Estamos en Roma, la cámara se mueve por los techos de varios edificios mientras una voz en off nos cuenta su peculiar forma de ver las cosas. Finalmente la cámara se mete en uno de los departamentos y descubrimos que la voz pertenece a un pescadito que es la mascota de una pareja que será la protagonista (uno de ellos es Sergio Rubini, director de esta película). Este es el único momento gracioso de esta película, aunque el chiste lo hayan hecho mejor el grupo cómico ingles Monty Python en The meaning of life (Terry Jones, 1983) Hablemos de amor es una comedia dramática que transcurre una noche en un departamento. ¿Esto les suena a algo? Si, la respuesta es La soga de Alfred Hitchcock la cual la filmo, a modo de experimento, en un solo ambiente. El resultado (como todo lo que hizo el maestro del suspenso) es mucho más interesante que la decimocuarta obra del director italiano. Esta es película chata, en donde su puesta en escena es digna de televisión y solo le queda contar toda su historia y los conflictos de los personajes a través de los diálogos. Pero tal vez la idea sea eso, la de recurrir al dialogo tal como anuncia el mismo título. Lo que Rubini plantea es la crisis de una pareja que podrían ser la de cualquiera justamente por la falta de comunicación, los sentimientos reprimidos, los secretos que salen a la luz y los temas que deben hablarse que no pueden callarse. Lamentablemente el humor que trata de imponer no funciona ya que parece una mala copia de una copia del cine de Woody Allen pero sin la presencia del comediante ni sus brillantes diálogos y eso que los actores cumplen con sus trabajos, son convincentes y le dan naturalidad a esta comedia minimista que lo mejor que tiene son los planos de Roma, aunque más que ver las fachadas de los edificios uno preferiría ver sus calles y sus gente que seguro tienen historias más interesantes que esta.
Se ocultan en la oscuridad (Be afraid, 2017) entra en lo que podría considerarse un nuevo tipo de categoría: la de las películas con prometedores comienzos. Este año hubo varios de esos casos, basta recordar a The Bye Bye man de Stacy Ttile o la no secuela de Amityville: El origen del terror que en realidad se llamaba The Unspoken y la había hecho Sheldon Wilson. ¿Qué tienen en común? En lo que suele durar el prólogo ya está contada toda la historia de manera sintetizada, sabemos cómo va a terminar, a quién va a apuntar la historia, como una especie de corto donde el director tiene que resolver todo en escasos minutos. Es ahí donde muchos realizadores manejan a la perfección el poco presupuesto; lamentablemente, la historia después sigue y no son capaces de pasar el desafío. Imagino que esto tiene que ver en parte porque se trata de producciones baratas directo a dvd cuyo único propósito es darle trabajo a la gente y meter en la industria a algunos otros (y ha habido casos de actores que empezaron abajo y terminaron triunfando, sino vean a Naomi Watts). Que sean producciones de escasos medios no molesta, ni tampoco que su mercado sea el hogareño, lo que molesta es que caiga siempre en lo mismo, en esa falta de interés de lograr algo aunque mínimo, un susto, una secuencia tétrica, que los personajes dejen de ser marionetas que sólo sirven para hacer avanzar la historia. Be afraid -cuyo título debería ser Están entre nosotros– es este tipo de películas; y no va a ser la primera, ni la última. Es una más que viene a cubrir la demanda por cine de terror en un año en donde el público demostró que estaba cansado de ver siempre lo mismo, donde otro tipo de historias ganó el corazón del espectador y demostró que se viene un cambio en este género, uno que no sean sólo fantasmas, posesiones, ni seres sobrenaturales, sino buenas historias, buen manejo de las escenas de terror, personajes que generen empatía y sobre todo buen cine.
Theresa Gelbman (Jessica Rothe) se despierta con resaca en el cuarto de un alumno de la universidad a la que asiste. Este cuarto no es muy llamativo a excepción de un poster, el de la película They Live (1988) de John Carpenter. Esta no es una referencia más para sumar a la moda de los ’80, ya que justamente este clásico trataba sobre despertarse, aunque sus motivos fueran más políticos. En Feliz Día de tu Muerte (Happy Death Day) es usada de otra manera… En su tercera película, el director Christopher Landon vuelve a inyectarle humor a subgéneros del terror; ya lo había hecho con los fantasmas en Actividad Paranomal: Los marcados y después con los zombies en Scout Guide to the Zombie Apocalipsis. Ahora es el turno del subgénero slasher (el de asesino enmascarado que mata adolescentes), y este es por ahora su mejor trabajo. Son muchas las cosas que hacen funcionar a Feliz Día de tu Muerte. La primera y más evidente es que se apoya en Groundhoug day (conocida en Argentina como El día de la marmota) para contar su historia. Esto no es sólo un truco para volverla original, sino que también funciona con la ideología del cine slasher, ese que tuvo su auge a principios de los ‘80 con Viernes 13 y sus imitadoras, que fueron atacadas por distintos medios por ser conservadoras y reaccionarias. Acá ocurre algo similar y es por eso que choca el uso del poster de They Live, un film que era una crítica a aquella ideología. Para ir directo al grano, quien dentro de las convenciones del género vendría a ser la zorra acá es la protagonista, y tiene que ir viviendo el mismo día para mejorar como persona según las convenciones establecidas por la sociedad. Pero por otro lado esto de tener a Goundhog day como influencia directa siempre funciona (véase Edge of Tomorrow). Hay algo de querer cambiar el destino, de la repetición, de cómo poder escapar de lo mismo que es atractivo y da siempre secuencias originales. En esta película se sabe el resultado, pero lo divertido es cómo da pie a escenas de suspenso dignas de los mejores exponentes del slasher, sobre todo a aquellos que salieron post-Scream. Feliz Día de tu Muerte es también una vuelta a lo mejor del cine de adolescentes de los ’90, cuando importaban los personajes y sus relaciones. Jessica Rothe, esta chica a la que el espectador quizás recuerde como la amiga rubia de Emma Stone en La La Land (2016), es una gran actriz. Al principio es difícil empatizar porque encarna a la perfección a la zorra, incluso hasta le dicen “bitch” varias veces. Pero después el personaje empieza a cambiar y pasa de víctima a mujer de armas tomar, a mostrar un lado sensible y gracioso. Todas esas emociones logradas por ella hacen funcionar a la película. Pero por sobre todo la nueva obra de Cristopher Landon es divertida, en una época en que parece una herejía que una ficción dure menos de dos horas, el director entrega una que llega a los 90 minutos y que sólo necesita de ese tiempo para contar todo lo que tiene que contar. Sí, hay algunas arbitrariedades, pero en este caso no importa el fin sino el camino.
“The Times They Are A-Changin” es el título de la canción de Bob Dylan y bien podría servir como tagline para la nueva película producida por Adam McCay, director de grandes comedias como las dos Anchorman protagonizadas por Will Ferrell. Guerra de papás 2 se presenta como una de esas comedias convencionales que se estrenan en épocas navideñas, pero en realidad es sólo una excusa para trabajar las relaciones de todos los personajes, en especial la de los dos protagonistas con sus padres. Uno de los grandes aciertos del director Sean Anders es dejar que Mel Gibson y John Lithgow jueguen con el material, que se rían de todo lo que ocurra sin que esto opaque al ya mencionado Will Ferrell y a Mark Wahlberg. De los cuatro el que más le saca jugo a las situaciones es Mel Gibson, ya que pone todo su carisma para hacer partícipe al público de lo que ocurre, aunque esto posiblemente tenga que ver con otro de los grandes aciertos de esta comedia. Guerra de papas 2 (Daddy’s Home 2, 2017) es una declaración sobre cómo la Navidad ya no debe verse como una festividad religiosa sino como una época de unión, de dejar las diferencias de lado para compartir un buen tiempo. En una de las grandes escenas de esta secuela todos los personajes hacen una representación en un pesebre y en vez de mostrarse como una familia perfecta terminan saliendo todos los trapitos al sol. Esta tal vez sea la escena que mejor representa el mensaje de la película; y que tenga a Mel Gibson, un actor que está asociado con la derecha más extrema, lo vuelve aún más delirante. El director es consciente de eso y lo explota en varias otras secuencias que causan mucha gracia y hacen quererlo aún más al actor australiano. También la película no se decanta por tener un conflicto principal, sino que hay varias subtramas, algunas que son resueltas de manera delirante. Lo que más predomina es la improvisación, el inventar escenas para que los actores saquen a relucir lo mejor de ellos, algo que ya aparecía en la secuela de Anchorman. Aunque no llega al nivel de locura, sí hay varios momentos que rompen con lo tradicional que se espera de una película para toda la familia. Lo cierto es que lo mejor de esta secuela trata justamente de eso, de usar el humor para decir que las cosas cambiaron, para usar subgéneros que han dado obras conservadoras y darles la vuelta para amoldarlas a los nuevos tiempos.
Hay dos cosas buenas que mantienen la atención en esta nueva película del director Stephen Frears (responsable de Alta fidelidad, Philomena, entre otras). Las dos son establecidas en el prólogo y continúan durante el resto de la historia. En aquel comienzo se establece cómo va a ser la relación entre los dos personajes principales. No importa cuán bien se lleven los protagonistas, ni cuánto se respeten, o se quieran y se entiendan, la reina siempre va a ser más importante que un indio/musulmán, algo que se confirma en los títulos donde aparece el nombre en árabe del protagonista masculino y luego en ingles el de ella, razón por la que esta película funciona. Judi Dench es una gran actriz con una larga y exitosa trayectoria con títulos como Chocolat (2000), Shakespeare in love (1999), y las últimas películas de la saga de James Bond. Ella logra transmitir todas las emociones de su personaje y es quien opaca a los demás actores que cumplen convincentemente su función dentro de esta historia. Eso mismo parece entender su director, que en más de una ocasión, confía lo suficiente en ella como para dejar que sostenga el plano por si sola. Lo interesante del personaje de Ali Fazal como Abdul es que a simple vista es un personaje mucho más superficial que el de Judi Dench pero el guion, a cargo de Lee Hall, se encarga de darle una personalidad ambigua, ¿todo lo que hace es por cariño a ella o tiene una agenda secreta? El resto de la película es una comedia simpática/boba con chistes que el director tiene que explicar y cuyos dardos van más hacia la cultura árabe/india que a la británica. Resulta llamativo que dentro de este contexto haya una escena en que uno de los personajes musulmanes tenga un diálogo en que profetice el odio de de este pais a Inglaterra. Stephen Frears utiliza esta película simpática para hablar de muchas cosas que ocurren hoy en día en el mundo y en relación con estos dos países, porque entiende que el cine de entretenimiento es campo para insertar ideas sobre la sociedad y los problemas que acarrean y se callan.
Unas semanas atrás se estrenó en Argentina Amityville: El origen del terror. Una película que en realidad se llamaba The Unspoken y que no tenía nada que ver con la saga, ¿o sí?. Esto era lo que faltaba a una serie de películas que pasaron por todas. La primera fue una adaptación de un libro, algo muy común en la década de los ’70 y que empezó con El bebé de Rosemary y El exorcista. Le siguió la muy recomendable precuela dirigida por el italiano, pasó por el infame 3D de los’80, se convirtió en una película para la televisión, después en películas directo a video, fue una decente remake a cargo de la productora Platinum Dunes de Michael Bay, luego Asylum la agarró e hizo una found footage; pero aún así siguió en la oscuridad. La decimoctava película viene a limpiar un poco el nombre de tan bastardeada saga, no es una maravilla pero entre lo que suele estrenarse en cine de terror por lo menos sirve para pasar el tiempo. Lo más interesante de esta nueva entrega es que no le quedaba otra que volverse autoconsciente de sí misma. Como en Scream que tenía a Stab, acá a Amityville se la reconoce como película y hasta mencionan a sus secuelas e insultan a la remake, para que quede claro que no gustó ni un poquito. Es justamente la escena en que los personajes ven la versión original en donde su director Franck Khalfoun, responsable de la remake de Maniac, explota al máximo esta idea, como un ritual de noche, con amigos, viendo una película de terror y con miedo de que haya algo entre sombras (que lo hay). ¿Cuántos hemos hecho lo mismo? ¿Cuántos hemos tenido esa misma sensación? Llama la atención también el único personaje masculino en una familia de mujeres. Este se encuentra en estado vegetativo y es el que trae los problemas. Es aquel que logra incomodarnos, su posición de piernas quebradas, que se le noten las costillas e incluso lo anormal que es con los ojos abiertos nos hace recordar lo frágil que es el cuerpo humano. Hay algunas escenas de terror bien conseguidas, muy pocas pero bien resueltas por más que no tengan una consecuencia directa con el después de los personajes; sólo tiene su propósito de asustar y lo logra. Hay esos típicos sueños que no funcionan y personajes que no suman, como la hermana de la protagonista. Por ahí deambula Jennifer Jason Leigh, que con una sonrisa puede dar a entender que está traumada o que es malvada y es una de las mejores cosas que tiene esta película. ¿Cómo seguirá esta saga? Seguramente sigan saliendo secuelas o precuelas o reboots o como quieran decirle. La vara no es muy alta, en este caso Amityville: El despertar (Amityville: The Awakening, 2017) es decente y ojalá siga por ese camino, sino el otro que podrían seguir es el de la precuela que salió en 1982 y que es hasta la mejor de todas.
El cine de Quentin Tarantino fue una influencia nefasta en muchos realizadores. Eso no quiere decir que no haya buenas películas tarantinescas (sin ir más lejos Rob Zombie logré eso en The devil’s rejects), pero en general tienden a ser las menos. Esto ocurre con Pendeja, payasa y gorda, cuyo homenaje al realizador americano es más que evidente; como una especie de Pulp Fiction del conurbano y peronista, “un Tarantino del tercer mundo”. Lo que falla en esta película de Matías Szulanski no es sólo lo forzado de todo lo que ocurre, esta situación border, exagerada, ridícula y que coquetea hasta con lo trash. Lo que falla es que pasados los primeros 20 minutos todo se vuelve indiferente. La historia, contada en fragmentos que van de adelante para atrás, bien canchero, aburre porque no hay por dónde sostenerla. Al no importar los dramas de los personajes tampoco importan ellos. Las escenas son simplonas y ridículas y nos hacen preguntarnos el por qué de esto. La respuesta es que acá lo que importa es lo cool, como alguien que vio las películas de Tarantino y quiso copiar sus diálogos. Pero evidentemente falta la dimensión política, la humanidad en los personajes, el humor hasta tierno y la inteligencia en la puesta de escena. En el film, los protagonistas son o desagradables o muy desagradables. Los diálogos explican cosas que podrían decir las imágenes, y en su afán de desagradar muchas de las acciones son incoherentes, porque si… Y no. No suma en nada, no molesta ni incomoda. Los actores dan lo mejor de sí, son convincentes en sus papeles, es algo innegable y junto a la banda sonora lo único salvable de una película que juega incluso con la conciencia social pero que suena más a un ‘’quiero quedar bien’’ que a una crítica feroz. Es esa autoconsciencia adolescente la que habla de lo limitado del director para con su material; de cómo trabaja literalmente con su guión. Sin ir más lejos, vean cómo muchas escenas son sólo un plano general con tal personaje hablando. Esa manera simplona de filmar, lejos de la inteligencia clase B es lo que hunde a esta película, la que la condena. Ha habido casos en que se logró con éxito esta fórmula… Para eso está el cine de Nicanor Loreti, responsable de Diablo (2011) y Kryptonita (2015), donde trabajaba sobre lo mismo, pero triunfando en lo que se proponía. Pendeja, payasa y gorda termina fracasando en ser una imitación del cine de Tarantino hecho en Argentina. Es una película que no atrapa con su historia, ni con sus personajes y que deja en la mente esa idea de que el cine norteamericano sigue siendo mejor y que habría que dejar de imitarlo, o al lo menos saber integrarlo, ya que bien usado puede dar una gran película como Relatos Salvajes y no esta payasada.
La experiencia de ver El muñeco de nieve (The Snowman, 2017) puede ser frustrante. Es una película que pareciera estar mal narrada, con incontables tiempos muertos, que no logra generar simpatía por los personajes principales, complicada porque sí y que no cierra por ningún lado; es como si al director el proyecto se le hubiera ido de las manos. Pero quien la dirige es el sueco Tomas Alfredson, que saltó a la fama internacionalmente en el 2008 con Let The Right One In y luego con Tinker Tailor Soldier Spy, ambas adaptaciones de libros. Y como en este nuevo caso, otra excusa para que Alfredson despliegue sus obsesiones cinematográficas. La historia básica, basada en el séptimo libro de una serie de novelas escritas por el noruego Jo Nesbo, está ahí, sólo que en pedacitos y desordenado. Lo que le interesa al director, entre muchas cosas, es acercarse a sus personajes como un voyeur; con la cámara siempre lejos recogiendo pedazos de conversaciones y el día a día de cada uno. Es un cine consciente de sí mismo y de la gente, como si cada persona mereciera su propia película y en donde a veces se cierra el telón. Su obsesión por el espacio también es evidente. Siempre usando el plano general para generar o un estado de hastío, o quedar maravillado ante los paisajes de Oslo, o simplemente para poner a los actores en un extremo del plano y que el espectador sea consciente de la longitud de la pantalla de cine. Lo que esto revela es un director experto en la puesta en escena, que a su vez se acerca a la película que lo lanzó a la fama. El clima y los barrios fríos en contraposición a los interiores acogedores ya se veían en Let The Right One In, al igual que la importancia de los espejos y la distorsión del cuerpo al ser reflejados en ellos, lo que da a entender la fragilidad de los personajes. Si resulta frío, aburrido o denso es porque toma distancia de lo que ocurre, inclusive en las escenas de violencia en donde prefiere utilizar el fuera de campo para que eso quede en la imaginación del espectador. Lo mismo con planos o secuencias que parecieran no decir nada o reforzar lo que ya se sabe; ¿y por qué no?, quiere que la idea quede clara. Es sobre todo un cine contemplativo que se pierde en planos de paisajes y en escenas de personajes que no hacen nada o cuyas acciones quedan truncas, algo que ya se veía y hasta se lo habían criticado varios medios especializados en sus dos anteriores películas. Hay por último tres cosas que son notables. Primero el uso del montaje, con el cual ya había demostrado ser un maestro. En El muñeco de nieve lo usa para trabajar los flashbacks, para lograr relaciones entre personajes y hacer paralelismos entre situaciones, aunque algunas rocen lo ridículo (¡hay una con un dedo cortado!). Esto también da pie a su humor retorcido que hace presencia y que en algunas ocasiones es sutil y en otras es grosera. Y también está su cinefilia. El muñeco de nieve juega a ser un thriller pero también tiene mucho del giallo, ese subgénero italiano de terror con sus asesinos con guantes negros y bizarros crímenes, en especial Trauma (1992) de Darío Argento. Al igual que una broma inocente pero que habla del suspenso de Fritz Lang y M, el vampiro de 1931… Irónicamente, en ambas películas mencionadas se hace hincapié en personajes menores. Lo que puede molestar de la nueva incursión de Alfredson en el cine es justamente que pide ser contemplada, cosa que puede generar cansancio y hartazgo cuando la trama no avanza en revelaciones, como aquí, que se va sumando subtrama tras subtrama sólo para tapar las verdaderas intenciones del director. Las escenas de suspenso están, no las remarca, sólo va avisando con alguna imagen, porque confía en la capacidad del espectador en entenderla. También hay preguntas sin respuesta que quedan deliberadamente en el aire y momentos en que no cierran las acciones de los personajes. De paso habría que preguntarse si el título original se refiere al personaje principal interpretado por Michael Fassbeder, cuya vida parece derretirse, valga la redundancia, para ser hecho de nuevo, o si se trata de la manera de hacer cine de Tomas Alfredson, quien como si hiciera un muñeco de nieve, crea su propia película.
Resulta raro que recién este año haya salido una película de Condorito. La creación del artista chileno Pepo (15 de diciembre de 1911-14 de julio de 2000) es uno de los personajes más famosos y rentables de Latinoamérica, llegando a tener su propia serie, muñecos y hasta se había planteado la idea de trasladarlo a una versión en carne y hueso (¿?). Pero tuvieron que pasar varias décadas desde su aparición en 1949 para poder verlo en pantalla grande. Y si bien las antiguas generaciones recordarán las aventuras de este pajarraco, las nuevas probablemente ni sepan de qué trata. La tarea entonces de Condorito: La película era difícil; no sólo tenía que contentar a sus viejos fans sino también conquistar a un nuevo público. En una época donde Pixar es un estándar de calidad siempre a superar y con un humor sano, esta coproducción entre Chile, Perú, México y Argentina es una sorpresa. ¿Por qué funciona la película? Porque el personaje tiene algo de todos nosotros. Es aventurero, es holgazán pero de buen corazón. Es difícil no sentir simpatía, ya que el guion (co-escrito por el argentino Martín Piroyansky) va mostrando su crecimiento a pesar de que ya esté instalado quién es. A Condorito se le suman todos los personajes clásicos de la historieta chilena y cada uno tiene una función en la historia. Y aunque algunas subtramas terminen siendo mucho mejores que otras, ninguna le juega en contra al ritmo, ya que son resueltas con rapidez. Otro de los aciertos de la película es que el sentido de la aventura está muy conseguido, sobre todo en una secuencia dentro de unas ruinas que remite y hasta hace referencia a Indiana Jones. No será tampoco el único momento en que emocione lo que está ocurriendo. Tambien están las típicas referencias que ya son moneda corriente en el cine actual… Las hay para puros conocedores (The blues brothers) pero tiende más a la historieta original; a quienes la desconozcan les resultará gracioso y hasta una cuota de absurdo, pero tienen su propósito. En ese sentido, Condorito: La película no olvida sus raíces, algo que deja en claro en varias escenas tratadas como si fueran la historieta. Lo único que llega a ser cansino es esa manía que suele darse en el cine de animación que es la de decir un chiste constantemente; el resultado tiende a ser lo contrario y sin embargo se sigue insistiendo.nEsa es la única pega de una película en la que no sólo funciona el 3D, sino que también es una sorpresa a nivel visual. No llega al grado de perfección de Pixar (¿quién puede?) pero Aronnax Animation Studios logra otorgarle detalles que son excelentes, sobre todo con los movimientos de los villanos, unos extraterrestres verdes muy graciosos. Sería interesante que se empezara a trabajar más con los estudios de animación latinoamericanos que están logrando no sólo avances sino también muestran lo profesionales que son con una película que tranquilamente podría competirle a alguna internacional. Condorito: La película tiene de todo para todos. Se nota que está hecha con corazón por sus responsables, tiene sus referencias para contentar a todos, mientras que la historia ,con mucho de Día de la Independencia, está bien llevada por los guionistas y jamás traiciona a su fuente. Al final y en modo muy emotivo, de sentido homenaje, aparece Pepo, ese a quien hay que agradecer por habernos dado a este gran personaje y sus aventuras.
Las historias de amor no pertenecen sólo a Hollywood o a las telenovelas. Son algo universal y el cine siempre se ha valido de ellas. Los amantes indigentes, este documental dirigido por Pablo Oliverio, empieza con distintas imágenes de la ciudad de Buenos Aires hasta acercarse a sus dos protagonistas. Lo hace desde lejos viendo la situación en la que están y luego se va acercando. En esos primeros minutos no hay diálogos, sólo el ruido ensordecedor de la calle y la gente que pasa indiferente ante ellos. No es casualidad que se muestra la calle en la que ocurre esto y que sea de Zona Norte. Y así la cámara se dedica a seguir a esta pareja, mostrándolos tal cual son. No hay un juicio en la forma en la que actúan, ni tampoco hay prejuicio. Hay amor en esa pareja, en gestos simples como el estar abrazados en el suelo en medio de la noche. Alejados de un mundo al que no pueden acceder, ellos van por la calle viendo a la gente comer, viendo los carteles que están pegados en los postes de luz. Quieren todo eso que ven porque están golpeados por constantes mensajes, algo que remite a la famosa They live (1988) de John Carpenter y esa mítica escena en que el protagonista ve lo que dicen realmente los mensajes que hay en la calle. Acá es aún más explícito. Ellos son los sin nombre que deambulan por toda la calle y sirven también de paso para que su director se enfoque en lo que rodea al argentino, algo que está tan interiorizado que no se le presta atención. Verlos a ellos dos es vernos a nosotros. Nos incomoda porque es la verdad. Aunque también después de pasados los primeros 20 minutos, este documental flaquea. Su duración por más corta que sea no amerita que se alargue tanto. Su tema se agota rápidamente y tampoco es algo que no se haya visto antes, de hecho la primera imagen que retrotrae es (y salvando las distancias) la de Policías en acción, aquel programa que mostraba el lado oscuro de Argentina desde el punto de vista de la policía y que en el fondo se regodeaba en todo aquello, alimentando la mala imagen sobre las clases bajas. En Los amantes indigentes es distinto y eso se agradece, ya que la mirada es de ternura y amor para con la gente que realmente se lo merece.