Cuando el arte ataque… Comencemos aclarando desde el vamos que toda acción cotidiana incluye una dimensión política intrínseca, con un entramado de alianzas y rivalidades que aporta determinado marco de socialización e implica un popurrí de actividades/ cofradías por las que se hace lobby y otras tantas que boicoteamos, en mayor o menor medida. Una gran dificultad del arte en general es la de invocar de manera explícita el sustrato práctico de la política, la militancia, porque jugarse por tal o cual concepción inevitablemente fragmentará al público de turno en dos o más bandos contrapuestos, situación que para colmo se ve maximizada en el entorno contemporáneo por el discurso dominante de la desideologización y la pasividad. Más allá de todos esos reduccionismos de cotillón, los cuales sólo sirven para garantizar un armazón colectivo basado en la desigualdad y el saqueo del patrimonio estatal por las camarillas gubernamentales y sus socios de los conglomerados privados, aún más difícil que realizar una película militante es redondear una película militante sobre el rol mismo del arte en dicho porfiar ideológico, paradojas mediante. A lo largo del tiempo hubo incontables ejemplos de autores que han dado batalla a regímenes despóticos desde la humildad o fastuosidad de sus obras: el problema que se presenta al retratar un conflicto siempre es de naturaleza formal, con la tonalidad, el pulso y la estructura en primer plano. Lamentablemente Bailando por la Libertad (Desert Dancer, 2014) desaprovecha una interesante oportunidad de analizar el fundamentalismo delirante de la cultura y la idiosincrasia iraní, ahogando lo que podría haber sido una denuncia concienzuda en el río de los estereotipos melodramáticos y las sentencias ingenuas, dignas del manual más esquemático de la escuela primaria. Bajo la excusa de trazar una crónica del devenir de Afshin Ghaffarian, responsable de una compañía de danza clandestina en un contexto de prohibición y persecución constante, el convite apenas si ofrece una historia de amor trunca en medio de las acusaciones de fraude alrededor de las elecciones presidenciales del 2009. Tanto el director debutante Richard Raymond como el guionista Jon Croker, quien viene de torturarnos con la también olvidable La Dama de Negro 2 (The Woman in Black 2: Angel of Death, 2014), saturan la propuesta con diálogos simplones, planteos previsibles y un desarrollo en extremo soporífero. A pesar de que algunas coreografías están relativamente bien y se agradece la presencia de Freida Pinto como el interés romántico (aquí a merced de los lugares comunes de una adicta en recuperación, con pasado trágico incluido), ni Reece Ritchie como Ghaffarian ni el resto del elenco logran elevar el triste nivel de un film que hace del cliché su única arma, obviando todo el vigor del verdadero ataque contracultural…
Fundamentalismo malo, malo y malo No por su mirada edulcorada, sino por la falta de vuelo para reducir esta historia a buenos y malos bajo los típicos clichés del Hollywood más despreciable, Bailando por la libertad es otro intento de contraponer el arte como expresión política cuando debería dejarse de lado ese elemento propagandístico y separar la paja del trigo. Todos los fundamentalismos se apoyan en la súper estructura del pensamiento único y la palabra “libertad” de expresión no forma parte de su postulado máximo, justificándose cualquiera de las aberraciones contra aquellos individuos que piensan de manera diferente con –es justo decirlo- consenso social. Irán no es la excepción a la regla y por supuesto, que bajo la mirada occidental, es el peor ejemplo de fundamentalismo y atraso cultural. Así las cosas, Bailando por la libertad, que se ampara en ese subterfugio basado en hechos reales toma como punto de partida una convencional historia que tiene por protagonista al bailarín Afshin Ghaffarian, quien huyó de su Irán natal tras organizar una escuela de baile clandestina que por supuesto molestaba al régimen y que hizo de la expresión corporal y de su particular danza todo un manifiesto político fronteras afuera. El esquematismo pasmoso del guión y una dirección anodina, salvo en las coreografías de baile donde se puede apreciar el cuerpo de la sensual Freida Pinto, a la sazón interés amoroso de Afshin, con pasado trágico y derrotero de drogadicta, por momentos resulta soporífero, teniendo en cuenta que el relato busca conmover desde el primer minuto en que el protagonista es agredido por querer simplemente bailar. Párrafo aparte merece la compañía YouTube, por posicionar su marca en esta película, que asocia la libertad al acceso a sus videos desde una mirada tan superficial como un desenlace anunciado que obviamente no se revelará aquí.
Bailando por un sueño Basada en una historia real, Bailando por la libertad (Desert dancing, 2014), nos lleva al 2009 en una Irán marcada por las represiones políticas y una alta gama de prohibiciones entre las que se encuentra el baile de cualquier índole. Afhsin Ghaffarian (Reece Ritchie, Desde mi cielo) es un bailarían que crece con el sueño de poder bailar libremente y así decide junto a un grupo de amigos de la Universidad arriesgar su vida para formar una especie de compañía de danza subterránea. La premisa del film (como su título local indica) se lleva a cabo a la perfección, pero lo hace dentro de una trama narrativa carente de contenido y llena de incoherencias. Empezando por lo más básico, este grupo de amigos decide reunirse a hablar de la top secret academia de baile en una cafetería repleta de gente, en donde por supuesto, el personaje de Elaheh (intepretada por la exquisita Freida Pinto de ¿Quién quiere ser Millonario?), los escucha y los sigue hacia el lugar de encuentro para audicionar. Tampoco podemos dejar de mencionar la débil historia de amor que se nos presenta entre esta y Afhsin. Nunca llegan a definirse demasiado cuales son las intenciones de ella ni las de él: ¿Acaso se aman? ¿Se desean? ¿Se salvan el uno al otro? Se sugieren algunas cosas pero nunca nada queda demasiado claro, y en una trama que ya viene demasiado simplona, podría haberse decidido poner el foco en esta historia , pero lejos de ello, es interrumpida abruptamente y queda colgando de un hilo. El marco político se suma también a los hechos poco desarrollados de la trama: La revolución verde y las elecciones del 2009, son acontecimientos que se mencionan al pasar en algunas escenas quedando cabos sueltos para los espectadores que no conocen a fondo los sucesos de Teherán en aquel año. El resto de los personajes, (Afshin y Eliah incluidos) son héroes, dispuestos a sacrificarse por el sueño (que en algunos casos ni si quiera sabíamos que tenían) de expresarse libremente a través de la danza moderna. Y en este sueño, se repiten incontables y reiterativos diálogos, que hablan sobre libertad, creación y prohibición. Ah, y no olvidemos que en donde hay héroes y hombres poseedores de una bondad absoluta, también están los malos, que en este caso son malísimos. Como positivo, las secuencias de danza moderna (que inexplicablemente son pocas) son lo mas destacable del film, en especial claro, la que se lleva a cabo en el desierto y en donde por ese corto período de tiempo, los sueños de todos se cumplen, logrando el anhelado objetivo de libertad.
Basada en la vida del valiente bailarín iraní Afashin Ghaffarian, que luchó por sus derechos en Teherán en el 2009, poniendo en riesgo su vida por su vocación, sus convicciones políticas y el ejercicio inclaudicable de la libertad creativa. Bella, trágica, por momentos ingenua.
Con bajada de línea Maniquea y simplista, no tiene claroscuros: los malos son malísimos y los buenos, buenísimos. Afshin Ghaffarian es un bailarín y coreógrafo iraní que en 2009 escapó de su país -en ese momento gobernado por Mahmoud Ahmadinejad-, y consiguió asilo político en Francia. Bailando por la libertad cuenta su historia, pero nunca consigue ser creíble porque está contada desde un sesgado punto de vista occidental. Por empezar -un clásico- los personajes son estudiantes iraníes viviendo en Teherán, pero hablan en inglés (con acento extranjero, eso sí). Aquí no hay matices: Ahmadinejad y sus seguidores son malísimos y sus opositores son buenísimos. Quizás esa opinión tenga asideros, pero la película hace una bajada de línea tan maniquea que no aporta nada al conocimiento sobre la realidad iraní bajo el régimen de Ahmadinejad, seguramente mucho más compleja. Bailando por la libertad recuerda a esos bodrios del estilo de Imaginando Argentina: cuando desde el Primer mundo se intenta retratar el padecimiento político tercermundista, en general el resultado es simplista. Eso sí: hay bellas coreografías a cargo de la hermosa Freida Pinto (la de ¿Quién quiere ser millonario?). Y nada más.
A bailar contra la opresión Bailando por la libertad termina en un teatro francés y con un aplauso que por un lado celebra la actuación de un artista, el iraní Afshin Ghaffarian (representado aquí por un inglés, Reece Ritchie), pues es su historia la que el film intenta reproducir en esta biopic bastante lineal, y por otro festeja, ya en el exilio, su disidencia con el régimen opresor que él acaba de traducir en danza y por causa del cual debió huir de su país. La película -hablada en inglés para asegurar su difusión en mercados de Occidente- cuenta cómo el bailarín y sus compañeros han logrado desarrollar su arte a escondidas de la violenta policía del régimen que castiga a quienes se atreven a practicarlo con la misma crudeza que han mostrado contra los manifestantes que salieron a las calles en 2009, tras las controvertidas elecciones que llevaron al poder a Ahmadinejad. Por tales motivos fue la suya una formación con bastante riesgos y difícil de desarrollar si no hubiera sido porque una de las chicas (Freida Pinto) recordaba bastante de lo aprendido junto a su madre, ex integrante de lo que en otras épocas fue el Ballet Nacional, y porque hoy existen en You Tube algunos videos que llevaron al protagonista y a sus compañeros a abrevar en distintas fuentes, de Michael Jackson a Rudolf Nureyev y de Gene Kelly a Martha Graham. En fin, una suerte de Footloose II en Medio Oriente que ofrece algunos momentos atractivos en términos de danza, el más llamativo de los cuales sucede cuando la compañía clandestina logra finalmente presentarse ante el púbico. Eso sí, cuando el movimiento cesa y el film quiere relatar algo del resto de la historia, sobreviene un aluvión de clichés a los que hemos asistido en films que hablan de la resistencia de algún artista contra la persecución política. Puestos en boca de estos iraníes angloparlantes que tienden a la simplificación cuando quieren explicar lo que saben de su país, tales clichés apenas si pueden ser compensados por algún número de danza coreografiado por el británico Akram Khan.
Las películas basadas en historias reales tienen un plus sentimental que inevitablemente me compran... y sí, por algo llegan a la pantalla grande. En "Bailando por la Libertad" vas a vivir todo lo que le sucedió a Afshin Ghaffarian (que es idéntico al actor que lo interpreta), su lucha por poder bailar en Irán y una historia de amor trunca, que se pone interesante en el trayecto. Freida Pinto (la conocimos en "¿Quien Quiere Ser Millonario?") es una de las apariciones más destacadas (además de hermosa) que tiene la peli, junto a Tom Cullen, que ponen absolutamente todo para que lo que se cuenta resulte creíble. Hay un momento que define el largometraje de Richard Raymond (su director, que debuta con este film), que es el baile en el desierto... Cuando veas que se viene, acomódate porque es bellísimo lo que sucede (el final también lo vale). Historia para ver, reflexionar y debatir a la salida del cine.
Afshin es un niño iraní. Ama el arte y en especial la danza, pero en dicho país estas expresiones culturales están prohibidas. Ya como adulto, mientras estudia en la universidad y milita en un partido político mucho menos conservador que el actual, decide bailar clandestinamente con sus compañeros. Así es como surgirá la idea de dar un show de baile en pleno desierto para evitar ser encontrados. Basada en un hecho real, esta película es rara de analizar, ya que cuenta varias cosas a la vez, que independientes podrían haber dado un film muy sólido, pero como suele pasar cuando se relatan muchas cosas, todo se empasta y no sale nada en concreto. Por un lado tenemos el sueño de Afshin, de volverse un bailarín mundialmente famoso, pero con el problema de haber nacido en un país que prohíbe casi todas las muestras culturales y de libre pensamiento. Obviamente, entrarán en la trama las policías morales que andarán a la caza de estos artistas. 1imagen El problema es la sub trama secundaria, donde Afshin también milita en el partido político opositor al que gobierna el país, y que se muestra bastante más liberal. Esto no tendría nada de malo, salvo por el detalle de que las dos tramas son muy fuertes y compiten entre sí, restándole peso una a la otra, y quitándole tiempo de desarrollo a ambas, que terminan notándose un poco pobres con respecto a su potencial. Si a esto le sumamos que el protagonista se enamora de una compañera adicta de la universidad, a la que intenta recuperar de las drogas mientras trata de llevar a buen puerto el romance, ya estamos hablando de demasiadas cosas para un film que apenas dura más de una hora y media. De todas formas no es una mala película, ya que nos muestra una realidad bastante ajena a la nuestra, y que aunque parezca raro, no se sitúa hace medio siglo, sino apenas hace una década; y además, vuelvo a decir, está basada en un hecho real (veremos al verdadero Afshin en el film). A esto hay que agregarle que el plantel actoral cumple bastante bien. Quiero destacar en especial a los integrantes de la policía moral, ya que no caen en la obviedad de los malos genéricos; es creíble verlos comportarse así, ya que están abalados por la propia ley para reprimir sin medir el uso de la fuerza. 2imagen Pero también destaca el protagonista, en especial en las escenas de danza, donde la verdad se luce y es lo mejor que ofrece la película (los secundarios también acompañan bien). Bailando por la Libertad (Desert Dancer el nombre original) es una película que cumple con su propósito de mostrarnos una realidad en concreto, pero como película falla especialmente por lo poco balanceado que esta el guión y la sobredosis de tramas que tiene para el poco metraje que posee. De todas formas, se muestra como buena opción para aquellos que no quieran ver a poderosos súper héroes o avilés conductores de autos.
Drama real contado sin imaginación Esta película es una mezcla de musical y drama testimonial, y si bien parte de una historia real muy interesante, tiene un desarrollo más bien pedestre lleno de los lugares comunes del más mediano telefilm. La historia real es la de Afshin Ghaffarian, un bailarín iraní que decide seguir su vocación, a pesar de que en su país la danza está rotundamente prohibida. Una de las mejores escenas está al principio del film, cuando el joven Afshin, influido por la película "Dirty Dancing", no tiene mejor idea que lanzarse a un desenfrenado número musical frente a sus compañeros en el colegio, sólo para lograr una tremenda reprimenda por parte de su maestro. El protagonista crece y va a la universidad, donde como si se tratara de una joya cultural supersecreta un profesor le hace escuchar la canción "Louie Louie". Con ésa y otras influencias, el atrevido Afshin decide formar una compañía de danza underground, lo que le da satisfacciones, peligros y una novia lamentablemente demasiado atada a una adicción a las drogas. Reece Ritchie y Freida Pinto interpretan a la pareja principal en un film que no les da muchas posibilidades, excepto por algunos temas bien coreografiados. Los diálogos son imposiblemente cursis, y la puesta en escena carece de imaginación.
Bailar con lo más feo Debe ser algún tipo de récord, pero Bailando por la libertad está constituida por demasiadas de esas cosas que nos hacen salir espantados del cine: el elemento biográfico como garantía indiscutible de calidad; la presencia de la danza como elemento metafórico y simbólico; la mirada occidental horrorizada sobre oriente, específicamente Irán; la denuncia política lavada y obvia; una forma despersonalizada y propia de esos productos multitarget pensados para gustar; y un conjunto de buenas intenciones que quieren ser traficadas como grandes ideas. Habría que darle una medalla al director Richard Raymond por hacer que todo ese conjunto de clichés y lugares comunes entren en una misma película. Bailando por la libertad es la historia de Afshin Ghaffarian, un joven estudiante de arte apasionado por la danza, que monta una compañía de baile en los sótanos de Irán ya que la actividad está prohibida por el gobierno local. Todo, en el marco de unas elecciones donde la administración de Mahmud Ahmadineyad fue sospechada de fraude. Si aquel episodio, lo suficientemente ridículo (¡prohibir bailar, ni Footloose se lo hubiera imaginado!) como para merecer una película no es suficiente para el director, le agrega una historia romántica entre el protagonista y una joven adicta y con pasado trágico, cuya única virtud es la de llevar el rostro cinematográfico como pocos de Freida Pinto. Pero todo es pesado, abúlico en el film de Raymond, que carece del don de la gracia y que, aún conteniendo dos o tres secuencias de danza dignamente coreografiadas, elude cualquier tipo de belleza formal. El director pertenece a esa escuela que cree que disponer de un tema y ponerlo a rodar es suficiente. Y se olvida de narrar, de descubrir para qué es que está contando esto que nos está contando. Aquello que nos espanta de su historia es lo que podíamos suponer leyendo la sinopsis: sí, es bravo querer bailar en Irán. Y no hay mucho más que eso en una película que no logra levantar vuelo nunca.
¡Andá a bailarle al ayatolá! Basada en la vida del bailarín iraní Afshin Ghaffarian, Bailando por la libertad es un exponente modélico de la biopic bombástica y con mensaje expuesto en gigantografía y colores fosforescentes. Y que, como afirma una pequeña placa al final de los títulos de cierre, si bien está basada en hechos verídicos, algunas de sus situaciones y personajes fueron creados con fines dramáticos y no guardan relación con la realidad. Lo cierto es que Ghaffarian escapó en el año 2009 de Irán, donde casi ningún tipo de danza está autorizada por el gobierno, utilizando un pasaporte falso y haciéndose pasar por director de un grupo de teatro en viaje oficial a Alemania. Allí, luego de la última representación, apareció en escena portando en una de sus muñecas un distintivo en apoyo a los simpatizantes del Movimiento Verde, la oposición civil al régimen de Mahmud Ahmadinejad. La ópera prima de Richard Raymond altera lugar y detalles de ese hecho y transforma el pequeño pero relevante gesto político en titánica performance y aparatosa lección de vida.Todo es más grande que la vida en Bailando por la libertad. Producción que, a pesar de tener un tratamiento del tema que podría pensarse típicamente hollywoodense, fue financiada por empresas del Reino Unido, rodada en gran medida en Marruecos (disfrazado de locaciones iraníes) y con un reparto eminentemente británico, con la notable excepción de la india Freida Pinto, la actriz de Slumdog Millionaire y principal gancho comercial del film. Nadie habla farsi, por cierto, sino un inglés que va variando su fuerte o débil acento extranjero dependiendo del intérprete, uno de los tantos elementos que hacen que la película pueda ser vista, bajo cierta mirada benevolente, como un anacronismo liviano, una sobreviviente de otras eras donde el “realismo” (ese concepto tan volátil) podía construirse de formas más sencillas. El joven bailarín (interpretado por el debutante Reece Ritchie, elegido sin dudas por sus dotes para la danza y su parecido físico con el Ghaffarian real) es el reservorio simbólico de las ansias de libertad y la lucha contra la opresión que el film presenta previsiblemente en blancos y negros plenos.Luego de la consabida escena durante la infancia que delinea y cristaliza al personaje, la cronología del protagonista adulto alterna escenas en la universidad –donde logra formar un grupo de danza under en el sentido más estricto–, su encuentro con el previsible interés amoroso (el personaje de Pinto, una joven adicta a la heroína, también es definido por un hecho del pasado), los encuentros con la Policía Moral y las marchas y manifestaciones apagadas violentamente por la Basij. Y llegará la secuencia del desierto, que da razón de ser al título original, en la cual el bailarín contará finalmente con una audiencia para demostrar su talento. Es un hecho indiscutible que el régimen iraní actual no aprecia demasiado las expresiones artísticas no reguladas y el caso del cineasta Jafar Panahi alcanza y sobra para demostrarlo. Pero Bailando por la libertad, con su enfoque estrictamente melodramático y su infantil mirada sobre la situación social en Irán, le hace muy flacos favores a la concientización global sobre el tema. Y, como puro entretenimiento, deja a Footloose –otra película con jóvenes rebeldes que sólo quieren bailar– casi al nivel de obra maestra.
Una revolución coreográfica La película está basada en la historia real del bailarín Afshin Ghaffarian (Reece Ritchie) quien en el año 2009 formó una compañía de danzas en Irán, a pesar de la complicada situación política y la prohibición sobre el baile que existía en el país. Si bien el contexto sociopolítico de la historia es muy interesante, la película no es más que una novela, digna de un telefilme de los años 80. Nada explica sobre la situación del país, sino que muestra un régimen en el que los malos son malísimos y los protagonistas no poseen ideología alguna, sino simplemente unas ganas locas por bailar y expresarse, como una especie de "Footloose" islámico. Afshin logra reunir a un grupo de asustados jóvenes que como reacción a la represión que los rodea montan una obra en el desierto, donde con la danza como forma de expresión, manifiestan su descontento hacia la situación en que se encuentran, situación que la película no profundiza demasiado, y se limita a mostrar hombres violentos que atacan a estos jóvenes artistas. Así la historia se convierte en una seguidilla de lugares comunes y clichés que incluyen un romance entre Afshin y Elaheh (Freida Pinto), una hermosa bailarina, que víctima de un pasado trágico abusa de las drogas, las que logra abandonar gracias a la ayuda de su enamorado. No faltan las alusiones a la tierra de la libertad, cuando los jóvenes que no pueden acceder a clases de bailen miran videos por Youtube, y lo consideran su "maestro", incluso la infancia del rebelde bailarín muestra que su fuente de inspiración eran filmes como "Dirty Dancing" que conseguía de forma clandestina. A pesar de las hermosas imágenes del desierto y las armoniosas coreografías, la película resulta absurda y por momentos hasta graciosa, aunque su intención era mostrar un drama sobre la falta de libertad y de derechos.
Otro estreno de este jueves que renueva la cartelera es Bailando por la libertad de Richard Raymond, Afshin Ghaffarian es un estudiante en Teherán que durante el 2009, en medio del clima de las elecciones que pueden cambiar el clima represivo del país, decide formar un grupo clandestino de baile moderno, y con la ayuda de una conexión también clandestina de internet, el elenco descubre las técnicas y los pasos que los pueden llevar a la grandeza, a pesar de la fuerte censura reinante en el país. La historia es interesante, más si se tiene en cuenta que es real, y aparentemente bastante fiel en lo que se cuenta, pero la película es más bien fallida. El código de telenovela que atraviesa tanto a los diálogos como a las actuaciones, vuelve muy difícil que el espectador se sienta conmovido por lo que les sucede a los personajes. El elenco en líneas generales hace lo que tiene que hacer, bailar. Reece Ritchie y Freida Pinto como la pareja protagonista es poco creíble. El personaje principal esta mas basado en el parecido físico con Afshin y no tanto en cómo se comporta el personaje, dejándolo mas cerca de Michael Jackson que del propio protagonista. En un papel secundario, Tom Cullen queda un poco desaprovechado, ya que sus capacidades para la danza (está lejos de ser un prodigioso, pero se mueve con la expresividad que se necesita) hacen de su representación un punto alto en la película. El mejor y más logrado momento de la película es la coreografía filmada y realizada en el desierto, no solo por lo interesante de la coreografía, sino por la sensibilidad con la que esta filmada. Lamentablemente, la simplicidad con la que el novato director intenta resolver los entretelones emocionales del relato, hacen que muchas veces el producto que se ve en pantalla no sea demasiado interesante (uno de esos ejemplos es, por desgracia, el final de la película, el cual es mucho mas fuerte e interesante en la vida real, pero que queda muy vacuo en la película, por la carga melancólica que el director fuerza en ese momento).
Luego de un tiempo largo como productor, finalmente el inglés Richard Raymond tuvo su opera prima. Eligió una historia real como sustento de su relato, y una cultura poco visitada desde la perspectiva anglosajona: la iraní. Sabemos que en dicha tierra, los distintos régimenes que se han dado restringían (y lo siguen haciendo en la actualidad) severamente las libertades individuales al punto de instalar métodos no legales para perseguir a quienes se atreven a expresar sus ideas y emociones. Aquí veremos el caso real de un joven que ama bailar, Afshin Ghaffarian (Reece Ritchie) quien después de haber atravesado una infancia y adolescencia difícil (que incluyó golpes de sus profesores incluso), llega a la universidad con ansias incontenibles de practicar danza. Y claro, las academias no son lugares seguros. Tampoco hay muchos docentes que se atrevan a desafiar las leyes, donde no está bien visto esta actividad Pero Afshin logra armar un grupo de amigos unidos por la misma pasión, que se organizan en la clandestinidad para bailar y armar coreografías que expresen emociones, mal vistas por supuesto a la luz del régimen. Asi es que nuestro bailarín conocerá y hará pareja en la danza con la bella Elaheh (Freida Pinto) y junto a sus compañeros, intentarán llevar adelante la riesgosa tarea de exponer el arte que los atraviesa. Lo que hay que decir sobre la historia, es que si bien es interesante, algo sucede en la manera en que Raymond desarrolla el metraje que no logra altos niveles de voltaje, a pesar de lo atemorizante que pareciera por momentos, la policía moral iraní. No ayuda, la escasa fibra que demuestra Ritchie, quien baila bien pero transmite poco. Y siendo el rol central se hace difícil de seguir con atención la historia cuando su interpretación languidece. En cuanto a Pinto, hace lo suyo con soltura y ya sabemos que lo hace bien. El resto, aporta sólo compañía y nada más. Una cuestión que parece discutible, es el hecho de que no se defina el film ni por desarrollar la veta política a fondo, ni por generar el color en las coreografías que hacen. Esta a mitad de camino en todos los aspectos, falta fuerza y tampoco hay mucho que interese ver. El heroísmo del artista queda desdibujado por una pobre actuación y una lavada imagen del conflicto en sí. No es un producto que deje satisfecho a la audiencia, si quieren buscar otras miradas sobre los problemas de los derechos humanos y la expresión de los jóvenes en territorio iraní, seguramente encontrarán más sustancia que en esta historia, aunque este inspirada en un caso real.
Tenemos un problema con esta película, el mismo que solemos tener cuando se trata de obras que dicen lo que pensamos que es justo o adhieren a una causa que nos parece noble: criticar el film se lee como criticar la causa. Y no: una causa es una causa, un film es un film. Esta historia de una compañía de baile en un Irán dondc la teocracia lo impide tiene todos los lugares comunes del cuento David versus Goliath y los narra de manera convincente, incluso con buenos momentos coreográficos y no poca simpatía. El problema sobreviene a la hora de contraponer el drama y la crítica política al espectáculo, algo que puede hacerse sin problemas pero que en esta ocasión deja ver demasiado sus costuras. Es cierto también que el cuento no tiene demasiados ripios y que Freida Pinto es una de esas imágenes que justifican el cine. Así, estamos ante una película inofensiva que trata de brillar por su adhesión a la causa más que por la creación de emociones genuinas. Incluso si, ocasionalmente, las provoca.