Todo comienza con el robo a un banco, donde un grupo de asaltantes toma como rehenes a los trabajadores y clientes para llevarse el dinero de la recaudación. Sin embargo, no es suficiente para pagar las deudas. Ante la sensación de peligro y de que sus vidas estaban en juego, Ed Maas (James Franco), un empleado, decide ayudar a los malhechores indicándoles dónde se encuentra una antigua bóveda. Y es entonces donde los problemas empezarán para el equipo. “La Bóveda” es un film con muy buenas intenciones, que busca otorgarle algo nuevo al policial, vinculándolo con el terror o los fenómenos paranormales. Sin embargo, la ejecución no resulta del todo efectiva, ya que esta transición de géneros se realiza de una manera brusca. No existe un equilibrio armonioso entre ambos, sino que su traspaso ocurre de un momento a otro. Lo mismo pasa con el clima. No tenemos una ambientación o banda sonora que nos transmita la sensación de tensión o terror propicia de los géneros seleccionados. A pesar de que el espectador esté entretenido con el argumento, no vivirá en carne propia la experiencia de los personajes. Por otro lado, nos encontramos con una sobre exposición de información de lo que está ocurriendo en pantalla. Si podemos verlo con nuestros propios ojos, ¿es necesario que los distintos personajes nos relaten lo sucedido? Eso genera no sólo que el espectador no pueda sacar sus propias conclusiones de los hechos, sino que la historia se vuelva un tanto predecible y nos anticipemos a los grandes giros de la trama. Incluso el final podría ser tan sorpresivo como otras películas del estilo, pero al haberlo explicado durante la narración, no provoca el mismo impacto. El elenco está conformado por varias caras visibles, como Francesca Eastwood, la hija del reconocido actor y director, que si bien no tiene una vasta experiencia, viene de una familia con talento, y Taryn Manning (“Orange is the New Black”) como parte de los asaltantes, dando buenas actuaciones con puntos contrarios. James Franco hace un papel sobrio, pero funcional a la trama, reafirmando que no sólo se siente cómodo con personajes cómicos. En síntesis, “La Bóveda” es una película bien intencionada que tiene una idea original para llevar a cabo pero que podría haber sido mucho más efectiva si se aplicara el concepto de menos es más. No está mal mezclar géneros si se consigue que el resultado sea más que la suma de sus partes. Lo mismo ocurre con los giros narrativos, que son interesantes, pero que al exponer toda la información en el relato ya se vuelven predecibles antes de que ocurran. Una cinta que genera esa sensación de que podría haber sido mucho mejor de lo que es, pero que igualmente, y a pesar de sus falencias, logra entretener al espectador.
Clint Eastwood vuelve a la pantalla grande para dirigir un film basado en hechos reales, donde el 21 de agosto de 2015 tres amigos norteamericanos (Anthony Sadler, Alek Skarlatos y Spencer Stone) que viajaban de Ámsterdam a París salvaron a los pasajeros del tren de un presunto atentado. No es la primera vez que el aclamado director lleva al cine un acontecimiento real. Podemos mencionar tanto “El Francotirador” (2014) como “Sully” (2017), en este trío de películas sobre personajes anónimos convertidos en héroes, con resultados algo dispares, pero lo que no se discute es que Eastwood sabe plasmar la realidad de una manera atrapante. Es por eso que se le podría pedir mucho más a su nueva obra que cae un poco en el aburrimiento. “15:17 Tren a París” se centra básicamente en la vida de los jóvenes héroes desde que son pequeños y comienzan su amistad en la escuela hasta que deciden emprender un viaje por Europa y, casualmente, están en el lugar indicado en el momento correcto para impedir un mal mayor. Sin embargo, lo más interesante del asunto, que es el intento de atentado terrorista en sí y la situación alrededor del tren, no se explota profundamente. Está bien que éste solo duró unos pocos minutos, pero ya vimos a Eastwood retratar un acontecimiento corto en el tiempo con una gran facilidad, generando un buen clima y manteniendo la atención del público. Acá recién en los últimos minutos del film nos centramos en lo que ocurrirá allí, sin conocer a ninguno de los pasajeros, excepto a los tres amigos. No podemos empatizar personalmente con el resto de los personajes (únicamente por una transferencia humana y el peligro al que se exponen), pero no conocemos sus vidas ni lo que se pone en juego. A lo largo de la cinta sólo veremos algunos flashes de lo que vendrá, pero queda algo forzado, teniendo en cuenta que la historia está contada en forma cronológica y no tenemos un estable vaivén entre el hecho y la vida de los amigos. Por otro lado, se observa una clara tendencia pro-norteamericana y pro-bélica, dando a entender que sólo por haber sido soldados pudieron frenar el ataque y saber cómo comportarse durante el acontecimiento, algo que puede llegar a ser verdad, pero durante la película se le da mucho énfasis a la fascinación por la guerra por parte de los chicos durante su infancia y juventud. Algo a favor se encuentra en la elección del elenco. Luego de no dar con los actores indicados durante el casting, Eastwood insistió en que los propios protagonistas del atentado realizarán sus papeles en la ficción. Nadie mejor que ellos para saber qué es lo que sentían y pensaban en ese instante y para construir su amistad. Se nota la química entre ellos y a pesar de no ser profesionales se los ve muy naturales. Los aspectos técnicos durante las escenas del tren, que son las más complicadas de realizar, se encuentran muy correctas y logradas. En síntesis, la nueva película de Clint Eastwood no cumple con las expectativas. No deja de ser entretenida en sus últimos minutos pero tarda en cobrar vuelo, ya que lo que uno va a ver, que es cómo unos jóvenes frenaron un atentado terrorista, sólo ocurre al final del film y durante su primera hora se dedica a retratar la vida de los protagonistas (que hasta ese entonces tampoco era sobresaliente ni muy interesante). Además, se hace mucho hincapié en la guerra y el rol del ejército como algo positivo y nacionalista. Sin dudas, una de las más flojas cintas del realizador.
Juan es un hombre encrudecido por su trabajo en las minas de carbón en Río Turbio, la Patagonia Argentina, mientras que Anna espera que su esposo desaparecido vuelva a su hogar. Luego de que la mujer sea víctima de un accidente, el destino cruzará la vida de ambas almas solitarias para darse compañía. El film se caracteriza por la presencia casi absoluta del silencio, los diálogos son muy acotados y se guardan para momentos especiales, poniendo mayor énfasis en la labor interpretativa de los actores Germán Palacios y Sofía Rangone. Sus miradas, gestos y posturas son las que deben hacer que la historia se entienda y que se transmitan todos los pensamientos y sentimientos de los protagonistas, algo que consiguen realizar sin mayores inconvenientes. Tampoco tenemos una banda sonora destacable, sino que se prioriza el sonido ambiente y de la naturaleza. Tal vez la comprensión del argumento no sea del todo clara, pero a medida que avanza el relato se van dando detalles de la vida de cada uno de los personajes. El director busca dosificar la información para que el espectador vaya descubriendo por sus propios medios lo que ocurre. Esta decisión se convierte en un arma de doble filo, ya que por un lado puede generar un mayor interés por parte de la audiencia que quiere saber concretamente qué está sucediendo y por el otro se puede convertir en una narración un poco lenta a pesar de su hora y monedas de duración. Como suele ocurrir en los films ubicados en parajes inhóspitos, en “Emma” el paisaje ocupa un lugar predominante, convirtiéndose en otro personaje mudo que expresa cierta crudeza en sus habitantes. En síntesis, “Emma” es una película que se sostiene por la efectiva interpretación de sus protagonistas, quienes tuvieron que trabajar con su corporalidad y gestos para transmitir una historia que poco a poco va desentrañando su argumento. La falta de diálogo y sonoridad se ve equilibrada por la labor de Germán Palacios y Sofía Rangone y la contextualización de una Patagonia gélida.
Ocho años después de su estreno, llega a la Argentina, y más específicamente al cine Cosmos-UBA, la película británica titulada “La Verdad a Cualquier Precio” (“Route Irish”, en inglés, conocida como una de las carreteras más peligrosas de Bagdad). La misma se centra en Fergus, un contratista privado que regresa a su país, para enterarse que Frankie, su mejor amigo y compañero, murió en Irak. Sin aceptar la explicación del fallecimiento por parte de sus superiores, comienza a desentrañar la verdad de lo sucedido. El director Ken Loach es reconocido por su estilo realista, con una gran acentuación en lo social y una crítica al capitalismo. Ejemplo de ello fue su más reciente trabajo “I, Daniel Blake” (2016), donde un hombre cae enfermo y debe luchar contra el sistema burocrático para conseguir una asistencia médica estatal. En esta oportunidad, y siguiendo con su línea discursiva, el realizador británico busca indagar y poner en evidencia el trabajo que realizan los contratistas privados en países de Medio Oriente, con el objetivo de sacar provecho económico. Esta crítica la plasma a partir de una ferviente investigación del protagonista, quien como indica el título del film, hará cualquier tarea que esté a su alcance para llegar a la verdad. Si bien ya desde prácticamente el comienzo de la cinta se puede dilucidar el desenlace del conflicto, es decir, saber quién mató a Frankie y cuáles fueron sus intenciones, lo que interesa en esta historia es más que nada el trayecto hacia dicha resolución. Ver cuáles son las consecuencias y secuelas que deja la guerra en las personas, sobre todo viéndolo desde la mirada de un negocio redituable. Al director no le tiembla el pulso a la hora de abordar esta temática de forma profunda y arriesgada, exponiendo la violencia tanto bélica como la propia de los soldados en su vida cotidiana. El clima que presenta el film es de constante tensión, alternando imágenes del pasado y las peligrosas e inhumanas tareas de los soldados, con la búsqueda del verdadero culpable en el presente. La ambientación y la música acompañan de buena manera a un elenco no tan conocido pero que se amalgama de una forma sólida, mostrando la camaradería del ejército y el frecuente empuje. En síntesis, a pesar de que la resolución ya se sepa prácticamente desde el inicio del film, Ken Loach supo construir una buena crítica sobre los beneficios de la guerra y la falta de escrúpulos que tienen aquellos al mando, a partir de una historia fuerte, crudamente abordada y que mantiene atrapado al espectador.
Dos hermanas realizan un viaje a México, donde conocen a dos jóvenes que las convencen para hacer una gran travesía: nadar con los tiburones. La idea es tan sencilla como peligrosa, se meten dentro de una jaula y bajan cinco metros para luego volver a subir. Sin embargo, las cosas no salen como lo planeado y caen hasta la profundidad del océano. En primer lugar podemos decir que las películas de tiburones a esta altura ya podrían considerarse como un subgénero en sí mismas, ya que existe una gran cantidad de ellas. Todo comenzó con “Jaws” (1975) de Steven Spielberg, donde se otorgó una cinta llena de terror, suspenso y aventuras, y hasta el año pasado tuvimos nuevamente una del estilo, “The Shallows”, solo por poner un ejemplo. Es por eso que es muy difícil encontrar una historia novedosa. “A 47 metros” realiza un buen trabajo a la hora de generar un clima propicio para la trama, ya que encierra a las protagonistas en una única locación en el fondo del océano. Lo mismo ocurre con el manejo de la tensión, no nos ofrece los típicos jump scares de este tipo de films, sino que juega con la intensidad propia de los distintos momentos que se dan. De todas maneras, nos encontramos también con muchas falencias, sobre todo en cuanto a los diálogos. Cuando nos enfrentamos a estas cintas ya sabemos qué es lo que vamos a ver y no podemos esperar una gran profundización de los personajes (además generalmente estas producciones presentan una corta duración) ni un guion demasiado inteligente, porque lo que se busca principalmente es exponer a los protagonistas al constante peligro. Pero acá existe además una sobreexposición de información en forma de palabras. Las hermanas suelen contar todo lo que van realizando o lo que les sucede, subestimando de gran manera al espectador. Las interpretaciones de las protagonistas encarnadas por Mandy Moore y Claire Holt están bastante bien alcanzadas, teniendo en cuenta el guion con el que tuvieron que trabajar, aunque también por momentos existe alguna sobreactuación por parte de las actrices. Por último, la ejecución final estuvo muy bien lograda, dándole un giro interesante y original a un film que no aportaba nada nuevo al género. Provoca una muy buena sensación en el público, haciéndole sentir que el argumento tenía un propósito. En síntesis, “A 47 metros” se convierte en una clásica película de tiburones, con algunos altibajos que la define como un film más del montón. A favor tiene el clima generado y el giro final que vale la pena y en contra posee la falta de novedad, la sobreexposición de información y algunas sobreactuaciones.
Abraham es un sastre judío de 88 años, cuyas hijas decidieron mandar a un geriátrico. Pero él, negado frente al paso del tiempo y al hecho de que otros resuelvan su propia vida, se dispone a emprender un viaje. Sin embargo, no es un viaje cualquiera, sino que se embarcará en una aventura para buscar a un viejo amigo que le salvó la vida durante el Holocausto. “El Último Traje” es una película que atrapa desde un primer momento por el tono con el cual se narra el relato. Si bien de fondo se nos presenta una historia profunda y dura sobre la persecución a los judíos durante el régimen nazi, el drama no persiste en todo momento. El film busca el justo equilibrio entre la reflexión, la crítica y la comicidad con la que se retrata a la comunidad judía y a la personalidad particular del protagonista. Es decir, que nos ofrece momentos graciosos, a partir de un guión ingenioso, pero también espacios más serios y angustiantantes, donde el espectador transitará por todas las emociones. También es interesante el tratamiento que se le otorga al pasado del protagonista. No tenemos como en otras películas ese constante vaivén temporal o la división entre dos líneas bien marcadas. Acá los recuerdos vienen en forma de sueños o relatos, en momentos determinados, para darnos un simple y pequeño pantallazo de lo que vivió este hombre y de por qué tomó la decisión de emprender el viaje. Miguel Ángel Solá es quien encarna a Abraham, con una sublime caracterización (hacen pasar a un hombre de 67 años por uno de 88, con las mañas y complicaciones de la edad) y una impronta especial. Desde un inicio podemos empatizar con este personaje que tiene sus objetivos bien claros y que retrata y representa a un grupo de judíos exiliados que continúan marcados por aquella terrible época. Pero el resto de los interlocutores con los cuales se encuentra el protagonista también son atractivos, como el de Martín Piroyansky o Ángela Molina, y muchos de ellos vienen a mostrar una cara más moderna del mundo. No sólo se observa una crítica hacia el nazismo, sino también una autocrítica propia de los alemanes en la actualidad, mostrando que a pesar de que no todos estuvieron ligados a estos hechos (incluso algunos ni habían nacido), es una cuestión latente dentro de la sociedad. Asimismo se tocan otras temáticas a lo largo del largometraje; se hace mucho hincapié sobre la vejez, la memoria y el olvido, la intolerancia, la amistad, la dignidad de la vida, entre otras. Se destaca también el despliegue de producción (con una co-producción Argentina – España detrás), con los viajes y la recreación de distintos lugares, como también los aspectos técnicos, con la típica música judía y una fotografía muy lograda. En síntesis, este road trip catártico donde un personaje al final de sus días decide volver al lugar del cual fue expulsado nos hace recorrer distintas sensaciones gracias a la mezcla de géneros que propone. Con un Miguel Ángel Solá impecable que se pone el film al hombro, el análisis de distintos temas y la buena música y ambientación, “El Último Traje” cumple con todo lo que promete.
En 2014 comenzó en el cine la historia de una de las sagas adolescentes más sólidas y que mantuvieron una calidad constante. “Maze Runner” vino a reemplazar el lugar que dejó “Los Juegos del Hambre”, trayendo una propuesta atractiva y con mucha acción. Ahora nos encontramos con el final de esta trilogía. Basada en las novelas de James Dashner, “Maze Runner” se centra en Thomas, un joven que se despierta en un ascensor y que llega a un lugar desconocido, donde habitan todos chicos como él, sin recuerdo alguno más que su nombre. Primero debieron enfrentarse a un laberinto con criaturas peligrosas, el cual cambiaba su recorrido de la noche a la mañana. Pero algunos lograron salir, dándose cuenta que formaban parte de un experimento para encontrar la cura a la “llamarada”, una enfermedad degenerativa pero que, de alguna manera, algunos adolescentes eran inmunes. Ante la aparente salvación de un grupo de rescate, Thomas y su equipo se dieron cuenta de que nunca salieron del sistema y que seguían en posesión de C.R.U.E.L. Es así como se escaparon y tuvieron que sobrevivir en el desierto para encontrar a la resistencia. Pero ante la pérdida de la batalla inicial y el secuestro de algunos de sus compañeros, en “Maze Runner: La Cura Mortal” Thomas arriesgará todo para salvar a su amigo Minho y buscará destruir a C.R.U.E.L de una vez por todas. Al igual que en sus antecesoras, este film tiene un ritmo frenético que se mantiene durante casi dos horas y media de metraje. Desde el principio hasta el final los protagonistas son expuestos a situaciones límites con diferentes idas y vueltas. Las escenas de acción están muy bien realizadas, con coreografías atinadas y buenos efectos visuales. La ambientación es imponente y la banda sonora acompaña de buena manera. Existen algunas cuestiones narrativas que no terminan de cerrar, como ciertas habilidades adquiridas por el grupo de jóvenes, que si bien pasaron por muchas y distintas pruebas en las películas anteriores, no es posible, por ejemplo, que se hayan vuelto expertos tiradores con gran puntería. Lo mismo ocurre con algunas escenas que son demasiado espectaculares para ser verdad u otras que son bastante predecibles y trilladas, algo que produce una menor credibilidad, incluso dentro de este mundo distópico. De todas maneras, podemos observar que en la adaptación de la saga de James Dashner se tomaron decisiones arriesgadas (y justificadas) en cuanto a los arcos de los personajes y a sus acciones. Tenemos algunas sorpresas, a pesar de su latente predecibilidad, que hacen que el relato avance y tome un rumbo determinado. Con respecto al elenco, nos encontramos con un grupo un tanto más crecido (ya pasaron tres años desde el estreno del segundo film), demostrando una mayor madurez actoral y un ensamble muy sólido, debido a que los actores ya se conocen y trabajaron juntos. A diferencia de la cinta pasada, no tenemos la introducción de nuevos personajes, pero sí se le dedica mayor tiempo a algunos y a otros se los deja más de lado porque ya no hacen a la trama. En síntesis, si bien “Maze Runner: La Cura Mortal” presenta algunas inconsistencias en la ejecución del relato, es una película que cierra de manera acertada la última parte de la trilogía. Con algunas decisiones bastante jugadas, la cinta ofrece casi dos horas y media de puro entretenimiento, buenos efectos visuales y un sólido elenco que concluyen una historia original y atrapante.
“Barrefondo” cuenta la historia de Gustavo (Nahuel Viale), un piletero que en pleno verano se dedica a limpiar y mantener las piscinas de distintas casas de barrios privados. A diferencia de los lugares donde trabaja, el protagonista no está tan bien acomodado económicamente, con una casa precaria y una mujer embarazada. Además, tiene que lidiar con su suegro que posee una presencia muy fuerte en sus vidas, menospreciando la capacidad de Gustavo para proveerle lo necesario a su familia. Todo cambiará cuando “El Pejerrey” le proponga un trabajo bien pago: entregarle detalles de las diversas casas para robar. Es así como la rutinaria vida de Gustavo se va a convertir en un policial bien argentino, el cual mantiene la tensión en todo momento. Asimismo, la película del documentalista Colás se las ingenia para ofrecer una historia donde la realidad social tiene mucho peso. Podemos observar no sólo las diferencias entre las clases (y cómo tratan a quienes no consideran sus pares), sino también la presión de los mandatos (el hombre que se tiene que hacer cargo de la economía del hogar).De esta manera, el protagonista se encontrará luchando moralmente entre lo correcto y lo sentimentalmente justo (una especie de venganza personal) para demostrar su verdadero lugar en el juego. Los personajes están muy bien estructurados, sobre todo el de Gustavo que va teniendo una transformación a lo largo del relato. Pero quienes lo secundan también muestran una perfecta radiografía de cómo se vive en el conurbano y, principalmente, en los countries, donde el lujo y la cantidad de dinero no se condice con el alma de las personas. Se nota que el film es una adaptación de la novela homónima de Félix Bruzzone, un piletero que plasmó su experiencia en forma de narración, ya que el autor y, posteriormente, el director conocen muy bien este universo poco (o cero) explorado en la pantalla grande. Un personaje que tal vez puede pasar desapercibido a los ojos de la mayoría, pero que posee mucha información y se encuentra en un eje central. En cuanto a lo técnico podemos decir que tanto la fotografía, como la ambientación y el sonido son correctos. No sobresalen, pero tampoco se encuentran en falta. En síntesis, “Barrefondo” es una película bien estructurada que presenta un policial argentino con una clara crítica social. Atrapa, es original y plasma un contexto poco conocido a través de personajes bien delineados.
La nueva película de Martin McDonagh (“Seven Psychopaths”) cuenta la historia de Mildred, una mujer que contrata un servicio publicitario en la vía pública para situar unos carteles bastante directos e incriminadores sobre la violación y muerte de su hija y la mala investigación posterior llevada a cabo por el sheriff del lugar. A partir de esta acción, se retomará nuevamente la búsqueda del culpable, teniendo por un lado a un policía al borde de la muerte que hará su mejor esfuerzo para cerrar el caso y, por el otro, a la propia Mildred que agitará las aguas del lugar para ejercer presión y, en una última instancia, conseguir ella misma al victimario. A diferencia de lo que uno podría imaginar a partir de la sinopsis, “Tres Avisos por un Crimen” presenta un tono de comedia y humor negro constantemente. Si bien se abordan temáticas fuertes y oscuras, el espectador podrá descargar esta angustia latente mediante risas provenientes de los chistes y diálogos inteligentes elaborados magistralmente en el guión. Además del interesante argumento excelentemente ejecutado, la película se sustenta por su elenco sólido con actores de renombre como Frances McDormand, una artista que sabe a la perfección encargar a este tipo de personajes, mujeres fuertes de armas tomar, con una actitud irónica y aires de superioridad. La acompañan de una buena manera Woody Harrelson, el policía encargado del caso, Sam Rockwell, otro empleado de la fuerza que viene a simbolizar al norteamericano sureño promedio, con características racistas y poca inteligencia, Peter Dinklage, uno de los pocos lugareños que buscan ayudar y acompañar a la protagonista, entre otros. En síntesis, “Tres Avisos por un Crimen” es una película que funciona de una manera perfecta debido a su trama fuerte, una manera entretenida y punzante de contarla, un guion con diálogos atinados e ingeniosos que provocan todo tipo de acciones y un elenco sublime que despliega todo su talento a la merced del argumento.
El Día de los Muertos es una festividad típica de México, en la cual las familias se reúnen para hacerle honor a aquellos que ya no están, poniendo sus fotos en un altar y dejándoles alimentos. En este contexto se lleva a cabo “Coco”, nueva película de Pixar, que se centra en Miguel, un niño que ama la música pero que debe seguir el mandato familiar de hacer zapatos, ya que su pasión está prohibida. Tiempo atrás, su tatarabuela se casó con un artista que la abandonó junto a su pequeña hija por una gira. Es por eso que todo lo relacionado con la sonoridad es una mala palabra. Durante el Día de los Muertos, Miguel se rebela contra su familia y decide tocar la guitarra en un concurso del pueblo. Pero las cosas se complican cuando un error lo lleva a pasar al mundo de los no vivientes. “Coco” es la primera película de Disney-Pixar ambientada en México, proporcionándonos una celebración de su cultura y tradiciones. Esto se transmite a través de una gran cantidad de colores vívidos y una animación excelente de la ambientación y los distintos personajes (sobre todo de los que se encuentran del otro lado). Con respecto a la historia, no sólo se busca transmitir las costumbres mexicanas, sino que se resaltan los valores de la familia, la persecución de los sueños, los límites entre lo individual y lo comunitario, la vida y la muerte, entre otras cuestiones. Como suele suceder con la compañía, en “Coco” también tenemos mensajes para los más pequeños (donde la aventura es lo más llamativo) y para los adultos, que disfrutarán el film desde un lado más profundo y emotivo. La película no solo presenta diversión y risas, sino que también permite un espacio para los sentimientos, dándonos ese toque final donde se mezcla la angustia con la alegría (y unas cuantas lágrimas). La música es uno de los ejes del film, debido a la pasión del protagonista y su obsesión con el artista famoso del pueblo Ernesto de la Cruz. Es por eso que se le da un tratamiento especial, nuevamente otorgándonos parte de la cultura mexicana a través de las canciones y el ritmo alegre y emotivo. En cuanto a las voces, siempre es mejor disfrutar de un film en su idioma original, y en este caso sucede que la cinta combina constantemente el inglés con el español, para seguir contribuyendo al estilo mexicano. Entre los actores nos encontramos con Gael García Bernal, Jaime Camil, Benjamin Bratt, Anthony González, etc. En síntesis, “Coco” significa una apuesta arriesgada por parte de Pixar, que sale del confort norteamericano para proporcionar una historia con pura cepa mexicana, para exaltar y dar a conocer su cultura y tradiciones, a través de un argumento original, animación de calidad, buena música y emociones de todo tipo, dejando conformes tanto a chicos como a grandes.