Un festival sangriento El cine de terror ha adquirido nuevas formas en la última década. El subgénero conocido como gore, aquel donde la mutilación del cuerpo humano y la violencia se hacen explícitas, ha escalado a una nueva fase dentro de sus propios códigos. El gore nació paródico, en parte porque hubiera sido insoportable ver tanta sangre sin la chance de un escape para tanta tensión, en parte porque los efectos especiales eran tan burdos que sí o sí debían causar gracia. No hay fuera de cuadro en el gore. Allí donde los demás cortan la toma o elipsan la violencia, el gore se lanza con todo. Pero films como El juego del miedo y Hostel decidieron dejar el humor de lado, dándole una nueva dimensión al género. Dimensión que alejó por completo a los que no eran cultores del cine de terror en general. Nadie ve películas como estas por error, nadie se las cruza, como se pueden cruzar con una comedia romántica o un film de acción. Y si se las cruza por error, difícil que llegue a verlas completas. En 2009 –en los Estados Unidos– se estrenó The Collector, una película cuyo nacimiento fue el crear una precuela de El juego del miedo (Saw) pero que terminó yendo en otra dirección completamente diferente. En otra dirección en la historia, pero no en el gore, en el asesino implacable y en las escenas truculentas. Al éxito de esa primera película le corresponde, claramente, una secuela. Juegos de muerte (The Collection, 2012) es esa secuela que comienza allí donde la otra película termina. Como una ceremonia que los pone en duda y los muestra frágiles e indefensos, los adolescentes del mundo aman este género y siguen todas y cada una de estas secuelas. Acá la apuesta es grande. El comienzo, digno de una película gore oriental, no deja títere con cabeza, casi literalmente. Pero hay una sobreviviente y se convierte en la nueva presa de "el coleccionista". Será entonces el sobreviviente de la última película, quien deba –obligado– dirigir un grupo hacia la guarida del asesino y liberar a la joven, por presión del padre de ella, un poderoso millonario. La guarida, un hotel abandonado transformado por el asesino, será el lugar ideal para un festín de trampas, cadáveres y escenas exclusivamente ideadas para quienes ven esta clase de películas. Para quienes lo hacen, la película es recomendable. Impacta, divierte y se gana, porque al final siempre aparece, alguna sonrisa cuando la truculencia alcanza niveles imposibles. Así es el gore.
EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD La característica principal de este documental centrado en la figura de Néstor Kirchner es la mediocridad. Sin rumbo y torcido hacia un relato coyuntural, la película desperdicia cualquier chance de volverse interesante. En el momento de su estreno es casi imposible separar a una película de su contexto. Las críticas, incluso esta, están teñidas por ese contexto. No está mal que así sea. Pero también hay que mirar más allá, hay que ver lo que hay en la pantalla, separado de ese contexto y evaluar su valor. Ninguna película está sola en la historia del cine, pero las películas a su vez deben ser pensadas de forma individual. Ambas cosas deberán ser tomadas en cuenta. Antes del estreno de esta película, todos hablaban ya –con razón- de un cine de propaganda. El cine de propaganda es un cine panfletario asociado al poder de turno. Es decir, si uno hace un panfleto peronista en un momento en el cual el peronismo no está en el poder, ese panfleto no es cine de propaganda. Es más, ese panfleto tiene, al menos en ese aspecto, más dignidad que el cine de propaganda. ¿Cuál es el objetivo de hacer un film respaldando algo que tiene poder? La confirmación y la apuesta a la continuidad de ese poder. Solemos asociar el cine de propaganda a los regímenes totalitarios, porque estos son los que suelen hacer el cine de propaganda más explícito y con menor nivel de complejidad artística. El caso más famoso y más citado será siempre El triunfo de la voluntad (1935) de Leni Riefenstahl. Claro que su mirada del nazismo no estaba exenta de notables recursos visuales, lo que le ha dado aun más fama y ha generado más polémica alrededor de aquel film. Néstor Kirchner: la película está en las antípodas artísticas de Riefenstahl, ya que Paula de Luque no contó ni con los recursos, ni el talento para conseguir un peligroso y efectivo film de propaganda. El cine de propaganda no es solo de los nazis, que quede claro, a lo largo y a lo ancho del mundo, los soviéticos, los norteamericanos, los cubanos, los argentinos, los italianos, prácticamente en todo el mundo han existido ejemplos de cine de propaganda. No todos tan nefastos como El triunfo de la voluntad, pero siempre limitados por su espíritu de propaganda. ¿Acaso no sería Casablanca, a su manera, una propaganda? La obra maestra de Michael Curtiz se podría resumir así: Estados Unidos (Rick) debe dejar de ser neutral e intervenir en los conflictos internacionales para solucionarlos. Claro, es una posible lectura que convive con otras lecturas, niveles, matices y docenas de recursos maravillosos, que incluyen el humor, el entretenimiento, la inteligencia en todas sus formas, incluyendo la emoción. Y hay cientos de ejemplos así. Casablanca, fuera de contexto, se eleva como obra de arte, porque más allá de su función coyuntural, es una excelente película. Cuando el objetivo central es panfletario, cuando la mediocridad comanda un proyecto, la posibilidades de éxito se vuelven escasas. Néstor Kirchner: la película, es un ejemplo, entre muchos otros, de esta mediocridad. Ya se ha vuelto una pequeña historia paralela el como el proyecto original lo tenía Israel Adrián Caetano (el gran director de Pizza, birra, faso, Bolivia y Un oso rojo), y se alejó por diferencias artísticas. Por lo que uno no puede dejar de sospechar (y es sospecha, no certeza) que la mediocridad final de la película fue buscada. En tanto que la mediocridad no tiene riesgo, no tiene matices, no tiene forma, no tiene vida. El cine argentino ha tenido mucho cine de propaganda, porque ha tenido mucho cine político. Y no siempre el cine de propaganda ha tenido que ver con defender gobiernos totalitarios, aunque en muchos casos sí. Hay ejemplos memorables, como Después del silencio de Lucas Demare, film de ficción, propagandístico hecho en… ¡1956! Es decir un año después del derrocamiento de Perón. La última dictadura militar supo también tener un cine de propaganda, acorde también al período. La fiesta de todos (1979), festejo del Mundial de fútbol con muchas y variadas bajadas de línea, bajo la dirección de Sergio Renán es un ejemplo, así como también son un claro ejemplo varios de los films dirigidos, producidos y protagonizados por Palito Ortega en aquellos años. La obra de Ortega solo existió durante esos años y su nivel propagandístico salta a la vista. ¿Cómo eran esas películas? Infantiles en la construcción, paupérrimas en la realización, nefastas en las ideas. Pero como dije, el cine de propaganda no es solo para las dictaduras, la democracia también tuvo sus ejemplos. Un gran ejemplo es, claro el díptico de La república perdida y La república perdida II, hechas durante el alfonsinismo, películas que no soportan el más mínimo análisis ideológico sin caerse a pedazos. Durante la última década existió un acercamiento a un cine político que bordeaba permanentemente la propaganda, pero de todos los films susceptibles de ser ubicados en esa categoría, sólo Eva de la Argentina parecía quedar claramente como un ejemplo de cine de propaganda urgente, hecho con desprolijidad y pocas ideas. Al mismo tiempo que se estrena Néstor Kirchner: la película, el canal del estado emite una serie documental de ocho capítulos llamada Clarín: un invento argentino. Aun para los admiradores de Kirchner, ver como una biografía sobre él se termina desviando hacia una guerra sin cuartel contra un grupo mediático resultará triste, además de confuso. Y el resultado, efímero, pasajero, lleno de odio y no del amor que tanto intenta pregonar el film sin conseguirlo. Hace pocos días murió Leonardo Favio. Para los que nos dedicamos a la crítica cinematográfica, Favio era un nombre que inevitablemente iba a surgir frente a este estreno. Favio no tuvo que presenciar que usáramos su película Perón Sinfonía de un sentimiento para demostrar como se puede hacer un documental alrededor de una figura política. El Perón de Favio se hizo en la década del 90. Se trata de un descomunal documental de seis horas que nunca logró un estreno comercial y que fue creciendo en el boca a boca a lo largo de los años, consiguiéndose de diferentes formas y siendo exhibido en televisión completo. Favio es totalmente peronista. Su obra es peronista de punta a punta, pero quienes no sean peronistas igual se conmueven con la mirada de un artista acerca de un hombre, una mujer, un movimiento y un pueblo. La película de Favio es panfletaria, aunque no se le puede llamar propagandística, porque no sirvió en nada al poder cuando se hizo. Imagino que si Néstor Kirchner: la películala hubiera hecho Caetano, tampoco habría servido al poder. El primer amo al que debe responder un director es el cine, luego viene todo lo demás, sino no hay obra. Favio es desaforado, inocente, astuto, poético, emotivo, brillante. Su manipulación del material es indiscutible pero no son discutibles sus puntos de vista, sus ideas, su pasión. Sabía lo que hacía y se notaba. Cuando Paula de Luque (quien ya dirigió varios largometrajes, incluyendo Juan y Eva el año pasado) se pone al frente de este documental tan complicado, no logra que veamos esa convicción, esa pasión, esa emoción. Realizada con demasiadas limitaciones, Néstor Kirchner: la películaes esclava del mismo contexto que le ha permitido estrenar en la absurda cifra de ciento veinte salas y tener una premiere en el Luna Park. Estos vientos a favor que la película tiene, le juegan muy en contra, principalmente en la realización, que es lo único que sobrevive a la coyuntura en el caso de ser buena. Entrevistas cortadas con veloces fundidos a negro, no una, sino diez veces, hablan de una falta de criterio estético, porque luego ese abuso no se repite. Hay un interesante riesgo en no poner ni uno solo de los nombres de los que participan de las entrevistas, pero esto sin duda le augura al film una incomprensible lectura en el futuro, ya que son muchos los entrevistados. La voz en off, non plus ultra de la manipulación en el documental, no tiene aquí una presencia tradicional, algo que también podría estar bien. Pero es reemplazada por un gran número de testimonios armados con voz en off. Este recurso le permite al film fingir que no tiene voz en off, y con los testimonios armar una tan manipuladora como la más común y antigua de las voces en off. Inventados sobre la marcha parecen los recursos. Si hasta la historia del chico del violín es más clara e interesante cuando en la televisión oficial lo entrevistaron al propio chico. La película elige, claro, los rasgos que cree más positivos (y ni uno solo ambiguo o negativo) sobre el ex presidente, pero en lugar de elevarlos, los aplasta. Seguro que las historias elegidas son más interesantes en la vida real. El mal cine, achica la vida, la reduce, no la ilumina, no la destaca. En la premiere de la película, antes de verla, una actriz dijo: Esta película servirá para que dentro de 50 años los chicos sepan quien era Néstor Kirchner. Si ese era el objetivo de la película hay que decir que, si algo queda claro, es que esta película no sirve para que alguien entienda quien era Néstor Kirchner. Su confusión visual, su poco astuta manipulación, su torpeza narrativa y sus momentos de didactismo no la convierten en una buena guía para entender a Néstor Kirchner como no serviría para entender a ninguna otra persona o época. Un excelente ejemplo es la muerte del protagonista. La inmensa mayoría de los espectadores pensará –nos ocurrió a todos en la función de prensa-, por la música ominosa y las imágenes de vías y trenes, que Kirchner murió en un accidente de tren. Hoy por hoy, eso significa la Masacre de Once, algo que el Gobierno kirchnerista de Cristina Fernández insiste en tapar. En 50 años hay más chances de que los chicos piensen: A Kirchner lo pisó un tren o se murió en esa tragedia que pensar que esa escena representa el asesinato de Mariano Ferreyra, que aparece después en una breve sobreimpresión. Entiendo la metáfora que quieren instalar, ya que luego de esa imagen –incomprensible si se la saca de contexto- se pasa directo al velorio del ex presidente. Esa escena encierra el gran problema de la película. Atrapada en su intención absolutamente coyuntural, buscando maquillar la propaganda, se intenta generar algunas metáforas poéticas y políticas a la vez. Pero la falta de talento, de imaginación, y sobre todo la falta de libertad creativa, la enredan a punto tal de no servir ni siquiera como panfleto. La escena final, la única donde el film se delira hacia un misticismo digno de un folleto religioso evangelista, cae una vez más en la confusión. ¿Qué significa exactamente ese momento? Cualquier cosa podría significar si fueran imágenes complejas, pero cuando se hace una película a las apuradas y sin convicción, es casi imposible lograr un discurso claro y coherente. El peor defecto de Néstor Kirchner: la película, es su aplastante mediocridad.
La lección del maestro y un homenaje Para su primera película, el asistente de dirección y productor de muchas películas de Eastwood decidió convocar al mismísimo Clint. El gran actor llena la pantalla con su presencia y esta sencilla película funciona y emociona. Clint Eastwood comenzó a actuar en la década del '50, pero se transformó en estrella una década más tarde. Desde entonces, Eastwood se ha convertido en la máxima estrella del cine contemporáneo. Más de 40 años de estrellato, algo que nadie más que él puede detentar hoy. Su imagen es tan famosa que hasta los que no ven sus películas saben cómo es su cine. Su imagen mejoró por el hecho de ser también director, un excelente director, transformándolo en un verdadero maestro para las siguientes generaciones. Eastwood es un modelo a seguir. Desde 1993, con En la línea de fuego, que no protagonizaba un film que no dirigía, pero el debut en la realización de Robert Lorenz se convirtió en una obligación para él. Lorenz ha sido durante años asistente de dirección de varios films de Eastwood y productor de otros tantos. Para su ópera prima decidió contar la historia de un viejo sabio, así que era casi inevitable pensar que lo hizo para tener como protagonista a su propio maestro. La historia de Curvas de la vida es la de un viejo cazatalentos del béisbol. Gus (Clint Eastwood) sabe todo acerca del béisbol, reconoce, aun siendo un anciano, a cualquier gran jugador que aún está jugando fuera de las ligas mayores. Pero los tiempos cambian y el mundo del béisbol también. Entonces entra en escena su hija Mickey (Amy Adams), una abogada camino a convertirse en exitosa dentro de un importante estudio. El reencuentro entre Gus y Mickey trae nuevamente los conflictos entre ambos y las cuentas pendientes, pero Gus está viejo y sólo Mickey lo puede ayudar. Historia de padre e hija, algo que le interesa bastante a Eastwood, como ya demostró en Poder absoluto y Million Dollar Baby, por ejemplo. Lorenz sabe que en su primera película los comentarios acerca de él serán los más obvios. Que no está a la altura del maestro, que es un Eastwood menor, y otros clichés que se pueden escribir incluso antes de ver la película. Pero ese es el objetivo, agradecerle a un maestro, reconocer su talento y homenajearlo. Clint Eastwood siempre llena la pantalla con su presencia y la película, sencilla y directa, funciona y emociona. En tiempos mediocres siempre es bueno recordar que hay sabios, que hay expertos, que hay gente que sabe de verdad, como Gus, como Eastwood.
La ceremonia de cierre La película marca el fin de una etapa que con un estética básica y aires de telenovela emociona hasta las lágrimas a sus seguidores. El guión apuesta a la conciliación. La saga de Crepúsculo llega a su fin. Cinco películas en total –teniendo en cuenta que Amanecer tiene dos partes– en cinco años seguidos y un fenómeno nacido en la literatura que se hizo extensivo al cine. Esta culminación divide definitivamente las aguas. O se sigue con euforia el cierre de la saga o se la pasa por alto sin problemas. No es el momento de acercarse a estas películas ni vale la pena discutirle a los seguidores acerca de la calidad de los films. Quienes amen la historia de Bella, Edward y Jacob, lleven los pañuelos, porque si hay algún mérito en Amanecer parte 2 es justamente la emoción. Emoción que se logra por llegar al final de la historia. Pero fuera del universo de los fans, hay que decir que pocas películas comerciales de esta masividad están tan mal filmadas como esta serie. De las cinco películas no importa si esta es la peor, pero sí está claro que estéticamente es muy básica, incluso torpe. Estática hasta llegar al ridículo, sus aires de telenovela barata la hacen difícil de soportar. Más que una telenovela, parece una fotonovela, pero tampoco es que ese absurdo llega lo suficientemente lejos como para hablar de estilo. La historia comienza con Bella recuperada del parto y convertida en vampiro, y la nueva crisis que supone la llegada de una hija que no se sabe si es como sus padres o no. Muchos diálogos estáticos, los mismos efectos especiales lamentables de toda la serie y los mismos actores inexpresivos, llevados ya a límites asombrosos. Pattinson ya demostró que siempre está igual, pero Stewart y Lautner han probado ponerles más fibra a los papeles que han hecho más allá de las películas de Crepúsculo. El único elemento interesante y rescatable de la película es una inusual apuesta a la conciliación antes que a la violencia y la guerra. No es poca cosa resolver una saga con esta idea. La necesidad de espectacularidad de las películas industriales termina siempre en batallas épicas y desaforadas, como única forma de resolver los conflictos, algo a lo que Amanecer parte 2 renuncia con inteligencia y hasta ingenio. Si bien las películas llegan acá a un final, no podemos tener la certeza de que este cierre sea definitivo. Ese es el problema con los vampiros, si uno no los mata, son capaces de vivir para siempre. Para siempre, sobre todo en el cine, es mucho tiempo, demasiado.
La seducción: el arma más poderosa Protagonizada por Robert Pattinson, la película basada en un libro de Guy de Maupassant cuenta la historia de un ex soldado que llega de Argelia a París y consigue, sin dinero, abrirse paso en una ciudad efervescente. Bel Ami es una nueva versión del libro de Guy de Maupassant, llevada muchas veces a la pantalla en la historia del cine y la televisión. El rostro más reconocido que interpretó a George Duroy, a quien las mujeres llaman Bel Ami, fue el actor de George Sanders. Habrá que ver si Robert Pattinson, estrella de la saga de Crepúsculo logra imponerse como el Bel Ami más famoso, aunque si de los méritos de la película dependiera, ya podríamos decir que no tiene esperanza alguna. En París, en 1890, un ex soldado que viene de Argelia, y no tiene nada de dinero, consigue abrirse paso en una ciudad efervescente mediante su arma más poderosa: la seducción. "Las personas más poderosas de París no son los hombres, son sus esposas", le confiesa una mujer, y George descubrirá que podrá conseguir un vertiginoso ascenso si sabe jugar bien sus cartas con ellas. Pero la seducción que Bel Ami deberá emplear para llegar a su propósito, no encuentra un equivalente en la forma en que la película está contada. A pesar de que hay mucho material interesante, la falta de originalidad de todo el relato y la puesta en escena de los directores, la convierte en una película sin gracia, completamente desangelada. No es absurda la elección de Pattinson, famoso por haber interpretado a un vampiro, para este papel. Es, Bel Ami, a su manera, un personaje vampírico, un seductor. No discutiremos su fama como ídolo adolescente, pero si hablamos de una película carente de todo carisma, Pattinson es el equivalente actoral en lo que a falta de gracia se refiere. Bel Ami se va oscureciendo y el control inicial que el personaje podía llegar a ejercer, encuentra nuevas barreras a superar, y la historia aristas más dramáticas. Es asombroso como la elección de un protagonista termina de hundir a un proyecto, o directamente le impide remontar vuelto. No es que Pattinson no pueda actuar, sino que simplemente este no era un papel para él. Ni actrices como Uma Thurman, Christina Ricci y Kristin Scott Thomas logran escaparse de esta rutina. Casualidad o no, vino a mi mente varias veces la película Relaciones peligrosas (donde Uma Thurman tenía una papel, casualmente) y su actor protagónico, John Malkovich. Aquel no era un galán, pero su capacidad de seducción y la forma en que el director lo filmaba, conseguían darle gracia. En Bel Ami ocurre exactamente lo contrario.
007: LICENCIA PARA MATAR DE ABURRIMIENTO 50 años cumple James Bond en el cine, y los productores no encontraron mejor idea que destrozar la franquicia poniendo a un director que ignora el entretenimiento y un villano preso de la sobreactuación. Una verdadera traición a 007. James Bond es la franquicia más longeva y fructífera de la historia del cine. Cincuenta años cumple el personaje en la pantalla y esta nueva entrega venía muy recomendada, con un rumor de que era “el mejor Bond de todos los tiempos”. Los rumores incluso, parecían ir tan atrás en el tiempo que hasta podría dudarse de su origen. Pero la bola empezó a correr y tanto el número redondo como la aparición de un director ajeno al género produjeron una revolución. De los escasos méritos de Sam Mendes como director se puede decir mucho, sus films, siempre tendientes al trazo grueso, la reflexión superficial y la solemnidad a prueba de balas, no se parecían en nada a la serie de James Bond. Pero como ha quedado demostrado, la fuerza del personaje equipara a todos los directores, que deben renunciar a su mundo personal para entregarse a los mandatos del famoso agente. Sin embargo, Sam Mendes cae en el peor de los escenarios: no aporta nada valioso como director, pero a la vez impide el normal desarrollo de una historia de acción y espionaje al estilo Bond. Operación Skyfall (en el original sólo Skyfall, sin ninguna operación) es una película hecha desde el desprecio por la franquicia, desde el menosprecio por el entretenimiento y el gran espectáculo. Mendes es un palo en la rueda, no aporta nada nuevo ni nada bueno. Pero claro, frente a un proyecto tan grande culpar sólo al director es demasiado. No se puede saber hasta que punto es responsable, pero es muy posible que lo sea. Pero la idea de colocar al director de Belleza americana frente un film de James Bond parece un plan nefasto. Y de hecho lo es. La franquicia que en algún momento no quiso abrirle la puerta a Spielberg, hoy la entrega a este desastre. Peor aun, el villano no es otro que Javier Bardem, el protagonista de Biutiful de Alejandro González Iñarritu. Es decir, films de prestigio prefabricado, de solemnidad absoluta. Y lo peor es que eso se nota a lo largo de toda la película. Los guionistas –tres en total- provienen de la franquicia Bond en dos de los casos y el tercero tiene un interesan curriculum con buenas películas, así que el director vuelve a ser el punto más bajo. Operación Skyfall intenta refundar la serie, darle giros nuevos, renovar temas, bucear en espacios nuevos. Pero genera una tensión que no resuelve: seguir la tradición o subvertirla. Todo el tiempo en la trama se habla de hacer las cosas al viejo estilo, pero en la película esto no se evidencia. Salvo una buena escena inicial, el resto de la película no tiene nada de la tradición, excepto algunos detalles que llevan al comienzo de todo este fenómeno. Pero el supuesto realismo que apareció con Daniel Craig (esta es su tercera película Bond) no cede acá ni un milímetro y los aires de melodrama que intenta plasmar el director terminan por convertirse en un aburrimiento sin precedentes. No hay película de toda la saga de Bond, más aburrida que Operación Skyfall. Dos horas treinta minutos dura este film. Es cierto que los films de Bond nunca fueron obras maestras, aun cuando muchas de ellas tuvieran encanto o simpatía. Alguna canción excelente o chicas muy lindas o memorables villanos, eran elementos que funcionaron mejor o peor según la combinación de cada título. Se extraña a Sean Connery al ver esta película, y más aun a Roger Moore, y se extraña también a Pierce Brosnan. Incluso se extraña a George Lazenby, quien en su momento protagonizó un Bond con algo de melodrama llamado Al servicio secreto de su majestad. Algunos pequeños detalles sobreviven bien a esta debacle, como por ejemplo de Ralph Fiennes, quien interpreta a Gareth Mallory, un personaje ambiguo que en realidad no tiene misterio para quien conozca la mitología artúrica. Y sin duda el mejor logro es la presencia de Roger Deakins como director de fotografía. Gracias a él, hay grandes momentos visuales, sobre todo en la primera mitad del largometraje. Por aportar belleza y complejidad, hay que agradecerle. El resto son muchas, no pocas, escenas aburridas, sin magia, sólo con diálogos y solemnidad teñida de psicoanálisis barato. Las escenas finales, irónicamente, parecen filmadas en locaciones que hubiera disfrutado y aprovechado un director como John Woo. Al recordarlo uno entiende que más allá de la traición al género, el problema es que a Mendes le falta corazón y compromiso con la película. Si hubiera visto The Killer, tal vez podría haber rescatado al menos algo digno en el final. Pero ni eso. El éxito mundial de Operación Skyfall será el fracaso del entretenimiento y la fantasía, en manos del aburrimiento y la gravedad. No son buenas noticias, claramente.
EL PERRO QUE VOLVIÓ DE LA MUERTE Frankenweenie es un largometraje de animación inspirado en un corto realizado por el propio Tim Burton. La película es una de la más personales y bellas del realizador. Frankenweenie es un film que tiene detrás una larga historia, cómo suele ocurrir siempre en el género que tanto ama Tim Burton: el terror. Los primeros trabajos realizados con el cine que tuvo Burton fueron para los estudios Disney, incluso estudió en una escuela que era una cantera de talentos para los famosos estudios. Burton fue uno de los dibujantes de El zorro y el sabueso. El propio director reflexionaría más tarde “Yo no sabía dibujar aquellos encantadores zorritos de Disney. Simplemente no lograba hacerlo. No podía imitar el estilo Disney. A los míos parecían que los hubieran atropellado en la ruta”. En 1984 Tim Burton trabajaba para los estudios Disney, fue allí donde realizó un cortometraje que debía acompañar el reestreno de Pinocho, el clásico de Walt Disney. Ese cortometraje se llamaba Frankenweenie y contaba la historia de un niño llamado Victor Frankenstein no se resigna frente a la muerte de Sparky, su adorado perro, y decide traerlo de nuevo a la vida, tal cual lo hacía su homónimo en la novela y las películas de Frankenstein. Lo filmó en blanco y negro, tal cual lo había hecho con esa pequeña obra maestra llamada Vincent (1982) que también había realizado para los estudios. Pero mientras que Vincent no fue hecho como un corto para difusión comercial, Frankenweenie si debía serlo. Los ejecutivos del estudio consideraron que había desperdiciado los recursos del estudio y la relación entre Disney y Burton se terminó. Acusaban a Burton de hacer un corto demasiado tenebroso. ¿Acaso no era tenebrosa Pinocho? Lo cierto es que los estudios Disney no estaban listos para Burton. Pero Warner sí, quien lo convirtió en un director estrella en los siguientes años. Disney que parece que finalmente entendió a Burton, o al menos entendió que el mundo lo quería, se decidió a estrenar en VHS el corto, pero, insólitamente, con cortes. Unos años después, cuando Burton ya se había transformado en el vocero de toda una generación, se estreno –ahora sin cortes- Frankenweenie como extra en la edición en DVD de El extraño mundo de Jack. El extraño mundo de Tim Burton había triunfado. Muchos años más tarde el propio Burton, ya amigado con Disney, decidió transformar el cortometraje en un largo pero en lugar de actores recurrir a la animación. Eso sí, mantuvo el blanco y negro, absolutamente imprescindible para la lógica del film. De la misma manera que en la década del noventa el director logró obtener luz verde para hacer una obra maestra llamada Ed Wood, acá parece que el éxito de Alicia en el país de las maravillas, realizada para Disney, permitió que Burton se juegue por una estética menos masiva y salde cuentas con su pasado, también dentro de los mismos estudios que hace años lo rechazaron. El resultado está a la altura de lo mejor del director. Frankenweenie podrá ser siniestra y de altísimo impacto estético, pero en esencia mantiene la infinita ternura del realizador por sus criaturas. Frankenweenie no es una película de terror, es una película sobre los personajes del cine de terror, con una mirada comprensiva y humana acerca de la soledad de los diferentes, los marginados, los que no representan la belleza según los cánones actuales. En resumen: el universo de Tim Burton en estado puro. Porque aquí queda claro que recupera todo su universo personal, sus obsesiones, sus pasiones, su cine. Recomendable por su extraordinaria belleza, y recomendable también por la belleza de sus ideas. Frankenweeniee es Tim Burton en estado puro, a todo nivel, una cita obligatoria para quienes amaron Vincent, El joven manos de tijera y El extraño mundo de Jack.
Los herederos de Tim Burton El cine de terror tiene una larga historia y también seguidores incondicionales. Entre esos devotos de ese largo historial del género se encuentra Tim Burton. Burton cambió la historia del cine al colocar los personajes del cine de terror fuera del cine de terror, cuando les dio humanidad, sentimientos y miedos. Luego de Burton el cine comenzó a buscar personajes por ese lado, tratando de convertir a los viejos monstruos en seres tiernos y marginados. Paranorman, dirigida y escrita por Chris Butler, narra la historia de Norman, un niño de un pequeño pueblo que tiene la capacidad de hablar con los muertos. Todos los fantasmas que habitan en el pueblo sólo son vistos por él, que a su vez es observado como un freak por su familia y su barrio. Pero sobre el pueblo pesa una terrible maldición, causada por un hecho siniestro del pasado. Claramente es un film para niños pero no tan niños, y definitivamente para una generación de chicos posteriores al cine de Tim Burton. La película tiene los esperables gags del cine de animación, con persecuciones, golpes y chistes físicos, pero a la vez tiene una verdadera lectura profunda, que sin duda es lo que le permite obtener sus mejores resultados. Emocionante y tierna como los films de Burton, y con algunos sustos también, Paranorman resignifica a los personajes del género, y reivindica la figura del diferente o el marginado dentro de la cultura. Como Tim Burton lo demostró, y como lo confirma este film, los marginados en el fondo somos todos, porque detrás de cada persona hay un universo que la mayoría desconoce o se niega a conocer. Saludable, divertida y con muy buenos chistes, Paranorman es una película pequeña y efectiva, que se eleva por encima de los productos mecánicos que a veces nos ofrece el cine de animación. Y a la vez, se trata de una película menos infantil en sus ideas que algunos exponentes del género de terror supuestamente para un público de mayor edad.
Verdaderos héroes de película Hay películas que si no incluyeran la información de que están basadas en hechos reales, los espectadores estarían convencidos de que están frente a un disparate inverosímil sin conexión alguna con la realidad. Pero justamente ese es el motivo por el cual Ben Affleck decide contar esta historia. La película cuenta el plan para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses durante la crisis de los rehenes a finales de 1979 en Irán. Mientras ocurría esta crisis, seis personas escaparon en el momento de la toma de la embajada estadounidense y terminaron refugiados en la embajada canadiense. Hasta ahí no hay nada raro ni complicado de aceptar. Lo insólito –y no por eso menos real– es que la CIA planificó un plan de rescate de esos seis ciudadanos con un plan verdaderamente insólito. La idea sería hacerse pasar por un equipo de cine canadiense que va a rodar un film de ciencia ficción y busca locaciones en Irán. Si la película no estuviera basada en hechos reales sería igualmente una obra maestra. El manejo de la narración que tiene Ben Affleck es algo poco habitual en el cine actual y el famoso cliché del espectador al borde de su asiento se aplica perfectamente a esta historia. Igualmente está basado en hechos reales y eso aumenta aun más la sorpresa, ya que uno disfruta de un relato apasionante mientras que no puede creer que sea cierto. Ben Affleck, un galán de cine con una carrera no muy brillante, sorprendió al ganar el Oscar junto a Matt Damon por el film En busca del destino (Good Will Hunting) dirigido por Gus Van Sant. Años más tarde sorprendió con una película extraordinaria, tanto en el clasicismo con el que está narrada como en la complejidad y profundidad de sus temas. Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2006) se llamaba esa sorpresa. Algunos pensaron que era un golpe de suerte, pero Atracción explosiva (The Town, 2010) confirmó el talento de Affleck en incluso su habilidad para el drama y también la acción, siempre dentro de tramas que incluían un crimen. Argo es el tercer film del director al que ya podemos calificar como el mejor director de Hollywood surgido en la última década. El manejo de los tiempos, la habilidad para crear suspenso habla de un realizador con un pulso digno de un experimentado veterano, aun siendo un director en el comienzo de su carrera. Argo está destinada a convertirse en un clásico, al igual que su director.
Acción y ciencia ficción con todas las de la ley Dirigido por Pete Travis, este film en 3D, basado en un cómic inglés, tiene una estética original con un guión puro y con claridad expositiva propia del cine clase B. Una pequeña gran película para no dejar de ver en cines. Son tiempos complejos para la ciencia ficción. En momentos en que el género se pierde –una vez más– en las posibilidades tecnológicas que hoy dan los efectos digitales, de tanto en tanto es un alivio encontrarse con un film directo, duro, que no se aleje de la narración y la historia central que quiere contar. Coherente con el personaje, la película Dredd simplifica y va directo al grano. Basado en el famoso cómic inglés, Dredd tiene a su favor que la versión anterior que se hizo para cine era bastante decepcionante. Algunos pensarán que estamos frente a una remake o que hay que conocer la historieta para comprender la lógica del personaje. Nada de eso. Estamos frente a un film de acción y ciencia ficción hecho y derecho. Capaz de concebir una estética lo suficientemente artística y original como para que no haya tampoco que plantear todo en términos de realismo o verosimilitud. A esto se le suma un uso del 3D verdaderamente logrado y, en consecuencia, justificado. En lo visual, sin duda la película es memorable, y en cuanto al guión, tiene la pureza y la claridad expositiva del cine clase B. Aclarando, para el que aún no lo sepa, que clase B bien entendido es un elogio. Si la sequedad del personaje policía-juez se hace extensivo a la historia, toda la trama de las drogas y su efecto es lo que les abre la puerta a la lógica y el armado visual de gran parte del film. Así que no hay que plantearse Dredd en términos de película pequeña, sino en términos de película pura. La mandíbula cuadrada del actor neozelandés Karl Urban permite darle al personaje del juez Dredd (cuyo casco tapa la mitad del rostro) la fisonomía de héroe duro y sin concesiones. Con clara inspiración en Clint Eastwood, por cierto. Y una gran actriz de la talla de Lena Headey, como Ma-Ma, la villana del film, es otro personaje completamente logrado. No es muy alentador que este relato oscuro y perturbador haya fracasado estrepitosamente en la taquilla norteamericana. Y aunque está bien que eso nos salva de cualquier idea de secuela, habla muy mal de cómo los espectadores hoy se enfrentan a una película buena, sólida y directa. Tal vez no es el más complejo y profundo de los films, pero sí una pequeña gran película que no hay que dejar pasar. «