Biutiful es una película conmovedora, realista y muy cruda que trata un tema delicado, el cual es muy difícil de ver si sos muy sensible, o si tenés o tuviste alguien querido atravesando por un momento tan espantoso como el de ser un enfermo terminal. Y mejor que ni se te ocurra ir a verla si...
Agly El director de Babel, 21 gramos y Amores perros rodó en Barcelona con Javier Bardem como protagonista esta nueva película “trascendente” sobre los grandes temas de la vida (en este caso, con centro en la muerte) y el resultado es grandilocuente, obvio y explícito (por momentos, al borde del sadismo). Por lo menos, esta vez el mexicano abandonó la estructura coral de sus films anteriores y narra aquí una historia más lineal, en la que no falta su habitual regodeo con atrocidades de todo tipo, mostradas con una estilización aberrante. Biutiful describe la degradación física y moral de un buscavidas (se encarga de pagar coimas a la policía para ayudar a oscuros empresarios chinos y a inmigrantes ilegales africanos) que sufre de un cáncer terminal, mientras intenta lidiar con su desquiciada ex pareja y criar a sus dos hijos. O sea, una típica historia de caída libre y búsqueda de la redención. Iñárritu es capaz de construir planos de enorme belleza (con la ayuda del talentoso fotógrafo Rodrigo Prieto) y consigue de Bardem una performance de esas que suelen ganar premios (el film y el actor están nominados al Oscar), pero la película está llena de golpes bajos que terminan por anular los logros en otros terrenos. Ya sin el aporte de su compatriota Guillermo Arriaga, ese artista embaucador y artero que es Iñárritu contó en Biutiful con una amplia participación argentina: los dos coguionistas Armando Bo y Nicolás Giacobone, la actriz protagónica (Maricel Alvarez) y el músico (Gustavo Santaolalla). Quien quiera padecer los 148 minutos de esta acumulación de miserias humanas y búsquedas pretenciosas, allá ellos. Que les aproveche. No será con mi recomendación.
Antes que anochezca El director mexicano Alejandro González Iñarritú (el mismo de Amores perros, Babel y 21 gramos) hace foco en una historia de amor entre un padre y sus dos pequeños hijos. Entre padres e hijos. La complejidad de las relaciones familiares y la inseguridad de las calles confluyen en este relato que impacta por su crudeza. Ambientada en España, la trama sigue los difíciles días de Uxbal (Javier Bardem), un hombre que enfrenta molinos de viento: intenta sacar a su familia adelante, tiene contactos con la policía, y ayuda a extranjeros que trabajan en condiciones infrahumanas, mientras arrastra una enfermedad que lo está consumiendo. Con guión de los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone, el director logra un drama intenso (y extenso) que coloca a su personaje central en el ojo de la tormenta. Uxbal es duro pero a la vez frágil. Su eterna lucha con una mujer que ejerce la prostitución (la estupenda actriz argentina Maricel Alvarez) y un pasado que vuelve (la muerte de su padre, con la que abre y cierra el film) lo empujan a lidiar contra la corrupción mientras da cobijo a la mujer de un vendedor ambulante. Todo esto es Biutiful, una película dura por donde se la mire y con un puñado de personajes (vendedores y explotadores y amantes asiáticos) que lo impulsan a seguir su camino. La presencia de la muerte (con fallecidos que lo observan desde el techo) hacen del film una experiencia singular. Bardem es el actor ideal para componer a Uxbal (recordamos sus inolvidables papeles en Sin lugar para los débiles y Antes que anochezca), una suerte de ángel capaz de comunicarse con los muertos mientras aguarda su ascenso a otro mundo mejor. Un mundo donde el amor no es imposible.
El final es donde partí La nueva película del mexicano Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 2000), y primera fuera de la sociedad creativa que lo unía a Guillermo Arriaga, es una obra compleja que difiere bastante de su filmografía anterior, pese a mantener ciertos rasgos caracteristicos que hacen al estilo de un director ya consagrado dentro del mundo cinematográfico. ¿Qué pasa con un hombre cuando sabe que va a morir? Es el planteo inicial de la película protagonizada por un extraordinario Javier Bardem personificando a Uxbal, un atormentado padre de dos hijos que mantiene una extraña relación de idas y vueltas como su esposa Marambra (Maricel Álvarez). Uxbal está metido en negocios sucios vinculados con la inmigración ilegal y como plus tiene el don de comunicarse con las almas del más allá, Un día, como cualquier otro, es diagnosticado de una enfermedad terminal y Uxbal sabe que va a morir, teniendo solo meses para purificar su alma, pagar deudas pendientes y organizar una vida que ya no contará con él. A diferencia de los trabajos anteriores González Iñárritu plantea la trama a partir de un solo personaje y no de manera coral. Uxbal es el absoluto protagonista de Biutiful(2010), aunque su historia tomará varias vías de acción. La primera es ver qué pasa con un hombre que sabe que va a morir y cómo reacciona y enfrenta el tiempo ante esa situación radical y única. La segunda línea narrativa nos lleva hacia la inmigración ilegal, un tema que ha preocupado al realizador mexicano desde siempre y que en este caso es mostrado de manera casi documental. Biutiful no es un film circular como lo era Babel (2006) sino que es un flashback que parte de la muerte del personaje y que se resuelve de manera onírica. En Biutiful no hay héroes ni ganadores, todos son perdedores. Desde el personaje de Bardem que sabe que va a morir pasando por los inmigrantes explotados y hasta los patrones explotadores. Pero el planteo habla que a pesar de las ausencias sí hay esperanza convirtiendo la derrota del presente en la ilusión de que al menos habrá un futuro. La utilización de la cámara en mano acompañada de bruscos movimientos panorámicos le brindan al film una suciedad visual que lo emparenta con la realidad, logrando un efecto aún mayor sobre la idea que transmite. En varios casos se emplea el un recurso similar al que se puede ver en los noticieros televisivos. Desde lo actoral resulta asombroso el trabajo de Javier Bardem -Palma de Oro en Cannes 2010 y candidato al Oscar-, tal vez en la cúspide de su carrera logrando un trabajo que roza la perfección. L a argentina Maricel Álvarez resulta ser una partenaire ideal para interpretar a la abnegada esposa bipolar con la que no podrá contar ni siquiera en los momentos determinantes. González Iñárritu se mete en Biutiful con un tema escabroso, difícil de ver y que más allá de cierto efectismo y de poner en crisis nuestra propia moral nos hará pensar sobre el bien y el mal.
La Vida no es Bella. Cuando terminé de ver esta película me quedé con una sensación por demás extraña, como con cierta indecisión con respecto a si lo que había visto me había gustado o no, y la sensación persiste, por eso me voy a limitar a hablar sobre los aspectos del film que me gustaron y los que no me gustaron. Las tres películas anteriores de Iñárritu me gustaron, especialmente 21 Gramos. Leí algunos comentarios sobre Biutiful y uno decía “la mejor película de Iñárritu”. Mi opinión, parcialmente formada, reza lo contrario. Biutiful no me disgustó del todo pero para mí es la peor de su filmografía. Sin bien en este film Iñárritu se aparta –o dice apartarse– de la estructura coral de sus películas anteriores, Biutiful no deja de ser una historia acerca de muchas historias, solo que en este caso, el punto de convergencia de todas, el eje temático, ya no es una situación determinada sino el personaje de Bardem. Y una de las debilidades de la película tiene que ver con eso, con intentar apartarse de un estilo pero volver a caer en él, torpemente y de refilón. Y el otro error que comete Iñárritu es querer abordar demasiadas temáticas tan pesadas y complejas. No estoy criticando el hecho de que una película quiera tratar varios temas, estoy cuestionando el hecho de que, inevitablemente, en dos horas y media, no se pueden cubrir todas esas historias sin dejar demasiados cabos sueltos o desprolijos. Porque Biutiful trata de: un ser humano frente a una enfermedad terminal, la muerte, la bipolaridad, la clarividencia, la trata de inmigrantes ilegales, la xenofobia, la corrupción de las fuerzas policiales, la familia, la paternidad, el amor, la homosexualidad, la pobreza y varias cosas más. Y termina la película y uno queda como golpeado, con la sensación de “tengo que procesar todo lo que acabo de ver”, lo cual está bueno, pero algunas cosas se pierden en semejante inmensidad. Sin dudas, el tema que peor está abordado es el don de Uxbal de comunicarse con los muertos; francamente, no entiendo el propósito de la inclusión de esto, no le veo razón de ser, y queda totalmente traído de los pelos. Otro punto muy débil de la película son los golpes bajos. En una entrevista realizada por Pagina 12, Iñárritu afirma: “me parece que la tragedia es extremadamente entretenida”. La tragedia en este film no es entretenida sino puramente efectista. A mí me gusta emocionarme con una película pero la emoción que disfruto es esa que surge a partir de que algo en la película me toca alguna fibra íntima o me toca algo adentro, algo mío, y a partir de eso aflora la emoción. La emoción causada por varias escenas de este film tiene un efecto inmediato, casi inconsciente, en el espectador, por ejemplo, al ver 40 planos distintos de un bebe muerto por envenenamiento por monóxido de carbono, o a Javier Bardem mientras acaricia el cuerpo de su padre muerto (¿¿¿???); todo, obviamente, con tonalidades menores de fondo. Pauline Kael hablaba justamente de eso en uno de sus ensayos, de la bronca que le provocaba encontrarse con films de este estilo, en los cuales se busca la emoción fácil, se persigue deliberadamente un efecto lacrimógeno en el espectador. Biutiful tiene varias escenas así y eso me molestó. Parece que Iñárritu hubiese pensado algo así como “te hago un dramón de aquellos; para eso elijo a un personaje, a punto de morir, al que le pasan las peores cosas que le pueden pasar a un ser humano, te meto en el medio 20 historias terribles, lo mezclo todo en una coctelera y tomá, arreglate”. No se, así quedé. Como puntos a favor puedo mencionar tres. -La actuación de Javier Bardem; sí, él “es” casi todo el film, aunque acá también hago una salvedad que tiene que ver con una falla del guión: ¿su enfermedad lo termina transformando realmente? Por momentos sí y por momentos no, no queda claro, o se termina desdibujando en la inmensidad temática que es el film. -La banda de sonido, compuesta por Gustavo Santaolalla –a excepción de la música efectista que mencioné antes– acompaña bien las escenas y tiene ese matiz minimalista y ecléctico característico de Santaolalla, que se conjuga muy bien con el estilo de la película, como fue el caso también de sus anteriores colaboraciones con Iñárritu. La música está reservada para ciertos momentos de tensión dramática, sin hacer abuso de ella, y genera gran armonía entre imagen y sonido en las escenas en las que aparece. La selección de música diegética es muy acertada también y provoca bastante acercamiento con el espectador. -Por último, hay un rasgo que suelo destacar del cine de Iñárritu: el realismo crudo con el que muestra las realidades; la estética, la fotografía, la puesta en escena, la técnica de cámara en mano, todo esto ayuda a instaurar un realismo y una verosimilitud impactantes. Uno realmente se siente oprimido por estas historias que, como es característico en el cine de Iñárritu, son sumamente trágicas y exploran lo más bajo de la condición humana. No se, creo que sigo sin decidirme pero bueno, esto es lo que logré esbozar.
El sacrificio emocional Javier Bardem conduce el drama de un hombre que sabe que morirá. Uxbal es un hombre común viviendo circunstancias extraordinarias. Vive, también, en un mundo en el que la sordidez es moneda corriente. Tanto a su alrededor (González Iñárritu sitúa las acciones en el barrio pobre de El Raval, el costado menos glamoroso de Barcelona, donde inmigrantes ilegales, latinos, africanos y asiáticos son explotados y trabajan en talleres clandestinos como un modo de sobrevivir) como puertas adentro. Su departamento dista de ser un modelo -los bichos que Uxbal ve en el techo son más que una alegoría-, pero es en el interior del mismo, con sus hijos pequeños a los que cría y de quienes tiene la custodia por la bipolaridad de su ex mujer (la argentina Maricel Alvarez, notable), donde el hombre se encuentra mejor. Puede molestarle que Mateo patee la mesa al comer –la paternidad vuelve a ser un tema recurrente en la filmografía de Iñárritu- y es allí, sentados a la mesa o en la cama, donde se dicen y explicitan temores, problemas y alegrías de esta familia desarmada. Ah, Uxbal se entera de que tiene cáncer y le quedan pocos meses de vida. El título del filme ( Hermoso ) es la antítesis de lo que se ve en pantalla. Aunque el espectador puede hallar aquí o allá momentos luminosos, más que nada en la relación de Uxbal con sus niños. En esta película “circular”, en vez de las enrevesadas historias cruzadas que confluían en sus filmes anteriores ( Amores perros , 21 gramos , Babel ), el tema de la muerte, tan familiarizada a la cultura mexicana, vuelve a ser recurrente. El dolor que se siente es continuo y al salir del cine uno tiene algo así como la necesidad de pegarse una ducha. Sin Javier Bardem, el sacrificio emocional que realiza Uxbal llegaría al espectador de otra manera. El actor decididamente se roba la película, y no sólo porque esté el 99% de la proyección en pantalla. No se trata de proporción sino de presencia. Uxbal es un marginal, sí, pero trata de emerger de la miseria, un término que se podría utilizar aquí para denominar más de una coyuntura. El hombre de ojos cansados puede comunicarse con los muertos, y sabe que no debería cobrar por ese don. Pero lo hace… El filme shockea desde el realismo y desde las cosas que Uxbal, entonces, imagina. Esta vez Iñárritu deseó contar la historia desde el punto de vista de un solo personaje, y sobre él recae la cámara en mano su habitual iluminador, Rodrigo Prieto (también, Frida y Secreto en la montaña ). La angustia y el tormento por los que atraviesan Uxbal y quienes lo rodean son ciertamente agobiantes. No hay regodeo en el sufrimiento ajeno, pero se los muestra con detalles como para que el golpe no pase de-sapercibido. Si el filme es esperanzante o desmoralizador, la respuesta la tiene cada espectador.
Otro calculado descenso a los infiernos El cine del mexicano Alejandro González Iñárritu opera por acumulación: en su promocionada trilogía integrada por Amores perros, 21 gramos y Babel (2000-2006), producto de su asociación con el guionista Guillermo Arriaga, el director no se conformaba con narrar una historia por vez, sino varias, a cual más trágica y sórdida. Las tres insistían con una misma fórmula –la de film coral, con múltiples acciones paralelas– de la que luego Arriaga, en una ruidosa polémica pública con Iñárritu, reclamó su autoría, incluso realizando él mismo una película (Camino a la redención) que llevaba al extremo estos tópicos, para que no quedaran dudas de quién era el padre de la criatura. Como consecuencia de ese litigio, en Biútiful Iñárritu no sólo cambió de guionista (ahora trabajó con los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone) sino también de estructura narrativa. Pero no de mañas. Candidata el próximo domingo al Oscar al mejor film extranjero, Biútiful vuelve a exhibir la propensión del director por el exceso y la sordidez a cualquier costo, como una manera de golpear al espectador, no importa si por arriba o por debajo del cinturón. No han pasado quince minutos de película y Biútiful ya nos informa que su protagonista absoluto, Uxbal (Javier Bardem, a su vez candidato al Oscar como mejor actor), es adicto a las drogas duras y tiene un cáncer terminal que lo lleva a orinar sangre frente a cámara, además de sacrificarse como padre de dos hijos pequeños cuya madre (la argentina Maricel Alvarez) es una yonqui irrecuperable, que eventualmente se prostituye bajo el eufemismo de “masajista”. Como si todo esto fuera poco, en ese primer comienzo se sabe también que Uxbal tiene poderes psíquicos que le permiten mantener un último diálogo con los muertos, como lo demuestra en el velorio colectivo de tres niños (a falta de uno), a quienes la cámara siempre impúdica de Iñárritu no se priva de filmar –en primer plano, de ser posible– adentro de sus cajones. Este don natural de Uxbal es, sin embargo, apenas una fuente lateral de ingresos, por los que cobra un puñado de euros. Su ocupación principal, con la que mantiene el ruinoso departamento en el que sobreviven sus hijos en una de las calles más oscuras del viejo Barrio Chino de Barcelona, es la de intermediario entre los explotadores de los inmigrantes sin papeles llegados de Asia y Africa y la corrupta policía catalana, que cobra por hacer la vista gorda. Pero a pesar de su oficio, Uxbal es bueno: sólo lo hace por “el puto dinero” para mantener a su hijos y para facilitarle el trabajo a otros desamparados como él. Que en su torpe bondad y en su irreflexivo afán de ayudar al prójimo (“¿Quién te crees, la Madre Teresa de Calcuta?”, lo increpa uno de sus interlocutores) provoque todo tipo de catástrofes, incluida la muerte de una docena de inmigrantes chinos –niños incluidos, por supuesto–, no le sugiere al film ninguna consideración crítica. A diferencia del Nazarín de Buñuel, que veía en la ingenua virtud de su personaje el costado absurdo e inútil de la santidad, el Uxbal de Biútiful aspira a la expiación de los demás y de sí mismo a través del sufrimiento y la muerte, una constante en el cine como catequesis de Iñárritu. El final circular de Biútiful, que termina allí donde la película empieza, no hace sino ratificar otra de las marcas de cilicio del cine del director: ubicarse como un dios por encima de sus personajes y, desde su propio cielo, condenarlos o expiarlos, según el caso. Como en la trilogía que la precede, Biútiful es otro calculado descenso a los infiernos, en el que Iñárritu esta vez se solaza con la miseria de los barrios bajos de Barcelona, con sus yonquis y sus inmigrantes ilegales, a quienes el director les da un trato aún peor que el de la policía española: los mata, para inspirar piedad.
Precioso marginal El supersticioso y carismático Uxbal (Javier Bardem) sobrevive en un suburbio barcelonés mientras sueña una vida mejor para sus hijos. Las peripecias que debe atravesar a lo largo de un solo día ya acobardarían al mejor plantado. Sin embargo, con su extraño sentido de la obligación y la moral, Uxbal se podría definir como un hombre dispuesto a todo, incluso a su propia degradación, con tal de que aquellos a quienes verdaderamente ama salgan adelante. Los métodos pueden ser cuestionables, y los destinatarios de su afecto igualmente variables. Como todo lobo solitario, Uxbal cree que el mundo puede estar en su contra, pero igualmente se doblegará a su voluntad y su modo de hacer las cosas. Como a muchos otros personajes de su catadura desde que el cine es cine, le llegarán la epifanía y la posibilidad de redención, pero nada es gratis. Y menos si estamos frente a una nueva historia del director de "Babel" y "21 gramos". Destino cantado, podría decirse, el de Alejandro González Iñárritu: un director que prometía y se perfilaba como uno de los grandes del cine latinoamericano emergente, pero que desde hace tiempo eligió ceñirse a la ¿sana? costumbre de fustigar a sus personajes. El director de "Amores Perros" no parece conformarse bajo ningún punto de vista con la posibilidad, siquiera remota, de la redención. Puede que deje una puerta entreabierta, pero el haz de luz resultante apenas alcanzará para iluminar una escena de pesadilla. Sus personajes son repetidamente castigados, humillados y derrotados; en el mejor de los casos, resultan seres atormentados que buscan una salida de por sí improbable. Y aquí es donde entra a tallar un actor como Javier Bardem, cuya versatilidad para lo oscuro lo hacía ya destacable en la olvidada "Perdita Durango" y que tuvo su punto culminante en "Sin lugar para los débiles" (su rol de Anton Chigurh le valió un Oscar). La película de Iñárritu sin Arriaga termina confirmando que el ex tándem se llevó un gusto por el drama sólo explotado en su veta cínica por este último; Iñárritu no es capaz de perder la solemnidad ni siquiera en el momento más emotivo, ese en que la sutileza de una sensación debe saltar de la pantalla sin que el actor necesite gritar o volverse desmesura. Con una calidad fílmica indiscutible, "Biutiful" se impone finalmente por la fuerza de un enorme Bardem y no por la solidez de un guión que no escatima golpes bajos.
A Alejandro González Iñárritu le gusta lo extremo. No se anda con muchas vueltas. Si uno no tiene problemas con eso, entonces supongo que Biutiful le va a gustar. Yo disfruté de 21 gramos pero no de Amores Perros ni de Babel. Babel era como el súmmum (hasta entonces) del cine de Iñárritu: relato no-lineal, historias interconectadas, personajes sufridos. Ahora vuelve a mostrar todas las miserias humanas, pero en un relato lineal y sin demasiados truquitos de montaje (aunque sí hay otros igual de efectistas, podríamos decir). En Biutiful Javier Bardem es Uxbal, un hombre que trabaja vendiendo productos truchos en España. Eso es lo más benévolo que podríamos decir de su profesión: esos productos están hechos por inmigrantes asiáticos y africanos. Él es el encargado de cuidarlos. Su ex esposa es bipolar, tiene que mantener a sus dos hijos, tiene conexiones con los muertos, y la presencia de la muerte lo acecha. Orina sangre, su piel empalidece cada vez más, y se vuelve débil. Los actos de bondad que quiere hacer salen mal, con consecuencias caóticas. En sus últimos momentos, busca la redención. No es un personaje malo. Lo que hace está mal. Claro que eso no lo justifica, pero por lo menos no lo hace totalmente detestable. Bardem es un actor enorme y logra darle a su personaje una humanidad inmensa. Las decisiones que toma tienen una carga moral y él lo sabe. Es un pobre tipo que va en caída libre, en un mundo cada vez más oscuro. Iñárritu logra imágenes muy poéticas. Me acuerdo la imagen de los pájaros en el cielo en 21 gramos. Aquí también hay una secuencia similar. El director de fotografía es Rodrigo Prieto que además trabajó en la fotografía de Secreto en la montaña y Los abrazos rotos, de Almodóvar. Juntos logran captar la suciedad y la miseria de Barcelona. Nada que ver con la misma ciudad fotografiada “como paseo turístico” de Woody Allen en Vicky Cristina Barcelona. Sabe captar la belleza de cada lugar, por minimalista que sea (miren sino los primeros minutos con la lechuza en medio de la nieve). Y también recrear un ambiente hostil, de opresión, de melancolía. Ahora bien, el problema con esta película es el mismo que con las anteriores. Al director le gusta mostrar lo peor del ser humano. Pero la manera en que lo hace convierte a la película, por momentos, en una explotación de la miseria. Hay una secuencia donde se lo ve a Uxbal en pañales. El mundo que crea Iñárritu no tiene matices: todo es negro, oscuro. Se ensaña con eso, y se nota. En el 2009 se estrenaba Preciosa (la película nominada al Oscar, de Lee Daniels) que más o menos iba por el mismo camino. Los protagonistas sufren todo tipo de calamidades. Están enfermos y quieren hacer el bien pero no pueden. Es más: en esa el título también estaba mal escrito (en la película, aclaro) como si lo hubiese escrito la protagonista ignorante. Acá también, salvo que el mismo título está intencionalmente mal escrito (de nuevo: como si Uxbal lo hubiese escrito). Pero mientras que la película norteamericana estaba más aggiornada, esta directamente se mete en la suciedad. Hay una línea que separa la denuncia social, la crítica bien fundamentada (miren Lazos de sangre) de la explotación de la miseria. Ahí es donde Iñárritu falla: se puede argumentar, con razón, que lo que filma es, directamente, mórbido y canallesco. Pablo Planovsky, crítico invitado. Realizador de Con un ojo dorado. Trivialidades (o el Dato Loco :P) - Biutiful está nominada al Oscar Mejor Película Extranjera representando a México. Pero hay una fuerte presencia argentina: Nicolás Giacobone y Armando Bo (sí: el nieto de) que ayudaron al director con la escritura del guión. La actriz protagónica, la mujer de Uxbal, Maramba (Marciel Álvarez), también es argentina. Eso sin contar que el compositor es el ganador del Oscar Gustavo Santaolalla. Iñárritu ha tenido varias nominaciones al Oscar pero nunca ganó. ¿Estará festejando esta vez? ¿Los medios hablarán de la importante participación argentina en la película? Veremos.
Profecías desde el púlpito Llega el film de González Iñárritu con Javier Bardem que el domingo peleará por llevarse las estatuillas de mejor película extranjera y mejor actor en los premios de la Academia. En la línea de Babel y 21 gramos vuelve sobre la vida y la muerte. Alejandro González Iñárritu ocupa un lugar importante en el mercado del cine contemporáneo con su trilogía sobre la vida y la muerte: Amores perros, 21 gramos y Babel. Con sus historias de estructura coral y personajes que viven situaciones extremas de dolor, resignación, redención y compasión, el nombre del director mexicano, junto al de su ex socio y ex amigo, el guionista Guillermo Arriaga, apareció en festivales Clase A y recibió el visto bueno de la crítica y de un público seducido con la particular mirada sobre el mundo de la exitosa dupla. La sociedad se rompió y Biutiful, con la colaboración de dos guionistas argentinos, es la confirmación de un estilo y una forma de comprender al cine (y a la vida) desde los márgenes de la sordidez y la opulencia estética que caracteriza la obra del director. Uxbal tiene pocos días de vida, un matrimonio desastroso, una relación conflictiva con sus hijos y una forma ética de desenvolverse con el mundo, por lo menos, bastante discutible. Sobrevive en una Barcelona ajena al turismo, habla con los muertos y por ese motivo le pagan, contrata mano de obra barata de africanos y japoneses para trabajar en talleres clandestinos y discute axiomas filosóficos en su derrotero místico. Uxbal es Bardem poniéndole el cuerpo a un supuesto héroe trágico que carga sobre sus hombros una importante acumulación de textos evangelizadores y redundantes. Iñárritu tiene un colaborador fundamental: su DF Rodrigo Prieto, quien construye una paleta cromática de por grises y opacos y barridos de cámara que transmiten al espectador una enfática crudeza, por ejemplo, desde el retrato de una Barcelona lumpen y de supervivencia mostrada con el mayor realismo posible. Pero el problema mayor de Biutiful es su desbordante ambición temática, donde a Iñárritu se lo ve cómodo y autoindulgente con una propuesta que hasta sobrepasa sus prédicas mesiánicas. Biutiful no resta nunca, sino que acumula escenas miserables, frases sentenciosas, postulados y sermones que parecen expresados desde un púlpito doctrinario, siempre en voz alta, aleccionando sobre un mundo que se cae a pedazos, que sólo es una porquería y que merece un cercano apocalipsis. El mundo, en efecto, siempre será así e Iñárritu, a través de su tetralogía sobre la vida y la muerte, se erige en su máximo exponente con un cine destinado le petit bourgeoisie que tiene un montón de adherentes, acá, allá y en todas partes.
Las pymes de trabajo esclavo provocan cáncer Finalmente ocurrió lo tan temido y por consiguiente podemos formular un axioma que no caerá simpático: una película de Alejandro González Iñárritu sin un guión de Guillermo Arriaga es tan tediosa como vacía. Biutiful (2010), su “debut” en solitario luego de la trilogía con su compatriota, resulta un fiasco en lo referido a la dimensión del contenido y la estructuración general de la propuesta, empantanada desde el inicio en los vaivenes de la vida de Uxbal (Javier Bardem), un pequeño empresario del trabajo esclavo con una bella cadena de producción (chinos haciendo carteras, senegaleses vendiéndolas). Si por un lado se agradece la inclusión de tópicos como el multiculturalismo, los atropellos y la marginación, por el otro queda claro que tratarlos en piloto automático y sin ningún sustento discursivo puede provocar efectos contrarios a los deseados. Esencialmente estamos ante un intento de duplicación de la obra existencialista de Arriaga que no llega a satisfacer las expectativas debido a que en esta oportunidad tenemos personajes poco interesantes, una constante vacilación temática, demasiados tiempos muertos, tramas colaterales atadas con alambre y diálogos que no agregan nada a la progresión narrativa. Así el film combina un retrato rutinario de un protagonista en caída libre con tomas descriptivas listas para la exportación y/o los festivales internacionales. Quizás el mayor problema pasa por esa típica pata boba del humanismo barato, léase el dibujar a trazo grueso componentes positivos en seres nefastos con vistas a “humanizarlos”: detrás del telón siempre hallamos el argumento de que el hombre es “bueno” por naturaleza, lo que eventualmente lleva a la ridiculización de los diletantes de esta filosofía en función del considerable manojo de evidencia en su detrimento (Uxbal es además hijo, esposo y padre). Como si se tratase de una versión resumida de los guiones de antaño, en esta ocasión el leitmotiv es “tener una pyme basada en explotar a inmigrantes ilegales genera cáncer de próstata”. Los esfuerzos bondadosos empeoran todo y conducen hacia un tono dramático endeble, casi de cartón (vaya uno a saber qué aportes hicieron los argentinos Armando Bó y Nicolás Giacobone, coautores del libreto junto con el director). Por supuesto que Bardem está excelente en tanto aspirante a la salvación posmoderna pero queda muy desprotegido como fuerza matriz de una historia bastante hueca que gira ensimismada sobre su centro. Por suerte el desempeño del elenco compensa en gran parte los deslices señalados y los toques casuales símil realismo mágico, muchísimo mejor trabajados en la reciente Más Allá de la Vida (Hereafter, 2010) de Clint Eastwood. En especial merece destacarse lo hecho por Maricel Álvarez, una revelación cargada de histrionismo en su primera labor en pantalla. Sólo resta aguardar que Alejandro González Iñárritu levante la puntería a futuro y vuelva a colaborar con profesionales de peso: en Biutiful roza la autoparodia y la comodidad, bien lejos de la eficacia de Camino a la Redención (The Burning Plain, 2008).
Yo, ¿el peor de todos? ¿Alejandro González Iñárritu es culpable de que el mundo globalizado y excluyente esté atravesado por la miseria humana?; ¿Cómo debería actuar un cineasta que pretende contar una historia de culpa y redención en un contexto tan explícito como el de la inmigración ilegal en Barcelona? Cuando ciertos directores de prestigio filman y representan, por ejemplo, el Holocausto o la guerra son artistas comprometidos; pero si otros intentan encontrar poesía en la basura y hacer de eso una obra de arte rápidamente son acusados de regodearse en la tragedia ajena y de carecer de profundidad. Biutiful no es una obra maestra del director de Amores perros; pero tampoco un film hipócrita y especulativo como se intenta argumentar, porque básicamente está dedicado a la memoria del padre del realizador (el espectador que llegue al final se dará cuenta) y por ese motivo guarda una intensa carga emocional y personal que se intensifica en una trama lineal que atraviesa el derrotero de un hombre intentando dejar en orden el mundo que lo rodea (ese mundo está compuesto de miserias, dolores, malas decisiones, miedos y deseos como el de cualquier mortal) antes de morirse. Pero como es habitual en el director de Babel, Biutiful también es un film que reflexiona sobre la muerte y sus misterios, despojado de toda respuesta religiosa y espiritual, dejando en evidencia simplemente que la muerte es algo inevitable e inexplicable. González Iñárritu extrae lo mejor de Javier Bardem en esta película donde la ausencia del guionista Guillermo Arriaga se nota pero no se siente, así como tampoco la colaboración autoral de los nietos de Víctor Bo aporta algo de sustancia a un guión sencillo que apela al poder de las imágenes más que a las palabras.
Javier Bardem, puntal de un film con la marca de Iñárritu: llamativo, provocativo, abrumador e irritante Alejandro González Iñárritu nunca fue modesto en sus aspiraciones. Cada uno de sus films ha querido proponer una suerte de informe exhaustivo e implacable sobre el estado del mundo. Hasta aquí, sobre la base del formato que concibió con su ex guionista Guillermo Arriaga, las múltiples perspectivas con las que intentaba abarcar un cuadro tan complejo correspondían a otras tantas historias que se interconectaban más o menos forzadamente. En Biutiful , cambia de coguionistas y de estructura -esta vez es una historia lineal casi totalmente desarrollada en forma cronológica-, pero ni se aparta de su tendencia a buscar en las situaciones extremas los rasgos que juzga más representativos de la realidad ni cede en sus ambiciones. Al contrario: en este caso, no se trata sólo de exponer descarnadamente las peores miserias del mundo globalizado -para eso se instala en los rincones más sórdidos de una gran ciudad- sino también de abordar asuntos menos terrenales y más inherentes a la condición humana, temas capitales que inquietan desde siempre al hombre: la muerte, el más allá, la enfermedad, la locura, la culpa, la búsqueda de redención. Para concretarlo, pone en juego su arsenal de recursos narrativos y la potencia de un lenguaje cinematográfico generoso en impactos, elemento sustancial para que sus films resulten llamativos y provocadores y en muchos casos, como éste, también abrumadores e irritantes (en su cine, la mugre puede ser material artístico y Barcelona, reducirse al barrio sucio y promiscuo donde los excluidos son esclavizados). Además de un par de secuencias muy bien resueltas (una razia policial contra los indocumentados, la noche en una discoteca surrealista), el film tiene a favor el magistral trabajo de Javier Bardem, el astuto buscavidas que se gana el sustento como una especie de intermediario entre los policías corruptos, los africanos y orientales ilegales y los compatriotas de éstos, que los han importado para explotarlos en sus fábricas clandestinas, y también en los velorios gracias a un don que le permite hablar con los muertos y transmitirles sus mensajes a los deudos. Enfermo terminal de cáncer, la proximidad de la muerte lo impulsa a poner sus cosas en orden y prever el futuro de sus dos hijos pequeños, ya que no la de su ex esposa, una mujer alcohólica e inestable que tiene en Maricel Alvarez una intérprete irreemplazable. He ahí el núcleo del negro melodrama, que se abre en direcciones diversas. Demasiadas. Porque más allá de la sobredosis de miserabilismo y de la acumulación de calamidades (incluso una tragedia fruto de la buena intención del protagonista), un problema central del film reside en que pone en cuestión más asuntos que los que puede abarcar.
Agarrando cadáveres. Era difícil imaginarlo, pero Iñárritu se superó a sí mismo. El cine del mexicano es miserable porque se regodea en el sufrimiento de sus personajes y lo hace de manera solemne, como si sus películas aspiraran a informarnos de manera grave y urgente sobre el estado de cosas del mundo, un mundo siempre sórdido y terrible. No hace falta mencionar a los tres chicos muertos en sus ataúdes o las imágenes de los trabajadores chinos asfixiados por un escape de gas entre los que se encuentra un bebé que aparece insistentemente en el cuadro; un plano fugaz de un mendigo tirado en la calle y una paloma que le camina por encima alcanzan para sacarle la ficha rápidamente al cine de Iñárritu. La cámara en mano y las tomas en la ciudad intentan imprimirle a la película un vértigo y un clima de denuncia que son el complemento perfecto para las imágenes de pobreza que busca el director, siempre a la caza de las calamidades de sus personajes, casi como los dos protagonistas de la colombiana Agarrando pueblo, de Luis Ospina y Carlos Mayolo; no es difícil imaginárselo a Iñárritu igual que los dos directores que recorren las calles de Cali en busca de gente pobre o indigente para poder filmar. Sin embargo, algo de mérito hay que darle al mexicano por el trabajo visual que despliega sobre El Raval, un barrio humilde y tumultuoso de Barcelona. Pero el lugar que otros directores como Pedro Costa o Zia Zhang-ke podrían usar para contar una historia de los márgenes sin ánimos de aleccionar al público, Iñárritu lo utiliza como territorio sobre el cual colocar a sus criaturas y someterlas a cuanta desdicha sea posible. Además, está el tema de la grosería con la que se le habla al espectador, por ejemplo, a través de una simbología espantosa que choca de lleno con el tono general de la película. Las mariposas atrapadas que Uxbal ve en el techo de su pieza son una metáfora tosca de las almas que no pueden irse en paz porque todavía tienen asuntos pendientes y a las que Uxbal (un Javier Bardem que parece remedar su pasado brujo de Perdita Durango pero sin el componente satánico) ayuda a partir en paz. Sin piedad, el guión les revolea por la cabeza a los personaje desgracia tras desgracia. A la menor alegría que Uxbal y su familia consiguen, el relato les suma un conflicto más grande que el anterior, como la adicción recurrente de la madre o el cáncer avanzado y con metástasis que aparece de golpe y porrazo. El sadismo de Iñárritu no conoce límites, y como si fuera una especie de cumbre de abyección autoral, Biutiful tiene una enorme cantidad de planos con chicos muertos y hasta de bebés en los que la cámara se posa sin vergüenza alguna. El efecto logrado pareciera ser contrario a las intenciones del director: en vez de denuncia y llamado de atención, esas imágenes demuestran la absoluta falta de respeto de la película para con las víctimas. A los pobres no se les reserva ni el derecho a morir con dignidad, sus cuerpos sin vida son exhibidos en la pantalla como una especie de trofeo moral, una prueba de la presunta conciencia social de la película, como ocurre con el cuerpo del padre de Uxbal, muerto hace más de cuarenta años y que todavía se conserva por haber sido embalsamado; en su búsqueda frenética por la mostración de carne destrozada la película no repara en desenterrar cadáveres de hace décadas, como si no le alcanzara con los que encuentra cotidianamente en El Raval. Con todas las ínfulas de un humanismo postmoderno y cómodo para el que la complejidad del mundo puede llegar pintarse con unos pocos retazos que remitan a problemáticas globales como la inmigración, la corrupción policial, la explotación laboral, el abuso de drogas, el tráfico ilegal o la discriminación racial, Biutiful no es más que otro eslabón dentro de ese cine nefasto que rinde culto a la miseria con pretensiones de enseñanza moral. Iñárritu se supera una vez más, su última película es todavía más condenable que Babel y la candidatura al Oscar como mejor película extranjera, lo queramos reconocer o no, es un signo alarmante de una época en la que una película paupérrima y funesta como Biutiful puede ser vista como buen cine e incluso cosechar premios.
Sombría, turbia, desesperanzada y también apasionada, lúcida y poderosa, Biutiful expone la antítesis de lo que representa su irónico y alegórico título. Una tragedia que reduce a una menudencia el concepto de melodrama, en medio de intensos recorridos plagados de controversiales emociones y fatalidades recurrentes. Caminos sinuosos, circulares y paradojales que incluyen asimismo la belleza y la redención. Más allá de su condición de obra difícil de ver y digerir, como otras de este cineasta, el último film de Alejandro González Iñárritu es absolutamente fiel al estilo de un artista cabal, y sólo es posible asimilarlo desestimando resistencias, internándose en la sordidez de un mundo tan reconocible como ajeno. Y vivenciar así la estremecedora radiografía de un hombre en estado terminal, que no remite sólo al fin de una existencia física sino al de su legado en el mundo, dentro de una visceral semblanza de la paternidad. Apartándose un poco de historias corales que fueron esenciales en su estética, Iñárritu desglosa sin concesiones una trama en apariencia lineal que se ramifica y complejiza, dando lugar a miradas, situaciones y roles que desembocan en una historia que termina por donde comienza y que describe a un sensitivo e indolente buscavidas con dones sobrenaturales. Un hombre capaz de hablar con muertos como el que lleva dentro, ante su propia e inminente extinción. atormentado por drásticas contradicciones, entre conflictos éticos y espirituales que conviven honda y sensorialmente con el espectador a lo largo de un metraje que lo compromete sin pausas. Fatídicas obsesiones de la cultura mexicana trasladadas a una Barcelona marginal, multirracial y despiadada, hecha carne y sentimiento en la piel de un extraordinario Javier Bardem, y en la descomunal revelación que representa la argentina Maricel Álvarez, entre otros heterogéneos y a la vez homogéneos intérpretes. Y la expresiva paleta sonora de Gustavo Santaolalla envolviendo todo este andamiaje dramático y cinematográfico sustancial.
Anexo de crítica: Mi teoría es que no se puede hacer una película con tantos elementos dramáticos como los que tiene Biutiful y salir impune. Un personaje principal enfermo de cáncer que habla con los muertos (y que cobra por el servicio), trabaja al servicio de unos chinos que explotan a un grupo de compatriotas en la manufacturación de bolsos y además debe lidiar con sus hijos pequeños y una ex mujer con problemas psicológicos que la llevan a los excesos contínuos con las drogas, el alcohol y el sexo. Si a todo este menjunje le agregamos unos pincelazos (de trazo grueso) de amor fou gay entre dos chinos (parece que González Iñárritu vio detenidamente Happy Together), una crítica poco novedosa sobre la política de inmigración en España, un tono de desesperanza y angustia constante y la típica música sui géneris de Gustavo Santaolalla, el combo sólo merece ser calificado de explosivo e indigesto. Más allá de lo actoral –todos sabemos de lo que es capaz Javier Bardem-, Biutiful se malogra por la insistencia de su director en buscarle el lado negativo a cuanto acontece. Todo lo que puede salir mal aquí sale mal. Para González Iñárritu sólo la muerte trae algo de luz a este mar de lágrimas. En su opinión el infierno ya llegó a un mundo en el que la miseria, la destrucción y la pobreza de espíritu hunden a la humanidad en un abismo de dolor. Lamentablemente Biutiful vuelve a demostrar que a veces más es menos...
Una tragedia moderna. El director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu ha demostrado algunas características en común a lo largo de su filmografía, que supieron mantenerse intactas. Historias paralelas, denuncia social, retrato de una sociedad y personajes marginales. En hora buena, el cineasta dio una vuelta de timón a su estilo de autor y cambió algunas de sus marcas registradas que ya comenzaban a conocer su fecha de vencimiento. Por supuesto, no se curó de todos su vicios. Hay golpes bajos, relatos místicos, pero una mayor madurez argumental. Iñárritu, como se sabe, es uno de los tres directores mexicanos más promisorios a escala internacional. Lo acompañan Alfonso Cuarón (Y tu mamá también… y Niños del Hombre) y Guillermo Del Toro (El Laberinto del Fauno y Hellboy). Cada uno presenta su estilo. Iñárritu con sus dramas existenciales, Del Toro y su ligación a la fantasía, y Cuarón con un espectro más amplio. Más puntualmente en el caso de Iñárritu, hasta el momento se había abocado a historias cruzadas, que enmarquen diferentes crisis o estados humanos. En Amores Perros, un choque automovilístico vinculaba tres historias diferentes. En 21 Gramos, la muerte de dos chicos desataba una historia de venganza, redención y pasión. Y en Babel, el capítulo final de la trilogía, algunas conexiones humanas vinculaban la falta de comunicación entre personas de diferentes partes del mundo. ¿Qué sucede con Biutiful? Primero, el relato es lineal. La historia es más clara y, por ende, quedan menos cabos sueltos. Además, hay un personaje, el de Javier Bardem, que es claramente el protagonista. Se descartó la coralidad. El rol del actor español es complicado. Un hombre que habla con los muertos para que se vayan en paz, con sus dos hijos a cargo y sin dinero para mantenerlos, una ex mujer bipolar y, como si fuese poco, una enfermedad terminal. Sí, a Iñárritu le gustan las tragedias. Le gustan las tramas complicadas. Le gustan los golpes. Esa es una adicción de la que todavía no se pudo recuperar. Hay muertes, morbo, llanto fácil. Pero en menor grado que en sus trabajos anteriores. Bardem interpreta con profundidad su rol. Se le nota en la mirada, en la espontaneidad con que actúa. Un actor aclamado que no sobreactúa y sigue sorprendiendo. Uno de los mejores actores de su generación de habla hispana y, quizás, del mercado más comercial y global. Otra que se destaca es la argentina Maricel Álvarez, la ex esposa, con quien mantiene una relación borrascosa. Los dos hijos aportan cierta inocencia ante semejante historia cruel. Hay tres compatriotas más en el staff. Gustavo Santaolalla vuelve a colaborar con su música. Menos lúcida, pero acompaña con certeza. Y los primos Armando Bó y Nicolás Giacobone coescribieron el guión con Iñárritu y, a pesar de las críticas ya formuladas, logran un trabajo digno. Talentosos artistas en un buen producto. Podría ser mucho mejor. Y quizá no sea lo mejor de Iñárritu. Pero es un progreso frente a la ambiciosa e inductiva Babel. Seguramente, y por el bien de su calidad como cineasta, el mexicano logre despojarse de sus vicios.
Biutiful: un drama tremendo y movilizador La miseria humana y el drama constante que produce la marginalidad en las minorías excluidas (en este caso en Barcelona) se mezclan con la desesperación de un ser al que le queda poco tiempo de vida. Uxbal está al límite de su enfermedad y de su capacidad para poner sus cosas en orden antes de partir. Hace lo que puede; está solo y quiere arreglar lo que hizo mal. Javier Bardem se luce con un personaje que carga sobre su espalda su propia vida, la de los inmigrantes ilegales a los que intenta ayudar, la de su desequilibrada esposa y los hijos que dejará a la deriva cuando él ya no esté. Varias historias forman la compleja trama que Alejandro González Iñárritu (el mismo director de la profunda 21 Gramos y de Babel) cuenta en Biutiful; todas ellas hacen eje en Uxbal, el personaje que tan bien interpreta Bardem (Mar Adentro; Vicky, Cristina, Barcelona) y que le permite demostrar que es realmente un gran actor, capaz de interpretar una multiplicidad de roles. Es esta confluencia bien lograda la que permite que la película avance, ya que tanta diversidad podría provocar dispersión. La densidad es una constante en Biutiful; los ángulos de las cámaras dan relevancia a situaciones límites que muestran una realidad difícil de soportar. La opresión –tanto de los más débiles como de quien tiene a la muerte pisándole los talones-, la fragilidad y la desprotección se muestran descarnadamente y convierten al film en una experiencia perturbadora. Acentúan esta sensación la correcta utilización de la iluminación, los colores opacos y la música, bella y precisa, del genial Santaolalla. Hay en este film una fuerte crítica social de temáticas que hoy son universales. Esta vez también el director se mete con lo inasible, lo que trasciende, con la levedad que pareciera ser parte de la esencia misma del ser humano. Uno de los elementos que juegan una mala pasada es el lenguaje original. El español tan cerrado hace dificultoso comprender la totalidad de los diálogos, por lo que muchas de las líneas quedan flotando sin posibilidad de ser comprendidas. En estos casos, el subtitulado es un recurso que debería ser considerado seriamente. A la del protagonista se suma la buena actuación de Maricel Álvarez, actriz argentina prácticamente desconocida, proveniente del ámbito teatral. Su interpretación de esposa absolutamente desequilibrada es destacable; tanto ella como Bardem componen con total naturalidad dos personajes opuestos entre sí pero indispensables para la historia. Biutiful es ambiciosa; su trama es un desafío peligroso que en este caso sale airoso gracias a la maestría de su protagonista y la buena utilización de los recursos cinematográficos por parte del director.
Mirando más allá la realidad no será tan hermosa como parece: Ya estamos acostumbrados a que los Films del director Alejandro González Iñárritu no puedan ser vistos sin dejarnos una sensación de amargura y de angustia en la boca, con sus fuertes críticas sociales y sus reflexiones sobre la existencia. Su última película no podía ser menos. Biutiful, nominada a dos premios Oscar como mejor película extranjera y mejor actor masculino (por Javier Bardem), nos presenta una historia en la que abundan estos elementos. Varios ejes e historias la componen y encuentran un nexo común en Uxbal, el protagonista interpretado por Javier Bardem. Éste será la conexión entre diferentes etnias presentes en la Barcelona de hoy: los chinos que elaboran la materia prima, los africanos que venden esos productos ilegalmente en las calles y la policía española que acepta coimas para mirar hacia otro lado y permitir que todo este circuito funcione. Se trata de un sistema de coexistencia que ya es habitual en todas las ciudades de Europa, dónde muchos inmigrantes no hallan manera de sobrevivir sin ser explotados por el país que los aloja o por sus compatriotas. Y si siguen permaneciendo en ese círculo vicioso es porque se trata de la única posibilidad de trabajo que el mundo les dio. Es una dramática realidad que inunda las calles del viejo continente y que la podemos encontrar de manera similar en nuestro país, dónde los pueblos originarios o los inmigrantes de países limítrofes son explotados laboralmente y obligados a vivir en condiciones terribles. La segunda gran conexión que establecerá Uxbal en Biutiful será entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Esto se debe a su capacidad de ver las almas en pena y de ayudarlas a partir hacia el más allá. Además de cumplir estas funciones, el protagonista será antes que nada un padre dedicado, preocupado de sobremanera por sus dos niños ante la ausencia de una madre alcohólica y adicta, cuya función materna deberá ser también desempeñada por él. Lo que potenciará la tensión de este contexto dramático que se nos presenta, será la noticia de una enfermedad terminal padecida por Uxbal. A partir de este momento, deberá convivir con la conciencia de una muerte inminente y su imposibilidad de seguir cumpliendo con su paternidad. Este gran conflicto existencial será encarnado de manera increíble por Bardem. En una entrevista en el Festival Internacional de Cine de Morelia, manifestó lo siguiente con respecto a su trabajo para el rol de Uxbal: “Creo que me fui hacia la médula de alguien que no puede escapar a enfrentarse a sí mismo; la muerte lo pone ahí. Los personajes que enfrentan la muerte tienen otro tipo de contradicciones mucho más importantes que los que simplemente van por ahí en la vida, porque hay que rebobinar y ponen a pensar cuál es el legado que dejan. Mi viaje, como el de todo el equipo, fue mantenernos fidedignos a la idea del legado de la película, que es, a mi juicio, la compasión”. Biutiful es un film duro de crítica social pero sobre todo una gran reflexión sobre el amor, la vida, la muerte y si existe una mejor manera de partir de éste mundo, sin dejar cosas pendientes. Con un destacado trabajo de fotografía, por momentos nos asfixia con planos cerrados y cámara en mano en algunos momentos angustiantes o de relativa acción, para luego darnos algunos instantes de alivio con planos abiertos de cielos y aves volando o del atardecer en Barcelona. Todo esto acompañado por un meticuloso trabajo de sonido, donde predomina la utilización de una música que establece cierto contraste con las situaciones que estamos viendo, probablemente para incrementar la sensación de incomodidad del espectador frente a la pantalla. Los efectos sonoros irán de la mano con la música original compuesta por músico argentino Gustavo Santaolalla. En fin, por todo lo anterior, se trata de una película que no hay que dejar de ver. Quizás la siguiente afirmación del propio Iñárritu sea algo presuntuosa pero sintetiza el fin que se propuso a través de esta historia de denuncia: “Hace 60 años Buñuel rodó Los olvidados; ahora me tocó a mi ir a Barcelona a filmar a los olvidados: los indocumentados e inmigrantes”.
Estufas para todos Un momento de Biutiful sirve para dejar en claro la cretinada que es este nuevo descenso a los infiernos muy bien fotografiados del mexicano Alejandro González Iñárritu. Uxbal (Javier Bardem) es una especie de enlace entre unos chinos ilegales que trabajan en Barcelona y el explotador dueño del taller de costura donde laboran. Como tienen frío en el arrumbado espacio donde duermen los trabajadores -todos amontonados-, se les ocurre que deberían comprarles unas estufas. En primera instancia, la compra de esas estufas es vista como una actitud decorosa del lumpen Uxbal (ya algo cuestionable). Pero, Iñárritu hace una de más -siempre- y los chinos terminan muriendo por un escape de monóxido de carbono. Esa manipulación constante que hace Iñárritu en pos de mostrarse como el tipo más humano del mundo, sin importarle lo que hace con sus personajes y ni la forma en que profana temas demasiado sensibles de la realidad -y no hablamos aquí de incorrección política-, es lo que lo convierte en un profeta chanta, ya a esta altura -tras 21 gramos, la espantosa Babel y esta- uno de los peores directores de cine del presente. Peores, especialmente, porque está muy sobrevalorado por la prensa internacional. Iñárritu cree que el único problema que hay en el mundo es el dinero, o mejor: que el dinero soluciona los problemas. Debe ser el film con mayor cantidad de planos detalle de billetes, de manos contando fajos de euros, de personajes pasándose guita. Y siempre en Biutiful, ese tránsito del dinero quiere significar algo más: para Uxbal, el posible futuro que les deja a sus hijos; para los inmigrantes, la posibilidad de habitar ese módico paraíso fuera de su hogar. Iñárritu nunca indaga más allá de estos conflictos, cosa repudiable para un tipo que evidentemente cree estar muy preocupado por los problemas del mundo. Al menos, así los filma. Decía en una crítica para el sitio Cineramplus que el mecanismo del director se hace evidente, demasiado evidente. No se puede negar que tiene gran inventiva visual para generar imágenes de alto impacto, en algunos casos hasta potencialmente bellas: el inconveniente es que esas imágenes carecen de la poesía que pretenden y, además, no pueden verse más allá de la superficie. Un ejemplo cabal de esto es aquel plano en el que los chinos muertos anteriormente son traídos por el mar hacia la costa. Lo único que sobresale de eso es la denuncia de Iñárritu, quien por enésima vez nos dice que el mundo es un lugar horrendo y donde sólo hallaremos la paz tras la muerte. Y ese es el punto más odiable de Biutiful (y de muchas películas similares): para terminar con un final tranquilizador -acá para colmo de males tuvimos que transitar 145 interminables minutos- nos tuvimos que comer mil garrotazos por la cabeza, nos vimos sometidos a una sordidez que, cuando el cuento se redondea, se nos hace innecesaria. Porque si Iñárritu en los últimos 20 minutos se olvida del mundo y se centra en Uxbal y sus hijos (y su cáncer, y lo muestra en pañales y le hace mear sangre) ya resulta lo mismo que haya sido arribista, carnicero o abogado. La imposibilidad de conectar lo universal con lo privado es otra de las torpezas del director. Igualmente, habría que preguntarse, teniendo en cuenta el éxito de este tipo de películas (y el prestigio de estos directores), por qué el público gusta tanto de que lo sacudan, estremezcan y aleccionen. No soy quien tenga la respuesta a eso, apenas el que puede decirles que esto no es cine. O, si lo es, está usado maliciosamente.
IÑARRITU: LA REVULSIÓN CONGELADA El cuarto largometraje del mexicano Alejandro González Iñarritu renuncia al cruce de historias de sus films anteriores y hace girar a varios personajes alrededor de un protagonista, Uxmal (Javier Bardem), quien en su sufrimiento y lucha es testigo y parte de un mundo sórdido, atroz, casi sin esperanzas. Alejandro González Iñarritu entró al universo del cine por la puerta grande. Amores perros dio la vuelta al mundo y lo convirtió en un fenómeno que, sin estar exento de polémicas, pareció anunciar la aparición de un nuevo cineasta a tener en cuenta. Luego vinieron: 21 gramos, con un elenco norteamericano, y más tarde, Babel, con un elenco internacional. Las tres coincidieron en su guionista, Guillermo Arriaga, y en un cruce de historias y saltos temporales que se convirtieron también en una de las más elogiadas marcas del cine de Iñarritu. Pero si Amores perros despertó opiniones positivas y Babel obtuvo muchos premios, lo cierto es que Biutiful -también premiada y valorada por muchos críticos- es la que ha recibido toda la corriente en contra y parece destinada a ser considerada la peor película del director. Esta categorización no dice nada en sí misma, tampoco es un ranking, pero hay una idea que parece alzarse bastante unánime: Biutiful es la más fallida de sus películas. Un film puede ser fallido y poseer, sin embargo, cierto encanto, así como hay films que pese a no ser fallidos resultan, de todos modos, espantosos. Cabe aclarar que hablamos de fallido cuando -sin juzgar- las intenciones o el estilo del realizador no llegan a plasmarse de forma coherente y efectiva. Los detractores de esta película le reclaman lo mismo que se le viene reclamando a Iñarritu desde 21 gramos y que ya se vislumbraba como intolerable en Babel. Un festival de sordidez plagado de imágenes desagradables, un cúmulo de calamidades y una solemnidad, cuyo exceso llega por momentos a producir vergüenza ajena. Todos los detractores del film han coincidido en este punto. Y esta falta de originalidad no es porque estén equivocados, sino precisamente por lo contrario. La película es una sumatoria casi cómica -casi, pues no resulta gracioso tener que tolerar lo que se muestra gratuitamente- de desgracias humanas, exhibidas al mejor estilo del realizador. Iñarritu carece de pudor, y muchas imágenes son notorias por su poca sobriedad y su carencia de buen gusto. Pero si el cine de Iñarritu siempre ha sido así, ¿por qué ahora nos molesta más que antes? El problema ya no es el contenido –aunque siempre lo ha sido-, sino la forma. Biutiful no logra generar la distracción, o sea, el show de efectos que termina por confundir al espectador y lo lleva a creer que todo lo que el director realiza a nivel estético está justificado. Y aquí reside el motivo por el cual la película se convierte en fallida: porque se ve forzada en cada una de sus escenas, pues pocos están dispuestos a tolerar una pesadilla visual que encima esté mal filmada. En lo personal, no he simpatizado ni con 21 gramos ni con Babel, sin embargo, no puedo dejar de reconocerles una potencia de la que Amores perros rebosaba y de la que Biutiful carece por completo. Como un mago callejero, cuyo público comienza alejarse, el director saca de la galera todos los trucos posibles para llamar la atención, se desespera por conseguir que lo tomen en serio. Entonces ya no le basta con mostrar el cadáver de un niño, sino que debe mostrar tres para generar mayor impacto. Y luego, como ya no alcanza con esos tres cadáveres, debe matar a un grupo entero. Pero como esto todavía le parece poco, se dispone a hacer planos de un cadáver embalsamado y sacado del cajón luego de muchos años, y no un solo plano, sino varios y tan cercanos que hasta resultan ofensivos. Esto es apenas una parte de la película, además, está la enfermedad del protagonista, que es la columna vertebral de la historia. Y aún así, la manera en la que está contada resulta peor que la historia misma. Es decir que, si bien hubo un cambio de guionista, cualquier guion en manos de Iñarritu conducirá siempre a los mismos caminos. Se puede filmar lo mismo que aquí detallo, pero de maneras muy distintas. Sin duda el realizador ha tomado las decisiones que llevan a que Biutiful sea lo que es. Una curiosidad es que el realizador decide incorporar en esta ocasión un elemento de corte fantástico. Esta inclusión es problemática, sin duda, porque esta licencia poética de que los muertos puedan verse fuera de sus cuerpos después de muertos es pedirle al espectador que crea en un elemento de carácter fantástico. Y si el director nos invita a esta fantasía, ¿por qué nos refriega la sordidez de una manera tan burda durante las dos horas y media de película? Lo sobrenatural contrasta con esa crudeza del relato y nos invita a desconfiar del supuesto rigor de la propuesta. Con un último dato para agregar: la solemnidad del relato está tan forzada que, para conseguir lo que la película no puede adquirir naturalmente, Iñarritu exagera las pausas, se regodea en los planos sórdidos y susurra los diálogos como si así pudiera alcanzar mayor trascendencia. Una vez que el sistema falla, la película no solo se convierte en una experiencia gratuitamente desagradable, sino que además se afirma como un film aburrido, pesado, en el que el director parece situarse en las antípodas de aquella potencia con la que su nombre ingresó en el mundo del cine.
Biutiful es la cuarta película de Alejandro Iñárritu (México 1963), luego de Amores Perros, 21 gramos y Babel. También ha realizado cortometrajes, uno de ellos, Powder Keg (2001), protagonizado por Clive Owen, es campaña publicitaria de una marca de automóviles y hoy forma parte de la colección del MOMA de Nueva York. Para los interesados, pueden verlo en este link: http://youtu.be/FgOOU0z_Pik, donde el director confirma una de sus maestrías cinematográficas: la fotografía. Biutiful es un film de muy buen nivel cinematográfico, que consolida a Iñárritu como uno de los mejores directores contemporáneos. Compite en los Oscar como mejor película extranjera, junto, entre otras con la canadiense Incendies y la griega (recomendadísima) Colmillo. Si bien es mexicana por su factura, es totalmente española por sus intérpretes, historia y ambientación. Pero es una historia de extranjeros y de fronteras, de seres que están de paso, en territorios indefinidos, aunque se sitúen en Santa Coloma. Que Barcelona es una ciudad fuera de serie no lo descubro yo. Es la reina de Europa, y ha tenido numerosas películas. Entre ellas, los homenajes de Woody Allen (Vicky, Cristina, Barcelona) y Pedro Almodóvar (Todo sobre mi madre). A nivel actoral la película ofrece un elenco destacable y ciertas particularidades interesantes. Protagonizada por Javier Bardem (Las Palmas de Gran Canaria, 1969), cosechador de todos los premios: Cannes, BAFTA, Goya, Globo, Oscar… cuya larga trayectoria es bien conocida. Un dato para destacar, lo acompaña Maricel Alvarez, actriz y coreógrafa argentina que debuta en cine, proveniente de una de las experiencias más interesantes de las artes escénicas latinoamericanas potsdictadura: El Periférico de Objetos, trabajando con este grupo en La última noche de la humanidad y Manifiesto de niños. Ha sido dirigida entre otrxs por Rubén Szuchmacher, Emilio García Wehbi, Laura Yusem y Villanueva Cosse. Se trata de una película intercultural. ¿O deberíamos decir transcultural? ¿o poscultural?. Esta película de Iñárritu pone en evidencia que el cine comercial afirma este fenómeno de la globalización. Por eso mencionamos los papeles secundarios, pero muy llamativos, de orientales y africanos: en el papel de Ilgé a DIARYATOU DAFF (Louda, Senegal, 1978) seleccionada de un casting de 3000 mujeres africanas y los dos actores chinos Cheng Tai Shen y Luo Jin. Una particularidad es la presencia de dos coguionistas argentinos, uno es Armando Bó nieto del director de cine, el otro Nicolás Giacobone, del ámbito de la literatura. La armadura de clave de esta película es el melodrama, actualizado a los tsunamis del dramático contemporáneo. Una línea muy interesante y a la que hicimos referencia es la de la mirada poscolonial, que implica desplazar lo fronterizo al centro de la escena (Barcelona se convierte en una ciudad chino-africana), el explotador es un español tierno y fracasado, padre de dos niños que quedarán huérfanos, hijo de un anarquista que huye a México. Pero, la mirada posromántica se devora absolutamente toda sensibilidad, todo rasgo moderno, todo final feliz. Biutiful además, nos permite disparar la idea también contemporánea de la belleza sórdida. Sórdido, en su raíz etimológica, es sucio. La poética de estos personajes está marcada por lo sucio, la mancha, la mezcla. Desde el orín de Uxbal, hasta el estado en que se encuentra su hogar de padre de familia. Desde el sótano del trabajo esclavo hasta el techo tachonado de manchas negras (mariposas). Es una Barcelona terriblemente bella, pero terriblemente sucia. Así le damos otro vuelo al término Biutiful, palabra manchada también, en su pureza lingüística, por la contaminación del latino y del español, en la lengua padre y monolinguísmo del rey dueño de casa, que explota y cuida a todos el resto del tercer mundo y su heteroglosia. Solo un momento no está manchado y es de una blancura ominosa, el de la nieve, de la secuencia que abre y cierra, limbo, nacimiento y muerte. La película ha despertado hasta ahora todo tipo de críticas. Iñárritu sigue siendo un residente, y sigue retratando el caos y la irracionalidad como fenómeno constructivo de la cotidianeidad urbana. Pero también hay en esta historia triste algo de alegría, de reconocimiento, de esperanza. Algo nos angela en este tercer mundo expandido a todos los rincones, y es la certeza de los vínculos, quizás el verdadero meollo de la película.
Función doble: hagamos sufrir al espectador Iñárritu y Aronofsky no se parecen, ya lo hemos dicho. El cine del mexicano -este último filme en particular- podría acercarse bastante, eso sí, a los últimos dos largometrajes de nuestro querido Pablo Trapero, en donde nos metíamos de lleno en mundos desconocidos, oscuros, horribles y sufríamos con sus personajes tanto como ellos. Algo muy parecido sentimos con Biutiful, en donde el director nos instala en un mundo extraño, sucio, desprolijo, ajado, perdido y triste, muy triste. Este mundo es el que tiene a Uxbal (Javier Bardem) como protagonista, un hombre que se gana la vida como puede: ser un vidente que escucha a los muertos para que tengan un mejor pasaje al otro mundo y organizar una red de venta de artículos truchos en la calle son dos de sus tareas de cada día. Se podría decir que Biutiful es una película que denuncia un mundo injusto lleno de miserias, corrupción y gente espantosa. Sin dudas que es así, pero quizás la forma de encarar esta propuesta por parte del director sea un tanto excesiva, rayana al sadismo. Es cierto, el mundo está podrido en muchos sentidos. Muchos de ellos son abarcados por este filme: la corrupción policial, la trata, la pobreza, la miseria, la tristeza, la enfermedad y la muerte son como lineas ordenadoras de este filme, lo van atravesando constantemente y no lo abandonan nunca. Y no está mal que una película hable de todas estas cosas, claro que no. Pero cuando las situaciones por las que atraviesa un personaje -con el cual logramos emparentarnos fácilmente, porque quizás no hace las cosas bien, pero lo intenta: Uxbal es, sin dudas, un buen hombre- no son otra cosa que capas y capas de mierda para llegar a caer en más mierda, más olorosa, más espesa, más horrible que la anterior sin que el director nos permita un respiro, una disgresión, un paréntesis, un hueco momentáneo para respirar, el espectador no tiene otra opción que asfixiarse, atrapado en un guión que no propone salidas. Y lo peor que tiene Biutiful es que en esta batería desbocada de situaciones torturantes por las que hace pasar a sus personajes son tristes, son dolorosas, son absolutamente deprimentes, pero tan extenuantes son que no llegan a ser conmovedoras. Uno como espectador llega a un punto tal de agotamiento que prefiere apartarse un poco, cerrarse, defenderse ante tanta miseria y la emoción queda de lado. Mientras que Aronofsky nos gritaba en el oído y nos refregaba imágenes perturbadoras, Iñárritu propone un camino más solemne, una música oportuna -a este punto, clásica de Santaolalla- y sin dudas un abanico de temáticas más serias y formales, pero eso no le impide ser ridículamente explícito al sumergirse en la tan mentada miseria que aparece en cada rincón del relato. Y si alguien cree que no, puede recordar al bebé muerto, la paloma caminando sobre el indigente o a Uxbal en pañales para recordar lo que es un golpe bajo. Y eso sin entrar en detalles sobre el amague que nos hace el guión sobre el final... El realizador mexicano y su director de fotografía Rodrigo Prieto -quien lo acompañó a lo largo de toda su filmografía- hacen un trabajo fenomenal para componer imágenes que inspiran tristeza, mugre y depresión, incluso en la bella ciudad de Barcelona. No sólo la gente anda cabizbaja, enferma, sucia; no es sólo Uxmal es que despide orina de color oscuro y vómito o su mujer la que escupe nicotina: la ciudad exhala humos espesos por sus chimeneas, el cementerio y el mar devuelven cadáveres, y así sigue la lista. Se ha dicho que Biutiful es la mejor película de González Iñárritu. Déjenme opinar lo contrario. Si bien toda su trilogía de películas corales (Amores perros, 21 gramos, Babel) tenía su costado depresivo e inevitable, su nueva historia va mucho más allá y, a pesar de que por primera vez abandona las historias cruzadas y los relatos no lineales, estas estructuras terminan por extrañarse porque le daban al guión una sorpresa, un interés que aquí no termina de crecer. Es cierto que Bardem vuelve a descollar con una performance brillante y también es cierto que está rodeado de un elenco estupendo, encabezado por una fenomenal Maricel Álvarez. A esta altura, a nadie le sorprende una actuación genial de la figura española, pero la actriz argentina es toda una revelación: su interpretación de una mujer bipolar que no puede hacer las cosas bien es demoledora. Hay un muy buen trabajo de montaje de sonido, en especial sobre el final, en donde la banda de sonido toma mayor presencia. En una película con mucha participación argentina (el guión está coescrito por dos argentinos: Armando Bo y Nicolás Giacobone, además de Iñárritu, y la ya nombrada presencia de Álvarez y Santaolalla), la música diegética también tiene un toque argento, con canciones que nos suenan muy familiares como "Me volvió loco tu forma de ser" y "Ritmo de la noche". En conclusión, Biutiful es una película que quiere mostrar los costados más oscuros que una vida puede tener y lo hace sin sutilezas, delicadezas ni metáforas porque su director prefiere regodearse morbosamente en la miseria que pretende exhibir. No es que sea una mala historia, es sólo que pareciera buscar gratuitamente el sufrimiento del espectador. Y lo peor es que lo logra.
Lugar común, la muerte Hay varios motivos por los cuales cierto público apoya películas como ésta o El cisne negro, considerándolas ejemplos de un cine arriesgado y adulto, y no otras como, por ejemplo, Policía, adjetivo (2010; dir: Corneliu Porumboiu). Uno es la idea de que las escenas incómodas, sacudidoras, son índices de la madurez del espectador que las recibe, ignorando que, la mayoría de las veces, en la intención de provocar hay algo adolescente, y que éstas pueden ser una manera de llamar la atención sobre productos vacíos de verdadero contenido. Otro es el hecho de que, para un superficial debate posterior, siempre serán más aptas situaciones dramáticas fácilmente comprensibles, cercanas al material que pueden ofrecer una telenovela o un folletín, que otras más complejas, que van más allá de lo puramente emocional. Y, finalmente: un film con un tema duro atrae si está bendecido por Hollywood y protagonizado por actores conocidos. Esto viene a cuento de la repercusión alcanzada por el último film dirigido por Alejandro González Iñárritu (1963, México), que, por su suma de desgracias, seguramente no llevaría tanta gente a las salas si no estuviera flanqueado por sus dos nominaciones al Oscar y la actuación de Javier Bardem. El actor español es acá un hombre enfermo, con hijos pequeños y una esposa irresponsable, aparentemente con poderes psíquicos para dialogar con los muertos (como Matt Damon en Más allá de la vida), intermediario entre explotadores de inmigrantes y la Policía en una Barcelona sucia y turbia. Pareciera haber en Biutiful un remoto intento de denuncia, por ejemplo al exponer la difícil subsistencia de los inmigrantes en Europa, pero, en realidad, el film está más atento a la angustia de su protagonista, que se indigna ante esas y otras injusticias sin hacer demasiado por paliarlas. Todo es bastante sórdido, las calamidades se acumulan hasta rozar el ridículo y la muerte ronda a cada paso: varios tramos de Biutiful transcurren en salas velatorias, morgues y hospitales. Una película como Gomorra (2008, dir: Matteo Garrone) tampoco era apacible, pero exponía con honestidad un problema social concreto, encontrando las culpas en sectores de la sociedad muy puntuales y no en la conciencia de sus indefensos personajes. A pesar de que algunos intentan encontrar diferencias entre Biutiful y los primeros largometrajes de González Iñárritu –Amores perros, 21 gramos y Babel, en los tres casos historias cruzadas escritas por Guillermo Arriaga–, el estilo es siempre el mismo. Aún reconociéndole capacidad para conseguir, ocasionalmente, un dramatismo intenso (rasgo especialmente evidente en Amores perros), su cine es epidérmico y manipulador. La cámara en movimiento siguiendo los gestos de los actores, los imprevistos, la violencia, se combinan con condimentos cercanos a ciertas expresiones culturales que acostumbra consumir un público joven: armas, droga, venganza, ilegalidad, erotismo apurado, personajes con aspecto y actitudes de rebeldes atormentados. Incluso los títulos de sus películas no desentonarían para un álbum de rock. Al mismo tiempo, otros recursos que utiliza suenan antiguos, como, en este caso, un bosque helado como espacio celestial. Si Daney, a partir de un texto de Rivette, se indignaba tanto por un alambicado travelling sobre un cadáver en Kapo (1960; dir: Gillo Pontercorvo) ¿qué habría que decir de Biutiful? Son tantos aquí los temas delicados tratados sin pudor, tanto se pasea la cámara por cuerpos inertes mientras la música procura conmovernos, que el film termina resultando, más que una provocación, una oscura, morbosa trivialidad.
Estar desesperados pero no rendirse En el nuevo film del director mexicano la desmesura de Babel ha dejado paso a la introspección. Desde ese lugar sin límites es posible desprender lecturas múltiples, que arrojan al espectador al desamparo en el que continúan tantos. Debe haber, existir, un vínculo fuerte entre personaje y actor para llevar adelante ciertos proyectos. Desde sus mismos títulos de presentación, Biutiful se exhibe como un film con Javier Bardem. Y es que, pensado finamente, sin su participación, sin su adhesión, difícilmente podría concitarse tanta o similar atención hacia una temática como la que la película expone. En este sentido, lejos está Biutiful del protagonismo de marquesina que supo exhibir Babel, así como de su pretensión narrativa de abarcar todo y tanto más, como si de una parábola bíblica se tratase. Porque el cine del realizador mexicano Alejandro González Iñárritu ha ido inflándose paulatinamente, desde su temprana y premiada Amores perros (2000), pasando por 21 gramos (2003) y su reparto estelar, más la grandilocuencia mencionada de Babel (2006). En los tres films siempre junto al guionista Guillermo Arriaga. En los tres films, también, un mismo proceder narrativo, consistente en el entrecruzamiento de historias paralelas y alternas, tendientes a un caos gradualmente calmo, de orden final. Es evidente que la participación de Arriaga ha marcado los films de Iñárritu de mismas características, basta corroborarlo en Caminos a la redención (The burning plain, 2008), la sensiblera película de mediana calidad que ha dirigido el propio Arriaga, con una espléndida Charlize Theron. El caso de Biutiful es diferente porque, en primera y fundamental instancia, ya no se trata de historias que se multiplican y rebotan entre sí, sino que ahora el acento argumental se sitúa e identifica de manera más clara, aunque no por ello menos reverberante. Méritos entonces para la dupla que los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone han compuesto desde el guión, que ha derivado en la plasmación de un film que, desde lo que refiere a esta opinión, es el mejor que ha filmado su realizador. Además, Javier Bardem está descomunal. No hace falta señalarlo pero ¿cómo evitar escribirlo? Es uno de los mejores intérpretes que puede hoy ofrecer el cine. Y de vuelta entonces a la filiación entre actor y personaje y película. Porque sin Bardem no hubiese sido lo mismo. Su composición melancólica y dolida de Uxbal, quien procura sobrevivir a los últimos días de una vida que el cáncer ha sentenciado, mientras intenta solucionar o cerrar las historias que lo circundan, es de una sencillez que abruma, que se siente desde los gestos pequeños, las miradas, los abrazos, las flaquezas. Uxbal es un ciudadano español de vida al límite, que atiende mercados negros, que sobrevive con los inmigrantes y su ilegalidad, que busca ayudarles y ayudarse, pero que parece hundirse en una miseria acerca de la cual ya nada o poco puede hacer. Su ex mujer (Maricel Alvarez) lo quiere y lo vuelve loco de acuerdo con los arrebatos de su bipolaridad. Los hijos, pequeños, piden la comida que sólo con imaginación Uxbal sabe cómo proveer. Distintos trabajos o negocios que operan al margen son su fuente de supervivencia, también de sociabilidad. El equilibrio tambalea, una vez y otra, hasta que de pronto algo falla --el soborno insuficiente, por ejemplo -, y es entonces cuando la policía opera como tenaza de la ciudad y corre y golpea a quienes no deben trabajar donde ya saben. Uxbal se adentra en estos lugares, él que no es inmigrante pero que comparte los mismos pesares, la marginación idéntica. Carga con una vida marcada, que le hará sentir hasta el último pesar, allí incluso donde elija hacer una diferencia, donde intente implementar algo de solución. Pero las cosas, la vida, no ocurren como se imagina Uxbal ni nadie. Y lo más cruel podrá ser, entonces, finalmente cierto. A lo largo del film habrá peces, pescados, aguas de océano y de nieve, aguas en dibujos de murales y en las luces para el sueño de los niños, también aguas --invisibles- de ahogo. Los recuerdos de un abuelo rebelde al régimen franquista acompañan a Uxbal hasta la visita al cadáver, a ese resto que el tiempo ha hecho yacer entre telarañas de olvido. Uxbal mira el cuerpo embalsamado con admiración, lo toca y se encuentra. En él es posible, a diferencia de un hermano sensible a descomponerse así como a drogarse de estupideces, la raigambre. En él es posible la continuidad de una historia desde la que se desprenden tantos silencios, tantas voces muertas. Uxbal las escucha. También sufre. El desenlace contagia desazón, provoca admiración. Con Biutiful la desmesura de Babel ha dejado paso a la introspección. Desde allí, desde ese lugar sin límites, es posible entonces desprender lecturas múltiples, que arrojan al espectador al desamparo en el que continúan tantos, vueltos invisibles a la mirada cotidiana. Allí, entonces, elegir situar el eco que provoca una de las sentencias poéticas de John Berger: "La postura moral de estar desesperados pero no rendirse funciona así".
Cuando lo feo puede ser bello. Pocas veces las películas se asemejan a la realidad, los dramas tampoco escapan a eso. Las situaciones en las que caen nos suelen brindar un dejo a “plástico” en el afán de la construcción de una buena historia. Biutiful parece lograr safar de esto por momentos, nos muestra una vida triste, miserable, donde nada parece mejorar, donde todo está perdido. La vida real suele ser así. Vemos a un padre (Uxbal / Javier Bardem) a cargo de dos niños, enfermo, con un empleo moralmente cuestionable. Un padre que hace todo lo posible pero nunca parece ser suficiente. Alejandro González Iñárritu nos muestra lo bello que puede ser lo feo, lo hermoso (Beautiful) escrito con faltas de ortografía. Las imágenes son poesía sin palabras, un mundo en el que la miseria se percibe en cada pared. Javier Bardem representa a la perfección a Uxbal, no hay nada que recriminar en su actuación, realmente hace todo bien. Hay algunas lineas de tensión que no llegan a resolverse y quedan abiertas, dejando en espera alguna respuesta. La falta de esas respuestas no evitan que esta sea una pelicula muy disfrutable (y a la vez sufrible) que seguramente nos deje en la boca más de una cosa que decir en lugar de gusto a plástico.
Tras unos primeros 20 minutos interesantes, este nuevo evangelio fílmico del director mexicano habitué en Cannes y los Oscar decae, se estrella y deviene en una representación abyecta de todos los males de este mundo, sin privarse por esto de un espiritualismo difuso, el costado esperanzador de la tragedia que articula su trama. La película puede ser vista como una segunda parte de Babel, aunque aquí el mundo se miniaturiza en Barcelona y son los españoles el principal foco de escrache. Grandes temas, como siempre, pasan por la mirada del realizador mexicano, que propone una puesta en escena capaz de producir en sus espectadores pensamientos y emociones inclasificables. Iñárritu, en verdad, cree que las imágenes deben portar un discurso-mensaje y no que hablan por sí mismas. Un predicador no es un pensador. Esta historia de un padre de familia moribundo, indirectamente traficante y ocasionalmente brujo, no es otra cosa que un film sobre la redención como fantasía culposa de una clase pudiente. Cuando en una escena una doble docena de chinos (madres, padres e hijo) pasen al otro mundo, hasta se podrá verificar en el costado derecho del plano la presencia de un alma flotante. Espiritualidad que al realizador no le resultará incongruente con un festival de culos y tetas en una discoteca ibérica en donde el diablo mete la cola y termina la película.
Morir en paz Uxbal vive en Barcelona, separado de su mujer y a cargo de la crianza de sus dos hijos. Tiene el extraño don de comunicarse con los que acaban de morir, y cobra a los deudos por ese servicio. Cuando le anuncian de que va a morir de cáncer, trata de ordenar su existencia. Alejandro González Iñárritu vuelve sobre los temas que le preocupan desde siempre y que ya expuso en "Amores perros" o "Babel"; en esta oportunidad abandona la estructura coral que tan bien utilizó en esos títulos y centra el relato en la existencia del protagonista excluyente, un sobreviviente que hace negocios turbios sobre las espaldas de los inmigrantes ilegales de origen africano y asiático que deambulan por las calles (o viven y trabajan encerrados en infames talleres clandestinos) de Barcelona. Uxbal, además, trata de criar a sus hijos, de los que tiene la custodia legal mientras lidia con la separación de su ex esposa (la argentina Maricel Alvarez, de muy buena tarea actoral). La muerte está presente en todo el relato, no sólo porque Uxbal puede comunicarse con las personas recién fallecidas sino porque los médicos le han anunciado que un cáncer va a terminar rápidamente con sus días. En ese escenario, tan deprimente que hace pensar que en el cine deberían vender ansiolíticos en lugar de pochoclo, el protagonista intentará ordenar su vida para poder morir en paz; pero las cosas no le resultarán tan sencillas. Es precisamente en la descripción de ese calvario que el director invierte la mayor parte del quizá excesivo metraje de su filme. Hay que aplaudir la elección de Javier Bardem para encarnar a Uxbal. El actor entrega una tarea de primer nivel, y es verdad que si hubiera ganado el Oscar para el que estuvo postulado no habría habido injusticia alguna. Al mismo tiempo, hay que reprochar cierto descuido en el sonido, porque la falta de balance con el ruido de fondo hace que muchos (demasiados) parlamentos de los actores resulten directamente ininteligibles. Es muy buena también la fotografía, y la elección de las locaciones sintoniza precisamente con el tono de la historia: Barcelona, una de las ciudades más bellas y coloridas de Europa, aparece aquí triste, gris, fría, chata y deslucida. Como la vida (y la muerte) del pobre Uxbal.
"Biutiful" es el cuarto largometraje como director de Alejandro González Iñárritu ("Amores Perros", "21 Grams", "Babel") y el primero sin su habitual guionista Guillermo Arriaga, reemplazado aquí por los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone. Este cambio se siente. Abandonando la clásica estructura coral de sus anteriores trabajos, Iñárritu presenta una historia lineal acerca de un hombre sufrido, castigado y afectado por una enfermedad terminal, que atraviesa los últimos meses de su vida. Ambientada en una sucia Barcelona fotografiada por el talentoso Rodrigo Pietro y musicalizada por el argentino Gustavo Santaolalla, "Biutiful" es la película más deprimente, miserable y cruda del director, cargada de golpes bajos, abordando duros temas como la muerte, el cáncer, la inmigración ilegal y el trabajo esclavo. La impresionante interpretación de Javier Bardem (premiado con el Goya, en Cannes y nominado al Oscar) no consigue sostener este denso y extenso dramón.
BEATIFULL Soy Iñárritu, el apóstol del mundo. Vengo a traerles películas que reflejan la miserable realidad contemporánea. Demostré que los perros regulan las relaciones humanas, que las emociones están en los tejidos orgánicos y que las balas recorren el planeta. Ahora voy a explicarles qué hay detrás la muerte. Pero como el hombre se trasciende sólo en la época que le toca vivir, reflexionaré sobre la finitud resolviendo las problemáticas más concretas y urgentes de nuestro mundo globalizado. Porque necesito que tomemos conciencia sobre las injusticias de esta economía neoliberal y su sistema de explotación esclava. Insistiré sobre el multiculturalismo. Usaré negritos y chinos para angustiar; los retrataré como inmigrantes indocumentados en Barcelona y expondré la miseria en la que viven. Por si alguien me acusa de maniqueísta, mi protagonista será moralmente ambiguo y se atormentará por ello. Querrá reivindicarse pero todo le saldrá mal; lo someteré a un proceso implacable de degradación. Quiero que éste sea mi protagonista más complejo, que tenga un conflicto no resuelto con su padre. Tanto enroscamiento emocional quedará en manos de algún actor superdotado, quizá Andy García o Javier Bardem. Lo enfermaré de cáncer de próstata, será exageradamente pobre, tendrá que mantener a dos hijos y su mujer prostituta se acostará con su hermano. Pero no es suficiente. Como ésta es una película sobre la muerte, haré que mi protagonista hable con los muertos. Quiero intoxicar de muerte cada fotograma, que el espectador se sienta incómodo y que las imágenes sean insoportables. Contrataré a mi habitual director de fotografía, Rodrigo Prieto, porque nadie como él para que la pobreza luzca tan real e impecable. Usaré cámara en mano para dejar en claro la precariedad humana y le pediré a Santoalalla que haga la música, porque no debe haber en la actualidad compositor más básico y deprimente. Y como ésta es una película desgarradora que explora temas complicadísimos, necesitaré, mínimo, dos horas y medias de duración. Así me garantizaré, con extensas secuencias líricas, que la pesadumbre y el agobio inunden los corazoncitos de todos y cada uno de mis espectadores.
Jorrid, intens an sadist He aquí un director controversial. Alejandro González Iñárritu ha generado desde siempre, reacciones encontradas con su trabajo. "Amores perros" y "Babel" han sido premiadas, discutidas y alabadas por la crítica mundial aunque con la llegada de Biutiful, muchos de quienes apoyábamos su línea de trabajo empezamos a pensar que quizás, en algún lugar estabamos equivocados. ¿Cómo definiríamos su cine? Historias corales (aunque esta no lo sea), preferencia por mostrar la fragilidad del cuerpo humano, descenso a los abismos morales, contradicciones intensas en sus personajes, dolor, oscuridad, desconcierto. Se me ocurren muchos más, pero creo que ya tenemos una idea desde donde partir. ¿Es un cine para todos? No, indudablemente. No siento que, como otros directores, uno necesite estar preparado "intelectualmente" para apreciarlo, pero si que uno debe estar predispuesto a sufrir desde la emocionalidad, el mismo camino que los protagonistas de la historia. Iñárritu logra unirnos con la suerte de sus peones y en ese tablero que domina, siempre transitaremos por senderos dolorosos, intensos y lacerantes. Si están dispuestos a ese viaje, quizás "Biutiful" sea una película para que no se pierdan. Estamos en Barcelona, pero una poco cercana a las imágnes bellas que habitualmente conocemos de la ciudad. La Barcelona que nos traen es la que no miramos, la del delito, la pobreza, los adictos, los ilegales y la basura. Alli conoceremos a Uxbal (Javier Bardem), nuestro paladín según el plan de Iñárritu, un pobre tipo que vive una existencia miserable en un barrio marginal. Es padre de dos niños y su mujer es una persona adicta y con severos trastornos psicológicos. Extrañamente, Uxbal posee una especie de cualidad que lo hace unico, puede conectarse con un mundo distinto y percibe la presencia de la muerte a cada instante. Su trabajo no lo ayuda: trata con ilegales inducumentados, africanos y chinos, y sirve de mano de obra barata a unos asiáticos mafiosos que explotan dicha gente en talleres textiles no declarados. Hay rastros de su anterior vida (de la que suponemos que compartió con su esposa el tema de las drogas) y el dinero nunca alcanza, por lo cual hay que trabajar muchas horas sin ver a los niños. Para colmo, le detectan cáncer. Es irreversible y le dan pocos meses de vida. Cuando él entiende la gravedad de su enfermedad, decide cambiar su vida y tratar de dejar sus temas resueltos para cuando no esté. A eso abocará su energía a lo largo de la película. Y ya está. De ahí en más, Irrárritu se hace un festival con lo escabroso y siniestro de la historia. Uxbal se irá muriendo en cámara, mágnificamente interpretado por Bardem, y esto será registrado con una mezcla de crueldad y poesía, cuanto menos, macabra. La degradación física del protagonista y la adversidad constante de lo que tiene que enfrentar son constantes a lo largo del film, y hay que tener mucho estómago para soportarlas. Y lo dice un crítico de cine eh! Era un film especial para este cineasta. Se nota. El director logró reunirse con un equipo técnico maravilloso que apoyó su concepción y revistió a la cinta de un profesionalismo acabado y personal. Pero esto, lejos de enriquecer la mirada, la cerró, inexplicablemente. Sólo mirando la lista de sus colaboradores encontramos a Rodrigo Prieto, (director de fotografia de "Brokeback mountain") y a Gustavo Santaolalla, componiendo una lujosa banda de sonido, así que imaginen... Alejandro González Iñárritu pudo utilizar todo su arsenal para dotar a la historia de la profunidad que quiso. Y contando con estos elementos, potenció todos sus vicios, al punto de que "Biutiful" se convierte en un viaje al dolor puro, sin ningún tipo de matiz (como sí tenían sus trabajos anteriores). Visceral al extremo, sádica hasta el límite de lo tolerable y criminalmente cruel, esta película no es "Biutiful", sino "Agli", como diría mi colega Diego Battle. Un film controversial y una actuación de Javier Bardem inolvidable, sólo si pueden llegar hasta el final de los eternos 148 minutos que dura la proyección. Una operación a corazón abierto, sin anestesia y con los profesionales más sádicos del nosocomio.
Catástrofe total, sufrimiento garantizado “Biutiful” es la primera película de Alejandro González Iñárritu luego del ruidoso divorcio de su ex guionista Guillermo Arriaga, con quien compartió sus títulos anteriores: “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”. En esta nueva etapa, Iñárritu eligió como acompañantes en el guión a dos argentinos, Armando Bo y Nicolás Giacobone, y también convocó a Gustavo Santaolalla para la banda sonora. La película reúne además a actores de diverso origen, aunque el que más se destaca, obviamente, es el protagonista, Javier Bardem, quien si bien no es el mejor del elenco, sí es por lejos el más famoso y taquillero. Pero hay que decir que en el terreno actoral está muy bien acompañado por un reparto de fuste, aunque no de renombre. Hay argentinos, españoles, africanos, mexicanos, de todo un poco. La historia es el problema, por decirlo de algún modo, o quizás la manera de contarla, lo que sea, “Biutiful” no satisface, no alcanza ni la calidad dramática de las tres películas que corresponden a la etapa del matrimonio González Iñárritu-Arriaga, ni tampoco la potencia estética. En “Biutiful” observamos un relato recargado, por momentos desprolijo y en varias ocasiones, ininteligible, literalmente (no se entiende lo que dice Javier Bardem cuando cuchichea, y para colmo, lo hace a menudo). Pero el asunto más difícil de roer es la anécdota, que es dura, durísima. La cámara se ensaña, podríamos decir, con el personaje principal y su interminable rosario de desventuras, al punto de que no hay ni un momento de pausa, ni siquiera para tomar un poco de aire. Pilla a Uxbal, un hombre de unos cuarenta años, en el peor momento de su vida y lo persigue prácticamente “a garrotazos” hasta quitarle el último aliento vital. ¿Era necesaria tanta crueldad? Se trata de un hombre que sobrevive en los suburbios de Barcelona, donde se concentran la inmigración ilegal, los negocios turbios, la droga, la prostitución y un sinfín de calamidades que suelen aportar algún dinero rápido pero que se termina pagando a un precio muy alto. Uxbal está a cargo de sus dos hijos pequeños, porque la mamá de los niños sufre un trastorno bipolar, además de otras patologías, como adicciones y conductas inapropiadas, que la inhabilitan para el rol de madre. Pero además, se ocupa de hacer de intermediario entre los inmigrantes ilegales y la policía local, lo que significa administrar coimas y otros asuntillos fuera de la ley. Pero también se entera de que padece un cáncer terminal y que no le queda mucho tiempo de vida. Y por si fuera poco, los grupos de inmigrantes a los que regentea son diezmados por situaciones catastróficas imposibles de remontar. Fractura moral Uxbal tiene que lidiar con todo eso y con la angustia que devora su alma, su fracaso como hombre, como padre, la falta de afecto y de un lugar tranquilo y seguro para mantener una familia. Bardem interpreta bien esa fractura moral a la que está sometido el personaje, quien por un lado hace negocios con lo más sórdido de la sociedad y por otro, intenta cumplir con los mandatos tradicionales que hasta los más oscuros delincuentes añoran en lo más recóndito de su ser: una vida respetable y normal. El estilo para contar todo esto es un tanto caótico, por momentos estridente y hasta molesto, como acentuando todavía más el peso agobiante de la historia en sí misma. Sin concesiones ni atenuantes, la vida no da respiro ni salida al protagonista, quien sólo parece encontrar un atisbo de experiencia trascendente comunicando con los muertos, como si los realizadores quisieran decir que Uxbal pertenece más a la muerte que al mundo de los vivos. Triste, desgarradora, abrumadora, un mazazo, sólo recomendable para masoquistas militantes.
Mientras la andanada de películas 3D para adolescentes y niños sigue devorando pantallas sin ton ni son, por suerte aparecen algunas películas que nos recuerdan qué es el cine y para qué existe. La semana próxima sucederá –paradójicamente– con un film fantástico de adolescentes; esta, con una película igualmente fantástica (en otro sentido) puramente adulta. “Copia certificada” es el primer film europeo de Abbas Kiarostami, el maestro (porque enseña cosas, por ejemplo cómo hacer grandes películas) de “Detrás de los olivos” y “El sabor de la cereza”. Juliette Binoche es una vendedora de arte divorciada y con un hijo; William Schimell es un erudito que ha escrito un libro sobre la copia en el arte. Se encuentran y, en un par de horas fingen –o no– ser una pareja que se conoce, que se enamora, que se casa, que entra en crisis, que se separa. Y mientras, alrededor, el ojo preciso e irónico de Kiarostami muestra que, después de todo, el paisaje emocional europeo no es excepcional, que las taras son universales. Ver a esa vieja italiana que dice a la mujer que se quede con el hombre para no morirse de hambre; ver la molesta celebración de casamiento que acompaña las acciones, oír al hombre de paseo que da pésimos consejos conyugales, por ejemplo. En lugar de hacer una película para agradar a los europeos, el iraní les enrostra su propia mediocridad. Pero, eso sí, respeta a sus personajes y sus emociones. Hubo pocas obras maestras en el año, así que aproveche que acá hay una: bella, emotiva e inteligente.
El retrato descarnado de un hombre Iñárritu es uno de esos directores que cuando voy a ver alguna película de él sé que voy a sufrir. Pero la parte linda de esto es que sé que voy a sufrir pero con una extraña alegría por detrás. El director en cuestión se dedica en sus films a retratar, básicamente vidas, nada más complejo que la vida de un individuo. Y siempre suele presentar a sus personajes en situaciones límites, en relación con la muerte sobre todo, y no de la manera más optimista, todo lo contrario: enfrentarse a un film de Iñárritu es enfrentarse con muchas realidades que uno no siempre desea ver. Y ya nos tiene acostumbrados a estas historias entrecruzadas, algo muy distintivo del director. Su último film, nominado en los Premios de la Academia en la categoría de Mejor película de habla extranjera y por Mejor actor principal, es una patada al corazón y… sólo nos cuenta una historia, la película se centra enteramente en la vida de un hombre. Biutiful (Alejandro González Iñárritu, 2010) es el retrato descarnado de un hombre, con todas sus implicancias. Javier Bardem le da vida a Uxbal, un hombre de clase baja, padre de dos hijos, Ana y Mateo, que se entera que le queda muy poco tiempo de vida. En un entorno hostil lucha por criar a sus hijos, por restablecer la relación con su esposa (Maricel Álvarez), por sobrevivir. Después de ver el film, no sólo me sentí muy triste y hasta incluso con esa sensación de que la vida no vale nada, sino que también me quedé pensando en la diferencia entre vivir y sobrevivir. En el diccionario, vivir significa tener vida y sobrevivir aparece como: seguir vivo a pesar de las dificultades. Creo, que en el film esto se representa muy patente: Uxbal parece haber sido despojado de toda vida, sólo le queda sobrevivir. El hombre protagonista de esta historia se muestra sobreviviendo, en una situación en la que parece que todo posible placer o disfrute ha desaparecido, cada paso de su día es llegar a terminarlo para poder asegurarse que al día siguiente estará levantado. Y así hasta llegar a la muerte. Hasta el último aliento veremos a Uxbal en intentos de sobrevivir. Nos encontramos ante una historia simple con hechos complejos. Lo más bajo y sufriente, el contrabando y la inmigración en Barcelona es el escenario de Biutiful. La realidad se nos presenta cruda, sin preámbulos ni escrúpulos; como balde de agua fría presenciamos durante dos horas y veinte minutos un fragmento de una vida sufriente. El director ha elegido, esta vez (como en otros casos) mostrarnos la parte más cruda del ser humano, nos permite ingresar en las tinieblas de un hombre atormentado por su propia vida; no sólo eso sino que el espectador presencia la degradación progresiva del personaje, asiste a sus altibajos, a sus caídas y se adentra en ese laberinto tenebroso de sobrevivir. Todo esto sostenido por una atmósfera muy acertadamente creada: el film está revestido de un color grisáceo permanente, los ambientes son en su mayoría oscuros acompañados de una música acorde. Biutiful Poster Biutiful: El retrato descarnado de un hombre cine Y hablando un poco del no inocente título del film, es llamativo, cómo Ana pregunta a su padre cómo se escribe “Biutiful”. La palabra inglesa, que significa “hermoso”, dentro de este ambiente marcadamente hostil, es la referencia a un término que desentona tanto con la realidad circundante; logrando así un contraste profundo y sumamente apabullante. Esto evidencia, por supuesto la intención de escribir de forma incorrecta la palabra. Es que todo resto de belleza ha desaparecido, la hermosa y pintoresca Barcelona que vemos en folletos o en películas, en este film se asemeja a una pocilga, a un infierno sin salida, un retrato de miserias, donde todo lo que queda es sobrevivir. Finalmente, puedo decir que la nueva película de Iñárritu se me presentó como una obra profunda, cruda pero sumamente real, con la brillante actuación de Javier Bardem, en un personaje introspectivo y trabajado al máximo (lo cual le valió salir triunfador en las premiaciones del Festival de Cannes 2010 como mejor actor). Uno llega a extrañar las historias cruzadas tan propias de este realizador, pero la historia de Uxbal, es realmente un deleite y a la vez un duro enfrentamiento con lo más bajo de nuestro ser.