Terapia para todos No hay nada nuevo en “Gracias por compartir” (USA, 2012), de Stuart Blumberg, una comedia dramática sobre personas adictas al sexo, en la que el mayor esfuerzo se centra en las actuaciones secundarias más que en la historia. En todo aquello que “Don Jon” (USA, 2013) lograba desestructurarse y reírse de sí misma, hablando sobre el mismo tema, en esta nueva película sobre adictos al sexo y el porno hay una moral que atrasa. Esta película es el revés o lado B del filme de Joseph Gordon-Levitt Tres adictos al sexo se harán amigos en un grupo de recuperación y a su vez compartirán sus visiones sobre la problemática mientras se relacionan con el sexo opuesto de una manera “controlada”, respetando y respetándose. Por un lado está Mike (Tim Robbins) el líder del grupo, casado hace cientos de miles de años con Katie (Joely Richardson) y con una problemática relación con su hijo (Patrick Fugit). Por otro lado estará Adam (Mark Ruffalo) quien en medio de su recuperación conocerá a Phoebe (Gwyneth Paltrow) con quien intentará mantenerse en “regla”, pero que al esconderle su situación verá como su sueño de vivir en paz sexual se complica. Y por último Neil (Josh Gad, en un papel muy Jonah Hill) que tratará de superar su adicción acercándose a Dede (Alicia Moore “Pink”) para conquistarla y así despegar de su sobreprotectora madre. Entre los tres se armará una sinergia con la que intentarán llevar adelante la pesada carga de sus problemas, pero también funcionarán como vía de escape para cada obstáculo que se presente. El problema de “Gracias por Compartir” es la chatura con la que Blumberg filma y cuenta todo, y también que entre la pareja principal (Ruffalo y Paltrow) no está la química necesaria como para comprender el denodado esfuerzo con el que Adam tratará de hacer para mantenerse a su lado. Hay lugares comunes, sí, muchos, pero también hay honestidad en algunas escenas entre Robbins y Fugit, y también entre Gad y Pink (revelaciones totales del film) que hacen que todo lo criticable del film pueda superarse. Chata. PUNTAJE: 6/10
A Sebastián Alfie, argentino, en estos momentos viviendo en España, le encargaron la difícil tarea de filmar el antes y después de una persona no vidente de manera diferente y novedosa. Para la tarea decide utilizar una cámara Viper, que le otorgaría más posibilidades en cuanto a colores y granulados y encuentra que en Hungría una persona la tiene: Gabor Bene. En el medio no sabe cómo innovar en el trabajo encargado y es por eso que acepta que Gabor, un otrora director de fotografía no vidente ahora merchand de útiles para filmaciones, integre el rodaje con su viejo cargo. “Gabor”(Argentina/España, 2013) es un doble relato de cine dentro del cine y de los desafíos de intentar ponerse en la piel del otro cuando un “impedimento” marca a fuego la existencia. Tanto Alfie como Bene poseen personalidades fuertes, y si bien en algún momento chocan por decisiones laborales, a nivel personal el vínculo que inician es tan fuerte que supera la mera realización del documental. Alfie ve en Gabor la posibilidad de representar todo aquello que quiere contar en imágenes y no puede, para el caso le pide ayuda a su madre, quien a larga distancia asistirá al joven director con decisiones que van más allá de meros consejos y que intentan ubicarlo dentro de las posibilidades que Gabor transitará en esta aventura. De España a Bolivia. De la urbe a El Alto, una población indígena Aymará en la cima de una montaña que complicará la realización y exigirá que los cuerpos de los actores se acondicionen para conseguir el objetivo. En el medio del proceso de filmación del trabajo por encargo algunas trabas, de los tres casos de personas que recibirán tratamiento y operación para volver a ver, sólo una podrá finalmente tener una resolución óptima y consecuentemente completar el proceso ante cámaras. Y ahí el planteo filosófico sobre la condición del director y del no vidente, uno se cuestiona al otro, ¿sirve generar una mentira para cumplir con el objetivo? ¿o simplemente hay que permitir que la realidad se plasme en la pantalla?. “Gabor” es un filme que reflexiona sobre el encuentro de dos personas con ganas de seguir contando historias y hacer cine, pero también sobre la fuerza que mueve a los seres humanos a pesar de sus limitaciones. Con trazos gráficos, una banda sonora estimulante y la presentación del personaje principal como un imán, Alfie evita que el documental caiga en lugares comunes, todo lo contrario. El filme analiza las más profundas sensaciones de Gabor y pone en pantalla su punto, vaya ironía, de vista, que a medida que avanza el metraje se va mostrando y potenciando en cada jornada de rodaje. Una película optimista, que permite conocer más de ciertas limitaciones incluyendo, en un juego osado y arriesgado, pero con buen resultado, a un miembro de la comunidad no vidente como productor del discurso. Emotiva.
Lugares comunes, clichés, formulas probadas, excepto en “North” (USA, 1994) Rob Reiner es un especialista en aprovechar esto y en “Juntos pero no tanto” (USA, 2014), apuesta a lo seguro sin tener que arriesgarse más que en su propia exposición a la cámara en un personaje secundario. En la historia de un cascarrabias sin corazón (Michael Douglas) y que ha cerrado sus sentimientos luego del fallecimiento de su mujer tras una larga enfermedad hay mucho de la última comedia americana blanca. Oren (Douglas) vive en un pequeño complejo de apartamentos en los que intenta alejarse del ajetreo laboral, en el que mostrar casas y mentir son sus principales tareas. Para contrarrestar este panorama Reiner nos presentara a Leah (Diane Keaton) su dulce y buena vecina, con quien mantiene una relación de amor/odio inquebrantable. Ambos personajes son presentados en ámbitos diferentes. Oren es la persona que aún trabaja y que se esfuerza por alcanzar un último objetivo (vender una vivienda en 8.6 millones de dólares), mientras que Leah (Keaton) es mostrada como un ser más sumiso y dedicada a tareas hogareñas y en parte a recuperar su actividad como cantante en un pequeño bar de mala muerte. Mientras uno es ermitaño y solitario, el otro es amigable y perserverante, aún la vida les vaya poniendo obstáculos y colocándolos en lugares que a su edad aún no se imaginaban estar, como que un día el hijo de Oren se presenta con una nieta, que él desconocía, y, con la que deberá relacionarse a regañadientes. Pero como bien dice el refrán los opuestos se atraen y en la mutua colaboración un acercamiento inesperado hará que esa relación otrora casi sin dialogo, solo monosílabos y un buenos días/buenas noches, gire hacia un entendimiento que a pesar de haberse iniciado con una mala noche pueda transformar a este grinch irascible en el ser más comprometido y amistoso del vecindario. Keaton aprovecha el lugar que Reiner le otorga y pese a que el protagonismo es de Douglas (en esta película físicamente igual a su padre) potencia a la Leah, la cantante de viejos clásicos, con una maestria similar a la que interpreto en “Alguien tiene que ceder” (USA, 2003) y explorando la línea argumental que acerca a “Juntos pero no Tanto” a clásicos que exploran el amor en la tercera edad (“La fuerza del cariño”, “Romance Otoñal”, “Elsa y Fred”) y que tanto gustan al público. Obviamente que Oren luego será transformado por su nuevo entorno y principalmente por Leah y allí comenzará otra película, en la que los sentimientos iniciales se cambian y se transforman corriendo el metraje. Sencilla en la puesta y con una intención clara de trazar personajes con características de tómelo o déjelo, a “Juntos pero…” le sobran minutos y le faltan más punchlines, pero cumple en lo que propone, generando empatía en los seguidores de Keaton y Douglas y en los amantes de las comedias románticas.
Recuerdo una definición sobre obra de arte que indicaba que una obra artística como tal es aquella que deja en el individuo alguna sensación luego de verla, aun transcurrido un lapso prolongado de tiempo. En el caso de "La ballena va llena" (Argentina, 2013) del colectivo Estrella del Oriente, esta definición se aplica y ajusta operando de una doble manera, ya que si bien el filme es parte de otro objeto artístico (la ballena que transformará a migrantes en objetos de arte), su sola existencia la afirma como la voluntad de algo que nunca será. En la difícil tarea de recaudar fondos para concretar y materializar el proyecto, con alguna intención ingenua de parte de algunos de los integrantes del colectivo y hasta alguna baja en el camino, se va presentando un discurso sobre la imposibilidad de concretar los deseos y anhelos de los protagonistas. El proyecto de la ballena, un enorme crucero con la forma del inmenso animal, tiene en su idea germinal la posibilidad de, a través de un mecanismo de exposición a una gigantesca réplica del migitorio de Duchamp, la transformación de sujetos en objetos de arte que luego serían colocados en países del primer mundo. Es decir que mientras en países dominantes se expulsa a los inmigrantes y cada día aumenta más la xenofobia, con este mecanismo de "transformación", esos sujetos (antes migrantes) podrían ingresar a esos países en forma de mercancía artística. En lo arriesgado de la idea y en la defensa exacerbada del proyecto, que llevó al grupo hasta lugares inimaginados en la difícil tarea de conseguir fondos, es en donde "La Ballena..." muestra su verdadero potencial y verosímil. El grupo intenta validar la narración con imágenes de especialistas hablando de la posibilidad o no de viabilidad del proyecto, pero es cuando no muestran a los personajes cuando más aciertan. Una tal Begonia de una Fundacion española con la que intentaran contactarse en repetidas oportunidades (a veces con suerte y otras no) resume la principal característica de un filme testigo sobre la lucha por concretar los sueños a pesar de los obstáculos que en el camino se presenten. Los miembros del grupo (Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro, Pedro Roth, Juan Cedrón y Marcelo Céspedes) son carismáticos y potencian la linealidad del no relato hasta límites insospechados. Ya no importa si la Ballena finalmente se construye, y si la narración posee baches y saltos de eje y hasta cierto artificio en la puesta en escena, la sola expectación de aquellos impedimentos y la presentación de cada una de las personalidades de los artistas, construyen un relato testigo de algo que en celuloide terminara afirmándose como una obra de arte sin su correlato material. Arriesgada pero fructífera propuesta.
La minuciosidad, el amor, la pasión y el detalle con el que Ada Frontini encara la propuesta de “Escuela de Sordos” (Argentina, 2013) excede el análisis de si estamos frente a un filme documental o a una docuficción profunda y sentida. Alejandra, protagonista de la historia, es alguien que en la dedicación y el esfuerzo trabaja con jóvenes y niños sordomudos para intentar armarlos a que se relacionen con el entorno hostil. Ella es profesora de lenguaje de señas y reeducadora, pero sus alumnos saben que tiene algo que va más allá que la mera descripción y enseñanza, ella puede comprometerse hasta el punto de enseñarles cómo utilizar, por ejemplo, un teléfono móvil. Alejandra recorre caminos de tierra y va de un lado al otro del pueblo llena de conocimiento y ganas de empujar e impulsar las vidas de aquellos que por cuestiones ajenas a su voluntad se encuentran con el impedimento de escuchar y poder expresarse correctamente. Los debates nocturnos con su hermano, en el que un disparador como la viabilidad de un implante coclear o las diferencias entre las señas utilizadas en determinada provincia y localidad, enriquecen un relato estático y tradicional. Ada Frontini no destaca la puesta en escena, siempre el mismo encuadre, la misma luz, la misma dirección de la cámara, para mostrar la reiteración de algunas acciones por parte de la maestra en su cotidianeidad. Alejandra sube a su viejo Citroën destartalado y va a la escuela, trabaja con alguno de los alumnos, se relaciona con ellos profundamente fuera de la misma, cena con su familia y debate sobre su profesión. Ama profundamente su actividad, sino no se creería la impronta con la que asume sus responsabilidades y la paciencia y el esfuerzo que en cada fotograma Frontini puede desplegar la vocación y la pasión de la docente. Es interesante el juego que la directora realiza en varios momentos del filme de incorporarnos en la película hasta el punto de dejar de dialogar con palabras y colocar subtítulos para entender las señas y sólo exhibir charlas en las que las manos se apuran para formar frases y diálogos. En ese punto del filme sabemos todo sobre Alejandra y sus alumnos y queremos conocer más, o sino ¿por qué nos quedamos con la duda final sobre el envío correcto o no de un mensaje de texto al celular de la maestra?. Otro personaje quizás no llegaría tan directo como el de Alejandra y eso Frontini lo sabe y es la razón por la cual más que la Escuela (que brinda el nombre al filme) asistimos a una puesta en escena donde el recinto educativo queda en un segundo plano. En las manos, en los gestos, en cada detalle de las largas y extenuantes clases de apoyo y enseñanza, y también en la resistencia de los alumnos es en donde “Escuela de Sordos” marca una diferencia sobre otras películas de la misma línea y temática. Entrañable.
Terror interno Líbranos del mal (Deliver Us From Evil, 2014) de Scott Derrickson, producida por Jerry Bruckheimer (no es un dato menor) habla no solo de una fuerza maligna que rodea y se apodera de seres vulnerables, sino también, de oscuros secretos que nunca terminan de ser aceptados y explicitados, que pueden arrastrar a una persona a los limites del entendimiento. Cuando el sargento Ralph Sarchie (Eric Bana) comienza a investigar un extraño caso que aparentemente conecta varios hechos sobrenaturales, en realidad lo único que hace es profundizar sobre su condición humana. Porque por más que cumpla con procedimientos e intente mostrarse como un hombre honrado y de familia, ni aun en la intimidad de su hogar puede escapar de sus otros fantasmas, los que en los momentos de soledad lo acosan y atormentan. En el camino de desatar y unir cabos se encontrará con el padre Mendoza (Édgar Ramírez), un especialista en exorcismos y otras maneras de espantar a los malos espíritus y quien también lucha constantemente contra si mismo por un pasado bastante oscuro que lo acercó a la fe. Entre ambos trataran de dilucidar las claves de extraños casos en los que se ven involucrados tres veteranos de la guerra de Irak, quienes aparentemente, trajeron a su país algo mas que las frecuentes y esperables pesadillas de alguien que estuvo en una contienda militar. Los polos se atraen y por una virtud de Sarchie, y que en realidad parece mas un tormento, no solo la relación con el padre se potenciara sino que en medio de su proceso de investigación escuchará voces que lo dejaran al borde de la locura y la sobre exposición a situaciones complicadas y límites. Si hay lugares comunes, muchos, y cierta chatura en la dirección de cámaras y puesta en escena, pero que se suplen con una solidez actoral, principalmente Bana, con una interpretación diferente a la que nos tiene acostumbrados, que hace que lo banal se sublime frente al subtexto que profundiza conflictos internos en su personaje. Hay muchas conexiones con algunas películas del género como Poseídos (Fallen, 1998) y El coleccionista de huesos (The Bone Collector, 1999), de las que rescata su espíritu lúdico y relación con la cultura popular, ya que una canción de The Doors será la clave principal del film y en cuya letra el mal deposita la exigencia de contemplación y culto. No esperen encontrar la obra cumbre del genero, pero Líbranos del mal es efectiva y cumple con sus premisas.
Bienvenidos a un lugar en el que nada ni nadie tiene asegurado su lugar. Un espacio cinematográfico en el que las formulas más conocidas son transgredidas y reformuladas desde la inteligencia y la autoreferencia. Apelando a una de sus franquicias menos populares, Marvel y Disney quieren explotar las taquillas con una película que recupera el humor a base de ironía y punchline, potenciado por la torpeza necesaria de sus protagonistas, para generar una empatía obligada en personajes que, a pesar de una primera mala impresión, cada uno de los alienígenas del grupo de "Guardianes de la galaxia"(USA, 2014), terminarán siendo entrañables al finalizar el viaje. Peter Quill (Chris Pratt) es un terrestre perdido en el universo, y que a fuerza de buscar piezas perdidas por encargo y luchar contra los que las poseen, trata de mantenerse en equilibrio escuchando música de los años 70 (hits de segunda línea). Mientras busca como saltar en la cadena de mando a su jefe (Michael Rooker), creerá que la solución es escapase con el último botín encargado. Pero en su fuga, imprevista y espontánea, se topará con Gamora (Zoe Saldana), hija de un malvado ser y que respondiendo a Ronan (Lee Pace), el villano de turno, tratará de recuperar una pieza que, aparentemente, posee la clave y el poder necesario para controlar o destruir la galaxia (según el poseedor). A ellos se sumara el mapache Rocket (Bradley Cooper) y el vegetal Groot (Vin Diesel), unos caza recompensas que contrastan por sus diferencias (cualquier comparación con R2D2 y C3PO es inevitable), y que finalmente entre todos trataran de proteger esa pieza para evitar que caiga en manos equivocadas y cobrar la fortuna que darán por ella. Más tarde al equipo se unirá Drax (Dave Bautista), un irracional personaje, que conocerán en la cárcel y con quien desde un primer momento no quedará claro cómo relacionarse con él y evitar que desate su furia incontenible con alguno del grupo. La película de James Gunn (también autor del guión) profundiza sobre temas que siempre están presentes en filmes de la Marvel: amistad, trabajo en equipo, valentía, esfuerzo, sumando como diferencia con sus antecesoras, en esta oportunidad, un discurso que encuentra en la recuperación de iconos de la cultura popular (Alf, Footlose, etc.) la base necesaria para que un público nostálgico llene las salas. La película está dividida en dos partes bien claras. En una primera etapa de presentación y reconocimiento, hay un prólogo que precede una escena inicial que ya está destinada a convertirse en un clásico, y que marcará el tono de todo el filme. La segunda etapa es una búsqueda de identidad grupal mientras combaten con las fuerzas del mal, principalmente para mantener el orden del universo. Una serie de personajes secundarios, interpretados por actores de la talla de Glen Close (Nova Prime), John C. Reilly (Rhomann Day) y Benicio Del Toro (El Coleccionista) además dotan de calidad a un producto que va tomando vuelo de a poco a fuerza de efectos especiales y diversión. Mientras que las películas de héroes, principalmente las de DC comics, se ponen cada vez mas solemnes y serias, "Guardianes de la Galaxia" se ríe de si misma, sin tomarse en serio y ofreciendo un entretenimiento único, con mucho mas humor que el que imaginábamos que una película basada en un cómic podía tener y menos pretensiones.
La espera eterna El progreso es algo que arranca en un punto cero y comienza a ir hacia delante sin miras de parar o retroceder. Pero ¿qué pasa cuando se decide que ese progreso no tiene que continuar? ¿Cómo se convive con un dolor y una nostalgia tan enorme que transforma todo lo que se piensa y se cree que nada debe cambiar? Michael Wahrmann maneja esta idea de no progresión en Avanti Popolo (Brasil, 2012) un docudrama centrado en la historia de un hijo (André Gatti) recientemente separado que decide instalarse en la casa de su padre (Carlos Reichenbach) hasta organizarse y termina sumido en una lógica enfermiza. La casa del padre se encuentra casi abandonada, en ruinas. Y en igual estado se encuentra el padre. ¿Por qué motivo está así? Es lo que iremos develando con el correr de los minutos hasta que la verdad aparece. Un duro revés del destino hizo que hace años perdiera a uno de sus hijos. Y él lo espera eternamente, sin importar que el mundo avance o que el progreso pase por delante de su casa y no se detenga en ella, y en donde la desidia y el dolor han generado metástasis. Michael Wahrmann es un artesano y un obsesivo por plasmar imágenes que exudan y calan hondo. Los planos detalles de la vivienda, de las paredes, de las manchas de humedad, del papel tapiz roído y antiguo, de los objetos sucios, van construyendo la fuerza de una historia que no avanza. El padre espera, tiene un perro, Ballena. En un momento el perro se escapa y no regresa. Una espera más. Desesperación que no entiende el hijo. La crudeza de un simple hecho que potencia toda la estrategia narrativa anterior y que conmueve. Mientras asistimos a la intimidad de la relación filial, vamos reconstruyendo el pasado del hijo desaparecido a través de anécdotas e imágenes. Un found footage falso que otorga la impronta que hace falta para sostener el verosímil fílmico a base de planos fijos, eternos, necesarios para narrar la historia del padre que sigue esperando en silencio. Es que además de hablar sobre pérdidas y esperas, el director también habla de cine. No sólo porque los protagonistas (Gatti y Reichenbach) pertenecen a él, sino por que en la exhibición de rollos de Super 8, con proyectores que dejan de funcionar y que nunca muestran su verdadero ser hay escondida una necesidad por homenajearlo. Un auto recorre las calles de un pueblo de Brasil y de fondo suenan varios temas musicales del mejor folclore militante latinoamericano. Pero ante “La muralla” de Nicolás Guillén, en versión de Los Quilapayún todo cobra sentido. Y así como nos topamos por primera vez con Gatti, enojado y con una vieja valija, parando el avance del auto, en ese primer stop de la acción de la primera escena de Avanti Popolo, se encierra la lógica de toda la película.
Cuando la vida no vale nada En una escena de 12 horas para sobrevivir (The Purge: Anarchy, 2014) uno de los protagonistas se “sacrifica” por su familia por una suma de dinero. Unos millonarios de las afueras de la ciudad pagó 100 mil dólares para asesinarlo pulcramente en la quietud de su domicilio. La escena dura segundos, pero en ella está la clave de una película en la que ningún convencionalismo, más allá de alguna que otra ley de género, es respetado y justamente ahí radica su frescura. Si en su predecesora La noche de la expiación (The Purge, 2013), la posibilidad de poder durante 12 horas matar a alguien sin ser culpado, dotaba de potencia a la clásica historia de encierro infructuoso (ya visto en La habitación del pánico, por ejemplo) con tinte de denuncia social y política, ahora la anarquía dirige todo. En esa primera entrega de esta saga se narraba cómo el pueblo norteamericano, en un futuro no tan lejano, se prestaba a una noche en la que todo valía con tal de reducir el crimen y la violencia generalizada. Para los que esperaban ver una secuela, 12 horas para sobrevivir tiene una sorpresa, porque en vez de asistir a ver cómo las familias se encierran a resguardarse de las hordas que arrasarán con los más desvalidos, la acción ahora se desarrollará en la calle y con los más desprotegidos. La tensión de la dicotomía dentro/fuera es resuelta en esta oportunidad con un afuera arrasado y apocalíptico, que en 12 horas espera solucionar conflictos entre los protagonistas más allá del rango etario y social. Los ricos que quieren cazar pobres, y los pobres corren y tratan de escapar mientras el caos se desata. Ya no hay un núcleo familiar sino un líder (Frank Grillo), que ayudará a un grupo de personas que deberán aliarse para poder sobrevivir a las 12 horas de la purga. Habrá una madre y una hija Eva y Cali (Carmen Ejogo y Zoë Soul) y una pareja a punto de separarse (Zach Gilford y Kiele Sanchez) que lucharán por sus vidas, independientemente de su ideología. James DeMonaco dirige con holgura una película que encuentra el punto justo entre el splatter y la denuncia apocalíptica, hablando de un futuro probable en una sociedad cada vez más retraída en los hogares. 12 horas para sobrevivir, al igual que La noche de la expiación, es la respuesta de Hollywood a un síntoma de época, y que más allá de plantear una idea alocada (Robocop también lo era y hoy ya se están construyendo los primeros robots policías en Estados Unidos), a través de potentes imágenes mediatizadas, lo único que se hace es reforzar un contexto afín para su consumo y disfrute.
Un camino duro de andar En Lore (2012), de la realizadora Cate Shortland, una joven Alemana intentará salir adelante con sus pequeños hermanos en medio del proceso de reorganización posterior a la muerte de Hitler. Con su familia la joven tratará de llegar al Norte del país para encontrarse con su abuela para ponerse al resguardo de los posibles castigos y penas del gobierno en ejercicio del poder. En medio del camino Lore (interpretada por la debutante Saskia Rosendahl) se cruzará con Thomas (Kai-Peter Malina) un hábil refugiado judío con el que establecerá una alianza de cooperación, pero también un vínculo muy estrecho en el que se confundirán los límites de la atracción. Lore es la adaptación cinematográfica de la novela El cuarto Oscuro de Rachel Seiffert que explora la mentalidad e ideología de una joven alemana criada en el contexto de las SS por un padre militar y una madre autoritaria y su posterior fuga hacia el norte del país para protegerse de posibles castigos. Al ser encerrados los padres de la joven por sus crímenes, Lore asumirá la responsabilidad de su familia en un contexto hostil, en el que deberán ir deshaciéndose de objetos preciados para poder alimentarse o conseguir un momentáneo hospedaje, como así también exponerse a humillaciones para subsistir. La película arranca con una escena de juegos en un verde bosque para marcar el fin de algo que se perderá, porque Lore habla de una transformación superadora hacia algo que imprevistamente se intenta demostrar como una mejora: el salir al mundo y conocer algo que sus padres le habían negado. Es que Lore posee una profunda admiración por las SS y el fuhrer, algo que deberá ir asumiendo como una carga a medida que se va enfrentando con una realidad que le muestra una imagen completamente diferente a la que sus padres le contaban. De una fábula en la que todo era maravilloso y Hitler un ideal a una crudeza real en la que no sólo la muerte despierta de un sueño al más escéptico sino también al más obstinado. Shortland se obsesiona con los contrastes y mientras la naturaleza es utilizada como vía de escape para la niñez (con un predominio del verde) los espacios cerrados (en azul) son utilizados como el lugar en el que las atrocidades del nazismo se concentran y potencian. La joven ama a sus hermanos pero en el camino hacia la libertad se encuentra en una disyuntiva en la que la frescura y la inocencia se va perdiendo y su personaje se transforma para crecer y desconfiar de todo aquel que se acerque para brindarle ayuda, incluso Thomas, con quien más allá de crear ese vínculo de ayuda, una natural atracción hacia él le impedirá vivir con naturalidad un romance que solo permite relacionarse como si fuera su ama. Profunda reflexión sobre el acompañamiento civil al genocidio alemán y sobre la imposibilidad, aun frente a hechos reales, de cambiar el adoctrinamiento de largos años.