“Akelarre” de Pablo Agüero. Crítica. "El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo" Eduardo Galeano. La película es una de las grandes ganadoras en la 35º edición de los premios Goya, alzándose con 5 galardones. El premiado film se podrá ver en el ciclo “Jueves estreno” de cine ar TV el próximo 11 de marzo a las 22hs. Con repetición el 13/03 en el mismo horario. Además estará disponible en Netflix a partir del mismo día del estreno. Misoginia, persecución y abuso del poder en el país Vasco del siglo XVII. Esta coproducción entre Argentina- España y Francia, sitúa su relato en el año 1609. Y recrea de manera libre la caza de brujas, que llevó a cabo el sanguinario y fanático inquisidor francés, Pierre de Lancre. En este sentido, tras la partida de los hombres de la región: pescadores que han emprendido su travesía hacia el mar, el juez Rostegui (Alex Brendemūhl) enviado por el Rey, se dispone a arrestar a Ana (Amaia Aberasturi) y sus amigas, luego de verlas cantar y bailar en el bosque. Acusadas de realizar brujería y magia negra, mediante ritos de invocación al diablo, son encerradas, maltratadas e interrogadas en busca de motivos para ser condenadas a la hoguera. De esta manera, la película ubica la tensión en el grupo de estas jóvenes inocentes y sus intentos en busca de la libertad. Generando así, una tensión en la trama que se dispone en aumento con el paso de los minutos, atrapando al espectador hasta el desenlace final. Con un gran trabajo de puesta en escena, en donde la iluminación con sus respectivas sombras juega un papel primordial. Así como también, un excelente manejo de cámara, que no se distrae en imágenes de bellos paisajes, sino que se enfoca en plasmar la esencia y psiquis de los personajes con una gran precisión en la elección de cada plano. En conclusión, un intenso e interesante film, que n
“Akelarre” de Pablo Agüero Tras ganar varios premios llega a Cine ARTV. El próximo 11 de marzo es una fecha que todo amante del cine debería agendar. La última película del director Pablo Agüero se estrena en Cine ARTV. “Akelarre” realizó su premiere en San Sebastián, fue seleccionada en Cannes y obtuvo 9 nominaciones a los premios Goya, de los cuales ganó 5. La película, que fue íntegramente rodada en el País Vasco y cuenta con un extenso elenco local y además de la participación especial del argentino Daniel Fanego. Una mirada diferente sobre la cacería de brujas, que hace equilibrio constantemente sobre la fina línea que divide la realidad de la fantasía. Un juez de la corona española, junto a sus concejales, llegan al País Vasco francés para investigar y condenar a decenas de mujeres a morir en la hoguera por supuestos actos de brujería. En un pueblo costero encarcelan e interrogan a 6 jóvenes, acusadas de realizar la misa negra con Lucifer. Su señoría realizará las torturas más horrendas con el fin de lograr una confesión de las señoritas, particularmente sobre el Sabbath de las Brujas. Si bien los premios lo certifican, no está demás resaltar el trabajo artístico de la película. Los decorados, vestuarios, peinados y maquillajes son los pilares sobre los que se sostiene la narrativa para anclarse en una perspectiva realista. Dándole a la historia un tono y sensación de que tal vez en algún punto del siglo XVII pudo haber sucedido esta historia, en alguna parte del país Vasco. Por más que sea una inspiración libre en el libro del juez Pierre de Lancre, “Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios”, donde relató sus vivencias. Todo complementado en la manera que se muestra lo que vemos. En los exteriores del inicio y final del audiovisual, el espectador se encuentra con una cámara dinámica, atrevida, que juega con ángulos de encuadre poco comunes y se mueve de manera pragmática a las acciones captadas. Por otro lado, en los momentos de encierro, la misma recorta los espacios con precisión, desglosando cada centímetro de la prisión y sala de interrogatorios. Sumado a la estupenda actuación de las jóvenes actrices vascas, quienes además deben recitar sus líneas tanto en español como en euskera. Interrogatorios donde queda claro el miedo del hombre hacia lo desconocido. Todo aquello que no comprende le resulta barbárico, algo a lo que temer. Lo cual engloba a todos los pueblos que no están bajo el mandato del cristianismo. Convirtiendo sus costumbres, su idioma (el euskera) y su forma de vida en sacrilegios para la corona. Lo incomprensible también abarca lo femenino, en una sociedad completamente patriarcal el mismo juez desconoce cómo funciona el mundo para las mujeres, generando una demonización de las mismas. Así es que se deja engañar y seducir por las historias que le cuenta su joven prisionera. Y claramente el pavor de los soldados ante la mirada directa a los ojos por parte de las cautivas. Concluyendo la narración en un tercer acto alucinante e impactante, “Akelarre” de Pablo Agüero se suma a esta nueva ola de historias sobre brujas que vienen a dejarnos con la boca abierta. Transitando con éxito el neblinoso camino que se forma entre la luz y la sombra, entre la realidad y la fantasía. Logrando no tener que envidiarle nada a las grandes producciones norteamericanas. Reivindicando a las brujas y planteando la interrogante de quién era el verdadero monstruo, la presa o el cazador.
El país vasco fue uno de los últimos territorios europeos en donde la Inquisición logró imponer su doctrina de dominación a través del terror. El director Pablo Agüero (aquí la entrevista cuando se la película se estrenó en el Festival de San Sebastián) eligió esta circunstancia histórica para abordar el tema de la caza de brujas a partir del libro de las memorias de Pierre de Lancre, sobre su experiencia recorriendo la región como juez de la corona. Akelarre entonces cuenta cómo un grupo de mujeres de una aldea vasca son detenidas y sometidas a tortura, por las denuncias sobre ellas de realizar cultos satánicos en una ceremonia -el akelarre- en lo profundo del bosque. Amaia Aberasturi es una de las encarceladas y pronto se revela como una astuta líder y el siempre sólido Alex Brendemhül es el alucinado juez que busca obsesivamente al Diablo en esos parajes perdidos, acompañado por Daniel Fanego, que compone a un extraordinario secretario hastiado de su trabajo y ansioso por volver a la ”civilización”. Las decisiones de Agüero (Eva no duerme, Madres de los dioses, 77 Doronship, Salamandra) en cuanto a la historia y los caminos estéticos tiene algunas particularidades. Si en general la inquisición fue retratada en distintas películas desde variadas y atroces escenas de tortura y el martirio de las mujeres, a la hora de la crueldad estos relatos se definían o bien por la elección de confesar para acabar con el suplicio, o el silencio heroico. En ambos casos, claro, el final era la muerte. El guión del propio Agüero, junto a Katell Guillou, se desmarca de las historias habituales y elige para las mujeres el el camino de la inteligencia, de la imaginación y el engaño. El empoderamiento de las mujeres es el tema de Akelarre –reciente ganadora de 5 premios en los Goya-, en donde estas víctimas sin educación, aterrorizadas, solas -los hombres de la aldea están ausentes por largos períodos en alta mar en los balleneros-, intuyen que no está en juego la religión y la presencia de Satán, sino que se trata de una herramienta más para la dominación desde el poder -el desprecio por la lengua euskera es un buen ejemplo de ello- a través del miedo, la delación y la ejecución para los que intentan vivir libremente. Más allá de unos pocos maniqueísmos, Akelarre tiene el punto de vista de las perseguidas y plantea una puesta luminosa aún cuando no elude la violencia, se define sin ambages por la libertad y se piensa como un puente desde el sufrimiento y las luchas de la historia con la actual lucha por sus derechos de las mujeres de todo el mundo. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 68° edición de Festival de San Sebastián (2020). AKELARRE Akelarre. España / Argentina, 2020. Dirección: Pablo Agüero. Guión: Pablo Agüero, Katell Guillou. Intérpretes: Álex Brendemühl, Amaia Aberasturi, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Jone Laspiur, Lorea Ibarra, Yune Nogueiras, Daniel Fanego, Asier Oruesagasti, Iñigo de la Iglesia, Elena Úriz , Daniel Chamorro, Jeanne Insausti. Director de fotografía: Javier Agirre. Montaje: Teresa Font. Banda sonora: Maite Arroitajauregi (Mursego), Aranzazu Calleja. Dirección de arte: Mikel Serrano. Sonido: Urko Garai. Montador de sonido: Josefina Rodríguez. Vestuario: Nerea Torrijos. Peluquería: Ricardo Molina. Maquillaje: Beatushka Wojtowicz. Idioma: Español / Euskera. Distribuidor: CineTren. Duración: 91 minutos.
"Akelarre" y el grito feminista de Pablo Agüero El argentino Pablo Agüero filma una película de épica que le escapa a todos los clisés del género. Hablada en euskera y castellano y basada en "Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios", escrito por el juez Pierre de Lancre, quien interrogó a miles de personas y condenó a ciento de mujeres a morir en la hoguera por supuestos actos de brujería, Akelarre (2020), que tuvo su estreno en el Festival de San Sebastián y recientemente consiguió 5 Premios Goya, se desarrolla en 1609 en el País Vasco Francés y entre sus protagonistas se destaca el argentino Daniel Fanego, como un consejero del juez. En la historia los hombres se han ido al mar y Ana (Amaia Aberasturi) y sus amigas realizan una fiesta nocturna en el bosque. Enviado por la corona, con la misión de purificar la región, el juez Rostegui De Lancre (Alex Brendemühl), las acusa de brujería. Para que confiesen lo que saben del akelarre, ceremonia durante la cual el diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas, las jóvenes son encarceladas en una prisión, donde son torturadas y abusadas, a la vez que son juzgadas durante un proceso exento de imparcialidad y justicia. Agüero construye una historia kafkiana, un cuento de brujas épico, donde vuelve a poner el foco sobre las mujeres, la desconfianza y el miedo, sobre todo en el sexo y lo desconocido. Tópicos recurrentes en su filmografía. Lo hace desmarcándose de los clisés del género, a través de una manifiesta y precisa mirada feminista, que expone la ignorancia y el miedo de los hombres frente a la mujer y la pérdida del poder. Con un guion, firmado por Agüero y Katell Guillou, plagado de intensos e intencionados diálogos, donde nada es casual ni está puesto al azar, Akelarre resulta una obra arriesgada que acierta en su forma. Un sofisticado ejercicio de estilo, narrativo y visual, de una belleza hipnótica, que utiliza el pasado para contar el presente.
La premiada película de Pablo Agüero escapa de los clichés habituales que han estandarizado ciertas películas de época. Parte de la conducta para romper con tal paradigma también implica su intención de buscar la constante provocación sobre la reacción del espectador, a través del tratamiento innovador y transgresor de una temática al respecto de la caza de brujas que el relato comúnmente aceptado no suele abordar. Este particular matiz nos habla a las claras de la universalidad de una película poseedora de una gran fuerza contemporánea al momento de describir a la sociedad de nuestro tiempo y tratar temáticas atávicas. El autor basa su indagación en la lectura de un libro del siglo XIX del historiador francés Jules Michelet, inmejorable punto de partida para romper esquemas. Se trató de una obra prohibida durante décadas, que cuestionó con espíritu subversivo al sistema global e imperante establecido por los estados monárquicos y clericales de la época. Estéticamente, resulta toda una declaración de principios morales. El fuego como fuente de luz se constata como esencial parte de la acción, enriquecedora idea metafórica que genera un cúmulo de imágenes potentes. Ubicando sus coordenadas históricas en el año 1600, pero luciendo inquietantemente contemporánea, “Akelarre” reivindica a la mujer acusada de brujería como una figura de libertad e independencia, poniendo en tela de juicio el valor político de la caza de brujas. Bajo el formato de thriller, la máxima ganadora de los Premios Goya ofrece una lectura de ciertas fallas sociales que arrastramos por siglos y su loable mirada se posiciona del lado de los oprimidos y todo injusto acusado. Proveyendo a la reflexión, nos conmina a cuestionar la utilización de la excusa acerca de la mentada superstición para reprimir, torturar, perseguir y aniquilar. La educación a través del terror que reproduce esquemas de generación en generación desnuda la fabricación de malignos complots que el film no teme denunciar.
Cacería de brujas… «No hay nada más peligros que una mujer que baila»… «Akelarre» es una coproducción entre España, Francia y la Argentina. Dirigida por Pablo Agüero con un guion coescrito junto a Katell Guillou. Protagonizada por Amaia Aberasturi, Àlex Brendemühl, Daniel Fanego, Jone Laspiur, Daniel Chamorro, Iñigo de la Iglesia, Yune Nogueiras, Asier Oruesagasti, Elena Uriz, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Lorea Ibarra. La misma se centra en la brujería como representación de lo inmoral, marcada por el poder femenino, y las voces que no callan. Se convirtió en una de las grandes ganadoras en la 35 edición de los Premios Goya. La historia se inspira en notas escritas por Pierre de Lancre (inquisidor francés, autor en 1609 de «Tratado de brujería vasca: descripción de la inconstancia de los malos ángeles y demonios»). Ambientada en el País Vasco Francés del año 1609, Ana (Amaia Aberasturi) participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui (Àlex Brendemühl), encomendado por el Rey para purificar la región, las hace arrestar y las acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas. Un grupo de mujeres acusadas injustamente, a quienes se las condena sin juicio alguno y sin ser oídas para defenderse. Narra una historia de brujas vascas que representa el empoderamiento de la mujer frente al poder represor de la inquisición religiosa sobre ellas. La represión de las actividades lúdicas como expresión de las de emociones; mediante el baile y la música ocultan formas de revelación de Lucifer que se manifiestan a través de la mujer. Así se acapara una violencia machista impropia que aun hoy existe en nuestros días. La unión del grupo de mujeres acusadas será la clave de la defensa de sus derechos. Delinea magníficamente la conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano ante el intento de dominación del hombre, y la jerarquía natural e hipnótica que pueden tener sobre un individuo. Un guion minucioso de gran nivel al igual que su fotografía acompañada de un excelente reparto, muestra pasajes dramáticos y teatrales como un poema sobre la esencia y fuerza natural de la mujer. Una brillante y elocuente labor de Agüero que transmite una preponderancia visual cautivante de una congruencia narrativa genialmente eficaz. Evoca la ironía y sensualidad logrando un film mucho más que oportuno. Brendemühl nos ofrece una interpretación formidable en el papel de Rostegui y Fanego en un personaje secundario magnífico, donde entre ambos otorgan tanto intensidad como credibilidad junto a una atmósfera sombría y atrapante. En síntesis, «Akelarre» es una cinta atractiva que aborda la vulnerabilidad y a la vez el empoderamiento de la mujer, su fuerza natural ante la opresión y hostigamiento del hombre. La bruja como símbolo de una mujer revolucionara.
Esta coproducción con España dirigida por el argentino Pablo Agüero (Salamandra, 77 Doronship, Madres de los dioses, Eva no duerme) está ambientada en el País Vasco en 1609, tiempos de Inquisición y caza de brujas (en el sentido más literal del concepto). El film -que había sido elegido para la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2020, tuvo su estreno mundial en la Competencia Oficial de San Sebastián y acaba de ganar 5 premios Goya- llega de forma simultánea al cine, al streaming pago y de forma gratuita a la señal de TV y la plataforma online de Cine Ar. En una de las secuencias centrales de Akelarre, un grupo de chicas acusadas de brujería baila frente al representante del rey una danza, arraigada en las costumbres y el folclore del País Vasco, que acaba por transformarse en un aquelarre a ojos del inquisidor y su séquito. En esta mutación residen algunas de las claves del nuevo film del cineasta argentino Pablo Agüero. La más relevante apunta a una sustitución del punto de vista masculino (del acusador) por el femenino (el de las acusadas) para narrar, a través de esta nueva perspectiva, un proceso de empoderamiento dentro de un universo patriarcal. A través de esa danza, las protagonistas se manifiestan contra los prejuicios y los abusos de poder imperantes en la sociedad de comienzos del siglo XVII, un mundo en el que la rebeldía se combatía a golpe de falsas acusaciones. Pero además de unas revelaciones de calado histórico e ideológico, este pasaje bailado también pone de manifiesto las tesis formales del film, basadas en una reflexión en torno al poder de la representación. En varios momentos de la película, las protagonistas simulan ser otras personas: se trasladan a lugares idílicos a través sus canciones, recuerdan historias míticas de su tierra e, incluso, ponen en escena, en el calabozo donde se encuentran recluidas, los gestos y palabras con las que los inquisidores tratan de arrancarles una confesión. De este modo, Agüero plantea un juego de resignificación de las imágenes donde la mirada de quien observa da forma a una realidad subjetiva. Por un lado, está la pureza de las chicas, que escenifican de un modo inocente su tétrica situación. Del otro lado, surge el delirio y las pulsiones punitivas del juez, que altera la realidad hasta el punto de convertir un inofensivo divertimento en un verdadero aquelarre. En este territorio, entre la ficción y sus posibles representaciones, delimita Agüero el espacio de su obra, que escapa del rigor historicista –a pesar de estar basada en las memorias del juez Pierre de Lancre, escritas durante su periplo en busca de ‘brujas’ por el País Vasco alrededor de 1609, y de partir de un libro prohibido del historiador francés del siglo XIX Jules Michelet- y también del thriller judicial. No interesa tanto el veredicto y las deliberaciones (el espectador es consciente de hasta qué punto estas se encuentran condicionadas de partida) como la evolución de las protagonistas, apenas unas niñas que deben madurar y asumir su condición de adultas por obligación. Mujeres que anhelan sentirse libres e inocentes en una sociedad que trata de condenarlas. Ese empoderamiento femenino es la tesis esencial de un film que se alimenta de la potencia de las imágenes y que cuenta con una magnética banda sonora y canciones que firman Aranzazu Calleja y Maite Arroitajauregi, más conocida en el ámbito musical como Mursego. Estas melodías ilustran ese doble proceso judicial y de madurez que da forma a la película, y son, junto a las coreografías, un verdadero reflejo de los estados de ánimo de los personajes. Asentado en el ámbito del cine sensorial, el film conquista un territorio de interés, a pesar de cierto maniqueísmo a la hora de encontrar culpables e inocentes en la historia. Una decisión que responde a la necesidad de transmitir un mensaje en favor de la libertad y contra las imposiciones de cualquier tipo. Un alegato que, además, resulta dolorosamente extrapolable a nuestros días.
En su incansable (e inclasificable) derrotero artístico, Pablo Agüero ha rodado documentales y ficciones tanto en la Argentina como en Francia. Su nuevo desafío como guionista y director ha sido en España y, más precisamente, en el País Vasco, con buena parte de los diálogos en euskera. La película está ambientada en 1609 e inspirada en las experiencias que el juez Pierre Rosteguy de Lancre –quien comandó en nombre de la Corona una extensa campaña de “purificación” con decenas de mujeres condenadas a la hoguera por supuestos actos de brujería– recogió en su libro Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios. Rosteguy (Alex Brendemühl) y su consejero (el argentino Daniel Fanego con un esforzado acento castizo) llegan a un pueblo costero y –mientras los hombres se encuentran en alta mar– someten a varias jóvenes a un proceso, amañado desde el principio, en el que se las acusa de brujas. Víctimas de abusos, manipulaciones y confesiones forzadas, ellas deciden enfrentar a los inquisidores con historias inventadas sobre un supuesta ceremonia mágica denominada sabbat (o aquelarre) que incluye bailes y canciones propias de la tradición vasca. El resultado es un film que, viajando al pasado con una mirada moderna y sin importar las licencias históricas, apuesta al empoderamiento de estas mujeres en un universo machista y patriarcal, dominado por los prejuicios, el fanatismo religioso y los abusos de poder. Quien quiera hacer analogías y paralelismos con nuestros tiempos allí está Akelarre para trazar puentes de resistencia, lucha y reivindicaciones.
texto publicado en edición impresa.
Akelarre (En Netflix aparece como Coven of Sisters y en IMDB simplemente como Coven) es una coproducción entre España, Argentina y Francia dirigida por Pablo Agüero. Está ambientada en España en el año 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y las acusa de brujería. Intentará que ellas confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas. Lo único que quieren estos hombres es hacer un juicio rápido y ejecutarlas cuanto antes. Las jóvenes buscarán la manera de postergar una muerte segura inventando historias que generen intriga en sus captores. Realizar un alegato feminista en el año 2021 es posiblemente una de las formas más demagógicas y berretas de presentar una película. No solo porque se nota que solo busca a estar a la moda, sino porque viaja al medioevo y a uno de los momentos más unánimemente monstruosos de la historia. Akelarre es la película menos sorprendente e interesante que se ha hecho sobre el tema en muchos años. Llega tarde a un tema y lo narra con torpeza y obviedades. El mundo está lleno de atrocidades contra las mujeres aun en el día de hoy, pero siempre es más fácil poner todos los dardos contra occidente, como si fuera allí donde la mujer actual la está pasando peor en el planeta hoy día. Pero la película tampoco merece un enojo fuerte. Es simplemente un cuento de escuela primaria solo para quienes nunca hayan oído hablar de este tema, si acaso existe tal espectador. La prolijidad técnica no hace más que aburrir un poco más en esta historia que tiene un feminismo políticamente correcto, hecho para la tribuna y sin ningún valor cinematográfico. El final es directamente un papelón.
“No hay nada más peligroso que una mujer que baila” dice ese hombre del 1600, juez implacable y excitado con esas mujeres sobre las que puede decidir sobre la vida, la muerte y las torturas. Pero la frase resuena en el siglo 21 con fuerza, nada más peligroso para la sociedad patriarcal, para un hombre machista que una mujer que se libera, que escapa a su control. El talentoso director argentino Pablo Agüero, el mismo de “Salamandra” y “Eva no duerme”, se baso en la historia del juez Pierre Rosteguy de Lancre que recorrió el país vasco francés interrogando y condenando a decenas de mujeres para luego escribir un tratado sobre ángeles y demonios que sirvió de base a muchos juicios de la inquisición. En el argumento apresa a un grupo de jóvenes mujeres denunciadas por bailar en el bosque cantando canciones tradicionales. Las tortura hasta que una de ellas teje un plan estratégico, seguirle la corriente, confesar, describir el supuesto Sabbat, el titulo en vasco, ganando tiempo hasta que regresen los hombres que se rebelaran ante tanto atropello. Esas mujeres toman el poco poder que descubren y alimentan y erotizan a un juez perverso y exaltado. Pero el film no solo apunta a esa embestida contra las mujeres, sino hacia las minorías locales, hacia la utilización de su lenguaje ancestral porque el poder central los ve como un peligro y estos juicios también sirven para disciplinar al pueblo. Como siempre el director filma con una alucinante intensidad y cuenta para sus propósitos con grandes actores. Los experimentados como Alex Brendemühl y nuestro Daniel Fanego, y las jóvenes y vitales actrices que encabezadas por Amaia Aberasturi derrochan pasión y, entrega. El film acaba de ganar cinco premios Goya. Y hay que verlo.
Hace 400 años la inquisición recorría España buscando desenmascarar y ejecutar a toda persona que cometiera delitos contra la fe católica, con especial énfasis en las brujas. Uno de esos magistrados, el juez Rostegui (Alex Brendemühl), estaba particularmente interesado en desentrañar los detalles del sabbat, la mítica misa negra en la que las brujas se entregaban a Lucifer. Frustrado por no encontrar a nadie capaz de darle la información que busca llega junto a su consejero (Daniel Fanego), su torturador y una guardia de soldados a un pueblo de pescadores donde solo quedan mujeres. Rápidamente apresa a un grupo de jóvenes, acusadas de haber sido vistas cantando y bailando en el bosque cercano. En un principio, las jóvenes y niñas que son arrojadas al calabozo no entienden lo que sucede, pero tras algunas sesiones de maliciosos interrogatorios descubren que están siendo acusadas de brujería; una acusación que saben absurda y que en un principio no toman en serio. Solo cuando las preguntas dan paso a la tortura entienden que han sido declaradas culpables antes de empezar y que su única esperanza de escapar implica mantenerse con vida hasta la luna llena, cuando los pescadores regresen a tierra y las rescaten. Demasiado tarde entienden sus víctimas que lo que menos le interesa a los inquisidores es la verdad. Pero encabezadas por Ana (Amaia Aberasturi) se ponen de acuerdo para inventar historias sobre el akelarre y posponer todo lo posible su ejecución, al estilo de unas Sherezade vascas. Gran parte de la mitología sobre la brujería que aún permanece en el imaginario colectivo está inspirado en el libro “Tratado De La Inconstancia De Los Malos Ángeles Y Demonios”, escrito a principios del siglo XVII por un personaje similar al que inspiró al director Pablo Agüero (Eva no duerme) a diseñar al magistrado Rostegui. Como su versión ficticia, aquel inquisidor recorrió la zona del país vasco “purificando” de malas influencias la región en nombre del rey y recopilando historias sobre “el sabbat de las brujas” (akelarre, en vasco) que aparentemente tendían más a salir de su propia imaginación que de alguna evidencia real de su existencia. Usando técnicas de interrogación que hoy causarían gracia al más torpe de los detectives, Rostegui empuja al grupo de adolescentes acusadas de brujería para que digan lo que quiere oír sobre el supuesto akelarre que integran, a la vez que tergiversa sus respuestas para que encajen en sus prejuicios, autoconvenciéndose de que se ajustan a la realidad que está buscando. No hay nada sobrenatural en la historia narrada en Akelarre. Relata en paralelo la pesadilla de las víctimas y las retorcidas fantasías de sus victimarios, quienes las odian y temen por encarnar todo lo opuesto a lo que pretende instaurar la homogeneizante y estricta moral cristiana que representan los inquisidores del rey. Fueron enviados para desterrar toda disidencia y desprecian cualquier costumbre alejada de su origen castellano; pero por sobre todo temen a su propio deseo y necesitan encontrar alguna fuerza externa a quien echar las culpas de sus propias debilidades. Y nadie mejor para convertirse en el blanco de sus frustraciones que un puñado de bellas y jóvenes mujeres que disfrutan de la vida desprejuiciadamente, que cantan y bailan para ellas mismas y no para complacer la mirada de los hombres ausentes de su aldea. El clima opresivo y agobiante del calabozo donde sucede gran parte de la historia no deja que desaparezca del todo la luz ni la alegría en Akelarre. Las jóvenes entienden que su alegría y libertad es lo que más temen sus inquisidores, son su principal arma para mantenerse fuertes en la situación desesperada que viven, a las que vuelven cada vez que les es posible para reponerse de los ataques que reciben. Un resquicio de esperanza que les permitirá mantenerse en pie aunque solo sea para perder en sus propios términos.
"Akelarre": mujeres peligrosas Si bien la nueva película del director "Eva no duerme" transcurre durante la Inquisición española, las resonancias de la violencia hacia las protagonistas llegan hasta el presente y resultan universales. En los intertítulos introductorios de Häxan (1922), la obra maestra del danés Benjamin Christensen, el realizador afirma que “cuando el hombre primitivo se encontraba ante algo incomprensible la explicación que le daba estaba siempre ligada a la hechicería”. Cerca del final de ese verdadero ensayo cinematográfico sobre la cacería de brujas durante los años duros de la Inquisición –tanto la católica como la protestante– el autor reflexiona sobre su presente de hace casi un siglo y concluye que “ya no quemamos a las viejas y pobres y la bruja ya no vuela con su escoba sobre los tejados. ¿Pero no sobresale aún la superstición entre nosotros?”. Algo similar podría decir el argentino Pablo Agüero (Eva no duerme, 77 Doronship), cuyo largometraje más reciente, una coproducción entre España, Francia y Argentina rodada en su totalidad en el País Vasco, tuvo su origen en la lectura del libro La bruja, del historiador Jules Michelet, según afirma en la entrevista publicada ayer por Página/12. Porque si bien Akelarre, que acaba de ganar cinco premios Goya, transcurre a comienzos del siglo XVII en el noreste del territorio español, las resonancias de la violencia hacia las protagonistas, víctimas de una acusación formal de hechicería, llegan hasta el presente sin los disfraces demoníacos y resultan absolutamente universales. Alejada del terror fantástico con brujas “reales” y cerca del retrato realista de un método de persecución y genocidio santificado por la religión y los estados –aunque sin los vericuetos del cine popular y de género de Cuando arden las brujas, de Michael Reeves, o la violencia exploitation de Mark of the Devil, de Michael Armstrong–, Akelarre describe en el dúo de sacerdotes interpretados por Alex Brendemühl y Daniel Fanego, el inquisidor y su mano derecha, a las dos caras de una misma moneda. Mientras el primero cree en la presencia literal del Diablo en la Tierra, como así también en las prácticas abominables de las hechiceras durante los sabbat, el segundo intuye que todo puede ser una especie de sueño, una superstición basada en miedos atávicos y transformada en realidad a fuerza de repetición. Ambos, sin embargo, cumplen a rajatabla con la función delegada por la corona española: perseguir, interrogar y, eventualmente, ejecutar a las mujeres condenadas. Que en el caso del film de Agüero no son otras que un grupo de adolescentes tan inocentes como tentadoras (en más de un sentido) ante los ojos de los sacerdotes. La acusación, desde luego, es de lo más disparatada, aunque absolutamente creíble en tiempos de cazadores de brujas: ¿qué otra cosa podían estar haciendo esas chicas en medio del bosque, bailando y cantando desenfrenadamente, escondidas de los mayores y de cualquier voz de la razón, si no invocando al mismísimo Lucifer? Hablada en español y vasco (idioma perseguido por distintos ismos a la largo de la historia, incluido el franquismo), Akelarre despliega su relato a partir de un trabajo de fotografía en el cual se destacan sin demasiado esfuerzo los claroscuros. Es evidente el interés del realizador por esa filiación pictórica, aunque por momentos el preciosismo creado al milímetro parece estar a punto de sabotear las aristas más brutales de la historia, signada por los fluidos, los gritos y la más flagrante injusticia. Afortunadamente ello no ocurre y, a medida que el calvario de Ana (Amaina Aberastur) y sus amigas –que además del encierro incluye torturas psicológicas y físicas– comienza a transmutar en una manipulación inversa, una suerte de justicia poética que mira el final con un semblante diferente a la derrota, la película alcanza sus momentos dramáticamente más potentes. Si el baile de una mujer es lo más peligroso que hay sobre la tierra, habrá que seguir bailando. Incluso después de que las llamas se extingan.
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El director de Eva no duerme regresa con esta co-producción española que se estrena a través de CineAr, se puede ver en pantalla grande en el Gaumont y además se encuentra disponible a través de Netflix. Una historia de mujeres acusadas de brujería en el viejo País Vasco. En uno de los cuentos más hermosos de Steven Millhauser, La hermandad de la noche, el escritor retrata a un grupo de jóvenes chicas que se reúnen entre ellas de noche a escondidas, pero lo hace desde un punto de vista externo y colectivo, desde habladurías y conjeturas antes que de pruebas reales. Porque pocas cosas hay tan misteriosas como el universo femenino. En una atmósfera de acusaciones furibundas y rumores histéricos, una atmósfera donde las habladurías y rumores han reemplazado totalmente la atenta evaluación de las pruebas, al punto de que la imparcialidad misma parece estar de parte del diablo, será útil adoptar un tono más sereno y declarar qué sabemos en realidad. Sabemos que las jóvenes tienen entre doce y quince años. Sabemos que viajan en grupos de cinco o seis, aunque en ocasiones se han avistado grupos más pequeños y más grandes, de dos a nueve. Sabemos que solo salen y regresan de noche. Sabemos que buscan lugares oscuros y secretos, como casas abandonadas, sótanos de iglesias, cementerios y el bosque del norte de la ciudad. Sabemos, o creemos saber, que han hecho un voto de silencio. La hermandad de la noche – Steven Millhauser Escrita por el director junto a Katell Guillou, Akelarre es una película de época que retrata una historia antigua con una mirada mucho más actual. A principios del siglo XVII, un juez arriba a un pequeño pueblo de marineros y apresa a unas jóvenes que habían sido vistas bailando en el bosque en medio de la noche. Allí las interroga esperando descubrir los secretos de un ritual de brujería. Las chicas son muchachas que en un principio no entienden nada de lo que está pasando, que cantan y bailan y juegan entre ellas. Pero cuando deducen que están en verdadero peligro empiezan a jugar con sus versiones de los hechos, lo que en el Juez genera algo más que curiosidad. Estos hombres no serán nada benevolentes y las tratarán de manera brutal con tal de que les digan lo que quieren oír. Son hombres que no entienden lo que no conocen y el mundo interior femenino les es algo completamente ajeno. La trama de Akelarre es simple: unas jóvenes contando historias para aplazar el destino fatal que les espera a las acusadas de brujería. Con la esperanza de ser rescatadas con la luna llena, es casi como una película de juicios en la cual lo sobrenatural no tiene lugar y el acercamiento al tema es desde lo intimista, lo psicológico, mientras el reloj corre. El corazón de esta película son estas actrices, muchas sin experiencia previa, que le aportan mucha vitalidad y naturalidad a sus personajes. Y es desde sus propios ojos que vivenciamos la historia. Las muchachas, tal como tratamos de imaginarlas, siguen desapareciendo en lo desconocido. Son penetradas por lo desconocido como si de un fluido negro se tratase. ¿Es posible que nuestra búsqueda del secreto esté mal encaminada porque no incluimos lo desconocido como un elemento crucial de ese secreto? ¿Es posible que nuestro odio por lo desconocido, nuestra necesidad de diluirlo, de destruirlo, de profanarlo mediante agudos y brillantes actos de entendimiento, haga que lo desconocido se hinche con un poder oscuro, como una bestia que se alimentara de nuestra espada? ¿Buscamos quizás el secreto equivocado, el secreto que nosotros mismos anhelamos? Por decirlo de otra manera, ¿es posible que el secreto esté expuesto ante nosotros, que ya sepamos qué es? La hermandad de la noche – Steven Millhauser En Akelarre estas jóvenes que viven de manera desprejuiciada y libre son el blanco de los hombres que sólo las quieren sumisas y serviciales. Por eso una mujer que baila es una bruja. Por eso una mujer joven y bella que seduce no es más que el arma del Diablo. Excusas que han sido utilizadas para oprimir al mal llamado sexo débil. La película ganó varios premios Goya enfocados en el Arte y Vestuario, aunque también en la Música, entre otros y es que sin dudas estamos ante una película de época muy lograda desde lo visual, con una notable puesta en escena. Agüero retrata el tan tratado tema de la brujería desde una óptica muy realista y cercana, donde las mujeres impuras o lascivas son el blanco de la violencia machista. Está inspirada por el “Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios” de Pierre De Lancre, un inquisidor que persiguió a quienes amenazaban su buena moral. «Los hombres temen a las mujeres que no les temen». Akelarre narra una historia sencilla y lo hace de manera impactante y hermosa, como esos últimos segundos con que se cierra. Una película cautivante que pone en foco el empoderamiento femenino sin que se sienta forzado, manipulado porque a la larga, ¿no fueron las brujas siempre nuestros personajes favoritos? Los míos, sin duda, y con el tiempo entendí por qué. Porque lo que las hacía fascinantes no era su supuesta maldad o los poderes que habían conseguido, sino la libertad con la cual se movían sobre la tierra. Porque, como escribe Mona Chollet en la introducción a su libro «Brujas»: «La bruja encarna a la mujer liberada de todas las dominaciones, de todas las limitaciones; es un ideal hacia el que tender, ella muestra el camino.»
El argentino Pablo Agüero presenta un espectacular film sobre la caza de brujas y la mirada del hombre hacia las mujeres en el siglo XVII. Un drama inspirado libremente en las memorias del juez Pierre de Lancre, que condenó a cientos de personas por brujería desde 1609.
La historia de una «caza de brujas» en el País Vasco a principios del siglo XVII es el eje de esta historia que tiene como tema la opresión a las mujeres a lo largo de la historia y las diferentes formas de rebeldía. Esta coproducción hispano-franco-argentina, con Alex Brendemühl, Amaina Aberastur y Daniel Fanego, acaba de ganar cinco premios Goya. La carrera cinematográfica de Pablo Agüero se ha desarrollado casi en partes iguales en Argentina y en Europa, donde reside. Su corto PRIMERA NIEVE llegó a la competencia del Festival de Cannes en 2006 y, luego, películas suyas como SALAMANDRA, 77 DORONSHIP –rodada en Francia– y EVA NO DUERME pasaron por varios festivales internacionales. Coproducido por Argentina, España y Francia AKELARRE marca su primer film español y su primera aparición en la competición oficial del Festival de San Sebastián con un relato que transcurre precisamente en el País Vasco solo que a principios del siglo XVII, en base a las leyendas locales recogidas por un historiador francés de la época. En principio, estamos ante un clásico relato de «caza de brujas» que transcurre en una pequeña aldea marítima a la que arriba un importante juez (Alex Brendemühl) para tratar un caso que parece seguir esos parámetros, según ha reportado un cura local. Ante la ausencia de los hombres del pueblo, pescadores que se han ido a la mar, un grupo de mujeres jóvenes empieza a ser encerradas una por una en una suerte de establo, en algunos casos de manera muy violenta. Las chicas no tienen muy en claro de qué están siendo acusadas, ya que solo parece ser que las han visto meterse en el bosque. «Se han confundido, no hemos hecho nada», les aseguran a los oficiales que –comandados por un Daniel Fanego con acento español–, las depositan una por una en el lugar. Hasta que la cuestión se pone en palabras: «Brujas». El interrogatorio posterior a Ana (Amaia Aberasturi) va dejando apenas un poco más en claro cuáles son las acusaciones que les hacen. Pero más que nada, lo que se evidencia son las intenciones un tanto más secretas de estos represores: contener, censurar y «poner en su lugar» a este grupo de jóvenes que tienen por costumbre pasear por el bosque y bailar, lo cual es interpretado como una invocación diabólica mediante el rito del sabbath. La situación se empieza a volver más y más espesa –y la película más y más intensa– cuando las jóvenes empiezan a cranear una huída mientras son ordenadas a confesar sus supuestos rituales diabólicos. Pero como no hay nada para confesar, las dejan sin opción. Y es ahí que Ana toma la decisión de inventar una confesión y armar un sabbath propio para ganar tiempo, entretener a los hombres y tratar de escapar. Es así que empieza a contar historias, cantar canciones y hasta «enloquecer» en público, en cierto modo, interpretando los roles que le piden, aún a costa de ser torturada. Y si bien muchas de las historias que cuenta (algunas, convengamos, bastante graciosas, cuyo objetivo es «provocar» al muy interesado juez) y las canciones que canta parecen ser alteraciones de algunas tradicionales, al no ser los oficiales de allí –y no conocer las historias ni hablar el idioma– las consideran evidencias de su entrega a Belzebú. Tratando un tema que, en apariencia, parece lejano al resto de su filmografía, Agüero –coguionista del film junto a la francesa Katell Gillou– en realidad no ha modificado algunas de sus elecciones cinematográficas ni temáticas. Más allá de las diferencias formales específicas entre sus películas previas, todas ellas son historias de mujeres (o que tienen a una mujer en su centro, como es el caso del filme sobre el cadáver de Eva Perón) fuertes, rebeldes, que se resisten a resignarse aún ante las circunstancias más difíciles. Mujeres que se adueñan, literalmente, del relato. Quizás la otra clave que une a AKELARRE con anteriores films de Agüero, en especial el corto y el largo que transcurrían en zonas boscosas y salvajes de Bariloche con algunos puntos en común con ésta, tiene que ver con la intensidad, con la manera en la que desde la puesta en escena y el montaje, el realizador va haciendo crecer la tensión paso a paso, llegando a resoluciones dramáticas impactantes, en este caso relacionadas con los propios bailes que tanto parecen perturbar a los hombres del pueblo y a los oficiales de la ley, especialmente al cada vez más confundido y claramente «excitado» juez Rostegui. En una conversación, Rostegui cuenta la historia de la epidemia de danza de Estrasburgo de 1518, una suerte de locura colectiva que se apoderó de esa ciudad –que venía atravesando épocas de hambruna, muerte y enfermedad– y en la que, siguiendo a una mujer desesperada que se puso a bailar sola, todo el pueblo se sumó al asunto lo cual terminó, tras varios días de alocada e imparable danza, con cientos de muertos. «No hay nada más peligroso que una mujer que baila», concluye el juez. Y quizás esa frase pueda sintetizar mejor que ninguna otra la búsqueda de esta película, que encuentra en historias que sucedieron hace cuatro o cinco siglos, una manera de hablar del presente.
GRIETA "Banalizar un reclamo legítimo de miles de años de sociedades patriarcales y opresoras; planteamiento histórico de algo que sí sucedía, que es la famosa casa de brujas a principios de la edad media, en países muy católicos, la iglesia como factor de poder. intenta ser una postal de lo que sucedió. Aunque una cosa es refrescar y otra muy distinta es trazar un paralelismo. Incluso cuando el mensaje es vaciado de contenido, sigue siendo una buena estrategia para conformar a cierto publico. Aún así, una historia oportuna de relatar y recomendar" Akelarre (2020): País Vasco, 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas. El Director y co Guionista Pablo Agüero cautiva al espectador a partir de una esmerada dirección artística. Sin embargo, con un guion débil, básico y sintético, no cuenta con una atinada construcción de personajes, los cuales carecen de profundidad. Los diálogos son densos y lentos, la premisa nos incluye ya avanzado el film, logrando confundirnos, aburrirnos y por momentos, reírnos, en vez de comprender el serio drama que se plantea. La música, juega un rol preponderante, en un juego preparado para hechizar. Quizás con un mensaje subliminal, sin importar la letra, sino la enajenada melodía. Por otra parte, la fotografía, a cargo de Javier Agirre Erauso, quien recientemente ha estado en "La trinchera infinita, 2019", atrapa visualmente al espectador con cada uno de sus refinados planos, en un brillante trabajo, transmitiendo una verosimilitud y vigorosa labor. Es una película que no disimula en aproximarse al presente a través de su política reivindicativa. La puesta en escena naturalista acentúa el contraste entre la oscuridad de los inquisidores y la luminosidad, aportando otra cuota de dualidad. Entre las actuaciones, si bien, todas están muy bien interpretadas, destaco la de Amaia Aberasturi. Su atrevida y moderna edición, da cuenta que la misión principal consiste en hacer avanzar la historia, aunque con un ritmo muy lento y tardío. De igual forma destaco el buen trabajo de montaje. Se destaca la estética en la elección de bellísimas locaciones, generando una atmósfera seductora y aprovechando los paisajes naturales. Además de los interiores, utilería, vestuario, maquillaje e iluminación, reconstruyen de manera excelente la época. "Akelarre" nos comunica que el mundo estuvo, y continúa dividido en dos, como suele pasar cuando alguien ofrece una apuesta radicalmente diferente a la que dictan las expectativas (o prejuicios, según se mire). Parece haber despertado más desconfianza que entusiasmo, pero en estos tiempos tan difíciles, no está de más que juzgues por vos mismo y dictes la sentencia que realmente merece la película con las imágenes más evocadoras y hermosas del cine español contemporáneo, de esta temible pandemia que por cierto, ha hecho especial hincapié en otra plaga: la de la danza y la alienante música ¿Qué hay detrás de ello?. Por otra parte, desconfío de las modas, más cuando parece ser producto hecho a pedido, no olvidar que se encuentra disponible en la plataforma Netflix". CÓMO VER AKELARRE SALAS Cine Gaumont – CABA Jueves 11 15:00 y 20 hs Belgrano- Rafaella ( Sta Fe) 20 hs CINEAR CINEAR TV Jueves 11/3 a las 22 hs (Repite el sábado 13/3 a las 22 hs) CINEAR PLAY A partir del viernes 12/3 (Gratis por una semana) NETFLIX Disponible a partir del jueves 11/3 Clasificación: 5/10 FICHA TÉCNICA Nombre original: "Akelarre" Duración: 91 min. Año: 2020 País: España Dirección: Pablo Agüero Guion: Pablo Agüero, Katell Guillou Música: Maite Arrotajauregi, Aránzazu Calleja Duración: SAM 13 Con reservas Idioma: Español / Euskera Color / DCP Sonido: 5.1 / DOLBY DIGITAL Aspect ratio: 1.66 País: Argentina / España / Francia ELENCO: Ana - enajenada Rostegui - Alex Brendemühl Consejero - Daniel Fanego María - Yune Nogueiras Katalin - Garazi Urkola Olaia - Irati Saez de Urabain Maider - Jone Laspiur Oneka - Lorea Ibarra Padre Cristóbal - Asier Oruesagasti Sra. Lara - Elena Uriz Cirujano - Daniel Chamorro Sargento - Iñigo de la Iglesia Abuela - Jeanne Insausti
LAS HOGUERAS NO SALIERON DE UN POROTO La temática de las brujas ha sido siempre una fuente de ideas para trabajar. En estos últimos tiempos, el impacto de los estudios feministas han tenido mucho más lugar en los debates de opinión pública y con ello se generaron cambios en el concepto que se tenía de estos personajes. Akelarre propone una mirada a aquellas mujeres que fueron injustamente mandadas a la hoguera. Sin embargo, aunque el film decide cambiar de eje, no propone una visión compleja sobre la situación. Las brujas se caen, pero los malos también se han caído. La maldad por la maldad misma ha pasado de moda y Akelarre no toma en cuenta esto. El relato que propone deja muy marcados los bandos entre “malos” y “buenos”. Y aunque se entiende que la mirada está puesta en aquellas mujeres que no han tenido lugar hasta ahora de esa manera, deja gusto a poco subestimar la argumentación que ha sostenido a esas prácticas. Ana y sus amigas son detenidas y encerradas por orden de la realeza en consonancia con las ideas de la Iglesia. No son las únicas, ellas son víctimas, como muchas de las mujeres del lugar, de la persecución por supuestas prácticas satánicas de las cuales no tienen prueba alguna. Para sobrevivir a un final definitivo, como es el asesinato en la hoguera, ellas deciden seguirle la corriente a aquellos que las interrogan. Les inventan historias en consonancia con lo que los carceleros quieren escuchar para poder así ganar tiempo hasta que vuelvan al pueblo los hombres y las puedan rescatar. Esta manera de sobrevivir se enlaza con algunos relatos literarios como Las mil y una noches, en el que Sherezade trata de no ser asesinada y toma para esto el arma de la narrativa que le permite entretener a su verdugo, o bien Barba Azul, en el que la mujer se propone dilatar el tiempo porque le era imprescindible para que llegaran a rescatarla. El espacio que se le da a la narración es uno de los puntos fuertes que tiene el film. No solo aparecen el recurso para con los secuestradores sino que también como entretenimiento entre ellas. Las actuaciones de las jóvenes se dan con soltura y las historias que se comparten aparecen como grandes acontecimientos que exploran el poder de la palabra y el juego que propone. Pero en paralelo a esto el film se centra en una solemnidad que quita el tono jovial y burlesco que le otorgan las muchachas. Por un lado, la película se enfoca en mostrar la tortura de una manera innecesaria. Por el otro, los personajes masculinos resultan simplones, sin complejidad alguna. El film se encarga de subrayar una y otra vez lo malos e incoherentes que son. No es que no se esté de acuerdo con esta visión, pero no se genera profundidad en el discurso que promueven. Se pierde de vista el cómo se llegó a tener respaldo ante tanta atrocidad. Y desde lo cinematográfico son personajes aburridos porque no presentan matices ni problemática.
Puede decirse que el tema central de Akelarre (2020) es la mentira. Ana, Katalin, María, Maia y Olaider, las ‘brujas’ acusadas; reiteran en distintas ocasiones que la memoria y la cabeza mienten. Por su parte, el secretario del inquisidor señala y reflexiona sobre si es cierto que las brujas siempre usan la mentira. Y la misma coproducción insiste en volver ambiguas las certezas de si estas jóvenes son brujas o sencillamente mujeres perseguidas. Durante el año 1609 en el País Vasco hubo una caza de brujas, como las hubo principalmente en América y otras partes de Europa, por sus supuestos conocimientos de magia negra. Para el guion, Agüero y Katell Guillou se inspiraron libremente en “La bruja” de Jules Michelet, un estudio de las supersticiones en la Edad Media, y en el “Tratado de brujería vasca: descripción de la inconstancia de los malos Ángeles o Demonios”. Este libro del juez Pierre de Lancre narra sus vivencias durante la caza de ‘brujas’ en el País Vasco francés. Tal libertad narrativa está sostenida de principio a fin y posibilita reflexionar sobre la mentira como una línea fina pero definida entre la verdad, la ficción y lo real. Agüero atraviesa esos tres polos con la memoria, el acto de narrar y la ensoñación. En ciertas escenas, su propuesta estética reafirma con colores brillantes la vitalidad juvenil de las protagonistas. Los hombres reprimen insistentemente esta energía hasta el momento de la confesión y el ritual del Sabbat. Al comienzo estos inquisidores son caprichosos en sus maltratos y decisiones porque no hay pruebas para perseguirlas y nunca las habrá. Luego con las narraciones de ellas, en medio de sus forzados testimonios, las palabras poseen una vitalidad actoral y cinematográfica que podría ser una ilusión para efectos de la historia; un juego orquestado por estas jóvenes mientras están encarceladas. También el valor del canto en las torturas, interrogatorios y en la celda de la cárcel da cuenta de una energía que tiene que ver con la capacidad creadora de estas vidas y no solo con el placer de sus rituales como señala el cura del pueblo. De todas maneras, aquí la ficción no es el ambiguo juego engañado ni engañoso de por ejemplo La vita è bella (1998) o Birdman (2014). Estas asociaciones serían mucho más arbitrarias si no fuera porque en las tres el rol de la ficción y la historia están vinculadas con la muerte. Además el acercamiento de Agüero tiende más al drama que otras películas sobre brujas donde los códigos del terror o la comedia impiden matizar la propuesta audiovisual. Y de las mencionadas antes, la sexta obra de Agüero conjuga una dinámica donde se prefiere resguardar la ambigüedad del final. Recordemos que en la premiada obra de Roberto Benigni el padre le mentía a su hijo en medio de la segunda guerra mundial para mantenerlo a salvo, algo éticamente cuestionable en varios niveles. Y en la de Iñárritu, aunque el protagonista se había suicidado con un salto por la ventana de la clínica, a los segundos su hija se asomaba para ver hacia el cielo con cierta alegría, remarcando la inferencia de que su padre habría volado como el superhéroe que él interpretaba en la ficción. Aquí ficción es una obra ambivalente de otra realidad para repensar la existente, no (auto)engaño a fuerza de seguir adelante como en aquellas películas. Al final, las jóvenes saltan por un acantilado bajo la tenue luz de la luna llena. No es posible distinguir si vuelan o si se suicidaron, aunque la llama de la antorcha apagándose puede sugerir muerte. A estas decisiones narrativas que nos hacen reflexionar sobre la fidelidad histórica, se suman las sugerencias de la propuesta técnica. Si cada corte del montaje de Teresa Font está resaltando más la construcción ficcional, la constancia frente a la mentira se puede observar incluso con los tantos cortes de escenas, casi excesivos en cantidad, como ocurre en los momentos de la cárcel o la danza final. También podríamos cuestionar la conveniencia de que los hombres terminen tentados por el encanto de ellas y el final ambiguo matice la crueldad eclesiástica que históricamente aniquiló a cientos de miles de mujeres en el medioevo. Pero las formas del cine tampoco están para defender o arremeter en bandada contra la historia oficial, sí al menos para recordarnos que el registro escrito de tales eventos es una recreación donde los poderosos dejaron documentados sus temores por ignorantes. Y esto lo cumplen Agüero y el equipo con su Akelarre.
Reseña emitida al aire
Ellas bailan solas En este nuevo opus de Pablo Agüero, premiado hace unas horas con cinco estatuillas Goya, se juega al extremo con la idea de superstición y religión aunque sin jerarquizar una sobre otra. La religión, que busca desenmascarar los ardides del diablo en un ritual de danza en el que niñas adolescentes y vírgenes se inician por así decirlo, busca además imponer un relato de honda represión sexual, sin dejar de lado el propósito de mantener el poder del miedo ante cualquier intento de cuestionamiento de sus dogmas. No obstante, el relato de una de las acusadas de brujería, quien lleva la voz cantante dentro del grupo de adolescentes también acusadas, gana fuerza ante los azorados jueces y parte que reconocen -valga la redundancia- su desconocimiento, sin otro objeto que dilatar la sentencia final como aquella Scherezade de Las Mil y una Noches. El otro pilar donde se apoya el film de Agüero es el contexto en el que se desarrollan los hechos entre acusaciones, declaraciones, cantos paganos, silencios y miradas inyectadas, que además están ligados a esas creencias populares que explican ciertos acontecimientos como por ejemplo la ausencia de marineros en las costas vascas, a raíz de una “maldición” por convocar a las fuerzas oscuras. Más allá del trabajo minucioso en la psicología de cada uno de los personajes, el buen manejo de los tiempos y el ritmo sostenido en la trama, Akelarre cuenta con un plus en la introducción de parlamentos en el idioma original del país vasco y la dirección artística que realza las atmósferas oscurantistas que atraviesan la historia y encuentran en la parte visual y expresiva el contraste con la tenue luz natural del fuego, otro elemento simbólico frente a la cerrazón de los claustros oscurantistas. Por momentos hipnótica, otros atrapante pero siempre un peldaño por encima de lo convencional, la nueva película de Pablo Agüero, con una participación muy acertada de Daniel Fanego, rejuvenece un tópico tan añejo como el paganismo en tiempos de Inquisición.
El estreno de “AKELARRE” el nuevo film de Pablo Agüero (“Eva no duerme” y el cortometraje “Primera Nieve”, entre otros trabajos) presenta dos particularidades que, a priori, logran llamar la atención y que el estreno tenga sus propios atractivos. En primer lugar, porque en la última ceremonia de los Goya, ha conseguido nueve nominaciones que la han llevado a alzarse con cinco de los premios por los que competía (Vestuario, Efectos Especiales, Maquillaje, Dirección Artística y Música Original). Por otra parte, porque se estrena simultáneamente dentro del ciclo “Jueves Estreno” de la plataforma www.cine.ar/play, se la podrá disfrutar dentro de la programación de la reapertura del cine Gaumont y para los amantes del cine en casa, ya se encuentra disponible entre las propuestas de Netflix. Agüero vuelve a retomar un tema muy transitado por el cine, el teatro y la literatura como es la caza de brujas que, de una manera u otra, ha estado presente en el cine infantil como las creadas por Road Dahl (con una reciente adaptación protagonizada por Ann Hathaway que reversiona aquella de Anjélica Huston) y que abarca desde los clásicos como “Las Brujas de Salem” hasta versiones más modernas y sugestivas como “La Bruja” (2015) de Robert Eggers. En este caso, nos transportamos a una historia de caza de brujas en el País Vasco en pleno inicio del siglo XVII donde Ana participa en el bosque de una fiesta nocturna con varias de sus amigas. Apenas amanezca, el propio juez Rostegui (Alex Brendemühl), haciendo abuso de poder, procede a arrestar y acusar de brujería a este grupo de jóvenes mujeres que, a simple vista, parecieran absolutamente inocentes. Pero los bailes, las danzas que las jóvenes han realizado en el bosque resultan sumamente perturbadores para Rostegui, sobre todo cuando también las han escuchado cantar en euskera, situaciones que son comprendidas como extrañas formas de invocar al Diablo. El punto de vista más interesante que aparece en la detallista puesta de Agüero es que la historia puede leerse en dos dimensiones. Hay una primera lectura en donde se habla de los abusos, las persecuciones y la estigmatización que sufrían aquellas personas que de acuerdo a la mirada de la época eran acusadas de incitar a la brujería o tener comportamientos reñidos con las traiciones y la moral de la época, y una mucho más rica, y más subyacente, que da una nueva dimensión a la historia y que permite que dialogue abiertamente con el presente. Así, este grupo de jóvenes perseguidas injustamente, abusadas y sin libertad que son violentamente manipuladas para que confiesen las cosas que fueron descubriendo en ese supuesto aquelarre que realizaron invocando al Diablo, permite trazar paralelos con la lucha contra el patriarcado y la opresión, sobre la libertad de los cuerpos y sobre el empoderamiento y la sororidad femenina, conceptos que aparecen en forma permanente en la agenda de nuestra sociedad y que hacen que la propuesta de Agüero se encuadre directamente en una metáfora de la lucha feminista, entre tantas otras posibles lecturas. Desde el guion y la dirección la forma en que se construye la historia -que podría haber estado más apegada al género fantástico o de terror-, elige, sin embargo y tal como había sucedido con la película de Eggers, la creación de climas, sensaciones en el ambiente y una asfixiante tensión, sin necesidad de apelar a la parafernalia de los efectos especiales. Y el relato gana fuerza, sobre todo por la exquisita dirección de arte de Mikel Serrano que nos transporta a la época y nos sumerge en ese ambiente en donde los pequeños detalles van construyendo la esencia y el espíritu que sobrevuela durante toda la película. Obviamente el equipo con el que cuenta Agüero en el grupo de “brujas”, es de excelencia: Garazi Urkola como Katalin, Irati Saez de Urabain como Olaia, Jone Laspiur como Maider, Lorea Ibarra como Oneka, Yune Nogueiras como María y principalmente la líder del grupo, Ana, con una impactante Amaia Aberasturi. “AKELARRE” –con una importante carrera internacional desde su presentación en el festival de San Sebastián- encuentra una nueva forma de poder hablar sobre la represión, la intolerancia a las diferencias, la violencia de género y la construcción de nuevos paradigmas, tomando como punto de apoyo un hecho histórico tan importante como la persecución religiosa y la caza de brujas. Hechos, que se han ido repitiendo sistemáticamente a lo largo de la historia, y que en diferentes formas, encuentran también un eco en la actualidad con movimientos radicales en donde prima la discriminación, la exclusión y la marginalidad, y aparece fundamentalmente, la falta de libertad para sentir y pensar, para decidir sin ataduras. POR QUE SI: «Dialoga abiertamente con el presente»
En la España del 1600, un grupo de jóvenes mujeres son acusadas de brujería, deberán responder con su vida ante la mentira que se instala, hasta que, una de ellas, decide seguirle el juego a los perversos verdugos que se regodean con sus cantos, con sus cuerpos, son sus miradas. Pablo Agüero construye un potente relato sobre la vida y la muerte, revalidando el lugar de la mujer. CINEAR y NETFLIX
Akelarre: toda bruja es política Esta semana se estrena en salas, en CineAr y en Netflix Akelarre, la última película del director Pablo Agüero. Seleccionada en la Quinzaine des réalisateurs de la 73° edición del Festival de Cannes, Akelarre tuvo su premiere internacional en la Competencia Oficial de la 68° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián y, con 9 nominaciones, es actualmente la segunda película más nominada a los premios Goya de este año. ¿De qué va? País Vasco, 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas. En 1609, el juez Pierre Rosteguy de Lancre recorrió el País Vasco francés interrogando a centenares de personas y condenando a decenas de mujeres a la hoguera por supuestos actos de brujería. Luego relató su experiencia en el libro “Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios”. En esos textos barrocos y alucinados, Pierre Rosteguy de Lancre dio forma al mito del “sabbat de las brujas” (en lengua vasca: akelarre) que influyó a jueces y luego a artistas durante siglos. Lo que Pablo Agüero lleva a cabo es una suerte de re-visita al mundo de la caza de brujas, metiéndose en el mundo de las mujeres y escuchando su voz en ese proceso. A la vez, desnudando parte de la verdadera razón de este exterminio: los hombres y sus ansias por el control. Co-producción entre Argentina y España, hablada en Español y Euskera, Akelarre va recorriendo la desesperación, la entrega, el miedo, la aceptación, la venganza, la falta de acreditación ante la injustica… todo y cada uno de los procesos que viven un grupo de mujeres que sin entender que sucede se ven sumidas en un juicio del que no entienden las acusaciones. Un híbrido entre la The Reckoning (2020) de Neil Marshall, con un poco de The VVitch: A New-England Folktale (2015) de Robert Eggers; Akelarre termina dejando de lado lo espectacular de meterse en un momento histórico sucio, ruin y ruidoso como es el de la Edad Media con sus leyendas y floklore, para convertirse en un relato intimista sobre lo que le sucede a personas (en este caso particular, mujeres) que se ven privadas de sus derechos sin entender el porqué. En este punto, me recordó mucho a Crónica de una fuga (2006) de Israel Adrián Caetano y terminó llevándome a un lugar muy oscuro de nuestra historia reciente. Las actuaciones femeninas son la razón de ser (especialmente la bellísima Ana, interpretada por Amaia Aberasturi), además del villano Rostegui (Alex Brendemühl). Entre los protagonistas aparece el argentino Daniel Fanego, que de tan taciturno y apocado se termina quedando escondido detrás de las velas y la oscuridad de los escenarios. La película tiene un trabajo de arte y vestuario de alto nivel, y utiliza muy bien el trabajo fotográfico para meternos en un mundo donde no existe la luz eléctrica. Sin embargo, el hecho de tener largas escenas de conversaciones y juicios, con lugares que se repiten para ayudar a sentir lo cíclico del encierro, Akelarre se termina sintiendo muy teatral. Hacia el final dispara un poco, con una escena que parece un musical de disney macabro y que demuestra cómo los hombres siempre terminan siendo hombres. La empatía, el acompañamiento, las vacilaciones, la fuerza… cada uno de los elementos femeninos en pugna en épocas de deconstrucción están presentes en un relato demasiado actual para desarrollarse en 1600. Akelarre es un espectáculo basado en la actuación, un cine político que aprovecha una coyuntura histórica de persecución y asesinato de las mujeres, una situación amparada por los grandes poderes fácticos y sin tener quien las proteja. Porque bien sabemos qué cómo dice el villano “No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, una que lucha, que caga frente a una iglesia, que pone el cuerpo en la calle por sus convicciones… Menos mal que todo cambió en estos 500 años.
Viaje al pasado con una mirada moderna En una época como la que vivimos en la que la histeria colectiva ha dado un nuevo paso en la escala evolutiva fusionándose casi perfectamente con la cacería de brujas en una simbiosis brutal tanto como estúpida, desparramando desde los diversos poderes (sobre todo los que cargan con una abultada inoperancia) la idiotez del enemigo que no se ve o se desconoce, Akelarre es como una muestra gratis de lo que se vivía en la Europa del siglo XVII y se trasladó a la época moderna en forma de lo que firmemente está bien o mal, según quién lo señale. Y es que ciertos discursos se vuelven más peligrosos cuando viajan de la paranoia a la zoncera oficial sin límites, poniendo en riesgo la poca cordura que le queda a la humanidad. Porque, seamos justos, venimos hace rato funcionando con el olor de la nafta, esperando llegar pronto a la siguiente estación de servicio. La revisión que el director Pablo Agüero hace en Akelarre de los tópicos que menciono, además de hacer hincapié en la mirada del erotismo como algo oculto y peligroso (para quienes no pueden controlar sus impulsos), prefiere poner la culpa en quien “desencadena” y toma acciones desbordadas en las diferentes cuestiones de la vida social y política: “la culpa es de quien me provocó” “Yo me equivoqué pero mi intención es buena, el otro lo hizo peor”. (Alerta spoiler a medias) El final de la película es místico pero no por cuestiones de irrealidad mágica: los sucesos son los que se imponen por la locura del perseguidor. La estética buscada (y lograda) por Agüero es acorde y lleva al espectador a un recorrido que se siente como presencial. Un plus aparte para el trabajo sonoro, uno de los puntos que explica los premios obtenidos en España en esta muy buena coproducción argento-española- “netflixera”. La producción cambiando el ángulo de mirada, enfocando en las reacciones de las jóvenes con las que podrían ser unas adolescentes alocadas del hoy, acusadas falsamente por la ceguera y la obsesión enferma de un inquisidor pero en un contexto en que cualquier muestra de naturalidad era una amenaza. La película, rodada con actrices de la zona elegida como locación, y hablada en el dialecto local (Euskera) absorbe de alguna manera el empuje de energía y de lucha que flota allí, ante la “chatura” que deseaba imponer la inquisición de la mano de Pierre de Lancer, quien inició por entonces la caza de brujas más bestial de la época. Akelarre es una muy buena muestra de cine con excelente utilización de las herramientas técnicas a favor del relato.
¿Puede haber alguna discusión que la caza de brujas de los siglos XVI y XVII en España no fue otra cosa que una persecuciòn sistemática de mujeres?. Realmente esto es lo que queda claro como idea central de un film dirigido por el argentino Pablo Agüero, destacado en los Premios Goya del domingo pasado, que habla de la inquisición española y la caceria indiscriminada de mujeres acusadas de participar de ritos malèficos o paganos. Agüero que ya de por sì tiene una preocupacion especial por ficcionalizar temas de la historia (ya hemos escrito sobre Eva no duerme Leedor) y la relación entre las mujeres y las religiones (Madres de los dioses), se basa en un tratado escrito a principios del siglo XVII por el juez Pierre Rosteguy de Lancre que en el contexto de plena contrarreforma recorrió el País Vasco francés condenando a decenas de mujeres a la hoguera por aquellos supuestos actos de brujería. Hay en el film de Agüero no sólo una voluntad ideológica objetiva que parte de la idea de construir un punto de vista desde las mujeres, representativas aquí de la conservaciòn de los mitos populares, de lo familiar y lo social, frente a la de los hombres representantes del poder ejecutado en connivencia entre la monarquìa conquistadora y la iglesia contrarreformista. Tambien hay en el film una intenciòn sòlida desde lo fìlmico en tanto representacion de la representacion, ficciòn de la ficciòn, conjunto de dispositvos puestos a disposicion de inventar un mundo para quièn quiera creer en él. Lo que es el cine, en definitiva. “Y si el sabbat no existiese? si solo fuese un sueño?” pregunta el notario del juez en plena fogata hacia el principio a lo que el juez contesta: “Si sólo fuera un sueño, como puede ser posible que tantas mujeres tengan el mismo sueño?” En la semana del 8M, el film que se estrena el proximo jueves en Argentina, impone la pregunta de si podemos imaginar asì y de esa manera a estas mujeres històricamente representadas como seres pecaminosos y diabòlicos. Mujeres que para sobrevivir a la quema en la hoguera idean hacer tiempo (¿què hacía Scherezada si no tiempo con sus cuentos nocturnos?) y hacer que esos hombres que las juzgan y necesitan su confesiòn (elemento bien contrarreformista) escuchen lo que quieren escuchar. En esos relatos en los que toma protagonismo una de las jovenes acusadas, y al mejor estilo del origen de los cuentos orales, Ana comienza a inventar la historia de las reuniones en el bosque y las danzas del aquelarre. El juez es “hechizado” con la eròtica de esos relatos y comienza a planear la representacion de la danza que deberà ser observado y registrado para tener un elemento concreto en la acusacion. En el plano de lo filmico, una càmara movediza que representa la violencia cuando la hay y la calma cuando la hay, una fotografìa de paisajes arcádicos y los efectos de contraluces, abundantes primeros planos sujetos a los gestos del buen elenco con que cuenta y uan gran direccion de actores. Se destaca la mùsica original y las canciones que recrean una cancion popular de pescadores que las mujeres cantan y bailan, y se convierte en una cancion que invoca a Lucifer. Se puede escuchar aquì. Hay que destacar que es coproduccion con INCAA de Argentina, pero en todo caso con sus multinominaciones y los premios que recibiò en los Goya 2021, el cine español,junto con El año del descubrimiento parecen estar reviendo algunos los discursos de su propia historia. Bienvenido sea.
El siempre inquieto director mendocino Pablo Agüero viene de conquistar un doble hito con su película más reciente, Akelarre. Cosechó cinco galardones en la edición más reciente de los premios Goya, y viene de arrasar en Netflix con este inquietante film inspirado en una horrorosa cacería de brujas desatada en el País Vasco en el año 1609. Al igual que en Eva no duerme, el guionista y realizador se muestra más interesado en hacer una actualizada interpretación de un hecho histórico, que en atarse al rigor historicista en aras de un producto de manual. En Akelarre, Agüero propone un puente entre aquel pasado ultra patriarcal de antaño, y la lucha por el empoderamiento feminista tan característica de los tiempos que corren. El gran triunfo de nuestro coterráneo consiste en llevar adelante tal premisa sin subirse a la ola del panfleto discursivo al que tantos cineastas han adscripto en aras de estar en sintonía con el "girl power". En tiempos de la inquisición, un juez (Alex Brendemühl) y un consejero (Daniel Fanego) llegan hasta el País Vasco con una orden del rey que consiste en "sanear" aquel territorio. Basada en el libro que escribió Pierre Rosteguy de Lancre, quien estuvo a cargo de numerosas sentencias a la hoguera de personas acusadas de brujería, esta película parte de una premisa documental pero desde el primer minuto nos envuelve en una concepción visual que remite a una fábula tenebrosa. Un grupo de chicas adolescentes son atrapadas mientras cantan y bailan en el bosque. Según el juez y sus acompañantes, esta reunión sería nada más y nada menos que un festín demoníaco. A partir de aquí, las jóvenes son sometidas a una serie de cruentos interrogatorios con el fin de que confiesen detalles del sabbat, ritual en el que el diablo se aparea con sus seguidoras. Dispuestas a salvar sus vidas, ellas seguirán atentamente el plan de Ana (superlativa Amaia Aberasturi), que consiste en inventar una serie de episodios satánicos para así atrapar la atención del enviado de la corona, y ganar tiempo hasta que sus maridos lleguen de pescar en el mar y puedan ir en auxilio. Si el primer tramo del film está dominado por una pátina de realismo estilizado, luego el relato se zambulle en las arenas de la sugestión y adquiere una dimensión que admite varios enfoques. Lejos de ir por una historia concluyente, Pablo Agüero se inclina al territorio del asombro y los interrogantes. Después de todo, para aquellos sombríos hombres las mujeres constituían un misterio. Y para ese puñado de chicas en resistencia, la iniciativa de salvar sus vidas era una lucha con final incierto. Akelarre / España-Argentina-Francia/2020 / 91 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Dirección: Pablo Agüero / Con: Amaia Aberasturi, Alex Brendemühl, Daniel Fanego, Yune Nogueiras y Garazi Urkola / Disponible en Netflix, Cine.ar y Cine Universidad (Nave UNCuyo)
Corren los primeros minutos y vemos a un grupo de jóvenes correteando por el bosque. Vuelven al amanecer a su aldea, una comunidad cercana al mar que cuando los marineros se embarcan se vuelve territorio exclusivo de las mujeres. Antes de ello, la imagen de dos hombres encastrados entre una imponente fogata y una penumbra tupida que no esconde sus referencias a Caraviaggio ayudan a fechar la historia. Esto es el siglo XVII. Concretamente, el año 1609. La corona española continúa su poderío bajo los preceptos cristianos y la sospecha de prácticas satánicas en algún lugar recóndito del País Vasco Francés ha obligado a que se envíe un juez para estudiar la situación de las herejes. Con las cinco chicas encarceladas en un granero, todavía nadie menciona la palabra. Se habla de Lucifer, de magia negra y de bailes a la madrugada; pero nadie dice lo que todos quieren escuchar. De pronto, entre confesiones, salta: “¡brujas! Son brujas”. Se las acusa de brujas y el castigo no es otro que la hoguera. El motivo de la bruja en el cine es recurrente. Las posibilidades que otorga la ficción han podido trasladar todo un imaginario mitológico, de circulación oral, a la pantalla conservando su aspecto sobrenatural. Brujas que vuelan sobre escobas. Brujas que envenenan con manzanas rojas a princesas de alma pura. Brujas que hasta no hace tanto prevalecieron como seres de fantasía, encerrados en libros de tapa dura e ilustraciones antiguas. Pero la ficción también puede bajar a tierra los mitos y construirlos con carne y huesos. Más allá de su seriedad impostada y su control exagerado por mantener impoluto su armazón visual, La Bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015) pulió el mito hasta aspirarle la atmósfera a la época cosa de exhalarla vestida de terror psicológico. En este sentido, Akelarre de Pablo Agüero pareciera ir en esa dirección al manifestar una obsesión naturalista por mantener los pies en el suelo y la cabeza en el cerebro de aquel tiempo. Pero si la de Eggers se permitía tajear el fuera de campo para dejar ingresar la niebla sobrenatural; la de Agüero asume en gran parte del largometraje su condición terrenal mientras trata de explicarnos -por momentos con demasiada consciencia del envoltorio coyuntural en el que se encuentra- que el término bruja es más una sombra de cinco letras apoyada en la ignorancia de la sociedad patriarcal de esos años; es todo aquello que se escapa del corset hegemónico, todo aquello que sobrevive detrás de los balbuceos, fuera de toda definición. El paisajismo romántico que viene adherido por la mística que propone el bosque, acá está clausurado. La historia se desarrolla prácticamente en interiores. Del despacho del juez al calabozo y del calabozo a la hoguera (se ve que esto inquieta a la cámara y frente a eso decide registrar las escenas desde múltiples ángulos para no aburrirse). Que si el dialecto que hablan es una lengua maléfica, que si tener las piernas peludas las convierte en bestias, que si sus cantos heredados de su origen portuario son una oda ocultista. La realidad, nos grita Akelarre, depende del ojo con que se la mire (y de cuanta ignorancia quepa en la mirada). Entre burlas exageradas, casi rozando lo ridículo para el drama despiadado que el filme prometía ser durante su primera mitad, el relato tuerce sin graduación la trama para reírseles en la cara a las autoridades a cargo de la inquisición con una liviandad que altera con brusquedad el tono inicial. Esto alcanza su punto de no retorno con la confesión de una de las muchachas y la recreación ficticia de un aquelarre autogestionado alrededor del fuego. No solo el juez, el sacerdote y el resto de los testigos se comen el bocado, sino también el mismo realizador, quien obnubilado por el baile, el canto y el timoneo narrativo delegado a sus protagonista, termina aflojando el relato, por no decir, que se le va de las manos.
Fue una de las nominadas en la emotiva ceremonia de los Premios Goya, el sábado pasado (mejor actriz, dirección de fotografía, dirección de producción, música original, sonido, producción artística, maquillaje y fx). Dirigida por el argentino Pablo Agüero (Madres de los dioses, Eva no duerme), Akelarre está basada en los libros, los registros de un juez del 1600, buscando brujas en el País Vasco. Ciertamente, la empresa habla de las ambiciones para poner en escena ese episodio violento, en esa época de la locura inquisidora. Y los esfuerzos y logros son notables, como reflejan esas nominaciones para los rubros técnicos. Agüero y su equipo, entre los que se encuentra Daniel Fanego como mano derecha del juez (Alex Brendemhül), miran a esas chicas, casi unas niñas, acusadas de brujería, y a sus potenciales verdugos (efectivos torturadores), con una mirada de hoy. Un guion que evidencia, y potencia, el lugar de la mujer frente a los ojos del hombre, capaz de aniquilarla sin esfuerzo, pero aterrorizado por ella. Filmada en el País Vasco, hablada en el euskera de los locales y el castellano de los conquistadores, Akelarre juega con los contrastes. Las chicas de largos cabellos y ropa clara que cantan con voces celestiales, versus los hombres que hablan a los gritos, prohiben mirar a los ojos, comen como animales y hurgan, brutos, en sus cuerpos en busca obsesiva de pruebas. Necesitan confirmar la presencia del demonio para legitimar el sacrificio. A lo largo del cautiverio, la hermandad de las mujeres se refuerza y esa danza entre los dos polos, que será baile real en alguna secuencia clave, muestra el crecimiento (empoderamiento) de aquello que ninguna hoguera podrá eliminar. Las chicas juegan, se refugian en las canciones infantiles, en los cuentos, en la imitación de esos hombres para escapar sin salir del calabozo. Claro que más allá de las imágenes bonitas, no hay mucho de nuevo para sumar a esta oposición entre ángeles y demonios. Y el regodeo en estos elementos va adquiriendo cada vez más peso con la carga de lirismo, musicalización excesiva, insistencia en los mismos ejes narrativos, resintiendo interés. Que unos son brutos y otras seres puros e inocentes está tan claro, tan dicho y mostrado, que poco aportan las nuevas escenas de cantos, caricias, gritos y torturas. Por cierto, tampoco demasiado sutiles en su tono.
El fuego y las mujeres que bailan En su nueva película, el director de Eva no duerme recrea el Tratado de Brujería Vasca del juez Pierre de Lancre, en una reconstrucción histórica de dolores actuales. Galardonada en los recientes premios Goya y de manera múltiple (Música, Dirección Artística, Vestuario, Maquillaje, Efectos Especiales) Akelarre puede ahora verse a través de Cine.ar y Netflix. La película de Pablo Agüero (Salamandra, Eva no duerme) toma por referencia el Tratado de Brujería Vasca escrito por el juez Pierre de Rosteguy de Lancre, y recrea su momento histórico, cuando en 1609 el juez recorriera el País Vasco entre interrogatorios y hogueras, donde quemó a decenas de mujeres -según él- brujas; de allí el denominado “sabbat de las brujas”, también conocido como “aquelarre”. Aquí el desafío notable que enfrenta la película de Agüero, decidida a reconstruir ese momento, a partir de una dirección artística cuyos decorados integran la acción en el siglo XVII. Es todo un logro. Y se lo destaca en primer orden en virtud de una puesta en escena que, si bien de contexto histórico, actualiza lo que representa. Esta operación es casi un riesgo, y Agüero sabe cómo salir airoso. Antes bien, Akelarre centra su atención en la historia de un grupo de mujeres, cuyos maridos están en el mar, descubiertas en algún baile o cosa parecida, de brujería sospechosa. La presencia del juez Pierre de Lancre (Alex Brendemühl) y su consejero (Daniel Fanego) alertan a la región y ponen en guardia a las mujeres. La acusación y la pantomima de los interrogatorios están en puerta. Lo que inicia como un temor o habladuría, inmediatamente cobra la forma del encierro, el hostigamiento y la tortura. Hombres de atuendo formal, con cruces y libros, atacan y humillan a mujeres desvalidas. Encarceladas, obligadas a bajar su mirar, el grupo busca el modo de contrarrestar lo que sucede. La llegada de sus hombres no será a tiempo, sólo son ellas, no tienen a nadie más con quien confrontar a los que se legitiman con señales de cruz. El cura del lugar (Asier Oruesagasti) intenta ayudar a quienes sabe libres de culpa pero la obediencia debida le gana la partida. Una a una serán interpeladas y domeñadas; pero entre ellas destaca Ana (Amaia Aberasturi), cuyo decir y mirada ponen en jaque a Pierre de Lancre. Su belleza inocultable, de curvas y placeres latentes, sitúa al juez en un debate interno que le hace trastabillar. El calor del deseo obnubila las decisiones del magistrado, todo dependerá de cómo enfrente la tentación con la que el diablo, parece, le confunde. En esta atracción, en este juego dilemático, Akelarre encuentra su mayor tensión, entre una mujer consciente de su hechicería sexual y un hombre reprimido y represor. La situación guarda ciertos ecos con Inquisición (1977) de Paul Naschy, donde el famoso licántropo del cine español interpretaba a un castigador eclesiástico que veía tambalear de igual modo su faena. En ambos casos, los hombres viven lo que les sucede como una pesadilla, una alucinación afiebrada, de la que no pueden o no quieren despertar. Lo que resulta por demás importante en el film de Agüero es la decisión de dejar que sus personajes hablen y se muestren de maneras tal vez “desenvueltas”, en función del momento histórico de la acción. Es un gesto de relieve, porque sitúa aquel hecho en tiempo presente, entre mujeres que saben lo que les sucede –entonces y todavía, entre femicidios que no cesan-, conscientes del disparate que las obliga a ser víctimas. Así, planean estratagemas y demoras en el veredicto, a través de notas de interés respecto del supuesto “sabbat brujeril” sobre el cual tan empecinado se muestra el juez. Las ganas de saber sobre este aquelarre se toca con la necesidad de verlo. En este sentido, Pierre de Lancre es el voyeur modelo, el que busca las maneras –conscientes e inconscientes- que le permitan poner en escena lo que sólo su febril imaginación puede. Presa del deseo, se deja llevar por las sugerencias de Ana hacia la concreción de un festín orgiástico, en donde ellas bailarán al son de un retumbar tribal. El fuego, la comida en abundancia, los cuerpos desnudos, el espíritu demoníaco en éxtasis. Es destacable cómo el film de Agüero apela a los momentos clásicos del cine de brujas, cuya genealogía conoce tantos títulos célebres, pero desde una toma de consciencia que, sin renunciar a los tópicos, le permite articular un nuevo sentido. Por eso la necesidad de situar a mujeres, vale decir, “contemporáneas”. Nunca mejor hecho. Lo también importante, por las dudas, es que el hecho histórico no se encuentra alterado, sino denunciado. Que las actrices tengan líneas de diálogo tal vez “desajustadas” respecto de ese siglo, no hace sino evidente lo imposible del retrato cabal de aquellas épocas y cómo el cine, sobre todo, estipuló rasgos genéricos que bien pueden (y deben) revisarse. Por esto mismo, Akelarre es también una suerte de intervención sobre aquellos episodios de espanto, a los cuales pone en evidencia y poetiza. La poética vendrá de la mano de la resolución, conforme a un juego de matices con los que el film preanuncia algo más, entre gestos y algunos diálogos. Es decir, lo hace desde el tópico mismo del cine de terror, pero sin aseverar lo que (no) muestra. El desenlace, en este sentido, cobra un perfil apenas fantástico, que busca en la mirada de quienes miran (personajes y espectadores) la explicación última, ante tanta muerte. Y esta muerte, no es otra que la de las mujeres.