Esas queridas bromas telefónicas. Julio Victorio De Rissio, alias Doctor Tangalanga, fue una notable figura dentro del humor argentino del siglo pasado, más precisamente en la década de los años 80’. Caracterizado con barba y bigotes, más enormes anteojos y una simpática gorra con visera, ganó fama gracias a sus skechtes televisivos y grabaciones radiales dónde realizaba pesadas bromas telefónicas a extraños. Por lo general estos chistes terminaban con un insulto o mala palabra, situación impensada para los actuales tiempos que corren. La performance del Doctor Tangalanga constaba de una premisa sencilla, pero altamente eficiente: llamar vía telefónica a una persona desconocida que ofrecía algún tipo de servicio, hacerse pasar por un supuesto cliente interesado y con el correr de los minutos ir llevando la conversación hacía el camino de la burla, la intolerancia y finalmente el nombrado insulto, por lo general escatológico, o más claro aún: una puteada. La película El método Tangalanga, dirigida por el realizador Mateo Bendesky, es la historia ficticia acerca de lo que pudo ser la supuesta vida real del hombre detrás del personaje humorístico, todo un emblema de una época pasada que ya no volverá. En la trama Julio Victorio De Rissio es Jorge, interpretado por el actor local Martín Piroyansky, un joven empleado de una empresa que realiza jabones. Tímido por naturaleza, Jorge tartamudea al hablar y ni se anima a acercarse a hablarle a una mujer. Cansado de sus limitaciones autoimpuestas por su pacata personalidad, una tarde en un evento se cruzará con un mentalista español, interpretado por nada menos que el famoso conductor y locutor Silvio Soldán, que radicalmente la cambiará la vida. Este le propone, por medio de hipnosis o algo parecido, que cada vez que suene un teléfono, su personalidad cambie por completo, sacando a la luz otra totalmente diferente: la de un bromista astuto, grandilocuente, capaz y muy boca sucia. Así será que se vengará de quienes en algún momento se burlaron de él, asombrará a algunos amigos, como su compañero de trabajo Sixto (Alan Sabbagh) y enamorará a Clara (Julieta Zylberberg), su interés amoroso y recepcionista en un hospital. Lo que busca El método Tangalanga y principalmente su director, Mateo Bendesky, es homenajear al Doctor Tangalanga, humanizando al supuesto hombre detrás de bigotes falsos y hablar verborrágico. Y lo logra demostrando que el humor fue una enorme vía de escape para sus inseguridades y frustraciones. Ayudan muchísimo en la tarea las grandes actuaciones a cargo de Martín Piroyansky, intérprete carismático como pocos; Alan Sabbagh en plan falso amigo y rival de Jorge, y Julieta Zylberberg, como siempre muy agradable y convincente. El método Tangalanga es un falso biopic y no reniega de ello. El comienzo del relato es intenso y prometedor. Luego, quizás, se desinfla un poco y viene lo previsible o básico en este tipo de historias. De todas maneras, es una digna y graciosa comedia, con algunos toques de romance y apoyada en la interesante historia de un hombre que ayudó a plasmar el humor en nuestro país y marcó a una generación de oyentes y televidentes. Y claro, eso no es poco.
Terror al límite y de la vieja escuela. Art the Clown es un payaso mudo asesino. Despiadado, su accionar de tortura, crueldad y muerte parece no tener condicionamientos, ni mucho menos final. Art parece no ser humano, sino la encarnación del Mal y en su vertiente más brutal y física. Art the Clown es el protagonista absoluto y el principal atractivo en la serie de películas Terrifier, creadas y dirigidas por el realizador Damien Leone, un artista que entiende y comprende al género del terror cinematográfico, a la representación del impacto y mucho más al fanático que disfruta viendo este tipo de cine. Art the Clown es el carismático intérprete de esta historia de horror, sangre y vísceras en primer plano. Increíblemente la segunda parte de la saga, Terrifier 2, llega en este caluroso enero a las salas de los cines de nuestro país. Y digo increíblemente porque una producción de esta categoría (100% gore, ultraviolenta y donde los cuerpos son mutilados y destrozados sin miramientos) no es apta para cualquier espectador y por lo general pocas veces puede llegar a la instancia de tener un estreno en salas comerciales. Quizás la principal razón se deba a su abrumador éxito de taquilla en Estados Unidos, dónde costó u$s 250.000 y recaudó u$s 10.000.000, y al boca a boca que la película y el personaje del payaso fue generando en las redes sociales. Terrifier 2: El payaso siniestro comienza con la “resurrección” de Art the Clown, interpretado por el actor y mimo David Howard Thornton, en una morgue. De allí saldrá este maníaco para emprender nuevamente un camino de explícitos y aterradores crímenes. Las próximas víctimas parecen ser Sienna (Lauren LaVera), una joven con futuro de artista, su hermano adolescente y su madre. Pero Sienna no es una más. El traje de heroína dorado que tiene preparado para la noche de Halloween parece darle poderes o simplemente la fuerza necesaria para enfrentar a un adversario del nivel de Art the Clown. Sienna quizás sea la única capaz de enfrentar al mismísimo mal, en esta oportunidad en versión de payaso siniestro. Antes de ser un realizador, Damien Leone fue un especialista en efectos especiales, pero los de la vieja escuela, como aquellos logrados a base de sangre falsa, FX de látex, muñecos huecos y otros. Es entendible entonces que su anterior oficio sea una parte vital para darle a sus películas una estética y contundencia que fue muy importante en el cine del terror de la década de los 70’ y 80’, principalmente poniendo el foco en Italia con realizadores como Lucio Fulci, apodado no por nada El carnicero, debido a poner en primerísimos planos ojos, extremidades y demás partes del cuerpo humano que eran destrozados sin piedad. La influencia en Leone de Fulci es entonces inevitable y también del teatro francés de comienzos del siglo XX, El Grand- Guignol. Este particular tipo de representación teatral, donde 250 personas eran testigos de brutales masacres ficticias (ojos eran arrancados de sus órbitas, cabezas cortadas, despellejamientos varios), sirvió como semilla para el posterior cine de terror moderno y más específicamente del subgénero slasher. Volviendo a la actualidad, lo que logra Damien Leone es reformular el slasher, de cierta forma actualizarlo y para nuevas generaciones, que se espantarán como ya lo hicieron otros anteriormente en el pasado. El círculo siempre sigue su curso y nunca parece cerrarse. La osadía de Leone también pasa por la duración del metraje: casi 140 minutos, donde la violencia va creciendo en intensidad y explicitud hasta llegar a límites insospechados. Terrifier 2: El payaso siniestro es un entretenimiento duro, muy duro. Uno donde los excesos físicos y lo amoral son su piedra fundamental. Pienso que Leone cumple con lo que promete, aunque pueda agradar o no. Hay sangre a rolete, humor negro, ironía, espeluznantes secuencias oníricas y hasta un poco de autoconciencia. Su Art the Clown volvió con todo su horror físico para destrozar cuerpos y la pantalla de cine; de paso despertar el terror más puro en los espectadores. Su payaso siniestro es el nuevo astro en el cine de terror actual y eso no es poco.
Con el sello de Claire Denis. Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) se ven como una hermosa pareja madura de vacaciones en alguna maravillosa playa en Francia. Se seducen y acarician a cada minuto mientras nadan con el sol como fiel testigo de un amor tan intenso y apasionado. Pero lo que parece una relación amorosa ideal entre ambos comenzará a sentir sus fracturas al volver nuevamente a su hogar en París y con el reencuentro de Sara con un exnovio llamado François (Grégorie Colín), quien aflorará viejos sentimientos que parecen aún no dormidos en ella. La directora francesa Claire Denis es una cineasta con una mirada muy particular acerca del amor y las relaciones. Su versión amorosa nunca es la convencional, al contrario, sus personajes sufren de los peores sentimientos: angustia, abusos, celos. Siempre habrá conflictos, discusiones, desilusión y los momentos felices y plácidos serán mínimos o casi inexistentes. Su anteúltima película, Con amor y furia (Avec amour et acharnement, 2022), que se vio en el pasado Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici), en la sección Trayectorias, no es la excepción a esta norma en su notable filmografía. La pareja protagonista vivirá un triángulo amoroso, enfocado más que nada en los deseos de Sara, una periodista de radio empeñada en entrevistar a inmigrantes africanos y árabes, y de alguna manera exponer la discriminación y el maltrato que sufren lamentablemente en el país galo, temática que Denis ya ha tratado en otras de sus películas. Sara, una maravillosa Juliette Binoche, es una mujer difícil, muy inestable emocionalmente y que arrastra a los otros en toda su confusión. Jean es un hombre amable, que lucha por recuperar a su hijo y que ha dado demasiado por la relación con Sara. La aparición de François, en el pasado su mejor amigo, llevará a los protagonistas a un camino de tentaciones, desamor y destrucción. Es así como Claire Denis nos sumerge en un espiral sin salidas. Elipsis, cortes temporales y de montaje, nos llevan a un destino que va en picada. La directora es una poeta, con algunas secuencias realmente magistrales, recitando una prosa donde las imágenes y la narrativa fluyen sin dudas. Da la impresión que la relación entre Sara y Jean, por momentos de una índole casi enfermiza, no tiene remedio, ni cura. Ella, descarada, provocará sin límites a su ex amante François, poniendo a su pareja Jean a merced de celos y desconfianza. La cámara nerviosa de Denis nunca deja de perder su habitual elegancia. Estamos ante un melodrama muy certero y sincero. Uno que habla de la llama que aún no se apagó y vive en el corazón de una mujer como Sara. Donde la infidelidad quizás no es lo más importante, si no sus marcadas consecuencias: la desaparición de una relación que en un principio parecía soñada. Nada más alejado de la realidad, justamente.
Diversión asegurada con el tándem Ritchie/Statham. El cine del realizador británico Guy Ritchie, nacido el 10 de septiembre de 1968 en Hatfield, al sur de Inglaterra, es único y con una marcada impronta autoral. De los directores de este nuevo siglo, Ritchie es uno que sabe plasmar muy acertadamente en imágenes el concepto de cine postmoderno, mezclando cinefilia, variados homenajes/ inspiración al cine de género de los 60’ y 70’, junto a la inclusión de un tipo de humor ácido e irreverente muy inglés, que obviamente viene en su ADN de caballero londinense, dando por resultado principalmente particulares películas de acción cuyos protagonistas son antihéroes malditos. Desde su debut con Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998), un atractivo thriller acerca de mafiosos y jugadores, primera colaboración en conjunto con el actor Jason Statham, pasando por la extraña y exitosa Snatch: cerdos y diamantes (Snatch, 2000); luego su filmografía fue derivando entre producciones que lograban un gran impacto de estilo (entre ellas puedo nombrar a Revolver, de 2005, y RocknRolla, de 2008) y algunas otras por encargo, no tan logradas (tal es el caso de la Aladdin de 2019). El uso del acento cockney, típico en las zonas más humildes y peligrosas del este de Londres y que es hablado en rimas, es otra de las características de sus personajes, quienes también por lo general gozan tanto de sobrenombres, como de un vertiginoso camino (gracias al Jump cup y el montaje paralelo) a la honra y la perdición. Agente Fortune: El gran engaño es su nueva película y la cuarta colaboración en conjunto con Jason Statham. Aquí el actor de El transportador es Orson Fortune, un agente del M16 bastante rebelde y a quien le cuesta seguir órdenes. Su próxima misión es investigar a un excéntrico millonario, Greg Simmonds (Hugh Grant), quien soterradamente maneja turbios negocios de tecnología y armas. En su tarea lo ayudará un famoso actor hollywoodense, Danny Francesco (Josh Hartnett), un inepto en el tema de las investigaciones, que solo hará enojar más a Orson. Será esta particular pareja despareja, más el agregado de un interés amoroso (Audrey Plaza), los protagonistas de esta divertida y muy entretenida historia de buenos y malos. A más de 20 años del debut cinematográfico de Ritchie, hay que sincerarse y comentar que su estilo ya no es el mismo. La velocidad tan típica en sus escenas de acción (derivadas del subgénero italiano Poliziottesco), la brutalidad de sus antagonistas (sacados del policial francés) y hasta la contundencia en la presentación de los títulos iniciales, han mutado en algo más tranquilo, más convencional. Pero de todas maneras con solo escuchar su apellido, Ritchie, seguramente muchos espectadores se sientan tentados a mirar su Agente Fortune: El gran engaño, un magnífico thriller de acción, dónde no faltará la comedia y el romance. Ubicada en imponentes escenarios en Turquía, Estados Unidos y Inglaterra, la trama de la historia tiene enredos, persecuciones, giros y sorpresas. También se aprecia que tiene como franca misión entretener a lo largo de sus casi dos horas de metraje, ofreciendo una historia con personajes bien estereotipados y carismáticos. Pero lo que no se puede negar es el oficio de Guy Ritchie, su pulso y buen tacto. Esta película es una atinada apuesta en su carrera, una especie de retorno a sus orígenes e impronta inglesa. Y mucho más si es en compañía de un coequiper tan noble como el recio Jason Statham. Ambos son dos caballeros ingleses y con todo lo que ello conlleva. Agente Fortune: El gran engaño es diversión asegurada. Después no digan que no les advertí.
Amar pese a la diferencia de edad. Los jóvenes amantes es un drama romántico francés, dirigido por la realizadora Carine Tardieu y protagonizado por Fanny Ardant, Melvin Poupaud, Cécile De France y elenco. La historia de amor que propone contarnos es acerca de una pareja de amantes. Ella, una vital mujer de 70 años y transitando una plena vejez; él, un médico de 45 años, casado, pero irremediablemente atraído por esta mujer y muy a pesar de la diferencia de edad. En ocasiones, parece imposible que dos personas tan diferentes puedan cruzar sus caminos como sucede acá, despertando sentimientos que quizás no están permitidos, pero son finalmente inevitables. Shauna (la enorme actriz francesa Fanny Ardant, musa del movimiento Nouvelle Vague y de realizadores como Truffaut y Resnais), es una septuagenaria, arquitecta jubilada, viuda y abuela de una rebelde adolescente. Pierre (Melvin Poupaud, un gran actor generacional) es un médico oncólogo, casado con una mujer más joven que él y padre de dos chicos. La existencia de Pierre es tranquila y monótona. Volver a reencontrarse después de 15 años con Shauna, es una bocanada de aire fresco en su vida. El flechazo vuelve a ser inmediato, la conquista y el deseo también y en esta dirección irá Pierre, muy a pesar de su real situación sentimental y de compromiso con su esposa. Lo mismo le pasa a Shauna, aunque en su caso los prejuicios y la duda por la diferencia de edad, se interponen a sus sentimientos. El relato brilla, a pesar de las heridas del paso del tiempo, gracias a esta magnífica pareja protagonista que solo busca amarse sin miramientos. El guion de la película está escrito por la realizadora belga Sólveig Anspach, íntima amiga de la directora Carine Tardieu y quien falleció lamentablemente en el año 2015. Reescrito nuevamente por Tardieu, la base de esta historia es la posibilidad misma de poder encontrar el amor a cualquier edad y muy a pesar de las diferencias. Viejas heridas y enfermedades inclinarán el relato para el lado del melodrama. Los jóvenes amantes está dedicada a Anspach y a su espíritu de valentía. Todos los actores parecen darlo todo en sus interpretaciones. Desde Fanny Ardant, quien con su Shauna por momentos se muestra feliz por la aparición de este inesperado amor a su vida, pasando por Melvin Poupaud, con un Pierre que pondrá en riesgo a su propia familia con tal de disfrutar de Shauna y hasta Cécile De France, magnífica actriz belga, acá la despechada y sorprendida esposa del médico, quien no comprende como su esposo la “cambia” por una mujer que podría ser su madre. Los jóvenes amantes conmueve por su franqueza, pero también contiene ese gusto tan francés por el amor prohibido. Según la escritora e historiadora Marylin Yalom, el amor francés es diferente a otros, no se parece a nada y se basa en la atracción entre el cuerpo y el corazón, mezclándose la sensualidad y el misterio. Estos lineamientos están presente en el cine romántico francés y los ejemplos son muchos. La realizadora Carine Tardieu reafirma este concepto y logra con su película demostrar que el amor no tiene edad, ni sigue códigos de ningún tipo. Solo importa amar, en cualquier momento y a cualquier edad.
La magia de Pandora sigue intacta. Avatar: el camino del agua es Cine en estado puro. Ese mismo que nació en diciembre de 1895, por obra y gracia de los hermanos Auguste y Louis Lumière y con la simple idea de entretener, sorprender, emocionar. Avatar: el camino del agua (secuela de la historia creada y dirigida magistralmente por el realizador James Cameron en el año 2009) también es un espectáculo audiovisual totalmente deslumbrante y magnético por dónde se lo mire. Sus 192 minutos de metraje son un viaje que nos transporta a la fantasía, los sueños, al amor por la naturaleza y el respeto a la vida. Su universo es único y su mensaje antibélico es apenas la punta del iceberg en un relato que refiere a muchos otros asuntos importantes: la colonización imperante, la importancia de seguir manteniendo los recursos naturales para futuras generaciones, el papel de la tecnología y la unión de la familia. Y todo gracias a un proyecto por el que James Cameron, director de enormes clásicos del cine de acción y ciencia ficción como Terminator (1984), Aliens: el regreso (1986) y Titanic (1997), se la jugó por el todo, casi desde el mismo momento en que la imaginó, allá por el 2000, hace ya 22 años. La trama de esta nueva película retoma la historia de la anterior Avatar y de sus personajes centrales, Jake Sully (Sam Worthington), un terrícola que llegó, tecnología mediante, a la luna de Pandora y se enamoró allí de una Na’vi llamada Neytiri (Zoe Zaldana). Diez años han pasado desde esos acontecimientos y esta pareja se ha unido en Pandora para formar una familia y tener hijos, cuatro exactamente, una de ellas una niña adoptada. Todo es armonía y felicidad para la familia, pero lamentablemente un día llegarán al lugar los villanos de turno, un grupo de terrícolas que buscan colonizar Pandora y no en muy buenos términos. Es entonces que Jake y Neytiri se tendrán que separar por primera vez en mucho tiempo y luchar para que no le usurpen y roben lo que tanto aman. Jake se terminará refugiando en otra comunidad, la de los Metkayina, quienes viven en un hábitat diferente, el agua. Lo que Jake nunca imaginará es el gran apoyo que recibirá de esta población, distinta en escenario, pero igual de unida que los Na’vis. James Cameron es uno de los pocos directores que aún sabe cómo filmar escenas de acción que funcionen. Todo es de acto impacto: el sonido, la animación, las batallas, la acción real. De sólo ver a Neytiri, una verdadera guerrera de piel azul, con su arco y flecha defendiendo a su tierra, ya es suficiente. Las secuencias hablan por sí solas. Los espectadores pasarán así a ser testigos de una guerra sin tregua ni respiro. Cuando el fin justifica los medios, no hay excusa posible. También James Cameron es un director muy conectado con el agua, desde su mismo debut con la cinta de Eco-terror, Piraña 2: asesinos voladores (1981), pasando por la soberbia historia de CF, El Abismo (1989) y la galardonada Titanic. Aquí le rinde homenaje con la maravillosa puesta de la comunidad acuática Metkayina, con sus océanos y hasta con un extraño animal marino, Tulkan. No olvidar que estamos hablando de un verdadero artesano del cine: su clara y precisa forma narrativa, más todos los recursos visuales que son grandiosamente utilizados en pantalla y su potente entendimiento de los géneros y sus códigos, así lo demuestran. Avatar: el camino del agua es una experiencia muy recomendable. Sus más de tres horas de duración son de disfrute y deleite absoluto. El ritmo nunca decae y el tiempo se pasa volando, así como lo hacen los Na’vis en sus rasantes vuelos diarios. Lo único reprochable son las subtramas que se irán presentando en la historia, demasiadas para mí gusto, algunas complejas y que pueden llegar a confundir al público. Lo demás, la introducción nuevamente a un universo bellísimo, donde sus integrantes, los Na’vis y los Metkayinos, aún se respetan, cuidan y aman. Algo cada vez menos común en los terrícolas, que envidiosos buscarán colonizar este lugar aún virgen de maldad y engaños. Avatar: el camino del agua es una película que tendría que ser vista por muchos: chicos, adultos y mayores. Su mensaje nos habla de la humanidad en todas sus variantes, sus imágenes de las emociones, y su legado nos llena de esperanza de un mundo mejor y más unido. James Cameron filma para la posteridad, para un cine que aún está vivo y afortunadamente lo seguirá estando por un tiempo más.
Esos malditos escualos asesinos. Dentro del cine de terror hay un subgénero conocido como Eco-Terror y que refiere a toda clase de amenaza de origen animal contra el hombre. En esta clase de cine la figura antagónica y por lo tanto aterradora será algún tipo de animal con un violento instinto que atacará a imprevistas víctimas al sentirse amenazado en su hábitat. Entre estos salvajes animales se encuentran los tiburones, escualos de grandes dimensiones, dieta carnívora y un verdadero aspecto de temer. El culpable de poner en la mira del miedo a estos particulares peces fue el realizador Steven Spielberg, que con solo 29 años filmó el clásico Tiburón (1975), una magnífica película de Eco-Terror por dónde se la mire. Su dilatado clima angustiante, su estilizada puesta en escena y trasfondo psicológico, junto con la virulencia de los ataques del tiburón, más la espeluznante música a cargo de John Williams (ganadora del premio Oscar) fueron suficientes para lograr una de las películas más importantes para el subgénero y también de una gran influencia para futuras cintas de similares características. Las tranquilas playas nunca más lo fueron y el peligro inminente del ataque de un furioso escualo quedó en la memoria de muchos espectadores, logrando un verdadero terror de índole naturalista. A 48 años del estreno de Tiburón, hasta el día de la fecha nos siguen llegando otras historias dónde los tiburones aún siguen causando temores. En esta oportunidad será el caso de Mar de Sangre, una película dirigida por el realizador James Nunn y protagonizada por Holly Earl, Thomas Flynn, Jack Trueman, Joshua Takars y elenco. La trama que se nos propone es bastante básica: un grupo de jóvenes decide pasar un fin de semana descontrolado en una bella zona de playas. Sus personalidades están bien basadas en prototipos: la chica sexy y poco pensante, el chico guapo; el tímido; el lanzado y finalmente la chica callada, pero bien determinada y que tendrá una figura central en el relato. Tras la obvia ingesta de alcohol los amigos deciden robar unas motos de agua, pero a mitad del mar sufrirán una violenta colisión que los dejará varados en el lugar. Todo se volverá una pesadilla cuando un siniestro tiburón comience a rodearlos y a eliminarlos uno a uno. Se puede apreciar apenas comenzado el film que su director James Nunn quiso homenajear al Eco-Terror, más que nada creando un clima de total incertidumbre en un ambiente de amenaza que ya es un lugar común para el subgénero. Las impactantes apariciones del animal, junto a los sangrientos y brutales ataques del depredador, son suficientes para espantar. El uso del fuera de campo para las escenas del tiburón quizás sean de lo más acertado, también su aparición por partes, todo para crear suspenso. Los sustos a cada aparición del bicho/ monstruo serán inevitables. Hasta ahí todo bien y aceptable, pero donde la película falla es en la parte actoral y narrativa: el guion a cargo de Nick Saltrese, será muy incongruente, con momentos de verdadera incoherencia y encima con actuaciones de ignotos e inexpresivos intérpretes, que no dan pie con bola, como suele decirse. Lo que podría haber sido una buena idea para un pasable exponente de Eco-Terror, se vuelve así en un simple entretenimiento pasatista y no mucho más. Para quienes gustamos del mar, pero somos bien conscientes de sus peligros, principalmente gracias a Steven Spielberg, Mar de sangre, no es una mala opción. Ofrece por una parte una desinteresada diversión y por otra, pasajes de gran tensión. Los tiburones, como los peligrosos y respetables animales que son, aún no están en peligro de extinción, para bien de su naturaleza y para mal de los incautos humanos que se atrevan a enfrentarlos. Y parece ser que el Eco-Terror, este interesante subgénero que nació allá por los 70’s, que tuvo tanto éxito a nivel mundial y que aún sigue dando frutos a pesar de los escasos resultados, tampoco tiene miras de extinción aún.
Ni en el amor, ni en la guerra. Todo sucede en Tel Aviv es una comedia romántica dirigida por Sameh Zoabi y protagonizada por Kais Nashif, Lubna Azabal, Yousef Swied, Nadim Sawalha y elenco. La trama nos relata acerca de la vida de Salam, un hombre palestino de alrededor de 30 años, que vive en Jerusalén y que se gana la vida como guionista para una exitosa telenovela. En verdad, el sueño de Salam es poder ser una gran y reconocido escritor de ficción y este comienzo como relator de magníficas historias de amor debería ser el despegue ideal para su carrera. Tercer largometraje del director Sameh Zoabi, la trama analiza, con un tipo de humor casi absurdo, el complejo conflicto entre los países de Israel y Palestina. Es justamente esta disputa la que modifica e interfiere en la vida cotidiana de los ciudadanos de ambos países, que en muchos casos no la pasan demasiado bien y sufren a la par. Quizás solo el amor sea una loable vía de escape ante tanta angustia y desazón. Filmada en Luxemburgo, el relato casi todo el tiempo se arrima a una teatralidad de tono irónico, principalmente en los estrictos puestos de control israelí por los que cada día debe pasar Salam, el protagonista. También nos enseña sobre la importancia social de la telenovela, considerado por muchos como un género menor o directamente despreciado. Hay bastante de sátira en la trama y el guion, a cargo del mismo Zoabi, trata de tomar del modo más accesible a un conflicto que ha marcado a generaciones. Salam, este tímido pero decidido autor de novelas o culebrones, es a su vez el alter ego del cineasta, que es de origen palestino pero nacionalizado israelí y que ha sufrido en carne propia del desarraigo. Por el lado narrativo Zoabi utiliza el recurso del metadiscurso, introduciendo dentro de la misma ficción el relato de una telenovela ambientada en 1967, en los momentos previos a la Guerra de los seis días, que enfrentó a Israel contra una coalición conformada por las actuales Egipto, Jordania, Irak y Siria. Este culebrón tiene como protagonista a un espía franco-árabe, que se infiltra de forma seductora en el Ejército Israelí, para conseguir información para su amado, que es palestino. Esta telenovela es muy famosa, tanto en Israel y Palestina, que la siguen cada día en sus televisores con devoción y hasta esperanza de unión. Parece ser que lo que el realizador Zoabi busca es la unión de estos dos pueblos. Demostrarnos que, a pesar de las fronteras y las diferencias ideológicas, políticas, de tradición y religión, el amor es un sentimiento universal y único y que puede superar el más cruento de los dilemas.
Amor entre caníbales. El canibalismo es el acto o la práctica de alimentarse con miembros de su propia especie y en el caso de seres humanos, de otros congéneres. Asociado desde tiempos remotos a ciertos hábitos de tribus indígenas, es uno de los más grandes tabúes de nuestra sociedad. Es una costumbre contraria a los códigos morales, éticos, legales y hasta religiosos de cualquier sociedad. Quienes lo practiquen serán excluidos de las mismas. Tomando como punto de partida este hábito de índole prohibido, el reconocido realizador italiano Luca Guadagnino (Llámame por tu nombre y la espléndida serie We Are Who We Are) nos cuenta la intensa historia de amor entre dos jóvenes que son caníbales, nada menos. Maren (Taylor Russell), es una mujer de apenas 18 años que está comenzando a sobrevivir al margen de la sociedad y Lee (Timotheé Chalamet), otro joven que anda rodando por la vida sin punto ni destino fijo. Tras un confuso e impactante evento con una amiga (en una fiesta ella le devora ferozmente un dedo), Maren es abandonada por su padre y casi aislada de su vida normal. Confundida, se toma un pasaje de micro sin retorno y tratando de buscar su identidad. En el camino se cruzará con Sully (un grandioso y violento Mark Rylance), otro caníbal más maduro y también marginado socialmente, con el que entablará amistad y que hasta le enseñará algunos trucos para comer sin asesinar. Allí también conocerá a Lee y con quién tendrá una fuerte conexión, tanto física como emocional. Estamos en Norteamérica, en la década de los 80’s y este viaje por las rutas del medio oeste será un profundo cambio para estos dos jóvenes enamorados y practicantes de la antropofagia (inclusión de la carne humana en la dieta alimentaria). Luca Guadagnino, un director que siempre se lo aprecia en una arriesgada búsqueda como autor, nos propone admirar lo que podría ser un gran amor, pero no menos trágico y poético. Maren y Lee se replantean todo el tiempo qué hacer con su hábito maldito (el canibalismo) y que nace irremediablemente de su ADN y esencia. Esta particular forma de alimentarse tiene mucho de adicción y la pareja no sabe cómo lidiar con el mismo. De todas maneras, esto no le impide amarse y descubrirse sexualmente, principalmente para la inexperta Maren. Será Sully, su guía y padrino en esta nueva etapa en sus vidas. Visualmente la película llega a un nivel preciosista. Los hermosos paisajes del oeste americano son retratados con acierto por medio de zoom o planos cercanos. Allí es cuando arrima la Road Movie (películas de carreteras), que luego tendrá toques de un romanticismo casi lírico y que posteriormente se cruzará con un tipo de terror físico, estetizado y muy sangriento (Gore). Los cuerpos humanos serán devorados con culpa y gran exposición. Pocas veces un atardecer, más allá de las perturbadoras circunstancias, fue tan bien fotografiado en pantalla. La herencia de un tipo de cine “yanqui” de los años 70’s y en la figura del realizador Terrence Malick, estará más presente que nunca. La principal premisa vendrá por recorrer esa Norteamérica profunda y salvaje. Hasta los huesos es vida y muerte. Es amor, pero también dolor. Es la gran interrogante acerca de la existencia de dos jóvenes amantes. Taylor Russell, maravillosa y Timotheé Chalamet, talentoso y el nuevo niño mimado de cine contemporáneo, junto a otros intérpretes habituales en el cine de Luca Guadagnino como Jessica Harper, Chloë Sevigni y el también cineasta David Gordon Green (Halloween Ends) trazarán su futuro y por momentos incierto destino. Hasta los huesos es una película infinitamente personal y única, como toda la obra de Luca Guadagnino. Una gran metáfora con lecturas infinitas sobre el canibalismo, pero que también nos emociona por la franqueza y humanidad. Nunca se juzga a Maren y Lee, al contrario, se los trata de comprender y en toda la magnitud de sus hechos. Esto no es poco, y seguramente muchos de los espectadores lo sabremos apreciar acertadamente.
Hijos y rehenes. Cuando oscurece (2022) es un tenso drama familiar, dirigido por el realizador Néstor Mazzini y protagonizado por César Troncoso, Andrea Carballo y la pequeña Matilde Creimer Chiabrando. Esta película es la segunda parte de la trilogía Autoengaño, creada por el director Mazzini, cuya primera parte, 36 horas, se estrenó el año pasado y que se completará con el tercer envío, La mujer del río, que se encuentra actualmente en proceso y cuyo estreno está previsto para el próximo año 2023. La historia tiene como protagonista a Flor (Matilde Creimer Chiabrando), una niña cuyos padres están separados y que sufre por culpa de los conflictos que interpelan constantemente a la relación entre sus progenitores. Un día su padre Pedro (César Troncoso), se la lleva de vacaciones unos días, con la idea de poder pasar un poco más de tiempo juntos. Pero lo que pintaba como una salida recreativa y vincular entre Flor y su padre tiene oculto un interés mucho más amenazante y hasta drástico. Pedro en realidad la está secuestrando por miedo de no poder verla más. Es entonces cuando su madre Erica (Andrea Carballo), desesperada por este infortuito accionar de su ex, saldrá a buscarla. Cuando oscurece es una película marcadamente emocional y que también presenta una interesante mirada al mundo de los niños, de sus pensamientos y sueños. Por situaciones que le son ajenas, Flor es rehén de sus padres, de sus incertidumbres y temores, siendo esta una problemática actual que sufren muchos hijos de padres separados. En un mero acto de desesperación Pedro tomará la compleja decisión de secuestrar a su propia hija, error que le costará demasiado caro. El director Néstor Mazzini elige usar el suspenso y la tensión para ir desarrollando la trama de la película. Su idea es dejar un poco de lado un tipo de narración lineal, para en cambio enfocarse en un punto de vista mucho más dramático y hasta con toques oníricos. Los problemas económicos, la falta de diálogo y el desamor serán temas centrales. La idea general de la trilogía Autoengaño nació a partir de la reflexión del propio Mazzini acerca de la vida en pareja y su posterior y conflictiva disolución, una experiencia que vivió en carne propia tras la separación de su mujer. Autoengaño es un concepto en conjunto, dividido en tres partes y que presentan tres momentos bien diferenciados en una evolución de una pareja, de la formación de una familia y de sus posteriores hijos. Como para darle más entidad al asunto, las tres películas están protagonizados por el mismo elenco, componiendo a sus respectivos personajes: Andrea Carballo (Érica), César Troncoso (Pedro) y Matilde Creimer Chiabrando (Flor). Cuando oscurece obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Cine de Gramado 2022 y también fue presentado en el Festival de Cine Iberoamericano de Trieste, Italia, y en el Festival Internacional de Cine de Uruguay. El galardón recibido por el realizador es muy merecido. Néstor Mazzini logra un sentido drama familiar y una secuela bien desarrollada con la que seguramente muchos espectadores se sentirán identificados.