Para Carmen (Malena Solda) el mundo ideal sería uno en el que el helado de dulce de leche y las películas proliferaran por doquier. En "El Karma de Carmen" (Argentina, 2014) Rodolfo Durán profundiza sobre la problemática femenina con un personaje que puede generar empatía pero también un profundo rechazo. Carmen (Solda) es alguien que puede explotar en cualquier momento y sin motivo aparente más que el continuar construyendo un universo en el que primero se encuentra ella, luego ella y más tarde los demás. Eterna postergadora de sueños y anhelos, las malas experiencias amorosas la llevaron a aceptar un solitario presente en el que el ir a regañadientes una cita a ciegas por demás atravesada se plantea como la solución de su vida. En el absurdo y el humor Durán guía a Carmen a través de un laberinto en el que los obstáculos solo hacen afirmar la construcción de un personaje interesante y que en el cuerpo e imagen de la potente actriz sostienen un argumento al que le sobran motivos para acercarse a la comedia dramática más tradicional y que hace de personajes cuesta abajo su apoyo y sostén. Solda se brinda y entrega a "El Karma de Carmen" con una total frescura y naturalidad, como así también la construcción corporal de un ser que pese a todo sigue pensando en que la suerte le va algún día a cambiar. Durán acompaña al personaje sin obstaculizar la acción. Se enamora de Carmen/Solda y la sigue por su rutina en la ciudad (club, pileta, heladeria), sumando a nuevos integrantes de la misma como el mantero que vende copias ilegales de películas, confidente circunstancial de la protagonista, que encuentra en un extraño la contención necesaria para sus avatares. Carmen quiere amar, pero tiene miedo y por eso Javier (Sergio Surraco) tampoco acepta del todo el total entregamiento que ella simula hacerle creer, por lo que comenzarán un juego de idas y venidas, de encuentros y desencuentros que no hacen otra cosa que profundizar la descripción de aspectos de los protagonistas. El director cuenta el karma de Carmen de una manera tradicional y lineal, y pese al trazo grueso y obvio con el que presenta a algunos personajes como la amiga (Laura Azcurra) o el padre (Manuel Callau), la narracion no se resiente. “El Karma de Carmen” es una comedia agridulce en la que gracias al oficio de Solda la acción se dispara y se potencia a través de una interpretación lograda y que tomando como disparador algunas situaciones amorosas equivocas logra hablar de las relaciones sociales en la actualidad, la familia, el trabajo y el persistir en la búsqueda de metas e ideales.
Bucear en el alicaído American Way of Life para construir una obra cínica, despiadada y feroz de un país que vive de apariencias es lo que logra David Fincher en "Perdida" (USA, 2014). Una vez más su habilidad para deconstruir y denunciar un estado de las cosas inmóvil e intocable funciona durante los 150 minutos de una película, que aun mutando en su forma a lo largo del metraje no decae en interés. Un hombre, Nick Dunne (Ben Affleck), ve como su suerte cambia de un momento a otro cuando su mujer, Amy (Rosamund Pike), desaparece sin dejar rastro el día de su quinto aniversario de casados. Cuando la detective Rhonda (Kim Dickens) y su asistente (Patrick Fugit) comienzan el proceso de investigación se encontraran con un sinfín de indicios que apuntaran directamente a sospechar sobre Nick y su entorno. La búsqueda de Amy (Pike) se volverá una cuestión de estado, más aun cuando en el pequeño pueblo de Missouri no hay mucho más por hacer más que criticar al vecino y elucubrar las más ridículas hipótesis y teorías sobre el resto de los habitantes. Si en sus obras anteriores Fincher había logrado establecer (excepto en la fallida adaptación de "La chica del Dragón tatuado") una clara línea autoral, es en su acercamiento a la TV con "House of Cards" en donde todo se potencia y "Perdida" bien podría funcionar como un spin off de ésta y continuar algunos de los lineamientos planteados, básicamente los que tienen que ver con el matrimonio. La denuncia sobre la corrupción del sistema judicial, el desenmascaramiento de la mentira detrás del ideal familiar, la hipocresía de los medios de comunicación, y el cinismo como forma de vida, son solo algunos de los tópicos que se exploran en el filme. A través de planos detalles, paneos, planos secuencias y una sugerente y envolvente banda sonora, Fincher logra generar una película que por momentos de drama de búsqueda desesperada se transforma en thriller psicológico, película de procedimiento policial, drama a la "Belleza Americana" con vestigios de conspiración circundante y reflexión sobre la realidad social. A todo esto hay que destacar que por medio de la narración en off y flashbacks como recurso discursivo principal harán que Amy (Pike), la "perdida" del título, posea una presencia más contundente que la del propio Nick (Affleck), que, aun estando todo el tiempo en pantalla, no logra establecer su protagonismo en el filme. "Perdida" adapta el best seller de Gillian Flynn en una película cruda, que no da tregua, y que pese a poseer una duración extendida no resiente su visionado, básicamente por la habilidad de Fincher de poder ir cambiando el tono y la temática, como así también la focalización sobre la victimización de sus protagonistas en un eterno loop de conspiración y duda. “Perdida” es una de las películas del año.
Por mucho que se quiera sostener una idea disparadora, el cine, muchas veces juega en contra de algunas realizaciones. En algunos recientes filmes nacionales un tema es la punta de lanza para intentar sostener algo mucho más extenso que un cortometraje y allí es cuando esa misma idea disparadora se licua y se desvanece. Con "Delirium"(Argentina, 2014) a Carlos Kaimakamian Carrau hay que reconocerle las ganas de generar algo diferente, mucho mas cercano a la nueva comedia americana ("This is the end" como ejemplo máximo) pero tan alejado a nuestra idiosincrasia que termina sesgando el mismo producto que intento construir. Tres amigos, estereotipados, como el nerd, Martin (Ramiro Archain), el responsable, Federico (Miguel Di Lemme) y Mariano (Emiliano Carrazzone) el mujeriego y deshonesto, quieren terminar con sus rutinas e intentan buscar un negocio que los saque de la ruina. Luego de dar muchas vueltas piensan que la mejor salida es filmar una película de bajo presupuesto y logran despertar el interés para protagonizarla, por equivocación claro, a Ricardo Darín. A partir de allí una serie de hechos desafortunados terminaran por complicar todo y llevaran a los tres amigos a una confusión que terminará como cuestión de estado. “Delirium” toma el ridículo de la tradicional comedia delirante (piensen en “Mujeres Amazonas en la Luna”, o más cercana en el tiempo las sagas de los hermanos Wyans) algunos puntos pero no logra terminar de cuajar del todo con la idea. La intención de Kaimakamian Carrau es clara, poder mostrar a Darín en una veta que hasta ahora en el cine no se ha visto, la del "bardero" y "rápido" contestador, y eso es justamente lo mas entretenido del filme, con algunas intervenciones del actor riéndose de si mismo y participando así involuntariamente de una agenda mediática cargada de nada (con todos los noticieros a disposición de “Delirium”) y que del entertainment nutre sus ininterrumpidas transmisiones maratónicas. La falta de ritmo y dinamismo, como también una edición vertiginosa que acompañe la acción es justamente la principal falencia del filme, que se queda en el el intentar ser "innovador" contando la "original" idea de una manera vieja. Apartado especial para la reutilización de imágenes de sucesos históricos lamentables (corralito, saqueos, etc.) para la contextualización de la historia. Una decisión poco feliz dentro de un panorama que ya venia complicado. Darín es Darín y se lo apoya por haber aceptado correrse de un lugar de confort, al igual que el cameo de Susana Giménez como la Presidenta, ofreciendo un discurso una vez mas desalentador. “Delirium” podría haber sido una fiesta, pero termina siendo la resaca del ultimo invitado a quien nadie quiere acompañar a salir del salón. Fallida.
La madre ausente Hay una contundencia temática y una urgencia en Borrando a Papá (2014), de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreyra, que trasciende su puesta en escena casi televisiva. El documental pretende construir un alegato sobre una problemática que exige una revisión pero termina convirtiéndose en una exhibición de casos que no logran cohesión y que rechazan una constitución formal y una entidad fílmica. El disparador de Borrando a Papá es hablar de la realidad de un sistema judicial que mantiene una jurisprudencia favorable a las mujeres en el caso de separación de matrimonios sobre la tenencia de los hijos. Y esto más allá de cualquier posibilidad de violencia ejercida por la mujer sobre los niños o el propio marido. Sobre ese "oídos sordos" que hace la justicia es que los directores arman un alegato pro padres sin importar nada más. Y justamente ese es su principal error. En la exposición casuística se buscan palabras y relatos afines al documental, llegando a utilizar, por ejemplo, hasta la cámara oculta para "victimizar" aún más a los seis o siete hombres que serán objeto de la narración de Borrando a Papá y con los que se quiere universalizar la temática. La violencia expuesta en esa exhibición solo hace restarle fuerza a una problemática que bien podría haber contado con otro tipo de resolución más que la del simple envío televisivo, en el que las imágenes mediatizadas buscan ser efectistas para afirmar o resaltar una posición sobre un tema o disyuntiva. Claramente las directoras toman partido por los padres y eso resiente la estructura de un film que bien podría haber sido otra cosa y que solo queda en la denuncia maniquea y demonizante. Si en su anterior largo (Mujeres con pelotas), para el caso, Ginger Gentile lograba profundizar sobre el futbol femenino y relevaba testimonios 360 y no se quedaba con solo unas voces, en esta oportunidad junto a Sandra Fernández Ferreyra se queda a medio camino. Aquí la madre, el objeto de denuncia, no aparece, salvo por la cámara oculta, que la muestra como como un ser completamente irracional que niega la posibilidad de ver a sus hijos al padre por mero capricho. A través de testimonios de "victimas" y de especialistas, y de la incorporación de "casos" por la utilización de imágenes mediatizadas Gentile y Fernández Ferreyra afirman su posición sin mirar hacia otro lugar ni incorporar la voz que falta para completar su hipótesis.
Existen varias posibilidades a la hora de realizar una película de terror. La más fácil, quizás, sin ser realizador, es intentar una historia simple y lineal en la que algo o alguien persigue a una o varias personas con el objetivo de saciar su necesidad de matar o cumplir una venganza. Con estas características se han filmado cientos de miles de películas y ni siquiera hace falta nombrar ejemplos. Pero hay otra vertiente, una que intenta, de alguna manera, generar miedo y efecto a través del impacto de una historia, que puede bucear en la psicología de uno o varios personajes, y que, en la narración, termina por buscar una línea argumental profunda y afectada. Dentro de esta última rama del cine de terror se inscribe "Necrofobia" (Argentina, 2013), la nueva película del realizador Daniel de la Vega y que con el protagónico de Luis Machín, como dos hermanos gemelos (cualquier comparación con "Pacto de Amor" de Cronenberg no es casual) que a partir de la muerte de uno y del abandono por parte de la mujer del otro (Julieta Cardinali) el mundo comienza a transformarse y cambiar hacia un lugar inesperado. Dante (Machín), ve como su vida se vuelca hacia una inevitable e incómoda realidad en la que al no poder revertir la muerte de su hermano, se ve acorralado también al ser "dejado" por Beatriz (Cardinali) y no puede soportar su presente. Entre sospechas, y misteriosos y sugerentes llamados anónimos a su contestador y celular (porque si bien la tecnología está presente la referencia temporal es difusa), comenzará una búsqueda en la que nada ni nadie estará libre de ser objeto de su duda, y mucho menos él mismo. Pero todo se complejizará aún más cuando Clara, una investigadora (Viviana Saconne) y un amigo (Raúl Taibo), que funcionaran como la voz del raciocinio del protagonista, tan necesaria para devolver a Dante al mundo real muy a su pesar, obstaculizarán sus decisiones. Los cuidados climas y atmosferas diseñados para la oportunidad, como así también una cuidadosa puesta en escena, que se apoya en una efectiva banda sonora (de Claudio Simonetti) que refuerza el impacto de las imágenes en 3D (pese a que la película funciona sin el artificio), arman un film que apuesta al género en una búsqueda personal por lograr su identidad, y lo logra. De la Vega produce una película que introduce al espectador en la mente del protagonista, algo muy difícil y que escapa al trazo grueso con el que siempre se termina de plasmar este tipo de historias, haciéndolo dudar de todas las imágenes que se presentan y que a su vez van dejando indicios de la verdadera historia de los gemelos. “Necrofobia” funciona como un eterno loop de locura, en el que en la reiteración de espacios y situaciones logran profundizar sobre la psicología de los personajes, apelando a la reformulación de estereotipos del género negro (femme fatalle, mujer policía, psicólogo ayudante, etc.) y dotando de una impronta propia y autóctona a las caracterizaciones y acciones. Mención aparte merece la increíble y potente actuación de Machín, una desesperada montaña rusa de emociones que en la mueca sádica e irónica expresa tanto que invade y abruma, hasta el punto de no poder dejar de pensar en el filme sin él y su esfuerzo. Gran apuesta.
En su primera entrega la adaptación cinematográfica de la serie televisiva "21 Jump Street" demostró que el reírse de sí mismo y no tomarse en serio podían originar un producto mucho más potente y valido que la simple trasposición respetuosa. Así, los policías interpretados por Channing Tatum y Jonah Hill (Jenko y Schmidt), si bien cumplían con los estereotipos de las buddy movies, en muchas de las aristas que los componen se podían vislumbrar más allá de estas una fertilidad capaz de alimentar la continuidad de la saga. "Comando Especial 2"(USA, 2014) quiere mantener claro cuál es su origen desde el inicio, con un prólogo símil episodio de TV que recapitula lo acontecido previamente ("previously on 21 Jump Street...") Y que deja en claro lo que sucederá a continuación. Si en la primera Jenko (Tatum) y Schmidt (Hill) se infiltraban en la secundaria para desbaratar una banda de distribución de drogas, como ya se lo había adelantado al cierre de la primera película, en esta oportunidad el trabajo encubierto será en la universidad. Una nueva droga sintética está haciendo estragos entre los estudiantes, por lo que deberán tratar de llegar a la cabeza de la banda y así evitar más muerte en el campus. Pero no les será fácil, porque descansando en la buena racha que tuvieron en el colegio secundario para lograr su objetivo, aquí todo le será más difícil. Además los roces y celos entre ambos potenciaran la parte más cómica de la película, en la que hay hasta un homenaje al slapstick y la comedia física. "Comando Especial 2" posee un guion sólido, con una innumerable cantidad de gags y giros de acción que mantienen el suspenso hasta el último momento. En el derrotero de Jenko y Schmidch por intentar ser algo que ya no pueden (se lo marcan todo el tiempo) se juega mucho más que la resolución de un caso. La idea de la serie de TV era de por si grotesca, o como podía ser que nadie nunca detectara que esos infiltrados adultos desencajaban con el resto de los estudiantes? Acá esa pregunta funda la acción y propone un juego hacia otros temas, generando un dinamismo en el relato que potencia la película. La irreverencia, las bromas escatológicas, los insultos, están presentes en esta entrega, como así también la intención de generar un espectáculo que supere a su predecesor. Phil Lord y Christopher Miller, apoyándose en el guion del propio Hill y Michael Bacall, bucean en el imaginario norteamericano reciente para construir a través de casi dos horas un relato entretenido, que busca ser transgresor e irreverente, pero que termina estandarizando su estructura. El logro de "Comando Especial 2" es demostrar que muchas veces la inspiración puede mejorar algo, que nada tiene que ver con el espíritu nostálgico de recuperar objetos olvidados de la cultura popular, sino que más tiene que ver con la mejora y superación de su antecedente. Mención aparte para los títulos finales que buscan una aprobación para la continuidad de la franquicia.
La filmografía de Natalia Smirnoff se va afirmando lentamente sobre la mirada detallada e hipnótica de personajes y particularidades bastante comunes, pero que le posibilitan la creación de películas intimistas que trasciendan el mero hecho anecdótico del que parten. Si en "Rompecabezas", el mundo femenino era descripto como la abulia detrás de un hobbie inspirador, en esta oportunidad, en "El Cerrajero" (Argentina, 2014), el trasfondo de una tradicional actividad (la cerrajería de molde) se desnuda para mostrar el cotidiano pesar de Sebastián (Esteban Lamothe), su hermético mundo entre llaves y la imposibilidad de asumir un vinculo y relación estable ni siquiera con la noticia de la inminente llegada de un hijo. Sebastián quiere ser independiente, seguir tomando cerveza con sus amigos y salir y conocer a alguna chica para pasar el rato, y nada más. Echarse en su cama, tirarse a mirar el techo, desatender a sus obligaciones. Cuando Mónica (Erica Rivas) le dice que esta embarazada de él, la imposibilidad de generar empatía y asumir su responsabilidad, marcaran que su única respuesta sea el ostracismo y querer que aborte. Paralelamente el personaje desarrollaá una habilidad para "escuchar" la verdad de las personas dueñas de las cerraduras a las que ofrecerá sus servicios, hecho que le generara, por un lado el tener alejarse de sus clientes, porque con sus revelaciones el mal hacia el otro será notorio, pero por otro lo hará acercarse a Daisy (Yosiria Huaripata) una joven mucama que al perder su trabajo convivirá con el. Juntos irán atravesando situaciones que los unirán y que terminarán por redefinir sus diarios rituales y así, Sebastián será el gurú de Daisy, alguien a quien a través de sus trances intentara ayudar sin mucha convicción. Película pequeña, de sentimientos y sensaciones encontradas, ofrece la posibilidad para que el trío protagónico (Lamothe, Rivas, Huaripata) se luzca y a su vez aporte naturalidad a las interpretaciones. En los encantamientos el realismo mágico abruma al costumbrismo y dota de entidad al filme y aún así en “El Cerrajero” no hay mensajes esperanzadores, porque Smirnoff (quien se da el lujo de hacer un cameo) solo pone su cámara expectante para poder así reflejar los sucesos por los que se narrará la historia mayor, la de seres que nunca deciden nada, nunca terminan proyectos (la eterna cajita de música) y deambulan por una ciudad llena de un extraño humo que los obnubila y además enloquece. “El cerrajero” funciona como una suerte de paradoja de la sociedad en la que los ambientes y las atmósferas pueden desconcertar a los personajes e influir en decisiones que no del todo están resueltas y en querer encontrar en el vinculo con el otro, aunque sea temporalmente, una razón para salir de una rutina que aburre y anula la posibilidad de trascender el presente. Enigmática y atrapante.
La madre es la figura más fuerte para Gillaume Galliene en “Yo, mi mamá y yo” (Francia, 2013), aún más importante que él, que dirige y protagoniza esta película como una especie de homenaje a ella. Pero “Yo, mi mamá…” no es sólo eso. Un borrador de autobiografía llevado a imágenes y listo. No. El filme bucea en los intentos de encontrar una manera de decirle al mundo su sexualidad. O mejor dicho, en lo que Galliene atravesó para definirse sexualmente. Así, la acción transcurre con él, encerrado en su cuarto, narrando sucesos de su adolescencia a la par de la descripción y presentación del resto de la familia y de su entorno, cambiante por cierto, que lo rodea y lo abruma. Con un padre ultraconservador, dos hermanos que pelean para ver quién es más fuerte y una serie de compañeros circunstanciales, que del bullying harán de Gillaume un buscador de identidad acosado con muchas menos respuestas sobre él mismo que las que necesita. Al ver como cada día le cuesta más superar la transición del manifestar su verdadera personalidad el protagonista juega a poder absorber un estilo a fin de que todos puedan aceptarlo sin ningún tipo de prejuicio. Pero es testarudo, y el empecinamiento por parecerse cada día más a su madre lo coloca en un lugar de exposición y vulnerabilidad que no posee salida alguna y lo lleva hasta un cuadro casi dantesco en el que su propia confusión transgrede todo. La narración a través de la mirada a cámara y el monologo histriónico, porque no hay que olvidar que esta película es la propia adaptación que Galliene hace de su obra teatral, en el proscenio imaginario, rompen la linealidad de la historia y a su vez permiten profundizar sobre características del personaje. Algunas situaciones ridículas que rozan el absurdo, como así también una atmósfera onírica dotan de vigor a una película que en manos de otro actor/director podría haber terminado siendo una burla grotesca y hasta inverosímil de la realidad de un adolescente que se abre camino. De hecho, la particularidad que una persona mayor haga de joven es un dato que sólo por algunas situaciones expuestas hacen recordar que Galliene no es un adolescente, sino que es un hombre frente a su pasado y gritando una verdad. "Yo, mi mamá y yo" bucea en la mente de un creador que solo quiere hablar de la búsqueda de su identidad sexual y el amor de una manera diferente, cómica, fresca y sin ningún reparo o corrección política.
La tormenta imperfecta Uno de los mayores logros de En el tornado (Into the Storm, 2014), de Steven Quale, es el poder reproducir (o al menos intentarlo en el imaginario) a la perfección la vorágine y desesperación de estar dentro de una tormenta que no da tregua y castiga a todos por igual. Pero con el antecedente de Twister (1996) aún fresco, esta película sólo atraerá a aquellos que nunca han visto un film catástrofe en pantalla grande. Hay una historia que se cuenta en la que varios personajes van desnudando sus miserias frente a cámara (de hecho hay un pedido expreso de hablar frente al lente para generar mensajes que serán abiertos 25 años después), pero el protagonismo absoluto y la razón de ser del film está en esa tormenta que avanza y arrasa sin importar quien o quienes están ante ella. Un grupo de especialistas (encabezado por Sarah Wayne Callies) intentaran darle un marco de "veracidad" y verosimilitud a la situación. Otro grupo de "caza tormentas" (con el liderazgo de Jon Reep) que a la par del grupo anterior, pero sin su rigurosidad y profesionalismo, por diversión, se acercará demasiado al fenómeno. También habrá dos hermanos (Nathan Kress y Max Deacon), que intentarán mantenerse cerca de su padre (Richard Armitage), el vice director de la secundaria, aun sabiendo que éste tiene preferencias por uno de ellos, pero que luego deberá asistir a ambos y a la joven que uno de ellos pretende conquistar (Alycia Debnam Carey). Buscar la tormenta para encontrarse con uno mismo, ser honesto con los sueños y anhelos, descubrir el amor, saber que trabajando en equipo los objetivos llegan se alcanzan más rápido, son solo algunos de los tópicos que se van desplegando en el discurso. La elección de la cámara en mano, con la excusa inicial y la utilización de esto como una suerte de bitácora, modernizan en cierta medida la narración sobre un género que supo tener en otras épocas una gran producción y repercusión en el público. En el tornado posee impactantes efectos visuales y sonoros, que logran transmitir la urgencia y furia de una tormenta que no da tregua, y el director explota esto porque sabe que es justamente lo más rico y entretenido de la película. Pensada como un espectáculo sin más que la exhibición de ruinas, el film no levanta vuelo porque sabe que ofreciendo lo justo y necesario cumple con su cometido. Además recae en una serie de moralejas hacia el final que sólo retraen aún más su posible renovación del género.
Habrá que preguntarle a Luc Besson que le disparo la idea de Lucy (Francia, 2014) una película que revisita sus anteriores filmes, con una inevitable referencia a "Nikita", y una potencia y desparpajo inicial que se va diluyendo conforme avanza la acción. La oportunidad de reflexionar sobre la capacidad cerebral y la pequeña porción del mismo que a diario utilizamos y que solo nos ubica por encima de algunos animales y por debajo del delfín, esto en manos de un científico interpretado por Morgan Freeman, y hace que la acción del filme se enmarque de una manera diferente. Hay una joven, rubia, bella, muy ingenua, que es capaz de enamorarse de la persona equivocada tantas veces sea necesario llamada Lucy (Scarlet Johansson), y que para nada suscribe a eso de no tropezarse dos veces con la misma piedra, eso no cuenta, más bien al contrario. Y en uno de esos romances se topa con Richard (Pilou Asbaek), lo peor de lo peor, y termina envuelta en una red de narcotráfico que la utilizará como mula para distribuir una nueva droga sintética que altera todos los sentidos. Pero lo que no tendrán en cuenta los traficantes es que la droga que Lucy posee en su interior accidentalmente se fusionara con su organismo aumentando sus niveles de actividad cerebral y sensorial a un punto insospechado. La absorción de la droga funciona como bisagra en el filme, y lo dota de características sobrenaturales, haciendo que Lucy pueda, por citar solo un ejemplo, comunicarse con otros seres telepáticamente y obtener beneficio de ellos. La acción arrasa, y transforma a la protagonista de un cuerpo dócil, sumiso, a una vorágine de acción y aventura capaz de liquidar a quien se ponga en su camino, pero esa transformación no se refleja más que como una nueva conciencia incapaz de sobreponerse a su nueva realidad. Lucy sabe que no es la única "mula" que transportaba la CPH4 (nueva droga), por lo que decide, con la ayuda de un policía (Amr Waked) encontrar al resto, contactar al doctor Norman (Freeman) y además liquidar a Mr. Jang (Choi Min-sik) la cabeza de todo este negocio. “Lucy” es una película ambigua y ambiciosa, que arranca con una buena idea pero que lamentablemente no encuentra un sostén, más allá de la interpretación de Johansson, y que intenta darle un marco existencial a unos personajes simples, escritos con trazos gruesos, y que solo en la exageración de algunas situaciones no encuentra un rumbo marcado. Lucy podría haber sido otra cosa, un entretenimiento valido que además denuncie una práctica que día a día atenta la vida de miles de personas, pero ese punto lo ridiculiza y no llega a generar nada nuevo sobre la temática. Besson envuelve muy bien su producto, elige correctamente a los actores y coreografía escenas de acción y persecución impactantes, pero le falta cohesión y continuidad, como así también ritmo, algo que desde "El quinto Elemento" los seguidores y cinéfilos le pedimos.