Retrato de una luchadora El cine nacional independiente se ha caracterizado por llevarnos a la gran pantalla contextos donde conviven personajes marginales de una sociedad desigual, como en El Polaquito, El motoarrebatador, El bonaerense, El estudiante y muchísimas otras películas de registro realistas. El caso de La Botera no es la excepción, si bien es una mirada más personal, resaltan los rasgos clásicos que reflejan miseria, marginalidad, un clima hostil, de un extracto económico de clase baja, los olvidados de siempre, aquellos que se la rebuscan día a día para sobrevivir, la acción en esta ocasión transcurre en la isla Maciel. Nuestra protagonista es una solida héroe, Tati, quien lleva una compleja vida rodeada de adversidades, con mucha carga interna, inmersa en esos primeros umbrales de la adolescencia, donde la inocencia juvenil se expone frente a la vida adulta y la relación emocional y sexual con los hombres. A Tati le cuesta expresarse y desenvolverse abiertamente, ya que es muy notoria la falta de apoyo femenino en su vida, y a la hora de poder conversar con alguien, su padre es alguien que no encuentra forma de generar un vinculo de confianza con su hija. El desarrollo de la acción es de un ritmo lento en la edición, con un seguimiento continuo de la protagonista, alternando en sitios carentes de atención gubernamental y estatal, típicos de lugares aislados del conurbano bonaerense, aquellos que no se promocionan en spots turísticos, El estilo planteado por la directora Sabrina Blanco se mantiene siempre dentro del respeto y seriedad para con sus personajes y la realidad que denuncia, sin golpes bajos ni situaciones cursis, más bien hay resoluciones lógicas acordes a lo acontecido, para que no se embarre el pintoresco y difícil andar de Tati, quien a medida que avanza la historia, con idas y vueltas, vaivenes y diferentes obstáculos, empieza a adentrarse en otro plano y etapa de su vida, ganando cierta madurez y dureza, indispensable para poder afrontar la pasión por los botes que esconde en un inicio pero que descubrimos luego. *Review de Gonzalo Schiffer
La culpa es una constante El cuidado de los otros es la segunda película de Mariano González (previamente filmó Los Globos en 2016) y participó de la Competencia Internacional el pasado Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. La obra narra en poco más de una hora una historia dramática en primera persona que pone en la superficie varios temas como la responsabilidad, las relaciones laborales, el perdón y el azar. Luisa (gran interpretación de Sofía Castiglione) es una joven universitaria que trabaja de niñera y, a la vez, en una fábrica de estatuillas de cerámica. El conflicto se desata cuando Felipe, uno de los niños a su cargo, sufre una grave intoxicación y debe ser hospitalizado. Si bien ella no es completamente responsable de la situación, decide hacerse cargo y queda en medio de algunos dilemas. De un lado su pareja (interpretado por el director de la película) y del otro el papá y la mamá del niño accidentado. Ambas partes atentarán contra el deseo de la protagonista de reencontrarse con Felipe. La escena de Luisa hablando por el portero eléctrico con los niños merece el aplauso de pie. La película es breve pero su relato tiene mucho peso. Y, sin acudir a giros dramáticos grandilocuentes y rebuscados, deja pensando. Llama a reflexionar sobre la responsabilidad en los trabajos de cuidado, históricamente precarizados y mal pagos en Argentina, pero también sobre el perdón, sobre hacerse cargo de las situaciones azarosas de la vida y -como en casi toda la programación del festival- la maternidad y paternidad. *Review de Martín Guazzaroni
El Lollapalooza del horror Realmente hay que replantearse el laberinto de oscuridad traumático que se esconde en la mente del visionario Ari Aster. En tan solo dos películas nos ha deleitado con universos perturbadores plagados de locura, ritual y satanismo, complejos psicológicos y traumas familiares. En este caso con Midsommar, nos lleva a una travesía inquietante hacia Suecia, para introducirnos en una aldea que aparenta normalidad, pero termina siendo una creepy y rara comunidad que esconde un festín de atrocidades y anomalías… y no podíamos esperar otra cosa de Aster. Midsommar debe ser gozada en el cine, sin lugar a dudas, no tiene desperdicio alguno la construcción audiovisual y el firme desarrollo de la historia, que si bien amaga a tomar diferentes rumbos, siempre mantiene ese estilo escalofriante e intrigante sobre lo que acontecerá en esa particular aldea sueca. Algo inusual, es el transcurso de la acción dramática durante el día, a pleno sol con una luminancia significativa, no hay un presencia de claro oscuros equilibrados, el director de fotografía se arroja más a un blanco predominante, sin embargo esto no afecta las cuotas de horror desopilantes que se van desarrollando sin cesar, en un montaje con un ritmo pasivo sin desmadrarse nunca, dándole una tonalidad teatral y poética al entorno que se presenta en la película. Hay pinceladas que podríamos tomar como referenciales al mejor cine de Kubrick, en escenas de sexo al estilo de Ojos bien cerrados y en secuencias de horror; y hay a una recurrencia a un gore de “carnicería” necesario que contrasta con ese lugar tan bello donde transcurre la acción. El casting es impecable, rescatando principalmente a la protagonista Dani, interpretada por Florence Pugh. La actriz logra representar todos los estados de ánimos referentes a la pérdida, depresión e histeria, una composición que roza la perfección, y aquí el director logra que pese a la locura que conlleva, empaticemos con ella, y nos opongamos a ciertas actitudes machistas e insensibles de parte de su novio y grupo de amigos. La composición de encuadres es prolija y obsesiva por parte del director, simbolismos por doquier y transiciones de primer nivel, con un sello de autor claro al igual que en Hereditary, maneja una narrativa muy pausada, tal vez demasiada pretenciosa para algunos pero reconfortante en cuanto a edición y conexión de imágenes. Más allá de la fuerza clara de autoría de Aster, podríamos decir que Hereditary y Midsommar pertenecen a un subgénero del terror, similar a lo visto en La bruja (The Witch) de Robert Eggers, o Viene de noche (It Comes at Night) de Trey Edward Shults, un terror que no recae en jump scares, sino que busca aterrar con una sólida construcción de la historia, acompañada de atmósferas tenebrosas, recalcando simbolismos, metáforas, conflictos internos, sustos psicológicos y traumas, con un sello distintivo de cada director respecto a la estética y narrativa tratada de todos elementos técnicos que componen una producción cinematográfica. *Review de Gonzalo Schiffer
No estoy seguro si como sociedad estamos conscientes de la gravedad institucional que representa el caso de Luciano Nahuel Arruga. Detenido ilegalmente. Incomunicado. Torturado. Desaparecido en democracia. Y finalmente asesinado. ¿Quién mató a mi hermano? no es un simple llamado de atención, sino más bien un reclamo, un grito de furia que nos insta a reaccionar y a exigir justicia por lo que fue, por lo que es y por lo que será. Luciano Arruga fue acusado de un robo y detenido de forma ilegal, incumpliendo con las normas que lo protegían por tener apenas 16 años. En la comisaría fue torturado por horas. Una vez liberado, y antes de poder denunciar formalmente lo que le había pasado, una patrulla de la policía bonaerense lo levantó en una esquina de su barrio, siendo esta la última vez que se lo vio con vida. A partir de ese 31 de enero de 2009, su hermana Vanesa se convirtió en el incansable motor de su búsqueda. Una búsqueda que fue entorpecida por un largo entramado de corrupción, negligencia y vileza que afectaba ya no solo al estrato policial sino también al judicial y al político. Relatado desde su punto de vista, este documental es un trabajo de años que acompaña la titánica lucha de Vanesa en búsqueda de justicia; siendo testigos de todos sus avances, retrocesos y pequeños triunfos, siempre con sabor agridulce. Esta película es bastante directa en su intención y realización, sabiendo de la potencia de su historia. Por ello es acertado que el núcleo informativo y emocional sea Vanesa. Viendo el documental incluso, uno puede darse cuenta de la evolución en ella, y no pudiendo sino al menos admirar y ser inspirado por su valentía ante el colosal poder estatal que enfrenta. Una fuerza y coraje que hasta emocionó a la mismísima Nora Cortiñas (una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo) en uno de los momentos más emotivos del film. ¿Quién mató a mi hermano? es un duro recordatorio, una incómoda y necesaria queja a grito pelado, que también interpela al espectador. La pregunta del título no obtiene como respuesta un único nombre propio, sino que hace responsable al Estado en todos sus órdenes al desproteger y asesinar a uno de sus miembros más vulnerables. Y si este crimen lamentablemente queda impune, al menos sería bueno que no demos vuelta la cara, nos hagamos los desentendidos e intentemos olvidarlo. Luciano Arruga presente. Ahora y siempre. *Review de Javier Puma.
Crónica del horror El documental de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain pasa a formar parte del catálogo de registro de memoria de la historia nacional, relacionado con lo que fue uno de los pasajes más oscuros en nuestra sociedad, la dictadura militar. La historia esta enfocada en la búsqueda de Arturo Santana, extranjero que padeció el seguimiento y secuestro durante la represión militar en 1976 y que asegura que parte de su encierro fue en un subsuelo de la Galerías Pacífico La narrativa que eligieron los directores, abarca el registro de testimonios, el seguimiento del caso que exponen, el silencio constante como denuncia y la contemplación arquitectónica y artística incluso de las galerías, la contradicción de un lugar que funciona como centro de consumo masivo donde convergen varias multinacionales de ropa y comida, y donde a la vez se esconden escalofriantes recuerdos del horror, guardados en los subsuelos del edificio emblemático. El ritmo es lento, respetuoso con lo que se quiere denunciar y contar, no amerita artilugios descabellados de la realización audiovisual, es un corte periodístico clásico, que poco a poco nos va sumergiendo en una oscuridad que se aloja en los recuerdos del protagonista, Arturo, quien habla frente a cámara con un dolor que es claro en la mirada y en la pronunciación de las palabras, las secuelas de la represión son claras en su andar y en su desenvolvimiento, pero tenemos a un hombre que tiene la convicción que aquel sufrimiento que padeció junto a muchísimas personas más no sera olvidado aunque así lo quieran algunos, y esta claro que hay gente poderosa que no le conviene que salga a la luz las atrocidades cometidas en aquel sitio, revelado esto en el impedimento que sufrió el arquitecto Pablo López Coda en su investigación dentro de la Galerías Pacífico en una especie de trabajo arqueológico profundo que realizo para reconstruir la memoria del lugar y develar lo ocurrido allí. El documental cuenta con el aporte de declaraciones y testimonios de personas conocedoras de la historia e involucrados en la investigación, como el Juez Rafecas, Pablo Lollo y Diego Kogan, para obtener otros puntos de vista, todos con la misma finalidad de esclarecer lo acontecido. Segundo subsuelo debe ser un material de aprendizaje, nos otorga una mirada diferente de lo que significa las Galerías Pacífico, debajo de todo ese paraíso de consumo como lo describe Arturo, se encuentra en las entrañas del edificio, ecos del recuerdo del dolor y horror de una época sumida en la represión, tortura y censura, con la desaparición sistemática de compatriotas y compañeros. *Review de Gonzalo Schiffer
Después de los créditos José Martínez Suárez se enamoró eternamente del cine con poco más de 5 años, en su Villa Cañás natal. Fue asistente de dirección de emblemáticos y reconocidos directores del cine argentino, dirigió sus propias películas y por su taller de clases pasaron cientos de cineastas y actualmente es Presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Martínez Suárez es de esos directores que no sale en tapas de diarios y revistas, no se pasea por alfombras rojas ni sube a los escenarios a hacer gala de su conocimiento. Soy lo que quise hacer es la historia de un joven de 90 años con mucha pasión por el cine y que se ganó el respeto y admiración dentro de la industria cinematográfica. En poco más de hora y media vamos a transitar su infancia en Villa Cañás, su recorrido en la realización de un puñado de películas, su humor ácido: en una de las primeras escenas las directoras Betina Casanova y Mariana Scarone le preguntan “¿Quién le gustaría que viera esta película sobre usted?”, y el director responde “Que mi lápida diga: no se acostó con todas las mujeres que quiso, que la lean y piensen ese hombre era bueno”. Soy lo que quise ser es un homenaje en vida (como debiera ser siempre a grandes exponentes) con elementos del documental tradicional, pero con la posibilidad de entre entrevistas, archivos y documentos poder contar con su protagonista. Lo valioso de escuchar a Martínez Suárez y ver el proceso del rodaje, nos permite observar en el detrás de cámara cómo no se cansa de ser una autoridad del cine. Y no hace falta el premio sobre una repisa para ganarse ese nombre. Él mismo se reconoce como un técnico, un artesano de la imagen. Eso lo convierte en un hombre de cine. Posiblemente nos falte conocer un poco más de ese director cuando las cámaras de apagan, saber encontrar aspectos no conocidos del director, y no ahondar tanto en diálogos. Aún así, Soy lo que quise ser es un poema a la emoción y la memoria. Un ejercicio cinematográfico interesante de ver de este joven director argentino.
Los juguetes también son personas “El significado de la vida no es algo descubierto, es algo moldeado” (Antoine de Saint-Exupéry). Toy Story 4 llegó en el momento justo para hacernos notar que cuartas partes pueden ser buenas (sí, hay muchas sagas con películas que valen la pena hasta la segunda y que ya una tercera y cuarta resultan insostenibles). Y Disney Pixar nos muestra que podemos seguir creyendo en el cine, y que aun podemos encontrar películas hechas con el corazón. Logra moldear a sus personajes principales para ingresarnos a un juego donde lidiamos con los grandes propósitos y cuestiones de la vida humana. Toy Story 4 es la combinación perfecta de comedia y tragedia. Deslumbra visualmente y mantiene su equilibrio a lo largo de sus 100 minutos (prácticamente misma duración que la tercera parte), y en ningún momento parece que le sobren escenas. No parece una secuela. La acción, la emoción, las despedidas parecen aparecer por primera vez en el universo de estos juguetes. Quienes vieron la última película (¿existe alguien que aún no lo hizo?) recordarán que creíamos que tenía el final perfecto: Woody (voz de Tom Hanks), Buzz (voz de Tim Allen) y el resto del equipo fueron donados por Andy, su dueño original, a una niña llamada Bonnie. Bueno, a partir de allí comienza Toy Story 4. Luego de un breve flashback que da lugar a los títulos, nos encontramos en el primer día de adaptación en el jardín de infancia de Bonnie. Woody se esconde en su mochila buscando acompañarla moralmente en ese gran desafío. Con alguna ayuda del sheriff, Bonnie pone manos a la obra en su tarea de manualidades, y es así que instintivamente construye a Forky (voz de Tony Hale), un introvertido y ansioso personaje de ojos saltones hecho de basura. Bonnie inmediatamente se siente acompañada por él y es así que lo lleva a su casa. La acción luego se remonta a un viaje de Bonnie y su familia por la carretera en una casa rodante. Y es allí donde Toy Story 4 pega el salto a la aventura. Forky intenta escapar reiteradas veces (no comprende por qué es un muñeco y el afecto de Bonnie hacia él), mientras que Woody intenta persuadirlo y ayudarlo a entender. No es un spoiler que Woody, gracias a una determinada circunstancia, se encuentra con su vieja amiga Bo Peep (voz de Annie Potts). Lo interesante será ver de qué forma él y Forky se embarcan en el peligroso intento de encontrar a la muñeca de porcelana: entre las antigüedades de la tienda se encontrarán con Gabby Gabby (voz de Christina Hendricks), una muñeca “parlante” del estilo Chatty Cathy; y a sus secuaces: un grupo de inquietantes muñecos ventrílocuos conocidos como The Bensons con cuellos flexibles que sonríen maliciosamente. La muñeca de ojos enormes vive en un gran gabinete de China que mira sobre el resto de la tienda, pero cuando baje para dar su paseo nocturno en un coche de bebé, se llevará a cabo el primer encuentro con Woody. Hay que decir que la historia en Toy Story 4 no es el punto fuerte, sino que por el contrario se basa en una fórmula probada hace tiempo, no solo por Disney Pixar, sino por muchas otras casas productoras. Pero es la forma en la cual su director Josh Cooley, principalmente junto a los guionistas John Lasseter y Andrew Stanton, logra llevar a la pantalla algo de frescura ante tanta reiteración. Y no solo Forky es divertido y significativo, sino que otros nuevos personajes aportan su parte. Hablo de Bunny (voz de Jordan Peele) y Ducky (voz de Keegan-Michael Key), una dupla valiosa que llevará a Buzz al límite del delirio; y una tercera incorporación: Duke Caboom, la figura de acción que conduce una motocicleta, con la voz de Keanu Reeves. Podemos mencionar que además de su música, lo más deleitable de ver en Toy Story 4 es la riqueza de sus escenarios: probablemente estemos, junto a Caco, en presencia de la película de Disney Pixar más rica visualmente. La tienda de antigüedades mantiene un detalle elegante de juguetes y objetos de diferentes épocas, que van desde colores marrones a los brillos de la porcelana, pasando por el neón. Un excelente trabajo de la luminosidad trazando todo el largometraje. Toy Story 4 es la película más adulta de la saga. La relación de Woody con Andy y actualmente con Bonnie, nos remarcan valores como la lealtad; además el sacrificio personal que debemos llevar adelante por nuestros sueños, representado por los “juguetes perdidos”. Es una oda al trabajo en equipo, el ingenio y la creatividad como escapatoria de los problemas. Toy Story 4 llega justo a tiempo para redimir nuestra fe en la humanidad.
Errar es humano, ¿Perdonar es divino? Tras el estreno del último reboot de Godzilla (2014), una de las más fervientes (e injustas) críticas hacia la película era el escaso tiempo en pantalla del reconocido kaiju. La dilatada secuela Godzilla: El rey de los monstruos parece una respuesta a ese reclamo mostrándolo en todo su esplendor casi desde el primer minuto, a la vez que suma a otros famosos titanes a escena. Sin embargo, este nuevo capítulo del “MonsterVerse” solo asevera el verdadero problema de su predecesora: la ausencia de un personaje humano moderadamente interesante. La historia se sitúa cinco años después de la anterior, con el mundo todavía recuperándose del despertar de Godzilla y las devastadoras consecuencias de su batalla contra otro de aquellos monstruos. Atemorizados, los gobiernos del mundo se debaten sobre si aniquilar o no a todas las criaturas que la agencia Monarch mantiene cautivas (por alguna razón) en distintas bases de investigación alrededor del mundo. En el medio de todo esto, nos encontramos con la Dra. Emma Russell (Vera Farmiga), una científica de esta misma agencia que desarrolló un aparato capaz de comunicarse, e incluso “controlar” a las bestias. Pronto, este descubrimiento la pone en la mira del eco-terrorista (Charles Dance) quien quiere utilizarlo para activar a todos estos seres ancestrales y que se desate la batalla final (por alguna razón). Y es así que cuando el ser ancestral Ghidora, una suerte de despiadado dragón de tres cabezas, despierte para querer ejercer su reinado del terror, la única esperanza de la humanidad será que pueda vencerlo el, al menos por ahora, benévolo y legitimo rey Godzilla. Esta película cuenta con un extenso y talentoso reparto, que lamentablemente se encuentra casi totalmente desaprovechado. Incluso la fragmentada familia Russell que se pretende funcione como ancla emocional del film, sufre de un pobre y extraño desarrollo. Emma y Mark Russell (Kyle Chandler) terminaron separados tras no poder superar la pérdida de uno de sus hijos, a causa del propio Godzilla. Este trauma no le brinda un interesante contexto a sus personajes, sino que se usa como mera justificación para las muchas decisiones que irán tomando, las cuales se dividen en ilógicas, forzadas o particularmente convenientes para la trama. Por el lado de su hija Madison (Millie Bobby Brown), ni siquiera le otorgan un mínimo de profundidad a lo que le puede provocar tener a tan desastrosos padres. Ahora bien, quizá el aspecto que sea menos reprochable de este blockbuster sea el gigantesco espectáculo que brinda. Desde el ya mencionado Godzilla, pasando por las nuevas incorporaciones Mothra, Rodan y Ghidora, todos son impactantes visualmente. Los efectos digitales son de primera categoría y se nota el peso de presupuesto en este aspecto. De hecho, contando con motivaciones simples y directas son personajes que salen mejor parados que sus contrapartes humanas. Desafortunadamente, las batallas entre ellos en ocasiones son difíciles de seguir, como si la misma dirección se contagiara del desorden y el caos que sus presencias provocan. Godzilla: El rey de los monstruos es una película confusa, que se luce en sus momentos grandes pero falla en los pequeños. Para una película que concentra mucha de su atención en mostrar el enfrentamiento de “dioses”, sería conveniente que la próxima vez no descuiden tanto el factor humano. *Review de Javier Puma.
Los viejos nuevos trucos de siempre Cuando en 2013 James Wan estrenaba El Conjuro, le aportaba un aire fresco al género basado en creencias y leyendas populares. Seis años después este universo cinematográfico (término que le encanta a Hollywood) estrena un nuevo spin-off, esta vez basado en la leyenda latinoamericana de La Llorona; el cual está muy lejos de la originalidad de aquella primera entrega y parece más preocupada en la sucesión de sustos por minuto que en la concepción de una buena historia. Anna (Linda Cardellini haciendo lo que puede con un papel endeble) es una trabajadora social, recientemente viuda, que vive junto a sus dos pequeños hijos. Una noche, ella se involucra con uno de sus casos descubriendo a una madre que mantiene encerrados a sus pequeños. Lo que parece un grave caso de maltrato infantil, pronto desvela una faceta sobrenatural. Esos niños eran acechados por La Llorona, un espíritu que según la leyenda vaga por el mundo en un llanto eterno tras haber asesinado a sus propios hijos en un ataque de locura, y ahora busca hacer lo mismo con niños ajenos. Cuando la familia de Anna se vea marcada por la maldición, ella se verá obligada a buscar la ayuda mística de un sacerdote devenido en chamán, para hacerle frente al espectro. Si alguno de los elementos de la trama suenan conocidos, es porque lo son. De hecho, aunque la leyenda sea de origen latino, esa representación es apenas un contexto y la mitología del espectro es casi nula. Bien podría ser la Llorona o el Hombre de la bolsa, y no habría gran diferencia. Incluso aunque la película se sitúe en los años 70, la época apenas repercute en la estética, en lo que parece más bien ser una excusa para que los personajes no tengan celulares. Además, la conexión con la serie de El Conjuro consta básicamente de un personaje de Anabelle que aparece en un par de escenas y un breve cameo de esa diabólica muñeca, quizá escenas que se agregaron a algún viejo guion sólo para sumar esta historia a la maquinaria. Pero bien, hablemos de uno de los aspectos fundamentales de la película: ¿En verdad asusta? Se podría decir que sí, pero al utilizar el mismo mecanismo de jump scare y repetirlo constantemente va perdiendo fuerza y efectividad, en especial en su tramo final. El mismo se podría resumir en; Personaje está en calma, siente algo extraño, observa en silencio sin que pase nada, aparece La Llorona de sorpresa y con música estridente. Podría decirse que la puesta de Michael Chaves es correcta en estos pasajes, incluso con alguna linda referencia visual a otras películas. La maldición de la Llorona, si bien es moderadamente entretenida y deja algún buen susto, es otro paso en falso de una serie cada vez más acostumbrada a los viejos trucos de siempre. *Review de Javier Puma
Y voló, voló… Tomar una película animada y llevarla al lado del live action no es una novedad para Disney, ya desde hace algunos años (y sino pueden escuchar nuestro podcast donde largo y tendido hablamos al respecto). Pero el caso de Dumbo es muy particular. Acá había que hacer un film distinto y sin perder la identidad de la original. Y además no perder de cerca de que la película de 1941 fue la que prácticamente sacó de la bancarrota al Estudio de Walt, luego de los fracasos en taquilla que le significaran Pinocho y Fantasía. Es sabido que Dumbo no llegará para salvar hoy a la compañía porque los números año a año le dan en verde, pero al revivir el clásico luego de 78 años tampoco es la intención obtener pérdidas. Es así que Disney contrató al visionario Tim Burton para llevar a las salas de cine la esencia de la película pero una versión totalmente distinta. Dumbo arranca con dos niños, Milly (Nico Parker) y Joe (Finley Hobbins), en el andén de un tren esperando la llegada de su padre, quien sirvió para el ejército en la guerra. El veterano Holt (Colin Farrell) regresa para reencontrarse con sus hijos y volver al circo de los Hermanos Medici, a cargo de Max Medici (Danny DeVito), donde era domador de caballos. Allí Holt se entera que el dueño del circo compró una elefanta embarazada, con la intención de ganar dinero con un elefante bebé… pero la sorpresa llega cuando se siente estafado porque el elefante recién nacido tiene grandes orejas. Rápidamente los niños se hacen amigos y descubren que con sus grandes orejas puede volar. Luego aparece en escena Vandemere (Michael Keaton), dueño del circo más grande de Estados Unidos en ese momento y le propone a Medici asociarse y transformar en Dumbo en una estrella. En esta película la historia ya no transcurre tanto en el mundo del pequeño elefante de orejas grandes, sino en el de los humanos. Las consecuencias de la guerra, el amor y el odio, el dinero y el capitalismo, los lazos familiares. Por ejemplo, si bien existía en la película de 1941 el dueño del circo, era un personaje que aparecía muy poco. Acá lo vemos como principal. La Dumbo de Burton es emotiva, extravagante, cómica y tierna. Se apostó menos a la oscuridad gótica que acostumbra el realizador y más a un relato cargado de aventuras y colores vivos. Los homenajes a la versión original son claros pero muchas veces transformados para las nuevas generaciones, manteniendo el mismo espíritu. Posiblemente se haya desaprovechado el personaje de Eva Green entre tantos que nos muestra la historia. El CGI del elefantito es impactante: nadie puede dejar de sentir compasión por él y su madre, por el bullying que sufre a cada paso o cada vez que está a punto de realizar un truco y algo hace que no esté por lograrlo. Esta nueva película tiene vuelo propio y el director supo apoderarse de ella, dejándonos seguir jugando con esa misma ingenuidad de 1941, que si soñamos todos podemos volar.