Hay que reconocerle a “Las Aspas del Molino” (Argentina, 2014) de Daniel Espinoza García la extraordinaria habilidad e insistencia para construir un relato urgente y contemporáneo. En la narración del derrotero de los habitantes del deteriorado y casi abandonado edificio y confitería El Molino hay una historia que no solo es parte del propio realizador, sino, principalmente, de la ciudad en particular. Acudiendo a testimonios de personajes que actualmente habitan departamentos del lugar, como así también a especialistas en la problemática arquitectónica y hasta filósofos que aportan su particular visión sobre el edificio, es que el director bucea por la identidad de uno de los lugares más misteriosos de Buenos Aires. Misterioso por que es urgente, y porque habla de una parte de la ciudad que aún no se puede recuperar, casi una metáfora del pueblo argentino, una masa capaz de elevar a la enésima potencia a seres y lugares, pero también los puede bajar rápidamente sin siquiera mirar hacia atrás. También la historia de “Las Aspas del Molino” es necesaria, porque en esa misma necesidad de recuperar y preservar hay una realidad que se desnuda, la de la imposibilidad de acceder a una vivienda digna, con especial énfasis en la problemática de los inmigrantes, que aun teniendo el dinero para abonar no pueden cerrar el contrato por carecer de una garantía que avale su buena fe. Espinoza García llego al país para estudiar cine y terminó alquilando uno de los corroídos departamentos del edificio, y desde ese lugar puede construir un relato aun más potente porque sabe qué pasa detrás de las paredes de cada uno de los espacios. La garantía como impedimento de una buena vivienda y el ceder a la necesidad como forma de expresión, aún a sabiendas que desde aproximadamente 20 años el edificio no posee mantenimiento alguno. La contundencia de la denuncia (acelerada en esa posibilidad casi arqueológica de ver, con la colocación de una cámara clandestina, y para algunos por primera vez, la ambiciosa confitería), como así también el intento de resistencia de los inquilinos (con muchas diferencias entre sí, desde poseer agua y electricidad a casi ni tener espacio en algunos casos) es contado con imágenes que buscan una clara empatía con la problemática. Nadie sabe por qué el edificio y confitería están así. Nadie asume la responsabilidad en el tema. Sus dueños hacen silencio y avalan la utilización de los departamentos por parte de extranjeros pago mediante de una importante suma de dinero. Pero ahí esta “Las Aspas del Molino” con sus ganas de rescatar de la desidia y el olvido al emblemático lugar, pidiendo explicaciones para algo que aun hoy en día sigue sin comprenderse. El director expone y se expone, y a la vez busca y reflexiona sobre el peligro de los que precariamente habitan el lugar. El montaje en paralelo, la entrevista tradicional y el relato en off en primera persona hacen aún más notoria la búsqueda de una pronta solución al tema, tan presente en la agenda mediática por estar enquistado en una de las esquinas más representativas de la ciudad. Tal vez hoy siquiera sea observado en el diario trajinar por la zona, pero para eso está éste filme, nostálgico, un recuerdo de algo que fue y no volverá, casi un objeto de museo que refleja la identidad de un tiempo en el que la ostentación reinaba y que con crudeza y verdad intenta pedir por una pronta recuperación del mismo.
Una nueva adaptación de saga literaria juvenil, y ante el evento uno ya no sabe que es lo que le deparará el destino. Por suerte "Maze Runner: Correr o Morir" (USA, 2014) se ubica en un lugar positivo y logra un producto de calidad con toque nostálgico, asemejándolo a filmes clásicos familiares y de aventura de los años ochenta. Mezcla de “Costa Mosquito” con “Los Juegos del hambre” en "Maze Runner" se plantea una comunidad de jóvenes aislados que deberán luchar por su vida en un espacio abierto y que periódicamente reciben la incorporación de un miembro al equipo. Por obra de un grupo de científicos inescrupulosos, encabezados por Ava Page (Patricia Clarkson), los jóvenes no solo llegan al lugar en estado de inconsciencia, sino que además no recordarán cualquier estadio previo a su desembarco. La acción en "Maze Runner…"comienza cuando Thomas (Dylan O’Brien) es abandonado en el lugar y trata de entender primero su situación y luego en quien debe confiar y con quien aliarse del resto de jóvenes. Imposibilitado tratará de encontrar algunas respuestas en Chuck (Blake Cooper) o Alby (Ami Ameen) quienes no sólo le mostrarán los secretos del lugar, sino que lo introducirán en la filosofía y lógica de convivencia. Fuera del “claro” en el que habitan los jóvenes, y siguiendo la lógica que le imparten de “Haz tu parte. No hagas daño a otro. Nunca vayas más allá del muro.” Thomas se preguntará el porqué de su llegada ahí y alguna vía de escape. Pero no hay respuestas, o sí, pero las mismas las comenzará a buscar por sí solo atravesando esa inmensa muralla que lo separa de algo que nadie sabe qué es, pero que a través de un grupo de “valientes” que corren diariamente en el inmenso laberinto cambiante que circunda el lugar, seguramente está. La división entre los jóvenes, que se identifica con la tarea asignada, será lo que luego genere cierto “motín” ya que el más nuevo, el recién llegado, comenzará a abrirle los ojos a aquellos que hace tiempo están aislados y que nunca han podido pensar por sí mismos. Enfrentado a Thomas se encontrará Gally (Will Poulter), alguien tan irracional y empecinado en seguir reglas que nunca llegará a comprender la visita del primero como una posibilidad de cambiar su presente para así poder salir a la vida real. La película, dirigida por Wes Ball, profundiza sobre las relaciones humanas que penden de un hilo principalmente en situaciones extremas y se apoya en escenas de gran impacto visual para lograr sostener una narración que, de un planteo simple y ya visto en sagas juveniles anteriores, hace un discurso verosímil y concreto. La nostalgia que impera en toda la cinta es también posible gracias al espíritu aventurero de “Maze Runner…”, porque en el tratar de encontrar una salida a la opresión del presente, corriendo a través de los oscuros pasillos de los laberintos se arma una épica dinámica y ágil. En el laberinto está lo oculto, lo que no se dice, lo que justamente en su ausencia mantiene el sentido de las reglas iniciales, abriendo el juego a un estadio onírico en el que la empatía con los jóvenes hace que todos queramos escapar con ellos. Entretenida. Una sorpresa.
Híper estimulados La rutina laboral y el tratar de encontrarle un sentido a su vida lo tiene a maltraer a Qohen Leth (Christoph Waltz) en Un mundo conectado (The Zero Theorem, 2013), de Terry Gilliam, un film que profundiza de manera irónica sobre muchos de los males que la hiperconectividad y el retraimiento individual han repercutido sobre las relaciones sociales. Qohen no concibe tener que salir de su casa para cumplir un horario en la empresa Mancom, dirigida por el "gerente" (Matt Damon), a quienes todos ven como la respuesta a algunos problemas existenciales. A regañadientes va, pero principalmente para que una junta médica pueda determinar su incapacidad, no para la tarea en sí, sino para acercarse a la empresa, algo que a él le disgusta y estresa. Se sumerge en algo que lo contamina y lo rechaza. El contacto con el otro (físico y mental) es algo que ha perdido, y mientras combate sus miserias y fantasmas, aparece en su vida Bainsley (Mélanie Thierry), una joven y bella mujer, fresca y desinhibida (lo opuesto a él) con quien creara un vínculo que con el correr de los días se fortalecerá y lo hará cuestionar sobre sus principios y creencias. Del encierro y el silencio pasara de un día para el otro a la apertura y la dicha, algo que para sus arcaicos esquemas no será algo viable. Porque hay otra razón por la que Qohen no desea salir de su casa, la inminencia de un llamado que le dé la respuesta exacta a su existencia, también es su más recurrente pesadilla, la de no estar ahí para atender. El amor por un lado y la comunicación latente, son las dos cosas que desvelaran a Qohen y que además determinaran sus decisiones, muy a pesar suyo. Un mundo conectado habla de la soledad en el acompañamiento y de la necesidad de estar todo el tiempo conectado a algún dispositivo. No importa si el contacto real no está presente, porque en la inmensidad del vacío del mundo virtual el otro inexistente me completa. Película que deambula entre la denuncia sobre una realidad que abruma, exagerados mecanismos de control y la búsqueda de respuestas a una existencia cada vez más vacía, Gilliam aprovecha su maestría y punto de vista particular para poder profundizar sobre aspectos de la condición humana y su relación con la tecnología. Año de películas que desarrollaron conceptos bastante particulares sobre este último ítem (Ella, La Corporación), Terry Gilliam, con su surrealismo, exageración y desbordes, brinda respuestas puntuales a la dualidad planteada desde el primer momento que el hombre encendió una máquina. El hombre, ¿domina a la tecnología o viceversa?
Hay algo que trasciende la pantalla en "Winter el delfín 2"(USA, 2014) y que nada tiene que ver con la calidad de esta secuela dirigida por Charles Martin Smith y protagonizada por Harry Connick, Jr., Ashley Judd, Kris Kristofferson y Morgan Freeman, y es su corrección política extrema. Recuerdo que cuando los videoclubles eran un negocio pujante de la economía formal, una serie de filmes familiares de bajo costo eran lanzados mensualmente al mercado, para que padres sin conocimiento y con solo la información de la carátula de las películas cayeran en la trampa de alquilar por unas horas una historia que muchas veces nada tenia que ver con el título. Pero estamos en otra época y esa desinformación no existe, como así tampoco la total incredulidad sobre un discurso que no solo intenta vender un viaje para conocer a Winter al Clearwater Marine Aquarium en Estados Unidos, la protagonista, sino que en su misma narración termina sin aceptar las diferencias que el otro puede hacer sobre la imagen de uno y que intenta erradicar. Para los recién llegados, Winter es una delfín sin su cola completa y aleta, por lo que el esfuerzo del grupo de biólogos marinos y asistentes del acuario CMA estuvo en dotarla de una prótesis para que pueda nadar y ser similar a los demás. Al acuario asisten miles de personas diariamente y muchas de ellas con algún problema similar al del animal ya que encuentran en Winter la inspiración para seguir adelante pese a todo. Pero en esta oportunidad, y luego que Panamá, una delfín mayor fallezca, Winter se aísla y deprime y al llegar un ejemplar joven llamado Hope, al que intentarán emparentar y acercar, todo se complicará y Winter terminará por renegar aun mas de su condición de "diferente". Hay subtramas "humanas" en las que el tomar decisiones, el avanzar para progresar y el intentar mantener las convicciones en alto frente a los embates y prejuicios se multiplican, pero en el fondo, la historia del delfín que ahora no es aceptado por sus pares es lo que prima. La linealidad de la historia y hasta los pocos niveles de expresión del elenco juvenil hacen que todo este tan digitado y prefigurado que el lugar del espectador como creador de discurso y sentido no exista. Y ese es el gran error de este filme, que pese a tener a Judd, Kristoferson y Freeman, por solo citar tres ejemplos, su destino inevitable será al lado de aquellas películas familiares que a fuerza de engaño construían su verosímil y sumaban horas de alquiler. Si bien “Winter…” intenta reflejar las historias reales del acuario, nada más irreal que un guión en el que nadie insulta, nadie ama (excepto a los animales acuáticos, claro está) nadie puede tomar una decisión sin tener que consultarlo mas de 20 veces consigo mismo y nadie sabe bien qué quiere del otro para sí mismo y para sus conocidos. Una curiosa alegoría sobre la vida actual, la película encuentra en ese delfín, que en algún momento forjó esperanza para los demás, un animal rencoroso y lleno de solapamientos que nunca podrá salir de ese acuario y del encierro al que por casualidad se ha sometido, hasta claro esta, la corrección política y su entorno se lo permita.
En una nueva colaboración Robert Rodríguez y Frank Miller trasponen el universo noir del comic del mismo nombre en "Sin City 2"(USA, 2014) con una fuerza que arrasa cualquier preconcepto sobre el filme. Con un elenco multiestelar encabezado por Josh Brolin, Eva Green (impactante como siempre) y Joseph Gordon-Levitt, y con muchos nombres que se repiten como Bruce Willis, Jessica Alba y Mickey Rourke, pero también con participaciones esperadas como las de Lindsay Lohan o Lady Gaga, las tiras de Miller vuelven para hablar de algo tan intenso y propio de los individuos como lo son las pasiones. No importa si se trata de una pasión amorosa, pasión por el juego, pasión por la bebida o simplemente por amor a uno mismo, la clave de la película es enfocarse en una serie de microrelatos que alzan su voz sobre la condición humana. En “Sin City 2” hay hombres que matarían por sus mujeres, mujeres que aceptarían tratos deshonestos con tal de conseguir sus objetivos, hombres que por orgullo pueden llegar a matar y mujeres a las que el deseo de venganza las han cegado. Rodríguez y Miller respetan a rajatabla las atmósferas y climas de la saga, y una vez mas destacan con color, además de la sangre, los detalles de aquellas femme fatales, voluptuosas, con el sexo como arma de conquista y el irrefrenable deseo de obtener a cambio algo. En el caso de los personajes masculinos hay otro espíritu. Porque los hombres de esta nueva entrega, son otra cosa. Estoicos resisten a los embates y trabas que el destino comienza a ponerles, y que en muchas de las oportunidades todo termina para mal sin siquiera haber podido ganar su último juego. Las cuatro historias que componen este nuevo capítulo de la adaptación, mantienen algunos personajes como vectores de las historias. Lo que posibilita una cohesión general en toda la duración del largometraje. La dirección conjunta de los realizadores hace hincapié en intentar reflejar una vez más la superficie de las páginas del comic, por lo que es uno de sus logros la exactitud de los movimientos de los actores, medidos, contenidos, como si estuviesen dentro de un cuadro de historieta. “Sin City 2” se regodea en la violencia para construir un relato sólido y potente sobre relaciones que nacen y mueren para terminar mal. Relatos salvajes que en más de una oportunidad Rodríguez y Miller ya han contado y que reafirman en esta nueva entrega su habilidad para impactar y dejar su huella. Soberbia.
Sobre la ignorancia y lo que no se muestra es en donde "Sin Señal" (Argentina, 2014) de David Sofia potencia la fuerza de su relato. Una historia simple pero que a medida que avanza se complejiza y se diversifica. Al igual que la serie de ficciones iniciadas con "The Blair Witch Project" la cámara funcionará como testigo de algo que nunca se termina de decir, y mucho menos, mostrar. Un grupo de jóvenes realizadores se adentraran en una isla llamada “El Faro Rojo” para poder desentrañar el misterio oculto en una civilización ancestral que utilizó ese espacio como lugar de destierro. En ese aislado lugar, en el que durante algunos días estarán filmando una película y además el backstage de la misma, es en donde de repente se desnudarán algunas miserias de la convivencia y el trajinar. Todo se complicará cuando la cámara principal no funcione y el documental pase a ser la película principal. Y más aun cuando el sonidista desaparezca misteriosamente del grupo. Al estilo de “Diez Indiecitos” de Agatha Christie, los miembros, que de un idílico comienzo pasarán a una desesperada búsqueda, comenzarán a desaparecer uno a uno en la inmensidad de la oscura y silenciosa noche. Todos comienzan a sospechar de los otros y en esa sospecha eterna es que "Sin Señal" fundamentará su razón de ser. Sofia trabaja con el artificio de la cámara en mano y en movimiento para fijar en el espectador el verosímil del género, necesario para mantener el interés en la historia. Además recurrirá a la imagen generada a través de cámaras infrarrojas y a la estática o cortes abruptos para seguir fijando la idea de naturalidad en la historia. Los personajes respetan la estructura clásica de este tipo de filmes, así habrá una mujer débil en contraste con una fuerte, lo mismo con los hombres, y un líder que comenzará a verse desorientado ante las desapariciones físicas de sus compañeros. A nivel actoral, si bien la idea era la de poder de alguna manera reflejar la naturalidad para poder así completar la idea de “documental”, por algunos momentos hay cierto artificio en la interpretación de ciertos diálogos que denotan el previo armado de las escenas. Un giro hacia el final revelara un aspecto no imaginado, que si bien marca la inflexión necesaria de punto de giro, también podría haberse solucionado de otra manera. Filme de género, con una facturación y calidad acorde al tipo especifico de relato, "Sin Señal" logra su cometido, mas allá de algunos olvidos en la trama y la resolución simple del conflicto. A veces, solo a veces, la sugerencia puede decir mucho más que la explicitación determinante de algo que no hacía falta profundizar.
En el ojo de la tormenta En vez de Arrebato (2014), la nueva película de Sandra Gugliotta podría haberse llamado Búsqueda frenética (Frantic, 1988), porque su protagonista Luis Vega (Pablo Echarri) comienza una desesperada indagación acerca de su entorno, su condición como ser humano y, principalmente, sobre su relación con su pareja Carla (Mónica Antonópulos), a partir de ciertas sospechas despertadas por esta última. Luis Vega es un celebrado escritor y profesor que, a partir de que su mentor y editor (interpretado por Claudio Tolcachir) lo impulsa a escribir su primera novela, todo su mundo comienza a desmoronarse ante la duda sobre una posible infidelidad de su mujer. Cuando descubre el asesinato sin resolver de un dentista, en medio del caso Grotzki investigado para su libro, comienza a relacionarse con la viuda (Leticia Brédice), quien le despertará lo más oscuro de su personalidad. Y a medida que avanza en la investigación para su novela, Luis encontrará irregularidades en el comportamiento de su esposa. El avance temporal -en apariencia lineal, pero no- generará la incorporación de un personaje más en la ficción (un fiscal, interpretado por Gustavo Garzón) y que una vez más pondrá a Luis ante la disyuntiva entre el caso que investiga y su vida personal. Si bien Gugliotta podría haber apostado a lo seguro, generando un film de género simple y efectista, redobla la apuesta en la generación de climas y atmósferas sugerentes (sobre todo en las imágenes de la sórdida noche que le gusta a Laura- Brédice-), que envuelven al espectador y que emparentan las emociones resultantes a las del protagonista. En la ciudad los personajes de Arrebato se mueven como en sus ambientes más personales, profesionales, seductores, ambiciosos, pero es en los espacios cerrados en donde la directora puede construir una narración digresiva que sugiere y mantiene el interés en la historia. El verosímil del proceso de investigación del caso se refuerza con la ambigüedad de la relación de Luis con Laura, un personaje que si bien es trabajado desde trazos gruesos (algo que le encanta a Brédice), marca el obligatorio contrapunto para que las pulsiones comiencen a emerger. Las correctas actuaciones de Echarri y Antonópulos, como una pareja que comienza a resquebrajarse ante la posibilidad de un engaño, es el punto más alto de una película sugerente y que intenta mantener su nivel de producción hasta el último momento.
Por amor al cine Solo Ettore Scola podía lograr un espectáculo tan entrañable y nostálgico, de una belleza única, como la que despliega en Que extraño llamarse Federico (Che Strano Chiamarsi Federico, 2013), su homenaje a un gran amigo personal y a la figura más importante del cine italiano, Federico Fellini. Desde la primera escena, en la que podemos una vez más entrar a los míticos estudios de Cinecittá (donde se rodó todo el docudrama), en los que Fellini desplegó su magia y particularidad, podemos comprender la capacidad de Scola para emocionar con una simple escena en la que, durante un ocaso deslumbrante, miles de personajes se pasean delante de los ojos de un cansino espectador, Federico. Eligiendo la inclusión de un narrador presente, con mirada a cámara, cómplice, para reflexionar e introducir las acciones, el repaso por los primeros años de un joven Fellini (Tommaso Lazotti), ávido de reconocimiento y de la posibilidad de desarrollar su carrera, Scola se detiene en ese momento para situar en tiempo y espacio. La redacción de Marc Aurelio (semanario de humor político satírico), un espacio de trabajo compartido por ambos, en el que el desarrollo de sus incipientes carreras como humoristas, guionistas, dibujantes y luego realizadores cinematográficos, dotan de una fuerza al relato basándose en el verosímil creado sobre esa tarea. El blanco y negro, como así también la decisión de incluir imágenes de dibujos originales de Fellini y el resto de la redacción, van conformando un discurso en el que el seguimiento de los sueños y anhelos sobre el desarrollo de una carrera profesional son tema de análisis. Desde la representación en imágenes de algunas secciones, como también el progreso que atravesaron y que fue transformando a esos jóvenes del interior de la Italia profunda en grandes directores, Scola habla de un tiempo en el que llegar a los medios de comunicación y tener una carrera y el recibir oportunidades con una simple presentación de una carpeta de dibujos, era frecuente. A través de imágenes de archivo, como así también a la inclusión de fragmentos de las mejores películas, Que extraño llamarse Federico llegará hasta el momento de los homenajes a Fellini posteriores a su muerte. El film se inscribe dentro de una línea que recupera la nostalgia como vector de la acción, pero que además impregna con un aura de amor, amor de amigo, amor de admiración por la tarea del otro, como muy pocas veces se ha logrado en la pantalla. Lo extraño de llamarse Federico es para Scola la oportunidad de homenajear al mayor exponente del cine italiano, además narrando sucesos claves de la historia del país, una historia marcada por procesos autoritarios que sesgaron la expresividad fílmica con una censura feroz. Que extraño llamarse Federico es un homenaje a Fellini como autor y como amigo, pero además es una oda al cine, a su mundo y a su importancia en la vida de las personas, y también sobre su presencia eterna dentro de los espectadores, más allá de la muerte física de los realizadores, realzando la capacidad para producir un relato que atrapa lo inasible de un gran creador.
Detrás de “Locos por las nueces” (USA, 2014) se esconden varios errores que, lamentablemente, el cine pensado para niños, pero enfocándose en un público adulto, sigue cometiendo: subestimar a los espectadores. Peter Lepeniotis escribe y dirige esta comedia en la que un grupo de ardillas intentará sobreponerse a la perdida y la escasez de comida que han sufrido, viéndose involucradas con un grupo de malvivientes que, con la fachada de una cafetería, intentarán robar un banco, para conseguir el alimento del invierno. El grupo, encabezado por Surly, no sólo deberá superar varios obstáculos hasta conseguir el botín (miles de nueces escondidas en el sótano de la cafetería), sino que deberá aprender a convivir y trabajar en equipo, algo a lo que no están acostumbrados hace bastante tiempo. Surly egoísta y maleducado, es una ardilla que siempre se ha manejado solo en la vida y se muestra siempre escéptico a las reglas establecidas. Al ver una posibilidad de escape para conseguir su propio alimento, para así no depender del resto de los animales, se embarcará en un viaje por todo el parque hasta lograr su ansiada independencia. Pero a medida que avanza en su aventura, no sólo se sumará Buddy, una rata que lo sigue a sol y sombra, sino que además otras dos ardillas, Grayson y Andie, serán enviadas para poder completar la misión y conseguir también alimento para sus compañeros, entorpeciéndolo. “Locos por las nueces” arranca con un planteo que a lo largo del metraje (extenso, de por sí) va virando hacia una película que intenta dar moralejas en cada paso erróneo que Surly dé. Y ese es su principal error. Cuando un filme, sea animado o con actores reales, dispara sobre emociones y particularidades de un personaje para luego cambiarlas sin justificación apelando a una imperiosa necesidad sobre un cambio moral, ahí es donde falla. ¿Por qué cambiarle la moralidad a un personaje que en lo irreverente despierta más empatía que cuando se muestra correcto? Si hay que reconocerle a Lepeniotis, su capacidad para homenajear al género policial, y en particular a aquellas películas basadas en los intentos de robo de un grupo de gangsters, pero allí también hay otro inconveniente. Los niños no son “consumidores” de películas de este género, por lo que cuando la acción se enfoca en los pormenores del robo, mostrando a los personajes, los escenarios, y hasta la típica disyuntiva entre el ladrón y su mujer (que sabiendo que su pareja es un malviviente se debate entre seguir a su lado o no), la atención de los menores vira hacia otro lugar, fuera de la pantalla. Y si bien el director busca nuevamente la atención con un intento de mostrar cierta empatía entre Surly y Andie, para así también intentar esbozar una línea romántica, la misma se diluye con la misma fuerza que se la trata de imponer en la estructura narrativa de la película. Para sintetizar, lo colorido de los personajes, el dinamismo de algunas situaciones y acciones, y la incorporación del humor con algunas escenas graciosas, no bastan para despertar el interés en una película chata, lineal y que sólo por algunos gags, recuperados de la tradición del slapstick, merece la atención. Aburrida.
Desde la primera escena de “El Ardor”(Argentina/Brasil, 2014), previa a los títulos, uno se introduce en un universo particular, que remite a lo más inherente al ser humano, su capacidad de protegerse para sobrevivir. No importa si uno está de un lado o del otro de los acontecimientos que Pablo Fendrik imagina. Si se es bueno o se es malo. Porque en el fondo lo que va a primar a la hora de la verdad es poder seguir en pie luego de la lucha. La ley del más fuerte. La vieja idea de civilización o barbarie puesta en escena una vez más, pero en esta oportunidad desplegando todo su poderío en medio de la enigmática y amenazante selva misionera, tan misteriosa como los seres que la habitan. Con pocos diálogos, pero con actuaciones sobresalientes de sus protagonistas, que desde la naturalidad y mínimos recursos, logran generar una empatía inmediata, el realizador va armando un entramado de relaciones que forjarán una identidad propia al relato. “El Ardor” es una historia en la que un padre (Chico Díaz) y su hija Vania (Alice Braga) intentan resistir a los embates de un grupo de hermanos expropiadores de tierras (Claudio Tolcachir, Julian Tello, Jorge Sesán) que querrán a toda costa quedarse con la propiedad. Pero el padre y la hija no estarán solos, a ellos se sumará Kai (Gael García Bernal) un misterioso sujeto, que se maneja como un integrante más de la selva, y que los ayudará a proteger su propiedad. Luego que Tarquinho (Tolcachir) decida asesinar al padre de Vania (Braga), Kai (García Bernal) se preocupará por ella al punto de no sólo protegerla, sino también entregarse a un deseo e irrefrenable pasión que excede la tensa situación que atraviesan. Con la amenaza latente del regreso de los asesinos, y de un depredador natural que ronda la hacienda (tigre), el plan de venganza ideado por Kai y Vania, determinará un relato que virará hacia una persecución violenta en medio de la selva. Fendrik arma la propuesta con cuerpos que se van transformando a lo largo de la acción y que distinguen los bandos enfrentados por la capacidad de adaptación o no al ambiente que los circunda. En la naturaleza ya no importa si son mal los malos que los buenos, porque en el solo hecho de resistir “El Ardor” encuentra su razón de ser, un vehículo para el lucimiento de sus protagonistas y un homenaje a clásicos del género del western, suspenso y acción. Justamente, en la reinterpretación del western más árido, con una secuencia de duelo que potencia la rivalidad presentada a lo largo de todo el filme, se potencia una impronta ecológica de denuncia y alarma. El hombre avanza sobre el otro y sobre la naturaleza y a su paso arrasa con todo, hasta el punto de intentar con el fuego superar su incapacidad para poder controlar todo lo que desea y en el tiempo que espera. “El Ardor” habla de instintos y pulsiones, de irrefrenables pasiones que dominan a los sujetos y los sumergen en realidades que ni siquiera habían podido detenerse a pensar y procesar. Fendrik construye una lograda película que en el cuidado nivel de producción, locaciones naturales, buenas actuaciones y una banda sonora que acompaña sutilmente la acción, demostrando que el buen cine sigue vigente con ideas y propuestas sugestivas y efectivas.