El asesinato de la tragedia griega. Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. Un cirujano exitoso vive con su esposa oftalmóloga y sus dos hijos. Desde el comienzo sabemos que algo no anda del todo bien. Steven protege a un adolescente cuyo padre ha muerto en la sala de operaciones. Pero a medida que le abre la puerta para que entre en su vida, algo siniestro se abre paso y la culpa del médico que lo lleva a querer cuidar del joven no lo liberará del castigo. El sacrificio del ciervo sagrado alude en su título y en su historia al mito de Ifigenia, a su vez retratado en muchas ocasiones a lo largo de la historia. Se podría decir que la película incluso es más pesimista que el propio mito y las versiones del mismo. Un mito griego llevado a la actualidad puede funcionar perfectamente, muchas obras han logrado atravesar de forma impecable los siglos. Sin embargo acá el director intenta combinar el drama realista con una desenfrenada cadena de alegorías y metáforas que generan un efecto incómodo. La tragedia griega parece muerta cuando cae en manos de un director como este. No la incomodidad de los momentos perversos y sádicos que pueblan la película, no las situaciones de guión, sino la forma en la que busca el realismo absoluto (y gratuito) con la inverosimilitud sin freno. La arbitrariedad reina en el mundo de este director, que disfruta realizar movimientos de cámara forzados que distraen en la mayoría de las escenas. Travellings que convierten a Stanley Kubrick en Yasujiro Ozu por su esteticismo sin justificación. El uso de grandes angulares en muchas escenas y, por supuesto, alguna cámara en mano para subrayar la obviedad de algunos instantes. Este tratado sobre la culpa podría funcionar perfectamente sin todo lo mencionado. Pero lamentablemente Yorgos Lanthimos es uno de esos directores que cree que la fórmula del cine “importante” es mayor sadismo = mayor nivel artístico. Así de vulgar es esta película, así de obvia. Una pequeña idea explotada y repetida con escenas molestas y sin variaciones. Muchos momentos de supuesta poesía cinematográfica son un disparate que sin problemas podría hacer reír a carcajadas a un espectador que no haya tenido que pagar la entrada para ver esta película.
Al agua con el clase B. Dos hermanas que están de vacaciones en México, deciden hacer una excursión para ver tiburones. Para ello descienden en una jaula de avistamiento para observar y sacar fotos. Cuando la cadena y todo el sistema para elevar la jaula se rompe, la jaula cae al fondo del mar y ambas quedan atrapadas. El rescate es complicado y el oxígeno se agotará pronto. Tampoco pueden salir nadando porque están rodeadas de peligrosos tiburones blancos. Los tiburones son desde el clásico Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg un material inagotable para el cine. En el cine clase B y en las producciones clase Z, las películas con tiburones son muy comunes y todos los años hay varias. Algunas se destacan más que otras, en el 2016 Miedo profundo (The Shallows) se destacó del resto, como lo hizo en su momento Mar abierto (Open Water, 2003) o Alerta el lo profundo (Deep Blue Sea, 1999). La mayoría tuvo secuelas, como ocurrió en su momento con la película de Spielberg, que derivó en secuelas y decenas de imitaciones. Y no nos podemos olvidar tampoco de la incomparable saga de Sharknado (2013), un puñado de obras maestras del delirio más berreta pero igualmente efectivo. Si hay tanto material es porque, como se demuestra nuevamente aquí, hay algo en estos animales que produce un tremendo horror en las personas. Convertidos en los peores asesinos del reino animal, los tiburones siempre producen temor y sobresaltos en la platea. Con un poco de ingenio se puede hacer una película digna y entretenida. A 47 metros cumple con creces el objetivo y a pesar de sus trucos y sus vueltas de tuerca entretiene mucho y produce sobresaltos bien ganados.
NI CON PLATA. El título de la película se refiere, entre otras cosas, a la figura del millonario John Paul Getty (Christopher Plummer) es uno de los hombres más ricos del mundo. El más rico de todos los tiempos como se dice al comienzo del film. Cuando su nieto de dieciséis años, al que él quiere mucho, es secuestrado y piden un rescate, se desencadena un conflicto extra inesperado. El millonario se opone a pagar el rescate. De forma brutal le explica a la madre del joven que él tiene catorce nietos y que no puede pagar diecisiete millones de dólares por cada uno. La historia es la de la lucha de la madre (Michelle Williams) por hacer que Getty cambie de opinión y salvar así la vida de su hijo. Para lograrlo, ella busca aliarse con el gerente de negocios de Getty y ex agente de la CIA Fletcher Chase (Mark Wahlberg) para convencer a Getty de que decida tener otra idea del conflicto y pague el rescate. Ridley Scott tiene una probada y extensa trayectoria que comienza en la década del setenta y que tiene grandes títulos hasta la actualidad. También ha filmado muchos bodrios, algunos asombrosamente malos en comparación con sus mejores títulos. Acá estamos frente a uno de sus títulos mediocres, esos que no terminan nunca de encontrar el tono adecuado. Cómo policial, la película tiene buen ritmo narrativo, pero cae tantas veces en trazos gruesos y subrayados que nos queda claro que el director quiere decir algo importante sobre el mundo. Para lograrlo tiene demasiados momentos de forzada idealización de una banda de secuestrados cuya crueldad se nota simplificada. Nadie pide que se ajuste a la realidad de los hechos, pero queda claro que hay una mirada entre clase alta y clase baja de la cual esta película es un borrador torpe. Los actores que interpretan a los secuestrados compiten a su vez en un torneo por saber quién es capaz de actuar peor, la competencia es dura, todos pierden pero todos dan vergüenza ajena. Todo el dinero del mundo elige una historia extraordinaria y la convierte en un film menor. Lo mejor incluso, la historia posterior al secuestro, lamentablemente no forma parte del relato.
Momento de decisión. Aunque la historia que el film cuenta es una noticia conocida de los últimos años, se avisa al lector que la nota adelanta muchos aspectos de la trama. De la larga trayectoria de Clint Eastwood director ya no es necesario hacer un repaso, su popularidad, su vigencia y su prestigio están largamente probados. De lo que sí vale la pena hablar es de lo compleja y ecléctica que ha sabido ser su obra en la última década. 15:17 Tren a Paris es uno de sus films más raros, con ingredientes menos habituales pero a la vez absolutamente leal a sus convicciones de cineasta. La historia que narra el film es la de un atentado terrorista ocurrido el 21 de agosto del año 2015 en un tren que iba de Ámsterdam a Paris. El hecho de que el film esté basado en un hecho real no le aporta a nada a nivel artístico ni es relevante a la hora del análisis, al menos no en lo que a sumarle valor cinematográfico. Lo que sí permite es evitar suspicacias injustas acerca del contenido del mismo. La apuesta de Clint Eastwood es una de las más arriesgadas de su carrera. Los tres protagonistas del film son los tres jóvenes norteamericanos que protagonizaron la historia real. Varios de los personajes que aparecen en la película también son los que vivieron esa historia. En el medio, vemos varios actores conocidos, todo el elenco se integra a la perfección. Allí donde alguien se enojaría por la idealización de elegir estrellas para los papeles (algo que no está mal, aclaremos) nos encontramos con la asombrosa naturalidad de personas de la vida cotidiana. Un punto extra para Eastwood. Estos héroes que la película describe (y que en realidad son más de tres, pero solo seguimos la historias de los protagonistas) son imperfectos, comunes, con todos esos rasgos que tanto le reclaman algunos a los héroes del cine. Bueno, acá están los que cuando llega el momento hacen la diferencia y su acción produce el bien en estado puro. Inseguros, revoltosos, aburridos, pero también leales con sus afectos, estos son los tres jóvenes que conocemos en la película. Y acá aparece el doble juego de la película basada en hechos reales. Por un lado eso puede producir lo que ya mencionamos pero además también algunas pátinas extras de emoción para el espectador desconfiado. Por el otro, no significa que la película maneje los hilos de la ficción como más le gusta y termine haciendo la reflexión que quiera, más allá de los hechos y personas que los inspiraron. La enorme carga emocional de la película no parte del hecho real, sino de la manera en la que la historia dirigida por Clint Eastwood nos hace reflexionar sobre algunos temas. Desde el primer fotograma del film sabemos que hay un tren y alguien se sube a él para llevar a adelante un atentado. No hay misterio. Ese es el gran hallazgo del film. Eso potencia mucho más lo que vemos a continuación. Estos tres jóvenes –primero niños en la historia- no parecen ser héroes ni se los ve como eficientes defensores de la ley, más bien lo contrario. Niños que juegan y entran en constante choque con la autoridad escolar. Problemas con su educación, rendimiento bajo, sueños truncos y angustias varias. Dos terminan con educación militar, el otro civil. Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, en ese orden de importancia en la película, tenían dos de ellos veintidós años y el otro veintitrés en el momento del atentado. No eran las personas mejor preparadas del mundo, pero tenían algo de preparación dos de ellos. Tampoco los otros pasajeros que ayudaron -tres de ellos- sabían exactamente qué hacer. Un instante que lo definió todo, para ellos, para el terrorista, para los demás pasajeros. Por eso tiene tanto valor que la película postergue todo lo que puede ese momento. Para que observemos como los momentos más simples y triviales de la vida cotidiana parecen desdibujarse frente a esos otros instantes decisivos. Esto nos lleva a otro tema que la película trata y es justamente cuál es el sentido de nuestras vidas. ¿Por qué estamos acá? ¿Cuál es nuestra misión si acaso hay alguna? Estos personajes simples, en particular Stone, el máximo protagonista de la película, tienen un dilema existencial. Sus frustraciones lejos de volverlo cínico o indiferente lo llevan a preguntarse el motivo por el cual todo ocurre. Es el azar lo que los llevó a ese tren, no hay duda, pero no es el azar lo que los llevó a jugarse la vida en pos de salvar a todo el pasaje de un tren. Hay una gran diferencia en los lugares a los que nos lleva la vida y lo que hacemos una vez que nos encontramos allí. Esta pregunta sobre el heroísmo es lo que convierte a 15:17 Tren a Paris es una película extraordinaria. Disfrazada en los primeros dos tercios de un naturalismo ordinario y sin importancia, para luego y a partir de ello arremeter con todo una carga dramática y emotiva que apabulla. Que los hechos reales no nos impidan disfrutar de esta obra de arte.
Una pequeña obra maestra. El oso Paddington es un personaje literario de enorme popularidad en Gran Bretaña. Su autor, Michael Bond, publicó el primer libro protagonizado por este personaje en 1958. Se inspiró en un oso de peluche que le compró a su esposa en la estación Paddington, de allí el nombre que lleva el oso. La fama del personaje se volvió mundial y sus libros se tradujeron a más de treinta idiomas, vendiendo millones de ejemplares en todo el planeta. Para la cultura inglesa, Paddington es todo un ícono, teniendo incluso una estatua además del famoso vestuario de la mayoría de los muñecos consistente en un abrigo azul y sombrero rojo. La fama del personaje aumentó y tuvo sus series animadas en televisión, pero su fama se volvió aun más universal con la realización de una gran película en el año 2014. Paddington 2, obviamente, es la secuela de aquel titulo. La sorpresa es que si aquel título era muy bueno, esta nueva entrega es simplemente extraordinaria. El famoso oso de origen peruano ya se ha integrado a la familia Brown y es respetado y querido en el barrio de Windsor Gardens. Al visitar la tienda de antigüedades del Sr. Gruber descubrirá un deslumbrante libro pop-up. Paddington desea regalarle el libro a su tía Lucy y para poder comprarlo se dedica a hacer todo tipo de trabajos. Cuando el libro es sorpresivamente robado, una serie de equívocos provoca que Paddington sea el principal sospechoso. Antes y después de este suceso, la película despliega una serie de memorables gags a la altura de los grandes comediantes de la historia del cine. Y aunque el oso sea digital, no deja de ser un personaje desopilante. La voz del oso está a cargo de Ben Whishaw y al tratarse de una película con tantos actores extraordinarios la recomendación es que el público adolescente y adulto intente ver la película en su idioma original. Los matices de acentos que la película tiene son particularmente sofisticados y divertidos. En esta comedia alocada –no exenta de emoción, además- hay algo tan refrescante e inusual, tan antiguo y fuera de moda que termina resultando más descontracturada y menos temerosa que el cine familiar actual. Los chistes son muy graciosos, las escenas son muy espectaculares, las actuaciones son todas brillantes y todo eso está antes que las preocupaciones ideológicas o terrores de incorrección política que están llevando al cine a un lugar sin arte. Los chicos no son tontos, pueden seguir una trama sin que les estén bajando línea a cada minuto, y además, ni hay que aclararlo, la historia no deja de ser positiva y llena de humanidad. Lo que no tiene Paddington es miedo a la libertad y la creatividad, y eso se nota en todas y cada una de sus escenas. Cuando un personaje se convierte en una franquicia de éxito asegurado, cuando no hay riesgo de fracasar en taquilla, es igual de difícil hacer una película mala que una película excelente (siempre y cuando haya talento disponible, claro). Nada obligaba al director, los productores, los guionistas, los actores y todo el equipo a realizar una obra fuera de serie. Nada excepto la ética del artista. ¿Si puedo hacer la mejor película posible, porque no habría de hacerlo? Muchos de los que hacen cine para grandes y chicos deberían recordar que el éxito asegurado no es una autorización para subestimar a los espectadores. Paddington 2 no es solo una buena película, es una pequeña obra maestra. Su ritmo narrativo, su acción, sus ideas visuales, su dirección de arte, su vestuario, todo está a un nivel inusual. Y uno de los elencos británicos más impactantes del cine actual se reúne para festejar al personaje. Actores premiados en cine y televisión, absolutas estrellas se entregan a esta fiesta. Particularmente memorable la actuación de Hugh Grant como el actor villano del film, lo suyo es maravilloso. Pero la lista es mayor: Michael Gambon, Imelda Staunton y Ben Whishaw (las voces de los osos), Hugh Bonneville, Sally Hawkins, Julie Walters, Jim Broadbent, Tom Conti, Peter Capaldi, Noah Taylor, Nicholas Woodeson, Richard Ayoade, Simon Farnaby y para cerrar en algún lugar la lista, el protagonista de todas las inolvidables escenas en la cárcel, Brendan Gleeson, otra actuación maravillosa. No es todo lo mismo, no da igual una tontería mediocre para pasar el rato que una película de esta calidad. Hacer comedia física es más complicado de lo que parece, conseguir una verdadera locura digna del cine mudo o de Jerry Lewis es un diamante que no debe dejarse pasar. Paddington 2 es una de las sorpresas del año, una de esas películas que le alegran el día a cualquiera. Sin golpes bajos, ni vueltas de tuerca efectistas, sin otro arte que el de saber hacer cine original y sin tanta especulación. El resultado está a la vista.
TODO MENTIRA Pocas cosas son más ridículas que las películas de terror sobrenatural basadas en hechos reales. Pero cualquier excusa es buena para empezar una trama y algunas películas del género han decidido empezar por ahí. ¿Cuánto de lo que aparece en el film es real y cuanto son los eventos reales que sirvieron de punto de partida? Nunca lo sabremos, pero es fácil darse cuenta de que cada elemento sobrenatural que aparece es mentira. Como eran mentira El bebé de Rosemary, El exorcista y La profecía y sin embargo son obras maestras. Nadie necesita realismo, solo que la película funcione. La crucifixión encuentra algunos de sus hallazgos en empezar como un policial, con una periodista investigando la muerte de una monja en relación con un exorcismo. No es mala la idea de que un exorcismo no sea otra cosa más que un acto de locura criminal. Pero claro, no es esa clase de película y la trama comienza a acercarse al terror poco a poco y pierde su única originalidad. Es posible que alguna vez una película se anime a llevar hasta el final la idea de que el exorcismo no tiene ningún elemento sobrenatural y que el diablo no existe, mientras tanto, las únicas películas con demonios son aquellas que son excelentes películas. Aunque algunos no lo crean, el buen cine de terror aun existe y puede dar nuevas obras.
De madera. Durante el período clásico del cine de animación, muchos personajes fueron famosos y universales. Uno de ellos fue el Pájaro Loco (Woody Woodpecker en el original y Loquillo en otras versiones en castellano) creado por Walter Lantz y diseñado originalmente por el dibujante Ben Hardaway. Este pájaro anarquista nació como la pesadilla de cualquiera que quisiera estar tranquilo, con su constante golpeteo a la madera y cualquier otra cosa que tuviera disponible. Para quienes deseen disfrutarlo o simplemente conocerlo, pueden buscar sus dibujos en internet, están tanto en inglés como en castellano. Knock Knock fue el primer dibujo donde aparició el Pájaro loco, donde el protagonista de la caricatura era Andy Panda. Funcionó bien y su primer estelar y el comienzo de su fama fue Woody Woodpecker. Como detalle destacable hay que decir que en muchos casos el propio Walter Lantz en su oficina presentaba los cortos y hablaba tanto de su historia como de los secretos del cine de animación, esta fue una de sus marcas. El personaje continuó en cine y televisión hasta comienzos de la década del setenta. La música y la risa del Pájaro loco también dejaron una marca en el imaginario popular. Tal vez sea demasiado prólogo para la película que se estrena ahora, pero es lo menos que se puede hacer para explicar la existencia de una aberración cinematográfica como la que decidieron hacer a partir del personaje de Walter Lantz. Y para ir directamente al grano: lo único que vale la pena menciona es que el personaje que se quiere mudar al bosque del Pájaro loco se llama Lance Walters, en claro homenaje a Walter Lantz. Menudo homenaje le hacen con este bodrio. Comedieta barata, más cerca de las parodias clase Z de la última década que de una comedia alocada digna del Pájaro loco, con algunos villanos al estilo Mi pobre angelito y con antagonistas tan poco agradables como el propio protagonista. El millonario que viaja con su novia joven al bosque para construir una casa gigantesca que no piensa habitar, juntando en una sola premisa toda clase de prejuicios, y sumándole otros a cada minuto. El hijo que a último momento se debe sumar, por razones de fuerza mayor, y por supuesto la joven novia que no lo tolera. Porque segundas parejas y mujeres sin hijos siempre son las villanas. Demasiado esfuerzo interpretar esos detalles. Demasiado esfuerzo ver esta película que jamás debería haberse estrenado en cines.
Una noche en el infierno. Kathryn Bigelow posee una de las filmografías más poderosas del cine norteamericano contemporáneo. Aunque sus comienzos fueron en la década de los ochenta, con la mítica Near Dark, su carrera alcanzó popularidad con Punto límite y prestigio y respeto mundial con The Hurt Locker y Zero Dark Thirty. Un doble Oscar a Mejor película y dirección, terminaron por darle el merecido reconocimiento de la industria. Bigelow posee una obra coherente, marcada siempre por una forma potente de registrar la violencia y la tensión, mayormente alrededor de las figurar más masculinas, pero no siempre. También observa la tarea de los profesionales en peligro, al mejor estilo de Howard Hawks, maestro de maestros en el cine de Hollywood. Su obra se acerca a otro gran director de acción con inteligencia, el genial Don Siegel. Sin embargo, este árbol genealógico brevísimo no alcanza para definir su cine, siempre marcado por un nivel de intensidad y tensión que como directores han logrado en la historia del cine mundial. Un tema recurrente en la obra de Bigelow es la obsesión de sus personajes con su trabajo, su misión o su pasión. La palabra límite aparece en la traducción al castellano de dos de sus películas y no es casualidad. Hasta el límite van sus personajes, siempre, poniendo en riesgo su vida o más bien entregando su vida. Una vez cumplida su misión, solo les queda esperar otra, ya que no hay nada para ellos fuera de esa obsesión. Detroit se sale en parte de este esquema, emparentándose o funcionando como una mirada diferente de Strange Days. Si bien allí la obsesión estaba en el tráfico de sensaciones fuertes, había una tensión social y racial a punto de estallar sin vuelta atrás. Un espíritu exagerado y grandilocuente gobernaba en el final marcado por un cierto optimismo urgente y tal vez algo voluntarista. Aun así aquella era un viaje de tensión absoluta. ¿Qué pasaría si Bigelow volviera a contar una historia de tensión racial pero en un marco mucho más oscuro y pesimista? Y ya no en la ciencia ficción sino en la década del sesenta y en un marco mucho más realista. La respuesta es Detroit, claramente, una experiencia particularmente claustrofóbica y sofocante. Bigelow arranca con una escena en pleno movimiento. Lo que será el prólogo del centro de la película es en sí misma una escena tan intensa que ya no hay respiro para el espectador. Y no lo habrá hasta que la película haya terminado. En esa redada fallida del comienzo del film la directora establece su estilo narrativo, muy cercano al de The Hurt Locker. Detroit es una zona de guerra, al menos para la puesta en escena y la multiplicidad de puntos de vista, caos, cámara en mano y montaje trepidante y nervioso. Claro que no es una guerra porque básicamente lo que se ve es un grupo oprimido y una noche nefasta en un hotel, donde la furia racista alcanzará su punto más alto. El espectador buscará, desde el minuto cero, algo de esperanza, de luz, se aferrará a los personajes positivos y deseará que las cosas resulten bien, como sea. Pero la tragedia sobrevuela de forma tan evidente cada situación, que solo podemos ser testigos de la injusticia, tener el privilegio de saber más que los personajes, pero el castigo de no poder hacer nada para cambiar el curso de las cosas. Todas las herramientas visuales conoce Bigelow para llevar el suspenso y la tensión adelante. La cámara encuentra siempre la forma de escatimar información, de generar expectativa, de mantener viva la esperanza del espectador. Claro que no todo es tragedia, pero acá Bigelow decide ir en dirección contraria a esa esperanza de Strange Days. La maestría de su trabajo es lo que hace que Detroit sea una gran película, y también permite dimensionar la gravedad de los hechos que cuenta. Hay héroes, hay villanos, y hay en el medio demasiados grises que permiten que el mal avance. Detroit es tan impactante e inolvidable como las mejores películas de Kathryn Bigelow, sin duda una experiencia muy por encima del promedio, mérito absoluto del enorme talento detrás de las cámaras.
EL BALANCE DE LA LIBERTAD “Este es el mejor libro de texto del mundo: un periódico honesto.” Ransom Stoddard (James Stewart) en The Man Who Shot Liberty Balance (John Ford, 1962) Los primeros cinco minutos de The Post transcurren en Vietnam, allí aparece Daniel Ellsberg, quien está allí como observador. Vemos que le alcanzan el rifle y la cámara automáticamente muestra a su lado la máquina de escribir, su verdadera herramienta y arma de combate. Lo miran raro por su pelo largo y cuando sale con el grupo a la selva alguien que regresa de una incursión le presta un casco. En el vuelo de regreso a Estados Unidos el secretario de defensa Robert McNamara le pide que opine en medio de una discusión y ambos coinciden en que las cosas en Vietnam no están bien. Pero al bajar del avión McNamara baja y al hablar con la prensa dice todo lo contrario. Ellsberg pasa por detrás de las cámaras, en silencio, llevando en las sombras la verdad de lo que ocurre. Visualmente se ha resuelto el conflicto de la película y así será todo en The Post, donde la imagen dice más que las palabras. Así debería ser siempre en el cine, así lo sigue siendo con Steven Spielberg. Pero Ellsberg no es el protagonista de la historia, solo el que la pone en marcha. Los protagonistas son el editor en jefe del Washington Post, Ben Bradlee (Tom Hanks) y la dueña y editora del diario Katharine Graham. El primero es un periodista de ley, que se juega todo por su oficio, que ama su trabajo y cuanto más se complican las cosas más se divierte con el desafío. La segunda es la primera mujer en ocupar el cargo. El padre de Graham había sido el dueño y al morir este el cargo había quedado en manos del marido de ella, quien se suicidó. En plena crisis, a punto de entrar a cotizar en bolsa y con una enorme desconfianza de inversionistas y accionistas, ella deberá enfrentar el enorme dilema de desafiar al gobierno publicando los escandalosos Papeles del pentágono que ventiló Ellsberg. Por un lado hay una enorme historia de suspenso, un thriller periodístico al estilo del cine de los setenta. Con Tom Hanks actuando como si fuera William Holden (me cuesta pensar que no busca imitarlo) en las últimas películas de su carrera y con el oficio narrativo llego de recursos visuales propios de Spielberg. Las elipsis narrativas –limonada incluida- de la lecturas de los papeles del Pentágono, es un verdadero show de montaje. Por el otro, el proceso de Graham de bajar todas las banderas, asumir un rol decorativo y dejar que los intereses económicos y sociales se impongan por encima de la verdad y el periodismo. Nadie parece creer en ella, salvo Bradlee, que no ve diferencia alguna, solo ve el rol importante y decisivo que ella cumple. En ese sentido, la película deposita su peso dramático sobre ella y todo el camino que deberá recorrer. La dedicatoria de la película a Nora Ephron es un cierre perfecto de esta reivindicación, más allá de la emoción que va más allá de la película. La historia es conocida aunque tal vez no tanto como el siguiente escándalo destapado por el Washington Post con Watergate. De hecho un buen doble programa es ver Todos los hombres del presidente (1976) película de la cual The Post es literalmente una precuela. Aunque la película de Alan J. Pakula es mucho menos interesante desde lo visual, la película todavía mantiene su fuerza. Sin embargo el film de Steven Spielberg incluye otros temas, no solo su maestría narrativa. También es cierto que mientras que Pakula cuenta un caso reciente, Spielberg viaja al pasado, a una época muy diferente, con ideas también diferentes. Y Spielberg descubre y se fascina también con la precariedad tecnológica en la que se dan todos los hechos. Los teléfonos con monedas, la forma en la que se imprimen los diarios, las décadas previas a internet. Los empleados del diario corriendo por las calles, las fotocopiadoras primitivas, todo hace que se vea más épico y artesanal cada uno de los eventos narrados. No es raro ver al propio Spielberg sintiendo que él también pertenece a esa otra época del cine, del mundo. Sin una mirada de reclamo, claro, nadie mejor que Spielberg conoce los beneficios de la era digital. Pero como su maestro John Ford, solo observa con melancolía, sin nostalgia, como el mundo cambia. No es ni bueno ni malo, es inevitable. El diálogo final entre Bradlee y Graham mientras se imprime el diario es muy emocionante. Ambos han ganado su jornada. Ella abrió las puertas de un cambio enorme para la mujer al mismo tiempo que salvaba la libertad de expresión en su país. Él es el clásico personaje de Spielberg, como el de Puente de espías, aquel que está en paz cuando sabe que ha hecho su trabajo. En el plano general en el que ambos se alejan, las filas de diarios parecen ese objeto a punto de perderse llamado película. Como si estuvieran dentro de un gigantesco proyector, vemos pasar las largas líneas que transportan las noticias, ese “primer borrador de la historia”. Empecé la crítica con una cita de la obra maestra de John Ford The Man Who Shot Liberty Valance (1962). Las similitudes entre John Ford y Steven Spielberg son muchas y han sido demostradas a lo largo de la carrera de este último. Rescato una escena en particular de The Post. En la mitad de la película Ben Bradlee llega la casa de Katharine Graham mientras ella está festejando su cumpleaños. Entre los invitados está Robert McNamara. Bradlee y Graham conversan en privado mientras en los jardines sigue el festejo. Bradlee le cuenta allí sobre la muerte de JFK y la conciencia de que los periodistas y los políticos no pueden ser amigos. Cuando Bradlee se va, Spielberg define en un plano, sin diálogos, todo el conflicto de Graham. Al fondo, en la oscuridad, vemos como se aleja Bradlee, en primer plano, fuera de foco, vemos a McNamara en la fiesta de cumpleaños de Graham sonriendo. Entre ambos Graham, que debe decidir de qué lado está. Esa economía de recursos de Ford, cuando, por ejemplo, al final de Liberty Valance. El protagonista, Ransom Stoddard, se va junto con su esposa Hallie del cuarto donde está el cadáver en un cajón de su amigo Tom Doniphon. Antes de cerrar la puerta se detiene y quedan en el mismo cuadro el cajón en primer plano, Hallie al fondo y en el medio Ransom, que entiende en ese instante muchas cosas. Al mismo tiempo, Ford describe todo el conflicto del film en una imagen, lo mismo que repite aquí Spielberg en The Post. Se trata ni más ni menos que del olvidado oficio del cine. Al igual que el periodismo, tal vez ha cambiado y Spielberg lo sabe. Ya no tiene mucho valor la puesta en escena y las series y películas se definen mayormente por diálogos y recursos de guión. Por suerte aunque quedan cineastas capaces de hablar el lenguaje del cine. Entre todos ellos, Steven Spielberg sigue siendo el mejor de todos.
Batallas grandes y pequeñas. La siguiente crítica contiene el análisis de gran parte de la trama de la película. Quienes no hayan visto la película y no quieren conocer puntos importantes del guión, pueden dejar de leer acá. Una mujer (Frances McDormand) pasa por tres carteles publicitarios abandonados junto a una ruta en las afueras de Ebbing, Missouri. Decide buscar en el pueblo al responsable de ese espacio publicitario y pagar por un mes de alquiler. En la noche en la cual los están colocando un oficial Dixon (Sam Rockwell) de policía de Ebbing pasa por los carteles y se sorprende al leer su contenido. Los tres carteles rojos con grandes letras negras y en ese orden dicen: “VIOLADA MIENTRAS MORÍA”, “¿Y TODAVÍA NO HAY ARRESTOS?” y “¿CÓMO ES POSIBLE, JEFE WILLOUGHBY?”. Mildred Hayes, la mujer que pagó por esos carteles es la madre de la víctima del asesinato que aun está impune. Las consecuencias del cartel no se hacen esperar, por supuesto. El jefe de policía William Willoughby (Woody Harrelson) es el principal personaje expuesto por los carteles, pero lo toma con mayor calma que el violento oficial Dixon. Lo primero que dice Willoughby sobre Dixon es que es una buena persona, algo que a los espectadores le costará creer, al menos en un comienzo. “Nos enfrentamos a una guerra” le dice Willoughby a su esposa (Abbie Cornish), pero no es la única batalla que él deberá enfrentar, porque está enfermo de cáncer y no tiene cura posible. Escena tras escena los personajes van agregando capas que los vuelven más complejos. Willoughby es, en ese aspecto, el más conmovedor. Pasamos de despreciarlo al leer los carteles y creer que es el tipo más siniestro del pueblo a sentir por él una empatía total por su tragedia en la escena en la que no puede evitar escupir sangre sobre Mildred. Toda esa escena es el resumen de la película, y el motivo por el cual Harrelson debería ganar un Oscar. Su vergüenza –por el cáncer- le pasa por encima a su remordimiento por no resolver el caso. Pero ambas cosas están juntas. Su personaje es clave, es quien despierta a partir del reclamo frontal de Mildred y quien intenta despedirse buscando una nueva oportunidad para todos los que lo rodean. Su familia, la propia Milldred y también el oficial Dixon, a quien solo Willoughby parece ver con ojos benignos. Hay algo vital y alborotado en la película. Cada escena es intensa y memorable, no hay, incluso en las supuestas escenas más relajadas, momentos bajos en la película. Cuando no hay una tremenda escena de violencia, el diálogo más intimista termina en un instante de igual potencia. Más allá de que su tono con muchos apuntes de humor negro le hace descuidar algunos personajes secundarios, cada uno de los personajes principales de esta película tiene vida propia. Contrario a lo que se puede imaginar, no se ve la mano de un guionista que busca controlarlos, sino que los personajes parecen encontrar sus propios rumbos, cambiando, evolucionando, contradiciéndose. No están seguros, buscan la manera de seguir adelante. En ese aspecto el director Martin McDonagh es todo lo contrario a los Hermanos Coen. Los hermanos Coen no dejan de controlar al milímetro a sus personajes y no le dedican, en general, mucho espacio a que generemos por ellos empatía alguna. Son mejores realizadores, no hay duda, pero también son diferentes y no creo que esta película los imite en lo más mínimo. Esta característica de los personajes define a toda la película, que tampoco es fácil de encasillar. Aunque el punto de partida sea la denuncia de una madre reclamando por su hija, 3 anuncios por un crimen, no parece buscar ser la película ideal de la coyuntura que enfrenta hoy la industria del cine de Hollywood. El poderoso personaje protagónico no es una heroína con una bajada de línea inequívoca, y con el correr de los minutos la figura de los villanos va cambiando, por lo que tampoco es ideal para marcar una posición política en el cine actual. Martin McDonagh es un director algo desparejo, preocupado por la construcción de personajes más allá del realismo y la lógica del guión. Escondidos en Brujas y Siete psicópatas son la prueba de esto. Una vez más, la absoluta falta de realismo en una película que inicialmente parecía enmarcarse en ese tono, es algo que no puede ser pasado por alto. 3 anuncios por un crimen no es una película previsible ni busca un discurso inequívoco, pero sí está llena de humanidad, ese es su mayor acierto.