Este drama francés, nominado al Premio César 2009 por Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guión, muestra las vivencias de una familia a lo largo de varios años. Entre 1988 y 2000, se presentan cinco episodios, cada uno de estos dedicado a los distintos integrantes de la familia. En 1988, Albert, el mayor de los hermanos, abandona la casa de sus padres para irse a vivir solo y conoce a su futura esposa. En 1993, Fleur, la hermana menor, cumple 16 años y quiere perder su virginidad, mientras atraviesa una etapa de rebeldía con sus padres. En 1996, Ralph, el tercer hermano, no encuentra una vocación en su vida y decide aprender, de su abuelo, el oficio de sommelier. Además, participa en una competencia de air guitar, donde conoce a una mujer. En 1998, la madre debe lidiar con el paso de los años, sus problemas de pareja y su conflictiva hija adolescente. Por último, en el 2000, el padre intenta dejar de fumar por problemas de salud y busca recomponer la relación con su hijo mayor. El director logra combinar perfectamente todas estas historias (el film fue galardonado con el Premio César a Mejor Edición), creando un retrato entretenido y, a su vez, emotivo. Las actuaciones son otro punto fuerte. Marc-André Grondin (Ralph) y Déborah François (Fleur) obtuvieron, por sus interpretaciones, el Premio César a Mejor Actor Prometedor y Mejor Actriz Prometedora, respectivamente, mientras que Jacques Gamblin (Padre) y Pio Marmaï (Albert) también fueron nominados como Mejor Actor y Mejor Actor Prometedor. Un drama familiar tratado de forma original.
C’ Est la Vie La vida no es color de rosa. Lo sabemos todos, y si por alguna razón sentimos que la segunda obra de Bezançon nos produce una sensación de deja vu es porque las situaciones son demasiado identificables. Se trata de una película que supone mostrar “la vida familiar” a través de cinco episodios concretos de los Duval durante 12 años. Cada episodio lleva su propio títulos y está protagonizado por un miembro distinto. Los Duval están compuestos por Robert, taxista (chiste fácil, la relación con el actor de Apocalipsis Now, interpretado por Gamblin), su esposa Marie Jeanne, ama de casa (Breitman), y sus tres hijos, Alfred, médico (Marmai), Ralph, el bohemio (Grondin) y Fleur, la adolescente rebelde (François, actriz de Unmade Beds del argentino Alexis Dos Santos). Cada uno tiene su lucimiento particular, pero a la vez participa y es fundamental en los episodios de los demás miembros. Cada episodio toma un día de su vida en un año particular: 1988, 1993, 1996, 1998, 2000. Siempre en un fecha relacionada con el día 3 de un mes distinto. Cada día representa el momento que cada personaje siente como el más importante de su vida: todos se relacionan en cierta forma con el conocer el amor, la ida o vuelta al hogar, la reflexión sobre el paso del tiempo o la muerte. Gracias a un guión sólido sin fisuras, muy calculado, este relato seudo coral, se convierte en una agradable comedia dramática, que sin salir de algunos moldes, logra trascender gracias a personajes e interpretaciones creíbles y divertidas que generan empatía con el espectador. A pesar de los previsibles momentos sensibleros y un par de golpes bajos, el director y guionista se propone no armar la típica telenovela o melodrama familiar, lo cual la acerca principalmente a la canadiense Mis Gloriosos Hermanos (C.R.A.Z.Y) o el cláscio de Ettore Scola, La Familia con Vittorio Gassman con remanentes de Vida en Pareja de Ozón. Más allá de compartir protagonista (Marc-André Grondin), Amor de Familia, comparte un tono y una estética pop muy interesante con Mis Gloriosos.... Cada episodio es encarado con estética levemente diferente (hay diferencia sutiles de colores, y según el episodio se pasa de planos fijos generales a primeros planos con cámara en mano), está muy cuidado el contexto artístico y musical. Los tres hermanos comparten pasión por cantantes de moda (especialmente por el grunge y heavy metal), y la habitación, y vestuario de cada uno concuerda con la moda imperante (prestar atención a un poster futbolero que aparecen en el fondo de la habitación de Alfred en un flashback). A diferencia del film canadiense, el de Bezançon no tiene momentos surrealistas, y los problemas padre-hijos no toman tanto protagonismo o son tan fundamentales. Acá, no hay un único narrador, y cada visión tiene un contexto, cada acto, una consecuencia y una fundamentación. Más allá del “realismo” que le quiere aportar el director hay secuencias muy divertidas que se salen de lo cotidiano, y collages visuales más cercanos a una estética videoclipera o publicitaria que le dan ritmo y dinamismo a los 114 minutos que dura la película. El montaje y la fotografía son fundamentales en estos aspectos, así como la elección de los temas musicales que van desde AC/DC, Janis Joplin, Lou Reed o Nirvana. La gracia de Gamblin como el patriarca de la familia es lo que más se destaca del elenco. Pero hay que aclarar que todo el elenco es versátil y eficaz en cada rol, incluido el abuelo interpretado por el veterano Roger Dumas. A pesar de algún plano acompañado por un acorde melancólico que busca la emoción gratuita y alguna mensaje moral subliminal, Amor de Familia (el título original se emparenta con la traducción que le dieron acá a Un Conté de Noël de Arnaud Desplechin) , es un agradable entretenimiento, que evita caer en el típico lugar seudo intelectual de cierto cine francés (de hecho parece más canadiense que francesa), da pie a la reflexión y a la reconciliación familiar,
Primeros varios días Amor de Familia (Le premier jour du reste de ta vie, 2007) es una crónica en la vida de una familia en proceso de desmoronamiento: la historia cubre doce años, pero el relato dura cinco días, selectos a lo largo del tiempo como los más representativos, significativos y drásticos en la vida de cada uno de los cinco miembros de la familia Duval – Robert padre, Marie-Jeanne madre, y sus hijos Albert, Raphael y Fleur. Cada día es, efectivamente, el primero del resto de sus vidas. Albert, el hijo de pelo corto, deja la casa para estudiar medicina. Raphael, el hijo de pelo largo, toca guitarras invisibles. Fleur, la “nena”, viste moda grunge/punk y escribe en su diario. Cumpleaños, casamientos, cachetadas, funerales: parafernalia que nuclea el melodrama de las relaciones familiares. Mientras tanto, el nido se va vaciando y sus padres deben volver a mirarse las caras y lidiar con muerte y vejez. Remy Bezancon escribe y dirige una épica familiar que visita los mejores clichés del género, pero su verdadero triunfo es su forma. Valiéndose de un montaje ecléctico, construye una suerte de álbum familiar donde la audiencia comparte la patética odisea de vida de los Duval con sus mismos miembros. Cada segmento los involucra a todos, pero la mirada está anclada en alguien en particular – el diario de Fleur, los home-movies de Robert o el “viaje en el tiempo” de Raphael, por ejemplo. A esto se le suma un diestro manejo de la banda sonora de la película. El período de vida de la historia va de 1988 al 2000, y cada época va acompañada por estilos musicales acordes, desde David Bowie y Lou Reed hasta el más estrafalario techno-pop e incluso un flashback hacia el Woodstock de Hendrix. Los personajes, tan bien delineados, parecen encarnar de alguna u otra forma un estilo musical propio. La naturaleza fragmentaria de la película ordena y reordena estos cinco míticos días, superponiendo unos con otros de manera tal que se abren paréntesis de tiempo en medio de escenas y a veces hay dos o más líneas temporales comparten pantalla al mismo tiempo. Haciendo a un lado este trucaje, la historia es del todo lineal: al comienzo de cada día (suelen pasar años) se nos actualiza en qué estado se encuentra cada relación a raíz del final del día anterior. Este mecanismo le da un sabor lúdico a la película y conforma con la idea de una farsa. Éste es el segundo largometraje de Bezançon, un favorito en su Francia original, donde ganó tres de las nueve nominaciones al César (el equivalente francés del Oscar). Bezançon transforma una historia sencilla y melodramática en algo épico y magnífico a través del uso sincrético de la música, el montaje y la dirección de actores, cuyo mayor desafío reside a interpretar personajes vistos “a medias, unos días”. El énfasis se ubica más en la encarnación de un estado mental designado y menos en transiciones y transacciones emocionales. El espectador atento leerá los implícitos y rellenará huecos. Los lugares comunes están allí, escondidos en el follaje de los efectos. El mérito de Bezançon consiste en tomar una saga familiar como la que conocemos todos por experiencia propia o vicaria y dotarla de una energía inusitada, generando empatía y cierta ternura con los personajes. Pasan uno, dos, tres, cuatro, cinco días y el resto de sus vidas sigue comenzando.
Todos eran mis hijos Típico (y buen) filme francés sobre relaciones parentales, en búsqueda de libertad. Una de las preguntas que podría disparar la trama bosquejada por el guionista y director Rémi Bezançon en Amor en familia sería ¿qué pasa cuando en un núcleo familiar, aparentemente normal, el síndrome del nido vacío tiene un twist , ya que son todos y cada uno de sus integrantes los que quieren escapar de la casa, en búsqueda de libertad? “La familia es una máquina de triturar sentimientos”, escribe Flor en su diario íntimo. Ya es grande, le ha pasado de todo, y se aflige porque uno de sus dos hermanos mayores, Al hace un año que no pasa por la casa. La estructura es casi una suma de episodios o capítulos, cada uno transcurriendo en diferentes etapas de la familia, con fechas y títulos individuales, y sirven, a la vez, para retratar y enfocarse en cada uno de los miembros del clan de los Duval. La película comienza con una filmación casera y casi termina con otra. Como si el lienzo de una pantalla pudiera albergar aquello que se vivió, alegró y sufrió, a lo largo de los años. Amor en familia tiene todos los elementos de un filme que pretenda analizar y criticar sin eufemismo una estructuración familiar. Insatisfacciones, padres que sobreestiman a sus hijos o no los alientan, deseos, tensiones, patologías varias, falta de experiencia y secretos revelados casi sin querer. La escena en la que la madre descubre y lee el diario íntimo de Flor quizá sea el mejor extracto o síntesis de lo que Bezancon anhela relatar. Tal vez la caracterización de los personajes sea algo esquemática (padre rockero, fumador y taxista; madre que de grande retoma estudios y sueña con un affaire; hermanos mayores de caracteres contrapuestos; hija menor rebelde y ávida de nuevas experiencias; abuelo cascarriabas), pero lo cierto es que el relato funciona, y bien. Hay situaciones generalizadas y frases hechas del tipo “Ojalá todo fuera diferente -dice la madre- cuando tu papá me amaba y yo era todo para ustedes”, o la temible expresión “Tengo que decirte algo” que no suele anteceder nada bueno. En este tipo de comedias dramáticas las interpretaciones son la clave, amén de un guión que sea ágil y la realización, que sabe dar saltos hacia atrás en el tiempo, aprovecha elipsis y jamás peca de perder el rumbo pese a hacer piruetas con los personajes. La belga Déborah François (Flor) es todo un hallazgo, lo mismo de sus hermanos en la ficción, Marc-André Grondin (Raphael) y Pio Marmaï (Albert), amén de papá y mamá (los más veteranos Jacques Gamblin y Zabou Breitman), todos realmente impecables.
Amable retrato de familia El film rehúye los formatos conocidos y propone veracidad y ternura Cinco jornadas decisivas en la historia de una familia como tantas otras. Ni una disfuncional de esas que tanto frecuenta el cine contemporáneo, ni una que sirva de modelo. Porque este film que se llevó tres premios César y confirmó los buenos pronósticos que había merecido Rémi Bezançon con su ópera prima, Ma vie en l´air (2005), carece, felizmente, de algunos ingredientes clásicos de este tipo de historias: por ejemplo, almíbar y moralejas. Tiene, en cambio, frescura, sinceridad, cierto encanto. Bezançon adopta un medio tono que favorece al relato y le permite abordar temas dramáticos, sentimentales o risueños sin caer en la apelación lacrimógena, el exceso de azúcar o la caricatura. Los cinco capítulos abarcan doce años de la vida de los Duval (1988-2000) y coinciden con otros tantos momentos críticos, vividos por cada uno de sus integrantes. Son ellos el padre, taxista, lacónico, fumador empedernido y víctima aún de la invariable descalificación de su propio padre; la cariñosa madre, que no resigna al paso de los años y aun añora a la jovencita hippie que fue hasta ayer; el hijo mayor, independiente y de fuerte carácter, cuyo abandono del hogar ocupa el primer episodio; el hijo menor, rockero, sensible y tan inconstante como desorientado, y la pequeña rebelde que hace sus primeras y dolorosas experiencias en el amor. Ni film coral ni relato en episodios ni fábula narrada al estilo Amélie , hay un poco de todo de eso en Amor de familia , que sin embargo rehúye los formatos conocidos y propone un retrato amable pero veraz, gracioso y discretamente tierno. El mérito corresponde tanto a un libro que sabe ser inteligente sin alardear y consigue hacer emocionantes los pequeños conflictos cotidianos (sobre todo los que se viven en la adolescencia) como a un elenco que se gana de entrada la adhesión del espectador. Y, por supuesto, al dinamismo y la delicada sensibilidad de Bezançon, dueño de un estilo tan personal como accesible. Son infinitos los atractivos de la banda sonora, en la que se cruzan Janis Joplin, Blossom Dearie y Lou Reed, entre muchos otros.
Un día en la dinámica familiar En Reyes y reina y Cuento de Navidad, Arnaud Desplechin subvirtió el tratamiento de las relaciones familiares en el cine francés, abordándolas mediante una inédita yuxtaposición de densa tragedia bergmaniana y comedia lunática. Que la iniciativa de Desplechin trajo cola lo prueban una película de Christophe Honoré vista en la edición anterior del Festival de Mar del Plata (Non ma fille, tu n’iras pas danser) y, ahora, Amor de familia (Le premier jour du reste de ta vie), que es, en verdad, anterior a aquélla. La cuestión es que aquello que en Desplechin suena a rapto de genio o inspiración, aquí tiende a lucir como algo impuesto o impostado, revelando su condición subsidiaria. Con una duración algo menor a las maratónicas sagas de Desplechin, el realizador y guionista Rémi Bezançon (París, 1971) adopta la estructura en capítulos de aquéllas para narrar la historia de la familia Duval. Cinco capítulos, cada uno con su título y atravesando un período que va de fines de los ’80 a comienzos de esta década. La peculiaridad es que cada uno de esos cortes en la vida de los Duval tiene lugar durante un único día. Curiosamente, la sensación de concentración temporal no se transmite a la película. Los Duval son papá Robert (sí, Robert Duval, pequeño chistecito que da lugar a la peor escena de la película), mamá Marie Jeanne y los hijos, Albert, Raphaël y Fleur. Es un poco raro que Robert (Jacques Gamblin, visto recientemente en Inspector Bellamy, de Claude Chabrol) sea chofer de taxi, actividad que no parece corresponderse demasiado con las del resto de su familia. En algún momento la esposa descubrirá la fotografía artística, mientras el hijo mayor será cirujano plástico, el del medio heredará el hobby enológico del abuelo y a la menor le costará definir vocación. Hay algo de prototípico, tanto en la dinámica familiar (padre peleado con el abuelo, mamá mal atendida por su marido, hijo mayor responsable, hijo del medio con problemas de identidad, hija menor rebelde y contestataria) como en la sucesión de hitos elegidos para contar la historia: el primer departamento de soltero, la primera novia, el debut sexual, la muerte del abuelo, un matrimonio, etc. La narración busca alterar la “normalidad” mediante disrupciones abruptas, que pueden ser tanto cómicas (tras su primera fellatio, Fleur se cruza con los padres del amante y no puede hablarles, por tener la boca llena de semen), dramáticas (un hermano trompea al otro, durante su propia boda) o estilísticas (una escena narrada a velocidad acelerada, algún salto de tiempo, algún súbito flashback). Como en Desplechin, se imponen las rupturas musicales, que van de un trozo de pop francés a A Perfect Day, de Lou Reed, y de allí a Time, de Bowie. Todo luce excesivamente calculado, lo cual se torna particularmente notorio en la utilización de la banda de sonido, a cargo del músico cuyo nombre artístico es Sinclair. Omnipresente y siempre a volumen más alto que el resto, la música hace aparecer a Amor de familia más como un clip extralarge que como una película de cine. El escaso sedimento que deja, una vez concluida, confirma la impresión.
Las partidas La historia de cualquier familia tiene un denominador común que afecta a cada uno de sus miembros pero que sirve para contar un proceso por donde pasa la existencia, sin previo aviso. Ese concepto que unifica a los grupos familiares, sea la época que sea, el estrato social al que pertenezcan, se resume en la idea de las partidas: tanto las materiales como las partidas de nacimiento y de defunción; y las otras no tangibles como aquellas de la separación o las partidas de los hijos del seno de los padres cuando el abandono del nido y la necesidad de autodeterminación golpean la puerta generando conflictos, odios, dolores, reproches y diferencias generacionales, muchas veces irreconciliables. De esa trama compleja de afectos rotos y recompuestos; de deseos y deberes que llevan a la postergación de los sueños o metas se compone el guión de Amor de familia, del director Rémi Bezancon, nominado a varios premios César en el 2009, incluidos los rubros de dirección y actuación que sin dudas son los dos fuertes de la película. La estructura narrativa también resulta desde el punto de vista cinematográfico dinámica y no sumaria como a veces ocurre en películas que giran en torno al microcosmos de una familia durante varios años. El relato avanza tomando como punto de partida viñetas o capítulos significativos que tienen como protagonista a alguno de los personajes, en lo que podría definirse como film coral, por quienes transcurrirán distintas etapas comprendidas entre 1988 y 2000, todas ellas determinantes en el rumbo de la familia Duvall. Historia familiar que, si bien toma los carriles del melodrama intimista, incorpora inteligentemente personajes secundarios y pequeñas dosis de humor sin notarse el artificio del cambio de registro. Los conflictos que atraviesan a esta familia de clase media francesa con un padre taxista (Jacques Gamblin), su esposa (Zabou Breitman) y sus tres hijos jóvenes trascienden la geografía para volverse completamente identificables y universales. Esa línea argumental abre las puertas a las emociones más genuinas para el desarrollo de cada personaje, construido meticulosamente desde un guión sólido, también escrito por Rémi Bezancon. Mención aparte merecen, por un lado, una excelente banda sonora que en cada segmento elige coronar la atmósfera con una selección de clásicos del rock -muy pertinente a la hora de marcar las brechas generacionales-, y por otro las ajustadas actuaciones de Jacques Gamblin como el padre y Zabou Breitman en el rol de madre, sin por ello dejar de mencionar a Déborah Francois, Marc-André Grondin, Pio Marmai en los respectivos papeles de hijos. Todos ellos transmiten la sensación de verosimilitud que los hace creíbles, gracias a la eficaz dirección de Bezancon. Películas sobre familias hay tantas en el cine... pero pocas consiguen emocionar sin golpes bajos como la de los Duvall; por eso vale la pena conocerla.
El primer día del resto de tu vida Rémi Bezançon es un director francés que realmente no conocía y después de ver El primer día del resto de tu vida me provoca visionar uno y cada uno de sus trabajos. El cine francés es uno de mis preferidos, debo reconocerlo, pero hacía mucho que no veía un fim de una profundidad tan evidente utilizando hechos, situaciones, personajes y detalles tan sencillos y cotidianos. El primer día … no es otra historia que la historia de cualquier vida, de la historia del ser humano inmerso en una familia. Con cinco personajes puntuales, un matrimonio y sus tres hijos, Bezançon quien también realizó el guión, nos lleva por doce años en la vida de estos, contándonos sus gracias, penurias, fortalezas y debilidades. Virtudes y defectos de cualquier familia sin por ello ser disfuncional. Historias particulares que se transforman a nuestros ojos en historias universales: la falta de comunicación entre padres e hijos, las diferencias de personalidad entre los hermanos, la evolución para mejor o peor de la relación entre estos desde niños hasta adultos, el crecer, el madurar, el perdonar, el creer, la salud, la enfermedad. Una comedia dramática que cuando tiene que hacer reír sabe cómo y cuando llorar o emocionar lo hace, sin golpes bajos, sin escenas desbordantemente lacrimógenas. Una maravilla imperdible de guión y dirección, impecable, astuta, magnífica. El film talentoso que evidentemente sólo se puede ver con el corazón, donde prácticamente todos hallarán un reflejo identificatorio en algún pasaje de la historia, con alguno de los personajes. Quizá con los años uno pueda apreciar mejor de qué se habla realmente en este film, qué hay que buscar, qué se nos dice. La historia es una historia de amor diferente donde en la interconexión entre cada personaje vemos las distintas facetas del amor, las distintas formas de querer. La película es difícil de resumir, como es difícil resumir una vida, un mundo. Y es que creo que la clave está en la famosa frase: “cada familia es un mundo” pero sin embargo aquí comprobamos que esos mundos son iguales, que todos en la vida pasamos por lo mismo de alguna manera y que todos sentimos igual. Brillantes las actuaciones en general de todos, a pesar de que haya quienes vean en la hija adolescente o en el hijo mayor cánones establecidos y trillados. Así somos, así incurrimos por la vida, algunos siendo rebeldes y otros responsables. Pero se destaca para mi gusto la actuación de Jacques Gamblin, el padre de familia que lucha por darle a sus hijos lo que parece no haber tenido él por parte de su padre, pero como siempre pasa, todos tenemos cosas que reprochar a los padres por mucho que ellos se esfuercen. Un film que da para hilar mucho, para analizar terriblemente todo. Recomendable, sincera, sencilla y profunda. Electrizante la banda de sonido que recurre a muchos temas que se nos quedarán en la memoria: David Bowie, Lou Reed, The Doors!. Un maná para el alma.
En doce años la vida puede pasar por cinco días puntuales Rémi Benzançon aborda en su segunda realización, que data del año 2008, el tema del paso del tiempo a través de la vida de una familia de clase media. Si bien en su primera obra, “Amor en el aire” (2005), Benzançon sugería que todos los individuos somos lo que nuestras respectivas familias hicieron con nosotros, en esta oportunidad la recepción de ese mensaje es directa y contundente. El cineasta sigue a través de doce años la historia de la familia Duval, pero lo hace deteniéndose en un día en particular de la vida de cada uno de los cinco integrantes, con situaciones exclusivas para cada uno pero que son influidas por los otros componentes de la familia. Estas historias individuales son la independencia del hijo mayor, la priorización de fantasías del segundo hijo, la pérdida de la virginidad de la hija, el empeño por detener el tiempo de la madre y el ansia de vivir del padre. Como referente fundamental la imagen del abuelo que tiene poco tiempo y como símbolo del envejecimiento el realizador pone al vino, a quien el tiempo puede mejorar o estropear irremediablemente. Para la historia de cada personaje el cineasta ha utilizado un sistema diferente, para dar variados climas empleó ángulos abiertos, lentes de amplitud, steadycam y hasta imágenes estabilizadas con fondos borrosos. Todo este despliegue hace a esta obra técnicamente muy atractiva. Una comedia dramática que entretiene e interesa al espectador desde su propia identificación familiar. Llena de simbolismos como la madre que detiene su automóvil bruscamente, algo que no puede hacer con el tiempo, la visualización de fotografías que han fijado un instante del pasado que no puede volver, grafittis en baños públicos que dicen que “la vida es una enfermedad mortal”, y una canción inductiva de Étienne Daho, de la que Benzançon tomó el nombre para titular a esta realización en francés “Le prémier jour del reste de ta vie” (el primer día del resto de tu vida), canción que durante los últimos minutos de la proyección explica el mensaje de toda la obra, pero que lamentablemente no ha sido traducida para subtitularla en español por lo que el espectador que no habla francés no puede apreciar totalmente algunos detalles. (ver información complementaria). Las actuaciones son ajustadas, creíbles y minuciosamente trabajadas. Si bien Deborah François como la hija y Marc-André Grondin como el segundo hijo ganaron el Premio César por estos trabajos, se luce Roger Dumas como el abuelo y es destacable la labor de Jacques Gamblin como el padre de esta familia. Los metamensajes son varios: todas las familias tienen conflictos puntuales; lo importante es que el tiempo no se acabe sin haberlos resueltos; el tiempo pasa inexorablemente,; todos los días comienza el resto de nuestra vida; lo que hacemos hoy tendrá implicancias en lo que nos suceda mañana.
The kids are all right Curiosidades: en la Argentina, a Un conte de Noël, de Arnaud Desplechin, le pusieron El primer día del resto de nuestras vidas; mientras que a esta Le premier jour du reste de ta vie, de Rémi Bezançon, que evidentemente debería haber sido traducida como la otra le pusieron Amor de familia. Ambos films son de 2008 y hay más similitudes, se trata de sagas familiares contadas por capítulos, donde se destaca una búsqueda por el lado del humor más extravagante y el melodrama más profundo, todo mezclado y “empastichado”. La diferencia entre el film de Desplechin y el de Bezançon es que mientras el primero construye un relato de 150 minutos, desbordado y exagerado, el segundo arriesga un poco pero siempre sobre cierto terreno de seguridad. Amor de familia no está mal, pero algunos instantes un poco calculados en esa fusión de humor y tragedia hacen ver cierto grado de control que impide el exceso que debería ser norma. No obstante la saga de la familia Duval (sí, con una L menos) tiene lo suyo, ya que Bezançon construye el relato a partir de cinco días especiales en la vida de este matrimonio y sus tres hijos, y donde cada jornada representa un hecho especial para cada integrante: el abandono de la casa familiar, el debut sexual, la posibilidad de un engaño, la muerte. En esta decisión formal, que le da cierto aspecto cool con sus capítulos distinguidos a partir de un título, el director demuestra además su capacidad para contar lo justo y necesario, sin excederse, con un notable uso de las elipsis y siendo muy concreto respecto de qué es importante para cada personaje. Hay escenas formidables como aquella en la que la madre descubre el diario íntimo de su hija y, leyéndolo, se sorprende con aspectos que desconocía, desde los más tiernos hasta aquellos más pesados y desgarradores. Ahí, otra vez, sobresale lo elíptico, cómo contar una vida con mínimos elementos. Hay en Amor de familia un aire liviano, ligero, más allá de las intensidades de aquellos momentos señalados. Y eso es saludable toda vez que el relato cae en algunos tópicos ya contados una y mil veces: el padre que no respeta a su hijo, el conflictivo vínculo madre-hija, el profesional que culpa a todos de vagos pero desprecia su propia vida, la adolescente rebelde. Así como también los personajes están construidos en base a múltiples lugares comunes. Sin embargo no se podría culpar a Bezançon de ingenuo: el director sabe esto y por eso le da más importancia a la coyuntura que a los instantes. Es más importante cómo opera cada individualidad en el contexto de esta familia, cómo viven los demás los conflictos de cada uno, que lo que les pasa en sí. Es interesante observar un detalle: el film comienza con una serie de fotos y videos familiares que nos muestran lo que está por venir, pero no nos dice mucho. Al final, las mismas imágenes son vistas por los protagonistas y eso nos emociona. Y esto es así porque ante nuestros ojos, durante casi dos horas, surgió el milagro de la vida. Conectamos con esos personajes y por eso cuando los vemos, nos emocionamos. Porque dejan de ser una foto, una imagen, y pasan a convertirse en realidad. Podremos decir que el uso de la música es un tanto excesiva (de David Bowie a Lou Reed) y que escenas como aquellas en la que el médico bromea con el apellido Duval para luego ponerse serio y hablar de una enfermedad muestran un poco los límites de esta película. Sin embargo, en esa falta de lucro con las emociones, en esa sencillez para reflejar los conflictos familiares y la honestidad con la que los hechos son mostrados, está parte del encanto de este film, algo ambicioso, en el que Bezançon muestra las peripecias que atraviesa un matrimonio para constituir eso que se llama familia.
Pequeñas cosas Unos cuantos episodios sencillos a simple vista, aunque importantes para los integrantes de la familia Duval, son el material que el director francés Remy Bezançon propone en Amor de familia (El primer día del resto de nuestras vidas). Los saltos en el tiempo van tocando a cada uno de los miembros de la familia de estructura tradicional: un matrimonio (el padre taxista y fumador, la madre ama de casa) y tres hijos (dos varones y una niña). La partida del nido del hijo mayor marca el comienzo de la película que va y viene entre recuerdos dulces, pruebas de confianza, amor y resistencia mutuas. Está narrada en un medio tono en el que predomina el buen humor y la capacidad de los Duval para decirse las cosas más terribles, planteadas con naturalidad. El tono constante, que bordea la comedia sin caer en ningún gag, invita al espectador inmediatamente a sentarse a la mesa del desayuno en la que se decide, por ejemplo, si hay que sacrificar a Ulises, el perro de Albert. Eso ocurre justo el día en que se va a vivir solo. El otro miembro de la familia es el abuelo, un catador de vinos que no baja la acidez de sus comentarios, mientras el hijo escucha y los demás observan la escena desde afuera. Él dirá: “Hasta los mejores olores pueden ser dolorosos”. Los diálogos tienen el aire de familia en el que el director bucea con habilidad. Cada fecha, asignada a un episodio, lleva además un título (“Miradas fulminantes”, “Lazos de sangre”, “Nuestro padre”) en esa “máquina del tiempo”. En algunos momentos hay personajes que hacen explícita la referencia a lo que ya no volverá a ser. La nostalgia sobrevuela pero el presente de cada episodio tiene peso propio gracias a las actuaciones que son muy convincentes. La película de Bezançon no responde a los relatos actuales sobre familias disfuncionales ni se ocupa del contexto social. El taxista mantiene a su familia, carga con las recriminaciones del padre que lo subestima y sigue a sus hijos de cerca. “Verlos crecer es algo maravilloso”, dice en una de los pocas confesiones. La madre también hace lo que puede. La película sencilla, dulzona, pero con la delicadeza que evita las cursilerías, se disfruta como si fuera un álbum de fotografías de gente que conocemos de vista.
La familia es lo primero. Las películas sobre relaciones familiares suelen ser dramones o comedias en las cuales la verosimilitud de los conflictos y los personajes quedan supeditados a la idealización. No es el caso de “Amor de familia”. El filme de Remy Bezançon indaga en las relaciones parentales y filiales en varios episodios claves de la vida de los integrantes de una familia. Así, aparecen los problemas y las desavenencias clásicas que genera algo tan clave como el tránsito a la madurez de los adolescentes. También la inexorable reflexión de los adultos, con sus problemas propios de la edad o los proyectos incumplidos, y unos hijos que no quieren que les digan qué hacer. El director no se permite facilismos y deja sobrevolar el humor sobre la acción como una consecuencia lógica de un buen guión.
Retrato de Familia Comedia melodramática llamada en verdad "El primer día del resto de tu vida", que refleja a instancia de doce años distintas vicisitudes originadas en una familia francesa que integran: un padre taxista y fumador, una madre que busca recuperar algo de su supuesto tiempo perdido, un hijo mayor médico que choca con su progenitor, un segundo hijo varón abocado a la música y la menor de todas, una hija que parece arrastar algunos hechos detonadores en el ese ámbito co-sanguíneo. Remi Bezacon, director inquieto consigue mostrar un genuino prisma familiar con situaciones que nos sugieren propias, cosas simples que constituyen las raíces de un seno arraigado en todas nuestras particulares vidas, hayan sido o no volcadas como aquí en un puntilloso y destacable guión fílmico. Cada integrante tenga la edad que tenga va en busca de cosas, sueños a veces y otras tantas la libertad. Un buen ejemplo en la trama es la aparición del abuelo -padre del padre- que no es más que un espejo humano de lo que suponen las por momentos álguidas relaciones entre padres-hijos. Con algún apunte de humor cotidiano, con ratos de compartir cosas y otros difíciles, pero típicos en una convivencia familiar, el filme va a buen puerto, ayudado por una excelente actuación del reparto actoral, música y fotografía, climas y objetivos, todo determinando una buen opción cinematográfica que puede hasta llegar a momentos de marcada emoción. Es la vida que pasa sobre una pantalla de cine. Es un claro exponente del mejor cine, casi imprescindible de disfrutar.