Antes que nada una aclaración: esta película no tiene nada que ver con la saga de la casa embrujada que comenzó a fines de la década del ’70 y que estaba protagonizada por Margot Kidder. A algún genio de la distribución se le ocurrió emparentarla, ya que contiene elementos similares… la pregunta seria entonces si cada película con temática similar debería entrar en esta infravalorada saga. Pero también que no tenga nada que ver con Amytiville le da un plus, como esas producciones italianas cuyos responsables le ponían títulos para emparentarlo con lo que estaba de moda. Obviamente The Unspoken no tiene la caradurez de sus primos italianos. Es una más de terror, de esas que salen todos lo meses para cubrir la demanda. Pero cuando la película se juega con lo absurdo, lo ridículo, lo que la hace quedar mal es cuando logra un efecto en el espectador, un efecto que no es la indiferencia, el “yo esto ya lo vi en otro lado lado“. El origen del terror en Amityville, que es encima de 2015, comienza de manera prometedora; amaga que va a ser una típica de terror pero bien hecha, con sustos y atmósfera bien conseguida. Lamentablemente es un espejismo y de repente caemos en el terreno de la nada. Actuaciones sin gracia, personajes que no importan, subtramas que no agregan nada (hay una relación lésbica que no suma) y muchos sustos o mejor dicho ruidos fuertes en situaciones que no ameritan que estén. La historia tampoco es interesante de seguir; la fórmula familia que se muda a una casa con un pasado maldito, cosas que ocurren siempre, personajes que a pesar de ver que está todo mal se siguen quedando, un nene que ve cosas, (¿notaron que suelen tener flequillo?) y escenas que vimos en otras películas muy superiores y que sólo darían miedo a quienes nunca vieron una de terror. Sí es destacable que por lo menos tiene una buena fotografía que le da un aspecto de ser una película con mucho mas presupuesto. ¿Quizás ya no va más esta moda de casas embrujadas e intentos de asustar un público a lo James Wan? Dejen a los que saben de películas, no a mercenarios que no les importa el cine.
El giallo es uno de los subgéneros más famosas dentro del cine de terror. Nacido en Italia de la mano del director Mario Bava con La chica que sabía demasiado (1962). El nombre viene de unas novelas policiales con tapa amarilla, y se volvió famoso a principios de los ’70 de la mano de su máximo cultor: Dario Argento, con películas como El pájaro de las plumas de cristal (1970) y Rojo profundo (1975). No fue el único, también suenan los nombres de Lucio Fulci, Sergio Martino y Umberto Lenzi, quienes aportaron su granito de arena para que cada vez que se hable del cine italiano más oscuro se nombre a este querido subgénero. ¿Qué hace a un giallo?, ¿Cuáles son sus reglas?. Los asesinos que puelan sus historias usan guantes negros, los títulos son llamativos (Una lagartija con piel de mujer, El caso de la cola del escorpión, etc), las vueltas de tuerca muchas veces son incoherentes, los asesinatos en sí son retratados como un arte y son precedidos por largas y muchas veces muy conseguidas escenas de suspenso; los directores no tiene drama en filmar a mujeres desnudas y los hombres son retratados como una basura. El giallo fue perdiendo fuerza con el correr de las décadas y a la vez se fue fusionando con otros subgéneros emergentes como el slasher. Dario Argento sigue filmando, pero aun así en la actualidad hay pocas películas de este tipo. Argentina tiene una gran tradición con el cine fantástico, pero muy pocas veces se ha metido con el giallo, es por eso que Francesca es una grata sorpresa que invita a los fans del género a verla y también es una puerta para todos aquellas que sientan curiosidad. La película está dirigida por Luciano Onetti, quien ya había hecho otro giallo: Sonno profondo, 2013. En Francesca está casi todo lo que hace al giallo, y más que un homenaje termina teniendo su propia identidad. El gran acierto también es que su estética recuerda a una de esas películas, parece filmada en la década del setenta y también parece una de esas copias con una calidad que demostraba que era de la época. Los homenajes que sólo fans del género entenderán no opacan a una narración que sólo al final se vuelve un poco confusa pero que no empaña al resultado global. Otro de los detalles que suman es que aunque los actores son todos argentinos, la película está completamente hablada en italiano, lo cual es una proeza lograr hoy en día y demuestra hasta qué punto se juega un director por su obra para lograr la mejor imitación posible. Francesca es una gran película dentro del creciente cine fantástico nacional, una obra arriesgada que además demuestra el talento de todos los involucrados y que no se cierra en un chistecito sólo para entendidos del género, sino que posee una historia lo suficientemente atractiva como para que el público se acerque a ella y disfrute de una subgénero que no va a morir nunca.
Luego del arrollador éxito de La gran aventura Lego y LEGO Batman, llega esta nueva aventura que no está a la altura de sus antecesoras pero que comparada con otras películas modernas destinadas al público infantil está bastante bien. Esta nueva propuesta sale de la excelente serie de televisión que se emitió a partir de 2011 y que es muy recomendable. En cierto sentido también sirve como prólogo para que el público se interese por la misma. Su historia en sí, es como un capitulo perdido o el final de temporada. Es ahí donde pierde; parecieran ser hasta tres películas distintas. La primera parte con el día a día de los protagonistas se estira en alguna batalla y en chistes repetitivos que llegan a aburrir, además de que las escenas de acción que por momentos marean. La segunda parte es la más conseguida, ya que trabaja en las relaciones entre los personajes principales, los cuales tienen grandes momentos y líneas de diálogos muy graciosas; entre ellos, el villano Garmadon (voz de Justin Theroux) que se roba cada escena y que es la verdadera estrella. Este segmento da paso a un clímax bien resuelto que escapa de lo explosivo del principio y que además contiene varias situaciones graciosas que logran su efecto. Aun así, el exceso de personajes es también una contra, ya que por lo menos dos de ellos son intercambiables y ninguno parece tener una función más que la de acompañar al protagonista en su odisea. Y es una pena porque son mejores al protagonista (voz de Dave Franco) cuyo peso queda desdibujado ante la otra estrella de la película: Jackie Chan. El genio de artes marciales no sólo presta su voz para su personaje de maestro ninja sino que también aparece en persona en un comienzo con actores en carne y hueso que también da a entender al público que esta es una fantasía, que la película está narrada como un juego en donde se pueden aprender cosas y que es también tierra para la imaginación. Ninjago también tiene algunas secuencias delirantes como aquella en que aparece un gato real en un mundo que le es ajeno y las típicas referencias, esta vez a películas de karate muy oscuras, que no afectan a la historia ya que son muy acotadas y bien utilizadas dentro del contexto de la historia. Y al final (y no es ningún spoiler) vuelve Jackie Chan para demostrarnos por qué es tan querido por el público, con su carisma y los famosos bloopers en donde demuestra que la comedia física, el slapstick y la tradición de Buster Keaton aún sigue vigente. Es eso, junto a algunas escenas conseguidas y personajes que generan simpatía que logran que Ninjago sea una película para ver en cines. No estará a la altura de las anteriores pero aún sigue habiendo material y del bueno para disfrutar; a veces es mejor una película imperfecta que una perfecta.
Actriz es Analia Couceyro, y así podría terminar esta crítica. Esto es porque el documental de Fabián Fattore se centra en ella, siendo más que un documental un registro sobre la vida de esta joven. Esto no significa que veamos la biopic de esta actriz, al contrario, lo que se ve es a ella el día a día. Con una excelente fotografía en blanco y negro, la película la registra en distintos momentos, al punto de parecer que en realidad la cámara está quieta y la deja ser a ella; o mejor dicho, deja que actúe, porque en ningún momento vemos a la verdadera Analía. La vemos actuando siempre, incluso en los momentos más íntimos junto a sus dos hijos. Pero Actriz va más allá del simple retrato, también trabaja sobre el oficio del actor, algo que tal vez no está muy trabajado en el cine. No es sólo encontrar la forma de interpretar a un personaje, es un trabajo de investigación que requiere tiempo y que no es fácil. Son varias horas de ensayo hasta bien entrada la hora, en ese sentido se mete en la vida de todos los actores; alejado del brillo hollywoodense, el documental expone cómo es en realidad la vida de ellos. Analía Couceyro está en todos los planos, más de una vez hay un espejo que nos hace ver su reflejo; nunca la vemos, y por lo menos en la función en donde ella se presentó junto al equipo técnico termina chocando cuán diferente es a la persona que aparece en la pantalla. Durante la corta duración de este muy interesante documental ella investiga sobre el papel de Marie Curie, a quien interpretara en una obra de teatro, o mejor dicho se transformara. Y eso logra en los últimos fotogramas de esta obra, la vemos reflejada en una película de época. Ella se convirtió en el personaje. Ella es camaleónica, ella es un GRAN ACTRIZ.
No te olvides de mi es la ópera prima de la directora Fernanda Ramondo, quien ya tenía una larga carrera en distintos aéreas cinematográficas (entre ellas guionista y supervisora de guión). Esta película es también una original road movie. La historia que transcurre en la década del ’30 demuestra el talento y la inteligencia de Ramondo, quien logra mucho con muy poco. Con sólo usar un vehículo, un vestuario y sabiendo dónde poner la cámara, la directora logra meternos en aquella época. No hay adornos para reforzar la idea de época, y tampoco hacen falta. Esta economía de recursos se ve también en las actuaciones, que dicen mucho sin necesidad de diálogo, confiando en que la imagen hable por sí misma. Una vez más, Leonardo Sbaraglia vuelve a demostrar que es uno de los mejores y mas versátiles actores argentinos. Mateo, su personaje, es alguien castigado por la vida, que no conoce otra forma de sobrevivir y Sbaraglia le da cuerpo a ese hombre lastimado. Pero quienes se roban cada escena son sus co-protagonista; Cumelen Sanz, quien con sus grandes ojos y con muy pocos diálogos (de los tres personajes principales es quien menos habla) logra una fuerte e inolvidable presencia. Mientras que Santiago Saraneti con su inocencia es el nexo entre los dos personajes con mayor personalidad. Ambos debutan en este largometraje y demuestran ser un talento a tener en cuenta para el futuro. La dirección de fotografía a cargo de Lucia Bonelli es el otro gran hallazgo. Aprovechando los bellos paisajes de La Pampa, logra transmitir el clima de aquel lugar Los vínculos, el lugar de la mujer y la política son temas que también se presentan sutilmente a través de las acciones de los personajes. Que cada personaje tenga su motivo por el cual viajar es sólo un McGuffin para el propósito principal, aquel que se ve en el último plano y que es un gran final. Alejada de las explosivas road movies americanas y con carteles que muestran dónde se encuentran los personajes, la humildad y minimalismo de esta propuesta ayudan a que una simple historia sea una gran aventura, una por la cual terminamos simpatizando con los protagonistas a los cuales queremos ver juntos y seguir por el camino con un futuro incierto.
Lo primero que hay que saber de La mirada del colibrí es que es el cuarto documental hecho por el realizador Pablo Nisenon. Este no es un dato menor, ya que gracias a su siempre interesante forma de abordar las temáticas, se podría decir que se nota comprometido con los temas con los que trabaja. Esta nueva obra sigue a Franscisco Javier Amorrortu, quien exige un ambiente sano para vivir y por eso inicia miles de denuncias para mejorar el futuro del hombre. Se trata de un personaje imposible de olvidar, querible e interesante de escuchar como puede verse en varios videos de YouTube. Es ese compromiso que él conlleva lo que uno termina resaltando y es también en cierto sentido lo que genera una simpatía hacia su persona. Durante 80 minutos, Nisenon filmará cómo es un día común en su vida y también se prestará a debatir con él sus ideas. Anteriormente hacía referencia al compromiso con su trabajo; lo que hace acá Nisenon es interesante, y en lugar de convertirse en una voz en off de documental, pone el cuerpo, como cuando se lo ve entrando a la casa de Amorrortu en El campito, Pilar. Es decir, se lo ve interactuando en lo que cuenta, porque le interesa, porque no puede mirarlo a distancia como si fuera un dios que ve a sus criaturas. Es esa originalidad lo que también le juega a favor a este proyecto cuyos temas pueden ser engorrosos por momentos pero que son tratados con la simpleza suficiente para que terminen siendo entendibles. Y eso es algo para agradecer; que no se quede en un intercambio de ideas académicas, sino que esté pensado para que lo que trata de expresar Amorrortu llegue a la máxima cantidad de gente posible. La mirada del colibrí empieza con lo que parecen ser un conjunto de células vistas por el protagonista de esta historia, cuando la cámara se va alejando vemos que en realidad es una ciudad, tal vez esa sea la escena que mejor explica a este valioso documental: La Tierra vista por alguien que vela por ella.
La casa de las masacres (The axe murders of Villisca, 2016) es una de esas tantas películas de terror típicas que pululan por internet y que por arte de magia se estrenan en cines para cumplir con la cuota de terror. A pesar de que su título es muy prometedor, que su afiche evoca al mejor cine slasher (ese de asesino enmascarado que mata adolescentes) y que su duración de 77 minutos es perfecta, el film pierde en casi todos los frentes. Digo en casi todos porque los actores principales son convincentes en sus personajes unidimensionales; no es que importen mucho, pero por lo menos hacen lo mejor que pueden con su material. También funciona la prolija dirección de fotografía por parte de Jeffrey Waldron, quien aprovecha los espacios exteriores para dar la idea de un pueblo abandonado. Incluso su corta duración es un plus, en una época en que las películas duran, a veces innecesariamente, más de 100 minutos; encontrar una así es algo raro. Su director, Tony E. Valenzuela, se dio cuenta de que no podía explotar de más lo que tenía en manos y se dedica a filmar literalmente el guion escrito por Owen Egerton. Y eso es todo, porque la historia que prometía ser interesante queda en sólo una excusa para hacer una de terror que no tiene escenas de miedo, ni de sustos, ni nada. Las apariciones de fantasmas no generan nada, la sangre tampoco. No hay construcción de suspenso, ni clima, todo se ve venir, incluso su predecible y sin sentido final que ya se sabe a los diez minutos de empezada. La casa de las masacres, cuyo título original es mucho más llamativo, termina siendo una de esas ficciones que se aprovechan de grandes éxitos de otros (más precisamente de Insidious de James Wan) pero que no logra nada. Por si no les quedó claro, es de esas que si la encontraras un domingo de lluvia aburrido, aun así la pasarías de largo.
El hype era enorme; una película cuyos principal referente era el cine de John Carpenter (en especial La cosa, príncipe de las tinieblas y En la boca de locura) mezclado con el terror cósmico del escritor H.P Lovecraft y sumado a unos efectos especiales artesanales. Durante su primera mitad, Conjuros del más allá (cuya traducción tiene es poco un spoiler; The void es mucho más interesante) funciona porque mantiene la intriga por todo lo que ocurre. Hay un grupo de personas encerradas en un hospital y hay una amenaza tanto adentro como afuera. Es en esos primeros momentos en que sus realizadores nos recuerdan por qué los efectos artesanales son mejores que los digitales. Son más creíbles e impactantes y dejan la sensación de que se va a ver algo que está prohibido. Es tal el impacto que logran que terminan superando a los sustos ya vistos en las típicas películas de terror sobre fantasmas/posesiones/demonios que se estrenan semana tras semana. Pero Carpenter y Lovecraft no son la única influencia de esta obra dirigida a dos manos por Steven Kostanski y Jeremy Gillespi –quienes parecen estar metidos en todos los rubros del cine tras haber dirigido también Father’s day en 2011- pues se notan pedazos de Hellraiser de Clive Barker y El más allá de Lucio Fulci. Es este mundo hecho en base a referencias lo que le termina jugando en contra en su segunda mitad. No se hace nada con estos homenajes, son simplemente eso, no tienen ninguna función salvo la de recordarnos cómo se hacían los efectos en otra época. Y quizás sea ese su propósito, tal vez El vacío, que es la traducción del título más cercana, se refiera a lo que hay en tanto tributo/nostalgia por otra época, una simple cáscara que cuando se saca muestra que no hay nada, que se le quitó todo significado a lo que se homenajea, aunque posiblemente ese sea un signo de nuestros tiempos. Aun así mostradas las armas, el impacto pierde fuerza, los personajes empiezan a volverse irritantes (sobre todo el de Ellen Wong que no hace nada) y la historia se vuelve confusa y molesta, cuando por ejemplo en el cine de Lucio Fulci todo era más simple. Pero por sobre todo no se entienden algunos diseños, como si la idea fuera mostrar poco para dejar a la imaginación o no mostrar para que no se vea que se trata de un muy bien hecho muñeco. Justamente una de las cosas que hacía funcionar al cine de los ’80 era ver en su esplendor esos monstruos y aplaudir por lo bien logrado que estaban y por la imaginación que tenían los realizadores, algo que hoy se ha perdido y cuando se hace, como en el caso de esta película, se hace con timidez. The void, o El vacío o Conjuros del más allá termina decepcionando pero no ofendiendo y ojalá termine siendo referente de un cine que no quiere morir por más que no haya nada más que mostrar.
Una sombra se cierne sobre la última entrega de Cars. Esa sombra es la de Toy Story. Tomando como modelo las aventuras de Woody y compañía, la nueva película de estos autos locos es la mejor de una trilogía que nunca pidió ser tal. En esta entrega, la idea del paso del tiempo funciona y por momentos emociona, pero no deja de sentirse como algo muy calculado. ¿Va a ocurrir lo mismo con todas las producciones de Pixar que lleguen al número tres? Que Toy Story llegara a una conclusión era un paso coherente tanto en su historia como en el de la compañía que le dio vida, ellos son sus personajes más famosos, pero con Cars ¿era necesario? Estos personajes no tienen el peso generacional que sí tienen Woody y Buzz Lightyear. Irónicamente -y a pesar de que por la mitad se vuelva aburrida con algunas pequeñas escenas que juegan en contra a la fluidez de la trama y con algunos momentos cómicos forzados- al copiar a la muy superior saga de juguetes parlantes, termina ganando. Es imposible para alguien ya entrado en años no sentir que la película lo interpela. Ya somos grandes, no nos podemos hacer los modernos porque no nos dan las ruedas, y es mejor dar paso a la siguiente generación con la sabiduría que adquirimos en el camino. Por eso también es entendible que retome la tradición del cine norteamericano de carreras, ese que transcurría en zonas desérticas o en Texas y que se escapa al juego moderno de Rápido y Furioso. Este es un cine que ve para sí, en su idiosincrasia, y ahí está la música country, los vehículos que se chocan y la carretera para probarlo. Esto no se siente pesado gracias a su tono honesto y sus personajes simpáticos; es también un gran acierto poder volver a escuchar la voz del ya fallecido Paul Newman. También se agradece que no haya muchas referencias a la década de los ’80 como dicta la moda y que Pixar ha evitado. La única que hay es una que se encuentra descolgada entre los créditos finales, pero que no hiere a una película que sigue a un modelo que es muy superior. Por suerte la producción entendió que el mensaje no tiene que ser más importante que el cine, sino que deben ir de la mano; algo que la mayoría de sus competidores muchas veces no aplican por esa idea obsesiva de tener un mensaje, o peor, la idea de cómo comportarse. No, Cars 3 enseña cómo es la vida. Como es tradición en Pixar, la película es antecedida por un corto, en este caso: Lou, dirigido por Dave Mullins, sobre una simpática criatura que tiene un altercado con un bully. En su pequeña duración, expresa su mensaje de manera clara y simple sin necesidad de diálogo, y a la vez es una prueba más del poder del cine, ya que logra que simpaticemos con sus personajes principales.
Construcción fija para habitación humana es la ópera prima de la directora Adriana Casas. Este es un documental que indaga en la vida de la gente que vive en su mismo edificio, y ella a la vez entrevista a especialistas en el rubro de la arquitectura y diseño, que le aportan información sobre los planes de construcción en Buenos Aires. Estos dos contrapuntos son el arma fuerte de esta valiosa película. Hay algo de sentimental en las historias de los distintos inquilinos que contrasta con la de los especialistas que es puramente informativa. La cámara de la directora mexicana se mete en la vida de todos ellos desde el plano general o simplemente espiándolos, como una voyeur o interesada en las vidas simples que son tratadas como grandes historias de sus vecinos… ¿y quién no inventó o espió alguna vez a los otros? Algunos por supuesto son más interesantes que otros, y al no haber guión sino experiencias de vida, fluyen de forma natural. Por eso el único momento donde realmente flaquea se da justamente al principio, cuando la realizadora cuenta su propia historia y se nota lo guionado y lo forzado de su palabra. En cuanto a los especialistas, la información que proveen muestra la problemática de la construcción de una edificación; un aporte valioso dado que no hay muchos documentales o films sobre esto. Construcción fija para habitación humana es buen acercamiento que no se queda en un muestrario superficial de su tema sino que lo trabaja lo justo y necesario. Hay incluso una precisión milimétrica en su corta duración (81 minutos) que hace que haya el espacio suficiente para cada uno de los protagonistas de la historia. El edificio mostrado en su totalidad podría ser un edificio cualquiera; el hecho de no marcar la dirección lo hace universal. El estado de abandono también muestra una realidad que no hay que ignorar, ya no se le da prioridad al aspecto visual de un edificio, sino que se lo deja a su suerte. Hasta le puede chocar al espectador ver un edificio que en su interior está muy corrompido por el paso del tiempo y de los diferentes habitantes que entraron y salieron, pero lo que en realidad refleja es lo que hay en nuestros propios espacios. Esta ópera primera demuestra que Adriana Casas en una realizadora a tener en cuenta, alguien que sabe de lo que está hablando, que sabe cómo mostrarlo y cómo acercarse al público. Pero sobre todo es una realizadora que muestra la realidad tal cual es, sin artilugios para embellecerla porque sabe que la belleza está en su honestidad, en estos especialistas que aportan su granito de arena a una cuestión no muy transitada en el cine argentino, estas personas que cuentan sus vidas e incluso su arraigo a una vivienda que en todos los casos en su espacio de tranquilidad, el lugar en donde descansar y ser ellos mismos, el lugar donde están seguros.