PIXAR A REGLAMENTO Las películas de Pixar revolucionaron la historia de la animación a nivel mundial. Un puñado de obras maestras y varias películas efectivas lograron cambiarle la cara al género. Coco llega tarde a todo, lamentablemente. Llega tarde a las ya muy previsibles vueltas de tuerca del estudio, llega tarde a mostrar el mundo de los muertos y llega también tarde a reivindicar a la cultura mexicana de cara a Estados Unidos. Pero no importa, porque cuando se tiene una maquinaria tan poderosa y un público cautivo tan grande, todo pasa a segundo plano y Coco podrá pasar con una novedad, cuando en realidad es un refrito entretenido y con muchos colores. Un poco ofende que una obra maestra absoluta como El libro de la vida haya quedado algo relegada mientras otra que tanto le saca termine quedándose con tanto crédito. Tampoco Coco se priva de robar todo lo que puede de El cadáver de la novia, de Tim Burton. Pero imaginemos, no es tan complicado, un público que no ha visto ninguna de esas dos películas y pensemos en que solo existe Coco. Pasemos por alto también la mencionada vuelta de tuerca que Pixar ha cultivado en por lo menos dos films anteriores y que aquí es prácticamente igual. Haciendo estos dos ejercicios nos queda un film divertida, visualmente impactante, con poca originalidad a la hora de producir risas y emociones. También queda una idea demasiado tradicional de entender la animación, colocando a Pixar lejos de la vanguardia del género. Pixar supo ser novedad, ahora es lo establecido. Ah, sí, hay docenas de referencias cinematográficas. ¡Qué gracioso, citan otras películas! Estamos en el siglo XXI, citar y hacer referencias a otras películas puede ser entretenido y un juego, pero ya no le suma a una película. Pixar podrá tener un reinado comercial, pero a nivel artístico claramente se ha estancado.
TORO DE PAZ. Ferdinand The Bull fue un cortometraje de Disney realizado en 1938 y ganador del premio Oscar. Estaba basado en el más famoso de los cuentos de Munro Leaf. Dicho cuento, publicado en 1936, generó gran polémica. Fue prohibido en muchos países, incluso en España, donde fue puesto a la venta meses antes del estallido de la Guerra Civil Española, y fue visto por muchos partidarios de Francisco Franco como un libro pacifista. En la Alemania nazi, Hitler ordenó que el libro fuera quemado, mientras que Stalin, el líder de la Unión Soviética, le concedió estatus privilegiado como el libro de los únicos niños no comunistas permitido en Polonia. El líder de la India Mahatma Gandhi lo llamó su libro favorito. Como sea, el libro no resultó indiferente. No se trata de un libro contra la tauromaquia, un tema que hoy parece preocupar más a la gente que una guerra mundial. Olé, el viaje de Ferdinand extiende la historia de aquel cortometraje, le agrega personajes y por supuesto le suma un discurso vinculado inevitablemente con la tauromaquia. Ferdinand simplemente es un toro pacífico que por un equívoco termina destruyendo una feria y, parafraseando al dicho, convirtiéndose en un toro en un bazar. La comedia brilla en estas y otras escenas y Carlos Saldanha, el mismo de las sagas de animación La era del hielo y Río, realiza su mejor película. El humor, la simpatía y la emoción están completamente equilibradas en este nuevo título y la corrección política encuentra una vuelta de tuerca para no ser una bajada de línea sino la identidad misma del protagonista. Sin tantos trucos mecánicos del mundo latino prefabricado de Pixar, El viaje de Ferdinand es un film que triunfa por su talento pero también porque respira autenticidad y convicción en cada escena.
IMITACIÓN DEL MELODRAMA CLÁSICO. Pasaron ya cuarenta años desde el comienzo de la década prodigiosa de Woody Allen allá por 1977 cuando estrenó Annie Hall y hasta su película más prestigiosa hasta la fecha Crímenes y pecados en 1989. Luego vinieron los escándalos, las polémicas, el estancamiento, las promesas de resurgimiento y hasta incluso un descomunal éxito de taquilla con Medianoche en Paris en el año 2012. Desde 1969 al 2018, el director parecía resistir todo y a todos. Hasta llegó a presentarse en los premios Oscar en el 2002 y fue ovacionado de pie luego de los ataques a las Torres Gemelas en su querida Nueva York. Ahora, en paralelo con el estreno de La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017), Woody Allen ha vuelto a caer en desgracia. Antes cualquier actor, no importaba que tan famoso o prestigioso fuera, hacía cualquier cosa por trabajar junto a él. Hoy, los actores le dan la espalda y hasta el más ignoto declara haberse arrepentido de participar en sus films. No todos, claro, Diane Keaton sigue defendiendo al director, como también lo han hecho otras personas. Pero es posible que el director nacido en 1935 esté viviendo su ocaso definitivo por motivos ajenos a su obra artística. En este contexto llega este nuevo drama de Woody Allen ambientado en Coney Island en la década del 50. Toda una línea de su obra transcurre en el pasado, donde la nostalgia y una mirada poco realista del pasado juegan con su habitual mirada desencantada sobre los vínculos humanos. La rueda de la maravilla se emparenta con varios de sus films anteriores, en particular con La rosa púrpura del Cairo (1985), donde una mujer soporta la tosquedad y el maltrato de su marido, mientras ahoga sus sueños a la vez que busca una salida desesperada de su laberinto. Aunque hay un gran malentendido sobre el feminismo de Woody Allen (sí, hoy parece un chiste, pero fue considerado un cineasta feminista), lo cierto es que la mencionada Rosa púrpura, Alice y La Otra mujer eran un retrato centrado en el drama femenino. Habría que pensar hasta qué punto la protagonista de La rueda de la fortuna no es el propio Woody Allen con sus angustias y su constante frustración de no sentirse un artista total, algo que ha expresado en muchísimos de sus films. Ginny (interpretada de forma brillante por Kate Winslet) es una actriz frustrada en la crisis de los cuarenta, digno personaje de un melodrama de Hollywood dorado o de una obra de Tennesse Williams. Coherente con este personaje es su marido (James Belushi) bruto, empleado del parque de diversiones en Coney Island. El narrador y tercero en discordia es el guardavida del balneario (Justin Timberlake, no del todo a tono con la película). Estos personajes y los que se suman, conforman un melodrama que busca emular a los clásicos del género, en particular al incomparable Douglas Sirk. El esfuerzo de guión para lograr esto funciona por momentos, pero a nivel estético el esfuerzo es tan grande que parece una imitación forzada de aquellos films. Ahí se encuentra con un aliado que a la vez es un enemigo: el veterano y brillante director de fotografía Vittorio Storaro. La luz de la película pasa de brillante a abrumadora, a punto tal de que cada plano es demasiado llamativo y se apodera de toda la concentración de la escena. No es raro que Storaro haga esto cuando le dan la chance. Es muy talentoso, nadie lo duda, pero no siempre juega para el equipo. Más allá de estas objeciones, Allen entrega una película aceptable. Lo que termina de inclinar la balanza a favor es el personaje del hijo de diez años. El pequeño es un pirómano sin vueltas y la forma en la que parece desear ver el mundo arder no deja de ser inquietante. Como siempre, parece ser el clásico niño del cine de Woody Allen, desde su primer film, Robó, huyó y lo pescaron hasta Annie Hall o Días de radio. Parece haber un mensaje inquietante en ese personaje. Woody Allen, harto de todo, ya no quiere otra cosa más que ver como todo se prende fuego. Veremos como sigue su carrera.
Nueva vida para un clásico. En 1995 se estrenó Jumanji, película dirigida por Joe Johnston y protagonizada por Robin Williams. Veintidós años después, aquella pequeña película sigue siendo divertida, original y muy emocionante. Tal vez la filmografía de Johnston merece ya ser reivindicada como corresponde. Hasta Robin Williams estaba sobrio en aquel film. Estamos en el 2017 y la idea de cuatro chicos jugando un simple juego de tablero parece que ya no es suficiente. Ni el tablero ni los niños. Por eso con una vuelta de tuerca que funciona razonablemente bien, aquel tablero mágico consigue transformarse en un videojuego y así obligar a nuevos jugadores a ser parte de la peligrosa aventura. Pero claro, al ser un videojuego, el juego no sale a la realidad, sino que los cuatro adolescentes rebeldes (están en detención cuando descubren el juego) eligen personajes y se meten en el videojuego. Una vez más, ellos no saben lo que va a pasar y se sorprenden cuando no solo quedan dentro del juego, sino que además tienen los cuerpos de los personajes elegidos. Estos cuerpos elegidos darán pie a varios chistes, graciosos pero repetitivos, como gran parte de la película. Aunque el esfuerzo por lograr dotar de vida a esta secuela es grande y los actores ponen todo lo que tienen para lograr el objetivo, el guión delata falta de ideas y limitaciones que no le permiten a la película alcanzar nunca verdadera grandeza. Es divertida, tiene buenos momentos, es espectacular y resulta en muchos niveles un homenaje pero también una reflexión sobre los videojuegos. Algunos detalles de melancolía en el final no consigue convertirla en un equivalente del film de 1995, pero le algo de dignidad frente al peligro de una secuela tan tardía.
Antes de hora En una Buenos Aires filmada en blanco y negro se desarrollan las aventuras de nuestro protagonista. Quizás hoy cuenta la historia de Miguel, un joven empleado gris de un estudio jurídico. A priori este es el contexto más obvio para realizar una película independiente de manual, aferrada a los códigos narrativos y estéticos propios del cine argentino del Siglo XXI. Pero los delirantes títulos del comienzo anuncian una película muchísimo más elaborada y compleja que sus compañeras de generación. Las desventuras de Miguel son un despliegue de sensibilidad de otros tiempos. Con la excusa de escribir en un diario todo lo que le pasa, nuestro héroe lleva una bitácora de sus angustias, deseos y elucubraciones sobre el mundo. Con un tono de auténtica comedia, el protagonista deambula por toda la ciudad en su bicicleta, mientras escuchamos todo lo que piensa del mundo. El género de diario íntimo le sirve a la película para mezclar reflexiones profundas con rimas absurdas y escatológicas. Por una vez el cine argentino pone en su protagonista pensamientos caóticos, contradictorios y erráticos, como suelen aparecen los pensamientos cuando se trata de mostrar a una persona y no a un cineasta bajando línea. Pero el humor disparatado y muy efectivo no está reñido con una mirada lúcida acerca de la condición humana. Con los códigos simples y a la vez complejos de cineastas como Ozu y Bresson, la película mezcla diálogos banales con pensamientos profundos, sin tener un solo instante de solemnidad. Lúcida y ligera, brillante como pocas, Quizás hoy entretiene contando sin estridencia la tragedia de la pequeñez humana. Un ramillete de frustraciones se combina con el impulso vital que arrastra a Miguel a intentar cosas nuevas, algunas absurdas, otras de un romanticismo casi marciano en el contexto en el cual ocurren los hechos. Como una versión diurna de Después de hora de Scorsese, Miguel se deja arrastrar por eventos casuales que van sumergiéndolo en una aventura impensable al comienzo de su jornada. Quizás hoy debe ser la película argentina con el mayor número de escenas en exteriores de la ciudad. Con su bicicleta digna de Jacques Tati, el protagonista recorre docenas de lugares de Buenos Aires, aprovechando la ciudad como pocas veces se ha visto. También el punteo repetitivo de los directores ya mencionados se hace presente acá con el atado de la bicicleta, acto que ocurre una cantidad de veces asombrosa. También resulta angustiante esa repetición, como lo es también gran parte de la historia y como lo es la vida, después de todo. Pero más allá de los dilemas existenciales e intestinales del protagonista, hay en él y toda la película una alegría que se ve en sus muchas capas, en su humor, en su evocación constante a otras obras y pensamientos. Hay escenas memorables que figuran entre lo mejor que se ha visto este año, así como también una apuesta a no ser jamás grave. Kafka, Welles, Dante y Chuck Jones conviven con muchos otro
LA BUENA EDUCACIÓN La guerra de las galaxias es una saga que comenzó hace cuarenta años cuando se estrenó en las salas de todo el mundo bajo el título simple de Star Wars. La historia del cine cambió para siempre y desde entonces cinéfilos, críticos, historiadores y toda la academia se dedicó a tratar de explicar el fenómeno en la mayoría de los casos despreciándolo o subestimándolo. Muchos se animaron a decir que destruyó al cine de autor y al Hollywood personal y con ambiciones menos comerciales. Cuarenta años, repito, desde aquel estreno. Como es costumbre, pocos de los que se dedicaron a hablar de película prestaron atención a como marcó la vidas de cientos de miles de espectadores por todo el mundo. La guerra de las galaxias, han dicho muchos, nos arruinó como espectadores de cine. Yo, que también soy crítico, quisiera decir algo: A mí me salvó la vida. La guerra de las galaxias, como los westerns, como las novelas de aventura y como el cine de Spielberg, se convirtió en mi formación. Yo fui educado en ese mundo de héroes y cuarenta años más tarde siento que ha sido una educación extraordinaria. Episodio VIII: Los últimos Jedi es otra paso más para confirmar que estamos frente a una mitología que se va a sostener a lo largos de las décadas como lo hacen todas: mutando, evolucionando, pero siempre manteniendo sus lecciones elementales. Es el mismo cuento, la misma historia, el relato antes de irnos a dormir, el relato para soñar y para formarnos como personas. Todos somos Skywalker, todos tenemos algo de Han Solo, pero también habita en nosotros Darth Vader. Todos son Rey y Dameron, y también Kylo Ren. No hay otra saga cinematográfica que expresara con mayor complejidad como existe el bien y existe el mal, y que no hay grises, el gris es nuestra constante tentación hacia el lado oscuro, nuestro ferviente deseo de mantenernos en lado luminoso de la fuerza. Yo nunca soñé con ser malo, los niños siempre quieren ser el bueno. ¡Mentira que los villanos son los mejores personajes! Los mejores personajes son los buenos que luchan por no ser villanos y los villanos que desean ser buenos. Claro, lo mejor es el drama, la duda, el esfuerzo por hacer lo correcto. La guerra de las galaxias lo entendió desde el vamos. Con sus personajes atorrantes que finalmente se unen a la lucha, con los malos que buscan redención, pero también con el héroe impecable siempre provocado para caer en la tentación. Las hasta ahora ocho películas de Star Wars –nueve si contamos Rogue One- no pierden nunca ese camino y la nueva, aunque aporta grandes novedades, no decepciona en ese aspecto. Siguiendo con la lógica de la saga original, Los últimos Jedi debe, naturalmente, abrirse hacia eventos más oscuros y una situación más desgraciada para los héroes. Aunque ya La fuerza despierta nos había emocionado profundamente, esta nueva película lo hace aun más. Esta vez Luke Skywalker tiene un rol central y Rey debe, como a su vez lo había hecho él, intentar que le enseñe los caminos de la fuerza. Los héroes están intactos en Episodio VIII, pero la película está atravesada por la oscuridad, incluso en el sentido del humor de la película. El director y guionista (aunque asesorado al menos por Carrie Fisher en el guión) Rian Johnson es el primero de los realizadores de la saga que imprime cambios estéticos visibles. Un montaje alterno mucho más veloz, con escenas más cortas, mayor número de planos detalle y transiciones más abruptas hacen que sea bastante diferente la película a pesar de poseer muchos elementos en común. Gana con eso en originalidad aunque sea algo raro para los seguidores más fieles de la saga. La oscuridad de los personajes se ve compensada por un progresivo acercamiento al heroísmo y la emoción. En ese aspecto, las escenas de Carrie Fisher y la dedicatoria al final agregan significados que no están del todo en la trama, aunque sus diálogos con Luke son genuinamente emocionantes. No es porque uno sepa que ella murió al finalizar el rodaje, sino porque la película capta algo más. Ese algo más es el paso del tiempo, algo que cobra inesperada fuerza para los fanáticos de estas películas, que desde muy chicos hasta una vida adulta fueron acompañando a los films. En ese aspecto, queda en claro desde el guión que la vieja generación de actores y personajes con las que nos criamos y nos formamos, empieza a retirarse, dejando paso a los más jóvenes. Ya son leyenda, y como tales vivirán más allá de sus actos. En la película se insiste sobre esto. Ese niño del plano final, uno de los mejores de toda la saga, simboliza el poder que tiene Star Wars para muchas personas en el mundo. Ese niño que sueña con sus héroes y con vivir bajo una fuerte moral heroica. La fuerza, religiosa o no, habita en todos y cada uno de nosotros. Desde hace cuarenta años la saga creada por George Lucas se ha convertido en el vehículo de nuestros sueños, nuestras aspiraciones y nuestra esperanza. Cada nueva entrega de Star Wars renueva esa esperanza.
UNA DEUDA CON EL CINE El cine argentino ha sabido dar, a lo largo de su historia, todo tipo de comedias. De hecho la comedia es uno de los géneros que mejor trabajo nuestro cine en su Edad de oro. Con altibajos, ha logrado ese género llegar a la actualidad con algunos buenos resultados. Pero también, seamos estrictos, Argentina puede decir que no tiene nada que envidiarle a nadie a la hora de hacer algunas de las peores comedias del mundo. Sí, todos los países las tienen, claro, pero uno imagina que una cinematografía con un mercado tan pequeño como el nuestro no se arriesgaría a poner su energía en hacer películas de un nivel tan bajo. Soy tu karma es sorprendentemente fallida, de punta a punta, sin un solo instante que funciono o un mínimo chiste que caiga en tiempo y forma. Es un género particularmente molesto la comedia cuando nada sale bien. Acá el protagonista es Dario, que despierta con una desconocida en su cama y no se le ocurre que pudo haber pasado. Pronto se sabrá que Dario es una de las vidas previas de ella y que si no corrige su karma la pobre joven no podrá lograr ser feliz en su existencia que comenzará años más tarde. Sí, la comedia fantástica está permitida, claro, de hecho es un género muy bueno que incluso en Argentina ha dado algunas películas memorables o directamente obras maestras como Cita en las estrellas o El retrato, ambas del genial Carlos Schlieper. Nada sería más placentero que ver una comedia con aciertos, nada es más feliz que una gran comedia, lo digo como alguien que ama al género. Por eso también me pregunto cómo pudo suceder esta película, como actores que han sabido hacer buenos papeles quedaron atrapados en este guión y como llegó todo esto a convertirse en un estreno.
SECUESTRADO. Desaparecido (Kidnap) presenta en una breve escena inicial a la protagonista y su hijo. En la siguiente escena ellos estarán en un parque de diversiones y el chico será secuestrado. Ella ve como se lo llevan y comienza a perseguir a los secuestradores. De ahí en más la película no se detiene nunca y tiene un vértigo muy poco habitual en las infladas producciones de acción actuales. No hay nada de sustento excepto uno: el cine. Si alguien dice que pudo dejar de ver Desaparecido que me explique como lo hizo, porque los noventa minutos que dura la película son trepidantes. Más cerca de Reto a muerte que de un drama familiar, la película nos recuerda que el cine es eso: nada de bajada de línea ni largos discursos, solo imágenes en movimiento. Nada de la trama quiero anticipar porque espero que los espectadores se sorprendan como yo lo hice. Sé que hay muchas películas buenas dando vueltas (no la mayoría, pero sí bastantes) y no quiero decir que esta película va contra toda una decadencia general, pero sí quedar claro que hay algo puro, cinematográfico, lleno de energía, que hace que Desaparecido sea memorable. También puede venir a la memoria la película Celular, otro delirio trepidante e inverosímil. Sí, claro, no estamos frente a una película realista, por suerte. Los amigos de la verosimilitud a rajatabla y enemigos de lo no plausible podrán sentirse defraudados. Pero yo creo que esta película tiene destino de culto y hasta de película maldita. Esto es cine y con eso tiene bastante.
Ciencia ficción argentina No es común el género de ciencia ficción en Argentina. Hay, sí, varios ejemplos, pero son las excepciones que confirman la regla. Los últimos se sitúa en un mundo distópico, donde la batalla es por el agua. El mundo es árido, un gran desierto por el cual huyen la pareja protagónica de la película. En un espacio que podría ser el norte de Argentina o Bolivia, ellos se dirigen hacia el Océano Pacífico. Un hombre y una mujer embarazada que simbolizan el último espacio de humanidad en mundo donde todos están en peligro, no solo ellos. Se cruzarán con un héroe renegado que buscará ayudarlos en su huída. Mientras tanto, poderes mucho más grandes que ellos acecharán en cada momento. La ópera prima de Nicolás Puenzo es bastante elemental en la historia que cuenta, subraya sus temas y se vuelve aun más obvia hacia el final, lo que le quita gran parte de su fuerza visual. Es justamente el aspecto estético aquel en el que Puenzo tiene su mayor acierto. Muy por encima del promedio del cine argentino, todos los aspectos técnicos (obviamente también artísticos) brillan y le dan gran potencia al relato. Lamentablemente hay un tono paternalista hacia los personajes que los convierte en criaturas más poderosas y creíbles. Aun así, Puenzo parece ser un buen candidato a hacer un cine de gran despliegue visual desde esta película en adelante. Es posible que la ciencia ficción deje de ser una excepción y se convierta en un género más visitado en nuestro cine.
LEJOS DEL PARAÍSO Cuando el cine independiente todavía ni usaba ese nombre, Jim Jarmusch irrumpió con una película que hoy es un clásico: Extraños en el paraíso. Un film tan personal como atrapante, donde con muy pocos elementos el realizador era capaz de crear un universo rico, emocionante, complejo, y al mismo tiempo con un aspecto absolutamente novedoso. Muchas películas pasaron entre 1984 y el 2016 de Paterson y aunque Jarmusch sigue siendo fiel a sí mismo en muchos aspectos estéticos y temáticos, su carisma y su conexión con el material ya no se percibe tan fresco y auténtico como en otros films. Todo director tiene derecho a evolucionar o permanecer en el punto de inicio, pero también los espectadores tienen el derecho de perder interés cuando la propuesta ya no le gusta. El conductor de micro y poeta protagonista de la película tiene mucho de los aspectos de los personajes de Jarmusch, pero el distanciamiento emocional que funcionaba tan bien en otras películas del director, acá simplemente se convierte en una expulsión. Le lleva demasiado trabaja a la historia construir cariño por los personajes, de hecho no hay más que un personaje, el resto son caricaturas con las que es imposible empatizar. Claro que Jarmusch no es un mal director y hay muchos elementos que valen la pena en la película, lamentablemente muy lejos de lo mejor que su cine ha ofrecido y también lejos de una película que merezca ser recomendada.