Luego de su paso por la Competencia Internacional del Bafici en 2014 arriba a las salas la demorada Algunas chicas, tercera película de Santiago Palavecino, en la que el director nacido en Chacabuco revisita escenarios y búsquedas -a las que les agrega parte del elenco y equipo técnico- de su film anterior, La vida nueva (2011).
Mujeres al borde de un precipicio Algunas chicas es por lo menos una película sorprendente. Aunque es sabido que eso se acostumbra a decir con demasiada facilidad, como un lugar común o un automatismo de ocasión. La primera escena muestra una chica que llora dormida; después la chica se levanta, también llorando, se acurruca en un sillón, envuelta en penumbras como un animalito herido: llora con un dolor que parece venir del sueño, o de algún lugar indefinido en lo profundo de la noche. Un crescendo de música de cuerdas suma a la angustia íntima de ese momento un carácter de drama universal de manera admirable, mientras la chica atraviesa enseguida la casa corriendo. Lo que sorprende desde el minuto uno en esta película singular es la convicción con la que las imágenes son capaces de evocar un cierto carácter inasible del mundo, un misterio ciertamente desconcertante cuyo eje podría ser la naturaleza indiscernible entre el día y la noche, o entre mundos que existen en líneas paralelas que aciertan a cruzarse caprichosamente, acaso animadas por el humor cambiante de un dios bromista que opera con malevolencia en el fuera de campo. Como si se tratara de una suerte de thriller con ribetes góticos, el director pulsa una cuerda poco transitada en el cine argentino reciente; el temblor de la película –esa corriente eléctrica que parece recorrerla con una contundencia para la que nada nos ha preparado– está forjado en una clase de ambición que parecía perdida: aquella en la que el cine es el vehículo mediante el cual somos invitados a ver atisbos de cosas que la mayor parte del tiempo permanecen ocultas; restos, fragmentos, partes, visiones incompletas de un diseño inabarcable. La sangre que se ve al final de la escena mencionada donde termina la corrida de la chica se destaca en la pantalla como una mancha maligna, llamada a devolvernos de un golpe a cierto estado de fragilidad insensata, en el que la vigilia puede no ser más que una continuidad perversa y apenas disimulada del sueño. En la secuencia siguiente, una mujer llega de madrugada a un pueblo de provincia y toma un remís debajo de una lluvia torrencial. El conductor del auto, interpretado por Edgardo Cozarinsky, le cuenta a la pasajera la historia del hallazgo de un cadáver. “Nos dimos cuenta de que ese bulto al costado del camino era un cuerpo humano al que le habían amputado las piernas” concluye, más o menos. La evidencia del carácter metafórico del personaje de Cozarinsky, que oficia de guía en el pasaje de ingreso a otro mundo, no impugna la belleza de la escena ni la fuerza inquietante que la anima. La recién llegada es una joven cirujana, que viene a la casa de su amiga de la infancia para pasar unos días en el campo con el fin de restañar una herida sentimental reciente. La dueña de casa tiene un marido opaco y una hija adolescente que acaba de protagonizar un intento de suicidio cortándose las muñecas. Un impulso inesperado une de inmediato a la médica y a la suicida fallida, y a ese vínculo inapresable se le suman las presencias de las dos amigas del pueblo de la chica, una misteriosa heredera que no sabe en qué gastar su dinero y esa niña perturbada que vimos en la escena con la que abre la película. La sangre, los cuerpos secretamente dañados y la idea de la muerte temprana tiñen la narración con un tono ominoso. A esta altura de la película se advierte que Algunas chicas se puede ver con los ojos, con los oídos y con todo el cuerpo. Cada centímetro de piel nos compromete con la película de un modo insólito, como si Palavecino se hubiera propuesto una cosa muy rara, muy fuera de lo que se usa en el cine que nos toca semanalmente: tensar los nervios del espectador apelando a su gusto atávico por los temblores que proporcionan las sombras, el miedo surgido en medio de nuestro estado de indefensión más completo. El director conduce el conjunto a través de una andanada de imágenes que no desdeñan un refinamiento inusual, menos preocupado por halagar la retina de los espectadores de modo espurio que por transportarlos hacia las profundidades de la angustia y la fuerza vital de los personajes. La película, que toma con toda la libertad del mundo la novela de Pavese Entre mujeres solas como fuente de inspiración –en un momento una de las chicas recita, extrañamente en portugués, uno de los poemas más famosos del autor italiano–, dispone ramalazos de horror en el espacio insondable de la casa durante la noche, con sus recovecos y sus dormitorios que parecen replicarse como en una pesadilla, y le agrega el tono melancólicamente luminoso de una historia de mujeres sin familia, sin ataduras, que juegan al límite de sus fuerzas, envueltas de modo creciente en una especie de halo brujeril. El grupo de chicas va a fiestas, toma drogas, se interna en el bosque con armas robadas al dueño de casa para disparar sin puntería; dos de ellas tienen sexo con un desconocido adentro de un auto. El director explota visualmente la inquietud de esa unión inexplicable mediante una cámara que flota, tiembla ligeramente, bucea en el paisaje nocturno o emerge a la luz del día con los primeros rayos resacosos, que se cuelan entre los árboles y van a derramarse sobre los cuerpos de las mujeres que se meten unas líneas de cocaína y se quitan la ropa para zambullirse en la pileta. Algunas chicas ostenta esa autoridad que surge de modo habitual en las películas de Palavecino, ese gusto para rodear un sentimiento de malestar intransferible con la mayor elegancia y sutileza posibles. En un solo gesto, el director argentino desafía nuestra percepción al exhibir los retazos de una amistad de vidas rotas como si se tratara de encontrar para los personajes un nuevo comienzo. La pregunta que se impone es de qué manera lo lograrían, y cuándo. La película es una historia de terror y también un melodrama elusivo de mujeres dañadas al borde del precipicio. Por añadidura, una invitación a palpar los trazos de una topografía paralela cuyos límites constituyen la garantía de un cine que funciona como testimonio inquietante y exploración sensible de lo que nos rodea.
“There’s some kind of female behaviour that I can see reflected in literature and cinema, and yet I find it so enigmatic in life that I felt I needed to film it. I’m fascinated by that which is irreducibly female, that which also baffles us men. I think women inhabit both sadness and happiness in a manner that’s foreign to us, they reason and behave according to a different, unpredictable, zigzagging logic,” states Argentine filmmaker Santiago Palavecino ( Otra vuelta, La vida nueva) about his latest opus Algunas chicas (Some Girls), which had its more than auspicious world première at the 2013 Venice Film Festival, and also won the Best Cinematography award in the international competition of the BAFICI that same year. And yes, Algunas chicas is all about women. Loosely based on Italian writer Cesare Pavese’s Among Women Only, Palavecino’s third opus fiercely examines female depression, seclusion, abandonment, and suicidal tendencies too. Fortunately, none of these issues are tackled from a clinical viewpoint — that would’ve been too easy to imagine. Instead, the angle here is downright existentialist, which makes the drama irresistibly volatile. The story goes like this: Celina (Cecilia Rainero) flees from a marital crisis to visit an old friend and her boyfriend who live in a house in the countryside. But the panorama is far from welcoming: her friend’s stepdaughter, Paula (Agostina López), has had a suicide attempt and is trying (not very successfully) to overcome her depression. Such news trigger unexpected, obscure memories that Cecilia won’t share with anyone, least of all Paula’s off-beat friends, Nene (Ailín Salas), who’s a bit of a psychic, and the well-to-do María (Agustina Muñoz), a nihilist per definition. Let alone the nearby small town and the thick woods, ominous and mysterious at once. Such a story can be told in a number of ways. However, not all of them would do the trick. Smartly enough, Palavecino goes for an elliptical narrative that often works wonders. Instead of asserting what’s happening and why, the filmmaker opts to suggest that the whole, if it exists as such, could only be a series of disjointed fragments linked via free association rather than rational thought. You see the signifiers, but that which is signified is, for the most part, elusive. The queries are there, and yet there are no conclusive answers of any kind. For one, Palavecino doesn’t seem to have them. Neither do the characters. What matters here is what’s left unsaid, what cannot be grasped. Consider that depression goes beyond words and cannot be discussed. Those who are depressed are absent from the world, they cannot talk about what’s happening to them. In fact, some of these women are such islands unto themselves that expressing their most intimate feelings is a true tour de force. So instead of articulate words, there are the unstable moods, the gloomy atmosphere, and the characters’ erratic behaviour. Also, there are long silences, the secrecy, and the small talk - the only possible kind of talk. Even if Algunas chicas begins on a realistic note, soon enough a surreal, dream-like air permeates it all as the inner selves of these girls surface and invade the scene — the dream sequences with the swimming-pool, and the woods’ sequence with an unknown animal (is it an animal?) are gorgeously shot, with no pretentiousness whatsoever. As the different levels of reality tend to overlap, a new and disturbingly eerie scenario unfolds. Yet the supernatural element is never presented as such. It’s just there; it’s probably been there for ages. Like the girls’ pain. As you’d expect coming from seasoned cinematographer Fernando Lockett, the cinematography is highly stylish, but it’s never ornamental. Instead, it’s a major narrative tool to express what lies at the core. And while the overall atmosphere is mostly mesmerizing, that is not to say it’s welcoming. Just like the smart sound design by Federico Esquerro and Santiago Fumagalli, which reveals an undercurrent of darkness. In this sense, voluntarily or not, Palavecino reworks some notions of David Lynch’s aesthetics with remarkable brio, without ever being self-indulgent or ostentatious. That’s to be celebrated. Production notes: Algunas chicas / Some Girls (Argentina, 2014) Written and directed by Santiago Palavecino. With Cecilia Rainero, Agostina López, Agustina Muñoz, Ailín Salas, Agustina Liendo, Alan Pauls, Juan Barberini, Pedro Merlo, Germán de Silva, Edgardo Cozarinsky. Produced by Agustina Costa Varsi, Fernando Manero, Santiago Palavecino, VOLPE FILMS. Cinematography: Fernando Lockett. Art direction: Victoria Marotta. Editing: Delfina Castagnino, Andrés Pepe Estrada. Sound: Federico Esquerro, Santiago Fumagalli. Music: Agustina Crespo. Costumes: Valentina Luppino. Running time: 100 minutes.
Lo que ellas quieren El film arranca con la llegada de Celina, una cirujana porteña en plena crisis matrimonial, a la casa de campo -ubicada en una zona boscosa- de una vieja amiga de los tiempos universitarios a quien hace mucho que no ve. Más allá de sus propios traumas, secretos y miserias íntimas, se encontrará allí con un contexto también bastante desolador, ya que Paula, la hijastra adolescente de su amiga, sufre una profunda angustia y viene incluso de un intento de suicidio. El panorama se completa con la aparición en la zona de dos compinches de Paula: la mística Nené y la cínica María. Todas ellas conformarán una suerte de clan disfuncional y perturbador (iniciarán prácticas de tiro y compartirán miedos, angustias y tensiones). Thriller psicológico con irrupciones melodramáticas, terroríficas y lleno de climas oníricos (por momentos pesadillescos), Algunas chicas es una película de atmósferas surreales sobre estados de ánimo y códigos femeninos con personajes que atraviesan situaciones emocionales bastante extremas. Gracias al aporte de sus talentosas actrices, de su virtuoso director de fotografía (Fernando Lockett) y a las búsquedas narrativas (con mucho de experimentación) de Palavecino el resultado es en muchos pasajes fascinante. Basada en Entre mujeres solas, de Cesare Pavese (obra que sirvió como germen para el largo proceso de ensayos previos del director con las actrices Cecilia Rainero, Agostina Lopez, Agustina Muñoz y Ailín Salas), la película indaga desde una mirada masculina en las frustraciones y estados por momentos casi depresivos de estas mujeres (los hombres quedan restringidos a papeles secundarios que interpretan, por ejemplo, Germán de Silva, Alan Pauls y Edgardo Cozarinsky). Un film inquietante, fantasmagórico, que plantea más preguntas que respuestas, y que -en ese proceso exploratorio, de búsqueda- nos sumerge en la oscuridad (interna y externa) de sus personajes y del lugar.
Celina (Cecilia Rainero) decide tomarse un tiempo de su matrimonio en crisis, y se va a visitar a una amiga en un pueblito alejado de todo. Así es como conoce a un grupo de chicas, amigas de Paula, la hijastra de su amiga. De a poco este extraño circulo de mujeres ira sumiendo a Celina en un misterioso viaje de aventura, autodescubrimiento y misterio, mientras ella comienza a padecer extraños sueños que la hacen replantearse su salud mental. Algunas Chicas es la libre adaptación de Santiago Palavecino, de la novela “Entre Mujeres Solas”,publicada en 1949 por el escritor italiano Cesare Pavese. Algo que salta a la vista a los pocos minutos de ver Algunas Chicas, es que no estamos ante un film convencional. Casi de inmediato observamos algunas situaciones o diálogos que nos hacen encender las alarmas, y notar que si prestamos atención, se nos va a presentar un film psicológico muy de a poco. Quizás el gran problema de la película también venga de la mano con esto. Los espectadores acostumbrados a cintas convencionales, seguramente no van a entender algunas situaciones, o el tono opresivo que maneja toda la película (pese a que tiene muchas escenas en exteriores). Esto se nota principalmente con la protagonista, Celina, que de a poco empieza un viaje de descenso cuasi onírico mientras se relaciona con el extraño grupo de mujeres al que hace alusión el titulo; dando como resultado situaciones en la que ella misma se sorprende de estar involucrada. Esta atmosfera entre densa y lisérgica donde se sumerge Celina es lo mejor que nos muestra Santiago Palavecino en su cinta. A algunos espectadores esto quizás les parezca algo ligth ya que todo es demasiado sutil y no hay nada dicho de forma explícita, pero para quienes sepan captar algunas situaciones que se repiten, y en especial, algunos momentos que parecen fuera de lugar con lo que se venía viendo, salta a la vista de forma natural. Algunas Chicas es una película bastante pequeña y se nota, pero por la buena mano de su director Santiago Palavecino a la hora de construir el guión, se hace bastante llevadera y hasta disfrutable cuando juega con lo psicológico y lo surrealista. Sin ser una obra maestra, se muestra como buena opción entre el mercado de películas argentinas que se toman de escándalos en la vida real entre sus protagonistas, o alejándose de grandes tanques súper heroicos que venimos recibiendo en la sala más que a menudo.
Oscuro universo femenino Santiago Palavecino construye en Algunas chicas (2013) un mundo femenino hermético, onírico, por momentos desconcertante. Gran trabajo de Fernando Lockett director de fotografía. Celina es una cirujana que está en medio de un proceso de separación. Su mirada extraviada, su voz débil, son signos de un mundo interno que se derrumba. Recibida en la casa de una amiga que vive en el campo, con la que convivió durante la época de estudio, intentará recuperarse o, al menos, ver todo con más claridad. Allí se encuentra con su marido y su hija, una joven que intentó suicidarse y que junto a sus amigas sumergirán a Celina en un universo vivaz y paradójicamente oscuro, conformado por fiestas, drogas, prácticas de tiro, y sueños que se tuercen hasta transformarse en pesadillas. Palavecino explora el universo femenino a través de climas, estados de latencia y personajes que llevan el misterio a flor de piel. Tal vez, el personaje que hace más evidente esta cualidad es el de Ailín Salas, joven mística que parece siempre al borde del estallido. En las secuencias que el realizador propone hay mucho del cine de David Lynch, con su banda sonora saturada de graves y la sensación de que fuera de campo “algo está por suceder”. Para conseguir esos climas ominosos resulta clave el aporte de Fernando Lockett, director de fotografía que ha participado en una buena cantidad de films de directores en su mayoría emergentes. Aquí, consigue uno de sus mejores trabajos y resulta prodigioso –sobre todo- el trabajo con los planos-secuencia que sumergen al espectador en este mundo de mujeres que se envisten de misterio. En Algunas chicas hay poco lugar para los hombres; el marido de la amiga de Celina, compuesto por Alan Pauls, un misterioso chofer que interpreta Edgardo Cozarinsky, un amigo de juerga, y un dealer que, en la piel de Germán de Silva, mixtura simpatía y oscuridad por partes iguales. También aparecerán dos personajes masculinos de los que no brindaremos de detalles. Todos ellos parecen delimitar el destino de esas mujeres más que construirlo junto a ellas, sumergidas en un mundo cotidiano sin límites pre-establecidos. En determinado momento, la apuesta de Palavecino parece ser la mixtura del sueño y la vigilia; ambos se confunden y, si bien eso genera una desolación más grande, aleja al film de su vertiente de thriller y lo hace, tal vez, un poco más indescifrable.
Desde su primera escena, en la que muestra a una joven visiblemente angustiada, el tercer largometraje de Santiago Palavecino nos introduce en un mundo misterioso. Algunas chicas cuenta la historia de Celina, una cirujana que en medio de una crisis matrimonial deja Buenos Aires para pasar unos días en el campo junto a una vieja compañera de facultad y su familia. Una vez en el pueblo Celina irá conociendo a otras mujeres y se irá construyendo un thriller psicológico. Palavecino se vale de una puesta en escena controlada, dosificación de la información y una banda sonora precisa para construir un filme inteligente. Algunas chicas es un relato tan incómodo como subyugante lleno de tensión y belleza.
Es un bienvenido y extraño objeto cinematográfico Hay llanto, sangre, indicios claros de una tragedia en el comienzo de Algunas chicas. Con esa escena en la que se sugiere mucho y se aclara poco, protagonizada por un personaje enigmático, el director Santiago Palavecino pone de manifiesto desde el principio su propuesta alejada del realismo y extiende una invitación al espectador a dejarse llevar por el espíritu pesadillesco de la película, sin pedir explicaciones. Algunas chicas, que está inspirada en una obra de Cesare Pavese, apenas sigue las reglas de la forma clásica de contar una historia, poniendo ciertos hechos en un orden narrativo, porque lo que cuenta, en realidad, tiene mucho más que ver con la psiquis de sus personajes que con situaciones del mundo exterior. Celina (Cecilia Rainero), una cirujana, se va de Buenos Aires, escapando de una crisis matrimonial y llega al campo donde vive su amiga Delfina (Agustina Liendo), con su marido (Alan Pauls) y la hija de éste, Paula (Agostina López), quien sufre depresión con intentos de suicidio incluidos. Celina forma con las amigas de Paula, María (Agustina Muñoz) y Nené (Ailín Salas), un grupo que encuentra diversas formas de matar el tiempo, que incluyen sexo, drogas, visitas al casino y nadar en una pileta. Pero nada de esto puede sacarlas de sus depresiones, desesperación y sueños perturbadores. Tanto en su estética como en su narración, Algunas chicas es un bienvenido objeto extraño en el cine argentino. La fotografía de Fernando Lockett y el sonido, a cargo de Federico Esquerro y Santiago Fumagalli, son los pilares sobre los que se construye el clima enrarecido del film, que recuerda el cine de David Lynch. Lo más atractivo es la original mirada de Palavecino sobre la vida de pueblo, que se aleja del costumbrismo y se anima a internarse en las zonas más oscuras del inconsciente de sus habitantes. Las actrices que interpretan a las chicas del título hacen un gran trabajo, cada una con su forma personal de darle matices y sugestión al retrato de sus personajes.
Para aburrirse, mejor Antonioni En 1949 Cesare Pavese publicó "Entre mujeres solas", novela breve donde una mujer que supo valerse por sí misma vuelve a su ciudad natal. Allí, por razones de trabajo, se relaciona con gente de la clase alta. Gente apática, indolente, viciosa, sobre todo las mujeres. Una chica más sensible que el resto intenta suicidarse. Las amigas reaccionan con burla y desprecio. Por su parte, la mujer que supo valerse por sí misma siente desprecio por todas ellas. No es esto lo único que pasa. En 1955 Michelangelo Antonioni llevó la novela al cine, con Eleonora Rossi Drago, Valentina Cortese, Yvonne Furneaux, Madeleine Fischer como la joven sensible, en fin. Principal coguionista, la gran Suso Cecchi D'Amico. Era "Las amigas" ("Le amiche"), buena película. En 2013 Santiago Palavecino se reunió con Cecilia Rainero, Agostina López, Agustina Muñoz, Ailín Salas y Agustina Liendo, le entregó un ejemplar de la novela a cada una y les propuso improvisar un poco sobre ese texto. El resultado es lo que ahora vemos. Una médica cirujana en crisis matrimonial se toma vacaciones en la amplia casa de una excompañera de estudios, cuya hijastra tuvo un intento de suicidio y carga con un par de amigas que se hacen las misteriosas, o son directamente medio rayadas. De la novela original queda poco (mujeres haciendo huevo, hablando pavadas y lastimándose mutuamente, algo de lesbianismo, alguna que otra frase suelta) y nada. Pero sus responsables la citan como fuente de inspiración. Para mayor originalidad, paulatinamente se van agregando toquecitos extraños, sonidos de cinta de terror, momentos oníricos de baja potencia, escenas sueltas, vueltas inconducentes, alteraciones inesperadas, siempre con la sana intención de mantener el interés y justificar el divague. Algunos efectos son lindos, y el veterano director Edgardo Cozarinsky agrega un plus apareciendo como taxista nocturno con el nombre de Caronte (algo de lo que nos enteramos recién con los créditos finales). Sin embargo, pese a todos estos chiches, el ritmo general es amodorrante. La película dura lo mismo que la de Antonioni, pero parece mucho más larga y encima carece de sentido.
ALGUNAS CHICAS parte desde el desconocimiento. Ahí donde buena parte de los cineastas narran para probar una hipótesis sobre el mundo o sobre las personas, la tercera película de Santiago Palavecino se abre al misterio. No sabemos bien quiénes son estos personajes, no sabemos bien qué les pasa y tal vez no lo sepamos nunca. Pero acaso lo más rico que tiene el filme es que da la sensación de que ni el director ni las actrices lo saben tampoco. Bienvenidos al reino de la incertidumbre. Funcionando en territorio poco usual para el cine argentino de las nuevas generaciones, la película del director de OTRA VUELTAhusmea sobre los misterios de las mujeres de un pueblo chico con el espíritu del contador de cuentos que se sabe una historia acerca de alguna leyenda del lugar. Celina es una cirujana -elección no casual de profesión; la ciencia enfrentada a lo inasible- que llega a un pueblo a visitar a su amiga y a pasar unos días con ella. Allí se dará cuenta que la situación no es ideal: Paula, la hijastra de su amiga, no aparece, deprimida tras un intento de suicidio. Celina tampoco parece garantía de apoyo moral: se la ve bastante maltrecha por razones que no cuenta. De a poco Celina irá conociendo a Paula y el universo que ella habita: su amiga María, ácida e hiriente, la líder del grupo; y Nené, extraña y bella criatura que parece sentirse más a gusto entre los árboles, el fuego y la noche que con las personas. El grupo se reunirá con motivos inciertos: para beber, para ir a una fiesta, para agarrar armas y disparar al aire. Alrededor de ellas todo parece tan frágil como inestable, tan extraño como peligroso. Como en un TWIN PEAKS bonaerense o en un noir sin detective, las chicas empezarán a jugar con fuego. Y ese fuego no es otra cosa que ellas mismas, siempre a punto de arder. Distinta en lo formal a LA NUEVA VIDA, pero con una búsqueda temática similar en lo que respecta al viejo cuento del melodrama de los ’50 (aquello de “pueblo chico, infierno grande”), ALGUNAS CHICAS husmea sobre lo femenino pero sin pretender explicar ni teorizar ni psicologizar del todo a los personajes. Hay pulsiones de muerte, hay una amistad abusiva, hay alcohol y misteriosos sueños, hay ex parejas y armas y traficantes de drogas y soledad y miedo. Todo eso junto o nada de eso es lo que puede estar causando el hervor pueblerino que cuenta el filme. El tono de “leyenda” queda explicitado de entrada nomás cuando el taxista que encarna Edgardo Cozarinsky le cuenta una historia del lugar a la recién llegada y todavía no preparada Celina. Y pronto notaremos que algunos paisajes no son necesariamente realistas (ni reales) y que todo transcurre en un escenario más pesadillesco que real. Esas pesadillas funcionarán a la manera de advertencia, pero no prepararán del todo ni a Celina ni al espectador para lo que se viene. Ese hastío burgués del que habla la novela original de Césare Pavese, ENTRE MUJERES SOLAS -y la película LAS AMIGAS, de Michaelangelo Antonioni que la adaptó por primera vez- está presente y maximizado. La decadencia combina con el cansancio y la abulia, pero también con la desesperación y la curiosidad. Si bien los hechos son crueles, la mirada nunca lo es. Ni es impiadosa ni distante. Es la mirada del que se deja subyugar por el misterio de la indolencia, por la fascinación del desapego. Antes de su angustiante acto final la película entrará en una zona similar al estado mental de los personajes: su narración se volverá confusa -como confundidos están los personajes, especialmente Celina- y el espectador sentirá una mezcla de placer y espanto al no saber bien hacia donde se conducen. El mismo placer y espanto que sienten las protagonistas. Además de una puesta en escena bastante enrarecida para el cine argentino promedio (las mencionadas trucas, algunos planos secuencias lujosos que llevan la firma del talentoso director de fotografía Fernando Lockett), ALGUNAS CHICAS se apoya en el talento de sus “chicas”. Cecilia Rainero va dejando entrever de a poco más y más capas de su Celina, mientras que Agustina Muñoz (María) es la portadora de la bandera de (macabras) ceremonias. Ailín Salas aporta otra vez su presencia enigmática y su tono grave para un personaje igualmente enigmático y grave como Nené, y Agostina López encuentra el tono adecuado para pintar a la frágil y débil Paula. ALGUNAS CHICAS comparte con VIOLA, de Matías Piñeiro, no sólo una actriz (Muñoz) y un director de fotografía (Lockett) sino una familiaridad temática (el tan mentado “universo femenino”) y una propuesta estética y narrativa que pretende alejarse de las rutas más caminadas por el cine argentino en los últimos años (salvo, en algún sentido, por ciertas zonas del cine de Lucrecia Martel) para explorar en los márgenes del género. Mezcla de film noir, película de suspenso, melodrama y cine de terror, ALGUNAS CHICAS es una apuesta formal tan lograda como inimitable, una película de vampiros, de espectros, de criaturas de la noche. Un cuento para contarse a uno mismo antes de dormir… y no dormir.
Mujeres en fuga Tras su paso por el BAFICI 2014, finalmente se estrena Algunas Chicas (2013), perturbadora e hipnótica propuesta de Santiago Palavecino, con un elenco dominado por jóvenes talentosas, entre quienes se destacan Ailín Salas, Agustina Muñoz, Agustina López y Cecilia Rainero, acompañadas por Alan Pauls y Germán Da Silva, entre otros. Las buenas historias tienen que mantener intacto el misterio o esa ambigüedad que hace que el espectador indague al film, escudriñe por el ojo de la cerradura para descubrir indicios bajo el encanto y el sopor construido meticulosamente por el propio director para sentirse menos perplejo ante el desarrollo de los acontecimientos. Con Algunas chicas, tercer opus de Santiago Palavecino, ocurre exactamente eso: personajes femeninos misteriosos, atmósferas oníricas envolventes y un protagonismo invisible de la muerte a cada paso en que avanza la historia que mezcla géneros, alucinaciones y momentos de extrema intensidad a cargo de un elenco muy sólido que acompaña perfectamente esa mezcla de anacronismo en un universo extraño y seductor que atrapa desde el primer minuto a quien llega a esta casona enigmática y muy arraigada con el cine de David Lynch.
Cinco mujeres en un clima enrarecido. El realizador de Otra vuelta construye aquí una película inclasificable, inasible, en la que nada es lineal y donde las figuras masculinas aparecen desdibujadas.Con grandes climas visuales, la apuesta es alejar el fantasma del naturalismo. El tercer largometraje de Santiago Palavecino (Chacabuco, 1974) tuvo su estreno mundial hace casi tres años, en el marco de la sección Orizzonti del Festival de Venecia y, en abril de 2014, se presentó en la Competencia Internacional del Bafici. Por diversas cuestiones –algunas de ellas ligadas al estado de la distribución independiente en la Argentina, otras más azarosas y particulares–, Algunas chicas desembarca recién ahora en la cartelera comercial, luego de un amague de retiro del mundo del cine del director de Otra vuelta y La vida nueva y la reciente confirmación de una cuarta película de próximo estreno. Inspirada muy libremente en Entre mujeres solas, la novela del italiano Cesare Pavese, la historia del film da sus primeros pasos acompañando en una caminata desesperada a Nené, el personaje interpretado por Ailín Salás, mientras en la banda de sonido se escuchan ominosos acordes de Mahler. La escena es elegante pero no amanerada, y culmina con la imagen de una aparente muerte que –se sabrá algunos minutos más tarde– no ha sido tal. Luego de la secuencia de títulos, Celina (Cecilia Rainero) llega desde Buenos Aires al pueblo donde viven Nené y Paula (Agostina López), cuya sangre derramada no ha logrado detener la vida. Allí la recibirá Delfina (Agustina Liendo), una amiga con la cual compartió algunos de sus años de estudio, y no tardará en aparecer la misteriosa María (Agustina Muñoz), quien parece conocerla o, al menos, intuir algunos pormenores de su visita. Palavecino se sumerge en un universo que es, casi exclusivamente, femenino, a tal punto que los hombres que rodean a esas mujeres aparecen algo desdibujados, a pesar de su presencia literal en pantalla o en un tácito fuera de campo. Ese remisero interpretado con ironía de cuentista por el escritor y realizador Edgardo Cozarinsky; el personaje del marido de Delfina, encarnado por Alan Pauls; el dealer que filosofa (o el filósofo que vende drogas); el chico con el cual Celina y María llevan adelante una fantasía, resultan figuras algo fantasmales, erráticas, proveedoras de transporte, drogas, sexo o contención. Algo lógico si se tiene en cuenta que la apuesta de Palavecino –desde el momento en el que esa imagen proyectada vibra irrealmente a través de la ventana de una habitación– es alejar el fantasma del naturalismo. Las chicas son cinco y también son cinco las actrices. Algunas son muy jóvenes, de unos veintipico de años; otras han cumplido los treinta hace algún tiempo. Los sitios donde transcurren los hechos –que también pueden ser fantasías o pensamientos, deseos y miedos– son esa casa de campo y algunos lugares del pueblo, la carretera que los une y un frondoso bosque lindero. Como si esos lugares fueran representaciones mentales de estados de ánimo, Algunas chicas los conjura en pantalla en una suerte de laberinto con aspecto de sueño. Y de pesadilla. La búsqueda de un clima enrarecido, gracias al cual las posibilidades de una lectura metafórica se evaporan (o, al menos, inhabilitan una construcción unívoca), empujan a Palavecino a introducir técnicas y recursos diversos, incluso algo olvidados, como el flash forward. Elementos que no hacen más que reforzar la idea de circularidad, de retorno a un punto de partida que también puede ser el destino final. El de Algunas chicas es un relato hecho de bifurcaciones, duplicidades y ramificaciones, apoyado por el trabajo de fotografía de Fernando Lockett, uno de los grandes creadores de climas visuales del cine argentino. Un paseo por el bosque que tiene mucho de salvaje, pero también de melancólico. Hay algo ritualista en el encuentro y reencuentro constante de esas cinco mujeres y, en el camino, el realizador entrega una película difícil de clasificar, algo inasible, por momentos inquietante y definitivamente libre.
Este es el tercer film del director argentino Palavecino que nos presenta un thriller psicológico se introduce en el mundo femenino, libremente se inspira en la novela “Entre Mujeres Solas” de Cesare Pavese. A medida que transcurre la historia mete al espectador en un laberinto e intenta asemejarse algunos films de David Lynch, introduce imágenes de caballos galopeando, trenes que pasan y una serie de símbolos. Algunos excesos y momentos inquietantes.
LA RUINAS CIRCULARES Siempre es mejor estar en casa. Pero por eso mismo hay que escapar de allí. Quizá un poco más cuando casa no es hogar. ¿O más cuando lo es? ¿Pero hay forma de huir? Celina (Cecilia Rainero), al llegar a la casona de campo de Delfina (Agustina Liendo) -una amiga de la universidad a la que no ve hace tiempo-, casada con Sergio (Alan Pauls) -un hombre más grande que ella y padre de Paula (Agostina López)-, sentirá que en su estado (está atravesando una crisis matrimonial) más le valdría no permanecer allí. Pero no puede irse. Paula ha intentado suicidarse y Nené (Ailín Salas), con sus dotes adivinatorias, y María (Agustina Muñoz), una joven viuda con una herencia a derrochar, -sus dos amigas- se aparecerán de improviso para ayudarla a salir, literal y simbólicamente. Este grupo heterogéneo de mujeres, de distinta clase, educación y franja etaria, se acompañará en las salidas (fiestas, casino, tiro al blanco), compartirá sexo y drogas en procura de saciar sus deseos y transitará los pesares que arrastran, una pátina de muerte que todo lo empaña. Y el director Santiago Palavecino las sigue (y con él la arriesgada cámara de Fernando Lockett) como quien se prenda de un destello fugaz que lo obsesiona o, si no tanto, por lo menos, lo subyuga. Entre el borgiano “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?” y el pessoista “somos contos contando contos, nada” se balancea Algunas chicas, la tercera película de Palavecino (Otra vuelta, La vida nueva), presentada en Venecia en 2013, en Bafici en 2014 y que finalmente llega a su estreno comercial. Y esas referencias literarias no son azarosas en un film donde un chofer (que interpreta Edgardo Cozarinsky y que se nomina en la ficha técnica como Caronte) que transporta a los personajes “extranjeros” a una tierra nueva, jamás consigue terminar de narrar su cuento -que a la vez repite con diferencias en las dos oportunidades que lo intenta-, y que refuerza esa estructura narrativa no clásica que constituye a la película. Palavecino consigue plasmar, con una pericia notable -tanto en la dirección como en el guión-, algo así como un cine de “género de autor”. Una especie de thriller, con toques de terror, con un suspenso en latencia permanente pero narrado con técnicas de la modernidad. Utilizando el flashforward como anticipo (desde la imagen) o premonición (desde la trama), despliega imágenes que se subsumen en duermevelas o ensoñaciones de las protagonistas. Déjà vu intrigantes y pesadillescos que diluyen toda posibilidad de anclaje temporal. ¿Sucedió o va a suceder lo que vemos? ¿Está sucediendo ante nuestra mirada? Con una circularidad que agobia, estas chicas se enlazan, se escapan, ríen y lloran, se buscan y huyen de las otras y de sí mismas sin conseguirlo. Mientras por la ventana de un cuarto se observan imágenes proyectadas que dan cuenta de un paisaje móvil (evidenciando su artificialidad), nos preguntamos si lo que se vive en la casa cerrada no es entonces la ficción de una realidad o un sueño. Y los mitos se derrumban y se hacen añicos, entre ellos, aquel que asevera que las mujeres se cuentan todo. Estas chicas hablan pero se dicen poco. Sostienen secretos que las unen de un pasado en ese mismo lugar, acaecidos durante la boda de Delfina. Ocultan información y ni siquiera cuando son puestas en evidencia aceptan jugar al sincericidio, ni siquiera a la sinceridad. Los procedimientos utilizados (tanto en la forma como en el contenido) que eligen lo indirecto, el retazo narrativo, el extrañamiento, las ambigüedades tiñen a la película de un tono y un ambiente en el que lo real y lo onírico no pueden diferenciarse con claridad. Y a partir de esa ambigüedad pugna por ganar en nosotros, espectadores, la costumbre de pretender completar los casilleros vacíos y olvidar que siempre es mejor (como nos enseñara Susan Sontag en su célebre ensayo) ir contra la interpretación que siempre resulta conservadora y tranquilizante. Film de sensaciones y de fluidos que no dejan de correr (aunque no corran siempre): el agua de la lluvia, el de las piscinas, el de las bañeras (algo turbias), el de la sangre que como marca indeleble tiñe pieles, sábanas, toallas, piletas de baño. Film de acciones que no se corresponden únicamente a la relación de causa-efecto, de imágenes que huyen como los caballos nocturnos o que se repiten respondiendo a una logicidad otra, Algunas chicas no deja de creer en la corporalidad como enclave y soporte. Si la desconexión con el mundo, entre ellas y con sí mismas son moneda corriente en las protagonistas, no siempre ésta logra vencer: hay una palabra, un gesto, una disculpa, un abrazo o, simplemente, unas manos. Manos que se tocan como quien puede leer en ellas un destino a combatir o, al menos, a volver más amigable, aún sabiéndolo finalmente vencedor, y que apuestan a cierta necesaria corporeidad, a un Eros frente a un Tánatos que parece poder con todo. Algunas chicas está plagada de signos y marcas de un horror que se intuye desde el principio, una tragedia que se avecina y no se puede evitar. Pero aún así la cámara respeta a sus protagonistas y no las muestra como maniquíes ni el guión las mueve como títeres. Son ellas las que parecen decidir retardar el final o retrasar el juego o adelantar las pistas. La seguridad ansiada termina siendo la fatalidad anunciada y al espectador sólo le queda dejarse arrastrar por esa belleza inquietante.
La tercera película del director oriundo de Chacabuco es una de las películas más extrañas del cine vernáculo reciente y sin duda la más personal de su carrera “En realidad uno siempre está en su casa. Aunque viaje, se meta en un convento, aunque intente matarse…” , dice el misterioso personaje de Germán Da Silva en Algunas chicas. A esa locución, responde el personaje de Cecilia Rainero: “Entonces vos decís que uno siempre está en casa”. Da Silva remata: “Sí, y por eso hay que irse”. En ese diálogo fundamental se cifra el nuevo film de Santiago Palavecino, una intrincada meditación sobre la insatisfacción (de clase) que insinúa ser cine de terror y mantiene sin embargo su indeterminación genérica para acentuar todavía más la incomodidad de su registro. El argumento es el siguiente: una médica deja a su marido en Buenos Aires sin explicaciones y visita a una amiga que vive con su esposo y la hija de este (que adolece de una depresión) en algún pueblo de la provincia. Dadas las dimensiones de la casa y el mobiliario, se trata de personas pudientes. No se sabe muy bien qué hacen, pero está claro que la bonanza económica y la tranquilidad pueblerina no son suficientes para garantizarse un buen vivir. En el pueblo, además, hay otras chicas; una de ellas es media bruja y amiga de la hija de la pareja, la otra, más grande, amiga de los padres y dispuesta a pasarla bien del modo que se pueda. El malestar es ubicuo y se enuncia más en la conducta que en los diálogos. Tener sexo, tomar drogas, practicar tiro forman parte del ejercicio de evasión que se requiere para que la constatación del vacío cotidiano no se imponga. La vida de los pueblos revela aun más la inconsistencia de lo real, o la contingencia del sentido y gratuidad de cualquier acto humano. A esa irritante evidencia se le suma una sensibilidad onírica cercana a la pesadilla. Desde la hermosa secuencia inicial musicalizada con la Quinta sinfonía de Mahler, el relato se inscribe en dos lógicas para organizar su desarrollo: los sueños y la vigilia se entrecruzan, y la pesadilla es permanente. En esto, el ojo mágico de Fernando Lockett, el gran director de fotografía argentino de su generación, es una extensión física perfecta para los deseos de extrañamiento del director; sin él, el film es imposible. Hay varias secuencias notables en Algunas chicas. Una tiene lugar en el final: las protagonistas van de un lado al otro alrededor de un pasillo y de una piscina en un complejo que parece abandonado. Los movimientos de los personajes y la precisión del registro y el montaje son tan ostensibles como también el inconveniente con el que a menudo chocan las imágenes: cierta saturación de los efectos sonoros que no se ajusta a la verificable sofisticación visual del film. El equilibrio entre sonido e imagen en una película de esta naturaleza exige una peculiar atención entre esas dos variables estructurales de cualquier film. El origen literario del film, la novela Entre mujeres solas, del gran Cesare Pavese, resulta una inspiración legítima pero amablemente traicionada por Palavecino, pues la película es tan autónoma y distinta a ese libro como la primera versión cinematográfica a cargo de Michelangelo Antonioni. En ninguno de los dos casos se trata de una ilustración en imágenes. Con su tercer film, Palavecino se afirma como un director dispuesto al riesgo y a la inevitable incomprensión que conlleva tomar caminos poco transitados. Algunas chicas es del tipo de películas que necesitan del desprejuicio. Solamente así se puede entrever la consistencia de su poética y usufructuar los placeres cinematográficos que pone a disposición del público.
Fuga de mujeres Aquellos que leen Cinergia, supongo que prefieren la sinceridad antes que una crítica amistosa sobre un film. Yo, siendo sincero, no entendí Algunas chicas, del director Santiago Palavecino. La considero una sucesión de hechos y personajes con un sentido, que no se termina de entender, y una filmación bien lograda, pero lo pausada y suspendida que es, hace que no se termine nunca y deja un guion pobre y con falta de fuerza. Luego vamos a hablar de las actrices del film, un rubro aparte de esta crítica. Santiago Palavecino habló en 2013 con la web de Informe Escaleno y contó cómo fue la escritura del guion de Algunas chicas: “Lo escribí durante un período de ensayos que duró seis meses. Luego seguí escribiendo y cambiándolo. De todos modos, las chicas tenían lugar para improvisar, por ejemplo hay una escena que fue inventada toda el último día: le conté el cuento a Ailín (Ailín Salas, quien encarna el personaje de Nené), pero no al resto y ella lo reprodujo. Muchas de las reacciones son propias de ellas, de hecho una de las frases que a mí me parece la más linda de la película, la inventó Agustina (Agustina Muñoz, María en la ficción), que dice “tenés que vivir y punto. ¿De qué te sirve tener un sueño premonitorio? Si te encontrás con el tipo, te lo encontrás”. Creo que la película está construida a partir de presentes muy intensos y muy cercanos. Nos tomó un año montar la película”. También contó como influyó la obra de David Lynch en su película: “Una de las cosas que me propuse para alimentar mi amor por el cine fue revisitar aquellas películas de mi infancia, aquellas por las que me hice cinéfilo, las que despertaron el deseo de hacer cine. Y en esa lista está Lynch, como también Cronenberg. Lynch es un cineasta que no se puede imitar. Pero claro, es de esos que dejan una huella tan profunda en tu cerebro, que es muy probable que eso haya entrado de maneras que yo ni sospecho. Aunque hay cosas que hago a conciencia”. Otra cosa de la que habló fue de cómo se logró el sonido del film: “Trabajamos todo un año con una compositora de música contemporánea muy talentosa que es Agustina Crespo, quien justo se estaba por ir a París, pero le pedí que antes hiciera el sonido para la película. Hay un gran trabajo en conjunto entre la compositora y los ingenieros de sonido. Lo que yo quería era que no se pudiera distinguir qué es música y qué sonido ambiente. Me pone nervioso la pereza de poner pajaritos de día y grillos de noche. Además, en el cine argentino se ha creado el mito de que las películas si no tienen música son más ambiguas, que no sé de dónde lo sacaron porque ningún gran cineasta trabaja así. Por ejemplo Bresson es considerado un cineasta que no usa música. En primer lugar, sí la usa, y en segundo, las bandas de sonido que él utiliza están hiper compuestas. El sonido debe funcionar como otra línea de narración. En el caso de esta película, nos llevó un año hacerlo porque había que encontrar la forma de que la música tuviera muchos matices; no tenía que ser utilizada para subrayar, sino también para contradecir, para agregar una capa más de significado”. Sobre las actrices podemos decir: Cecilia Rainero: tuve un gran problema con las actrices de Algunas Chicas , pero si tengo que rescatar a alguien, Rainero es la indicada, de los tres personajes principales es la que más se destaca. Agostina López: tengo que decir que lamentablemente López fue de lo peor del film, igualmente esta sensación de que no está encontrando buenas actrices jóvenes en la actualidad me inquieta desde hace rato. López parece confundir el hablar despacio, pausado y tranquilo con actuar. Ailin Salas: con Salas tuve sensaciones mezcladas, por momentos no tiene una mala performance, pero por otros parece contagiarse de López y cometer el mismo error que ella.
MUNDO FEMENINO CON MISTERIO El director Santiago Palavecino se mete de lleno en el mundo femenino, y logra un film interesante, personal, que le escapa a los lugares comunes. Logra una atmosfera inquietante que une el thriller, el horror, las pesadillas, los deseos de cinco mujeres en el campo, el melodrama. Un film misterioso y seductor que une ensoñaciones y realidad como chispazos que sorprenden y atrapan al espectador. El erotismo liberado, los intentos de suicidio, la violencia, y una melancolía pegajosa que lo invade todo.
Sofisticada apuesta de un director joven, Santiago Palavecino, a sumergirse en un mundo de mujeres que atraviesan distintas situaciones -duras, oscuras, difíciles o secretas- y confluyen en un pequeño pueblo rural. Una cirujana llega invitada por su amiga, a la que no ve hace años, y cuya hijastra ha intentado suicidarse. La visitante también trae a cuestas una historia de la que huye y que se sabrá de a poco. Onírica, caprichosa, como un cruce entre entre el cine de david lynch y el de lucrecia martel, la película sugiere aquelarres y pesadillas atractivas. Aunque varias escenas se sienten forzadas y una duración menor hubiera aumentado su potencia.
El misterio femenino o cómo decodificar a cinco personajes particulares. Luego de las novedades formales de Otra vuelta y La vida nueva –films inclasificables en algún rótulo, y por eso mismo, enigmáticos- Santiago Palavecino observa a cinco mujeres de diferente procedencia social, recurriendo a un espacio cinematográfico (un bosque) que adquiere raíces fantasmagóricas. Celina (Cecilia Rainero), María (Agustina Muñoz), Nené (Ailín Salas), Delfina (Agustina Liendo) y Paula (Agostina López) conforman un corpus heterogéneo, repleto de matices y conflictos internos, disímiles en sus acciones, rostros y cuerpos. En ese sentido, Algunas chicas elimina cualquier atisbo de explicación psicológica ni tampoco se aferra a la dictadura de un guión con sus correspondientes quiebres. Los personajes están ahí, tan desconcertados como se requiere desde la elección de una puesta en escena al abismo en donde la sorpresa y los cambios de tono y de códigos genéricos posibilitan una sutil extrañeza en la narración. De allí que los encuentros y desencuentros de los personajes adquieren un aura fantasmal, no solo porque uno de ellos se considere una bruja sino también debido a los climas sinuosos y nada realistas que ofrece una trama atrapante. El disparador argumental es la vista de Celina a una casa de campo donde se reencuentra con una amiga y conoce a otros personajes jamás condicionados por el guión. La luz y el sonido triunfan sobre la palabra escrita, favoreciendo los cambios de tono y las alteraciones genéricas que propone el argumento. El espacio se reconvierte en forma permanente, variando de un sinuoso bosque a interiores asfixiantes que determina la trama. Las relaciones entre las cinco mujeres actúan como meros pretextos argumentales hacia zonas novedosas, haciendo prevalecer una atmósfera onírica en donde a Algunas chicas se la observa más que cómoda. Santiago Palavecino concibió su reinterpretación Mulholland Drive y emprendió su viaje por su propia Lost Highway pero en clave femenina. Bienvenidos, entonces, a este misterio con más preguntas que certezas.
Luego de un impasse autoimpuesto, y con una demora de varios años, llega a las carteleras porteñas “Algunas Chicas” (Argentina, 2013), tercer largometraje del realizador Santiago Palavecino, figura clave del cine independiente argentino. La película bucea en diferentes géneros y estilos para construir una sugerente, hipnótica y enigmática película, que dispara múltiples significantes ya desde su primera escena, que serán apreciados por aquellos espectadores que gustan de las películas en las que nada está predeterminado ni establecido. En el arranque vemos a una joven en medio de la noche. La misma asume el rol de un espectro quejoso y camina por una vivienda y luego por el parque de la misma sin saber certeramente el porqué de su comportamiento errático. Esa es la primera chica (Ailin Salas), de las muchas que irán apareciendo a lo largo de la narración, la que, con una estructura disruptiva, va sugiriendo a partir de la incorporación de otros personajes, situaciones que podrían configurar un contexto para que los mismos circulen, pero que en realidad, y en el fondo, nunca sabremos a qué plano pertenecen. Lo onírico, presente todo el tiempo en “Algunas Chicas”, es favorecido en el relato a partir de las escenas nocturnas en las que las pesadillas recurrentes de una joven llamada Paula, hija de una mujer llamada Celina, recién llegada al lugar en donde todo acontece, serán sólo la excusa para recomponer el infierno que amenaza a Celina, disparado de su situación particular de recién separada y fugada de su casa. Así, mientras Celina intenta obtener respuestas sobre su hija y las amigas de ésta, se meterá de lleno en las rutinas a las que las jóvenes están acostumbradas, un errabundeo por los campos, las viviendas abandonadas, y la visita a un misterioso ser (uno de los pocos hombres que componen el universo del filme) que las llena de alcohol, comida y drogas, para que las mujeres continúen su derrotero sin encontrar un rumbo claro. Esteban, la pareja de Celina, es otra de las figuras masculinas, y la misma es evocada por comentarios verbales, mensajes en contestadores automáticos o en una escena hacia el final en la que asume el rol de participante secundario del “sueño” en el que su mujer se ve inmersa. La reiteración de algunas situaciones, como así también la inevitable y necesaria duplicación de escenas (las del taxi manejado por Edgardo Cozarinsky son esenciales en este punto), producen la inevitable y orgánica confusión generalizada inherente a la estructura de “Algunas Chicas”, una desorientación que se percibe durante todo el largometraje, y que son la clave del disfrute de la historia. La lograda puesta en escena y una cuidada fotografía de Fernando Lockett, son las que realzan la calidad del producto, la que, más allá de las experimentaciones que Palavecino implementa con retroproyecciones en algunos cuadros y la artificialidad de cada uno de los viajes en automóvil de los intérpretes, también configuran el universo particular que imaginó para sus “chicas”. En la búsqueda de una expresividad que pueda reflejar de una manera más fuerte la intención de jugar con los géneros, es en donde este filme, más allá de lagunas, y situaciones inconclusas, se pueda apreciar la intención general de “Algunas Chicas”.
Con tres películas, Santiago Palavecino (La vida nueva) es un claro exponente del cine Indie local. Como en sus films anteriores se vale del género para adentrarse en una narración mucho más particular. El universo de Algunas Chicas es femenino, las mujeres son las que expresan sus emociones y dejan sus pulsiones a flor de piel. Un enigmático cuento de suspenso, el centro son cinco mujeres, pero el punto de vista lo posee Celina (Cecilia Rainiero) quien llega a un pequeño pueblo para instalarse en la casa de una amiga a quien hace muchos años no ve. Celina es médica cirujana y viene huyendo de una relación quebrada. Al llegar al hogar de su amiga, casada, nota la ausencia de Paula (Agostina López) la hijastra de la mujer. Quien parece está encerrada en su dormitorio y no quiere salir de él. Este halo de misterio se acrecienta cuando al día siguiente Celina salga a recorrer el pueblo y se encuentre con otras dos mujeres, amigas o conocidas de Paula, cada una con características particulares, que la increpan por el destino de la ausente y pronto entran en confianza. Celina cada vez más se introduce en la historia de Paula, de estas dos mujeres y de su amiga, llenando todo de un misterio palpable. También se siente la necesidad de olvidar, Celina se deja llevar, recorre la zona con cada una de las mujeres, deja que le cuenten más que hablar de ella misma. El misterio se agiganta y los lazos extraños comienzan a tejerse, más aún cuando la mentada Paula diga presente. No hablamos de hombres, que los hay, pero no ocupan el rol central, Palavecino los ubica en lugar periférico, de circunstancia o detonante. El padre de Paula, un dealer, un chofer, y otro par que se revela sobre el final. Todos están ahí, en escena, haciendo sus aportes a las historias de cada una de estas mujeres que son las que expresan qué es lo que les sucede. El guión se desarrolla cual viñetas, instantes separados en la estadía de Celina, que inicia así un viaje de auto descubrimiento. Como un mosaico gigante que podría funcionar también como gran estructura teatral. Hay algunos giros importantes en la historia que no conviene desarrollar, pero que un ojo atento puede adivinar a los pocos minutos. Esto no desmerece un guión que finalmente no se inclina tanto por el misterio como por la introspección. Palavecino es un sólido director actoral, y eso se nota en la armonía lograda en cada escena. Las cinco mujeres logran momentos destacables, en solitario o en apoyo. En especial se destaca la labor de Ailin Salas a quien la cámara adora desde la primera escena. Salas, poseedora de esa belleza salvaje y de esos gestos rabiosos sin necesidad de sobre expresión (casi todo lo contrario) acapara cada cuadro en que participa, se adueña de la mirada del espectador; con el personaje más enigmático de todos. Un gran trabajo en la fotografía, a cargo de Fernando Lockett, quien junto a la disimulada banda sonora generan un cuadro entre lo ominoso y lo cotidiano de quien se adueña de la noche para olvidar sus días. Finalmente Algunas Chicas no es un thriller, se vale de él para profundizar en un drama sobre mujeres que sufren cada una a su modo, o al mismo modo de todas en conjunto. Donde la identificación con el público femenino es probable que surja de modo natural. Aquellos espectadores que busquen modos narrativos diferentes saldrán mucho más favorecidos que quienes se introduzcan en la búsqueda de un relato lineal. Palavecino no sólo habla desde el texto, se vale de la potencia de la imagen, de la gestualidad, y hasta de lo no expresado para que entendamos lo que nos está queriendo contar, algo mucho más regular de lo que aparenta.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Publicada en la edición #284.
Publicada en la edición #284.
Si hay un problema central en el filme Algunas chicas es el de no enfocar los problemas de los personajes. Los confunde reuniendo a todas las chicas en días de distracción, juegos y travesuras. De vez en cuando reflexionan sobre algún sueño o sobre algún recuerdo de la adolescencia, pero no hay un problema de raíz que conlleve a la acción final de Celina (Cecilia Rainero). Ni siquiera hay un problema preciso que las vincule a todas. Y aún cuando el cine de hoy en día tienda a dar pocas explicaciones o dejar cabos sueltos, hay una vaguedad constante en esta película que termina por empobrecerla. Pero tal vez no se trate de plantearnos el vínculo entre ellas como un 'problema'. Plantéemoslo como una incertidumbre, un vacío que las define y las reúne pero que la película no logra darle vuelo. ¿Intenta la película esbozar una crisis generacional a través de Celina, Paula, Nené y María? Podría ser, sólo que no habría muchas causas esbozadas. En esto las actuaciones son competentes y creíbles, sin embargo no tienen la fuerza que requeriría un drama de mujeres que, en el fondo, siguen siendo chicas. Huyen de sus vidas particulares para distraerse y quedarse perdidas. El guión no les da carne a las actrices para que creen personajes dimensionados con los que podamos tener empatía. Son artificios de cada escena, diálogos sobre insatisfacciones imprecisas que desembocan en lo que a ratos nos asoman tales conversaciones. Pero ni los sueños ni las distracciones de estas chicas disparan imágenes a las que aferrarse ni quedarse pensando. Finalmente, son los aspectos técnicos de la película los que enriquecen la película a ratos. La fotografía de Fernando Lockett seduce con planos de tonos fríos aunque, en ciertos momentos, el sol resplandece antes de que venga la noche y es ahí cuando nos vemos tentados a pensar que estas chicas mujeres están al borde de una crisis como cuando el animal al que le dispararon por error gime y su eco resuena por todo el bosque pero ninguna lo encuentra. Y en este mismo sentido, si bien la música de Agustina Crespo pudiera pasar desapercibida, resalta ciertos momentos tensos de la película así como lo hace la edición de Delfina Castagnino y Andrés P. Estrada. El momento final está intensificado por una cámara atenta que sigue a los personajes en los que están a punto de descubrir. Y aquí radica la posible fortaleza del filme: en seguir a todos sus involucrados hasta el momento final de la crisis, desde su llegada a la casa de la infancia de Celina pasando por sus sueños y fiestas hasta el momento final. La falla es no sostener tal crisis con un drama más profundo.