Culo: la película Transcurrida la mitad de Jackass 3D hay un breve momento que me pareció absolutamente revelador. En un plano en cámara lenta, Johnny Knoxville lanza un consolador directo hacia el lente de la cámara. Siendo esta una película en 3D, el uso del efecto hizo que pareciera como si el consolador estuviera adentrándose hacia nuestros sentidos (metafóricamente, claro). Ese momento me hizo acordar al famoso plano final de Asalto y robo al tren en donde un cowboy dispara a la cámara. Es irónico como el film que es considerado como el que dio inicio al cine narrativo clásico y esta película, que para muchos significa la muerte del séptimo arte, logren crear un vínculo en común, aunque sea por la similitud de un plano. La cuestión es simple: con el mundo Jackass estás adentro o afuera. Mi misión con esta crítica no será ni convertir a los ateos ni alejar a los creyentes, solamente me dedicaré a contar qué es lo me pasa cuando veo a este grupo de infradotados cometer cualquier tipo de locuras delante de una cámara. Porque la realidad es que estos muchachos, que durante tres películas y varias temporadas en MTV se dedicaron a cometer atrocidades que van desde tomar semen de toro hasta lanzarse en charcos de excremento, no están bien de la cabeza. Tanto su líder Johnny Knoxville como el resto de la banda (Steve O, Bam Marguera, Chris Pontious y el enano Wee Man entre otros) son capaces de hacer cualquier cosa, y digo CUALQUIER COSA, con tal de hacer reír al espectador. Uno piensa que toda esta locura debe haber comenzado como una apuesta entre amigos del tipo “a que no te animás a tomar el agua del inodoro”, y cuyas consecuencias se prolongaron hasta límites insospechados. Y si tal grado de repugnancias te resulta demasiado obsceno y vulgar, no te culpo. Hasta yo mismo reconozco preguntarme por momentos por qué estoy presenciando semejante nivel de bajeza humana, y si bien no puedo contestarme claramente, hay dos motivos que no quiero dejar pasar. Lo primero que me llama la atención de Jackass es el grado de autenticidad en cada número. Estamos en épocas en donde cualquier realidad puede ser falseada y manipulada a través de los medios digitales (un poco se habla de esto en la crítica de Marina de Actividad Paranormal 2), por eso me resulta refrescante ver que los diferentes actos y acrobacias realizados por estos muchachos son reales, juzgando por las reacciones de quienes están de testigos allí (como uno de los cameraman al que siempre se lo muestra vomitando). Un ejemplo de esto es cuando Knoxville le hace una joda a Bam Marguera y lo hace caer a un pozo lleno de serpientes (previamente se nos informa que Bam les tiene fobia, lo que llena ese momento de tensión). El rostro de Bam en ese instante, desesperado y al borde del llanto, nos involucra en la acción casi instintivamente, y es algo que se repite todo el tiempo en el resto de los sketches. Reacciones como ésa hacen pensar que, si bien uno sabe que a estos chicos las neuronas les fallan, igual son capaces de arriesgar su salud física y mental con tal de provocar un efecto determinado en nosotros, sea risa o asco. Y frente a eso uno no puede dejar de sentir algo de admiración. Pero el aspecto que a mí más me interesa de Jackass excede un poco lo meramente sensorial, y es que cada vez que veo a estos dementes en cada nueva aventura me siento un miembro más del grupo. Hay una verdadera unión y camaradería entre ellos, y cada momento de felicidad que tienen, como los chistes que se suelen hacer durante los rodajes (y que por suerte se ven en cada película), nos dan la sensación de estar viendo una filmacion casera de nuestros mejores amigos cuando se van de vacaciones. Esa gran amistad entre ellos se ve reflejada más que nunca durante los créditos finales, cuando vemos imágenes de las primeras temporadas de la serie en donde a Knoxville, Steve O y compañía se los ve mucho más jóvenes y vitales. Esas imágenes, seguidas luego de fotos de cada integrante cuando no tenían ni 10 años (demostrando quizás que antes de estos monstruos existieron inocentes criaturitas) dan la idea de que el paso del tiempo ha afectado definitivamente a estos muchachos, pero también hacen sentir cierta melancolía ante el hecho de que en algún punto la diversión para ellos va a tener que terminar. Que logre generarnos eso una película donde un tipo hace sonar una trompeta con su culo y otro usa su pene como bate de béisbol, no me parece poca cosa.
Baby, you are a rich man En la primera escena de Red social presenciamos una conversación entre un chico y una chica en una cafetería de Harvard. El chico, que habla sin parar y toca varios temas a la vez, insiste con algo de entrar a los “clubes finales” y de ser aceptado dentro de la universidad. La chica le responde incrédula, a la vez que intenta, en vano, estar a la altura de la conversación. Sin embargo ella no puede mantener el ritmo, no tanto por una cuestión intelectual, sino porque su interlocutor no está ahí, junto a ella, sino que parece tener la cabeza en otro lado, hablando para él mismo y orgulloso de escuchar su propia voz. La acción está filmada en un clásico plano y contraplano a la misma altura entre los dos personajes, hasta que se decide cortar a un primer plano de ella (aquí ya nos enteramos de que es la novia de él, y está a punto de terminar la relación), que remata la charla con una frase demoledora: “Vos vas a ir por la vida pensando que las chicas no te quieren porque sos un nerd, y yo te quiero decir, con todo mi corazón, que no va a ser por eso, va a ser porque sos un imbécil”. Ese prólogo es vital (y me animo a decir que es la mejor charla de café entre dos personas desde el comienzo de Perros de la Calle) porque no sólo funciona como marco perfecto de todas las acciones que vendrán después, y como una muestra del perfil del protagonista. También nos da la pauta de uno de los tantos logros que tiene Red social: la unión perfecta entre los diálogos feroces y escupidos como misiles entre los personajes (al estilo de Ayuno de amor de Howard Hawks), y una dirección totalmente funcional a esa violencia. Definida banalmente como “la película de Facebook” antes de su estreno, y adaptada de la novela The accidental millionaires de Ben Mezrich, Red Social conjuga dos fuerzas engranadas de forma maravillosa. El guión inteligente e irónico de Aaron Sorkin, un experto en generar tensión con el solo hecho de tener a dos personas gritándose en una corte militar (Cuestión de Honor) o discutiendo estrategias políticas mientras caminan por los pasillos de la Casa Blanca (The West Wing), se complementa visualmente con la precisión quirúrgica de David Fincher. Reconocido por su perfeccionismo técnico (dicen que es de tirar treinta tomas por escena en un rodaje), aunque también acusado de cineasta frío y distanciado, Fincher, como ya había hecho con sus mejores películas (El Club de la Pelea y Zodíaco), se pone nuevamente en la posición de observador de la sociedad norteamericana. Si bien muchos críticos se apresuraron a definir a Red Social como “una película que define a la generación actual” por retratar el fenómeno Facebook, y cómo llegó a convertirse en algo vital para mucha gente hoy en día, hay algo más complejo en la forma en que tanto director como guionista intentan retratar cómo se mueven estos jóvenes millonarios capaz de hacerse de fortunas inimaginables con una sola idea. La película salta temporalmente entre dos épocas: primero, cuando el pasante de Harvard Mark Zuckerberg decide crear un programa que permita que los estudiantes puedan armarse un perfil online. Después están las audiencias judiciales posteriores, en las que Mark es acusado por compañeros de Harvard de haber robado la idea original de Facebook. En ambas, la película se adentra por completo en la cabeza del protagonista. Por eso la charla entre Mark y su ex novia al comienzo ejemplifica a la perfección cómo funciona la mente de Zuckerberg. Vemos cómo se jacta de estar siempre por encima de quien tenga enfrente, ya sean estudiantes, empresarios o abogados, y es esa brillantez mental, acompañada de un narsicismo y una grandilocuencia insoportables, la que lo lleva a convertirse en un ser que provoca desprecio y fascinación al mismo tiempo. Es en esa fascinación por un antisocial capaz de traicionar a quienes tiene más cerca para obtener lo que quiere en donde reside el máximo grado de contemporaneidad de Red Social. El tópico podría ser tanto Facebook como cualquier otro fenómeno social que se esté desarrollando actualmente, pero no es a las comunicaciones en la era digital adonde Sorkin y Fincher apuntan su mirada clínica. Se trata más bien de retratar los comportamientos de estos jóvenes que ya son millonarios e inician demandas legales por fortunas cuando apenas tienen veinte años, y de mostrar cómo tal grado de ambición los lleva finalmente a la traición y la soledad total. Con un tono que oscila entre la comedia irónica y el thriller judicial al mejor estilo Todos los hombres del presidente, y acompañada por una música de corte industrial y metálico (del gran Trent Reznor de Nine inch nails) que acentúa ese mundo digital poblado de gigabytes y servidores, Red Social no es tanto una fotografía del presente sino un alerta del futuro, que nos hace pensar hasta dónde uno es capaz de llevar sus ambiciones y el grado de alienación que eso puede llegar a provocar, al punto tal de tener sólo una laptop como única y fiel compañera.
Imprimí la leyenda “Cuando la leyenda se convierte en un hecho, imprimí la leyenda” es una de las frases más memorables de la historia del cine, y pertenece a Un tiro en la noche, el notable western de John Ford en el que John Wayne y Jimmy Stewart se debatían por el verdadero valor del heroísmo. Claro, en principio parece demasiado exagerado traer a colación aquella obra maestra para hablar de la nueva película del director de 300 y Watchmen, pero lo hago porque el espíritu de aquella frase aparece flotando en el corazón de La leyenda de los guardianes. Desde que el cine de aventuras se hizo moneda corriente en Hollywood, la mayor parte de las películas pertenecientes a ese género cuenta con una base común por donde comenzar a contar una historia, y es la famosa idea del mito del héroe. Inspiradas en la figura arquetípica del héroe, cuya genealogía que arranca con la épica griega es imposible de trazar en el espacio de este texto, son innumerables las películas de género fantástico que se apropiaron de la idea de un protagonista común y corriente que debe luchar contra varios obstáculos para llegar no sólo a cumplir su objetivo concreto (rescatar a la princesa, salvar al mundo, etc.) sino también a encontrar su destino y adquirir él mismo un carácter mitológico. Desde Star Wars hasta la propia Avatar (y con escala en Harry Potter), esta idea sigue vigente y seguirá prevaleciendo porque, como dijo el escritor Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, dichos héroes “constituyen una especie de memoria biológica común a todos los seres humanos”. O sea, el espectador logra identificarse completamente con este arquetipo porque lo ve como una suerte de espejo perfecto de lo que uno podría llegar a ser si alcanzara a desarrollar su potencial al máximo. En La leyenda de los guardianes, el héroe es un búho llamado Soren. Durante su infancia, Soren creció con los cuentos de su padre sobre unos guerreros llamados Gahoole que libraron una batalla contra una raza opuesta denominada Puros, lechuzas siniestras que pretendían crear una raza única y superior en todo el reino de Saint Aggles, donde transcurre la acción. Ya adolescente, Soren es raptado junto a su hermano Kludd por una banda de Puros que quiere reclutarlo y así librar una nueva batalla para eliminar a todo aquel que no comparta su ideología. Soren logrará escapar y emprenderá un viaje en busca de aquellos guerreros que una vez fueron parte de sus fantasías, una aventura que al mismo tiempo le permite medir su propio valor como héroe. Como ven, la historia no se aleja de la formula campbelliana del héroe ante la adversidad. Sin embargo, el atractivo que le agrega la película pasa por dos puntos. Por un lado, el claro trasfondo histórico y sus paralelos con la realidad. No es difícil ver la figura de los nazis en los villanos del film, ni alusiones a la Segunda Guerra Mundial en las batallas aéreas que transcurren a lo largo del relato. Por eso, el carácter mítico propio del género se va adentrando en un terreno mucho más gris y sombrío al verse emparentado con hechos y símbolos de nuestra propia historia. Esta dualidad se expresa más claramente cuando, en la segunda mitad, Soren se topa con el que había sido su máximo héroe en aquellas leyendas que escuchaba de chico, ahora convertido en un veterano de guerra lleno de heridas y cicatrices de batallas. Allí se dará cuenta, por boca de ese mismo personaje, de que en la guerra no hay ni héroes ni villanos, y que no hay causas mayores por las que ir a pelear una batalla más que el cumplimiento del deber. De esta manera, el mito y la realidad van mutando y son trastocados a lo largo del film. Tratándose de una película de Zack Snyder, sin lugar a dudas lo más destacable de la película pasa por sus aspectos visuales. La animación de los búhos, con sus rostros expresivos y sus plumas atravesadas por el viento y el agua, son de una belleza impactante, como así también los escenarios y la fotografía en donde se destacan los colores fuertes como el rojo anaranjado (color que también era predominante en 300). Y si bien Snyder abusa demasiado de los efectos de ralenti y acelerado (toda una costumbre en su cine), al menos acá se lo ve menos forzado que en sus trabajos anteriores. La técnica del 3D sin dudas es la mejor utilizada desde Avatar, ya que Snyder prestó atención más que nada a distinguir las figuras de los fondos y a hacer uso de la profundidad de campo con mucha justeza. Esto es lo que pasa cuando un director sabe de antemano que su película va a ser en 3D y trabaja los planos en función de esa técnica (a diferencia de las “conversiones” en postproducción que se vieron en Fuga de titanes y El último maestro del aire). Pero dejando los tecnicismos de lado, La leyenda de los guardianes se destaca más que nada por entregarnos una aventura entretenida y eficiente que nos muestra que en estos tiempos todavía estamos necesitados de escuchar historias de héroes valientes, junto con los mitos de los que forman parte. Por eso dan ganas de que en el futuro, cuando se tenga que elegir nuevamente entre leyenda y verdad, se siga imprimiendo la leyenda.
Maldita policía Con El Rati Horror Show, Enrique Piñeyro continúa, en la misma línea de su último documental Fuerza Aérea Sociedad Anónima, su cruzada quijotesca contra las altas esferas del poder de nuestro país. En esta oportunidad pone en la mira a la justicia y las autoridades policiales (la comisaría 34 para ser más precisos). El caso que toma el director aquí para elaborar su denuncia es el de la llamada por los medios “masacre de Pompeya”, sucedida en el 2005, en donde un comerciante, Fernando Carrera, quedó como único imputado y fue condenado a la pena de 30 años de cárcel por ocasionar la muerte de tres personas durante una persecución automovilística seguida de un tiroteo con dos policías de civil pertenecientes a la 34. Piñeyro, durante los casi 90 minutos que dura el documental, se dispone a hacer una disección del caso, tomando las declaraciones juradas de fiscales y testigos, y analizando los peritajes realizados por la policía del lugar mientras hace gala de efectos por computadora en algunos pasajes. Así, la posición del realizador con respecto al caso es clarísima. Sabemos que estará del lado del encarcelado y su munición gruesa apuntará hacia quienes debieron hacer su labor pero tanto por inutilidad como por encubrimiento no la cumplieron. Para formular estas acusaciones, el director toma un punto de vista interesante pero que, a la vez, constituye un arma de doble filo: el de ponerse él mismo delante de cámaras y “reaccionar” ante las pruebas que va encontrando (aunque todo el tiempo sea más que obvio que todo es una pantomima). Si bien Piñeyro demuestra tenerlas bien puestas al poner el pecho a todo lo que afirma sobre el caso, ese aire canchero, sobrador e irónico que maneja a la hora de analizar los pormenores del asunto por momentos lo llevan tanto a él como al film a crear una cierta sensación de condescendencia obligatoria. Igualmente, son tan contundentes las pruebas de Piñeyro y tan bochornoso lo que se escucha de boca de jueces y fiscales a lo largo de El Rati Horror Show que a uno no le queda otra que ponerse de su lado, y de paso lamentarse de las autoridades que rigen la ley de este país -pero eso ya lo sabíamos.
Carta de un fan Nuestro redactor friqui declara su amor por Stallone y de paso le da un par de consejitos sobre cómo filmar, en una exhibición de su friquez tan sincera como imperdible. Querido Sylvester: Te escribo esta carta como un gran fanático tuyo y de tu carrera. Me acuerdo de chico cuando encerrado en mi cuarto vi Rocky 3 en una televisión de 14 pulgadas, que no fueron suficientes para frenar la emoción que me generaba ver cómo te reponías de la muerte de tu entrenador Mickey y terminabas por moler a piñas a Mr. T en la pelea final. Ahí nació mi fervor por tus películas y tus personajes, que fueron íconos del cine de acción de los ochenta y principios de los noventa. Rocky, Rambo, Cobra, Tango y Cash, El Demoledor y Cliffhanger, entre otras, fueron películas que marcaron mi infancia y adolescencia (junto con joyas como Comando, Duro de Matar y Depredador). Muchos cinéfilos, para hacerse los cool, tratan de olvidar cierto cine que veían de chicos, pero yo no reniego de mis orígenes. A mí lo que me hizo entrar en el mundo del séptimo arte son aquellas pelis donde tipos como vos o tu amigo Arnold lo único que hacían era reventar a balazos a un ejército entero sin ningún tipo de piedad ni remordimiento. Como decía, siempre fui un fan tuyo de la primera hora. Y sí, a veces eso hizo que me comiera mas de un garrón como Asesinos (película con el clímax mas aburrido de la historia), El Juez o El especialista (aunque vos seguro la pasaste bomba en tus escenitas con Sharon Stone), por no hablar de comedias como ¡Pará o mi mama dispara! (¿podés creer que de chico me llevaron al cine a verla?). Me acuerdo cuando hiciste Tierra de policías para demostrarle al mundo que podías ser más que una estrella de cine de acción, que podías hacer eso que los actores llaman “rol dramático”, pero nosotros sabemos que en el fondo lo tuyo no es el drama, que tus músculos anabolizados impiden que en tu cara pueda verse un mínimo de fibra emotiva. Y es cierto que tuviste una serie de fracasos económicos que te llevaron a repensar si todavía seguías siendo la gran estrella que por mucho tiempo fuiste. Pero después conseguiste algo milagroso. Allá por el 2004, cuando ya la prensa ni se acordaba de quién eras, anunciaste que ibas a hacer una nueva secuela de Rocky, lo que suscitó obviamente que se te cagaran de risa en la cara, haciendo los típicos chistes de que eras un viejo dinosaurio que buscaba exprimirle el último billete que quedaba a la marca que te había hecho famoso cuando no eras nadie. Y sin embargo los callaste a todos, porque hiciste una película chiquita y noble en donde no ocultabas el paso de los años y te permitías dialogar honestamente no sólo con tu carrera sino con tu propia figura icónica. No conforme con eso redoblaste la apuesta y resucitaste exitosamente a Rambo, demostrándole a la gilada cómo se hace una auténtica película de acción, con cuerpos mutilados atravesando la pantalla y vísceras colgando del lente de la cámara. Era un hecho: Sylvester Stallone había vuelto con todo. Lo que me lleva a Los Indestructibles. Cuando leí que querías juntar a varias estrellas para hacer LA película de acción que les enseñe a las nuevas generaciones cómo es que realmente hay que hacerlas, la verdad que me entusiasmé. Después leí que iban a estar Jason Statham, Jet Li, Mickey Rourke, Eric Roberts y ¡DOLPH LUNDGREN! y creo que por poco me internan en el Borda ¿Será posible?, pensé. ¿Sería ésta la película a la que toda tu carrera estuvo destinada, tu magnum opus? Había una cosa que me hacía dudar, y era el hecho de que para vos es imposible hacer tres películas buenas una atrás de la otra. Siempre encontrás la manera de arruinar un proyecto, especialmente cuando tu ego se pone por delante, como ya pasó otras veces (aunque siempre voy a bancar a Rocky 4 y toda su nefasta ideología reaganiana) ¿Te digo lo que pienso sobre cómo salió este último proyecto? Para mí, Los indestructibles es una película de momentos. Momentos que la hacen magnífica en su desfachatez por querer irse al carajo en cuanto a explosiones y muertes , pero también momentos que la vuelven estúpida, y no sólo por detalles como que en un país de Centroamérica no sepan hablar bien en español. A mí nunca me interesó la cuestión ideológica en tus películas (está claro que sos más facho que Bush y Schwarzenegger juntos), yo sólo quiero ver cómo ametrallás a los malos de las formas más salvajes posibles. Pero acá hay un asunto que no me podés negar, querido Sly (te puedo llamar Sly, ¿no?) y es que el guión está escrito a las apuradas y a medida que se iba ensamblando tu elenco soñado. Si hay algo que me enseñaron películas como Los 12 del patíbulo es que para que funcione un film del género “grupo de gente haciendo una misión”, se tiene que notar en pantalla la interacción, la camaradería del grupo, pero lo más importante de todo es que sepamos quién es y de dónde viene cada personaje. Acá tenemos un grupo de mercenarios cuya personalidad parece definida sólo por rasgos estereotípicos. Jet Li es chino, y por lo tanto su conflicto dramático es ser bajito; Jason Statham (el mas carismático de todos por afano) tiene una novia pero nos importa un bledo la relación que tienen; Terry Crews (el mismísimo presidente Camacho de La idiocracia) es el clásico negro simpaticón que tira chistes, y hay un tipo más que tiene una oreja que parece un coliflor y al que la terapia le viene bien, pero nada más. Ah, y está Mickey Rourke para que se mande un discurso dramático así el film tiene su cuota de “importancia”. Eso sí, al menos le diste a mi amigo Dolph la oportunidad de que muestre sus dotes actorales (aunque su dialecto inglés mezclado con ruso sigue generando risas involuntarias), dándole el rol de “el drogado e inestable del grupo”. Es cierto, los diálogos nunca fueron tu fuerte, lo tuyo es la acción y está bien, en ese rubro cumpliste con creces, sobre todo en el asalto final en donde se quiebran tantos cuellos como venas salen de tus brazos cual efecto 3D. Igual me hubiera gustado que no apeles tanto a filmar en planos cerrados y con tantos cortes de montaje, porque si tenés a tipos atléticos como Li y Statham junto a Gary Daniels y Corey Yuen como coreógrafo de las peleas estaría bueno ver más claramente los movimientos y las tomas utilizadas. La conclusión es que, pese a los problemas y a las decepciones que uno pueda llegar a tener, celebro esta resurrección tuya, porque vos la peleaste en serio a lo largo de tu carrera. Eso sí, ahora que estás en la cresta de la ola no te dejes estar, tratá de ver los errores cometidos así podes cumplir la promesa de entregar la película de acción que termine con todas las películas de acción. Mi humilde consejo para Los indestructibles 2 es que contrates un buen director (creo que John Mc Tiernan está disponible), un montajista decente y POR FAVOR que alguien te ayude a escribir escenas de diálogos (te recomiendo a Shane “Arma mortal” Black). Yo voy a estar ahí para verlo, como estuve en las buenas y en las malas. Atte. Santiago PD: Otro consejito más Sly, para la segunda pegales un llamado a Carl Weathers y a Bill Duke, que seguro andan necesitados de plata.
Al infinito y más allá ¿Cuál es el secreto? ¿Qué fórmula mágica emplea la gente de Pixar para estrenar año tras año auténticas obras maestras dentro del cine de animación, y por qué no, del cine en general? ¿Cómo hacen John Lasseter y compañía para superarse constantemente y evitar caer en la mediocridad de sus colegas de Dreamworks y Fox (pregúntenle sino a Shrek o a los animalitos de La era del hielo)? Estoy sentado frente a mi PC intentando explicar qué es lo que hace de Pixar la productora con mejor promedio de excelencia que se haya visto en el cine en los últimos tiempos, y la verdad que es difícil no caer en algunos lugares comunes de la crítica. Al principio tenía mis dudas con respecto a Toy Story 3. Las dos entregas anteriores tienen un lugar muy especial para mí, por lo que mis expectativas eran muy altas. Vi la primera en el cine cuando tenía nueve años, y me acuerdo que apenas llegué a casa me encerré en mi cuarto a jugar con mis muñecos de Playmovil y las Tortugas Ninjas. Toy Story 1 era puro placer por la aventura y la imaginación, con un mensaje de fondo acerca de añorar lo que uno quiere para siempre pese a las cosas nuevas que aparezcan en nuestro camino. Luego vino Toy Story 2. Poco antes de verla me acuerdo de haber tenido que regalarle los pocos muñecos del Hombre Araña que me quedaban al nieto de la portera de mi edificio. No me arrepiento de haberlo hecho, pero me da cierta nostalgia por haberlos abandonado, por eso al ver esa increíble escena en que la vaquerita Jessie cuenta cómo fue desechada por su dueña no pude más que emocionarme hasta las lágrimas. Esta vez existía de entrada un factor que hacía temer que Pixar pudiera bajar en calidad al encarar la tercera parte de la saga que puso al estudio en el mapa cinematográfico allá por 1995, y es la ausencia de John Lasseter en la silla del director (ahora como jefe a cargo de departamento de animación de Disney) reemplazado por Lee Unkrich, quien debuta como realizador solitario luego de codirigir Buscando a Nemo y Monsters Inc. Pero afortunadamente Pixar es como esos equipos de fútbol en los que todo está tan bien aceitado que por más que entre un nuevo jugador a la cancha el sistema sigue mostrando la misma solidez de siempre. Diez años se tomaron para darle a estos entrañables personajes la despedida que realmente se merecían, y vaya despedida que les dieron, porque desafío a cualquiera que vea Toy Story 3 a que no suelte alguna lágrima durante los momentos finales de esta pequeña gran joya. Los diez años que pasaron entre una secuela y otra son los mismos que han transcurrido dentro del relato. Ahora Andy tiene diecisiete años y está a punto de irse a la universidad, por lo que Woody, Buzz y el resto de los juguetes temen por su destino final y se preguntan si será en el ático o en la basura. Luego de una serie de peripecias la banda irá a parar a una guardería, donde conocerá a un nuevo grupo de juguetes liderados por un oso de peluche llamado Lotso, que convertirá al lugar en una prisión de la cual no hay escapatoria posible. Así, Toy Story 3 pasa a formar parte del género de películas carcelarias al mejor estilo El gran escape y Sueños de fuga, y no sólo en lo narrativo sino también en lo estético, ya que hay planos en contrapicado y un fuerte juego de contraluces en la fotografía que remiten a films como Shock corridor, de Samuel Fuller. Unkrich y compañía no temen darle un tono absolutamente oscuro a la película, con la presencia de juguetes (como la bebé de rostro magullado o un mono de mirada diabólica) que van a causar más de una pesadilla en los más chiquitos, y dando a entender que ningún juguete está a salvo de un destino trágico. Lo que nos lleva al tema más importante de esta tercera entrega, que es la muerte. Mientras la primera película nos mostraba cómo Woody y Buzz aprenden a encontrar su lugar en el mundo y la segunda los desafiaba a darse cuenta de que la vida de un juguete no es infinita, esta tercera parte los pondrá definitivamente ante la idea de que el ciclo entre un muñeco y su dueño tiene un final. Por eso, pese al amor incondicional que alguien pueda tener por sus juguetes inevitablemente llegará ese momento en el que deba mirar al futuro y separarse de todo aquello que lo marcó cuando era chico. Obviamente que es un mensaje que afectará más a los adultos que a los niños, aunque creo que la idea de aferrarse a lo que uno más quiere es universal a todos, tengamos diez o noventa años. Pero no todo es oscuridad en el mundo de Toy Story 3, porque cuando parece que la cosa se va a poner densa es cuando sale a relucir el otro tema importante que acompañó a esta saga desde el principio, y es el de la amistad. La amistad inquebrantable entre Woody y Buzz, junto a Slinky, Jessie, Ham y el eterno Sr. Cara de Papa, junto con el espíritu de equipo, permitirá que ninguna prisión sea suficiente para librarlos del deseo de volver con su dueño legítimo, y los mantendrá fuertes y unidos cuando las cosas se les pongan difíciles, al punto de ir a parar directamente a un incinerador. El humor característico de Pixar siempre está presente, con gags imperdibles que es mejor no comentar por acá (esperen a ver a Ken con sus complejos sexuales o al Sr. Cara de Papa convertido en un panqueque). Tratando temas tan disímiles como la muerte y la amistad, Pixar logra capturar nuestra imaginación y llenarnos el corazón de felicidad año tras año. Espero que en el futuro continúen esta tradición, y como dice el mismo Buzz, puedan llevarla “¡hasta el infinito, y mas allá!”.
Quiero ser superhéroe ¿Qué es Kick-Ass exactamente? A pocos días de haber visto la película todavía me lo estoy preguntando. Leo diferentes críticas y escucho opiniones por todos lados. Algunos creen que se trata de una parodia acerca de las películas de superhéroes y otros que es una sátira sobre los mismos, mientras unos pocos piensan que se trata de una reconstrucción del mito del héroe en la cultura moderna. La realidad es que Kick-Ass es una mezcla de todo lo anterior, pero hay algo más ahí, algo que se escapa la primera vez que uno ve la película. Kick-Ass es, antes que todo lo mencionado arriba, una fantasía. La fantasía de un adolescente cualquiera que un día se pregunta por qué en la sociedad de hoy nadie es capaz de ponerse un disfraz y ayudar desinteresadamente a alguien. Ahora bien, esto, a medida que transcurre el film, se volverá un poco mas complejo, pero ya llegaremos a ese punto. En el primer tercio de la película vemos las andanzas de Dave Lizewski, un chico común y corriente que en sus ratos libres se la pasa leyendo comics y masturbándose con videos de Internet. Un día Dave decide cambiar su aburrida existencia y, luego de comprar un traje de fábrica en E-Bay, sale a combatir el crimen para cumplir su fantasía personal, pero al no tener superpoderes ni el entrenamiento adecuado para hacerlo, lo acuchillan en la calle, acto seguido lo atropella un auto, y va a parar al hospital con heridas graves. Sin embargo, lejos de amedrentarse (y con la ayuda de unas placas de metal colocadas en su cuerpo que lo vuelven resistente al dolor) el testarudo de Dave decide salir a probarse el traje de héroe una vez mas, con mayor éxito que en su primera incursión, porque esta vez evita que unos pandilleros maten a golpes a un joven inocente. Este acto es capturado con una cámara de celular e inmediatamente subido a Youtube, lo que convierte a Kick-Ass en un fenómeno tanto popular como mediático (lo primero que hace el héroe al adquirir notoriedad es abrirse una cuenta en MySpace para recibir pedidos de auxilio). Hasta acá las intenciones del director Matthew Vaughn parecen más o menos claras. El film intenta imaginar lo que pasaría si alguien se convirtiera en un superhéroe en la vida real, donde no hay arañas radioactivas ni rayos gamma que incrementen nuestros poderes, y también hacer un comentario sobre la fama veloz y la popularidad en tiempos de redes sociales onda Youtube o Facebook. Pero ingresados en el segundo acto de la película entran en escena dos personajes que cambian por completo el rumbo del relato: se trata de Big Daddy y Hit Girl. La primera escena de este dúo lo dice todo, cuando vemos a Damon Macready metiéndole un balazo en el pecho a su hija de 11 años, Mindy. Convertidos también en superhéroes pero intenciones diferentes a las de Dave, el padre y la hija –ahora Big Daddy y Hit Girl- se embarcan en una cruzada personal contra un mafioso llamado Frank D’Amico, dejando a su rastro decenas de cadáveres y cuerpos mutilados. El camino de ambos se cruzará inevitablemente con el de Kick-Ass, lo que lleva al film a convertirse en un verdadero festival de sangre y violencia. Y lo más increíble es que gran parte de esa violencia es ejercida por una nena de 11 años, lo que pone a la película en un terreno moral bastante turbio. La aparición de estos dos personajes es definitivamente el elemento que más divisiones generará en el público por dos motivos muy claros. En primer lugar porque el tono aparentemente realista que buscaba tener la historia hasta ese momento cambia por completo, con escenas de disparos y masacres más cercanas al universo autoconciente de Kill Bill o de cualquier película de John Woo. Y además, porque es tan interesante la relación entre estos dos personajes que el foco de atención deja de estar sobre Dave, lo que genera ciertos desbalanceos narrativos. La pregunta que hay que hacerse es: ¿qué significa la presencia de este dúo en comparación con Dave? Big Daddy y Hit Girl son la contracara total del protagonista. Ellos sí tienen motivaciones reales y la preparación perfecta para calzarse el traje de héroe y combatir el crimen (otro punto interesante y controvertido de la película es el hecho de que para ser un auténtico héroe hay que asesinar a sangre fría, más cercanos en esto a la idea de un Punisher que a la de un Superman), lo que pone a Dave al descubierto no como un verdadero superhéroe, sino como un farsante que sólo pretende serlo sin tener idea de lo que eso realmente implica. A partir de ese contraste es como Kick-Ass se convierte en una suerte de juego de espejos en el que cada personaje encuentra su complementario, lo que produce una tensión narrativa constante. Esto es difícil de ver al principio, dado que varias tramas en la segunda mitad empiezan a cruzarse hasta armar un entretejido que cuesta digerir en medio del asalto visual y sonoro. Pero basta con ver todas las relaciones padre/hijo que se suceden a lo largo del film (no solo Big Daddy y Hit Girl, sino también Dave y su padre, y el mafioso D´Amico con su hijo Chris) para entender mejor este punto. Pero volvamos a lo que dije al principio, esa idea de que Kick-Ass se trata de una fantasía adolescente. Cuando llegamos al clímax de la película Dave inevitablemente se encuentra metido en una batalla que no es la suya, al quedar atrapado en medio de la venganza de Big Daddy y Hit Girl contra D’Amico. Luego de que Hit Girl lo rescate de una ejecución transmitida en vivo por Internet (lo que nos trae de vuelta al punto sobre la relación del héroe con los medios de comunicación que había mencionado antes) Dave intenta convencer a la pequeña Mindy de que ya no lleve a cabo su venganza y de que viva una vida normal como toda joven de 11 años, pero Mindy sabe que ya no puede volver atrás y tiene perfectamente asumido su alter ego de Hit Girl, mientras que Dave todavía es un pendejo con un traje de payaso. Es por eso que en la escena de acción final, cuando lo vemos volando arriba de un Jetpack para salvar a Mindy y pelear una batalla ajena, es cuando Dave cumple finalmente con el requisito de ser un superhéroe. Tanto el Jetpack como la bazooka que utiliza para eliminar al villano (que nuevamente alteran la idea de realismo que en principio se pretendía) funcionan como elementos que el cine le otorga como recompensa por dejar su egoísmo de lado y realizar un acto en forma desinteresada. Dave, como Batman, Spider-Man o la misma Hit Girl lo saben, se dará cuenta que el camino al verdadero heroísmo lleva consigo el sacrificio y no está exento de dolor y sufrimiento. Así, la película que hasta ese momento miraba al género de costado y guiñándole el ojo, se abraza a esos mismos clichés que antes parecía tratar irónicamente y se termina por convertir en una auténtica película de superhéroes, aplicando el concepto de que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Claro que en este universo ser responsable significa matar a sangre fría y olvidarse de toda ética.
Apenas un fantasma Ya lo habíamos visto: la imagen es la del hombre común que debe emprender una cruzada personal ante fuerzas que van mas allá de su comprensión. Como el detective privado Gittes en Chinatown o la protagonista de El bebé de Rosemary, los personajes de las mejores películas de Roman Polanski son individuos que luchan, con determinación (y por qué no, alguna que otra torpeza) para encontrar la verdad. Lo que esos personajes nunca saben es que ellos mismos son apenas insectos ante la enormidad del entorno que los rodea, y que ese mismo entorno, ya sea en la forma de empresarios corruptos o de los mismísimos súbditos de Satán, hará lo imposible para impedirles llegar a esa verdad. Pero hay otra imagen (una que va más allá de lo propiamente cinematográfico) a la que estos héroes atrapados dentro de un sistema inquebrantable nos remiten, y es a la del propio director hoy día. Ver los intentos desesperados de Polanski dentro de una prisión suiza por lograr la extraditación a los Estados Unidos y que de una vez por todas la sociedad del país del norte lo perdone por haber abusado sexualmente de una menor hace ya más de 30 años (no quiero avalar el hecho, pero tengamos en cuenta que la propia victima ya le aceptó las disculpas al realizador en su momento) hace repensar gran parte de su obra como una especie de autobiografía. Polanski también es uno más entre esos individuos que luchan por mirar hacia adelante cuando el resto sólo piensa en el pasado. El nuevo héroe polanskiano por excelencia es “el fantasma”, como se conoce al personaje de Ewan McGregor en El escritor oculto. El es un ghost writer, un escritor contratado para redactar la autobiografía de un ex primer ministro inglés que está siendo investigado por la corte de La Haya debido a crímenes de guerra que involucran el secuestro y tortura de supuestos terroristas islámicos. La película empieza con la misteriosa muerte del primer ghost writer que deja la obra inconclusa. Enseguida, el muchacho McGregor es llamado para finalizarla, y es transportado a una isla en las afueras de Nueva York donde el ex mandatario actualmente reside. Allí, el joven investigará las razones de la muerte de su anterior colega y se verá inmerso en una red de mentiras y encubrimientos mucho más grande de lo que pensaba. En principio pareciera que estamos ante la ya clásica historia de “el hombre común frente a una gran conspiración” que viene siendo moneda corriente dentro del mundo de los thrillers de suspenso con fines comerciales en la actualidad, pero al adentrarse en El escritor oculto uno empieza a notar ciertos detalles que hace sobresalir al film de la media propia del género. La primera diferencia se encuentra en el tono elegido por Polanski para narrar las desventuras del protagonista. No vemos esa gravedad que caracterizó al género en los últimos años, en películas más preocupadas por hacer correr la trama desde una vuelta de tuerca a la próxima, sino que estamos ante un regreso a un cine de suspenso más cercano al de la década del 40 y 50, y sobre todo al cine de Hitchcock. Polanski decide tomarse todo el tiempo que sea necesario para que el espectador comprenda hacia dónde está siendo llevada cada acción, y además (y esto es lo más llamativo) el tono tiene una cierta liviandad (ayudada por la banda sonora de Alexander Desplat digna del mejor Bernard Herrmann) que logra que uno se divierta al mismo tiempo que intente descifrar las piezas del rompecabezas que el protagonista está intentando componer. Esto último asemeja mucho a El escritor oculto no sólo a las mejores obras de suspenso de Hitchcock sino también a la que quizás sea la película más popular y menos difundida del propio Polanski, Búsqueda frenética, en la que veíamos los esfuerzos torpes (con resbalones y acrobacias en los techos incluidos) de Harrison Ford por encontrar a su esposa raptada en una París totalmente alienígena para él. Pero pese a esta supuesta liviandad elegida a la hora de desarrollar la historia, sobre el final de El escritor oculto el director nos pondrá los pies sobre la tierra y nos hará dar cuenta de lo inútil que es luchar como individuos ante los grandes monstruos que se esconden detrás de la escena. Así, por más esfuerzo individual que el protagonista realice, en el fondo sabemos que la batalla estará perdida ante un sistema tan corrompido desde su raíz. Si lo sabrá el propio Polanski.
Robert, el gigante de hierro Cuando en el 2008 se estrenó la primera Iron Man, la empresa Marvel se la estaba jugando bastante. No sólo se trataba de trasladar al cine un personaje de historietas no tan conocido para la gente en general (al menos no al nivel del Hombre Araña o los X-Men), sino que encima para interpretar a dicho superhéroe convocaron nada más y nada menos que a Robert Downey Jr., que si bien era considerado como un excelente actor para muchos, gracias a sus continuos arrestos y adicciones nunca terminó de convertirse en la estrella que siempre mereció ser. Pero había otro riesgo más que la empresa comiquera estaba corriendo, y es que Iron Man era la primera película financiada por la Marvel como un estudio de cine independiente. Eso iba a permitir que los ejecutivos realicen lo que en el ámbito de los comics se llama “crossover”, o sea, el estudio iba a tener la libertad absoluta de juntar superhéroes diferentes en una misma película, ya que los derechos de cada personaje les pertenecen exclusivamente a ellos y no a los estudios grandes como la Sony o la Universal (por eso jamás van a ver a Spider-Man cruzándose con los 4 Fantásticos por ejemplo, ya que pertenecen a estudios diferentes). Esto permitiría el desarrollo de ese proyecto muy soñado tanto por la empresa como por los fanáticos de los comics, la película de Los Vengadores, una suerte de Liga de la Justicia versión Marvel que une a Iron Man con Hulk, El Capitán America y Thor (estos dos últimos personajes ya tienen sus films en pleno rodaje para estrenarse el año que viene). La jugada les salió más que bien. La primera película fue un gran éxito de crítica y público que relanzó por completo la carrera de Downey en Hollywood, y por eso era esperable el grado de anticipación que generó esta secuela. Si revisamos las segundas partes en films de superhéroes, encontramos que en general suelen ser superiores a la película original, como es el caso de El Hombre Araña 2, Batman: El caballero de la noche o X-Men 2. La fórmula es clara: habiéndose sacado de encima la clásica “historia de origen” del propio superhéroe, las secuelas tienden a ampliar el mundo desarrollado por la antecesora, y en general las secuencias de acción suelen ser mucho más impactantes y explosivas. La pregunta entonces era lógica, ¿sería Iron Man 2 una digna representante de aquellas segundas partes que superan al film original? La respuesta, al menos por ahora, es que no. Esto no quiere decir que Iron Man 2 sea un fracaso, para nada. Es más, hay algunas áreas en donde este film representa un gran progreso con respecto al primero. En primer lugar, al director Jon Favreau se lo ve más seguro en el desarrollo de las escenas de acción. Tanto la primera batalla de Iron Man con el villano Ivan Vanko (un Mickey Rourke con acento ruso y tatuajes por todos lados) en una pista de carreras, como la secuencia final contra un ejército de robots, muestran una mejoría notable en ese aspecto. Hablando de los villanos, tanto Rourke como el inmenso Sam Rockwell (interpretando al rival de Stark en el negocio de venta de armas) se lucen como oponentes de nuestro héroe, uno motivado por la venganza y el otro por la envidia. Los principales problemas con Iron Man 2 se encuentran en el guión. Después de unos primeros cuarenta minutos muy interesantes en donde se plantean los principales dilemas al protagonista –por un lado su corazón artificial que le empieza a fallar y por otro las repercusiones de haber revelado al mundo su identidad– la historia en la segunda mitad empieza a tornarse algo larga y pesada, con la llegada de Nick Fury y el comando S.H.I.E.L.D. apareciendo de la nada y alargando la trama sin ningún propósito para el relato principal (sí, hay un propósito en realidad, el de sentar las bases para una futura película de Los Vengadores). Es en esas cuestiones, así como en el agregado de personajes que poco aportan a la trama (la Black Widow de Scarlett Johansson, también un guiño a los fans para una futura película) donde se ven algunos problemas en la mitad del relato. Es como si los ejecutivos de la Marvel de pronto hubieran decidido que, en sacrificio de la historia de Tony Stark, había que agregar más personajes del universo de las historietas en la pantalla grande pensando en el futuro de la franquicia más que en la película misma. Por suerte, cuando parece que a Favreau el relato se le va de las manos y uno empieza a desear que alguna escena de acción nos devuelva el interés hacia la historia, ahí esta el genial Robert Downey Jr. Siempre activo, siempre con sus frases irónicas y su encanto permanente, Downey continúa demostrando ser el arma principal en esta saga, y su sola presencia carismática logra salvar cualquier bache que el guión pueda llegar a tener. Así, el saldo final es positivo, pese a no llegar a la solidez de la anterior entrega. Esperemos que para la próxima película Favreau realice los ajustes que tenga que hacer y pueda romper el maleficio de las terceras partes, que generalmente son las que terminan por condenar a una saga tanto creativa como financieramente. Pregúntenle sino a Superman, a Batman o al Hombre Araña.
¿Por qué tan serio, Hollywood? Les voy a ser sincero de entrada, y quizás con esto pierda algo de credibilidad como crítico, pero me encantan las grandes producciones hollywoodenses. Sí, es cierto, fui al Bafici y me vi algunas películas “arties” (aunque no la ridícula cantidad que el resto de mis colegas de este sitio vieron) pero mis preferencias siempre se inclinaron hacia el mainstream. Desde que vi por primera vez Batman de Tim Burton cuando tenía seis años que mis pasiones de chico se volcaron hacia la aventura, lo fantástico, los superhéroes y la acción. Creo que vi Indiana Jones y los cazadores del arca perdida más de veinte veces, y ni hablar de El Imperio Contraataca, Terminator, Matrix, El Hombre Araña 1 y 2 (prefiero ignorar la 3), y todas las sagas de Mad Max, Alien, Duro de Matar y Arma Mortal. Pero más allá de estos gustos, lo que me encanta es ver estas películas en el cine, y si la sala está llena, mejor. La idea de compartir una experiencia en común con un grupo numeroso de extraños que sienten la misma expectativa que yo antes de que empiece la película es algo increíble. Nunca voy a olvidar cuando fui el día del estreno a ver Episodio 1: La amenaza fantasma. La película terminó siendo un desastre, pero la energía dentro del cine era algo incomparable. ¿A qué viene todo esto? El problema es que de a poco siento que estoy perdiendo esa pasión que tengo por los Blockbusters. Ya sé, es algo común a toda persona que ve más y más cine a lo largo de los años. Uno crece y se va poniendo más cínico, empieza a perder esa inocencia que siempre llevaba adentro a la hora de entrar en el universo fantástico de la ficción cinematográfica. Pero no creo que sea sólo eso, el problema es que actualmente Hollywood se olvidó de lo que era divertir a su audiencia. Hay una cualidad que tanto los Indiana Jones como los Star Wars del universo cinematográfico compartían y que ahora se encuentra completamente perdida, y esa cualidad se llama encanto. ¿Por qué en Hollywood parecen pensar que la seriedad y la solemnidad equivalen a calidad? Ya sé que estamos a años luz del Robin Hood de Errol Flynn, ¿pero es demasiado pedir un poco de encanto y humor en los héroes de hoy día? Ahora son tipos torturados, que quieren vengar la muerte del padre, la madre, el cuñado o quien sea, y no parecen pasarla bien dentro de la pantalla. Y por ende, nosotros tampoco. Ahora bien, hay ejemplos donde la solemnidad es bienvenida, tal es el caso de las ultimas Batman de Christopher Nolan, pero en este caso estamos ante un realizador que sí sabe caminar la cuerda floja entre dicha seriedad y el tono camp que las producciones de superhéroes inherentemente suelen tener. El ejemplo claro de este problema actual del cine pochoclero se puede ver claramente en la nueva versión de Furia de Titanes. Recuerdo haber visto la película original de 1981 hace poco. No es una obra de arte, pero entre los efectos especiales prácticos creados por el genial Ray Harryhausen y una historia sencilla acerca de un héroe llamado Perseo que debe matar a un monstruo gigante para salvar a la princesa que ama, el relato se puede disfrutar y no hace mal a nadie. Todo lo contrario a esta pésima versión dirigida por Louis Leterrier (el mismo de otra joya de la solemnidad, El Increíble Hulk). Acá no hay ni capacidad de asombro ante las criaturas (excesivamente digitales, otro problema del mainstream actual), ni ganas de divertir a nadie, ni nada. El Perseo versión 2010 es un tipo que está todo el tiempo enojado con el mundo y que ni siquiera se maravilla cuando su padre, el dios Zeus, le regala un caballo con alas para que se embarque en su aventura ¿Se puede saber qué le ven los productores de Hollywood a este tal Sam Worthington? Ya es la tercera película que este muchacho me arruina, con sus bíceps armados y su cara de culo constante. Quizás sea muy naif al esperar demasiado de Hollywood, ya lo sé. Muchos me dirán la clásica frase, esa de que “la industria está dominada por ejecutivos millonarios que de cine no saben nada y lo único que les interesa es ganar plata a toda costa” y lo entiendo. Pero ahí está también J.J Abrams con Star Trek, o Jon Favreau con Iron Man, o Guillermo Del Toro y su Hellboy, o el mismo Chris Nolan, para demostrar que todavía hay que tenerle fe al cine pochoclero, aunque lamentablemente se cuentan con los dedos de la mano estos ejemplos ¿Y saben qué es lo peor de todo? Que pese a toda esta queja, voy a seguir yendo a ver estas películas el día de estreno, y así seguir alimentando dicha mediocridad. Este jueves ya me anoté con Iron Man 2. Ojala Favreau y Robert Downey Jr. me conviertan en un creyente nuevamente, pero hoy en día me sobran motivos para desconfiar.