En su tercer largometraje como guionista y director, Rodrigo García continúa la linea de sus primeros trabajos ("Things You Can Tell Just by Looking at Her" , "Nine Lives"), ofreciendo historias centradas en personajes femeninos. Luego de dirigir episodios de series de HBO ("Big Love", "In Treatment", "Six Feet Under", "Carnivalé") y la película "Passengers" (un encargo de estudio alejado de su cine de autor), el hijo de Gabriel García Marquez vuelve a presentar varias historias ambientadas en un mundo femenino, en donde los hombres ocupan un lugar secundario. En este nuevo proyecto, el director Alejandro González Iñarrítu ("Amores Perros", "21 Grams", "Babel") colabora como productor, aportando su sello característico a la estructura narrativa, donde tres historias se entrecruzan y terminan relacionándose en algún punto. Con un título que lo resume todo, "Mother and Child" explora la relación entre madre e hija, la maternidad y la adopción, haciendo una interpretación de los efectos positivos y negativos de esta decisión. Karen es una mujer adulta que vive con culpa por haber dado en adopción a su bebé cuando era adolescente. Elizabeth es una abogada exitosa, independiente y sin ataduras emocionales, que nunca conoció a su madre. Lucy desea adoptar un bebé y debe enfrentarse a la madre que lo dará en adopción. El nexo entre estas tres mujeres es Joanne, una monja que maneja un centro de adopción. El director realiza una detallada construcción de todos los personajes femeninos, relegando a segundo plano los roles masculinos, los cuales tienen poca relevancia en el desarrollo del relato. Karen, interpretada por Annette Bening, y Elizabeth, interpretada por Naomi Watts, son los dos personajes mejor trabajados y ambas actrices consiguen muy buenas actuaciones. Kerry Washington, como Lucy, completa el trío de actrices principales con una participación más acotada. Samuel L. Jackson y Jimmy Smits interpretan a dos de los pocos personajes masculinos del film, el primero como el jefe de Elizabeth y el segundo como la pareja de Karen. Hay también pequeños roles secundarios que aportan buenas actuaciones de Cherry Jones (Joanne), S. Epatha Merkerson (Ada), Shareeka Epps (Ray), David Morse (Tom) y Elpidia Carrillo (Sofía). Las tres historias arrancan parejo, pero el relato de Lucy va perdiendo fuerza y desaparece a mitad de película, dándole más lugar a Karen y Elizabeth. Recién reaparece en el tramo final para enganchar con el cierre de las otras historias. En este tramo final, se recurre a dos aspectos cuestionables para relacionar las tres historias: el azar y la alteración del tiempo transcurrido. Igualmente, creo que estas maniobras del guión no opacan un logrado film.
La exhibición de la película del colombiano Rodrigo García es un éxito en Mar del Plata y seguramente seguirá el mismo camino en su derrotero comercial. La fórmula funciona: un staff de actrices conocidas, un tema universal y los clichés de un culebrón de la tarde plagado de desencuentros, problemas de filiación, deseos incumplidos, mandatos familiares…un coctel de trascendentales caos íntimos envueltos en un mensaje aleccionador. Rodrigo García dice indagar en el universo femenino sumergiéndonos en este film de mal gusto, recargado de golpes bajos y sentimentaloides, dotado del consabido sentido moralizante que tiene al género. Sólo que guarda, con su lenguaje simple, buenas actuaciones, un guión clásico, ajustado y bien construido, personajes pegadores y diálogos precisos, una pretensión más compleja. Sin ningún elemento colocado al azar, García compone un melodrama, sí, pero un melodrama que busca algo más. Envolvente y maliciosamente, se va apropiando del discurso que quiere destruir respondiendo con fuertes golpes de efecto, esos angustiantes que dejan de lado cualquier argumento e intentan la identificación inmediata con el espectador. Tres historias en la ciudad de Los Ángeles focalizan en la relación madre-hija y se fuerzan para confluir en un mismo punto. 1. Una adolescente queda embarazada, tiene a su hija y la da en adopción a través de un internado de monjas antes de cumplir los quince años. Nunca más va a saber de ella. La historia trascurre cuando ya en edad madura su vida es pura amargura. Interpretada por Annette Bening la vemos cuidar amorosamente a su madre quién se encuentra a punto de morir. 2. Como no podía ser otra de forma es la historia adulta de la niña dada en adopción. Una mujer fría, fuerte - Naomi Watts –, aunque sólo en apariencia. Conduce con decisión su vida profesional, hace y deshace con imponente determinación cambiando de ciudad y trabajo constantemente como quién demuestra a cada paso su enorme poder de auto-reconstrucción. En su nuevo trabajo en un bufete de abogados, Samuel L. Jackson será su jefe y también, su nueva conquista. 3. La tercera punta del triángulo es una joven negra “bien” casada que busca incesantemente tener un hijo y como no puede tenerlo biológicamente, va a parar al mismo internado de monjas de la primera historia para poder adoptar un bebé. Los lugares comunes no son malos, son las reglas del género. El problema es cuando los lugares comunes se travisten de moralina generalizante y presuntuosa que como un tiro siempre da un blanco sensible de nuestro ser. Todos somos o hemos sido hijos, es obvio, y padecimos o tememos por la muerte de nuestra madre. El film apela a eso. Los que tienen hijos, saben del infinito amor maternal sin límites porque “los hijos son la bendición de dios”. El film apela a eso. Los que no tienen hijos pueden imaginar que cualquier sacrificio por un hijo vale la pena. El film apela a eso. Pero lo que parece ser una película sobre el inmenso amor en presencia o ausencia entre madres e hijas, poco a poco, en las peripecias de sus protagonistas, se convierte en un film que sobrevalora los lazos sanguíneos por sobre cualquier otro lazo. Los personajes se esfuerzan. Así, la tristeza estructural en las vidas de madre e hijas biológicas (Bening y Watts), hace que vivan en espejo. Multiplican problemas de relación, frialdad y desconfianza hacia el prójimo, son esquivas, reprimidas sexualmente o su contracara, extremadamente livianas; ambas vidas están vacías. Una, por la culpa; la otra, por la necesidad de controlarlo todo. Y el motivo de tanta desolación, lentamente tiene una sola explicación: la separación primera. Mientras la vida del personaje de Bening se recompone y “se da una oportunidad” después de la muerte de su madre casándose con “un buen hombre”, la hija queda embarazada a pesar de haberse ligado las trompas para tener sexo y no descendencia. Es que “La vida se hace camino”, “dios es quién decide sobre la vida y la muerte”. ¿De quién será el hijo? La vimos acostarse con dos. ¿Será del negro viejo de “buen corazón” o del estúpido y manipulable vecino casado? Cuando veamos al el color del bebé recién nacido habrá suspiros en la platea. La cosa es que abandona su vida profesional y de no querer tener hijos, su embarazo se convierte en el centro de su vida. Tanto que pone en riesgo la suya en pos de la del bebé. Tanto que no quiere cesárea a pesar del consejo del médico, “quiero conocer a mi bebé despierta”- dice, aunque en realidad parece pensar, “parir con dolor es ser más madre”. Tanto que su vida termina después del parto. Conocerá fugazmente a su hija negrita pero ya no a su madre. La idea de sublimar lo genético es reforzada por la historia de la joven negra que no puede tener hijos. Este personaje es el que acciona el mensaje. Ella encarna el discurso de quién no cree que lo biológico sea lo determinante en las relaciones, “lo importante es el tiempo juntos, no los genes”. Para ella la sangre no es lo único “que tira”. Cuando esté frente a frente de la adolescente que le va a dar en adopción su hijo, “confesará” que no cree en dios. La embarazada le pregunta “¿para qué tenerlo si no se cree en algo trascendente?”. El film se ensañará con ella: su madre apenas apoya su decisión, el esposo termina dejándola porque quiere un hijo “verdadero de su sangre” y aunque se involucra hasta el final y asiste al parto de quién será su hijo, la parturienta – negra también como ella – desiste de dar su bebé dejándose convencer por el proverbio de su madre, “Ahora no lo quieres pero con el tiempo lo harás” idea a la que apela por cuando estuvo embarazada de ella. La joven negra también terminará en brazos de su madre, viendo humilladas todas sus convicciones, gritando: “si dios no quiso darme hijos, por algo será…” o “no es natural la adopción”. Aprendida la lección, la vida, dios o el guionista (en este caso, serían lo mismo) se apiada de ella y viene su recompensa: le será dada en adopción la beba recién nacida cuya madre murió después de dar a luz. García cree cubrir un amplio abanico de las crisis alrededor “ser mamá”: ser mamá siendo niña, no poder tener hijos, decidirse a tener uno, entregarlo en adopción, arrepentirse luego de haber entregado a un recién nacido, abrumarse al no saber cuidar al hijo que llegó y sobre todo, darlo todo por los hijos. El rol del hombre en esta película es lamentable. ¿Será porque es un film “para ellas”? No sólo quedan relegados de las decisiones que deberían ser también de ellos sino que son ninguneados y esta acción está completamente naturalizada. Son mera circunstancia y se les niega cualquier derecho. García también se mete con otro aspecto de lo genético: el color de piel. En aparente juego de azar, se coordinan las coincidencias para que el hilo de la historia haga coincidir el color de piel de madres e hijos adoptados o por adoptar. La dirección de las actrices es excelente, sabe elegirlas y extraerles las profundas emociones que busca en pensados planos cortos que iluminan con intensidad tanto a los papeles secundarios como a los de las protagonistas. En la secuencia final, las tres historias se encadenan a través de la cámara que acompaña a Annete Benning en su caminata para descorrer la cercanía en que se encuentra la niña, su nieta, hija de su hija que no pudo conocer, ahora adoptada por la joven negra y con quién parece cerrarse el círculo. Esa escena como toda la película está muy bien filmada, es prolija y eficiente. Pero ideológicamente es patética, sutilmente militante de la moral cristiana, de los “verdaderos valores” y de la familia “bien” constituida como base de la sociedad. Sé que no es importante, pero ¿Qué pensará Gabriel G. Márquez de esta película?
Ser una buena madre es el trabajo más difícil del mundo, eso es lo que muchos dicen. Esta película, escrita y dirigida por Rodrigo García, es una propuesta muy interesante que muestra el trabajo, las reacciones, alegrías, enojos y decepciones de las madres con sus hijos y sus vidas. Una emocionante y profunda película que tiene como principal virtud el ser muy humana y realista.
En lo que casi el 100% del público va a estar de acuerdo es en que la actuación de sus protagonistas es soberbia, especialmente Bening cuyos sentimientos traspasan la pantalla. Y luego coincidirán en la maestría del guión para entrelazar diferentes historias de vida de forma tal que...
Señoras y señoritas, creo que finalmente encontramos a un hombre que sabe entender nuestros sentimientos. Con ustedes, el director Rodrigo García. Esta película empieza contándonos la historia de Karen (Annette Bening), una mujer arrepentida por haber dado en adopción a la hija que tuvo a los 14 años. 37 años después, esa hija (Naomi Watts) es una importante abogada con graves problemas para relacionarse. Y el destino unirá sus caminos (al mejor estilo de González Iñárritu, no por nada el productor) con el de Lucy, una mujer que quiere ser madre sea como sea. El director logra retratar perfectamente la sensibilidad de este gran universo femenino, con una gran habilidad para la construcción de los personajes principales, unos muy lindos e ingeniosos diálogos y unos personajes masculinos secundarios que no aportan demasiado a la historia. Es una película intimista donde vamos viendo partes de las vidas de estas infelices y casi vacías mujeres, que muy de a poco van rehaciendo sus vidas, en un buen relato con pequeños e interesantes giros y sin ningún golpe bajo (donde podría haber miles), mostrándonos sus más profundos sentimientos y abriéndose cada vez más al punto en que nosotros sentados en nuestras butacas podamos imaginarnos realmente que es lo que están sintiendo. Todo esto también se ve claramente en el sobrio uso de cámaras, planos y la banda sonora que el director eligió usar para contar esta historia, donde ninguna de estas cosas sobresale y nos da la sensación de estar más cerca de los personajes, casi como si ellas mismas estuvieran junto a nosotros contándonos sus historias. Las actuaciones de Annette Bening y Naomi Watts son excelentes, sutiles pero a la vez dramáticas. Son dos horas que no aburren y nos cuentan algo interesante, pero (siempre hay un pero) dudo que te entretenga si no sos un usual consumidor de este cine, ya que es una de las típicas historias (más para este director que tiene algunas películas con esta temática en su haber) dramáticas del nuevo “cine independiente”.
La maternidad a toda prueba El colombiano Rodrigo García narra una historia coral en la que un denominador común une las piezas de un rompecabezas. Amor de madres es la historia de tres mujeres que buscan su felicidad. Y no es casual que uno de sus productores sea Alejandro González Iñarritú (Amores perros). Karen (Annette Bening) entregó en adopción a su hija recién nacida. Pasó mucho tiempo desde esa terrible decisión y su vida no encuentra el rumbo que necesita. Hoy esa niña tiene 35 años y se llama Elizabeth (Naomi Watts) , trabaja en una firma de abogados e intenta hacer frente a sus problemas familiares. El destino irá uniendo los caminos de Karen, Elizabeth y Lucy, una afroamericana que quiere ser madre y no sabe si está preparada para ello. Con mano segura y un clima emocional intenso, el director recorre los días de estos personajes y lo hace con un grado tal de dramatismo que logra transmitirlo al espectador. Además de la sólida trama cuenta con excelentes intérpretes para llegar a buen puerto. Bening parece haber alcanzado el registro dramático adecuado (al igual que en Mi familia) en su madurez, entregando un personaje que pone distancia a los hombres y se niega a entregar su corazón. También está correcto Jimmy Smiths como el hombre que, luego de ser maltratado, finalmente logra conquistarla. Por su parte, Naomi Watts siempre luce convincente en lo que haga, ya sea La llamada o 21 gramos; Samuel L Jackson reaparece en un rol más pequeño como el jefe que termina en la cama con Elizabeth; mientras que Kerry Washington es el tercer vértice de la historia. La maternidad, el pasado y presente de tres corazones que parecen haber dejado de latir hace tiempo por diferentes motivos, son el motor del un film recomendable y no destinado únicamente a las mujeres.
Lo que ellas quieren Rodrigo García ha luchado toda la vida contra la carga, el estigma de ser “el hijo de” (en su caso, nada menos que de Gabriel García Márquez). Instalado en los Estados Unidos, ha desarrollado una más que aceptable carrera tanto en cine (Con sólo mirarte, Nueve vidas) como en TV (es el creador de la notable serie psicológica In Treatment / En terapia, con el gran Gabriel Byrne como protagonista). Amor de madres podría haber sido un melodrama insoportable, un culebrón recargado y adoctrinador, y -en ciertos momentos- está cerca, muy cerca de caer en esa moralina, ese espíritu manipulatorio, esa crueldad y ese regodeo con "los grandes temas de la vida" que son el sello del aquí productor Alejandro González Iñárritu. Por suerte, RG es un guionista y director que -más allá de su apego a la corrección política y de su búsqueda trascendental/religiosa- tiene un pudor, una discreción y una sensibilidad que lo diferencian bastante de su colega mexicano. RG vuelve a hacer gala de una gran capacidad para la dirección de actores y para sumergirse en los vericuetos más íntimos (y oscuros) del universo femenino (podría decirse que esta es su gran especialidad). Intentar describir las múltiples subtramas y los diversos personajes de Amor de madres demandaría varios párrafos (muchos colegas lo han hecho en sus críticas) y limitaría bastante las sorpresas que esta ambiciosa película coral tiene reservadas durante sus algo más de dos horas de duración. Sólo anticiparé, entonces, que hay tres personajes centrales interpretados por Annette Bening, Naomi Watts y Kerry Washington (todas con múltiples escenas concebidas para su lucimiento) y conflictos que van desde el embarazo adolescente hasta los martirios de la adopción, así como los traumas propios que provocan tanto las madres dominantes como aquellas que han estado demasiado ausentes. Además, claro, están los hombres (en papeles y con incidencias bastante secundarias), entre los que se destacan el abogado enamorado de su empleada que interpreta Samuel L. Jackson. De todas maneras, queda claro, estamos en un mundo de, con, sobre y para mujeres. Muchas de ellas, no tengo dudas, sabrán disfrutar del compromiso y la espesura emocional que propone este Amor de madres.
Madre (no) hay una sola Como ya había demostrado en el film Con sólo mirarte (Things You Can Tell Just by Looking at Her, 2000), el colombiano Rodrigo García tiene una particular predilección por las historias femeninas. Amor de madres (Mother and child, 2009) consigue momentos de genuina emotividad, pero con el correr del metraje el relato se vuelve demasiado calculado, resintiendo el resultado final. Madre hay una sola, dice el dicho popular. Pero si un vínculo en la modernidad ha mutado merced a las nuevas tecnologías del cuerpo y los cambios sociales, es el de madre e hijo. Abortos, fecundaciones in vitro, tratamientos varios, sumados al auge de familias no tradicionales. A tono con esta realidad, Amor de madres es una historia de redención, encuentros y desencuentros. Garcia hace foco en mujeres con carácter, profesionales y de clase media. Karen (Annette Benning) lleva una adultez poco satisfactoria. Su madre está por morir y pesa sobre su conciencia aquella hija que tuvo a los catorce años y debió dar en adopción. Elizabeth (Naomi Watts) es una mujer en apariencias fuerte, abogada ambiciosa que inicia un affair con su jefe (Samuel L. Jackson) y cuya fragilidad comienza a manifestarse tras quedar inesperadamente embarazada. Por último, Lucy (Kerry Washington) es una mujer negra (dato no menor, ya verán por qué) que planea junto a su esposo una adopción, aunque las cosas no resulten como esperaban. El primer mérito del film es el compromiso asumido por el elenco. Las protagonistas aciertan en cada gesto, cada línea de diálogo, dándole a la historia una emotividad a flor de piel. Cuesta no generar una empatía con cada una de ellas, más aún cuando el conflicto con la maternidad repercute en las relaciones de pareja. Tanto Bening (que cierra un año excepcional, coronado con el reciente Globo de Oro por Mi familia) como Watts reconfirman que pueden ser convincentes tanto en el mainstream como en proyectos más independientes. La menos conocida Washington es la revelación del film y convendrá seguirle los pasos. Otro aspecto a destacar es la puesta en escena, transparente y concentrada en la gestualidad de los personajes. Con la habilidad de un maestro de orquesta, Garcia sabe tirar las cuerdas e hilvanar las tres sub-tramas con oficio. Colabora –mucho- la delicada banda sonora de Ed Shearmur, emotiva pero no maniquea. ¿Por qué Amor de madres no es, entonces, una gran película? Producida por Alejandro González Iñárritu, no cuesta imaginar que el mayor defecto del film esté relacionado con la filmografía del productor. Mientras que en Con sólo mirarte las historias no tenían una vinculación tan directa, aquí desde el comienzo sabemos que más tarde o más temprano el relato las unirá. Y esa unión se resuelve de una manera forzada, con moralina y una cuota de arbitrariedad que por fortuna –a diferencia de engendros como Babel (2006)- no aparece durante la mayor parte del film. Es de celebrar que teniendo tamaño culebrón entre manos, Garcia opte por un tono discreto, en donde las tensiones sociales aparecen de forma espontánea. Allí están los sutiles apuntes al ascenso social, las estructuras familiares (que de alguna manera pesa en las tres mujeres), en definitiva lo laboral y lo íntimo forjando el destino de los personajes. El final opta, en cambio, por eludir todo trazo fino y desmembrar esas esferas en pos de un cierre rosa y banal, “a la González Iñárritu”. El resultado es, pese a los desniveles, más positivo que negativo. Esperamos que Rodrigo García profundice su vinculación artística con historias femeninas, la próxima vez siendo más fiel a la lógica y coherencia que plantean los conflictos sobre los que su filmografía parece interesarse.
Si querés llorar, llorá. Evidentemente la feminidad y el supuesto “instinto maternal” es algo que convoca, atrae o quizás perturbe al hijo de Gabriel García Márquez, el director colombiano Rodrigo García. Esta temática es un denominador común en todos sus largometrajes. Aún recuerdo su ópera prima, Con Sólo Mirarte y la intensidad dramática que se vive en la escena en la cual Holly Hunter descarga llantos en la calle cuando sale de realizarse un aborto y se encuentra que está irremediablemente sola. En Amor de Madres se mete de lleno en el asunto. Nuevamente apuesta a un film de estructura coral, tres historias van entretejiendo la trama donde el mundo femenino y lo maternal aparecen indisociables. El deseo de ser madre pero con la imposibilidad biológica de concretarlo o en su opuesto, la irrupción de la maternidad cuando se carecen de recursos psicológicos para hacerse cargo de dicha función. Para ello selecciona un gran elenco compuesto por la flamante ganadora del Globo de Oro por Mi Familia, la excepcional Annette Bening; una siempre hermosa e impecable Naomi Watts; y quien fuera esposa de Ray Charles en Ray, Kerry Washington. Las tres actrices protagonizan cada una de las historias y sus respectivos trabajos interpretativos son lo más logrado del film. Karen (Bening), es una cincuentona que tuvo que dar en adopción a su hija en la adolescencia, quien ya es adulta, Elizabeth (Watts). No saben nada una de la otra pero se buscan sin buscarse. Lucy (Washington), es una mujer que no puede quedar embarazada y quiere desesperadamente cumplir el sueño de “Susanita”. La química interpretativa que logran Bening y Watts, aunque sin cruzarse, es formidable. Ambas actrices encarnan personajes que son un deleite para la platea. Karen es una mujer ya grande, claramente antisocial, su único vínculo es el cuidado de su madre vieja y enferma, con los mecanismos de defensa a flor de piel en el contacto con el otro, donde muchas veces logra ser dolorosamente sádica. Su hija, sin conocerla, redobla la apuesta: ambiciosa, escrupulosa y con marcados rasgos perversos. La escena donde Elizabeth realiza una “travesura” en la casa de los vecinos, es maliciosamente adorable. El armado de este rompecabezas, podría dividirse en dos partes. La primera donde se van presentando a los personajes principales y el conflicto de cada uno. Son historias atrapantes, ricas en cuanto al relato, en especial la de esta madre e hija desencontradas. A partir de la segunda hora aproximadamente, un par de sucesos producen un cambio en la subjetividad de estas mujeres, que le resta credibilidad a la narración. Se pierde la riqueza inicial, se busca una causalidad para generar encuentros que terminan convirtiéndose en casualidad forzada. Lo humano, con las miserias que tiene cualquier persona, se transforma en bondad absoluta. Nadie pasa de ser ásperamente amargo a de repente, empalagosamente dulce. Una película que en un primer tramo era incómoda, cuestionadora, filosa y hasta por momentos cómica, pasa a ser políticamente correcta con un dramatismo cargado de tanto sentimentalismo y moraleja cliché, que obliga a emocionar hasta a el más duro. La historia de Lucy queda desdibujada, por momentos innecesaria, recién toma impulso hacia el final. Hubiese sido más enriquecedor un film que desarrolle con mayor profundidad las vidas de esta madre e hija, encarnadas por dos personajes tan exquisitos e intensos, quienes nunca se han visto la cara, más allá del parto, pero le hacen honor al dicho: “de tal palo, tal astilla”. Con unos cuantos giros en la trama (algunos predecibles), lo cual la hace ágil; un montaje prolijo que sabe conectar las distintas historias; interesantes primeros planos que retratan muy bien el interior de estas mujeres y a pesar de lo sentimental que por momentos resulta, carece de golpes bajos. El resultado: una obra ambivalente, que tiene grandes momentos pero pierde fuerza en su intento de emocionar. Destinada a aquel que tenga ganas de llorar un rato, al cual se le aconseja proveerse de unos cuantos pañuelos descartables, que seguramente van a hacer falta.
Querer no es poder Rodrigo García lleva adelante un filme cuyas actrices son la locomotora del relato. Como si fueran los polos de una misma pila, Karen (Annette Bening) y Elizabeth (Naomi Watts) son madre e hija, pero no se conocen. Encendida la segunda, algo apagada y renuente a mantener cualquier tipo de relación que no sea profesional (es físicoterapeuta) la primera, son dos de los tres personajes centrales de la nueva película de Rodrigo García, un realizador con una apreciable predisposición por los personajes femeninos y sus mundos. Es que el hijo de Gabriel García Márquez, si en algo se ha especializado, es en la construcción de los protagonistas de sus relatos. Los va abriendo a los ojos del espectador de a poco. No importa si es cronológicamente o no, si advertimos antes o después por qué Elizabeth está dolida, cuándo Karen decide buscar, saber qupe es de la vida de la hija que dio en adopción cuando la tuvo, a sus 14 años, o en qué momento Lucy (Kerry Washington) decide ir al frente y dar todos los pasos necesarios para adoptar un niño cuando con su esposo no pueden procrear. A la manera de los filmes de González Iñárritu -que produjo Amor de madres - anteriores a Biutiful , que disparan distintas historias hasta que se conectan, García no fuerza las acciones sino que hace que se relacionen casi por causalidad no por casualidad. Está claro que Karen, Elizabeth y Lucy son mujeres de carácter fuerte -de nuevo: García se toma su tiempo para demostrarlo con Lucy- y ante situaciones extremas reaccionan como pueden más que como quieren. La mirada del realizador, también es cierto, suele dejar muy mal parados a los personajes masculinos. Desde la ausencia de los padres, por más que el título original, y con el que se estrena aquí hable de madres, la irresponsabilidad de algunos o el tardío darse cuenta de otros, es fácil advertir la debilidad y/o preferencia por ahondar en ellas más que en ellos. Y son ellas las que impulsan como locomotoras el relato. Una Annette Bening que asume papeles más fuertes -recordar el de Mi familia , por la que es candidata al Oscar este año-, Naomi Watts en un rol que mezcla desfachatez, insidia, audacia y resolución en idénticas dosis, y Kerry Washington ( Ray , El último rey de Escocia ) no es que se pongan a cargo la película: es ésta la que las acompaña. El amor interracial, el dolor, la muerte, el respeto, los prejuicios, las dificultades de la adopción y las relaciones madre e hija son como capas de una misma cebolla (no sólo por activar los lagrimales de las espectadoras) en este drama intenso, con actrices que son capaces de dar todo, y más, para conseguir su fruto.
Amor de madres Una fórmula conocida y actrices admirables El tema es la adopción. El director, Rodrigo García, considerado un especialista en films protagonizados por mujeres y dirigidos al público femenino, sobre todo aquel que disfruta de emocionarse en el cine y humedecer algún pañuelo. Uno de los productores es Alejandro González Iñárritu, que ha hecho de la coincidencia y el entrecruzamiento de historias su sello personal. El elenco es admirable e incluye la sorpresa de ver a Samuel L. Jackson por una vez en la piel de un hombre normal. Y Amor de madres ofrece más o menos lo que podía esperarse. Sigue la misma fórmula que a García le ha rendido en otras oportunidades: los personajes centrales son mujeres y sus historias irán interconectándose a medida que el relato progrese. Esta vez las mujeres son tres, y aunque hay una institución católica dedicada a la adopción que ha tenido o tiene que ver con sus historias, lo que termina aproximándolas es el azar. Una es la desdichada Karen, que a los 51 años nunca ha superado el dolor de haber dado en adopción la hija que tuvo a los 14 y divide su tiempo entre el cuidado de su madre enferma y su trabajo en un centro de salud mental. Otra, Elizabeth, que ni siquiera conoce la identidad de la mujer que la concibió y dio en adopción, es una abogada hiperprofesional, autosuficiente y fría, pero muy dada a fugaces encuentros puramente sexuales. La tercera, Lucy, es una joven negra y estéril cuyo desesperado deseo de adoptar un hijo no parece demasiado compartido por su cónyuge. Las dos primeras habrían bastado para llevar adelante el proyecto de García, que además de examinar el asunto de la adopción, sobre el cual expone ideas bastante contradictorias, y desarrollar las historias de las dos mujeres que, por supuesto terminarán ligadas después de una serie de disgustos y algunas pocas alegrías, también aspira a dejar algunos apuntes para un retrato del mundo actual. El melodramático caso de Lucy, poco convincente pese al buen trabajo de Kerry Washington, sólo consigue adosarle al film una estructura "a la Babel " y prolongarlo imprudentemente. Se habla mucho de madres e hijas, de bebes abandonados por sus madres, de chicos adoptados y de mujeres que sólo piensan en la maternidad, como si ese fuera su único horizonte posible. Pero el tema tiene una complejidad a la que García ni se acerca. Quedan los golpes de emotividad, algún acierto en la descripción de un amor adulto y, felizmente, el excepcional elenco, en el que brillan Annette Bening y Naomi Watts.
Santas y pecadoras Famoso por ser hijo de García Márquez y dueño de una atendible carrera en televisión (empezó dirigiendo episodios de Six-Feet-Under y Big Love y actualmente escribe y dirige In Treatment, serie que él mismo creó), en su carácter de guionista y realizador cinematográfico el mexicano Rodrigo García se especializa en lo que podría llamarse –si no sonara a Tita Merello– “alma femenina”. Sus cuatro películas hasta la fecha son films corales, íntegramente protagonizados por mujeres a las que se supone representativas de problemáticas, tipos y sectores sociales. Tercero de sus films en estrenarse en Argentina, las historias de Amor de madres (folletinesco título local para Mother and Child) se entrelazan entre sí, tal como sucedía en Con sólo mirarte (1999) y Nueve vidas (2005). Teniendo en cuenta que Guillermo Arriaga usó y abusó de esa clase de interconexiones en films dirigidos por Alejandro González Iñárritu (de Amores perros a Babel, pasando por 25 gramos), podría pensarse que la trabajosa urdimbre coral es un vicio mexicano. La condición materna es el hilo conductor del opus 4 de Rodrigo García, vinculando la historia de una madre abandónica y su hija con la de un matrimonio adoptante y la madre biológica de la niña adoptiva. Treinta y cinco años atrás, Karen (Annette Bening), madre a los 14, dio en adopción a una niña a la que nunca intentó reencontrar. Esa decisión la ha sumido en la culpa, la neurosis y el deseo, largamente sofocado, de volver a verla alguna vez. Hasta el punto de escribir cada día un diario personal dirigido a ella. A los 37, aquella niña devino ambiciosa abogada. Elizabeth (Naomi Watts) parece saber perfectamente lo que quiere, y cómo lograrlo. Más aun lo que no quiere. La decisión con que aborda a su nuevo jefe, un viudo sesentón (Samuel L. Jackson) y a un vecino, padre inminente, hacen pensar que el sexo sin amor es una de sus banderas. Lo otro que Elizabeth resueltamente no quiere ser madre. Para evitarlo se practicó, hace ya tiempo, una ligazón de trompas. Imagen en espejo de Elizabeth, si algo desea Lucy (Kerry Washington) es un hijo. En el centro de adopción tienen el dato de una madre soltera, dispuesta a ceder a la bebé que está por tener. Los lastres propios de esta clase de películas –el carácter de psicodrama fílmico, el tratamiento de temas “importantes”, la extenuante reducción a un monotema, en este caso la maternidad– son contrapesados, en la primera parte, por el tratamiento asordinado, la muy buena dirección de actrices y el delicado culto del detalle impuestos por García. Sobre todo en el tratamiento de los personajes de Karen y Elizabeth, que son los que más demandan su atención y a quienes dedica una acidez que ahuyenta toda sensiblería. Pero en la segunda parte algo le pasa a García y se convierte lisa y llanamente en Arriaga. Usa a los personajes como piezas de ajedrez y se reserva dos o tres vueltas de tuerca en las que hacen su aparición la muerte, la desgracia, la lágrima fácil y el golpe bajo. Peor aún, esos abruptos giros de la fortuna parecen cumplir –otra vez Arriaga– una función moral, premiando a las mamás buenas y abnegadas y castigando a aquellas que abandonaron a sus hijas o renegaron de su condición. Allí, lo que empezó siendo delicado psicodrama termina por convertirse en grueso melodramón pedagógico, digno de un folletín del siglo XIX.
Después de filmar Pasajeros, una historia de misterio con Anne Hathaway que en Argentina terminó directamente en dvd y varios años trabajando en series de televisión como Six Feet Under y Carnibale, el director Rodrigo García regresó a la pantalla grande con un sólido drama que está en sintonía con lo que fue su ópera prima, Con sólo mirarte. Un muy buen film estrenado hace varios años. Al igual que esa propuesta y Nine Lives (2005) con Robin Wriht Penn, las mujeres vuelven a ser las grandes protagonistas en esta historia de García. Amor de madres es una historia poderosa sobre la adopción, donde una vez más se destacan en trabajos tremendos Annette Bening , Naomi Watts y Kerry Washington (Ray). Es raro que ninguna de las tres hayan sido tenidas en cuenta en la temporada de premios de Hollywood por lo que hicieron en este film porque están excelentes. Especialmente Bening que últimamente viene con muy buena racha a la hora de elegir personajes en el cine. Lo interesante de este film es que una historia que probablemente en manos de otro directo hubiera terminado en un melodrama infumable, de esos que apuestan a la lágrima fácil. Rodrigo García, en cambio, tiene la capacidad para trabajar este género con mucho tacto donde logra que vos como espectador te intereses por las situaciones que enfrentan los personajes. Además utiliza su narración de la manera adecuada para desarrollar bien cada personaje e inclusive logra que los secundarios se destaquen y no estén en los distintos conflictos de relleno. Por otra parte, Amor de madres es una muestra contundente de por qué Samuel L Jackson es uno de los mejores actores con los que cuenta el cine en la actualidad. Muchos nominados recientes al Oscar tendrían que volver a encarnar en otra vida para lograr lo que hace este tipo con su trabajo. Un día lo ves como un personaje de cómic de Marvel y después en otra película distinta te lo encontrás en un rol dramático excelente donde no pasa desapercibido. En este caso interpreta al jefe del personaje de Naomi Watts y juntos tienen muy buenos momentos en el film. Otro buen trabajo de este director, cuyas películas siempre son interesantes de ver.
Desprendimientos y alumbramientos La maternidad en todas sus facetas, desde la no deseada a la prematura y hasta la deseada, forma parte del núcleo narrativo de Amor de madres, nuevo largometraje del director colombiano Rodrigo García. Una vez más el realizador demuestra la habilidad para describir mundos femeninos y retratar personajes emocionalmente comprometidos con la historia. Uno de los ejes que domina la trama es la idea del desprendimiento afectivo a partir de la entrega en adopción por no poder hacerse cargo de un hijo recién nacido o simplemente aquella que llega con la partida de un ser querido. El personaje que experimenta estas dos etapas es Karen (Anette Bening), quien a los 14 años dio a luz y dejó en adopción a su hija (Naomi Watts), ahora abogada y dispuesta a triunfar en el mundo de las leyes sin atarse a ningún compromiso emocional, pero que azarosamente quedará embarazada de su jefe (Samuel L Jackson). Por su parte, Karen ha perdido recientemente a su madre e intentará comenzar de cero incorporando una pareja a su vida, quien la animará a recomponer la situación con su hija. Termina de completar el cuadro una pareja afroamericana que busca adoptar un bebe debido a la esterilidad de la mujer (Kerry Washington). El relato de Rodrigo García maneja una serie de coordenadas que buscan cruzar las historias a partir de la distancia entre los personajes; es decir, que entre cada historia hay autonomía e independencia pero en el montaje y en la presentación de los hechos existe cohesión. El ritmo del film acopia situaciones y conflictos tales como los miedos de la maternidad, las responsabilidades y el aprendizaje constante, con bastante precisión y eso es lo que enriquece a los personajes, sobre todo al de Naomi Watts y Anette Bening que sin dudas se llevan los laureles por su gran actuación. Sin embargo, lo único criticable lo constituye el cierre de cada historia donde las costuras de un guión bien armado se hacen visibles y queda manifiesta la intención de que todo cuaje perfectamente con una suerte de justicia poética innecesaria y la inclusión de algunos personajes secundarios completamente funcionales a los dictados del guión. A pesar de este reparo, estamos en presencia de un film prolijo en cuanto a la dirección y emotivo en relación a los personajes.
Un buen chirlo Empiezo con una provocación: Rodrigo García es muy, muy bueno para filmar ciertas situaciones con economía y con realismo, y también delicado en su manera de sugerir toda una historia a partir de detalles. En Amor de madres (bueno, el título telenovelesco que se superpone al más sobrio Mother and child tal vez hace honor a lo que después voy a decir que no me gusta de la película), la forma de plantear la relación entre Karen (Annette Bening) y su madre enferma es brillante: hay un tironeo, una lucha de poder entre las dos, como suele pasar entre madre e hija y sobre todo entre una madre y una hija que ya es también mujer. Esa lucha está plasmada en una conversación muy breve, más cotidiana imposible, en la que Karen le dice a la madre que va a despedir a la mujer que la atiende y la madre, ofendida, se da vuelta en la cama y le dice obstinada que no. La debilidad física de la madre ya anciana, la posición más ventajosa de la hija que puede moverse en el mundo y tomar decisiones pero que sin embargo, grande como está, sigue sometida pasivamente al poder de la madre, la dificultad para entenderse y comunicarse que sufren las dos, son todos detalles que tienden a construir una situación posible y dolorosa. De hecho, mi momento preferido de la película es cuando esa situación estalla, ya muerta la madre. Entonces Karen se entera de que la mamá tenía de confidente a la señora de la limpieza en lugar de a ella (celos, furia), que le había regalado el collarcito heredado de abuelas a la hija de esta señora (entonces Karen no es más que una nena irracional, muerta de rabia), que le había dicho a esta señora que se arrepentía por haberle arruinado la vida a ella, su hija. Y Karen le pregunta llorando a la señora, demasiado tarde como siempre pasa, “¿Por qué no me lo dijo a mí?”. “Creo que te tenía miedo”, dice la otra (entonces, pura tristeza de Karen por lo que ya se no se puede arreglar). Uf, eso es altísimo drama, verdadero, sintético en su forma de condensar una relación doliente que abarca una vida. Perdón por haber contado tanto, pero necesitaba contrastar esos momentos, que en la película son brevísimos, con el todo. Un todo que está hecho, antes que nada, de una acumulación de situaciones de ese tipo que se pretenden abarcativas, como si en esa acumulación se pudiera encontrar cierta esencia de “lo materno” (y por eso hasta me irrita el título en singular de la versión en inglés, “mother”, que parece sustentar esa creencia de que hay algo así como una “Madre”, con mayúscula, y no muchas mujeres que viven la experiencia como quieren y pueden). Esa esencia está gritada en un plano que es francamente caradura, y que me produce todo el rechazo del mundo en su manera de querer imponer una verdad: la madre de Lucy (Kerry Washington), que acaba de adoptar una bebita después de mucho trajinar, la encuentra desesperada de nervios porque la beba llora y no la deja dormir, reclama todo el tiempo, demanda toda la atención del mundo. Entonces García pone a Kerry de espaldas, hace que su cabecita que queda en las sombras se confunda con la de los espectadores en la sala, y pone a la gran madre de frente para decir algo como “ser madre es esto, crecé, ya no se trata de vos sino de romperte el lomo y poner todo el cuerpo para cuidarla a ella, ¿qué te pensabas que era?”. Bueno. No importa si la mujer tiene razón o no, yo en principio no acepto que se me interpele tan groseramente. Ahí es donde la película quiere ser madre de todos nosotros, y una de las bravas, y lamentablemente sí, se vuelve prepotente y odiosa. Incluso didáctica. Lo coral entonces juega en contra, porque se trata de un coro que –en la aparente pluralidad de sus historias- canta todo el tiempo la misma nota: sacrificio, sacralidad, redención y otras yerbas. Sacrificio: dar todo por el hijo, como nos grita la madraza de Lucy. Sacralidad, al punto que es una monja la que efectúa las transacciones de bebitos. Redención, mucha, y si no vean a esa Elizabeth interpretada por Naomi Watts que se redime por haber puesto una bombacha suya en el cajón de la vecina embarazada mientras estaba teniendo un affaire con el marido de la vecina, bueno, nada menos que con la muerte. ¡Qué lindo que El cisne negro se traiga entre manos una mamá tan diferente! No se pierdan la próxima entrega de los Oscars: hay guerra de mamás en puerta.
A simple vista uno podría decir que estamos frente a un filme que intenta hacer una radiografía de la mujer, del mundo interior femenino, más específicamente de la relación madre – hija. Las formas elegidas por el hijo de Gabriel García Marquez tienen su sello, generar empatía total tanto desde lo relatado como desde la imagen y la banda sonora. Para ello y para asegurarse el éxito es que recurre a grandes y/o famosos actores que le terminan por cerrar el negocio. Desde lo específicamente cinematográfico, éste producto es un catálogo de lugares comunes, plagado de golpes bajos, sentimentaloides, lacrimógenos en exceso, argumentando historias aisladas a las que intentan darle un viso de universalismo que, a la postre y por los resultados, no aparece, no puede aparecer, ya que es una historia con tres personajes que se encuentran y desencuentran. Con una estructura más cercana a “21 Gramos” (2003) que a “Amores Perros” (2000), y esto tiene su explicación ya que uno de los productores ejecutivos es nada menos que Alejandro Gonzáles Iñarritu, el director de las mencionadas anteriormente. Estos personajes son Elizabeth (Naomi Watts), una joven de 36 años, soltera, profesional, a la que lo único que le interesa es su carrera. Fría, calculadora, dominadora, avasallante. De la misma forma en que se conduce a nivel laboral construye sus relaciones sociales, distantes, sin un mínimo de posibilidades de dar o recibir afecto. Luego aparece Lucy (Kerry Washington), una joven mujer negra que no puede quedar embarazada, y que arrastra a su marido Joseph (David Ramsey) a la posibilidad de adoptar. Por ultimo, en este triangulo de personajes esta Karen (Annette Benning), una mujer amargada, triste, que toda su vida se centra en el trabajo y en el cuidado de su madre enferma. El nexo de estas tres mujeres será la hermana Joanne, una monja que trabaja en un centro de adopciones y que en algún punto de la historia termina siendo determinantes para todas estas mujeres. Con el devenir de los minutos sabemos que Karen cuando tenia 14 años fue obligada por sus padres a dar en adopción a su bebe, al que nunca vio, éste bebe es Elizabeth, que nunca conoció a su madre biológica. También sabemos que este hecho forjó que Elizabeth, muy joven se hiciera ligar las trompas pues descree de la maternidad. Pero como dice el personaje Dr. Ian Malcolm (Jeff Goldblum) en “Jurasic Park” (1993) “la vida se abre camino”. Elizabeth queda embarazada, de una de las tantas relaciones casuales. La historia de Lucy es la menos desarrollada, pero es la que finalmente termina dando el cierre a todas las historias. Un cierre bastante redondo, atiborrado de discurso eclesiástico, donde se prepondera la relación de sangre sobre la construcción de los vínculos afectivos. En toda esta maraña de situaciones el lugar del hombre queda desplazado, a un segundo lugar, tanto Joseph, el marido de Lucy, como el jefe de Elizabeth, Paul (Samuel L. Jackson), quien será uno de sus amantes ocasionales, desaparecen de la misma manera que aparecieron, sin dejar rastro alguno. En síntesis, un film muy bien filmado, respetuoso de un guión bien elaborado, y con infinidad de detalles, y muy buenas actuaciones. Lo que en el exterior del relato parece ser una o varias historias de madres e hijas es en realidad de la imposibilidad de algunas en concretarlo. Aparenta una bondad que no resiste el mínimo análisis en profundidad, cuando esto sucede termina siendo un texto falso, nimio y por momentos hasta peligroso desde el discurso.
Rodrigo García ha intentado, con éxito diverso, incorporar la mirada, el deseo y la sensibilidad particular de las mujeres en sus películas. Sin embargo, y esto puede comprobarse en su última película, por momentos lo que construye es una mirada masculina sobre las mujeres. En Amor de madres, muy lejos de su auspicioso debut en el cine, se confunde y confunde. A partir de un discurso masculino disfrazado de femenino, construye una historia de mujeres de distintas edades y condiciones, todas ellas tomando decisiones claves a partir de su relación con la maternidad. La que no puede ser, la que no quiere ser, la que fue cuando no era conveniente, la madre que sojuzga, la madre que contiene, la madre que rechaza. Todas ellas se encuentran, se cruzan, se conocen. Cabe aclarar que, aun cuando la película parece proponer miradas diversas sobre la cuestión, lo que sostiene el conjunto de ideas de la película, no es sino una concepción lineal y remanida de la maternidad. La historia de estas mujeres y su lugar como madres, que parece sostenerse en opciones personales diferentes, solo se dirige a una naturalización del rol. Lejos de las concepciones actuales sobre el particular, que entienden la maternidad como un concepto cultural, histórico y socialmente determinado, Amor de madres presenta a la maternidad, como una configuración natural – e inevitable – de las mujeres. Las historias de cada una de las ellas, y el modo en que son madres y son hijas, se entrelazan en un argumento por demás melodramático, con un final narrativamente tan forzado y efectista, que empeora más la simplificación que presentada en todo el desarrollo. Podría escribirse un capítulo sobre el lugar de los hombres. No solo canallas o limitados o egoístas o egocéntricos, los hombres en Amor de madres son tan elementales, y sus reacciones incomprensibles en la lógica interna de la película y del desarrollo de la trama. Esta simplificación aporta a la naturalización de los roles socialmente construidos (lo que parece ignorar García). La idea que sostiene con el efecto dramático final, donde el rol redentor de la muerte, en una de las más rebuscadas formas de expresar el sentido sacrificial de toda madre, es francamente antediluviano. Si la sensibilidad parecía ser una virtud del director en sus anteriores películas, en esta todo ese encanto queda en tono de falsete, impostado. Las actuaciones quedan condicionadas por la confusión de ideas que expresa la película y de ese modo son puramente exteriores y en muchos casos fuera de tono. Películas como Amor de madres podrían dejar pasarse sin ningún esfuerzo, pero sin embargo, para este servidor, no parece apropiado obviar la trascendencia que las múltiples simplificaciones y naturalizaciones respecto del rol de la mujer han tenido en una de las más ominosas formas de dominación: el machismo. Rodrigo García, creyendo que construye un relato propio del universo femenino y con una voz honestamente propia de la diversidad de las mujeres, hace una película que reniega claramente de lo aprendido en los últimos 50 años de luchas de género.
Filme menor sobre una mujer con una vida marcada por una decisión ajena. Amor de madres, segundo largometraje de Rodrigo García, hijo del ganador del Nobel de literatura Gabriel García Márquez, cuenta la historia de tres mujeres unidas por un destino cruel. La saga familiar se inicia cuando Karen queda embarazada a los catorce años y su madre la obliga a dar la beba en adopción. Karen, devenida en madre biológica ausente, encarnada en la adultez por la siempre sólida Annette Bening, vivirá las siguientes décadas llena de culpa y arrepentimiento. Elizabeth, su hija biológica, es una mujer que ha construido una coraza protectora de frialdad y profesionalismo extremo. Cuestión que le sirve tanto para protegerse del dolor, como para hacerse un lugar dentro de la abogacía. El azar hará que Elizabeth, a pesar de métodos anticonceptivos aplicados, quede encinta dándole continuidad a la saga familiar. El estado de gravidez dotará al personaje, interpretado por Naomi Watts, de una flamante sensibilidad que la vinculará a una niña ciega. En las charlas que compartan estas dos mujeres la figura de su madre ocupará un lugar central, a partir de este hecho tomará la decisión de hacer un intento por saber quién es y llegar a conocerla. Paralelamente a las historias de Karen y Elizabeth se describe la vida de Lucy, una joven estéril que tiene una pareja estable y necesita adoptar un hijo para sentirse completa. El carácter coral de la historia y los saltos temporales, atentan contra la posibilidad de que se establezca rápidamente un ritmo adecuado y el filme por momentos aburre bastante. Lo peor de Amor de madres es que una vez que madre e hija ansíen conocerse Rodrigo García elige una salida previsible y trágicamente gratuita, proponiendo el cliché de una repetición tan innecesaria como efectista.
El instinto que yace. Se advierten en Amor de madres varias coincidencias con dos películas anteriores de Rodrigo García: Nueve vidas y Con sólo mirarte. La primera consistía en nueve planos secuencia, cada uno contando una vida distinta. La segunda presentaba una estructura coral, que por sus cruces narrativos la asemejaba a Ciudad de ángeles de Altman y a Magnolia de Anderson –y a tantas otras películas de la última década–. Los personajes principales en ambas eran femeninos, así como, en rasgos generales, los tópicos de las historias que protagonizaban. Aquí el relato se centra en la vida de tres mujeres. Karen (Annette Bening) lleva una amarga y miserable vida de solterona con su anciana madre como única compañía. Treinta y seis años antes, siendo apenas una púber, debió dar en adopción a su beba, de quien no volvió a saber nada. Atormentada por ese recuerdo, conoce un día a Paco (Jimmy Smits) y gracias a este amor comienza a ser feliz. Eventualmente, él la convence de buscar a su hija. Esa hija es Elizabeth (Naomi Watts), una cínica y calculadora abogada cuyas relaciones, tanto a nivel personal como profesional, son absolutamente pasajeras. Su falta de escrúpulos para seducir hombres de familia y acostarse con ellos la lleva a tener un amorío con su jefe (Samuel L. Jackson) y quedar accidentalmente embarazada. Empeñada en recomponer su vida, Elizabeth sigue adelante con el problemático embarazo y comienza a buscar a su madre. La tercera mujer es Lucy (Kerry Washington), quien desea, más que nada en el mundo, tener un hijo. Imposibilitada de lograrlo por vía natural, decide adoptar, incluso luego de ser abandonada por su marido. No pocos comentarios se refirieron a las marcas de González Iñárritu en la narración, y tal aseveración no carece de asidero. El mejicano es el productor de la película, cuyo guión, por cierto, es más rígido y forzado que el de Con sólo mirarte. Teniendo esto en cuenta, cabe suponer que Amor de madres bien podría haber terminado siendo un bochorno lacrimoso. El resultado final dista bastante de eso, principalmente debido a la impecable performance de las actrices protagónicas, algo de lo que García sabe sacar provecho en casi todo lo que dirige. Para ser más específico: Anette Bening es lo mejor de la película. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento: todo en su personaje es inexplicablemente hermoso y conmovedor. Todos los estados de ánimo abordados por el film se concentran en esta magnífica interpretación. Ante la realidad latente de un pasado doloroso e inexpugnable, la desvalida Karen entrega las dosis perfectas de soledad, frustración, inseguridad, esperanza y resignación, tanto por lo que exterioriza como por lo que reprime. A su vez, Naomi Watts hace el papel que mejor le sale. Su Elizabeth es fría, sofisticada y autosuficiente, aunque tan sólo se trate de una fachada autoimpuesta, producto del abandono de su madre. La premisa, en definitiva, es que para llegar a un final que emocione los personajes deben cambiar su carácter por completo. No hay nada de reprochable en esto. Lo más flojo, acaso, reside en las situaciones del destino que dichos personajes atraviesan para que el cambio se produzca y así, impulsadas por esa épica del instinto maternal, las benditas lágrimas broten de nuestros ojos. Por este exceso de intención, por esta falta de sutileza, Amor de madres no resulta ser todo lo buena que podría haber sido.
Cuando empieza el film conocemos a Karen, interpretado por Annette Bening, una mujer lánguida y solitaria, que solo cuenta con la compañía de su madre. El mal que aqueja a Karen desde su adolescencia es su maternidad perdida, un bebe que ella tuvo a los 16 años y que dio en adopción. En paralelo se nos presenta Elizabeth (Naomi Watts), quien tiene el mínimo interés en ser madre y lleva una carrera laboral en la que se destaca. Liz, tiene dificultadas para establecerse en todos los aspectos de su vida, sus relaciones amorosas son conflictivas y le cuesta formar lazos con otras personas. El último personaje en cuestión es Lucy, protagonista de un matrimonio en el que el mayor anhelo es concebir un hijo propio. Lamentablemente Lucy es estéril, y lucha con el sistema y contra la familia de su esposo, para poder conseguir adoptar. Podemos ver a través de la película como estos tres personajes se buscan sin encontrarse, se rozan en la cotidianeidad de sus días, pero de alguna manera resulta imposible encontrar unirlos. La relación de la mujer con la maternidad se establece en este film como tema central, la madre que perdió un hijo convive con la madre que no puede tener un hijo propio junto a otra madre que tiene algo que nunca busco. Una película conmovedora que lleva al espectador a emocionarse, a sentirse al menos una de estas tres mujeres, cuando no las tres en distintas etapas de su vida. Irónicamente es un hombre, quien nos hace sentir a gusto con los personajes femeninos. Es clara la mano de Alejandro González Iñarritu, quien en este film oficia como productor ejecutivo, tal como vimos en Babel o en Amores Perros, de nuevo tres historias que se cruzan en algún punto de la vida. El colombiano Rodrigo García, es el autor de este film que nos lleva a recorrer una etapa en la vida que puede ser la más feliz, como las desdichada.
Mamita querida Rodrigo García -si, hijo de Gabriel Garcia Márquez- tiene un talento particular, no solamente para dirigir historias corales, sino principalmente para abordar con una mirada diferente y sensible, al universo femenino. En su debut cinematográfico en "Con sólo mirarte" no solamente se dio el lujo de dirigir un elenco soñado por cualquier director (en el que estaban incluidas Glenn Close, Cameron Diaz, Calista Flockhart y Holly Hunter, entre otras) sino que entrelazó un puñado de historias centradas en diversas problemáticas femeninas con muchísimo talento. En su película no estrenada aquí en Argentina -que se consigue en DVD- "Nine Lives" vuelve a ejercitar este don con otro elenco multitudinario (Robin Wright, Molly Parker, nuevamente Hunter, Close y Brenneman, Sissy Spacek y Elpidia Carrillo) donde el fin de una historia se conectaba con el principio de la siguiente, contando 9 vidas de mujeres atravesando un momento de crisis transformadora. Ahora es el turno de "Amor de Madres" un film también coral, pero más acotado, contando en un tríptico (se ve la mano del productor Iñárritu que le encantan los tripticos como en "Amores Perros" "21 gramos" o "Babel") donde las tres madres protagónicas son Annette Bening, Naomi Watts y Kerry Washington, un sobresaliente terceto actoral. Bening encarna a Karen, quien fue madre a los 14 años y tuvo que dar a su hija en adopción. Muchos años más tarde, sorpresivamente logra darle otro curso a su vida con un nuevo amor que aparece y de allí, la búsqueda de esa hija que ha dejado abandonada y de la que ha perdido todo rastro. Por su parte, Watts da vida a Elizabeth una abogada super independiente de temperamento fuerte que vive un apasionado romance con el jefe del buffette para el que trabaja (Samuel L. Jackson). Inesperadamente, queda embarazada y su amante decide no dejar a su familia por lo que emprende solitariamente el camino de la maternidad, asumiendo todas sus consecuencias y moviendo algunas piezas de su pasado. Finalmente, Kerry Washington es Lucy, quien está atravesando serios problemas en su pareja por no poder ser madre. Juntos deciden adentrarse en los complicados mecanismos de la adopción, con su idas y sus vueltas. Un camino con muchas frustraciones y promesas fallidas donde Lucy se juega básicamente su posibilidad de ser madre, que es lo único que le importa. El guión de Rodrigo García conduce estas historias dándole más importancia a la de Benning y su lazo con la de Watts, aunque sobre el final, las tres historias logran tener un fuerte punto de contacto y cada historia se repliegue sobre las otras, cerrando el círculo de la historia. Las tres actrices protagónicas están perfectas, cada una con su estilo y lo que demanda su papel. Hay además muy buenos roles secundarios a cargo de Jimmy Smiths (otro frecuenta colaborador en las películas de García) y Samuel L. Jackson, siendo entonces el plato fuerte de la película, las logradísimas actuaciones y la facilidad con la que García sabe enhebrar las historias, entrecruzándolas sin forzarlas demasiado. Lo que se le puede, de todos modos, sobre el guión de "Amor de Madres" es que tiene una duración un poco extensa y aún cuando ya logró cerrar las tres historias, se extiende unos minutos más, perdiendo la fuerza que hubiese logrado con un cierre más contundente unos 10 minutos antes. Bening vuelve a demostrar que es una excelente actriz -ahora nominada al Oscar por "Mi familia"- y Naomi Watts (a quien veremos la semana próxima en la última realización de Woody Allen "Conocerás al hombre de tus sueños") prueba que tiene la posibilidad de mezclar estos films de una actuación más comprometida con grandes éxitos comerciales como "King Kong" "La llamada" o su ultima realización junto a Sean Penn "Fair Games". La sutileza de García para manejar nuevamente historias vinculadas con el universo femenino transforma una historia que tiene sus caidas en los lugares comunes, en una puerta interesante por donde meterse al complejo mundo de la maternidad, la adopción, el abandono y el amor fraternal.
Mamá, cueste lo que cueste. Esta película es una montaña rusa: se empieza con una gran subida donde somos conducidos de manera firme y constante, para después terminar en una caída libre a toda velocidad. Tres mujeres componen este relato sobre madres donde increíblemente ninguna de ellas lo es. Es decir, no es una película sobre la relación madre-hija, es sobre el deseo (aparentemente indispensable) de las mujeres de tener hijos. Atención se revelan detalles importantes de la trama Annete Benning, deprimida por dejar a su recién nacida hija en adopción cuando era una adolescente, hace de una vieja, solterona y amargada que cuida a su madre pero cuya muerte hace que tenga una relación con la hija de la empleada de limpieza. Toda esta historia es un gigantesco golpe bajo, del cual no sabes cuándo empezó ni cuando termina. Naomi Watts, es la hija de Benning, que según sus propias palabras es feliz de ser independiente ya que no tiene que cumplir las expectativas de nadie. Por lo tanto, ella es libre de ser un personaje despreciable que usa a los hombres ya sea para escalar laboralmente o simplemente para divertirse arruinando un matrimonio. Lo patético es que todo cambia cuando se entera que va a tener un bebe y ahora tenemos que perdonarla al convertirse en mejores amigas con una adolescente ciega. Kerry Washington tiene en sus manos el único personaje coherente y que por suerte lo interpreta con honestidad y virtuosismo. No es casual que esta historia sea la única capaz de generar una escena tan potente como la del hospital, en la cual Washington grita desconsolada. A esta historia le juegan en contra el personaje de su marido (donde claramente deja en evidencia que los hombres en esta película no solo son escasos sino que también idiotas) y esa muy extraña adolescente embarazada cuyas inverosímiles demandas en busca de los perfectos padres adoptivos debilitan el relato. El peor error de toda esta aventura (aunque es coherente con la película), es el final. Es increíble en todos los sentidos. Yo nunca creo haber escuchado, que sí o sí las películas corales tienen que tener un momento en que se junten sus historias. Es impresionante como se les pudo haber ocurrido que estaba bien este desenlace. Es asqueroso, horrible y perverso. Watts muere dando a luz porque quiso tener un parto natural, por lo que su bebe pase a ser adoptada por una mujer infértil cuyo sueño es ser mamá; y que para colmo, todo esto termina con Benning yendo a ver a su nieto como cierre a su terrible trauma por haber dejado en adopción a Watts cuando apenas había nacido. ¿Irónico verdad?