Una conmovedora reflexión sobre la pasión, el talento y la crítica. La labor artística es algo emocionalmente arriesgado para cualquiera que la emprende. Sometemos algo hecho con el corazón (o por encargo) al juicio de un público cuyo veredicto es tan cierto como inestable en su expresión. Están aquellos que lo expresan de forma moderada, y están aquellos que son injustificadamente crueles. Pero Florence es una película que no viene a pasar juicio por la buena o mala calidad que un artista ejerce con su obra, sino del corazón que se le pone a la misma. Subí al escenario y hacelo vos si sos macho 1944. En plena Segunda Guerra Mundial, Florence Foster Jenkins es una dama de la alta sociedad neoyorquina y una amante de la música. Apoyada por su joven esposo, realizan conciertos en diversos eventos. Por desgracia, Florence no tiene lo que se dice una voz agraciada. Los problemas surgirán cuando, a pesar de esto, ella quiera dar un concierto a beneficio de los soldados en el Carnegie Hall (uno de los salones de conciertos más prestigiosos de Nueva York), obligando a su marido a hacer todo tipo de movidas para evitar que su mujer sea el blanco de las burlas del público y la destrucción de críticos incorruptibles. Florence es una muy buena narración, que parte de un guion sólido, que le da espacio en partes iguales tanto al humor como a la ternura. Pero más allá de eso, es una conmovedora reflexión sobre la pasión, el talento y el rol de la crítica en las artes. Es una película que nos conmina a los críticos (tanto especializados como ciudadanos de a pie) no a analizar obras posteriores con una benevolencia exagerada, o a evitar la rudeza si se la cree necesaria. Al contrario, nos invita a seguir ejerciéndola como lo hemos venido haciendo desde siempre, pero nos invita a que reconozcamos primero que nada, si hubo amor, si hubo pasión, si se dejó todo en la cancha a la hora de hacer lo que se hace. Porque en esa motivación recae toda la diferencia. El resultado ya es harina de otro costal. En el apartado técnico tenemos una más que hábil dirección del gran Stephen Frears, donde coordina cuidadas composiciones de cuadro en Cinemascope, complementadas por una dirección de arte que reproduce gustosamente la Nueva York de los años ’40. En el apartado actoral, Meryl Streep entrega otra digna performance de tantas otras con las que nos ha deleitado a lo largo de los años (no me sorprendería que reciba la vigésima nominación al Oscar de su carrera por este papel). Hugh Grant sorprende como un dandy venido a menos, pero con un genuino amor por el personaje de Streep, lo que resulta en una química innegable con esta última. “Sorpresa” es la palabra que también utilizo para Simon Helberg, quien demostró en esta película que hay vida, talento y versatilidad más allá de Howard Wolowitz. Conclusión Florence es un relato muy bien construido, sostenido por interpretaciones tan carismáticas como conmovedoras. Si cuenta con el tiempo y el dinero, no lo va a desilusionar. Recomendable. El Hombre en la Arena (Theodore Roosevelt) No es el crítico el que cuenta; tampoco el hombre que señala como ha tropezado el más fuerte, o cómo el que realiza las hazañas pudo haberlo hecho mejor. El crédito le pertenece al Hombre en la Arena, cuyo rostro está manchado por el polvo, el sudor y la sangre; quien lucha valientemente; quien se equivoca y se queda corto una y otra vez, ya que no hay esfuerzo sin error ni defecto Es quién verdaderamente lucha para realizar sus hazañas; quien conoce el gran entusiasmo y la gran devoción; quien se entrega a una causa justa; quien cuando todo va bien, conoce al final el triunfo de un gran logro, y quien cuando todo va mal, falla, al menos lo hace asumiendo un gran riesgo, así su lugar nunca estará junto al de esas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota.
Comedia adecuada pero predecible La comedia romántica es, un poco por convención y otro poco por necesidad, el más predecible de los géneros. Pero de ahí a que el propio poster te revele el principal punto de giro de la película ya es otro cantar. Amor por Sorpresa es un título que, a pesar de tener una reflexión inteligente en su tratamiento temático, no deposita tantas risas como uno puede llegar a creer. ¿Cuál es la sorpresa? Jacob, un heredero multimillonario, que desde hace mucho tiempo no expresa sentimiento alguno, pierde a su madre. Al ser está una de las anclas de su vida, decide usar el dinero que le queda para contratar los servicios de una misteriosa firma para que lleve a cabo su propio asesinato. Dicho servicio se llama “La Sorpresa”; no sabrá cuándo o cómo ocurrirá su deceso, simplemente que ocurrirá. No obstante, en el momento que elige su ataúd, termina conociendo a Anne, que ha contratado el mismo servicio y con quien inicia una historia que le hará replantearse, a la larga, la necesidad de lo que ha contratado. Si bien el guion posee buenas intenciones estructurales, un desarrollo de personaje llevado con riqueza, y un desarrollo temático que está presente con sutileza en todas las escenas, debe decirse que el desarrollo narrativo como un todo tiene unas cuantas inconsistencias. Estas contribuyen, a la postre, a que los momentos de humor se reciban más con una risita que con la carcajada que seguramente estaban buscando los realizadores. Una lástima, pues tenían la materia prima para contar una historia excelente. En un párrafo aparte deseo aclarar que si vas a meter una gran revelación sobre uno de los protagonistas que llega pasada la mitad de la película, no la pongas en el poster. Si hay una característica del personaje que está en el poster y esta no se ve en los primeros 10 minutos de película (o en la totalidad del primer acto), estamos hablando de un punto de giro y un cambio crucial en la percepción del personaje que llega con el devenir de la trama, y que el espectador debe ver por sí mismo. Entiendo que el tema de la pistola les puede atraer espectadores que habitualmente no consumen este tipo de cine, pero estarían arruinando su propia sorpresa (cuec!), lo cual hicieron. Por el costado técnico no hay absolutamente nada que criticar, la película cuenta con una enorme riqueza en todos y cada uno de los apartados, particularmente en fotografía y dirección de arte. El aspecto interpretativo esta llevado con decencia y profesionalismo. Conclusión Amor por Sorpresa es una comedia romántica en donde el romance funciona, pero la comedia apenas hace mella a causa de sus inconsistencias narrativas y una predictibilidad que azota al espectador incluso antes de entrar a la sala. El carisma de los protagonistas les puede gustar, y las situaciones cómicas pueden causarles una gracia que a mí personalmente no me llega, pero los baches que posee su historia es lo que la hace, como un todo, un poco difícil de recomendar.
Una lograda comedia de acción con una carismática dupla. Las buddy movies modernas habrán nacido con las 48 Hrs. de Walter Hill, pero se perfeccionaron y se volvieron lo que son en la actualidad de la mano de un caballero llamado Shane Black y un guion que le produjeron allá por el lejano 1987 titulado Arma Mortal, bisagra trascendental del género de acción si las hay, junto a Duro de Matar, por supuesto. Empezado el nuevo milenio, Black hizo la transición a la dirección, y tras probar su suerte como director con la lograda Entre Besos y Tiros y la modesta Iron Man 3 (ambas con Robert Downey Jr.), llega a las salas su tercer opus Dos Tipos Peligrosos. Dos tipos audaces Los Angeles 1977. Una joven llamada Amelia contrata los servicios de Jackson Healy, un golpeador profesional, por decirlo de alguna manera, para que le saque del camino a Holland March, un investigador privado contratado para seguirla. Después de un primer altercado que lo deja a March con un brazo quebrado, termina uniendo fuerzas con Healy cuando Amelia misteriosamente desaparece. Mientras tratan de dar con su paradero se dan cuenta que no son los únicos que la buscan. El guion de la película sigue una estructura de tres actos bastante decente, con una trama sostenida en el marco de la mejor novela negra, donde la química entre los dos personajes protagonistas es el plato fuerte. Las diferencias entre ellos, así como las desventuras que los involucran en la resolución del caso, desembocan en sendas situaciones humorísticas, algunas inscriptas desvergonzadamente en el marco del humor negro. No obstante, debe aclararse que tiene dos puntos en contra notorios: la inverosimilitud en alguna que otra escena y que el tercer acto está demasiado alargado para su propio bien. Una de las claves de Dos Tipos Peligrosos, su principal atractivo para traer espectadores, está en la dupla de Russell Crowe y Ryan Gosling. Todo lo que sospechan y esperan de ellos es verdad. Su química es innegable; verlos discutir, pelearse y confrontar los obstáculos de la trama no tiene precio. Ambos desbordan un carisma cómico enorme que hace cómplice al espectador desde la primera escena. Mención aparte merece Angourie Rice como la despierta y aguda hija del personaje de Gosling. Por el costado técnico, tenemos una propuesta estética que se propone y consigue sumergirnos en la década del 70, con sus colores de neón en la fotografía y una dirección de arte que nos sumerge en la época del disco hasta en el más mínimo detalle, en particular durante una escena que transcurre en una fiesta en la casa de un productor de cine porno. Conclusión Dos Tipos Peligrosos llega a suficiente buen puerto por obra y gracia de una dupla protagónica con carisma tanto en el papel como en la pantalla. Su guion no va a sobrevivir ningún análisis, pero que el disfrute que se siente en cada fotograma y en cada carcajada es innegable. Si la eligen, mal no la van a pasar.
Almodóvar y un regreso a su forma Pedro Almodóvar es uno de esos cineastas con un estilo tan marcado, al extremo de que si no figurara su nombre en los títulos, me daría cuenta igual que se trata de una película suya. Eso fue lo que sentí desde el primer hasta el último encuadre de Julieta, un título que tras La Piel Que Habito y Los Amantes Pasajeros nos devuelve —al menos a los que seguimos su cine asiduamente— al Almodóvar arquetípico, el de sus primeras épocas. Todo Sobre mi Hija Julieta, una mujer de mediana edad, se encuentra por casualidad en la calle con una amiga de su hija, a quien no ve desde hace 12 años. Este encuentro le detona la necesidad de volver al departamento donde vivía con ella y empieza a hacer un racconto de los hechos que llevaron a que se separara de su lado. Estamos ante una historia quintaesencialmente Almodovariana, con las mujeres adelante de todo, con una compleja relación madre-hija, y una sucesión de eventos inscriptos en la tradición del mejor melodrama. Estamos ante un Almodóvar que regresa a su forma; el de Todo Sobre mi Madre, Tacones Lejanos y Volver. No me gusta referenciar tanto a otras películas en una reseña, pero me veo obligado a hacerlo por la sencilla razón de que es un poco más difícil vender una película así a un público general. Y si se la mira desde esa óptica, debe aclararse que hay subtramas que empiezan pero no desarrollan completamente, y su desenlace, aunque lógico, puede tener gusto a poco para quien esté acostumbrado a una narrativa más tradicional. Lo que sí tiene a favor es que una vez sembrada la curiosidad de saber como termina todo, esta no te deja, y eso es la señal de que estamos ante el trabajo de un narrador hábil cómo lo es Almodóvar. Habitualmente en una película, cuando tenés a dos actrices interpretando a la versión joven y la versión vieja de un personaje, sus caminos nunca se cruzan, o cuando se termina la historia del pasado se corta volviendo a la del presente. En Julieta, Almodóvar esquiva esto y se anima a hacer una transición de una actriz a la otra en el mismo encuadre, acentuando no tanto el pase de la juventud a la vejez, sino de la alegría a la tristeza, de la inocencia a la pérdida de la misma. Cómo diciendo que no es la edad lo que nos envejece, sino nuestras vivencias y cómo reaccionamos ante ellas. Una movida de guion y dirección notable, y la única que no me da temor decir es una genialidad. Por el costado actoral, Emma Suárez y Adriana Ugarte se reparten el peso protagónico de la película con gran talento y sensibilidad. Dario Grandinetti acompaña apropiadamente, a pesar de algún que otro momento en donde desentona. Por el costado técnico tenemos una dirección de arte con todos los colores y las texturas intensas que nunca faltan en una película del director. Un ambiente acentuado por la estridente pero sensible música de Alberto Iglesias. Por el costado de la fotografía, aunque goza de una iluminación apropiada, en más de una oportunidad el encuadre le corta la cabeza a los personajes, un error de párvulos que sorprende haya dejado pasar un director del calibre de Almodóvar. Conclusión Julieta es una película mandada a hacer para los seguidores incondicionales del cine del realizador, quienes la disfrutarán a pesar de que dista muchísimo de ser uno de sus mejores trabajos. Por otro lado, un público general puede sentirse defraudado por su desenlace y por la película como un todo, por seguir inquietudes narrativas y dramáticas comprensibles pero poco habituales.
Una desigual antología El cine italiano nos ha dado varias antologías notables como Ayer, Hoy y Mañana o Boccaccio 70, pero no todos los carbones terminan siendo diamantes. Ese parece ser el caso de Historias Napolitanas, un compilado de tres historias de las cuales solamente una puede llamarse tal, mientras que las otras solo transcurren. Lo de Napolitanas es aceptable, lo de historias discutible Historias Napolitanas se concentra en las desventuras de tres personajes en el poblado napolitano de Bagnoli: Giggino, un cincuentón sin oficio ni beneficio que se dedica a clamar poesía en los restaurantes; Antonio, su padre, un obrero metalúrgico retirado, que cuando no está ocupado exagerando una historia de Diego Maradona para la prensa, está ocupado tratando de conseguir un favor sexual de su mucama; y, finalmente, Marco, un joven que trabaja de delivery boy en una fiambrería que inicia una historia de amor con una chica que trabaja de estatua viviente. La primera historia no es más que una seguidilla de dificultades que padece el personaje de Giggino, que termina por aburrir por la sencilla razón de introducir sendos conflictos pero no desarrolla —y menos que menos resuelve— ninguno. La segunda historia, la de Antonio, es la única que sale más o menos bien parada, por tener medianamente balanceado el desarrollo del conflicto y el desarrollo de personajes. Cabe destacar que es la que tiene al personaje más querible. La tercera y última historia, la de Marco, aunque describe apropiadamente el universo de su personaje, no le da un conflicto concreto más allá de una historia de amor que no se desarrolla lo suficiente, sucumbiendo así a los mismos errores de la primera historia, y regresando a la película, como un todo, a una meseta. Si bien cabe destacar que la película sabe conectar una historia donde termina la otra, la flaqueza de las partes es lo que contribuye a que el todo no pueda destacar. Por el costado técnico, la película es bastante modesta y es notorio su bajo presupuesto, aunque a menudo algunas cosas denoten cierta falta de profesionalismo en su estética. Por ejemplo, algunas tomas con cámara en mano que se ven exageradamente agitadas, y una toma hecha con un drone que no empata con el resto del material de la película. Estos tropiezos ponen en evidencia que le cuesta decidirse entre un registro ficcional o cuasi documental. En el costado actoral, los tres protagonistas entregan labores interpretativas decentes, siendo la más lograda la del personaje de Antonio. Por fuera de él no hay nada para criticar, pero tampoco mucho para elogiar. Conclusión Con una historia medianamente desarrollada emparedada por otras dos que simplemente transcurren, el saldo final de Historias Napolitanas es el de una antología desigual. Aunque hay buenas intenciones interpretativas, las fallas narrativas y sus pocos desaciertos técnicos terminan por hacerlo un intento poco agraciado, y aunque una postura noble, con eso solo no se hace nada. Una antología es un trabajo de equipo, donde cada una de las historias debe destacar, y se hace difícil recomendarla cuando la mayoría son flojas.
Secuela codependiente pero entretenida. Durante toda la función cada tanto me tuve que aguantar a un nenito haciéndole preguntas a la madre, y la madre le tenía que contar la historia de la primera película. Podría dejar pasar este incidente como una mera cuestión de convivencia en la sala, pero este sencillo hecho termina por demostrar dos cosas: Uno, que ni en una función subtitulada uno se salva de la inquietud y la hiperkinesia de los nenes en el cine y Dos, que una secuela no sólo tiene la difícil prueba de tener que igualar o superar la calidad de la original, sino que también debe demostrar que puede ser una película en su propio derecho. Lamentablemente este es el problema esencial de Buscando a Dory. Más de una búsqueda Dory es una pescadita que vive feliz con sus padres, quienes la ayudan con su memoria a corto plazo. Un día ella se encuentra en el océano, y habiendo perdido rastro de sus padre se pasa el resto de su vida buscándolos. Hasta que un día se cruza con un pez payaso llamado Marlin y se producen los eventos de Buscando a Nemo. Un año más tarde, los tres viven en el arrecife, y mientras llevan a Nemo a un viaje de estudios, a Dory se le activa un recuerdo sobre sus padres en un lugar llamado “La joya de Morro Bay, California”. Es entonces cuando van en busca de los mismos. El guion de la película posee una estructura decente y como todas las películas de Pixar posee una temática marcada sobre la familia (postiza o de sangre) que se pierde y se encuentra, así como de no rendirse a pesar de todo. Aunque cuenta con un arco de personaje más que satisfactorio, el desarrollo de la trama carece de fluidez y algunos de los conflictos se resuelven medio como de casualidad (algo de lo que Pixar siempre se preció de evitar). La comprensión de la historia en puntos vitales del argumento descansan en el conocimiento previo de la película anterior. ¿Es esto malo? No, pero le quita puntos el que no pueda sostenerse por sus propios medios, sobre todo con el público infantil, que si bien no son el target absoluto de la película, si es uno prioritario. Por el costado de la técnica, se inclinaron a no arreglar lo que no está roto y tanto los escenarios como el diseño de personajes son de una gran riqueza de colores, pero al igual que su historia, no posee muchas novedades. Conclusión Buscando a Dory no es una decepción, pero tampoco una maravilla. Es una narración entretenida, con sus temas bien planteados y con suficiente emoción, pero que no puede sostenerse por sí misma más allá de su asociación con la primera película. Es el título que pone en evidencia una de las pocas —cuando no, la única— debilidades de Pixar que son las secuelas (Toy Story no cuenta). Los chicos seguramente la disfruten, pero antes háganles ver la primera película para evitar preguntas incómodas durante la proyección.
Un intento de comedia con mal timing. Se dice que el humor es indicio de inteligencia, pero aun así se requiere un gran tacto —por no decir una enorme valentía— a la hora de tratar un tema serio como es el trastorno bipolar. La producción chilena Alma se mete en estas procelosas aguas y lamentablemente no consigue sobrevivir al naufragio; ni como comedia sobre la bipolaridad ni como comedia a secas. Alma por nombre, no tanto por naturaleza Alma y Fernando llevan casados 20 años. Ella, profesora de piano y él, cajero de supermercado. Últimamente a Fernando le está molestando bastante los tics y comportamientos extraños que está teniendo Alma a causa de que padece trastorno bipolar. Un buen día, va a buscar a su marido a su lugar de trabajo y sobre escucha una conversación donde él revela que siente vergüenza de Alma. En respuesta a esto, ella lo echa de la casa, obligando a Fernando a hacer lo que sea necesario para recuperarla. Pero un argentino llamado Gaspar se interpondrá en sus planes. El guion de la película, aunque tiene una estructura marcada, con puntos de giro claramente reconocibles y algunos elementos bien ubicados, posee sendas inverosimilitudes e inconsistencias narrativas que terminan jugándole en contra. Es un retrato que trata de hablar de la bipolaridad con humor, pero sus exageraciones contribuyen a que se dé más lástima que gracia, terminando por construir una imagen superficial de la condición, tanto desde el punto de vista del afectado como de quienes lo rodean. Como si esto fuera poco, tanto las escenas “cómicas” sobre la bipolaridad como aquellas que no la aluden en lo absoluto padecen de serios problemas de timing. Los elementos están pero el Alma (cuec!) del chiste no está. También hay una subtrama con el mejor amigo del protagonista, que no conforme con carecer de gracia no guarda ninguna conexión, argumental o temática, con la trama principal más allá de que la protagoniza dicho amigo. Por el costado actoral, la película está bien actuada. Javiera Contador y Fernando Larraín entregan un nivel interpretativo más comprometido que sentido. Nicolás Cabré no está mal; no hay mucho para elogiar, pero tampoco para criticar. Si ellos no consiguen destacar o conectar con el espectador les aseguro que no es falta de talento, sino el haberlo puesto al servicio de una historia fallida y unos personajes compuestos con pereza. Por el costado técnico, la película esta decentemente fotografiada y editada, con algún que otro acierto en la dirección de arte y el vestuario, donde se destaca una gran preferencia hacia los colores chillones. Conclusión Alma, a pesar de tener sostenibles aciertos en lo técnico y lo interpretativo, termina siendo un título fallido por no generar las risas que se propone o conmover con la historia que cuenta. Era una historia que necesitaba de un guion más atento al detalle (sobre todo por la seriedad de su tema y querer expresarlo mediante el humor); tenían la materia prima para hacerlo, pero eligieron decantarse por una concatenación de tics que no causan ni la más mínima risa.
Una secuela que sostiene los logros de la original, pero que también destaca por sus propios méritos. En el 2013, llegó una película que vino a separar a los niños de los hombres en lo que es el género de terror actual. Por niños me refiero a los slashers, y por hombres me refiero al miedo psicológico y emocional que se queda con el espectador mucho después de terminada la cinta. El Conjuro es una película con todos los elementos de los que se vale el terror moderno para llamar la atención: sobresaltos (aunque pocos y muy separados entre sí) y el “basado en hechos reales”. Pero El Conjuro resultó ser una película sólida porque más allá de eso se trataba del viaje emocional de una familia y la superación de sus miedos, y eso fue, al menos para mí, lo que la hizo una de las películas más memorables del año de su estreno. Tres años después, su secuela vuelve a repetir los mismos sólidos resultados. A continuación les detallo el porqué. En todo el mundo y a toda hora La familia Hodgson, integrada por Peggy y sus cuatro hijos, vive en un suburbio de Inglaterra. Estos acaban de sufrir el reciente abandono de su padre, lo que los obliga a tener que estar unidos a pesar de las penurias económicas que debe enfrentar su madre. Las complicaciones empezarán a surgir cuando una de las hijas, Janet, empiece a mostrar conductas extrañas y se muestra evidentemente poseída por el espíritu del antiguo habitante de la casa donde viven. El caso llega a oídos de los investigadores paranormales Ed & Lorraine Warren que viajan desde Estados Unidos para empezar a indagar en el caso. El guion de la película es uno muy sólido, principalmente por el arco que le da a ambos grupos de protagonistas; dándole más espacio prioritario y dramático a la familia que padece la posesión. También es un guion que tiene la inteligencia de establecer sendas de sus escenas terroríficas a plena luz del día, dejando en claro que el mal verdadero no tiene horarios. No obstante, donde El Conjuro 2 tiene sus mayores logros a nivel guion es en lo emocional y en lo temático. Emocional, porque los momentos de distensión están estratégicamente posicionados y nos dice mucho sobre el pasado de los personajes; y Temático, porque cada una de las escenas de la película (sobre todo las asustadizas) se explayan sobre el tema que la historia viene a tratar: El temor a lo desconocido; cómo uno elige enfrentarse a él y como otros reaccionan ante él, a menudo bajo una máscara de escepticismo. Por el costado actoral tenemos un extraordinario trabajo de Vera Farmiga, donde ratifica que nació para dar vida a Lorraine Warren. Es el personaje que va a marcar su carrera, y con su enorme sensibilidad sabe bordar tanto los momentos de ternura como las escenas de terror. Su partenaire, Patrick Wilson, no se queda atrás. Su intensa humanidad gobierna y da serenidad, sobre todo en una escena crucial donde toca una canción de Elvis, que a más de uno le parecerá metida con calzador, pero si se está atento a los temas que trata realmente la película, estarán de acuerdo en que no podría ser más acertada… y que si tienen que hacer un biopic de Elvis, Wilson es su hombre. Párrafo aparte merece también Frances O’Connor como la sufrida madre de la nena poseída. Por el costado técnico, no tengo otra más que sacarme el sombrero ante James Wan y su equipo. La puesta en escena es notable y sabe cómo crear un ambiente terrorífico en la más normal de las situaciones, un apartado en donde la dirección de arte y la fotografía no podrían estar más afiladas. Esta es una película que aplica a rajatabla un viejo principio del montaje y es el de saber cuándo NO cortar. Cada composición de cuadro se ve que fue meditada y planeada al dedillo. Saben cuándo sostener la tensión mediante la expresión actoral y cuando cortar a otro ángulo si la historia lo necesita. Eso es buena dirección y no pavadas. Conclusión El exitoso antecedente de la primera película y el mote de “basada en hechos reales” es lo que va a llamar la atención en esta secuela, pero El Conjuro 2 va a atraer a público viejo y publico nuevo porque es una buena historia a secas. Una historia con el ropaje de una película de terror pero que en realidad trata sobre el temor a lo desconocido y la necesidad de tener un salto de fe, más allá de la connotación religiosa que pueda tener el concepto. Donde las emociones y la humanidad están delante de todo, aparte de generar unos buenos sustos. Por esto la considero recomendable.
Una dirección dinámica para un guion con fallas. Jodie Foster aparte de tener una más que respetable trayectoria como actriz, tiene una faceta de directora poco conocida, con sus aciertos y desaciertos. La mayoría de estos ejercicios fueron en terrenos netamente dramáticos y/o cómicos, pero su pasaje como directora de algunos episodios de House of Cards le debió haber detonado la necesidad de probar suerte en el terreno del thriller. El Maestro del Dinero es ese intento. Tú sabes que el dinero no es todo en el dinero El frívolo Lee Gates conduce un bufonesco programa de televisión sobre inversiones. El programa parece ir bien, es entretenido y el caballero parece saber de lo que está hablando. Hasta que un día llega al estudio un joven perturbado, arma y explosivos en mano, tomando de rehén a Lee ante la vista de millones de televidentes. Dicho joven perdió todo su dinero a causa de seguir los consejos de Lee y espera una explicación, caso contrario hará estallar una bomba que está atada al cuerpo de Lee. Estructuralmente hablando la película sabe distribuir sus piezas para que el espectador las ordene en su cabeza. Ahora bien, empieza a pasar algo raro cuando uno empieza a querer encajar esas piezas y se descubre de qué material están hechas. Esa rareza, esa sensación, tiene que ver con la verosimilitud de las acciones en esta película. Imaginemos a dicho verosímil corporizado en un vaso de telgopor lleno de agua. Tomamos un alfiler y le hacemos un agujerito en el fondo. Este empieza a perder agua, pero a simple vista no se nota. Ahora conforme va pasando el metraje ese agujero agranda su diámetro más y más, a tal punto que llegado el tercer acto ya no hay más fondo, ya no hay más agua. Se vuelve un recipiente hueco. La película hace un intento muy obvio de echarnos en cara la influencia de los medios —y lo vacía que puede ser su obsesión— para pasar como un relato inteligente. Si la trama no cierra, menos que menos el tema. Ambos van de la mano; si uno tiene agujeros el otro también los tendrá. Cabe aclarar que la falta de atención a los problemas generados por este agujero contribuye a que los momentos de comedia que posee la película pasen sin pena ni gloria. En ocasiones por no tener nada que ver con la historia que se esta contando. Por el costado actoral tenemos acertadas interpretaciones de Julia Roberts y George Clooney. De este último quiero decir que Hollywood tendría que mandarle con más frecuencia roles de seres patéticos y/o poco admirables, porque los borda de manera carismática. De la dirección de Jodie Foster debe decirse que sabe imprimirle ritmo y dinamismo a la narración a pesar de sus descomunales falencias de guion. Conclusión El Maestro del Dinero es una película sostenida a pulso de buenas actuaciones y una buena dirección. Si bien su ritmo no decae y no llega a aburrir, sus agujeros de guión hacen de este un título difícil de recomendar.
Una película de incuestionable talento visual, pero con tropiezos narrativos. El sub-genero del “coming of age” o películas sobre la madurez son un tópico recurrente en sendas películas de producción independiente alrededor del mundo, e irónicamente muchas de las mismas terminan siendo películas de culto con un seguimiento a considerar. El inglés Richard Ayoade era un cineasta que se abrió camino con una historia de esta naturaleza, Submarine. Ahora, el protagonista de aquel filme, Craig Roberts, intenta sus primeras armas detrás de cámara como guionista y director con Just Jim. Un título con cuestionable tino en lo primero, pero directamente incuestionable en lo segundo. ¿Juventud en éxtasis? Jim es un chico que no la está pasando muy bien. La familia esta desilusionada de él y sus compañeros de curso lo toman de punto. Todo esto va a cambiar cuando entre a su vida Dean, su nuevo vecino, que lo va a aleccionar en el fino arte de ser el chico popular del curso. El guion de la película posee elementos meritorios a la hora de construir y establecer psicológicamente a sus personajes, aparte de tener puntos de giro claramente reconocibles. Aunque la trama tarda en establecer tangiblemente su objetivo y es desorganizada en su desarrollo narrativo como un todo, no se puede negar que con determinadas escenas cubre de manera informada la angustia y excitación propias de la adolescencia. Por el costado de la dirección, no tengo otra cosa más que elogios para Craig Roberts. Su dirección de actores es afiladísima y su estilo visual es tremendamente meditado. Un caballero que aprovecha a rajatabla en cada oportunidad que se le presenta de aplicar la regla del “Show, Don’t Tell” (Mostráme, no me cuentes). Cada cuadro está compuesto con precisión y acompañado de una iluminación que nos sumerge en la emoción que transmite la escena. Observaciones también aplicables a la dirección de arte de la película. El de Roberts es un estilo que te hace pensar que podría lucirse más con un guion ajeno, o un desarrollo narrativo más clásico en la estructura de los suyos propios. Por el costado actoral, Craig Roberts se luce delante de la cámara lo suficiente para no quitarle lustre a su trabajo detrás de ella. Emile Hirsch entrega un rol bastante creíble del típico gallito que se las sabe todas. Te pone cómodo su buena onda y, por contraste, te incomodan los ataques de enojo que puede propiciar el personaje. Él consigue oscilar entre registros, no tanto al nivel de un maestro, pero a un nivel aceptable Conclusión Aunque medianamente acertado en el apartado narrativo, Just Jim establece a Craig Roberts como un director con una clara comprensión del lenguaje cinematográfico. Si se lo elige ver como una serie de viñetas sobre la adolescencia puede ser disfrutable, pero eso sí, debe decirse que si se espera una narrativa tradicional, va a tener que pensarlo dos veces. Es una de esas películas donde la reflexión (en forma de deleite visual) juega una constante pulseada con lo narrativo, pero termina ganando el primero.