Asuntos contables Gavin O´Connor nos trae esta vez un thriller dramático sobre un hombre autista de ambiguo código ético, que lleva las cuentas de los mayores criminales del mundo y que también posee algunas habilidades militares. En esta oportunidad la enfermedad se convierte en un conjunto de habilidades sobrehumanas que lleva adelante Ben Affleck, secundado por un gran elenco: Anna Kendrick, J.K. Simmons, Jon Bernthal, John Lithgow y Jeffrey Tambor. A simple vista muchos de los elementos que se ponen en juego en El contador pueden resultar absurdos, pero aunándolos a todos juntos terminan por dar un resultado por demás interesante y atractivo. En este universo la historia no nos brinda demasiada información a medida que avanza y por momentos hasta puede resultar floja, pero lo que realmente importan son los personajes: todo está construido en base a ellos y para que se luzcan. Sin dudas Ben Affleck es el gran protagonista indiscutido (la balanza se inclina a convertirlo nuevamente en un superhéroe en lugar de un antihéroe), pero no es posible dejar de comentar las actuaciones de Anna Kendrick alejándose de su característico personaje con tintes romántico y manteniendo la buena química con Affleck; y la de J.K. Simmons, que mantiene cierta conexión con el protagonista otorgándonos una interpretación magistral. A El contador habría que otorgarle mejor el mote de drama que de thriller. Nuestro personaje deambula por sus propias contradicciones y fascinaciones, más que por la acción. Es verdad que hace alarde de buenas escenas de entrenamiento marcial y sin exceso de sangre, pero los tintes de una infancia traumática y el drama familiar con ayuda de flashbacks, son los que mayor peso otorgan. Tal vez sea extraño el lugar que se le otorga al autismo y que no se logra juzgar acerca de los abusos del padre, pero estamos frente a un film con potencial para entretener y que va mutando constantemente. Buscarle demasiada vuelta no tiene sentido ni es su objetivo.
La bahía es una tragicomedia negra con ideas muy estéticas que la convierten en un trabajo excepcional, pero que a muchos les costará interpretar. Bruno Dumont se aleja de otros trabajos realizados, y continúa el perfil cómico de su filmografía que inauguró con la miniserie de cuatro episodios P’tit Quinquin, pero en esta oportunidad ubica entre su elenco a personalidades famosas: Fabrice Luchini, Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi. En el verano de 1910, en la Bahía de la Slack, una serie de misteriosas desapariciones afecta la región. El inspector Machin y su asistente Malfoy se hacen cargo, como pueden, de la investigación. Y muy a su pesar, se encuentran en medio de una extraña e intrigante historia de amor entre Ma Loute, el hijo mayor de una familia de pescadores de costumbres muy particulares (entre ellas el canibalismo), y la andrógina Billie, de una decadente, incestuosa familia de la gran burguesía de Lille. El escenario vuelve a ser el mismo de toda la obra de Dumont: la costa de Normandía (norte de Francia). En él, el absurdo y el delirio son las herramientas que predominan dentro de esta propuesta insensata, desconcertante y de a momentos divertida, donde la violencia caricaturesca permite dejar ver una mirada crítica sobre las diferencias de clases que retrata.
Separadas al nacer Antes que nada: aléjense de ese poster y por un momento olvídenselo. Ahora sí, comencemos. En 1985, cuando aún no era habitué realizar pruebas de ADN para determinar la paternidad de un niño, surge algo inesperado: dos niñas con el mismo apellido nacen el mismo día. Y todo indica que hubo un cambio no premeditado de los bebés. De esta forma comienza esta comedia blanca marcada por la artística de las escenas, una pincelada de humor negro y un elenco con definida interpretación de sus personajes. Tenemos como figuras centrales a María Leal (impecable trabajo y la que más se destaca), Brenda Gandini y Luciano Cáceres (en un papel muy atípico para él y alejado de los estereotipos que suele encarnar en televisión). Y luego secundarios que no por eso no se hacen notar: Valentina Bassi es otra actriz a la cual por alguna razón se la ha encasillado y no acostumbramos ver en comedias, y en el film participa de muchas de las situaciones cómicas. El arte, vestuario y escenarios nos permiten sumergirnos en ese ambiente costumbrista, ese pueblo alejado de Buenos Aires y alejado en el tiempo. Para quien no entienda ese conjunto es muy probable que no llegue a largar carcajadas con las situaciones tragicómicas que dan vida los personajes y 74 minutos de película les parezcan largos. Pero quienes lo tomamos de esa forma, nos quedemos con ganas de saber algo más sobre estos individuos. El director y guionista Pablo José Meza logra construir con detalles diálogos muy significativos de ese entorno. Lo único a destacar como altibajo es la musicalización. Aún comprendiendo el contexto campestre, se abusa en demasía con la temática a cada momento. Como que los climas pierden su propia gracia por el estallido de la música. Queda demostrado con Las Ineses que es posible hacer buenas comedias familiares en el país. Es necesario buscar la originalidad y encontrarle el ritmo para que no termine cayendo en el grotesco y el cliché. ¿Ven por qué les decía lo del poster al comienzo? Es lo malo que tiene esta película y por lo cual muchos no le presten la debida atención. Pero tiene que darle una oportunidad, disfrutarla y salir con una sonrisa de la sala.
Nada es lo que parece La historia gira en torno del vínculo que se establece entre la pareja integrada por Matías (Sebastián D'Angelo), un tipo para nada fácil, mal llevado y cargado de violencia; y Julia (Mercedes Oviedo), a quien luego de rescatarla de un inconveniente se flechan. Al poco tiempo transitan el camino de la convivencia, y llega de viaje Rodrigo (Gustavo Pardi), amigo de Matías de toda la vida (y único que tiene). La trama es bastante convencional (historias triangulares se han visto desde Shakespeare hasta acá), pero tiene una interesante vuelta de tuerca que la hace diferencial. Desde la primera secuencia vemos a Matías descubriendo in fraganti lo que aparenta ser una aventura amorosa entre su mujer y su amigo. Al otro día organiza una salida entre los tres. Sus caras demuestran incomodidad todo el tiempo, realmente ninguno lo está pasando bien. Matías le ofrece a Rodrigo alcanzarlo en auto hasta su casa, pero antes de llegar a destino dobla en una calle sin salida, cerrada al fondo por un muro. A pesar de los gritos de Julia y de Rodrigo, Matías acelera y la escena funde a negro poco antes de que el auto se estrelle contra el paredón. La pregunta queda instaurada: “¿Cuándo es la última vez que ves a alguien?” Tríada, dirigida por el propio D’Angelo junto a Santiago Fernández Calvete, nos lleva hasta el inicio de esta historia cuando Julia y Matías. Luego veremos la llegada de Rodrigo, el tercero en discordia. Un casting muy bien logrado y la sutileza en varias de las escenas nos presentan las características principales de cada personaje y sus diferencias. Como la violencia de Matías, la tensión de Julia o la sensibilidad de Rodrigo. Si bien la producción parece ser modesta en cuanto a aspectos técnicos, no se pierde de vista la elaboración de un buen guion y que la atención esté dado sobre los tres personajes, a quienes también podemos sumar la breve participación de Patricio Contreras, como el padre demente de Matías. La edición es siempre fundamental, pero en este caso es determinante por la forma en la que se lleva adelante el relato. D’Angelo supo combinar el drama romántico con el thriller de ese infierno sentimental que vemos en pantalla, donde lo importante recae en los cimientos de los aspectos visuales, la musicalización y el desenvolvimiento de los actores. Al final nada es lo que parece.
La voz de la memoria Más de una década después de la excelente Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003), Sergio Wolf indaga nuevamente sobre la cantante argentina de tango Ada Falcón. En esta oportunidad el viaje lo lleva al director a reconstruir el sonido faltante en una escena que debió ser descartada finalmente en su ópera prima. El mismo se perdió en el viaje de regreso, como una especie de misterio más de los que rodean a la figura de Ada. Junto a su codirectora Lorena Muñoz, Wolf regresó dos años después pero ya la cantante se encontraba muy desmejorada. Esa pérdida del sonido de la primera entrevista que le hicieron a la nonagenaria, es el impulso para Viviré en tu recuerdo. A modo de secuela, y esta vez sin Muñoz, el director comienza una obsesiva búsqueda de los rollos de 16mm que contenían el material supuestamente perdido y comienza (con lectura de labios incluida) a descifrar lo que Ada le contó hace una década. Sin una gran producción detrás, el trabajo de Hernán Rosselli en la edición es impecable. Fernando Lockett en la fotografía y Gabriel Chwojnik musicalizando llevaron adelante un trabajo que le otorgan a la película el tono adecuado de melancolía, sin apartarse de resaltar la figura de Falcón y momentos fascinantes dentro de la investigación. La voz en off de Wolf, la cámara subjetiva por momentos, los libros que lee el realizador, los recortes de diarios, la insistente búsqueda de la perfección, hacen de este documental un minucioso trabajo de campo, donde una película sobre las palabras se transforma en una labor acerca de la memoria. Viviré con tu recuerdo participó en la Competencia Internacional del BAFICI y tiene la particularidad de ser la primera película argentina en estrenar en simultáneo en cines y en la plataforma de Qubit.TV
Un actor anónimo debe pasar, lo que esperaba como el día en que abandonaría de su anonimato, con las cenizas de su hermano muerto hace 8 años y con el que tiene una cuenta sin saldar. El peor día de mi vida utiliza una estética televisiva para encarar una película sencilla en todos sus sentidos. Javier Lombardo, quien ya ha demostrado trabajos superiores en Historias mínimas, lleva adelante el protagonismo absoluto y lo hace de forma correcta, como si se pusiera al hombro el film. Se le nota el oficio, sobre todo en los instantes en los que se hace presente la tragicomedia. Luego podemos presenciar algunos otros personajes más sarcásticos, pero que no permiten que se tomen como interesantes para la narrativa. Hay momentos que suman elementos fantásticos, lo cual resulta interesante por la jugada de implementarlos en esta comedia, y que no desenfocan con la trama, sino que permiten otorgarle un poco de fluidez a la historia. Aun así, el conflicto no termina de ser lo sumamente importante como para desencajar en las acciones del relato. Daniel Alvaredo, su director, tiene sobrada experiencia en llevar adelante telefilmes, lo cual se ve demostrado en algunas cuestiones que no le permiten soltar en esta propuesta que está más cerca de un unitario de TV que de una película. Aun así algunas ideas funcionan bien y existen momentos verdaderamente burlescos con gags y chistes efectivos que marcan todo un estilo de artística e ideología que se mantiene a lo largo del film.
Relato sobre conflictos generacionales En esta ópera prima del guionista y director Yuval Delshad, film representante de Israel al Oscar extranjero, se describen las costumbres de una familia iraní radicada en la década de 1980 en la desértica región de Néguev, algo poco visto en los cines de ese país, donde es extraño encontrar que un director encare un proyecto acerca de una comunidad de ese origen. Yitzhak (Navid Negahban) es el rígido padre de Moti (Asher Avrahami), un niño de 13 años. El hombre heredó un criadero de pavos y bajo la supervisión de su padre quiere que su hijo siga la tradición del emprendimiento. Su misión en tanto será enseñarle cómo llevar adelante esa actividad. Pero Moti se encuentra entusiasmado por hacer inventos, la electrónica, la mecánica y lo artesanal. Recibe presiones por parte de su padre hasta que llega el tío renegado Darius (Fariborz David Diaan) desde Estados Unidos, con otra visión acerca de la vida, y quien escapó de la granja. Él junto a la madre del niño, Sarah (Viss Elliot Safavi), será adepto a que Moti escapar de esos mandatos. Querido papá es una película melodramática con pocas cuestiones que puedan llamarnos la atención. La herencia familiar, el hijo que maldice a su padre, el padre autoritario, la madre relegada a un segundo lugar, son realidades que conocemos y ya hemos visto. Pero lo característico del film es que se lo trata con dureza para comprender mejor esas situaciones cotidianas. Cuenta además con una extraordinaria fotografía y banda sonora, que le aportan a la historia sencilla la dosis necesaria como para convertirla en imprescindible. El film maneja también momentos realmente emotivos, donde es probable por momentos se transformen en naif, demasiado sentimental y con menos sutilezas, pero no por eso deja de ser un relato importante y modesto sobre un conflicto generacional que estalla en medio de la cultura de una comunidad poco vista en el cine.
Arrástrame al infierno Blair Witch se filmó de la misma forma que su original. El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999), una de las mejores películas de horror rodadas bajo el formato “Found Footgate”, nos sumergió en el misterio de quedarnos con la duda de si los hechos realmente habían sucedido o no. Que se mantenga la misma estructura para esta secuela, realizada de forma cuidada por Adam Wingard, nos lleva a que resulte buena y con puntos fuertes en su guion, pero no convoque el efecto sorpresa de la precursora. En esta oportunidad se cuenta la búsqueda de respuestas por parte de James Donahue (James Allen McCune), hermano de la desaparecida Heather en la película de 1999. James aún sufre la pérdida de su hermana y se plantea junto con un grupo de amigos ir a investigar el famoso bosque de Black Hills para encontrar alguna pista acerca de Heather. 17 años después cuentan con tecnología de sobra como para enfrentarse a lo que el destino (o la bruja) les juegue: cámaras de visión nocturna, GPS o dron, que nos permiten ir continuamente cambiando la visión de la acción que se presenta. Definitivamente es una buena opción y que de alguna forma innova sobre todas las producciones que se realizaron los últimos años en el marco de este género de terror. La dirección de Wingard y el guion de Simon Barrett son bastante atinados: el director hace buen uso de la oscuridad como herramienta a su favor y en contra de los personajes, y sin dudas la historia no desencadena en una historia más de terror donde se dispone de efectos especiales y sustos para tapar los baches. Pero las actuaciones no terminan de convencer: por momentos pareciera que sus acciones no son espontáneas y pierden credibilidad. La mejor interpretación es la de Callie Hernández como Lisa Arlington, quien ella sola tiene una de las mejores escenas de todo el film (nota aparte, agenden su nombre: lo escucharán sonar en La La Land y Alien: Covenant). Blair Witch es una película que puede resultar interesante para las nuevas generaciones que no hayan visto la original. Para quienes ya tenemos más experiencia, podemos decir que se queda en ser una película más donde se pierde mucho la cuestión de la sugestión bien explotada anteriormente. Pero bienvenida sea la expansión de la mitología de la bruja de Blair.
"Hubo siempre una energía presente de Gilda" nos contaba Natalia Oreiro por el fin del rodaje de Gilda, no me arrepiento de este amor. Y eso se siente a las claras en el film. La película comienza por la muerte de la popular artista en y en su secuencia inicial podemos ver el cajón desde el interior del coche fúnebre, junto a una multitud de fanáticos siguiendo su recorrido bajo la lluvia. Un inicio cinematográfico y emocionante. Luego de eso continuaremos viendo la incomodidad de Miriam (el verdadero nombre de Gilda) con su vida como maestra jardinera, su sueño de volver a la música, los embates con su marido que no ve con buena cara los cambios en ella. No vamos a encontrar en Gilda suspenso o datos que no sean previsibles. Estamos frente a una biopic clásica. Pero no es un dato que arroje puntos negativos: lo interesante del film es que desde el inicio nos encontramos con una historia teñida de melancolía que en todo momento resalta la emoción y sensibilidad, y el guion (junto a Tamara Viñez) y la dirección de Lorena Muñoz nos llevará de ese llanto a esas ganas de levantarnos de la butaca y ponernos a bailar. Pasamos de esa vida gris de la protagonista (el ambiente de la cumbia que la rechaza junto a la oposición de su propia familia) a los sueños que de a poco va cumpliendo a fuerza de voluntad. Todo visualmente montado de forma que no hay golpes bajos y se mantiene el ritmo. Las escenas transcurren con naturalidad. Incluso las canciones, las cuales fueron incluidas a lo largo de la película de forma que ellas también nos relatan ese cuento. No están porque sí o de forma que tienen que encajar sin motivo. Y también se suman buenos momentos de humor, que harán sacarnos algunas sonrisas (párrafo aparte si descubren a Ricardo Mollo pelilargo en una de las escenas). Natalia Oreiro muestra en pantalla su innegable carisma desde el minuto uno que aparece. Gilda era distinta a todas y Oreiro también lo es. Se fusiona con la mística del personaje de forma que por momentos resulta difícil separarlas. Y Javier Drolas como Toti Giménez, ese músico que la convoca a Gilda luego de un casting y se transforma en su socio, también lleva adelante un trabajo por más destacable. Ángela Torres como Gilda más pequeña tiene mucho menor participación, pero en una de sus escenas finales construye una escena admirable en la cual seguro sentirán compasión con ella. Gilda posiblemente peca de no meterse de lleno en los conflictos familiares y místicos. Pero es entendible desde el punto de todo el trabajo y años que demandó lograr llevar la historia al cine, sobre todo por la negativa de su hijo, quien supervisó el tratamiento que se le daría a la vida de su madre en la pantalla grande, y sus músicos, quienes los que sobrevivieron al accidente se encuentran protagonizando a ellos mismos. Pero la película tiene potencia, estilo y precisión. Desde la música, el vestuario, peinado, ambientación de la época y escenarios. Confluyen esa mezcla de ficción y documental (esto último sobre todo por el ojo afilado de su directora) que hacen un film entretenido, más allá del gusto o no por el género musical de Gilda. Las biopic en nuestro país era una materia pendiente. Gilda, no me arrepiento de este amor, es nobleza y corazón puestos a disposición de un personaje popular que rompió con todos los esquemas. Uno de esos seres que surgen cada tanto y que te enseñan a no bajar los brazos y seguir los sueños. “Hoy tengo mucha paz porque siento que se le puso todo, no solo yo sino el equipo entero, hicimos una película llena de amor”, nos contaba Natalia Oreiro al finalizar el rodaje. Y ese amor podemos verlo definitivamente en la pantalla.
Son las vísperas del Carnaval en un pueblo de provincia. Una pareja se empieza a disolver, un hombre llega en busca de la mujer que lo abandonó y el sobreviviente de un accidente trama un plan que los involucra a todos. Los Ausentes es la ópera prima de Luciana Piantanida, coguionista de films de Adrián Caetano (Mala, NK: la película), asistente de dirección de Néstor Frenkel (Vida en Marte, Construcción de una ciudad) y productora de La larga noche de Francisco Sanctis (2016). Desde el principio del proceso del largometraje se propuso indagar en un lenguaje que se sostuviera en el clima de la película pero que no por eso dejara de contar una trama. Trabajó con su equipo la idea de construir un material onírico, una película cuya materia prima sean los sueños. Contar la ausencia como si fuera una película de misterio. Es así que técnicamente estamos frente a un film sumamente correcto, pero peca de largos silencios y planos fijos con desmesura, que evitan mantener el buen ritmo de la película. Juegan un rol importante la banda sonora (sobre todo con los sonidos nocturnos exacerbados, los sonidos ambiente y los distorsionados), a la que acompañan el gran trabajo de iluminación y de la misma forma su ausencia, generando esos climas de ausencia. La actuación de Jimena Anganuzzi es la que mejor se ajusta en la película. No solo por tratarse su personaje de ser nexo con el resto, sino porque lleva sobre sus hombros los momentos más dramáticos e intensos y se defiende con total soltura. Los Ausentes es un trabajo sutil con algunos puntos fuertes dentro de su historia y escenas muy bien logradas, como por ejemplo la escena del baile de carnaval, pero en muchos momentos peca al dejar al espectador sacar sus propias conclusiones e interpretación de los hechos, y cuando no se presta la necesaria atención, llega el momento de vivir esa misma pesadilla que los personajes en ese pueblo de provincia.