Pasaron diez años entre el último contacto de los monos con los seres humanos. Replegados en el bosque, los simios pudieron construir una comunidad en la que todo vestigio de civilización y humanización fuera desterrado. Así arranca “El planeta de los simios: Confrontación”(USA, 2014), sin diálogos, pero con imágenes de una profunda belleza y que bajo la dirección de Matt Reeves retoma la historia de un clásico de la cultura popular pero desde el punto que se dejó en “(R) evolución” de 2012. Dirigidos por César (Andy Serkis), líder honesto y con valores, los simios intentarán vivir tranquilamente y en armonía hasta que, la llegada de un grupo de humanos, encabezados por Malcom (Jason Clarke) y Ellie (Keri Russel), quiebre el equilibrio logrado hasta el momento. Los humanos se adentraron en el bosque con el objetivo de llegar a una represa abandonada para poder hacerla funcionar y obtener así energía eléctrica. Son tan solo una pequeña muestra de una colonia que vive aislada entre muros y que con el aval de Dreyfus (Gary Oldman), una suerte de líder, tratará de recuperar a través de la luz la posibilidad de recuperar cierto clima de civilización en los destruidos hogares y comercios de la zona. El encuentro entre simios y humanos no resultará favorable y más allá de un intento denodado de Malcom (Clarke) por explicarle a Cesar (Serkis) de la necesidad de encontrar la represa, serán expulsados del bosque. Luego la relación cambiará, una serie de hechos desencadenarán la imperiosa necesidad de César de volver a confiar en los humanos (ayudan a su hembra, principalmente) por lo que el sueño de los hombres de volver a tener luz estará más cerca. Pero dentro de la comunidad de simios un líder negativo como lo es Koba (Toby Kebell), intentará recuperar lo más irracional de su especie arengando para que los hombres sean vistos una vez más como una amenaza y enfrentándose sangrientamente con ellos. “El planeta de los simios: Confrontación”, tal su título Argentino, denota la idea principal del filme en la que dos grupos intentarán superar sus diferencias para llegar a un acuerdo, o no. La vieja idea de civilización o barbarie aplicada a la inversa, en la que los humanos deberán sortear determinados obstáculos para poder así volver a civilizarse, a encontrar su esencia, contiene la propia premisa de la historia. La discusión sobre el orden natural y la cadena de mando deja lugar a un análisis exhaustivo sobre la enajenación del ser y la caída de los valores morales y éticos de la sociedad humana. Reeves no deja lugar para la empatía, y a través de una sólida estructura argumental y narrativa construirá una potente película que a fuerza de conflicto e impactantes imágenes, logra convertir al filme en una de las mejores adaptaciones de la vieja serie televisiva. Los valores que poseen los simios son confrontados a lo largo de toda la duración de la película con los que poseen los seres humanos, y hasta cierto punto, en la comparación, los hombres salen perdiendo, razón por la cual la película cala hondo en los espectadores.. La crueldad y virulencia de algunas escenas además, dotan de un verosímil a la animación generada a partir de Weta Digital, que se plasma en la minuciosidad de los detalles de los personajes animales. Además, el nivel actoral (Clarke, Oldman, Russel, entre otros) de primera línea sirve para revisitar una vez más un clásico que sigue tan vigente como siempre. Tensa y reflexiva.
Superando Obstáculos Para ser un avión fumigador y creer en sus instintos a Dusty le ha ido muy bien, y en esta nueva entrega Aviones 2: Equipo de rescate (Planes 2: Fire & Rescue, 2014), el spinoff de Cars cambia el tono de competencia hacia un mensaje más motivador, en el que valores como trabajo en equipo y esfuerzo son sus principales ejes. El gran Dusty vuelve a la quietud de su pueblo natal para descansar del desgaste físico y emocional que le significó haber participado del rally "Alas por el mundo" y durante el receso aprovechará para estar con los suyos y también ultimar detalles técnicos que le posibilitarán continuar trabajando en las ligas mayores. Pero un problema mecánico con la transmisión le avisara que de continuar exigiendo al máximo su motor lamentablemente deberá olvidarse de correr para siempre. Testarudo y empedernido, Dusty no atenderá las indicaciones de Dottie, su mecánico, y en una noche en la que la rebeldía y la impotencia por intentar recuperar algo que ya no podrá ser (competir y volar a gran velocidad), el joven generará un accidente en la pista de aterrizaje del aeropuerto de PropWash Junction, que derivara en un incendio y en la posible clausura del lugar (a días de recibir a miles de turistas para el Festival del Maíz) por la falta de herramientas que permitan contemplar contingencias. Avergonzado y sabiendo que la única posibilidad de solucionar el inconveniente será la de tomar cartas en el asunto, decidirá viajar a Piston Peak, un pueblo vecino, para tomar un curso, de manos de Blade Ranger (el líder), que lo convierta en el nuevo bombero de que acompañará a Mayday (un camión hidrante centenario) en tareas de Emergencia (y así recuperar la habilitación del aeropuerto). Si en Aviones (2013) el espíritu lúdico de la competencia era lo que guiaba el film, en Aviones 2: Equipo de rescate, la explicitación sobre la necesidad de comprometerse y reparar los daños, más allá de relegar los deseos y sueños más profundos, potenciara una moraleja que se esparce en cada escena. Para acompañar a Dusty no solo estará su viejo equipo de trabajo/amigos, sino que se sumaran una serie de actantes relacionados a la tarea que deberá asumir (ser bombero) como: Dipper (una groupie de Dusty), Windlifter (un helicóptero indoamericano) y Cabbie (un viejo avión transportador), quienes juntos intentaran trasladarle al avión fumigador ,devenido ahora en aprendiz de bombero, la información y técnicas necesarias para convertirse en el más responsable de los SIT (aviones bomberos) del lugar. Además estará el "super intendente", un personaje "malo", necesario para generar conflicto, que aportará dinamismo y puja de valores a una trama que minuto a minuto gana en tensión y en la que el director Roberts Gannaway apelará a la utilización de imágenes subjetivas de Dusty y la recreación con gran realismo de escenarios naturales para dotar de verosimilitud las escenas aéreas de la película. La utilización del 3D y las impactantes imágenes de los incendios también brindaran realismo y tensión a un film que pese a ser animado puede trascender la mera puesta en dibujos y generar un mensaje potente. La confrontación de valores y esquemas: nuevo/viejo, campo/ciudad, fama/anonimato, acompañada de una búsqueda iniciática con posterior transformación del protagonista, así como también las múltiples referencias a la cultura popular (CHIPS, Howard the Duck, etc.) hacen de Aviones 2: Equipo de rescate, un film muy entretenido y superador de su precuela. Dane Cook, Teri Hatcher, Stacy Keach, Ed Harris, algunos de los actores que en la versión original prestan sus voces a los personajes.
Hay una afirmación en el cine que hace Rodolfo Ledo, y principalmente cuando es por encargo, casi tan antigua como la propia industria fílmica, y es la de aprovechar algunos elementos consabidos y consagrados de un determinado momento para construir una pseudoficción que se basa en la nostalgia pero que no termina de cuajar por ningún lado. No es que “Bañeros 4: Los Rompeolas” vaya a ser la excepción a esta regla, al contrario, una vez más afirma que la saga derivó en un cine que no es cine y que así y todo llevará hordas de público, vacaciones de invierno mediante, y que respaldará un producto que sólo podría pensarse para otro formato y soporte. Cuando en los años ochenta Argentina Sono Film lanzó la primera “Bañeros…”, existía una necesidad de recuperar un género que en exponentes como “Los cuatro grandes del buen humor” permitían el desarrollo de productos familiares industriales, pasatistas, y que se exhibirían durante los recesos (invernal y estival) con gran respuesta del público.A “Los Bañeros más locos del mundo” la precedían las dos primeras entregas de “Brigada Explosiva”, con el mismo equipo, que luego continuaría en dos aventuras más, hasta arribar a la secuela de Bañeros que comenzaba una nueva historia desde cero. Luego una serie de derivados como “Extermineitors”, y, más acá en el tiempo, toda la serie de filmes protagonizados por Guillermo Francella en clave desaforada (“Papá se volvió loco”, también de Ledo es su máximo exponente). Si en la primera “Bañeros…” la ingenuidad e inexperiencia de alguno de sus protagonistas terminaban por generar cierta simpatía por la historia (malos bañeros que a fuerza de engaños lograban conseguir un trabajo), en “Bañeros 4” no hay espacio para la empatía porque todo lo naif se pervierte y se corrompe. Porque no es que “Bañeros…” no cuente nada, hay una premisa que dispara cuando un malvado empresario llamado Olaf Larsen, junto a su torpe hijo (Nazareno Mottola) intentarán apropiarse de un parque acuático y un balneario para construir un megacasino. Chiara (Fátima Florez), la dueña del lugar, no sabe nada del malvado plan pero decidirá aumentar la dotación del balneario (negocio que nunca prospera) para evitar caer en crisis por lo que le sugerirá al “gerente” de la playa (Emilio Disi) que rápidamente pueda conseguir empleados. Emilio se pondrá en contacto con su grupo de ex ayudantes (Mariano Iúdica, Pachu Peña, Freddy Villarreal, Pablo Granados), que antes de destrozarlo, trabajan como cocineros en un restaurante chino de una mujer (Gladys Florimonte). A ellos se sumará Karina Jelinek (que se ríe de si misma todo el filme) y entre todos intentarán recuperar el tiempo perdido, remozar la playa y luego impedir que Larsen se qude con todo. Pero esta premisa se difumina con el correr del metraje, por lo que asistiremos a un eterno sketch de algún viejo programa cómico y que en su eterna repetición llega a generar alguna sonrisa, pequeña y medida. Ledo deambula entre un slapstick básico, gags salidos de la revista Condorito, malos encuadres y la utilización de imágenes de la naturaleza para empalmar el pastiche que poco a poco se va armando. Los actores hacen lo que pueden con el material, y salvo Fátima Florez que aprovecha para mostrar una serie de personajes de su espectáculo con dignidad, en algunos casos se nota un esfuerzo por quitarle protagonismo a los demás (la puja entre Pablo Granados y el debutante Mariano Iúdica es innegable) generando una sucesión de estancos inconexos entre sí. “Bañeros 4…” atrasa, y mucho, pero no al cine del que obtuvo sus premisas, sino que a todo lo malo que uno desea que sea extirpado de una buena vez por todas de la pantalla nacional, a saber: la cosificación de la mujer, las bromas discriminatorias y sexistas, y un estilo de realización que sólo reproduce imágenes sin ideas ni conceptos.
De la colaboración entre Iván Fund y Andreas Koefoed ha nacido un filme particular como “AB” (Argentina/Dinamarca 2013) y que tras su presentación el año pasado en BAFICI finalmente se estrena comercialmente con la expectativa de ser vista por un público masivo. Es que “AB” es una película sugerente, pequeña, que al igual que los anteriores filmes de Fund (quien con Santiago Loza y Eduardo Crespo ha desarrollado una filmografía prolífica y singular) la lupa estará puesta en personajes que se descubren y transforman conforme el avance de la narración. Este es un cine no apto para todos los paladares, pero al que una vez ingresado es imposible dejar de lado, ya que en la intimidad y conexión con los personajes e historias es en donde la empatía explota y queremos ver más. “AB” es una mezcla extraña de ficción encubierta y documental. Se puede etiquetar como docuficción, pero como no es la idea de ponerle un mote, sino de analizar la poiesis de la misma, es interesante la posición que los directores toman sobre los actantes. En el inicio hay una correlación con el filme de Julio Bressane “Mato a su familia y fue al cine” (1969), porque Fund y Koefed utilizan también como en ese filme, primeros planos de dos mujeres, A y B, sus protagonistas. Jóvenes y joviales, las muchachas poseen estilos bien diferentes, pero comparten, según nos cuentan los directores, una entrañable amistad desde pequeñas en un pueblo olvidado en el tiempo de la provincia de Entre Ríos. Hay dos películas dentro del filme, en la primera parte, más expositiva y alejada, que con la excusa de narrar que la perra de una de ellas tiene cría y la posterior entrega en adopción de los siete cachorros se presentarán a A y a B. Allí sabremos de a poco que A quiere irse a la ciudad y que pasa sus tardes buscando departamento en un cibercafé. Pero de B sólo conoceremos que acompaña como sombra a su amiga. Esa primera parte, el filme es casi un documental, muy naturalista, con planos cercanos y escasos recursos cinematográficos, que en su minimalismo genera empatía con los personajes. A es un día en la vida de A y de B, juntas y por separado. Es una película rústica que se construye como relato sobre la individualidad y el futuro en un lugar quedado en el tiempo. En el caso de B, la segunda parte, podremos conocer con más detalle la personalidad de B, que quiere recluirse en la religión (quizás para alejarse de A) y recorrerá diferentes iconos y conventos religiosos para ver si en el confinamiento y la dedicación a la fe podrá alejarse de A. B, es un documental también, pero en 3D, locutado por B, y que la muestra en un viaje iniciático y caminando por lugares de la provincia en busca de algo que pueda encausar sus secretas pulsiones, y que más allá de utilizar el artificio de las tres dimensiones, B, posee una belleza increíble y una nostalgia encubierta por algo que no fue y nunca será. A y B, como en la ficción encajan a la perfección, mostrando una amistad en pantalla para hablar de deseos y frustraciones de dos jóvenes que intentan afirmarse en un presente que se les escapa. Emotivo filme.
El realizador Michael Bay ama el cine. Lo demuestra en cada proyecto que inicia independientemente de la calidad y del resultado que consiga, no solo en la taquilla sino también en la pantalla. Temáticamente hablando, generalmente, sus productos, incluyen un núcleo familiar monoparental que, destino mediante, intentara salvar al mundo de una amenaza natural, humana o extraterrestre (por ejemplo “Armaggeddon”). En “Transformers 4: La era de la extinción” (USA, 2014), y luego de la ida de la franquicia del rebelde Shia Labeouf, Bay reinventa la saga, narrando la historia de Cade Yeager (Mark Wahlberg) un técnico en bancarrota que intenta sobrevivir reparando objetos obsoletos dejados en desuso por la personas. Definido como un padre castrador, el personaje, con su hija Tasse (Nicola Peltz, de Bates Motel), y en una hacienda alejada de todo lujo y consumo, conviven mientras las deudas se acumulan y el retraso en una hipoteca hace peligrar su titularidad sobre la propiedad. Cade (Wahlberg) se pasea por lugares olvidados de su pueblo recuperando y comprando objetos, que luego reparará, hasta que un día decide adquirir un viejo camión, el que por las vueltas de la vida (o del guión mejor dicho) resultará ser Optimus Prime. Optimus permaneció oculto hasta ese momento ya que un grupo de inescrupulosos científicos y políticos, encabezado por el neofascista Harold Attinge (Kelsey Gramer) y secundado por Joshua Joyce (Stanley Tucci), una caricatura de Steve Jobs, busca capturar para poder cambiarlo por tecnología extraterrestre, la misma que dio origen a los Trasnformers y que posibilitaría la construcción a grande escala de réplicas de los robots para la defensa nacional. Cade reparará a Optimus y junto a Tasse, a los que se sumará Shane (el ascendente Jack Reynor), novio de la joven, intentarán protegerlo, por lo que verán un giro en su rutina pueblerina para pasar a formar parte de una huida por diferentes estados de Norteamérica y China para proteger no sólo al líder de los autobots, sino principalmente, el destino de la humanidad. Michael Bay apuesta a lo grande una vez más en una película que apoya su estructura narrativa en la animación digital de los robots, pero también en el aporte actoral de calidad de Wahlberg, Tucci y Grammer que dotan de verosímil a una cinta que en manos de otro sólo hubiese sido un pastiche de ideas. La lucha por proteger a la humanidad de los extraterrestres que crearon a los Transformers va cediendo lugar a un mensaje filosófico sobre la existencia humana y sobre la importancia de poder conocer interiormente a uno y a los suyos para poder así defender los ideales. Pero no es “Transformers…” un mensaje sólo new age, en el medio, obviamente, se sumarán a la lucha Bumblebee, otros autobots y hasta dinobots (nuevos), por el lado de los buenos, y Galvatron y Stinger y réplicas por el lado de los malos, para brindar dinamismo y sobre todo acción al filme. Mientras transcurre la historia, en la que habrá romance (mal que le pese a Cade), persecución, transformación de los malos (no todos) y el intento de potenciar la estructura dramática con la hiperbolización de las características de los dos bandos (buenos muy buenos, malos muy malos), Bay va potenciando su impronta. El espectáculo visual, en el que aprovecha todos los recursos cinematográficos habidos y por haber (paneos, travellings, supinas, cámara en mano, animación digital, etc.) colocan a “Transformers…” en un lugar de privilegio dentro de la saga (me atrevo a decir que es la mejor hasta el momento) y a Bay como un gran conocedor de la industria y los gustos masivos. Michael Bay ama al cine, por eso en el inicio de la película (un filme total y autorreferente), en una escena nostálgica, muestra cuando Cade encuentra a Optimus abandonado en una vieja sala de cine. Allí el director a través de planos detalles y pequeños diálogos afirma que si a él el cine le dio la posibilidad de narrar historias, con todo el background y tecnología previa disponible, puede llegar a transforma todo ese potencial en películas que atraigan a todos los públicos. ¿O no es esa la idea germinal del cine? “Transformers 4: La era de la extinción” va en ese camino con una fuerza y una sinergia que hasta el momento no había sucedido
El que busca no encuentra No es nuevo decir que el cine de Iván Fund se origina en una eterna observación y expectación de los seres que plasma en celuloide, y en "Me perdí hace una semana" (Argentina, 2012) el objeto narrativo serán seres que deambulan en las calles tratando de encontrar al perro perdido al que alude el título del filme, pero también a ellos mismos. Cuatro seres (Eva, Michi, Juan y Yasmin) intentan dentro de sus rutinas encontrarle la explicación al porqué de algunos de sus actos y la inasibilidad de las pulsiones que día a día los mueven a levantarse de la cama. Algunos son más claros en lo que quieren, como Eva (Eva Bianco, enorme como siempre, y vista recientemente en "Historia de Teresa" de Doce Casas, de Santiago Loza), una mujer policía que sola enfrenta la vida. Otros la tienen más complicada, como Yasmin y Juan (Yasmin Malanca y Juan Nanio), quienes en la convivencia aún no saben cómo acercarse al otro. Y hay uno que la tiene más que clara, como Michi (Michi Espinoza), el explosivo y verborrágico, guía espiritual de los anteriores, aunque en su interior esconde una gran soledad. Fund trabaja con planos detalles de los personajes y destaca el contraste entre el adentro/afuera, no solo de ellos, sino de los espacios. Afuera son seres vulnerables, a la deriva, tanto como Ernesto, el perro perdido de Michi. Adentro son seres que no pueden ni saben cómo expresar lo que sienten. Película de atmósferas y climas, "Me perdí hace una semana" es una buena oportunidad para acercarse al cine de Fund, un cine de planos estáticos, de no acción, que invita ala relfexión luego de la expectación y que en el fondo habla de seres y lugares quedados en el tiempo, pero que aún intentan cumplir sus sueños y anhelos más profundos. PUNTAJE: 7/10
Hay en “Amar es Bendito” (Argentina, 2013) un intento por parte de su directora Liliana Paolinelli, de crear un clima romcom casi disparatado en medio de una trama de conflictos de amor entre mujeres. La naturalidad de la relación está muy lograda, pero lamentablemente con sólo eso no basta para llevar y cerrar de una manera coherente y limpia un filme. “Amar…” es una película que despierta risa y por momentos vergüenza ajena. Porque por los temas que plantea Paolinelli no es, por ejemplo: Woody Allen (y perdonen si soy muy ambicioso o exagerado con la comparación), y bien que podríamos estar dentro de una de sus neuróticas y dinámicas películas, y mucho menos sus intérpretes (Claudia Cantero, Mara Santucho, Carolina Solari, Carlos Possentini) son el dream team que Allen diseña para cada uno de sus filmes. En “Amar…” hay una pareja, Mecha (Cantero), más racional e instrumental, y Ofelia (Santucho), la afectiva y sentimental, que está atravesando la comezón del séptimo año. Para superar la “asfixia y la muerte” que siente en esa relación (según las palabras de una de ellas) Mecha le plantea a Ofelia la posibilidad de “abrir” la relación. Ofelia se vuelve loca y no quiere saber nada con el planteo, y mucho menos luego de enterarse que Mecha ya hace tiempo que la engaña con la bella Ana Laura (Solari). Elipsis mediante, al tiempo Ofelia engaña a Mecha con Mario (Possentini), sí, un hombre, y allí ambas comienzan a realizar un intercambio de parejas, como un intento de salvar lo suyo, que no terminará de la mejor manera. Quizás, y siendo benevolente, con más producción (escenarios, objetos, vestuario) y con una amplitud de los planos (muy cerrados todos, que generan claustrofobia) y de los espacios (todo sucede puertas adentro), como así también la generación de diálogos más interesantes (acá las palabras atrasan años y no coinciden con la idiosincrasia que presenta Paolinelli en la pantalla) el resultado de “Amar…” sería otro, porque en realidad ya estaríamos hablando de una película completamente diferente. Pese a todas las limitaciones anteriormente mencionadas, la naturalidad con la que construye el desparpajo y la libertad de Mecha en sus decisiones y su relación con Ofelia, se contrapone con la misoginia y violencia del personaje de Possentini (que hasta es descripto como un “conocedor” de las armas e hijo de policías). También llama la atención dentro de este exponente del cine queer el recato y el cuidado de las imágenes que muestra (besos y caricias solapadas). A esto hay que sumarle la “irrealidad” de algunas situaciones (Ana Laura es “atropellada” por una bicicleta en la ruta, cómo son atadas en determinado momento Mecha y Ofelia) que, sumado a los saltos de continuidad, de eje y las imágenes sucias van deconstruyendo el verosímil que en algún momento “Amar es Bendito” se propuso crear.
Acercarse a la filmografía de Gustavo Fontán es una experiencia interesante, principalmente porque el director (premiado en el último BAFICI), puede transmitir con un plano la fuerza de un discurso que a otros le llevaría miles de fotogramas. En “El Rostro” (Argentina 2013), al igual que su predecesora “La Orilla que se abisma”, hay un complejo entramado de circunstancias que asemejan su filme más a una “experiencia” que a una tradicional proyección. Su cine tiene como base la exploración de la intimidad de las personas y en este caso, además, se suma la idea del “no contacto” con otros seres, en un lugar universal (una isla) al que el protagonista del filme (Gustavo Hennekens) llega a través de un pequeño bote. Envuelto en una misteriosa aura, acompañado por la niebla que rodea todo, el personaje desciende a tierra pero habilita un juego con el agua que circula, porque es justamente el río el que será el otro gran protagonista de la película. El río fluye, el rumor del agua acompasa los movimientos del hombre por la isla, cada paso es también un fluir constante, porque si bien se trabaja con una idea de pasado estático, ese pasado circula. Además de Hennekens y el río, otro protagonista será toda la naturaleza circundante, destacada en hermosos travellings y paneos que acompañan el constante derivar y deambular del hombre en su andar. Es que en ese errabundeo, del que Baudrillard y Benjamin nos han especializado e ilustrado con la figura del flaneur en la ciudad, podremos ir hilvanando fragmentos de otros momentos del ser, en los que la luminosidad y la fuerte presencia del rostro anodino e hipnótico de una mujer potencian su búsqueda. El protagonista camina por lugares en los que uno puede imaginar que alguna vez hubo algo y hoy sólo son rastros e indicios de otra cosa, por lo que la recomposición de ese pasado será la clave en la expectación. Fontán se apoya en el contraste del actor a falsos footages y en la elección, clave, de una fotografía en blanco y negro, sobreexposición y granulados específicos, para erigir un discurso potente sobre la vida y la identidad perdida, que está también circulado por los rumores. En la isla su vida es una vuelta a la naturaleza, a los principios básicos de la humanidad y de la convivencia en grupo, nada de tecnología ni consumismo, la caza y la pesca como metas y objetivos a lograr. En la niebla todo se disuelve, porque esa misma nebulosa envuelve las rutinas más básicas, a las que podemos asistir cual vouyeres gracias a la elección de Fontán de mostrar todo en la pantalla sobre los hombros del protagonista. Hay vínculos fuertes que se potencian en cada paso y la sinergia con el otrora grupo de pertenencia le devuelve la seguridad al hombre para una vez más regresar a la civilización, luego de comprender, claro está, que la esencia inicial está intacta. Hipnótica.
Apuesta interesante la del realizador cordobés Rodrigo Guerrero, quien en “El tercero” (Argentina, 2013), desarrolla una compleja puesta en escena, a partir de una idea simple. El director buscará y profundizará en la realidad de aquellas personas que desean y deciden relacionarse con el otro, más allá de estar en pareja, para así poder avanzar en el conocimiento de su sexualidad, evitando cualquier tipo de etiquetas y rótulos. Todo comienza cuando una pareja establecida (Carlos Echevarría y Nicolás Armengol), plagada de rutinas y de esquemas internos, y de aburrirse en la cama, deciden incorporar a su relación a “el tercero” del título (Emiliano Dionisi). Con un planteo que se inicia en un fugaz y explosivo chateo (el que Guerrero decide incorporar en toda la pantalla) y varias posteriores comunicaciones, orientadas a dejar bien en claro la naturaleza del próximo encuentro, el director va desnudando las particularidades del trío y generando cierta empatía con ellos. Y si bien Guerrero podría haber decidido que posterior a la citación todo sea una vorágine sexual y explícita, para que luego de la presentación de Fede (Dionisi) la pareja decida llevarlo rápidamente a la cama, la astucia del guión se encuentra en la elección de narrar una noche previa a todo llena de reflexiones que apuntan a generar el clima proclive al encuentro amoroso. La cena está filmada desde afuera, estática, nada se mueve, somos vouyeres de una intimidad exacerbada en la que sólo los cuerpos expectantes van mitigando la profunda sensación de su atracción con alcohol y comida, sin siquiera, aún, pensar en lo que vendrá. Y así es como la tensión y la atención hacia la pantalla se va generando y multiplicando, hasta el punto que esa relación vincular poliamorosa, que se va desplegando sobre la pantalla, avanzará sobre la acción hasta que los tres decidan encontrarse. Minimalismo a la enésima potencia y una búsqueda de naturalidad, apoyada en las buenas interpretaciones de Carlos Echevarría, Emiliano Dionisi y Nicolás Armengol (una de las claves del filme, la otra, claro está, es la dirección) es lo que permiten que la digresión sea disfrutada por el espectador. Obviamente el encuentro llegará, y el otro hallazgo de “El Tercero”, y sin contar mucho, es la verticalidad de la imagen, que será uno de las principales virtudes de una película que no intenta con grandilocuencia construir EL discurso sobre la homosexualidad y la apertura mental de algunas parejas, pero que acepta dentro de un contexto específico, una realidad diferente en la manera de amar y acercarse al otro. Película pequeña pero que se anima a gritar a los cuatro vientos una bocanada de libertad en todo sentido, “El Tercero” es una buena opción que además afianza a Rodrigo Guerrero como un gran narrador argentino. Córdoba lo hace de nuevo.
Sin tomar a su predecesora, esta “Oldboy” (USA, 2013) de Spike Lee, tiene muchas más virtudes de las que uno imaginaba, las que seguramente serán apreciadas por espectadores que nunca hayan oído hablar de la historia y mucho menos haber visto la “Oldboy” del estilizado y revolucionario Chan-Wook Park. Hacer el ejercicio de abstraerse completamente de todo conocimiento previo, hace que uno pueda introducirse en la historia de sangrienta venganza y traición a la que Joseph Doucett (Josh Brolin), un pendenciero, misógino, borracho y desagradable publicista, es expuesto. Porque en la decisión de alguien de cambiarle la vida de un día para para otro a una persona, Joseph (Brolin), verá como en el encierro bajo mil llaves, y sin ningún indicio acerca del porqué de esa drástica decisión, una posibilidad de reencontrarse consigo mismo y superarse. De largas noches de bebidas etílicas y sexo fácil, olvidando luego sus responsabilidades y compromisos familiares (cumpleaños de su hija, por ejemplo), pasará a recomponer su camino para encontrarse con sus seres queridos, o al menos, intentarlo. Pero en la pantalla de TV que le transmite mensajes las 24 horas del día, en un encierro del que nunca sabrá si se tratará de día o de noche, una noticia lo sorprenderá, la del asesinato de su mujer y por sus propias manos. En las cuatro paredes de la supuesta habitación de hotel, Joseph intentará armar en los primeros años de encierro, una rutina basada a fuerza de alcohol que lo único que hace es impedirle comprender la verdadera situación por la que está pasando y olvidarse de la noticia que lo involucra. Sin embargo en la mitad del período, su cabeza hará un click por lo que decidirá armar un plan para poder escapar del cuarto para recuperar, de alguna manera, su historia de afuera, una en la que su hija Mia, tendrá un particular peso e importancia y de quien sabe (por las imágenes que le proyectan) que ha sido adoptada por una familia bastante “normal” y se dedica a la música. Al finalmente escapar (y dejar a cientos de seres caídos en su camino), Joseph buscará vengarse de cada persona a la que él considere responsable de su encierro, y mientras lo hace conocerá a Marie (Elizabeth Olsen), una joven médica dedicada a los más humildes, y con quien entablará una relación muy estrecha. Del thriller psicológico a la película de venganza, para pasar también por el drama y la investigación policial, por todos esos géneros el director se pasea con gran maestría, demostrando también una vez más los hallazgos de Spike Lee y el amor que le tiene al séptimo arte. En cada imagen de “Oldboy” hay una pincelada y una mirada particular sobre la original pero potenciando el plot inicial y enfocándose en la posterior libertad de ese confinamiento sin explicación alguna al que es sometido el personaje principal durante 20 años y generando una reflexión sobre la sociedad, el consumo y principalmente, los vínculos sociales. No importa el grado de sadismo y exposición a la violencia, porque Lee arma un espectáculo con el que logra sostener durante casi dos horas algo más que una serie de piezas que en algún momento tomarán sentido, el peor de ellos. El director narra sugestionando y plasmando en colores (con gran presencia para los determinados momentos de la acción) las diversas variaciones del personaje y la acción en una obra que no pasa desapercibida, y que si bien posee la sombra del original amenazándolo, por momentos se escapa y logra armar su propio y entretenido camino narrativo. Intensa.