Al otro lado del río Filmar una novela supone un reto para cualquier director. Y si hablamos de una obra de Juan José Saer, es aún mayor. El limonero real refleja significativamente la palabra escrita por Saer en su libro homónimo. Se desarrolla de igual forma que en el libro en las orillas de Colastiné, en Santa Fe. Wenceslao (Germán de Silva) se prepara para cruzar el río e ir a la reunión de fin de año que se celebra en la casa de su cuñada, pero la mujer de Wenceslao decide no acompañarlo. Ella aún se siente en medio de un riguroso luto desde hace seis años por el hijo que ambos perdieron en un accidente laboral. La película no escasea en juntar detalles visuales y sonoros de la naturaleza a su máxima potencia, haciendo uso de la monstruosidad de esta misma como recurso descriptivo. Planos abiertos, travellings, planos secuencia y profundidad de campo ayudan a entender también el lado salvaje del escenario, el cual rodea a este grupo que convive aisladamente. El film transcurre despacio por algunos momentos, pero llevado de forma perfecta, lo cual no es un concepto negativo, sino que lo habilita a manifestar cómo es la vida en las islas de forma pausada: los pobladores son diferentes y también lo son los estados de ánimo ante cada situación que viven o les tocó vivir. Tenemos a Wenceslao, quien se aleja de su casa y de su esposa, con la tristeza por la ausencia de ese ser que ya no está, y por el que aún está pero tampoco permanece a su lado. Y las actuaciones para comprender todo esto son correctas. Se siente en estos personajes toda la poesía que los rodea. Podemos decir que el conflicto es mínimo, pero la experiencia y capacidad de Gustavo Fontán, su director, nos deja un film que conforma un universo exquisito de sensaciones, que pone de relieve a la ausencia, sin necesidad de vendernos espejitos de colores.
El duelo que se intenta evitar Con La luz incidente el director Ariel Rotter nos entrega su tercer largometraje (luego de Solo por hoy y El otro), donde nos presenta un melodrama en blanco y negro inspirado en su historia familiar, construido de forma delicada y ambientado a mediado de los años 60. La historia persigue a Luisa (Érica Rivas), madre con dos hijas que enviudó hace poco tiempo (su marido y su hermano fallecieron en un accidente), y a quien le cuesta elaborar el duelo por las pérdidas sufridas. Hasta que aparece en su vida de forma repentina Ernesto (Marcelo Subiotto), quien le ofrece con insistencia ser una familia. Pero no será fácil para Luisa transitar por el camino de la reconstrucción de su vida. La luz incidente es magnífica. Cuenta con momentos visualmente sorprendentes, sobre todo a partir de la distinción de los encuadres cerrados dominados por marcos de puertas y ventanas, y los movimientos de cámara, que registran los comportamientos y aptitudes de los protagonistas de manera exquisita. Además trabaja de forma sólida muchas concepciones de la femineidad, a partir de gestos, modos y movimientos de los personajes. La fotografía de Guillermo Nieto es otro gran acierto del film: todo su trabajo nos remite al cine argentino de la década del 60, donde se complementa con el arte de Ailín Chen. ¿Qué decir de Érica Rivas? Nuevamente sorprende. Con finura y elegancia nos retrata el desánimo y la desesperanza de esa mujer arrasada por la angustia interior. Y el trabajo de Marcelo Subiotto es revelador: logra momentos de sutil humor destacados entre tanta sensibilidad. Es notable la contención de los actores por parte del director para encarar tales roles. Luisa aun cuenta con las heridas demasiado abiertas y no le resultará fácil en el nuevo camino que le toca recorrer. Ariel Rotter nos invita a acompañar a la protagonista por ese sendero, donde nada fue librado al azar.
Para olvidar el pasado, mirar al futuro y poder emanciparse, Tamayo, un hombre de unos treinta años, decide apostatar ante la institución eclesiástica. Durante el arduo proceso burocrático, recordará la intermitente relación que mantiene con una prima, algunos actos crueles de su niñez, su vínculo con una espiritualidad ajena y sus dificultades para seguir el camino paterno. En coproducción entre España, Uruguay y Francia, llega El Apóstata, film dirigido por el uruguayo Federico Veiroj, quien nos presenta un relato acerca de los inconvenientes con la Fe que presenta el madrileño Álvaro Ogalla. Federico Veiroj y el mismo Álvaro Ogalla idearon el guion de esta historia, donde el actor personifica a Gonzalo Tamayo, un joven que realiza los trámites frente a la Iglesia Católica para apostatar, es decir, lograr que se lo autorizara administrativamente a abandonar la institución. El apóstata consigue su punto más fuerte en los pequeños gestos y en el tono elegido para apelar al humor desde su enfoque irónico. No trata de generar grandes reflexiones acerca de la religión, por el contrario, manifiesta una crisis de fe a la que cualquier cristiano podría sumergirse de forma inconsciente, pero no indagando en las autoridades que se encuentran detrás de la Iglesia Católica, las denuncias a la institución, los conflictos que trae aparejada desde hace décadas. El guion se mantiene clásico en cuanto a su estructura a pesar que podría haber jugado de otras formas con lo atractivo de su historia y siendo que cuenta con importantes subtramas que acompañan el relato. Y dentro de los aspectos técnicos, prevalecen las buenas composiciones que permiten su fotografía (hay planos con profundidad que nos cuentan lo que las palabras silencian), y es muy bueno el acompañamiento de la música. Y respecto al inexperimentado actoralmente Álvaro Ogalla, con su personaje principal lleva adelante una muy buena interpretación, funcional a lo que se cuenta: una fábula íntima sobre la necesidad de crecer. El apóstata lleva adelante un tema que a simple vista pareciera grave y polémico, pero se encarga de destruir cualquier prejuicio al respecto con un tono liviano pero no por eso de menor profundidad.
Con cartuchos de comedia ¿Qué sucedería si el director de ¿Qué pasó ayer? (The Hangover) decidiera filmar El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street)? La respuesta está en Amigos de armas (War Dogs). En un giro de 180° para Todd Phillips, nos encontramos en una historia bajo su ala mucho más para adultos de lo que nos tiene acostumbrados. Es así que para el guion toma la historia basada en hechos reales (exactamente un artículo de Guy Lawson escrito para Rolling Stone) que relata cómo en el 2007 el Pentágono firmó un contrato multimillonario con el dúo protagonista, para que proveyera de armas a las fuerzas que se encontraban en Afganistán. En Amigos de armas no vamos a encontrar una crítica a la política económica de Estados Unidos, ni sobre el tráfico de armas, ni de qué forma se llevaban a cabo las licitaciones para la compra de armamento que llevó adelante ese Gobierno. Todd Phillips se concentró en brindarnos un espectáculo en cuanto a la relación entre David (Miles Teller), desocupado, quien intenta encontrar el negocio de su vida con propuestas poco interesantes; y Efraim (Jonah Hill), mucho más hábil para los negocios y que encuentra en todos los baches legales una oportunidad de hacer dinero. Es justamente él quien lo lleva a David décadas después de desencuentros, a asociarse y encontrar los “pequeños” huecos que los grandes vendedores de armas dejaron libres. Todo narrado por capítulos por David quien relata el reencuentro con su amigo de la infancia. La comedia encuentra momentos muy interesantes y que funcionan de forma adecuada cuando se encuentran en escena Miles Teller y Jonah Hill, transformándose en una dupla perfecta. El director podría haber abordado el tema desde un lugar más serio, pero apuesta a hacer un film mucho menos dramático y una sátira incuestionablemente entretenida. Los escenarios elegidos para la narración también cuentan con su punto fuerte, lo que hace que la acción circule sin altibajos durante sus 116 minutos de duración. Amigos de armas se ubica dentro de uno de los films más interesantes del año, no solo por contar con una nueva perspectiva del director, sino por lo ubicado que se encuentra el guion, el cual no desborda de gags ni se sumerge en el mal gusto para contar el desarrollo de los personajes.
Donde el dolor y la pasión se confunden La puesta escénica de Sangre en la boca es lo más destacable de la nueva película de Hernán Belón. Cuenta con una fotografía adecuada que nos remite al submundo del boxeo que pudimos ver en otras películas del género, y hace buen uso de primeros planos y cámara lenta en los momentos que se producen las peleas, lo que permite que los golpes de puño parezcan sumamente verosímiles. Los mayores inconvenientes los encontramos en sus personajes. No porque no nos parezca creíble la labor de Leonardo Sbaraglia como ese boxeador retirado que aún se siente con vitalidad para seguir peleando, sino por la falta de desarrollo de su personaje y de la pareja que forma con Eva De Dominici. Ya desde el principio vemos lo repentino e inverosímil que resulta el encuentro, lo cual deja descolocado al espectador. El guion se estanca en las escenas de sexo y peleas y se olvida de contar algunas situaciones entre ambos protagonistas y el contexto familiar de Ramón, que oportunamente resultan mucho más interesantes de ver. De Dominici lleva delante de forma sobresaliente su primer trabajo en cine, para el cual se evidencia su gran preparación, no solo física sino también mentalmente. Por momentos se acerca al estereotipo de la mujer proveniente desde el interior, pero no significa de gran valor dentro del marco global de la interpretación de su personaje. Hernán Belón elabora un guion donde es posible ver la psicología del personaje y lo deja expuesto a su entorno y su vida cotidiana. Pero pierde peso al relegar la mayoría de la acción a la atracción física llevada a la pasión, que no termina de definir si el recorrido esperado del film es hacia lo erótico y la lucha o hacia el paso del tiempo, lo clandestino y la culpa. Aún así, Sangre en la boca lleva adelante una gran labor de producción y tiene condimentos técnicos interesantes, que hacen que llame la atención y nos sumerja en ese mundo bastante desconocido por la mayoría.
La nostalgia se ha encargado este año de jugarnos buenas pasadas. Nuevamente la magia de Disney se hace presente, y esta vez lo hace desde la remake de su clásico de 1977, Mi amigo el dragón, donde varios años después el CGI permite que veamos a este dragón bastante tiempo más en escena, lo cual para nada le juega en contra a esta nueva versión. La historia no es una novedad, sino que se hace eco de los films clásicos, donde un niño vive la aventura, y en esta oportunidad lo hace junto a una criatura gigantesca y fantástica. Pero sí resulta novedoso que Disney retome con historias de estas características, y remita al mejor cine de Disney. El niño es Pete (Oakes Fegley), quien al quedar solo y perdido en el bosque luego de un accidente automovilístico junto a sus padres, se encuentra con un dragón color verde quien lo cría de forma salvaje. Ambos mantienen una química y amistad, unidos a la historia propia de cada uno que se asemeja en muchos puntos. David Lowery genera muy buenos climas y dirige un elenco secundario muy bien plantado: Karl Urban, Bryce Dallas Howard, Wes Bentley y el gran Robert Redford acompañan en sus papeles de forma correcta, otorgándole el lugar estelar a Pete y Elliot (el dragón). El soundtrack bajo la responsabilidad de Daniel Hart nos hace ingresar en medio de esos escenarios laberínticos y de largos caminos, en conjunto con la labor fotográfica de Bojan Bazelli, quien logra traspasar los colores y sombras de la pantalla a la butaca. Los más chicos y sobre todo los adultos que dejen volar la imaginación, recuperarán mucho de los valores perdidos gracias a esta película, donde la simpleza y alejarse de la exageración, la dotan de un encanto que hace tiempo no vemos en el cine.
Un antídoto para los superhéroes aburridos Amanda Waller (Viola Davis) tiene la terca idea de juntar a los más peligrosos villanos del universo DC para luchar contra las posibles amenazas que acechan Midway City. De entrada la Administración se niega a ser parte del proyecto, pero al desatarse una fuerza sobrenatural y un supuesto atentado al que las fuerzas del orden no pueden hacer frente, el Gobierno de Estados Unidos intenta autoriza a Waller a reclutar de las cárceles más vigiladas a un par de criminales y metahumanos para enfrentar la amenaza que intenta acabar con la humanidad. Hasta este momento la trama de Escuadrón Suicida (Suicide Squad) funciona con normalidad, con muy buenas presentaciones de los personajes con flashbacks que nos adentran en las historias de cada uno (o casi todos) y con esa sensación de que David Ayer, su director y guionista, quisiera dotarle a la película de una vuelta de tuerca un tanto ajado de las adaptaciones de cómics. Pero lamentablemente queda solo en buenas intenciones. Comencemos por la historia: en sí es bastante sencilla, por lo cual uno imagina que no habría mayores problemas. Pero los agujeros en la trama y la narrativa desordenada marcan uno de los puntos más flojos del film. El enfrentamiento entre el grupo y los soldados zombies ya dan cuenta de que algo no está bien. El guion circula por varias direcciones sin saber exactamente el motivo y queda en un gris sin arriesgarse a continuar con una estructura clásica (que mucho le viene funcionando a Marvel) o jugarse a cambiar. Dentro de los personajes encontramos una carismática interpretación de Will Smith como Deadshot (se pone al hombro el equipo y es quien más se destaca del reparto) y a Margot Robbie como una Harley Quinn sexy, despistada y un poco bruta, quien está obsesionada con el Joker (Jared Leto) y seduce al resto de los personajes. Viola Davis está muy bien también en su papel de la retorcida y ambiciosa Amanda Waller, pero no deja de ser Viola Davis. El resto hace su paso sin pena ni gloria, no por carencia de actitudes para afrontar sus papeles, sino por decisión creativa de no otorgarles demasiada participación (como que en cierta ocasiones no saben qué hacer con tantos personajes). A Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), Boomerang (Jai Courtney), El Diablo (Jay Hernández) y Katana (Karen Fukuhara) se los logra desdibujar de la historia resumiéndolos a contados diálogos y participaciones poco activas. El caso más significativo es el de Slipknot (Adam Beach), al que ni siquiera se le otorga la oportunidad de tener su presentación. Y Cara Delevingne aparece por partida doble como June Moone y Enchantress, quien logra un mejor papel como la entidad maligna poseída gracias al CGI, que como la antropóloga a cara lavada, donde su falta de gracia es más evidente. ¿Y qué sucede con el Joker de Leto? Tanta publicidad, imágenes del actor filtradas o publicadas por él mismo, nos daban cuenta de que sería uno de los villanos más recordados de la historia cinematográfica. Pero no logra encontrar su espacio para hacerlo. Posiblemente Leto no esté a la altura del demente y anarquista Joker de Heath Ledger, pero tiene su propia identidad como para transformarlo en un gran personaje. Le faltó en Escuadrón Suicida motivos para su existencia y cuenta con poco tiempo para lucirse. Solo resta esperar a que sea la carta de presentación para un proyecto aún mayor. El mismo desprecio se le otorgó a un personaje tan característico como Batman (Ben Affleck) quien aparece brevemente, pero es comprensible que su lugar se debe a un mero cameo para explicar algunas situaciones y de forma de poder enlazar seguramente con Liga de la Justicia (Justice League, 2017). El soundtrack (que pueden escuchar ACÁ) pareciera haber sido compuesto y luego editado por alguien que conociera cómo llenar esos baches en la narrativa. Es innegable que la banda sonora está compuesta por canciones que si ya no son éxitos lo serán, al ritmo de constructores de conquistas en cadena como Lil' Wayne, Wiz Khalifa, Skrillex, Eminem, Imagine Dragons y la ayuda de clásicos como Creedence Clearwater Revival y “Bohemian Rapsody de Queen interpretada por Panic! at the Disco. Pero ya desde los primeros cinco minutos se evidencia un grito desesperado por hacer sonar los temas y direccionar el film hacia un costado popero y de videpclip. David Ayer claramente quiso dotar a los personajes de una irreverencia contraria a los superhéroes aburridos y últimas películas basadas en cómics que pretenden ser épicas. Es un acierto que se haya querido centrar la trama en los personajes más que en una historia profunda y compleja. Eso explica mucho de por qué algunos villanos no aportan nada y se los pasó por encima. La pareja entre Margot Robbie y Jared Leto es maravillosa, muy a pesar de que se optó por incluir poco al Joker. Pero cuando se encuentran juntos nos olvidamos del resto y consiguen un nivel de importancia que pocas veces sucede. Por el lado de las escenas de acción, son más violentas que las que podemos ver en otras películas del género, y realmente son buenas. En conjunto con imágenes plagadas de grandes efectos visuales, mantienen un buen ritmo en general, es entretenida y es de los puntos más fuertes de la película. Los fanáticos probablemente apreciarán a Escuadrón Suicida por la razón de intentar encarar algo diferente, dejar de ver por un rato la típica película de superhéroes y supervillanos, y que cada miembro del escuadrón tenga su propia historia, miedos y códigos. Llevarnos a conocer la propia naturaleza de cada uno.
La cruda realidad En un momento de la película, su protagonista Alfredo García Kalb comenta: “Estoy cansado de toda esta realidad”. Y es justamente hacia esa realidad que bien conoce García Kalb a donde nos transporta todo el film. Y la que viven tantas víctimas del sistema penitenciario argentino. Los cuerpos dóciles retrata a este abogado penalista que se dedica a defender criminales solo por el hecho de pensar de que todos merecen una segunda oportunidad. Su objetivo primordial no es el dinero ni la fama, sino lograr de que esos presos abandonen pronto el castigo que se los obligó a vivir en las cárceles de nuestro país. El debutante Matías Scarvaci y el experimentado Diego Gachassin siguen con la cámara a nuestro personaje durante poco más de una hora, durante sus largos recorridos por el conurbano, dialogando con los detenidos y con sus familiares. También en su vida cotidiana preparando los casos o tocando la batería o jugando con sus hijos. En Los cuerpos dóciles veremos las realidades sobre el accionar del poder judicial y cómo actúa sobre las clases menos favorecidas por el sistema económico político y social, logrando que quienes con menos recursos cuentan, siempre son los más perjudicados Posiblemente el error de la película esté en su corta duración, lo que imposibilita seguir ahondando en esta terrible problemática de la justicia penal, y que muchos de esos escasos minutos sean dedicados más a poner en relieve a García Kalb (por momentos pareciera que está actuando como para salir heroico en la trama). Lo más valioso del film, es que se mete con personas, conflictos y en lugares donde no muchas películas se han animado. Y vale la pena ver cómo la letra chica de la Ley se baja a la práctica, y cada uno la usa como mejor le conviene.
Alma salvaje Desde su creación por parte de Edgar Rice Burroughs en 1912, han pasado más de 200 obras que trataron de alguna forma al personaje de Tarzán. Fue necesaria la dirección de David Yates para traernos una nueva versión del rey de la selva, quien fuera criado por la tribu de los temibles gorilas Mangani, donde nos ahorra toda una larga explicación sobre su origen. En esta oportunidad, La leyenda de Tarzán nos ubica en Inglaterra, luego del regreso de John Clayton / Tarzán (Alexander Skarsgård) y su esposa Jane (Margot Robbie). Europa se encuentra en pleno camino a instalar sus colonias y saquear los tesoros de África, esclavizando a los habitantes y destruyendo culturas. Mientras tanto, la excusa perfecta es la civilización de los pueblos conquistados. El Rey Leopoldo II de Bélgica envía a Léon Rom (Christoph Waltz) para encontrar los diamantes de Opar en el Congo, y es allí donde el jefe Mbonga (Djimon Hounsou) le ofrece a Rom intercambiar esas joyas que su rey necesita a cambio de Tarzán, para cumplir con su venganza. John Clayton niega la invitación que le ofrecen para regresar a su lugar natal y ser homenajeado, hasta que es convencido por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario norteamericano que sospecha que podría estar involucrado el tráfico de esclavos de las poblaciones aborígenes del lugar en la zona minera del Congo. ¿Cuáles son los puntos a favor de La leyenda de Tarzán? Por un lado tenemos una muy buena fotografía al mando de Henry Braham, donde la creación del ambiente de la época es una gran labor del equipo de dirección artística, y es notoria la utilización de colores grises para la ciudad y paletas de amarillos, naranjas y rojos para las escenas que se desarrollan en la selva. También tenemos un guion bastante simple, que si bien en muchas oportunidades puede resultar en contra, esta vez propone una nueva historia para dotarle de otra personalidad al personaje y no agotarnos, y sobre todo propone una mirada crítica a la historia, en cuanto a los aspectos sociales que la formaron. No es común ver en una película de este estilo la visión puesta sobre un pueblo que se pone de pie ante sus invasores. La evolución del rol femenino en el cine es verdad que se viene dando con mayor fuerza en los últimos años (casos como Los juegos del hambre y Star Wars: El despertar de la fuerza son los más significativos), y la Jane de esta versión no es la excepción. Ya no se trata de la comprometida del héroe que espera a que la rescaten, sino que por el contrario se trata de una mujer fuerte, de armas tomar y que se compromete con la acción. No le escapa al peligro y lo enfrenta. Alexander Skarsgård interpreta sobriamente a Tarzán gracias a una combinación de músculos que le otorga la personalidad del hombre salvaje, y una dosis de introspectividad que lo diferencia de ese hombre primitivo. Las fallas más notorias podemos encontrarlas en Christoph Waltz, quien como emisario de los exploradores, lleva adelante uno de sus peores papeles cinematográficos. Posiblemente sea a partir del poco aprovechamiento del gran actor que tenían enfrente los guionistas (Adam Cozad y Craig Brewer), quienes no supieron exprimir su potencial y lo dejaron relegado a un malvado típico, sin matices diferenciales, más parecido a sus personajes tarantinescos. De la misma forma sucede con Samuel Jackson, relegado a un personaje bastante repetitivo. Y por último en las escenas de acción: muchas veces pierden el sentido de ser y no logramos encontrar esa que quede en nuestra retina. Ninguna batalla de Tarzán en esta película quedará en la historia. Con aciertos y desaciertos que equilibran, la nueva producción de Warner sobre el rey de la selva llega al siglo XXI con una nueva mirada sobre el héroe, que termina con un resultado por demás aceptable.
Ensayo cinematográfico En este documental, la directora Alejandra Rojo nos muestra los detalles más remarcables de la vida profesional del cineasta chileno Raúl Ruiz. A través de comentarios y anécdotas de amigos y compañeros de trabajo, nos lleva a través de sus películas y su historia con una narrativa casi poética. Acompañada de una imagen hogareña y cálida, los recuerdos y las películas de Ruiz van cobrando vida. Acompañada también por pequeños fragmentos de sus obras, quedan bien en claro los momentos más destacables de su producción y el sentimiento de todos aquellos que trabajaron con él. El documental tiene un estilo más bien relajado y mantiene los audios originales de todos los que prestaron testimonio, lo que le da un sentimiento aún mayor de sinceridad y realismo. Además, nos muestra un poco de los lugares más importantes en la vida de Raúl. Desde Chile hasta Portugal, los recuerdos de sus compañeros recorren el mundo y demuestran el alcance que tuvo su obra. La película es en sí un homenaje para la vida del cineasta logrado con el mayor cuidado y el más latente cariño que la directora puede lograr. El acompañamiento musical es impecable, presente en todo momento y no invasivo, te permite disfrutar de los testimonios sin interferir. Más bien, sutilmente agrega un toque extra a la narrativa. Dejando de lado el ritmo, un tanto lento pero característico de este tipo de documentales, nos da un pantallazo claro y conciso del estilo que caracterizaba al cineasta y a los momentos más destacados de sus años en la industria, marcando claramente sus principales influencias y sus mayores inspiraciones.