La película de Dora es una aventura constante de casi dos horas en donde el sub-texto es claro y conciso y la historia atrapa por ser entretenida. Incluso con sus clichés, propios del género, el film logra hacerse fuerte desde sus ganas de divertir a grandes y chicos. Dora la exploradora (2000-2015) es la serie emblema del nuevo milenio para la cadena Nickelodeon. En ella se presentaba a una pequeña exploradora que gracias a sus amigos ¿imaginarios? iba resolviendo los diferentes enigmas y situaciones que cada episodio presentaba. Debido a su génesis de serie auto-conclusiva, donde su trama tampoco era muy complicada y que más que nada era un show enfocado a los niños donde constantemente se buscaba la interacción con ellos, la popularidad de Dora fue creciendo exponencialmente y logró ubicarse de lleno en la cultura de popular. Ahora, la serie creada por Chris Gifford, Valerie Walsh y Eric Weiner es llevada a la gran pantalla en forma de live action bajo el nombre de Dora y la ciudad perdida (Dora and the Lost City of Gold, 2019), una película que cuenta con un guion escrito por Nicholas Stoller y Matthew Robinson, siendo dirigida por James Bobin (Los Muppets, 2011). En su primera aventura cinematográfica, Dora (Isabela Moner) ya no será la niña que se supo ver en la serie, sino una adolescente. Con todas las dificultades que esto trae, habrá que sumarle que Dora se mudará de la selva, donde siempre ha vivido con sus exploradores padres Elena (Eva Longoria) y Cole (Michael Peña), partiendo en un viaje en búsqueda de una ciudad perdida, a la gran ciudad de Los Ángeles con su primo Diego (Jeff Wahlberg) y sus tíos. Allí, Dora deberá descubrir cómo relacionarse con los chicos y chicas de su edad y adaptarse al ritmo de la secundaria. Pero si esto no fuera poco, en el medio de su estadía Dora descubrirá que sus padres han desaparecido en la selva y ella deberá regresar para rescatarlos. Con la ayuda de su primo, Alejandro (Eugenio Derbez), un viejo conocido de sus padres, y de su mejor amigo Botas (Danny Trejo), el mono parlanchín, Dora deberá ingeniárselas para lograr encontrar a sus padres, a la ciudad perdida y cuidar de su vida y la de sus amigos en la peligrosa jungla. A pesar de que el guion de la película está conformado de la manera más convencional posible e incluye todos los clichés que pueda tener una historia de aventuras conformada por adolescentes, hay que rescatar varios elementos que logran que Dora y la Ciudad Perdida sea una obra que logra destacarse de sobremanera. Para empezar y desde un primer momento, la película decide jugar con el espectador de manera directa, estableciendo ciertos parámetros (ruptura de la cuarta pared, por ejemplo) que se irán desarrollando de manera natural a lo largo de todo el film, haciendo una experiencia disfrutable para chicos y grandes. La dinámica de la película logra que se despierte el interés en el espectador y sobre todo que se entretenga a lo largo de todo el metraje. Su gran puesta en escena y el montaje que lleva adelante el film logra emparentarse bastante a películas como las de Indiana Jones o a juegos de aventura como el Uncharted, en donde todo el tiempo pasan cosas interesantes. Todo esto sumado a una gran cuota de “corazón” en donde la aventura funciona como metáfora y el sub-texto termina siendo lo más rescatable, cómo bien supo lograr el clásico Los Goonies (1985), pero siempre manteniendo la esencia del material original. Las actuaciones están lejos de ser brillantes pero cumplen con su propósito a la perfección. La distribución de tiempo en pantalla es la justa y necesaria para que todos los personajes tengan su desarrollo, su participación importante y una evolución en cuanto al primer vistazo y al último que se obtiene de ellos. Si bien por cuestiones lógicas de protagonismo Isabela Moner es la que más tiempo y diálogos tiene, la joven brinda una gran actuación demostrando su simpatía y versatilidad para las escenas de acción. Dora y la Ciudad Perdida es una película que sabe a lo que juega y sabe como mostrarlo en pantalla, brindando una propuesta que le hace honor al material original pero que al mismo tiempo se adapta a los tiempos modernos.
Quentin Tarantino expresa una declaración de amor al cine en su época de oro y se da el lujo de poder hacerlo con un elenco de primer nivel. Más humor e ironía que nunca y un tercer acto antológico, componen la quizás menos vistosa, pero más personal cinta del director. Conocido por no haber estudiado cine, por transformar simples canciones en hitazos, por sus diálogos a priori banales, sus jugosos guiones y su impecable cinematografía, Quentin Tarantino es considerado uno de los máximos referentes del séptimo arte en la modernidad. Desde su debut en Perros de la Calle (1992) hasta Los 8 Más Odiados (2015), el director ha sabido conformar un fandom especial que celebra y pone sus gritos en el cielo siempre que una nueva idea o historia se cruza por la cabeza del bueno de Quentin. Si bien, él es un irreverente y muchas veces indescifrable individuo, siempre ha deslizado que su carrera no se iba a perpetuar en el tiempo y sus películas tenían una cantidad límite antes de que dejase la profesión. A pesar de haber tenido cambios en esta afirmación, el número que se cree será el definitivo es el de 10 y por lo tanto, de confirmarse esto, estamos hablando de lo que podría ser su anteúltima película. En ésta oportunidad, Tarantino no creará personajes o escenarios totalmente ficticios como bien supo hacer a lo largo de su carrera, sino que por primera vez se aferrará a personajes que existieron y a una época que al propio director lo marcó a fuego, dicha época será la de los comienzos de los años ’70 en Hollywood y tendrá como foco más resonante todo lo que sucedió entorno al asesino en serie Charles Manson y al asesinato de Sharon Tate. Todo esto y muchas cosas más es lo que se viene en Había una vez… en Hollywood (Once Upon A Time… In Hollywood, 2019). Había una vez… en Hollywood, tiene cómo protagonistas al actor devenido a menos Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y a su doble de riesgo, e íntimo amigo, Cliff Booth (Brad Pitt), dos personajes que supieron ver su esplendor una década atrás y ahora viven de la fama del pasado y de hacer pequeños papeles en tiras menores. Mientras ellos intentan volver a la cima de un ambiente que supo verlos brillar y que ahora está cambiando, todo el entorno en Hollywood empieza a caldearse por el contexto socio político de Estados Unidos y surge uno de los personajes más nefastos de la historia norteamericana: Charles Manson (Damon Herriman) y su clan de homicidas que saltó a la fama luego de haber atacado a la famosa actriz Sharon Tate (Margot Robbie). A pesar de que la trama pueda parecer que carece de un conflicto, lo que Tarantino plantea no es sino otra cosa que una oda al cine clásico que a él supo fascinar, enamorar e inspirar. La película debe considerarse cómo eso, cómo un homenaje constante a la época de oro de Hollywood (también hay referencias a su propia filmografía) y quién mejor para contar esta historia que alguien que supo verlo, palparlo y sobre todo sentirlo. Quizás esta sea la película más intima y sensorial del director que lejos está de repetir la dinámica que llevó a cabo en las películas que conforman su envidiable filmografía. En esta oportunidad no habrá diálogos banales que funcionen como metáforas existenciales o saltos temporales en donde haya que anotar que suceso ocurrió antes y cuál después. Acá todo está planteado para que la experiencia sea lo suficientemente concreta para mirar la pantalla y poder sumergir al espectador en la época de manera total. Algo que si se da, y mucho más que en otras oportunidades, es el uso del humor irónico y la re-utilización de temas musicales para poder darle significación a cada uno de sus usos. Al mismo tiempo la cinematografía vuelve a ser un lujo de tal manera que cada uno de los planos tiene la luz, el brillo y el enfoque necesarios para lograr mostrar y contar cosas de una forma narrativa sin la necesidad exclusiva de expresarlo en palabras. De igual manera que esto sucede, también hay que mencionar que para quienes no sepan puntos claves en la historia, la película podrá parecer insulsa y sin gracia. El guion no posee la inventiva de otras de sus películas ya que toca temas reales y si bien el vuelo narrativo logra que la película sea entretenida todo el tiempo, el metraje termina quedando un poco largo para la historia que se quiere contar hasta el desarrollo del tercer acto, donde se ve desplegado todo lo que representa el concepto de una “película de Tarantino”. La repetición de algunos segmentos intrascendentes también puede llegar a provocar cansancio en el espectador y creer que la película se estanca, por fortuna cada una de esas escenas está filmada de una manera excelente y eso contrarresta un poco ese aspecto que Tarantino no suele tener en sus películas. Las actuaciones de los protagonistas son sencillamente brillantes. Tanto Leonardo DiCaprio como Brad Pitt brindan unas performances con las que pueden estar conformes y seguros de que en la temporada de premios los van a tener en cuenta. Ya no caben dudas de que ambos actores encuentran en los papeles que Tarantino desarrolla para ellos una comodidad absoluta y ellos despliegan toda su categoría en cada escena que les toca tener, tanto en conjunto como separados. La otra gran estrella que tiene un papel rutilante es Margot Robbie que brilla por completo desde el primer plano en el que sale, pero al mismo tiempo su personaje y la importancia que tiene para con la película es mucho más abstracta, de manera que pareciera que su participación es nula. El símbolo de Sharon Tate es el faro en el cual el director quiere contar una historia y por qué no, reescribir la misma. Al mismo tiempo que su participación es poco más que escasa, cada una de sus apariciones provocan en el espectador consiente una necesidad imperiosa de ver la resolución de su linea argumental. Cómo en casi ninguna otra película de Tarantino, los personajes secundarios y de hasta tercera línea bien podrían catalogarse como las estrellas más preponderantes de cualquier otra producción. Nombres como Al Pacino, Kurt Russell, Zoë Bell, Michael Madsen, entre muchos otros, completan un elenco que será la envidia de cualquier película de aquí hasta que finalice el año. Tarantino logra reflejar en una cinta de más de dos horas todo el amor que el propio director le tiene al cine y todo lo que la época de oro significo para él. El cineasta se da el lujo de jugar con la historia a su gusto y placer utilizando cuanto recurso narrativo se le ocurra y gracias al elenco de lujo que lo acompañó, su relato sale perfecto.
Luc Besson cranea una película que desborda por todos lados. Un pésimo guion y unas actuaciones bastante mediocres son las principales causas por las que esta película será olvidable inmediatamente. De la mente que supo crear clásicos instantáneos como León, El Profesional (1994) y El Quinto Elemento (1997), ahora llega ANNA la nueva película del director, escritor y productor francés Luc Besson, quién busca recuperar el terreno perdido luego de sus mediocres últimas producciones. Ambientada en plena guerra fría Anna: El peligro tiene nombre, cuenta la historia de Anna (Sasha Luss) una joven muchacha rusa que de buenas a primeras se ve casi obligada a unirse a las fuerzas especiales soviéticas para poder salvar su vida. Impulsada por su mentor Alex Tchenkov (Luke Evans) y su superiora Olga (Helen Mirren), Anna deberá infiltrarse dentro de una compañía de modelaje para que sus actividades secretas puedan quedar camufladas y nadie sospeche de ella. Pero todo empezará a complicarse para Anna cuando la C.I.A. se vea involucrada gracias a la presencia de Lenny Miller (Cillian Murphy), un oficial de alto rango dentro de la Central de Inteligencia Americana que empezará a observar patrones extraños en base a distintos asesinatos y hará lo posible para detener dichos sucesos. Con la C.I.A. a sus espaldas y las fuerzas soviéticas presionándola constantemente, Anna deberá idear un plan lo suficientemente inteligente para despistar a ambas organizaciones mientras que al mismo tiempo lucha por mantenerse con vida. A pesar de tener una premisa bastante atractiva y a simple vista convincente, la nueva película de Luc Besson no llega ni por asomo a parecerse a sus mejores películas, ni siquiera a alguna de sus mediocres. Con un guion que es redundante en cuanto a efectos narrativos y a los diálogos, la gran mayoría de las líneas de diálogos son lamentables. La película que bien podría haber sido más simple y concreta termina dando vueltas sobre si misma provocando confusión y hartazgo en el espectador. A pesar de tener unos momentos en donde la acción predomina y la película se hace llevadera, estos momentos siempre se ven interrumpidos por alguna situación totalmente ridícula y muchas veces fuera del umbral de verosimilitud que plantea el propio film. Si bien el elenco cuenta con actores de primerísimo nivel, nadie que trabaja en la película logra destacarse demasiado. Esto se debe principalmente a que el desarrollo de todos los personajes no están bien llevados a cabo y sus motivaciones nunca terminan de quedar claras. Extrañamente la actriz que mejor se desenvuelve es la protagonista Sasha Luss, quién si bien no hace su debut en una producción cinematográfica (ya estuvo en Valerian también bajo la dirección de Besson), es la primera vez que tiene un papel protagónico y teniendo en cuenta todos los problemas que tiene su personaje en su génesis y desarrollo, hay que destacarla. ANNA bien podría considerarse como una de las peores películas del año. Su guion rebuscado e inverosímil logran que su premisa, a priori, interesante se desvanezca con el pasar de los minutos y la trama queda excesivamente larga para la duración de la película.
La Odisea de los Giles mezcla drama, comedia y acción en una heist movie local, ubicada temporalmente en el peor momento de nuestro país. Con un gran elenco y un gran despliegue técnico, ésta película tiene todo para ser hacer historia en el cine nacional. Escrita por Eduardo Sacheri en 2016, “La Noche de la Usina” es una novela que cuenta la historia de un grupo de personas que en el desastre económico y social que se produjo en 2001 en Argentina, mejor conocido como “el corralito“, por mano propia intentan vengarse de quienes les quitaron todos sus bienes y terminan desarrollando un plan arriesgado, pero que con fuerza de voluntad y trabajo en equipo puede suceder. Esta es la premisa con la cual Sacheri supo ganar en 2016 el Premio Alfaguara a la mejor novela de ficción de ese año y que ahora lograr tener su adaptación en el cine de la mano de Sebastián Borensztein (Kóblic, 2016) y la colaboración en el guion del autor de la novela original, pero que cambiará de nombre a La Odisea de los Giles (2019). La Odisea de los Giles cuenta la historia de Fermín Perlassi (Ricardo Darín), su familia y vecinos en el pequeño pueblo de Alsina. En él todos sus habitantes incluido el propio Fermín han decidido invertir sus ahorros de forma cooperativa para lograr “revivir” una antigua fábrica abandonada y así poder generar una fuente de trabajo para quienes no lo tienen. Ya habiendo reunido el dinero, Fermín recibe un llamado del banco donde el dinero estaba guardado y gracias a una venenosa sugerencia del gerente, el dinero termina depositado en una cuenta corriente del propio lugar. Horas más tarde “El Corralito” explota en la Argentina y todos los ahorros del pueblo de Alsina terminan en los bolsillos de bandidos de guante blanco que visten con traje y corbata. Meses después y gracias a la habilidad de Antonio Fontana (Luis Brandoni) para enterarse de todo lo que sucede en el pueblo, se entera que el dinero puede ser recuperado pero no de una manera lícita y legal sino más bien todo lo contrario. Fermín y Antonio deberán conformar un grupo lo suficientemente apto, con todos sus amigos y vecinos, para poder saquear una caja fuerte oculta que adentro tiene todos los ahorros del pueblo. Entretenida desde su génesis y conmovedora por el constante recuerdo de una época nefasta en la cultura Argentina, La Odisea de los Giles es la muestra de cara a futuro de cómo adaptar una novela a película de manera más que satisfactoria. Gracias a la intervención del autor de la novela original dentro del guion y al trabajo en conjunto con el director, esta película logra reflejar la esencia de la historia del papel de una manera casi perfecta. Obviamente no todos los elementos de la obra pueden ser adaptadas de un formato literario a otro pero aún así aquellos aspectos básicos están traspuestos de una manera más que correcta. El hecho de que la película se aferre al género “heist” o en criollo, película de robos, logra que si bien el objetivo final de la trama decanta desde un momento inicial, la experiencia no deja de ser satisfactoria de principio a fin. A pesar de algunos chichés que llegan a rozar el mal gusto en momentos aislados y un villano principal que parece sacado de un insulso dibujo animado, la película logra terminar convenciendo al espectador creando un relato con un gran equilibrio entre drama, comedia, acción y thriller. En cuanto a las actuaciones, esta es una película que funciona a la perfección en forma colectiva. Gracias a una distribución coral más que individual, cada uno de los personajes tiene su momento de gloria y el desarrollo suficiente como para lograr tener la empatía suficiente con el espectador. Si bien sus puntos más altos son los de Ricardo Darín y Luis Brandoni, cada uno de los personajes de segunda y hasta tercera línea se destacan por sus cualidades. Esos personajes no lograrían una llegada tan efectiva si no fuese por los actores que los llevan a cabo y algunos de ellos son: Verónica Llinás, Chino Darín, Carlos Belloso, Rita Cortese y Andrés Parra. La Odisea de los Giles llega a las pantallas de nuestro país (más de 400) en un momento en el que la cartelera no abunda por las ideas novedosas o por estrenos rutilantes y por eso no hay nada mejor que ver una producción nacional que con mucho corazón y un desarrollo técnico de primer nivel logran reflejar el peor momento de nuestro país -por ahora- con una gran eficacia.
Las Reinas del Crimen no logra transmitir en la pantalla todo lo bueno que su premisa presuponía. Un flojo guion y un elenco de renombre, pero de muy mala performance general, son las principales características de esta primera película para su directora. Andrea Berloff hace su debut detrás de las cámaras adaptando un cómic de la linea Vertigo de DC en donde no solo no están Batman o Superman, sino que tampoco ningún superhéroe. Dicha ópera prima se encargará de adaptar las historietas de The Kitchen, una miniserie en donde se narran las andanzas de la mafia irlandesa a fines de la década de los 70’s en Nueva York, más precisamente en Hell’s Kitchen. Pero a diferencia de historias como The Godfather (1972) en donde los hombres son quienes mandan en estas pandillas, el bajomundo neoyorkino será dominado por un trinomio de mujeres que se antepusieron a los preconceptos de el resto de los integrantes de la mafia. Las encargadas de ponerle la piel a estas mujeres poderosas serán: Melissa McCarthy (Ghostbusters, 2016), Tiffany Haddish (Girls Trip, 2017) y Elisabeth Moss (The Handmaid’s Tale) cada una con realidades diferentes en cuanto a popularidad pero con una trayectoria que ampara su selección para cada uno de los papeles. Bajo el mismo nombre que el material original llegan Las Reinas del Crimen y la historia cuenta como Kathy (McCarthy), Ruby (Haddish) y Claire (Moss), tres esposas de altos miembros de la mafia irlandesa que domina los barrios de Hell’s Kitchen, se ven obligadas a ocupar los lugares de sus maridos luego de que estos caen presos después de un atraco que estaban realizando. Pese a que ellas se muestran confiadas y con la seguridad necesaria para dominar la mafia de la ciudad, las tres irán atravesando diferentes situaciones y conociendo aliados y enemigos que harán de sus planes puedan concretarse o complicarse y más aún cuando se vean involucradas en problemas de territorio frente a las otras mafias de Nueva York. Pese a que la premisa de esta película propone el empoderamiento femenino en una situación a la que se esta acostumbrado ver a hombres, el intento por querer demostrar dicho poder no se ve plasmado del todo ya que la narración es tan lenta y densa como poco poderosa en cuanto a hechos concisos. El discurso que mantiene el film, no va de la mano con lo que se muestra y en aquellos pequeños momentos en los que se amaga a ir al frente, la directora termina cayendo en los clichés de género que se presuponía iba a combatir. Dejando de lado esto, la película en ningún momento logra definir por completo el tono por el que quiere transcurrir. Pese a una oscuridad que parece predominar en el relato gracias a una buena fotografía, el abrupto montaje provoca que las emociones, sin ser demasiadas, no logren traspasar la pantalla y todo quede en insinuaciones. Al mismo tiempo hay demasiadas situaciones que se ven mal resueltas por un muy mal desarrollo de personajes que se presuponían importantes y que terminan en la nada misma. La recurrente utilización de chistes para cortar momentos dramáticos y provocar liviandad en el espectador, ante el ritmo cansino del relato, es de una pobreza cualitativa llamativa sobretodo teniendo actrices que se desenvuelven de gran manera en la comedia. Un aspecto que también hay que tener en cuenta es que el grupo de protagonistas no pareciera tener ningún tipo de relación ni química entre ellas, siendo ésta quizás la motivación central de la película, la empatía que se debiese tener para con ellas es totalmente nula. Las actuaciones cuentan con llamativos niveles. Por un lado tenemos a Melissa McCarthy que pareciera haber decidido alejarse de la comedia por un tiempo para poder darle a su carrera el salto de madurez que necesita para poder figurar en las producciones más importantes de la industria, pero su personaje es el único que tiene un desarrollo mínimo, del cual se saben las motivaciones y lo que pretende en cada momento del filme. Por otro lado está una Elisabeth Moss desconocida, en cuanto a la poca intervención decisiva en la película siendo quizás su personaje el que podría tener mayor desarrollo, y que además pareciera estar actuando a un desgano total impropio de una actriz de su calibre. Y por último está Tiffany Haddish quién no le aporta absolutamente nada de la impronta por la que se le conoce y sumado a esto tiene la mala fortuna de tener el personaje peor desarrollado por un guion pésimo en el cuál cada palabra que le toca pronunciar o acción que le toca hacer termina quedando demasiado forzado, innecesario y ridículo. El resto del elenco tiene altibajos a pesar de que algunos de sus miembros sean de renombre como los son Domhnall Gleeson o Common. Las Reinas del Crimen termina siendo un resultado muy pobre en donde un guión con muy poca consistencia y un grupo de protagonistas que no tienen química entre si y nada demuestran son los principales características.
Hobbs & Shaw expanden el universo de Rápidos y Furiosos de manera efectiva pero sin crear un producto memorable. La franquicia de autos, acción y crímenes liderada por Vin Diesel es una de esas sagas que a medida que fueron pasando sus entregas, ha sabido renovarse en el momento oportuno para poder evitar el fracaso y caer en el olvido. Con un punto de inflexión claro en la película número cuatro, Fast & Furious (2009), la franquicia decidió expander la historia de sus protagonistas principales desarrollando tramas mucho más complejas y atractivas y una apuesta hacía otro tipo de géneros como bien podría ser el de los atracos. Ese cambio produjo que las posibilidades para hacer secuelas pareciera ser inagotable, de hecho el año próximo se estrenará la novena parte de la saga, a manos de Justin Lin- director que logró revivir la saga en 2009-, y ya hay confirmada una parte décima entrega para las aventuras motorizadas de Dominic Toretto y compañía. Pero al margen de las razones mencionadas ya previamente, una de las decisiones que mejor le han salido a los productores de la franquicia fue la de la inclusión de Dwayne “The Rock” Johnson al elenco estable, un actor que con su simpatía, su físico incomparable y sus ganas de siempre involucrarse en proyectos que tengan como premisa máxima el entretenimiento, logró aportarle a la saga una cuota humorística necesaria, aunque a veces exagerada, para que la monotonía y la oscuridad no se apoderen de los diferentes filmes. Tal es así que desde su primera aparición en Fast Five (2011), su preponderancia en la trama general ha ido creciendo de manera exponencial y, después del fallecimiento de Paul Walker, se ha sabido colocar como el segundo actor de mayor importancia dentro de la franquicia. Tal es así que ahora Luke Hobbs, el personaje de The Rock, se ha ganado su propio spin-off junto con Jason Statham, otra de las estrellas recientemente agregadas al staff de la franquicia. Bajo el nombre de Rápidos y Furiosos: Hobbs y Shaw (Fast & Furious presents: Hobbs & Shaw) llega ésta primera historia en paralelo que, como bien indica el nombre, tendrá a Hobbs (Dwayne Johnson) y a Shaw (Jason Statham) luchando codo a codo intentando detener una amenaza biológica masiva que amenaza al mundo. Dicho peligro contará con dos complejidades extra, por un lado éste se encontrará dentro del torrente sanguíneo de Hattie (Vanessa Kirby) la hermana de Deckard y por otro, todo este ataque es un plan ideado por Brixton (Idris Elba), un viejo conocido de Shaw que ahora está bajo las ordenes de una corporación que intenta terminar con la humanidad como se la conoce. Hobbs y Shaw deberán limar asperezas entre si para poder salvar al mundo y a Hattie mientras ambos lidian con problemas de sus respectivos pasados. A pesar de que ésta película bien podría catalogarse como innecesaria, el resultado termina siendo levemente satisfactorio y cumple con el único propósito que se establece: entretener al espectador de forma inversiva. Dirigida por David Leitch (Deadpool 2, 2018) y guionada por Chris Morgan (responsable de todas las Rápidos y Furiosos desde 2006 en adelante), este spin-off logra ampliar el universo conocido de una manera completamente natural y sin forzar ningún aspecto. Quizás una de las razones de su eficiencia para con el público sea el hecho de que esta historia funciona de manera totalmente independiente al resto y no es necesario ver las películas anteriores para entender la totalidad del film. Obviamente si se tienen conocimientos previos de la saga muchos gags y chistes cobran un sentido más amplio, pero no son para nada determinantes. Otro de los puntos a favor que tiene la obra y que afianza más aún la relación con el espectador, son las constantes referencias a otros temas de la cultura popular actual, esto provoca una relación hasta de confianza con el público haciendo una experiencia mucho más amena. Por otro lado, la película cuenta con algunas situaciones que podrían haberse evitado para generar una experiencia completamente disfrutable. Como viene pasando en las últimas entregas de R&F, las tramas se han tornado un poco redundantes. La tecnología aquí toma un rol fundamental a tal punto que es poco verídico y en ningún momento se logra brindar una explicación convincente de su utilización u origen; Por momentos pareciera más una película de Transformers o Terminator y el eje se pierde por completo ya que la esfera de verosimilitud se ve ampliada de sobremanera sin tener un sentido que así lo demande. Las escenas de acción alternan buenas y malas decisiones técnicas a la hora de sus ejecuciones, obviamente la exageración es una moneda corriente en este tipo de producciones y ésta película no quiere perderse su oportunidad de destruir cuanta cosa pueda y si es de la forma más aparatosa posible, mejor. El montaje es extraño y los cortes de cámara suelen ser abruptos y torpes, sin dejar disfrutar de los planos bien logrados por una combinación interesante con juegos de luces que hacen que la fotografía se destaque un poco más que todas las películas de la franquicia regular. La película se termina volviendo larga a que en las intensas más de dos horas de duración, da la sensación que la trama se estira de más solo para introducir un elemento pintoresco y simpático, pero bastante ridículo. En cuanto a las actuaciones no hay mucho material analizable que ya no se sepa sobre Johnson y Statham. Ambos comparten una habilidad innata para las acrobacias de acción y los dos comparten un fetiche para con la comedia que los hace súper puntos en cada interacción que tienen entre sí. Hay muchos tramos en donde las escenas solo constan con diálogos entre ellos donde prevalece su química personal por sobre la de los personajes. En cuanto a la incursión de Idris Elba y Vanessa Kirby, el primero logra imponerse como antagonista principal de una manera correcta pero hasta ahí, da la sensación que el trasfondo de su personaje hace más por él que el propio actor. En cuanto a ella, su participación es claramente la mejor aparición que podría tener hoy por hoy la franquicia. Para combatir tanta testosterona desparramada por doquier, Kirby llega para establecer un personaje femenino totalmente a la altura de sus compañeros e incluso por delante de ellos cuando le toca participar en las escenas de acción, sin dudas es un personaje que debe regresar a la franquicia y sacarle todo el jugo posible porque es un hallazgo y han dado en el clavo. Este primer spin off del universo de Rápidos y Furiosos deja sensaciones ambiguas, si bien la película es garantía de entretenimiento y de pasarla bien, la extensa duración del metraje termina agotando por la intensidad de la trama y las vueltas de guion de más que se dan. A la acción de siempre se le suma muchísima más comedia y eso se debe a la gran química y relación de sus protagonistas. A pesar de esto, la sensación de conformidad sólo puede aguantar hasta salir del cine, ya que para el post el filme no será para nada memorable.
La opera prima de Jonah Hill demuestra ser una joya del género coming of age. Grandes actuaciones y una estética envolvente, hacen que este viaje a la década de lo 90's sea completamente gratificante. Un género literario que ha tomado muchísima fuerza en los últimos años es sin dudas en coming of age, éste suele estar enfocado en contar historias de adolescentes o jóvenes adultos en donde, por lo general, el/la protagonista no se encuentra perteneciente a un grupo de personas específico, a su propia familia, con ellos mismos o exploran cambios en la sexualidad o en los pensamientos. Claro que éstas obras no siempre recorren los mismos caminos pero si hay patrones que necesitan compartir para poder llegar a esa epifanía tan buscada y necesaria para quien protagoniza la historia. De las más populares de los últimos años se destacan Lady Bird (2017) y Call Me By Your Name (2017) dos películas que exploran de manera diferente la vida de adolescentes que al fin y al cabo lo único que buscan es saber quienes son y que la gente los acepte de esa manera. A ésta última gran oleada de películas es a la que Jonah Hill quiere ponerle la joya que le falta. Haciendo su debut como director y contando con un guion escrito enteramente de su mano es que llega En los 90 (Mid 90s, 2018), una película que cuenta la historia de Stevie (Sunny Suljic) un aniñado jovencito de no más de 11 años que vive con su hermano (Lucas Hedges) y madre (Katherine Waterston), quienes de una forma u otra no se interesan demasiado lo que suceda con Stevie. Es por eso que él en sus ansias de conseguir un modelo a seguir y de quién poder recibir un poco de “feedback” afectivo, se empezará a hacer amigos de una banda de skaters liderada por Ray (Na-Kel Smith), una joven promesa del skate que junto con sus compañeros de grupo le darán un lugar a Stevie, quién poco a poco empezará a ganarse un puesto preponderante en la banda dejando de lado al “pequeño Stevie” y afrontando situaciones impropias para alguien de su edad. En su opera prima Jonah Hill demuestra que para contar este tipo de historias, no siempre es necesario un presupuesto descomunal, un guion rebuscado y complejo o actores de primer nivel mundial que estén en los focos de todos. Poniéndole énfasis al poder creativo en cuanto a la fotografía, a la puesta en escena y al manejo de la cámara, la lucidez a la hora de dirigir parece estar innata en Jonah Hill. La empatía que se logra con el protagonista es inmediata, es cierto que muchas veces acudiendo a una crudeza visceral para poder lograrlo pero ése recurso tiene sentido teniendo en cuenta la trama y como se desarrolla. La simpleza de la trama y lo natural que está transpuesta del papel a la pantalla hace que el relato fluya de una manera completamente convincente que sirve para conectar con el espectador desde el comienzo. Otro punto alto del film es la elección de la música, muchas veces los realizadores caen en los hits de la época funcionando más como una lista de reproducción “especial 90’s” que como si de verdad se estuviese en esos años. Acá Hill no sólo no utiliza ninguno de los temas clásicos de esos años sino que demuestra tener tino para seleccionar temas de Hip-Hop y grunge que quedan perfectas en conjunto con las imágenes. La selección de actores es realmente excelente teniendo en cuenta que la gran mayoría son patinadores profesionales y no se dedican a la actuación. Na-kel Smith y Olan Prenatt son los máximos exponentes de esto pero demostraron tener cualidades como para tener en cuenta a futuro. Por otro lado Sunny Suljic, Lucas Hudges y Katherine Waterston, los actores profesionales, demuestran toda su calidad en cada escena que les toca participar. Sobre todo la participación de Suljic, que es llevado al extremo en múltiples ocasiones, deja la sensación de que el compromiso del incipiente actor para con el proyecto fue total. Jonah Hill debuta a paso firme detrás de las cámaras con una coming of age que va al límite desde que comienza hasta que termina. Grandes actuaciones de todo su elenco, una estética que produce un viaje instantáneo a la década del 90 y un guion sencillo pero duro, son los pilares fundamentales para que ésta película no pase desapercibida y se consolide como una de las mejores dentro del género.
A pesar del impacto visual que genera, esta remake de El Rey León no consigue la empatía justa y termina siendo una sombra de lo que fue la película original, que con menos tecnología pero con más corazón logró quedar en la historia. El Rey León es considerada una de las obras por excelencia de Disney. Desde su estreno en 1994, la película marcó un antes y un después en cuanto a producciones animadas y podría decirse que gracias a ésta empezó una nueva época de oro en las películas del estudio. Gracias a su historia conmovedora, una animación que para ese entonces fue vanguardista e integrantes de un elenco de primer nivel que prestaron sus voces y quedaron para la posteridad, The Lion King se ganó una nueva chance para volver a conmover a una nueva generación de niños y también para intentar volver a enamorar a aquellos que supieron tener todo el merchandising posible de Timón, Pumba, Simba y compañía. Para algún despistado que no sepa de que se trata esta película, El Rey León (The Lion King, 2019) cuenta la historia de Simba (JD McCrary / Donald Glover), el joven príncipe de un reino en donde diferentes especies de animales conviven en paz y armonía bajo el liderazgo del león Mufasa (James Earl Jones). Pero como en toda situación monárquica, no siempre se está de acuerdo con el Rey y es ahí en donde entra al juego Scar (Chiwetel Ejiofor), hermano del rey y tío de Simba, un león que quedó resignado a ver a su hermano triunfar y ser líder mientras que en él se iban generando unas ansias de venganza y deseo de poder incomparables a tal punto de nublar su juicio de manera definitiva. En la búsqueda por quedarse con el lugar de su hermano, Scar ideará un plan para deshacerse definitivamente de Simba y su padre para siempre y así poder quedarse con el trono del reino. Tras un trágico evento, Simba es desterrado a vivir fuera del reino y allí se hará amigo de Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen), una suricata y jabalí que le enseñaran a Simba una nueva forma de vivir y que le servirá también para poder recuperar el reino que le fue arrebatado. En esta remake animada (cabe la aclaración porque muchos la cuentan como live action), la historia es exactamente igual que su versión original de 1994. A pesar de que el director Jon Favreu (The Jungle Book, 2016) y los guionistas Jeff Nathanson y Brenda Chapman intentan adaptar el cuento original a los tiempos que corren, el único aspecto que se destaca a grandes rasgos es el visual en donde realmente se nota una avance tecnológico realmente transgresor en donde todos los personajes que parecen sacados de la jungla debido a su detallismo extremo y diseño innovador. Al mismo tiempo, los paneos que propone el director de la sabana africana, bien podrían ser reales y la ilusión de que todo es verdadero se ve desde un primer momento. Incluso la manera en la que el film está montado y el juego de luces y sombras que se producen en la fotografía, otorgan un hermoso despliegue visual pocas veces visto. Ahora bien, teniendo en cuenta estos aspectos más que destacables, hay que tener en cuenta que la impronta narrativa que se podía haber esperado en esta película para poder diferenciarse del material original brilla por su ausencia. Todo lo que sucede es exactamente igual y salvo una sola canción que fue especialmente hecha por la cantante Beyoncé para la película, los temas son los mismos y puestos en las mismas escenas e incluso casi con la misma duración. Ni siquiera el genio musical de Hans Zimmer, con la curación de la propia Beyoncé y Donald Glover, logró imponer su banda de sonido. El problema más notorio que tiene la película es su claro problema para poder transmitir la historia. El tono utilizado no logra una conexión con el espectador y si bien lo que se ve es entretenido y en ningún momento peligra la atención que se le pueda prestar, al terminar el film puede quedar como una película más y olvidable. El diseño de los personajes es extraordinario. Como ya se ha mencionado antes, el realismo logrado es de tal magnitud que tranquilamente podrían pasar por animales reales. Ahora bien, en la búsqueda por lograr una semejanza casi perfecta las expresiones de los personajes se ven perdidas y no logran reflejar en sus rostros lo que intentan demostrar en las voces. Los únicos tres personajes que si logran imponerse pese a ésta última arista son Mufasa, Timón y Pumba. El gran James Earl Jones, regresa a uno de sus mejores papeles y vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de voz de todos los tiempos. Si bien es imposible separarlo de su trabajo como Darth Vader en Star Wars, no hay dudas de que Mufasa es el segundo mejor papel que le ha tocado tener en su carrera. En cuanto a Timón y Pumba, Billy Eichner y Seth Rogen respectivamente sacan adelante la película siendo ellos los encargados de otorgarle la cuota humorística a la película y rescatándola de la parsimonia en donde el relato cae. El resto del elenco no logra destacarse demasiado y teniendo en cuenta la calidad de las voces que tienen detrás, deja bastante que desear. Actores y actrices como Donald Glover, Beyoncé, Chiwetel Ejiofor y Alfre Woodard, entre otros, no logran brillar y terminan siendo un desperdicio contar con ellos. A fin de cuentas esta remake de El Rey León es solo un eslabón más en la cadena con la que Disney intenta adueñarse de todas las salas de cine del mundo. Si bien sus aspectos técnicos y visuales pueden ser innovadores y ser un antes y después para futuras producciones, la “magia” que se logró transmitir en la versión original aquí no se da. Dentro de las múltiples remakes que se aproximan, la más cercana es Mulán (2020) que si será live action y se espera que sí cambien la historia con respecto a su película previa, y si bien seguramente vendrá con polémica se podrá apreciar de mejor manera que si adaptaran la misma trama otra vez.
Chucky vuelve a la gran pantalla para recuperar el terreno que perdió en todos estos años. Una re-interpretación adaptada a los tiempos modernos y a la coyuntura actual, demuestran que las remakes pueden ser positivas siempre que se permitan cambiar ciertos factores. La ola masiva de las remakes vuelve a hacerse presente en otro de los grandes íconos de la cultura popular. Ésta vez dentro de un género que suele tener reinicios y continuaciones exageradas dentro de su génesis, el slasher. Múltiples son las secuelas que tienen obras de éste estilo: Scream (1996), A Nightmare on Elm Street (1984), Friday the 13th (1980), Halloween (1978), pero en esta oportunidad al que le toca volver a empezar es a Chucky, un personaje que vio la luz por primera vez en Child’s Play (1988) y que cuenta con seis secuelas de su obra original. Dentro de ellas y alternando más malas que buenas, la construcción casi mitológica y de culto que se creo en base a Chucky supo posicionarlo como uno de los personajes emblema del género y del cine en general desde aquella película del ’88. Para quienes no sepan absolutamente nada de este personaje, su definición no es para nada compleja, ya que el simpático Chucky es ni más ni menos que la conjunción del alma de un homicida en serie dentro del cuerpo de un muñeco de plástico. ¿Su misión? Lograr colocar su alma en el cuerpo de otra persona para poder dejar ese recipiente de plástico en el que se encuentra momentáneamente. A lo largo de las siete películas que componen la saga original, el nivel de la trama fue decayendo película a película teniendo su peor exponente en el 2004 con la infame Seed of Chucky (2004). Diez años después, Chucky volvería a aparecer en otras dos películas para continuar ese arco argumental pero sin pena ni gloria esas producciones fueron directo a DVD y así la historia parecía haberse acabado de una buena vez para el tan famoso muñeco. Pero como el público se renueva y la industria cinematográfica no, Hollywood decidió que es el momento oportuno para que Chucky vuelva a figurar dentro de las primeras planas mundiales. Y es por eso que un reinicio completo de su historia puede verse en El Muñeco Diabólico (Child’s Play, 2019), dirigida por Lars Klevberg y escrita por Tyler Burton Smith, ésta película cuenta cómo Andy (Gabriel Bateman) y su madre Karen (Aubrey Plaza) se ven envueltos en una serie de crímenes casi inexplicables luego de que ella le regale al jovencito un muñeco Buddi (Mark Hamill) que logra anclarse a todos los aparatos electrónicos de su casa y que es cuasi un artefacto de inteligencia artificial. A medida que pasan los días, Andy se empezará a dar cuenta de que su nuevo amigo electrónico empieza a fallar de forma recurrente y, bajo el nombre de Chucky, no dejará que nada ni nadie lastime a su mejor amigo Andy. A diferencia de las remakes a la que la industria suele acostumbrarnos, esta nueva idealización de Chucky resulta altamente favorable. Dejando de lado la parte más espiritista, donde los efectos del vudú se iban acomodando a lo que la trama requería, y abrazando fuerte aspectos tecnológicos, la película logra crear de una manera muy efectiva un campo veraz en el que el espectador logra amigarse con la trama de entrada, pensando en que tranquilamente algo así pudiera suceder. Dentro de este nuevo origen del personaje, los dos aspectos más representativos del Chuky clásico están más presentes que incluso la película original. La idea del muñeco asesino que no tiene compasión y las características del slasher nunca estuvieron tan bien representadas a lo largo de todas las películas pasadas. Técnicamente y narrativamente, esta película tiene una calidad que está por encima de la media y da gusto ver una película de “terror” que juegue un poco con la percepción del espectador, que juegue con la paleta de colores y que la cámara pueda transmitir ideas y no sólo imágenes. Obviamente la película no es perfecta ya que inevitablemente cae en las frecuentes lagunas argumentales que son propias del género, pero teniendo en cuenta todo lo demás, esos pasajes pueden ser tomados con un margen de tolerancia mucho más amplio. A pesar de no ser la protagonista principal, Aubrey Plaza explota todo su potencial y demuestra porque es una de las actrices que están picando en punta en todas las listas de casting en la industria. La actriz que supo brillar en Parks and Recreation (2009-2015) y sigue haciéndolo en Legion (2017-) logra meterse de lleno en papel y gracias a una más que convincente performance demuestra que ella era la indicada para el papel. El otro gran exponente que tiene la película es Mark Hamill, quién lejos de los sables de luz y la fuerza, vuelve a prestar su voz, así como lo hizo con el Joker en la serie animada de Batman (1992-1995) para darle vida al muñeco asesino, brindando una clase de cómo utilizar el recurso de la voz para imponer miedo verdadero. El resto de los integrantes del elenco cumple con sus respectivas funciones sin destacarse demasiado pero hacen que el metraje fluya de una manera correcta haciéndola fácil de ver. Esta remake de Chucky llega no sólo para revivir a uno de los personajes más icónicos de la historia del cine, sino también a marcar un antes y un precedente para los realizadores que quieren volver a contar historias que ya se han visto. Un ejemplo muy claro de una situación bastante similar es lo que se pudo ver en la Suspiria de Dario Argento el año pasado donde tomando un par de conceptos, los más representativos pero un par al fin, una historia puede volver a contarse, no competir directamente con el material original y disfrutar de las diferentes interpretaciones de una misma historia.
La Vida Secreta de tus Mascotas 2 es una secuela que no logra tener el mismo nivel que la película original y termina cayendo en errores de estructura donde no se desarrollan bien ni los interpretes ni una historia. Luego de lo que fuera el estreno en 2016 de La Vida Secreta de tus Mascotas (The Secret Life of Pets) y el éxito que en taquilla y prensa que ésta trajo, estaba claro que la secuela llegaría a los cines más temprano que tarde. A pesar de haber sido aquella una entrega en la cuál la historia comenzaba y cerraba de una manera correcta y sin ningún tipo de posibilidades de continuación, la competencia entre estudios hace que la historia logre tener su continuación en cines. En esta secuela lo que en su momento fue enemistad y ahora es una relación casi fraternal entre los perros Max (Patton Oswald) y Duke (Eric Stoneheart) pasará a un segundo plano ya que tendrán que lidiar con un nuevo “problema” con el que poco pueden hacer. Ese problema será el de tener a un niño pequeño como nuevo dueño, luego de que Katie (Ellie Kemper) consiga pareja y ambos se conviertan en padres. Frente a este nuevo reto, Max deberá encontrar la serenidad necesaria para lograr convivir con esta nueva responsabilidad. Por suerte para él, toda la familia, con pichichos incluidos, se irán de viaje de campo a una granja donde conocerán a Rooster (Harrison Ford), un perro ya entrado en años y lleno de experiencia, que lo ayudará a desafiar sus miedos y poder convertirse en ese perro protector y amigable que todo niño necesita. Al mismo tiempo, y en la ciudad de Nueva York, el resto de las mascotas del edificio entre ellos el conejo Snowball (Kevin Hart) y la perrita Gidget (Jenny Slate), seguirán haciendo de las suyas protagonizando sus propias aventuras. Con los regresos de Chris Renaud y Brian Lynch como director y guionista respectivamente, la dupla responsable del éxito de la primera entrega vuelve a querer imponer su sello en esta secuela en la que lamentablemente la falta de ideas novedosas y originales brillan por su ausencia. Al margen de ser una película que bien podría dividirse en tres cortos diferentes, ya que no hay una trama regular a lo largo de todo el film salvando una pequeña fracción de tiempo en el desenlace de la película, da la sensación de que esta secuela tiene mucho menos producción que su antecesora. No en aspectos técnicos, que son muy buenos, sino en cuanto al desarrollo de un guion en donde se pudiera profundizar una sola historia y seguir mostrando a sus personajes entrañables como bien hizo la película original. Otro de sus puntos flojos es que el humor está demasiado enfocado a un público en particular (los más chicos) haciendo que quizás los más grandes pierdan el interés en lo que se esta contando. Si bien el diseño de los personajes sigue por el mismo camino que la película anterior, no pareciera haber ningún tipo de evolución en su desarrollo 3D. Ya de por sí la tecnología que usa el estudio Illumination (responsable de crear a los Minions) es buena, pero no intenta llegar al realismo extremo como si lo buscan otros estudios como por ejemplo Pixar. El estudio suele abrazar su génesis de caricatura y sacarle el mayor provecho a ello y es por eso que la gran parte de su despliegue técnico se utiliza en hacer secuencias de humor físico y de crear algunos personajes que sin romper ningún tipo de esquemas logran destacarse por si simpatía. La Vida Secreta de tus Mascotas 2 no logra una igual calidad que la película original y termina sucumbiendo ante un muy probable apuro por parte del estudio para poder figurar en la taquilla. Humor previsible y demasiado infantil, junto con un guion en donde la trama no está para nada bien establecida son las principales fallas de un film que si bien es lindo de ver por sus personajes, es completamente olvidable.