuese la última vez que intentaran actuar, y eso hace factible el disfrute y la risa hasta el último minuto del filme.
A Ariel (Alan Sabbagh), el personaje principal de “El rey del once” (Argentina, 2016) de Daniel Burman, la vida lo castiga por el solo hecho de ser el hijo de una de las personas que más ayuda a los demás. Así, en el arranque de la película, y a punto de embarcarse hacia Argentina desde Nueva York, un llamado desconcertante de Usher, su padre, le termina generando un conflicto con su mujer (Elisa Carricajo) al no poder despedirse de ella. La cámara frenética y nerviosa de Burman lo acompaña durante unos minutos por zapaterías y negocios buscando unas zapatillas número 46 con velcro para uno de los tantos asistidos por la fundación que en el Once profundo su padre dirige diariamente. Esa fundación, que existe en la vida real, es manejada por un batallón de personas que le ofrecen a los más necesitados las cosas que les permitirían continuar con dignidad sus rutinas, y si para Usher un par de zapatillas pueden ser el determinante de la felicidad, para Ariel el pedido debe ser cumplido. Claramente, como en películas anteriores del director, el pedido es cumplido pero con una variante, punto de partida para que el universo Usher, con sus asistentes y particularidades, sea presentado en una de las más logradas películas de Burman. “El rey del Once” bucea en la cotidianeidad del Ariel recién llegado al país y su adaptación, en apariencia momentánea, al mundo Usher. Si el regreso lo moviliza, y claro que lo hace, Ariel recordará aquellas tardes comiendo galletitas de leche con dulce de leche o cuando su padre, con energía, planchaba la escarapela para el acto de jura de la bandera. Burman relata anécdotas que van construyendo el escenario para que Ariel se mueva y termine por conocer al resto de los personajes, siendo Eva (Julieta Zylberberg), una judía ortodoxa practicante, aquella que lo guiará sin emitir siquiera una palabra por su vida al recién llegar. Hay una mirada puesta sobre el otro y sobre el “hacer el bien” sin pensar en un fin ulterior que realzan la propuesta de Burman, razón por la cual la película termina convirtiéndose en un fresco urbano de uno de los barrios más comerciales de la ciudad y también uno de los más pintorescos. Ariel comienza a ser envuelto por Usher en una serie de tareas que van siendo absorbidas por naturalidad, y si él lo acepta, es porque en el fondo sabe que pese a contar con una propuesta laboral inmejorable en el exterior, en donde se encarga de las finanzas de una empresa, en la informalidad de la economía de la Fundación y las negociaciones para que puedan contar con un trozo de carne los más necesitados, es en donde su ser más productivo se siente. El trabajo narrativo que Burman realiza con la voz en off, además, otorga un misterio sobre la mujer de Ariel y sobre Usher que posibilitan que la progresión sea necesaria para poder develar los rostros de los poseedores de esos timbres vocales. Y cuando la revelación llega, ya no nos importa nada y sólo queremos que Ariel y Eva, tan contenidos, puedan finalmente descubrir su amor en un Once que se aleja al que conocemos y nos muestra una cara solidaria del lugar tan atípica para la zona. La contención de Sabbagh y la gestualidad de Zylberberg, además, otorgan una solidez única al relato, en este regreso al Once de Burman y también el retorno a su crónica urbana, aquella que inició hace tiempo con “El abrazo partido”.
El personaje Deadpool es un personaje de quiebre dentro del universo Marvel, tan alejado de estereotipos del héroe clásico que se acerca, en la adaptación fíllmica de Tim Miller “Deadpool”(USA, 2016) a la reciente “Ant-Man”, principalmente en cuanto a no tomarse en serio el cine de comics y reinventar un nuevo sistema narrativo que además centrifuga la cultura popular en cada escena. “Deadpool” se centra en Wade Wilson (Ryan Reynolds), un matón que un día ve como su mundo perfecto junto a su mujer (Morena Baccarin) y sus anhelos se derrumban al detectarle un cáncer terminal e irreversible. Mientras toma la decisión de alejarse de Vanessa (Baccarin) le aparece una posibilidad de entrar en un programa que lo convertirá en un ser poderoso, pero nunca terminan de aclararle las verdaderas consecuencias. Así, desde la clandestinidad, no sólo deberá intentar buscar venganza y aniquilar a aquellos que no fueron claros a la hora de ofrecerle la panacea, sino que, además, deberá mantenerse alejado de su mujer para evitar que ella vea cómo realmente es. Leyendo así la simple línea de la historia, uno puede pensar que una vez más la venganza como motor frente a la inevitable aceptación de lo imposible de revertir (en este caso la apariencia), puede ser reiterativa como tema del universo creado por Stan Lee (que por cierto tiene en “Deadpool” uno de sus más divertidos cameos), sino basta ver los conflictuados Hulk y La cosa, como para mencionar sólo a dos personajes, pero en “Deadpool”, el humor es aquello que termina redoblando la apuesta y reforzando su idea central. Wade es un malhablado, buscapleitos, negador de la realidad y que a fuerza de puño y patadas se ha hecho un lugar dentro del mundo de la lucha contra el crimen. Si bien intentó mantenerse alejado de la captura sentimental, al conocer a Vanessa su idea sobre las relaciones cambian, y así como la película va y viene con flashbacks hasta el momento inicial de su poderosa transformación y lucha, también sus pensamientos mutaron al enfrentarse primero a la cruel realidad de la enfermedad y su mortalidad, y luego ante un cambio inevitable que lo convirtió en un ser de la oscuridad. El hábil e ingenioso guión de Paul Wernick y Rhett Reese, además, pudieron condensar no sólo el cinismo y la ironía del personaje, sino que, además, fueron más allá potenciando esa veta única e inimitable de Deadpool con las mútiples referencias a la cultura más popular, aquella a la que el personaje termina perteneciendo. Si Ryan Reynolds hace bromas con sus anteriores participaciones como héroe de filme basado en comics (por favor no me den un traje verde), es también porque acepta que el contrato de lectura de “Deadpool” permite la infinidad de licencias en las que la identificación del espectador evitará considerar a la película como un filme de ruptura. La presencia de la mirada a cámara (más allá que detrás de la máscara del personaje no veamos los ojos) y la mención constante a la cuarta pared y su corrimiento, también hacen de “Deadpool” un objeto interesante más allá de su propuesta, en la superficie, de filme de género. En “Deadpool” se hace todo bien, y el disfrute es innegable e imposible de no asumir que estamos ante una de las comedias más bizarras e irreverentes, en el buen sentido, que el cine americano ha dado en los últimos años.
Buscando la verdad Hay algo de pretensión en la representación que el cine ha hecho del oficio del periodista de investigación. En el intento por mostrarlo como un aguerrido guerrero, buscador de la verdad, se ha perdido la esencia de la dinámica, ecléctica y disruptiva, de una redacción en constante trabajo. Cuando se deja de lado el glamour y se trabaja sobre estereotipos concretos, sin eufemismos, es cuando filmes como “En Primera Plana” (USA, 2015) de Thomas McCarthy, inspirado en los hechos reales que llevaron al Boston Globe a investigar una serie de casos de pederastía en la Iglesia Católica, y que terminarían por desenmascarar a nivel global una parte oscura de la religión, negada puertas afuera, pero admitida hacia adentro. La capacidad de McCarthy no radica tanto en un virtuosismo a nivel dirección de cámaras o una puesta novedosa que actualiza y aggiorna el relato, todo lo contrario, la principal virtud del director es poder trasladar a la narración la tensión in crescendo mientras los periodistas (interpretados magistralmente por Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Brian d'Arcy James, Liev Schreiber) avanzan y retroceden en el caso que volverá a poner a “Spotlight” (el nombre de la sección en la que trabajan) en el primer plano. Un arranque convencional (nuevo director llega al diario con un plan de reestructuración) y la suma de tramas que van confluyendo hacia el gran tema de la película, la hipocresía y la mentira como vectores del desenmascaramiento esencial del trabajo periodístico) hacen que afirmaciones de figuras claves de la iglesia como “la ciudad florece cuando las instituciones trabajan juntas” suenen como dardos que se clavan en las páginas del diario. A medida que avanza la narración, también avanza la empatía e identificación con los periodistas, que van desde el crédulo al incrédulo, la que debe abandonar su fe, el que se cuestiona su trabajo, y, principalmente, el que en medio de un caos debe continuar mirando hacia adelante para conseguir, al menos en su vida profesional, un mérito que lo redima de tanto desastre personal. “En Primera Plana” es un filme maduro, que obvia quizás la toma de partido por alguna de las partes implicadas, y, al menos en apariencia, se muestra equidistante y objetiva frente a aquello que relata. Pero como ya sabemos que ni en el cine ni en el periodismo la objetividad existen, pues entonces nos conformamos con esta representación de la realidad de una redacción, tan verosímil, que asusta, dato no menor para seguir viendo reflejada una profesión que debe seguir sumando adeptos, sea online, de manera impresa, radial o televisiva, para poder mantenerse al margen de negociados que sólo perjudican al público, el único vulnerable en la carrera por mantenerse informado, o no. PUNTAJE: (8/10)
Escapándose de una relación tortuosa, Greta (Lauren Cohan, de TWD) llega a Inglaterra con un trabajo tradicional, ser niñera de un pequeño que vive en las afueras de la ciudad con sus padres. Cuando llega al lugar todo se le hace complicado, los caprichos de la madre, los susurros del chofer, las excentricidades del padre, y, principalmente, las características del niño. El niño en cuestión es un muñeco de cerámica, con caractérísiticas humanas, pero que no deja de ser un maniquí al cual Greta, por pedido expreso de sus “padres” deberá atender diariamente con una rutina más que exigente. En un primer momento Greta cree que es una broma, pero al ver que los padres y Malcom (Rupert Evans), el encargado de proveer de víveres a la familia, avanzan en la situación, decide quedarse en el lugar sabiendo que la tarea sería mucho más fácil que lo que ella pensaba. Pero “El niño” (USA, 2016), de William Brent Bell, avanza en el relato a paso discreto, demostrando una vez más, que una idea simple, vista en otras oportunidades, puede ser el paño para que una nueva historia plasme la idea clara y precisa y de esta manera consolide su propuesta. Narrada con primeros planos y detalles, principalmente de la criatura en cuestión, la película juega con el fuera de campo y con el punch efectista que distrae de la trama principal para también así poder lo recurrente de la historia. Greta comenzará a vivir en carne propia, y al no respetar una serie de reglas para criar a Brahms (el muñeco), una pesadilla que la llevará a imaginarse loca o desquiciada, hasta, claro está, el momento que la revelación de algunos giros claves potencien la historia. La película está dividida en dos claras partes, una de avance sobre el territorio de la familia y el niño, y otra, con Greta ya establecida, en la que su pasado, su presente y la revelación de qué sucede realmente con Brahms, terminé por disolver el suspenso inicial hacia un lugar más convencional. Película intrigante que gana espacio cuando sugiere más que cuando revela, “El niño” muestra que se puede seguir haciendo cine de género con ideas simples y claras. Puntaje: 6/10
Una calle, un barrio Una calle en un barrio. Para muchos esta información es algo común y no dice nada. Pero si ésta calle está anclada en uno de los barrios más pintorescos de la ciudad de Buenos Aires la situación puede ser completamente diferente. Arribeños (2015), dirigida por Marcos Rodríguez (La educación gastronómica, 2012), es un viaje hacia el interior de la comunidad chino taiwanesa que desde hace años habita en el corazón del barrio de Belgrano. A través de entrevistas -en las que nunca vemos a los interlocutores-, vamos conociendo la calle que da nombre al film, las vías del tren que lo delimitan, las fachadas de los pintorescos negocios que los fines de semana se ven repletos de ávidos consumidores de productos orientales y ocasionales turistas. Rodríguez deja hablar a la gente en su lugar y permite un acercamiento que, en la distancia de no ver al que está hablando, posee más contundencia que si se lo mostrara. El registro documental es esencial para transformar la película en casi una crónica histórica y periodística de los orígenes de este particular barrio. La apertura diaria de los locales, los estantes llenos de objetos de plástico y cerámica colorida, los alimentos exóticos y los productos frescos de mar, son como sensaciones emitidas en cada una de las imágenes que se escogen. En Arribeños los recuerdos de aquellos que lo conformaron van urdiendo un minucioso relato que en lo micro de las anécdotas, fotos, y datos fidedignos, terminan hablando sobre la diversidad y abrazando a cada uno de los entrevistados. La educación, los festejos del año nuevo chino, los contrastes que encontraron algunos al llegar (“ibamos al Supercoop y comprabamos 20 sachets de leche, en China era muy cara”), la pasión por el karaoke, el baile, la preservación de sus tradiciones; son algunos de los tópicos con los que el director dispara las preguntas para que hablen los protagonistas. La cámara quees puesta hábilmente en un lugar secundario, se convierte así en un integrante más de una comunidad que busca su propia identidad en la preservación de sus recuerdos.
Un gallo de temer Para aquellos que son ajenos al fenómeno mexicano de “Huevocartoons”, tan sólo les basta poner en el buscador de su navegador el nombre para que comprendan cómo una serie de pequeños cortos terminaron por construir un imperio, el que, regenteado por los hermanos Gabriel y Rodolfo Riva-Palacio Alatriste, ya ha generado varias producciones cinematográficas y una franquicia que no se agota. Un gallo con muchos huevos (2015) es la nueva película de la dupla, y que en esta oportunidad decidió dejar de lado a los famosos huevos para adentrarse en una historia mucho más universal (aclarando que sin dejar de lado los regionalismos o el folclore típico de México), para poder llegar a más mercados y así aumentar ganancias. En la película, el huevo Toto se transforma en un pequeño gallo de granja de un día para el otro ante los atónitos ojos de Willy, Bibi. Confi y Tocino, sus amigos, por lo que deberá, de a poco, asumir nuevas responsabilidades con su nueva forma como por ejemplo cantar por las mañanas para despertar a todos los del lugar. Pero Toto es un gallo extraño, no posee ni la voz ni el cuerpo como para poder cumplir con esa misión, y mucho menos con una que le llega de casualidad, la que lo lleva a enfrentarse en un cuadrilátero al gallo Bankivoide, el campeón de todos los gallos de pelea. En una primera instancia la película se planteaba como una suerte de fresco de la vida en la granja, con desvío hacia una historia al mejor estilo Rocky (1976) y así ampliar sus posibilidades narrativas, con una animación mucho más acabada y lograda que sus predecesoras. Es que si bien la saga de los Huevocartoons exploró el gag y el sketch para construir su sentido narrativo, Un gallo con muchos huevos posee una estructura mucho más convencional, que además se apoya en un guión dinámico con múltiples referencias Karate Kid (1984) con un mentor guiando los pasos de un joven aprendiz. Igualmente cabe mencionar que no por esto la película dejará de lado el costado soez de los cortos, con bromas escatológicas por doquier y múltiples referencias de doble sentido que quizás resientan la propuesta. Un gallo con muchos huevos es un entretenido film para toda la familia, que explora con humor temas universales como el amor, la amistad y el trabajo en equipo para cumplir metas y superar obstáculos.
Armadas hasta los dientes ¿Qué pasaría si la prosa de Jane Austen se cruzara de pronto con un extraño e inesperado brote de zombies? ¿Cómo afectaría esto al complejo entramado de relaciones que Austen pensó para sus historias y la vida de aquellos seres apasionadamente enamorados? La respuesta a estas preguntas está en Orgullo, Prejuicio y Zombies (Pride and Prejudice and Zombies, 2016), adaptación que Burr Steers hizo del best seller de Seth Grahame-Smith, quién cruzó el clásico de la literatura universal con una historia de seres hambrientos de sangre en la Inglaterra del Siglo XIX en la que las apariencias y el dinero marcaban el tiempo de la vida cotidiana. Orgullo, Prejuicio y Zombies comienza con una dinámica escena de acción en las que se presenta el verdadero escenario de este clásico, y en donde un aguerrido Mr Darcy (Sam Riley) se mostrará impasible ante los embates que los muertos vivos le aciertan, diezmándolos rápidamente. Cuando la noticia de esta plaga comienza a esparcirse no queda otra opción para que las bellas herederas del Sr. Bennet, educadas en las artes marciales japonesas, tomen partido luego que una de ellas sea -en “apariencia”- afectada por el virus que transforma a los hombres en muertos vivos. La apacible población inglesa de Meryton termina por convertirse en el centro de resistencia más grande ante los zombies con Elizabeth Bennet (Lily James) liderando junto a Darcy (a pesar de cualquier prejuicio y tensión sexual entre ambos) el camino hacia la cura de la plaga. Si hay que salir a luchar las jóvenes se ponen TODO cuales Rambo antes de entrar en el campo de batalla, escondiendo bajo sus bellas vestimentas cuanta arma, cuchillo y herramienta que puedan sumar sin que esto afecte a su delicado estilo. Y a la hora de amar y de elegir a sus parejas tendrán en cuenta los consejos de su madre, pero basándose en las cualidades de defensa de los galanes. La principal virtud de un film como Orgullo, Prejuicio y Zombies radica en la posibilidad de generar humor desde la parodia dentro de un contexto que generalmente se ha mostrado serio y solemne.