El eterno retorno del odio. El conflicto entre Croacia y Serbia fue visitado en varias oportunidades por el cine, pero siempre queda algo por exponer, como en el caso de Bajo el sol (2015) y de ahí la particularidad de muchos realizadores, entre quienes se encuentra Dalibor Matanic, para hallar desde la expresividad del arte la herramienta adecuada y así dejar alegatos o mensajes detrás de cada historia. Lo cierto es que cada una de las películas como la recordada ganadora del Oscar 2002 El último día, de Danis Tanovic o la hace pocos meses estrenada Mandarinas (2013), de Zaza Urushadze, coincide en un denominador común: la intolerancia y, en su cara más cruda, la violencia sin sentido.
Momento de avanzar En Bajo el sol (Zvizdan, 2015), Dalibor Matanic narra tres historias de amor protagonizadas por un croata y una serbia antes y después del conflicto armado. 1991, 2001 y 2011 son las tres fechas que elige el director para narrar las historias de encuentros y amor entre dos jóvenes que quedaron en medio del odio y la intolerancia. Jelena e Ivan, Natasa y Ante y Marija y Luka son los tres títulos que sirven a modo de capítulos y muestran la evolución del conflicto desde los primeros momentos hasta un final esperanzador. El gran acierto de Matanic es haber elegido a los mismos actores para que interpreten a los protagonistas de los tres relatos. Tihana Lazovic y Goran Markovic brindan grandes actuaciones en papeles opuestos, sin contar la primera de las historias donde interpretan a una pareja ya consolidada que busca huir hacia la ciudad. Es interesante la mirada del director sobre los cambios que se van produciendo en el interior de sus personajes. El agua es una constante en la película. Cuando están nadando se encuentran cómodos y aislados de los problemas y es ahí donde tienen un momento de paz para tomar una decisión. Además de la división propuesta por el director en tres actos, el film puede partirse en dos. Por un lado, en el primer capítulo, previo al conflicto armado, la ciudad aparece como el lugar predilecto para escapar del horror que se avecina. Por otra parte, las narraciones que ocurren en 2001 y 2011 proponen una vuelta al hogar y la reconstrucción no solo en el plano material sino también en el afectivo. Bajo el sol se configura entonces como una declaración por parte del director. En el último acto se vislumbra que se puede dejar atrás el conflicto para avanzar. El plano final es una sencilla metáfora: una puerta abierta y la esperanza que puede renacer entre estos dos pueblos.
Una araña en el ventanal. Una mosca en el mantel de la cocina. Estamos entre insectos atrapados por la rutina de dos naciones en guerra; seres que no pueden huir de su entorno y sobreviven con los restos. Jelena e Ivan, 1991. Al borde de una guerra que los merodea, ellos retozan en la playa. Él toca trompeta y ella lo incita a que siga. Son felices y poco más importa. Es su música lo valioso y con lo que lucha para huir. Natasa y Ante, 2001. Mismos actores, otros personajes. Son los ecos generacionales conjugando el mito del eterno retorno. La guerra quedó como una huella, como un amor violentado que tienta pero que no mata. Las víctimas de la guerra duelen. Marija y Luka, 2011. Mismos rostros, otros personajes. Ecos sordos que recorren el país en busca de una identidad posible. La música y el agua siguen compensando las ausencias y las preguntas de la guerra. La playa vuelve a ser el lugar de reunión aun para las respuestas que no se consiguen. Aparece la droga, aunque ya se habían asomado los fármacos como dependencia para las carencias psíquicas. Así, la película no responde a las preguntas de entre quiénes es esta guerra. Disuelve causas y luchas en una búsqueda más íntima y, por lo tanto, más difusa. Los mismos actores representan a los personajes enamorados a lo largo de tres décadas, asomando la posibilidad de generaciones que se vuelven a encontrar. De todas maneras, tal reiteración disminuye el efecto final del reencuentro. El silencio pierde fuerza y lo que queda es desear que termine así. La banda sonora conduce entre sorpresas las acciones principales del film. A ratos va hilando la trama con casualidades, otras veces la va acompañando. Bajo el Sol (Zvizdan, 2015) puede catalogarse como una película de guerra porque se enmarca en una, pero lo conflictivo se reduce a eventos cotidianos, discusiones y desacuerdos de partes. Lo inquietante viene con la incertidumbre de qué ocurrirá con ellos, estos seres atrapados por las consecuencias del conflicto bélico, seres enmarcados entre sombras. Finalmente, es este amor que brota al margen el que persiste. Es un amor ignorante, al menos por el momento, del pasado reciente. Es un amor inocente porque no pide respuestas al entorno.
CON ÁNIMO DE AMAR Veinte años de paisajes bélicos y posbélicos junto a tres amores inconclusos se describen en Bajo el sol, película premiada en Cannes 2015, un galardón que en primera instancia surge como bastante exagerado. No es que se trate de un film olvidable, al contrario, ya que las piezas funcionan a la perfección en el entramado de un guión dividido en tres etapas del enfrentamiento que aniquiló a Yugoslavia: 1991, 2001 y 2011 son los años en que se narran las historias de amor y frustración de una pareja, interpretada por una sólida dupla actoral. Dalbor Malatic, el director, planifica cada una de esos estados de ánimo contextualizados por un paisaje peligroso y a punto de estallar (en la primera historia), aun en conflicto pese a que la guerra balcánica terminó (en la segunda) y a un paso de la resignación definitiva debido a los horrores del pasado (en el tercer capítulo). Él de origen croata y ella serbia, los tres segmentos convocan al rigor de la puesta en escena (con multitud de planos que exhiben la destrucción posbélica) y a la sinrazón de un conflicto que dividiría un único territorio en “nuevos países” La primera historia describe de la mejor manera una geografía a punto de explotar, narrando el amor trágico entre un muchacho músico de orquesta y una joven serbia que remite a la imposibilidad de ser feliz en un mundo de Montescos y Capuletos balcánicos. La segunda, se entromete en la intimidad y la tensión que se produce con la convivencia entre un hombre y una mujer con puntos de vista ideológicos en confrontación permanente. En este segmento, imperan los silencios y un sutil erotismo que se hará presente cerca del final. Por último, el capítulo más cercano a este tiempo, muestra un paisaje atornillado en un presente de discotecas, ruidoso y poco interesado en mirar hacia atrás, salvo está, en aquello que caracteriza a la pareja central. Pues bien, dentro de un estilo naturalista en donde se fusionan un macromundo histórico con relatos románticos que pugnan por ganarle la pulseada a aquello que marcaría la Historia, Bajo el sol puede ser vista como una película placentera y didáctica. Pero, justamente, en su estética de manual globalizado y de discurso calculado que busca el consenso general, cuando la realidad fue mucho más compleja que aquello que se narra en la película, Bajo el sol podría catalogarse como una “Love Story” sobre la “Condición Humana” y “La Inutilidad de Toda Guerra” (así en mayúsculas”). Se extrañan, quien lo hubiera dicho, las virtudes y excesos de Emir Kusturica, sus alegorías presuntuosas, su pedantería visual, sus raptos de genio sin vergüenza alguna y su música y canciones alocadas. En Bajo el sol, por su parte, todo resplandece cuidadito y demasiado perfecto. BAJO EL SOL Zvizdan. Croacia-Serbia-Eslovenia, 2015. Dirección y guión: Dalibor Matanic. Con: Tihana Lazovic, Goran Markovic, Nives Ivankovic, Mira Banjac, Slavko Sobin, Dado Cosic, Trpimir Jurkic, Lukrecija Tudor. Fotografía: Marko Brdar. Música: Alen Sinkauz y Nenad Sinkauz. Duración: 123 minutos.
Las fronteras reales e imaginarias. A través de tres segmentos narrativos, esta coproducción de Croacia, Serbia y Eslovenia retrata los cambios brutales sufridos por una parte de la sociedad de ese territorio al que solía denominarse Yugoslavia. Las historias transcurren en 1991, 2001 y 2011. A partir de un puñado de imágenes de viviendas –casas y algunos edificios bajos–, las dos breves secuencias que hacen las veces de puentes entre los tres segmentos narrativos de Bajo el sol representan visualmente, de una manera precisa, los cambios brutales sufridos por una parte de la sociedad de ese territorio al que solía denominarse Yugoslavia. El primero de esos clips reúne planos fijos de edificaciones derruidas, sin techo, magulladas por decenas y decenas de impactos de bala de diverso calibre; el segundo, pautado por el movimiento de veloces travellings realizados desde un vehículo, permite adivinar la restauración de esos hogares destrozados y la construcción de nuevos edificios de departamentos. No casualmente, el trío de historias que integran el largometraje de Dalibor Matanic (Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard de Cannes y el título enviado por Croacia para representarla en la última entrega de los Oscar) transcurren, respectivamente, en 1991, 2001 y 2011. Riguroso orden que le permite poner en pantalla uno de los primeros gritos de horror en el inicio de las guerras yugoslavas, la posibilidad incierta de la reconciliación a comienzos del milenio y, finalmente, un destello de esperanza una década más tarde. Si la descripción suena algo programática e incluso forzada, el realizador se las arregla bastante bien para que cada uno de los relatos vibre con una sensibilidad propia, sin bajar líneas excesivamente subrayadas o hacer de la alegoría el único terreno sobre el cual transitar. El primero de los cuentos tiene como protagonista a una pareja de jóvenes de pueblos vecinos –él croata, ella serbia–, separados por una línea divisoria entre culturas que se hace presente físicamente en la forma de soldados armados. Como en una versión moderna, pero igualmente trágica, de Romeo y Julieta, las nuevas reglas del conflicto luego de la disolución del régimen comunista empujan aquello considerado normal (el tránsito de un lugar a otro, el enamoramiento) a un territorio peligroso, y ese idilio esperanzado es obligado a chocar a miles de kilómetros por horas con un contexto que anticipa las violencias que aún están por llegar. Miles de muertes más tarde, con las cicatrices de la guerra aún en carne viva, el capítulo dos presenta a una madre y a su hija serbias regresando a su pueblo natal (el mismo del relato inicial), dispuestas a recuperar –tanto física como espiritualmente– el hogar que les pertenece. Tal vez el núcleo duro de la apuesta de Matanic, en la relación tirante, tensísima, entre esa chica y el joven croata que nunca dejó el terruño y ahora se encarga de poner a punto las paredes y puertas de la vivienda, la película pone en juego la posibilidad del perdón entre vecinos, enfrentados al punto de transformarse en irreconciliables enemigos. El punto de vista es usualmente el de la joven –taciturna e iracunda, signos de una fragilidad a flor de piel– pero el encuentro no desencadena nada parecido al amor almibarado, a pesar de que la fórmula publicitaria local del film insiste en señalar “tres historias de amor”. En todo caso, Bajo el sol retrata una micro sociedad a partir de tres relatos donde sendas parejas protagónicas debe enfrentar las consecuencias de ciertos hechos que los exceden largamente. La última historia retrata la visita de un estudiante universitario a la casa de sus padres, casi una excusa para la reunión con una persona importante del pasado reciente, nuevamente ubicada del otro lado de esa frontera, ahora imaginaria. La decisión del realizador de utilizar a la misma dupla actoral (potentes Tihana Lazovic y Goran Markovic) parece una apuesta muy consciente del concepto de representación, aunque algún espectador pueda sentirse un tanto confundido en un primer momento. No se trata de aquí –al menos, no del todo– de retratar realísticamente los sucesos del conflicto armado y sus secuelas como de intentar aprehender y transmitir el dolor de la pérdida personal y la coerción de un entorno asfixiante, enraizado en prejuicios muy difíciles de erradicar.
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EL AMOR Y LA GUERRA Film premiado en Cannes, en la sección “Una cierta mirada”, esta ambientado en Croacia en tres momento cruciales. En l991 cuando todavía no estallo la guerra pero el enfrentamiento esta a flor de piel. En el 2001 cuando el conflicto armado terminó y todo es destrucción y muerte. Y en el 2011 cuando la reconstrucción material es un hecho pero las heridas todavía no están cerradas. Con una precisión en el relato, los cambios de tiempo solo se dan en pocos detalles, con un guión, del también director Dalibor Matanic, que se concentra en tres historias de amor desgarrado, entre serbios y croatas. Lo mejor del film además de la inteligencia de tratar un tema tan penoso mezclado con las pasiones y los remordimientos, es la fuerza tempestuosa del deseo cercenado, a veces por los protagonistas y otras por el odio de los otros. Una reflexión sobre una guerra y la necesidad del olvido y el perdón. Grandes y entregados actores.
El amor después del horror Ganador del Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2015, este drama estructurado en tres tiempos diferentes expone los efectos de la guerra en las aspectos más íntimos y profundos de la sociedad. De un lado de la frontera, un pueblo serbio; del otro, uno croata. Y, en el medio, relaciones de amor que tratan de romper las barreras étnicas, raciales, políticas, militares y geográficas: sí, una suerte de Romeo y Julieta en medio del conflicto de los Balcanes. De eso se trata esta nueva película de Dalibor Matanic: tres historias ambientadas en 1991, cuando se está por desatar la guerra; en 2001, cuando se sienten en toda su dimensión los efectos que ha dejado el enfrentamiento reciente; y en 2011, cuando todavía quedan heridas abiertas que tratan de cicatrizar para repensar lo sucedido y apostar a la reconciliación definitiva. Esas son las bases estructurales, los puntos de partida y las ideas rectoras de este film premiado en Cannes 2015 que resulta demasiado calculado y hasta un poco manipulador, aunque con una potencia narrativa y un trabajo visual e interpretativo que redime en parte sus subrayados y apelaciones políticamente correctas. Valiosa, pero con reparos.
El conflicto en los Balcanes fue mucho más que un genocidio y una guerra: hay cuestiones culturales e incluso religiosas que llevan siglos. Este film narra tres historias de amor entre serbios y croatas en tres momentos: antes de la guerra, después y diez años más tarde. A través de la ficción y del melodrama, con precisión y momentos a veces espectaculares, el film traza una genealogía del problema y propone también un camino de solución del conflicto. Pero lo que gana es la ficción.
Amor en tiempos de guerra Aunque ha sido un asunto repetidamente frecuentado por el cine, el drama de la guerra que a comienzos de la década del 90 estalló en la ex Yugoslavia encuentra en el croata Dalibor Matanic una visión diferente y novedosa en Bajo el sol. La integran tres historias de amor que transcurren en una misma zona rural, cerca de la costa dálmata, en tres épocas diferentes -poco antes del estallido del conflicto, cuando éste llega a su fin, en 2001, y más tarde, cuando se ha restablecido la paz-, bajo una mirada que aunque apunta al futuro deja percibir las heridas que ha dejado la terrible contienda y que aún no han cicatrizado. No se aborda el tema de la guerra sino a través de las consecuencias que ésta ha dejado, tanto en los territorios por donde pasó como en el espíritu de los humanos, en una mezcla de dolor, angustia, culpa, esperanza y redención. En una decisión que no puede sino calificarse como brillante, el director y guionista confió a la misma dupla de actores -los talentosos Tihana Lazovic y Goran Markovic- los papeles de cada una de las tres parejas, y lo mismo hizo con algunos de los principales personajes secundarios y en cierta medida con los escenarios naturales. Las repeticiones -también de los conflictos- están a la vista. Las guerras, la religión y la política han alimentado el odio que divide a las naciones balcánicas, opina Matanic, y por eso en los tres capítulos de su ficción le opone a la intolerancia lo que juzga su más eficaz antídoto: el amor. Sobre todo el amor limpio de los jóvenes. Como Ivan y Jelena. Cuando el film comienza, el conflicto heredado y actualizado por cada generación está por abrir un nuevo capítulo, quizás el más sangriento de todos, y la pareja veinteañera ya ha decidido escapar a Zagreb, donde por ahora la presión familiar no será tan intensa y donde la unión de una serbia y un croata no suponga todavía un pecado imperdonable. La violencia, ya anunciada por las tropas que han visto pasar en una jornada aparentemente idílica, anticipará los negros días que están por vivirse. En el segundo tramo, diez años después, la devastación de la guerra (y el dolor de las pérdidas) ha dejado sus marcas. Natasha y su madre vuelven a lo que quedó de su hogar. Hay mucho que recuperar y hace falta un hombre que se encargue del trabajo más pesado. El que podrá asumirlo es, otra vez, un enemigo. La madre podrá perdonar, pero para la hija, el gentil Ante es, sigue siendo, sobre todo un croata, quizá uno de los que no hace mucho mataron a su hermano. Y si no puede ocultar la tensión que esa presencia masculina le genera, serán los cuerpos los que hablen por sí mismos. En el tercer relato han pasado otros diez años; la guerra terminó y el que vuelve a su pueblo después de tanta ausencia y con la excusa de una fiesta que allí se celebra es Luka. Si la visita es tan corta que apenas le da el tiempo para una breve visita a sus padres es porque lo aguarda alguna cuenta que ha quedado pendiente del pasado. Es Marija, la muchacha serbia a la que abandonó cuando aún no había nacido el hijo que esperaba de él. El alboroto de la rave quizás intente tapar la voluntad de vivir una nueva vida o de reconstruir la que la guerra interrumpió. Lazovic y Markovic son intérpretes tan notables que saben imponer sutiles diferencias en el dibujo de cada personaje. Supieron conferirle a cada uno una personalidad diferente, un rasgo individual que quizá se hace más visible en la actriz debido al fuerte carácter que el guión proporcionó a los personajes femeninos. Hay un gran trabajo físico, virtud que comprende también al resto de los actores y del que el realizador, que sigue muy de cerca cada matiz, supo sacar inmejorable provecho. Igual mérito debe reconocerse en el propio Matanic, que sabe diferenciar las atmósferas, el ritmo narrativo y la intensidad dramática de cada una de estas conmovedoras y austeras historias.
Los une siempre el amor Bella película del director croata Dalibor Matanic, dividida en tres historias que hablan de la guerra y sus esquirlas emocionales. Dos actores que cuentan cuentos distintos. O el mismo. No vemos la guerra, la sentimos. Aún si no conocemos la Historia, Bajo el sol, último filme de reconocido director croata Dalibor Matanic, es un artefacto pleno de emociones. Negativas, en varios aspectos, pero esperanzadoras también. Y casi siempre profundas. Su película está dividida en tres actos, tres historias de amor ambientadas en 1991, 2001 y 2011. El origen de la guerra, sus consecuencias inmediatas y los resabios de ese conflicto en la sociedad contemporánea. Sólo que no vemos a los ejércitos, apenas suenan unos pocos disparos y todo transcurre en un pueblito soleado, a la vera de un lago y en días de verano. La guerra está fuera de campo pero podemos sentirla. Un loop en el que los actores son los mismos, una pareja (Tihana Lazovic y Goran Markovic) pero los personajes son otros. ¿Son otros de verdad? ¿O es la misma historia que se repite? ¿Hay manera de escapar de esa historia? Una especie de Romeo y Julieta en los Balcanes, donde la información es mínima y se adivina rápido el intento de Matanic por llevar todo a ese vínculo. En la primera de las tres historias, en 1991, el conflicto entre serbios y croatas apenas asoma, se avizora la grieta, para argentinizar el trasfondo, hasta que esa “normalidad” irrumpen en el romance de Jerena e Iván. El amor, la tierra, la naturaleza, el sol, la laguna y una casa rural quedan tan grabados como los personajes, que en 2001 vuelven convertidos en otros. Ahora son Natasa y Ante, ella sigue siendo serbia y el croata, aunque podríamos intercambiar sus roles, y son artífices de una suerte de reconstrucción traumática, entre tumbas, prejuicios, vecinos ganadores y perdedores si los hay, con sus heridas abiertas, espejos de su otredad. La decisión de repetir actores y escenario provoca un potente efecto subjetivo, un juego interpelador con la temporalidad. Además, relucen y contagian las atracciones sexuales, y la naturaleza sigue allí brillando, a contramano de una marca cultural imborrable, de las heridas abiertas. Así llegamos a 2011, y aunque cambió la música, los instrumentos, las preguntas sobre la tierra, el lugar y la pertenencia siguen vigentes. Ahora son Luka y Marisa los protagonistas, esos rostros familiares que son otros pero tienen un pasado común, pese a que ya no hay amenazas. Distinto tiempo y un lugar único para esta historia de amor y la guerra en sordina, siempre al sol, para pensar el pasado sin dejar de abrir puertas.
Sobre Serbios y Croatas con una luz de esperanza Verano de 1991. Jelena y su novio trompetista disfrutan a orillas del lago. En sus respectivos pueblos se perciben vientos de guerra, por eso la parejita piensa irse mañana a la ciudad. Pero el odio de un hermano tiene más apuro. Es el 2001. Decenas de casas quedaron bombardeadas y abandonadas. A una de ellas vuelven Natasha y su madre. Un muchacho hará las necesarias refacciones. La chica lo aborrece. El la soporta, hasta cierto límite. Verano de 2011. Por la ruta se ven todas casas nuevas. Dos universitarios vuelven al pueblo, para una fiesta. Uno de ellos visita por obligación a sus padres. Sobrevuela un mal recuerdo. El padre le recuerda a la madre que ella fue la instigadora. ¿De qué? Del abandono de una mujer embarazada. ¿Qué pasará hoy, que el culpable golpea a su puerta y quiere conocer al niño? Tres épocas, tres historias, seis personajes, dos intérpretes: Tihana Lazovic y Goran Markovic. En todos los casos, un croata y una serbia, pero eso se verbaliza recién en el último episodio, como para recordarnos que aún siguen en pie las viejas diferencias. El final, seco, austero, entreabre sin embargo una puerta de esperanza para el cambio. Esperanza asentada, como de costumbre, en las nuevas generaciones. También seco y austero es el conjunto de episodios, bien armado, bien tensado, y debidamente bien actuado, con un paisaje indiferente a las pasiones de los seres humanos, y unos perros que miran, entre curiosos y extrañados, tanta estupidez humana. Autor, Dalibor Matanic ("Lindas chicas muertas", "Cien minutos de gloria"), que tenía 16 años cuando empezó la guerra. Se estira un poco, ése es su único defecto.
“Un amor que atravesó tres décadas bajo el cielo de dos naciones”, anuncia el afiche de esta coproducción croata, eslovena y serbia. Un tagline engañoso, porque las tres partes que integran esta película no comparten ni personajes ni trama. No hay un único amor que supere los obstáculos del tiempo. Por el contrario, los proyectos de los protagonistas se frustran una y otra vez. El primer relato arranca en 1991, antes de las guerras yugoslavas. Ivan y Jelena son jóvenes y están enamorados. Pero ella es serbia y él es croata, y sus familias se opondrán al romance. Diez años después, ya finalizado el conflicto, el mismo paisaje rural exhibe las huellas de bombas y disparos. Natasa y su madre, ambas serbias, vuelven a su antigua casa, ahora llena de polvo y puertas desgajadas. Contratan a un joven croata, Ante, para que ayude con los arreglos, y frente a su cuerpo sudoroso Natasa sentirá una mezcla de atracción, resentimiento y asco. Una década más tarde, las ruinas fueron reconstruidas o reemplazadas por torres de departamentos y, tras una noche de fiestas electrónicas y caminatas solitarias, Luka, un estudiante croata, se reencontrará con su ex novia serbia, con la que todavía tiene algunos asuntos pendientes. En todos los casos, aunque cambien los nombres, las circunstancias y los años, los actores siguen siendo los mismos. Esto le da una continuidad poética a la película: cada episodio resuena en los otros, como un eco del pasado o una premonición del futuro. Resulta evidente, además, que cada relato funciona como un reflejo microcósmico de una situación nacional: empezamos con una ruptura, continuamos con sus secuelas psíquicas y materiales, y terminamos con una posible reconciliación. Es una estructura narrativa quizás demasiado obvia, y a veces los protagonistas terminan atrapados en la lógica de este paralelismo, sin poder explorar sus propios sentidos. De todos modos, y aunque sus destinos evoquen procesos históricos, los amantes parecen existir -o querer existir- fuera de la Historia. Nunca opinan sobre el nacionalismo serbio o la independencia croata. A lo sumo, se angustian por la muerte de algún familiar o se enfrentan a la xenofobia de una madre o un hermano. Pero no lo hacen por convicciones políticas sino para descargar su bronca o consumar su amor. Sus anhelos son universales y cualquier espectador puede identificarse con ambos personajes. Los violentos que provocan el caos son otros; ellos sólo sufren o reaccionan. De esta manera, la película toma distancia de la especificidad del conflicto yugoslavo y se acerca a una fórmula más bien hollywoodense: la Historia como telón de fondo para los dramas personales de dos o tres personas. Por suerte, el director y guionista Dalibor Matanic trabaja mejor los pequeños detalles que los grandes trazos temáticos. Bajo el Sol prolonga los momentos de espera, de ansiedad y de incertidumbre, cuando los protagonistas se liberan del corsé de simetrías narrativas y se mueven bajo las luces de un concierto al aire libre o dejan pasar las horas en su dormitorio o corren desesperados detrás de un auto. Tihana Lazovic y Goran Markovic, que interpretan a los tres pares de amantes, ignoran sus funciones metafóricas y simplemente son: inocentes e ingenuos, primero; rencorosos y abatidos, después; finalmente más adultos y, quizás, hasta optimistas sobre un futuro posible. En la inmediatez de sus actuaciones está lo mejor de la película.
Una gran novedad ofrece la cartelera porteña esta semana. No es habitual ver cine europeo en salas y menos en vacaciones de invierno por lo cual a “Zvizdan” hay que prestarle atención. Lo primero que hay que decir es que sin dudas, esta es una gran oportunidad para acercarnos a un gran director croata, Dalibor Matanic. Hombre con una carrera ya importante, siempre supimos que la mayor virtud de Matanic para posicionarse como cineasta de primera línea era ser vocero de lo que en su tierra y en Europa Oriental sucede (cultural e ideológicamente). Ya sabemos que tiene un don especial para la dirección de actores y la construcción de pequeñas sociedades. Esta “Zvizdan” suya, es una arriesgada muestra de talento donde tres momentos de la historia reciente son elegidos para establecer recortes de un conflicto que no ha desaparecido aún en lo que alguna vez fue territorio yugoslavo. Aquí, la tarea es ardua. En “Bajo el sol”, hay una sola pareja de protagónicos en tres historias consecutivas. Todas se enmarcan en un territorio similar y son postales de una sociedad que sigue batallando en silencio, sin hacer caso del armisticio que se haya firmado en lo formal. Pareciera que la vida sigue, pero algo en los corazones sigue detenido y latente. Y como en todo momento de la vida del hombre, el amor se corporiza. Manifestación de vida que se resiste a desaparecer. Matanic escribe y dirige una película que pareciera habla de cómo se lleva adelante este sentimiento, cuando la etnia influye en tus emociones. Cuando te vence o te fuerza a luchar por o en contra de ella. Y si bien podemos decir que ese tópico atraviesa los tres episodios, lo cierto es que no se habla tanto de amor, como de sanación. Esta cuestión la percibo más física que los vínculos románticos que pueden o no jugarse. ¿Cómo se puede amar si tu corazón no tiene paz? Las tres historias tienen una referencia temporal que las distancia, lo cual ayuda a que vemos como espectadores, como el cineasta percibe que su sociedad va manejando este tipo de emergentes… la primera, en 1991 donde dos jóvenes de distintas aldeas se aman , Jelena e Iván - aka Tihana Lazovic + Goran Markovic, pareja principal en todos los episodios- pero lo logran afianzar su relación. Hay demasiado en el aire y viendo que su pequeño micromundo no puede aceptar lo que sienten, deciden escapar con destino a una ciudad distinta. Pero en esa estrategia, son descubiertos y deben afrontar la dura exposición de su decisión. En la segunda, el tiempo ha pasado. Estamos en 2001 y madre e hija (Natasha), retornan a su pueblo natal a reconstruir su casa luego de la guerra. Pero hay hombres (uno en particular, Ante) que nunca abandonaron su tierra y tienen mucho odio por quienes abandonaron ese espacio. Mucho más cuando hay muertes en la familia y heridas que no cierran, ¿cuál es el camino para seguir adelante? ¿El olvido a veces no es una herramienta válida para reconstruir las existencias mundanas? No hay amor en el sentido romántico puro aquí, pero podemos anticipar que esa tensión y enojo que circula debe materializarse para ser escenificado y puesto en valor. ¿Por qué algunos pueden perdonan y otros no? Ahí es donde Matanic se hace fuerte: elige que haya debate en las acciones de sus personajes. Quizás no digan tanto en sus diálogos, pero sus impulsos, los delatan y definen. El hombre detrás de las cámaras muestra oficio de sobra para contar historias donde el dolor, el odio y la impotencia, aparecen en forma casi inmediata y simultánea. Y aún no llegamos al final… En el tercer episodio, ya en lo que sería la actualidad, una nueva aguja en la piel. Un hombre regresa y con el conflicto ya en apariencia lejana, decide buscar a su ex novia que dejó embarazada al salir de la ciudad. Ese reencontrarse con ella en virtud a lo que sucedió, deparará otra interesante imagen sobre el gran conflicto silencioso q ue se da entre los que se fueron y los que permanecieron. Entre los que eligieron vivir el trance y quienes prefirieron y pudieron resguardarse. La cuestión es, otra vez, cómo elaborar tanto dolor y seguir adelante. “Bajo el sol” no es una cinta de las que uno sale indemne. Hay en ella una sutil reflexión en cada fotograma sobre la humanidad y su relación con la pérdida, el dolor y el desconcierto. Sus tres historias emergen con fuerza para presentarle al espectador un panorama veloz sobre que sucede en ese terruño con los corazones de aquellos que eligen amar y enfrentar el futuro. Muy buena.
Como director y guionista, el croata Dalibor Matanic ya tiene ocho largometrajes previos, entre ellos “Fine Dead Girls” (2002). En este caso como estas historias se encuentran contadas en tres etapas diferentes van predisponiendo al espectador para que siga su narración con mayor atención, las actuaciones son convincentes e interesantes. Tiene momentos encantadores, otros no tanto y posee un toque de nostalgia de lo que una vez se llamó Yugoslavia. Se muestra una vez más las consecuencias de la guerra, los problemas sociales y políticos. La banda sonora acompaña bien ofreciendo atractivos climas y deja pensando a más de un espectador.
The High Sun blends nuanced naturalistic performances, impeccable cinematography and arresting visuals Points: 8 Winner of the Un Certain Regard Jury Prize at Cannes, Croatian director Dalibor Matanic’s Zvidan (The High Sun) takes an empathetic, yet never facile look at the cracks left by the wars in the former Yugolasvia, which have divided the country as well as its men and women — be them youngsters or elders. A Croatian village and a Serbian one are the main locations where three stories of love beyond frontiers take place across three decades, with the same seasoned actors strikingly playing different characters. From a different perspective, each story focuses on diverse shades of the same conflict - from tragic to distressing to somewhat hopeful. The first story transpires in 1991, right before the war and in time of imminent danger. It’s a hot, sunny summer by the lake and Serbian Jelena (Tihana Lazovic) and Croatian Ivan (Goran Markovic) are very much in love. She’s a temperamental blonde and he’s a boyish trumpet player. The next day they will flee to Zagreb so they can live in relative tranquility, but Jelena’s brother is determined not to allow her to do so since her boyfriend is “on the enemy side.” Don’t expect a happy ending. Next, it’s 2001 and the war has already finished. Natasha (Lazovic) is a sullen teenager who together with her patient mom (Nives Ivankovic) returns to their home wrecked to pieces. Devastated by the loss of loved ones, they do their best to move on. But when mother hires a repairman to help them rebuild their house, Ante (Markovic), Natasha doesn’t accept his presence since he’s “one of them” — meaning the people who killed his brother. Heated arguments, much sorrow and unforeseen sexual anxiety ensue. Finally, the year is 2011 and though the war has been over for a decade, hurting memories and open wounds are still to be felt. College student Luka (Markovic) returns to his hometown alongside his best pal Ivno (Stipe Radoja) to attend a rave. Drugs and alcohol set up a party atmosphere, and yet Luka can’t have any real fun since the remembrance of a girl he did wrong to still persists. Let alone seeing his down in the dumps parents once again. But perhaps, only perhaps, this time there might be light at the end of the tunnel. While the three episodes are basically equally dramatic, and to a major or lesser degree, they are also equally suspenseful, the first one and the last are the ones which strike chords of deeper resonance. Not that the second is flimsy, but it ends on a naïve note that doesn’t do much justice to the general state of loss. It could be argued that the first tale goes for shock value, but even if that’s the case then it still makes sense and it is credible. The last story needs almost no words to convey its wide emotional scope with welcomed subtlety. Just like the nuanced naturalistic performances, the impeccable cinematography is to be celebrated — let alone the seamless editing and the montage sequence that divides the first story from the second. Visuals are arresting not necessarily because they’re technically flawless, but instead because they build up the right moods and the overall ambiance for both each single story and the film as a whole. Think that instead of being an agitated film about war, Zvidan opts for a humanistic take on how zealous love is affected to a breaking point before, during, and after a war. With a slight degree of optimism included. Production notes Zvidan / The High Sun (Croatia, Serbia, Slovenia, 2015) Written and directed by Dalibor Matanic. With Tihana Lazovic, Goran Markovic, Nives Ivankovic, Dado Cosic, Stipe Radoja, Trpimir Jurkic, Mira Banjac. Cinematography: Marko Brdar. Production designer: Mladen Ozbolt. Costume designer: Ana Savic-Gecan. Editor: Tomislav Pavlic. Music: Alen Sinkauz, Nenad Sinkauz. Production company: Kinorama. Running time: 123 minutes. @pablsuarez
La historia sin fin Primer consejo, de corazón lo digo, deje de leer. No lea esta crítica ni ninguna otra antes de ver esta película, porque el segundo consejo es que no se la puede dejar pasar. Hay que verla. Por las dudas que continúe en la lectura, digo. Si no existe una razón valedera de establecer ideas sobre un filme, en el que nos ocupa, ni siquiera haciendo foco en las cuestiones técnicas, menos en el tema que suscribe al mismo, y mucho menos a la historia que cuenta. Si en muchas ocasiones saber poco es bueno, las razones para saber algo de manera anticipada, en este caso han desaparecido, Ese es mi acercamiento al cine en general, o ¿ese sería mi deseo? Hay una situación esperable en relación a lo mencionado, es que nadie lea nada en relación con la película y se enfrente al texto de manera virginal. Sólo para vivenciar a pleno, sin preconcepto alguno, la amalgama de sensaciones que el mismo despierta mientras transcurren sus 120 minutos. Por lo cual basta mencionar algunas cuestiones. El tema del filme es la intolerancia, sustentando el texto desde la forma, de ver la historia de manera espiralada. Los personajes de la historia de la humanidad se repiten, con pequeñas diferencias. Cambian las personas que asumen esos roles. El director asume el riesgo de relatar su historia, su propio guión, utilizando los mismos espacios, trabajados con saltos temporales de diez años. El relato se circunscribe desde 1991 hasta 2011.No por ello deja de ser universal. En los que se puede observar un mismo escenario natural, una zona rural, un río como frontera entre dos pueblos pequeños, un lago compartido y el alto sol, (tal el titulo del filme en inglés) como gran testigo omnipresente. En 1991, la desconfianza, la intimidación, presentificando el caos; en 2001 la reconstrucción de un país todavía aplastado por rencores, culpas; la tercera en 2011, como una brisa de esperanza, algo como una luz, una puerta abierta. El odio, la locura, la intolerancia, una histórica rivalidad que no se sabe ni por qué, ni cuándo empezó, la pequeña diferencia que separa, Boca / River, Tom y Jerry, musulmanes / cristianos, árabes / israelíes, Romeo y Julieta. En este caso serbios y croatas, donde supeditan su existencia al momento, todos y cada uno en cruda apariencia indisoluble, y todavía agazapada incertidumbre; un trillado ancestral pasaje de tierra que comunica al mismo tiempo que serviría como escape. Sólo al estar finalizando el filme sabremos quién es quién y a quien responde. La idea directriz, está sostenida desde un principio básico: todos somos iguales, con los mismos derechos, la diferencia es lo que nos hace únicos, ni mejores ni peores que los demás. El amor como vehículo para transitar por la narración de manera imperecedera, el mismo y bello escenario, las locaciones que cambian siendo las mismas, el agua que fluye siempre. Toda la construcción del filme esta plagada de detalles. Los intersticios entre los momentos que van mostrando el paso del tiempo y las repeticiones. El diseño de sonido, la banda musical, la dirección de arte, poseedora de una fotografía excelsa, sobre todo en las escenas bajo el agua transparente del lago. Sustentado en un casting perfecto y las actuaciones, tanto de los protagonistas como de los secundarios, trabajando de modo tal de permitir la identificación con todos y cada uno de ellos. El filme proporciona otras muchas comunes extrañezas. Déjese sorprender.
“Érase una vez una tierra...” “Construimos nuevas casas, con tejas rojas, donde las cigüeñas construyen sus nidos y con las puertas abiertas a nuestros invitados. Le agradecemos a la tierra que nos alimenta, al sol que nos calienta y a los campos que nos recuerdan los verdes pastos en casa. Así, con dolor, tristeza y alegría, recordamos a nuestro país cuando contamos a nuestros niños historias que comienzan como todas las historias: ‘Érase una vez una tierra...'‘ Así finaliza “Underground”, film de Emir Kusturica del año 1995. La frase es pronunciada por uno de los protagonistas, Iván. Y viene a cuento porque “Bajo el sol” (Zvizdan), del croata Dalibor Matanic, trajo a mi memoria aquella impactante realización del bosnio, emigrado a Francia, que conmocionó el ambiente cinéfilo a mediados de los ‘90. Y a veces, la memoria tiene razones que la razón no entiende, hasta que las cosas se empiezan a dilucidar. La asociación evidentemente se produce porque el tema de las dos películas es el mismo: la guerra en Yugoslavia. Y la estructura narrativa también es semejante, porque ambas se desarrollan en tres capítulos que describen la guerra en sendos períodos cronológicamente sucesivos, aunque el film de Kusturica empieza durante la Segunda Guerra Mundial, atraviesa la Guerra Fría, y concluye en la Guerra de los Balcanes, período en el cual da comienzo la propuesta de Matanic. Otra semejanza es que los mismos actores representan a los personajes principales en los distintos capítulos. En “Bajo el sol”, los tres relatos se ubican en igual escenario, una zona rural fronteriza entre Croacia y Serbia. El primer capítulo transcurre en el año 1991, el segundo, en 2001, y el tercero, en 2011. En el primero, la acción corresponde a las vísperas de la serie de conflictos que sucedieron entre 1991 y 2001 en Europa, que se caracterizaron por los enfrentamientos étnicos entre los pueblos que en su conjunto formaban la ex Yugoslavia, principalmente entre serbios, croatas, bosnios, albaneses y musulmanes. Como se sabe, una región fronteriza históricamente sacudida por diversas guerras, por motivos raciales, políticos, económicos, culturales y religiosos. El desafío que asume Matanic es ofrecer una síntesis de ese drama, que aún hoy subsiste, en un relato que sea de interés para el espectador de cine. Su propuesta es enfocarse en un grupo de jóvenes que habitan en esa región, compuesta de pueblos pequeños donde conviven familias de diversas etnias, y cómo la situación afecta sus vidas, sus deseos, sus proyectos, sus sentimientos y sus expectativas. En cada capítulo, cambian los personajes y las historias específicas, pero los intérpretes que los representan son siempre los mismos, destacándose principalmente la actriz Tihana Lazovic y el actor Goran Markovic, quienes componen sendas historias de amor-odio, odio-amor, en las tres instancias, labor que realizan con gran entrega y convicción. Matanic se concentra en la cotidianeidad de esos pequeños poblados devastados por la guerra, describiendo el comienzo de los enfrentamientos (1991); el período inmediatamente posterior a la guerra (2001) en el que se observan todos los daños físicos en las viviendas y demás construcciones, así como las heridas todavía sangrantes ya que todas las familias tienen muertos a quienes llorar, y por último, la etapa de la reconstrucción (2011), en la que la juventud intenta apostar a un futuro mejor, adoptando pautas culturales del estilo occidental. Pero lo que quiere expresar el realizador croata, con un recurso expresivo de características poéticas, es que la vida transcurre bajo el mismo sol y que la rueda de la historia se va moviendo de manera cíclica, a través de la cual pareciera que se repiten, una y otra vez, los mismos dilemas, los mismos conflictos, las mismas preguntas y las mismas situaciones, en un devenir que deja poco lugar a la reflexión y a la elaboración profunda de los traumas. La mirada sobre el paisaje rural pone el acento en la fuerte presencia de una naturaleza bella y pródiga, en la que el sol y el agua adquieren una relevancia simbólica, que tiene que ver con la vida, las pasiones, la alimentación, el inconsciente, distintas capas semánticas que se entrecruzan permanentemente en un ambiente social atravesado de tensiones. “Bajo el sol” es un film bello, inteligente, cuyo estilo narrativo sabe captar la atención del espectador, con un manejo de la fotografía y la sonorización que refuerzan de manera oportuna la atmósfera y el sentido dramático general de los acontecimientos, invitando a mirar el futuro con esperanzas de reconciliación.
AMOR EN LOS TIEMPOS DE GUERRA La guerra y las relaciones amorosas han sido desde los comienzos de la ficción y especialmente de la ficción cinematográfica, fuente de temas y tópicos explotados hasta el hartazgo. Bajo el sol no escapa, aún en el 2016, de tal tentación. La película ofrece un amor reversionado en tres momentos históricos que atraviesan la guerra acontecida entre Croacia y Serbia entre 1991 y 1995. Con la misma pareja protagonista en los tres relatos (Tihana Lazovic y Goran Markovic), el tríptico desarrolla diferentes relaciones íntimas que se establecen en las distintas partes del film, donde todas conllevan la tragedia y el sufrimiento debido mayormente a que, en las parejas protagonistas, él es croata y ella serbia. En la última tentativa de relación amorosa se da la excepción, dado a que se juega con la dinámica de final abierto, dejando esperanzas de que aquel pasado signado por la guerra y el desencuentro varíe hacia un futuro mejor. Es destacable el tratamiento estético que el film presenta debido al trabajo con la luz. Marcados claro-oscuros realmente artísticos, juegos de iluminación metonímica, le permiten a Bajo el sol una belleza tal que permite llenar aquellos huecos que una historia tan trillada puede albergar. Asimismo, la puesta en escena en la que predominan tanto tomas de paisajes naturales como de la destrucción dejada por la guerra, es digna de subrayar, porque también dotan a la película de un filtro artístico estético rico para el espectador; lo que al mismo tiempo, a ojos de quien escribe, le permite salvar la ausencia de planos secuencias, movimientos de cámara, entre otros recursos formales. La música funciona de manera correcta como telón de inicio y de cierre de cada historia, pero la misma no es utilizada ni diegética ni extradiégeticamente a modo de refuerzo de las interpretaciones, sino que el film se vale de un “sonido directo”, que si bien permite una coherencia entre actuaciones y entorno bélico donde se sitúan las historias, por momentos llena a la película de silencios “vacíos”, aquellos que no aportan a la construcción de la trama y que pueden llegar a volverla algo aburrida (que dura dos horas y que tranquilamente podría durar poco más de una hora). Del mismo modo, se rescatan las actuaciones tanto de la pareja de protagonistas como de Nives Ivanković, quien en el papel de madre en dos de los relatos presentados, sabe transmitir la represión de una sociedad sitiada por la violencia o la impotencia de quien ha perdido lo más querido en la guerra. Estos tres actores, a través de la expresión de sus gestos y de la motricidad de sus cuerpos, explicitan la carga emotiva de los personajes, por eso abundan los primeros planos y los planos detalle ayudados por la iluminación, resaltando los sentimientos que surgen de la situación de desolación en la que se hallan sumergidos los personajes en los tres relatos.
'Todo lo que necesitas es amor', reza el famoso tema de los Beatles, cuya frase parece encontrar su lugar en esta película, donde se bucea entre el amor, la revancha y el odio inmaduro. res historias son contadas mediante la dirección y la pluma del multipremiado director Dalibor Matanic y son relatadas de una manera única: de la mano de un ciudadano croata que entendió y vivió las guerras yugoslavas. No es de extrañar que Matanic haya sido enaltecido con el mayor de los premios otorgado por el jurado de Cannes, luego de dar nacimiento y presentación a esta obra que cuenta de forma única y convincente aquello que las noticias jamás pudieron cubrir en su momento. Este gran film encierra lo poco conocido y la exigua información que no llegó a las primeras planas: el trasfondo de los vecinos de pequeñas villas, el conflicto social, el resarcimiento del corazón, el perdón, el momento de las disoluciones de una república multicultural como alguna vez lo fue la gran Yugoslavia, el durante y lo que dejó el después del enfrentamiento. Cada una de estas tres historias está situada en un tiempo clave. La primera de ellas es el nacimiento del levantamiento entre croatas y serbios sucedido en 1991. El relato es llevado mediante las caras de Iván y Jelena, vecinos enamorados de pueblos contiguos pero con nacionalidades distintas y que sueñan un mundo mejor, aunque sus realidades y entornos dan lugar a la explicación del encono geopolítico que comienza en estos años. La segunda historia la cuentan las vidas de Natasa y Ante en el año 2001 y que representan el regreso a aquello que se rompió y así se quedó; esas carcazas vacías, esa culpabilidad y rencor hacia el otro, hacia ese que representó al bando enemigo sin haber disparado un solo tiro. El tercer y último relato ocurre en el 2011, época en que estas tierras comenzaron a abrirse y sanar, momento en el que se empezó a recibir extranjeros con ganas de fiesta y aventuras. Esta misma exposición que nos pone frente a las vidas de Marija y Luka en un entorno resentido y dividido ante un territorio dolido y, aún golpeado por las esquirlas de la gran guerra es aquella que cerrará esta película, dejándonos un poco más informados y sabios ante la cotidianidad de los pueblos en shock. La gran particularidad de ‘Bajo el sol’ es que los tres relatos están representados por los mismos actores: no son historias consecutivas, no tienen nada en común entre ellas, sino las mismas caras utilizadas una y otra vez para dar nacimiento a la búsqueda del amor... a pesar de todo. Ella, Tihana Lazovic, y él, Goran Markovic, nos conducen con delicadeza y talento hacia el fondo del dolor. Sus interpretaciones impecables nos permiten llegar a olvidar que son los mismos actores principales reutilizados, sin guiños e independientes de lo anterior en cada representación. La fotografía de los Balcanes cuenta sin prisa y con precisión el detalle de esta filmografía, dejando huella de escenarios muy poco conocidos pero que cuentan como presentación del lugar. Las escenas de noche fueron en total oscuridad mientras que en aquellas que fueron diurnas sólo fue utilizada luz natural. Asimismo, la escenografía cuenta la historia, en el que pueden verse casas y pueblos reales diezmados por la guerra, con sus frentes baleados y el silencio ensordecedor en cada calle. Como punto contrario cabe señalar que por momentos la película es un tanto vertiginosa y lenta, es decir, va muy rápido en su historia o va con demasiada parsimonia. El ritmo es cambiante y carece de constancia, en el cual por momentos puede jugar en contra en la paciencia del espectador. Por lo demás, se recomienda ver este film alejado de todo cliché hollywoodense y repleto de historia y sensaciones de momento desconocidas por esta parte del hemisferio. Bajo el sol puede verse a partir del 21 de julio en todos los cines del país.
REPETICIONES DE UNO MISMO Sasa, ya vestido en su uniforme militar, canta una especie de canción de rock cuando transita en su auto por la carretera vacía; Iván, por su parte, toca la trompeta en una banda mientras sus amigos toman cerveza. Las escenas avanzan y se suceden con alternancia, como una suerte de plano/contraplano construido por imágenes y música, sin diálogo. Entonces, Sasa quiebra esa cadencia, cuando interviene en el espacio de Iván para llevarse por la fuerza a su hermana, la novia del joven. Ambas miradas vuelven a responderse pero ahora privilegian el contraste auditivo: la música a todo volumen del auto frente al silencio o jadeo de Iván mientras corre por la ruta con la trompeta en mano. El director Dalibor Matanic insiste en aunar esos mundos para subrayar de lleno su lógica: las distinciones no sólo se manifiestan en los orígenes (serbios y croatas), sino y por sobre todas las cosas, en las decisiones frente a aquellas diferencias. Quizás por esta razón, el director se vale de los mismos actores para desarrollar tres historias a lo largo de 20 años (Jelena e Iván, 1991; Natasa y Ante, 2001 y Marija y Luka, 2011), cuyo vínculo es el amor en sus variados niveles. La repetición se mantiene tanto en la pareja protagonista como en la mayoría de sus entornos afectivos. Jelena/Natasa/Marija (Tihana Lazovic) está acompañada por la madre y circula la figura del hermano; con Iván/Ante/Luka (Goran Marokovic) aparece el padre, la madre o ambos. Al mismo tiempo, se trabajan algunas conexiones entre las historias. Por ejemplo, cuando Luka pasa por el cementerio y se ve una tumba que refiere al primer relato. Otra cuestión interesante es el uso de espacios o elementos que contienen detalles que anticipan lo que va a venir. En el primer caso, casas vacías, abandonadas o destruidas que son el escenario del encuentro entre ambos; en el segundo, los autos por las rutas o los caminos en sí mismos. El título Bajo el sol no evidencia sólo una poética del amor, sino el punto de reconocimiento de ambos tanto en su singularidad como en conjunto; una condición natural, que les quita el peso de la procedencia y del deber para volverlos etéreos y a un estado más esencial: al deseo entre un hombre y una mujer. Por Brenda Caletti @117Brenn
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030