Una película sin rumbo Boca de fresa (2010) desde su primera escena sugiere que podemos llegar a estar frente a una gran película. Un cine diferente, narrativo, rítmico, ese cine de extraños personajes que rozan lo kitsch, lo retro, la comedia moderna con nuevos códigos. Lástima que todo eso haya sido sólo una apreciación que se diluyó apenas cinco minutos después de los títulos iniciales, cuando nos dimos cuenta que la película necesitaba una brújula para llegar a destino y que aún así nunca encontraría el camino. Oscar (Rodrigo de la Serna) es un mediocre productor discográfico que trabaja junto a su tío (Roberto Carnaghi), un decadente fabricante de estrellas que supo conseguir éxitos en épocas pasadas y que hoy sobrevive gracias a la caza de nuevos talentos. Un día escuchan un tema por la radio que es un viejo hit de los 70 remixado y que se ha convertido en éxito mundial. Con esta premisa comienza una road movie cuya meta es hallar a quién fuera en un pasado autor de un tema musical que hoy no para de sonar y del que no se tiene ninguna noticia. Claro está que todo es por el vil metal o alguien pensó lo contrario. Jorge Zima plantea un film al que no se sabe muy bien como seguir. ¿Comedia clase B? Esa hubiera sido una buena opción pero ni siquiera se le acerca. El principal desacierto del film es el de nunca encontrar el tono para contar la historia. Lo que empieza como un homenaje a películas como La discoteca del amor (Adolfo Aristarain, 1980) perderá el rumbo y se convertirá en una especia de drama como virajes a la comedia rosa, el thriller, el melodrama y como si fuera poco todo en clave de absurdo pero con mensaje moralista y redentorio. Si Boca de fresa no naufraga al zarpar es gracias a un elenco que hace lo que puede para salir airoso de un coctel de variados elementos sin ningún sabor. De más está hablar del histrionismo de Rodrigo de la Serna (Crónica de una fuga, 2006) y Erica Rivas (Por tu culpa, 2010), dos actores que ya demostraron - y esta es otra ocasión- de cómo se puede salvar una película gracias a su sola presencia. Resulta difícil imaginar que hubiera sucedido si el film no contará con ambas presencias. Ambos personajes deben luchar de manera constante en un mar de incoherencias y aún así logran salir airosos, convenciendo al espectador de sus actos indescifrables. Junto a ellos María Fiorentino y Roberto Carnaghi acompañan sin desentonar y hacen que la hora y media al menos se vuelva apacible y pasatista. Al resto del elenco mejor olvidarlo que recordarlo, al menos en este trabajo. En la búsqueda que el cine propone, hay quienes encuentran su rumbo y quiénes no. El caso de Boca de fresa es contradictorio, ya que desde lo actoral fue encontrado por el cuarteto protagónico pero perdido de manera contundente por un director que necesita una brújula para llegar a destino sin desbarrancarse en el árido camino de filmar una película.
Reflotar el pasado Una curiosa película nacional que mezcla road movie, comedia y melodrama, tratando de recuperar un cine popular perdido. En Boca de Fresa, el segundo largometraje de Jorge Zima (Noche en la terraza), los intérpretes llevan adelante el relato a pesar de los desniveles que presenta el film. Rodrigo De la Serna (Crónica de una fuga) y Erica Rivas (Por tu culpa) son pareja en la vida real y en la ficción, y encabezan el reparto, secundados por un siempre correcto Roberto Carnaghi. El film narra la odisea de Oscar (De la Serna) y su tío (Carnaghi), quienes son los dueños de una productora de música en decadencia y descubren que una banda noruega ha convertido en hit el remix de una canción compuesta hace treinta años por un artista que pertenecía a su compañía. Con la idea de volver a un pasado exitoso, Oscar, y su novia (Rivas) viajan a las sierras de Córdoba a bordo de un auto descapotable para encontrar al artista en cuestión. La trama tiene enredos, toques de thriller que se pierden rápidamente, y un aire burlón alimentado por personajes que parecen salidos de una película de los años setenta. Igualmente, el resultado es entretenido, disparatado y seguramente fue el tono buscado por el realizador, que no excluye una mirada por recuperar y reflotar los días de gloria a ritmo del cuarteto.
Buscavidas En su segundo largometraje, Jorge Zima (Noche en la terraza) busca recuperar un género poco transitado en los últimos tiempos (la comedia de enredos con aspiraciones populares) que sólo la factoría Suar, Juan Taratuto y algunos pocos exponentes más han sabido cultivar con buena repercusión. Para semejante desafío (no es fácil hacer una digna comedia y, mucho menos, llegar a un público masivo), Zima se rodeó de actores dúctiles como Rodrigo de la Serna y Erica Rivas (pareja en la vida real y en la ficción), Roberto Carnaghi, María Fiorentino y un descubrimiento como Juan Vattuone. El resultado es un film leve, que apuesta por un humor zumbón y que, a pesar de sus desniveles, resulta simpático y, en varios pasajes, bastante entretenido. Es cierto que la dupla De la Serna-Rivas (dos de mis intérpretes favoritos) merecerían un guión todavía más sólido y punzante para demostrar todas sus facetas, pero aún con las limitaciones y concesiones de esta historia salen más que airosos. De la Serna es Oscar, un típico chanta y buscavidas porteño que regentea junto a su tío (Carnaghi) una compañía discográfica en decadencia. Mientras intentan, sin suerte, sobrevivir con la venta de viejos discos a coleccionistas asiáticos o con el lanzamiento de carilindos jóvenes, descubren que un viejo tema del sello, A papá mono, ha sido remixado por una banda noruega de música electrónica que lo ha convertido en un hit. A punto de viajar a Miami con su novia Natalia (Rivas), una chica superficial y algo naïf pero sensible y bienintencionada, Oscar cambia de planes y la lleva (engañada) hacia las sierras de Córdoba (lejos del esplendor turístico), donde -cree- vive el autor del tema original -editado sin ningún éxito tres décadas atrás- que podría convertirlo en millonario gracias a las suculentas regalías. Lo que sigue es una sucesión de desventuras, tropiezos, improvisaciones, malosentendidos, engaños y vueltas de tuerca que por momentos resultan ingeniosos y, en otros, apelan a un vértigo algo confuso. El film es premeditada, orgullosamente "grasa" y kitsch, mientras se juega por los estereotipos para luego trascenderlos con una buena dosis de sensibilidad. Por momentos, para mi gusto al menos, elige un tono algo exagerado y utliza la pegadiza música (del propio Zima) de forma demasiado enfática. De todas maneras, quedó dicho, se trata de una comedia (romántico-musical, pero también con toques de suspenso) que tiene unos cuantos atributos como para contactar con el público. Veremos si lo logra.
Una pareja bastante particular; él es productor musical, ella peluquera. Un sueño, una historia de amor y algunos enredos en un film que mezcla drama, comedia, algo de aventura y romanticismo. De la Serna y Rivas forman en Boca de Fresa una pareja bastante kitsch que roza con lo grotesco, y cuyos objetivos de vida van por caminos diferentes. Rodrigo encarna a Oscar, un joven ambicioso que quiere hacerse millonario de la noche a la mañana. Frío, inescrupuloso y calculador, manipula a su novia Natalia (Rivas) para conseguir de ella lo que quiere. La chica, por su lado, es romántica, sensible y bastante torpe. Está ciegamente enamorada de Oscar, con quien sueña compartir su vida. Ambos actores componen a sus personajes con mucha naturalidad; fácilmente queribles, reflejan dos formas de ser bien diferentes entre sí pero que sin embargo se necesitan mutuamente. Elemento importante es el vestuario, que además de ser llamativo pone a Oscar y Natalia un sello muy particular, acentuando sus características de personalidad. El desfile de colores vivos de los vestidos, zapatos y carteras que viste la protagonista son una exteriorización de su propio ser. El novio, por su lado, lleva casi todo el tiempo blanco, desde la cabeza hasta los pies aunque esté en medio de las sierras. El estilo que viste es sinónimo de nuevo rico (o de quien aspira a serlo en este caso); al final se adecúa más al ambiente en donde se desarrolla la historia. Pero el excelente trabajo actoral –en el que Rivas se destaca y Carnaghi está desaprovechado- se ve opacado por un guión pobre, sin una historia sólida que lo sustente. Al principio el tono es de comedia, pero a medida que avanza el relato se mezclan otros géneros, sin destacarse ninguno. La historia toma un rumbo cuyo interés decrece, e incluso hay líneas de texto muy mal logradas. Lo que al principio parecía que divertiría se transforma en aburrido y poco interesante. Una pena.
Conozco la canción La mezcla de géneros cinematográficos siempre supone un riesgo pero también es un recurso atractivo para experimentar con determinados tonos a la hora de contar una historia simple. Algo de suspenso, bastante de comedia costumbrista y un tanto de romanticismo gira en torno al universo de Boca de fresa, segundo largometraje de Jorge Zima (Noches en la terraza) que cuenta con los protagónicos de Rodrigo de la Serna y Érica Rivas, acompañados por Roberto Carnaghi, María Florentino y el debut actoral del compositor Juan Vattuone, filmada en locaciones de las sierras cordobesas. Como el trasfondo del film es básicamente una historia de amor –más precisamente un triángulo amoroso- la elección de la pareja resulta inmejorable porque hay que recordar que de la Serna y Rivas lo son en la vida real, aspecto que aporta pura química entre ambos y contribuye sobremanera al ritmo cambiante de una trama que, en un primer tramo, adopta el camino de la road movie y luego se debate entre la parodia al thriller con buenas dosis de comicidad. El mundo de la música, desde los compositores de canciones olvidadas y los productores de poca monta, funciona como pretexto para abrir paso a la aventura en la que se embarca el productor musical Oscar (Rodrigo de la Serna) junto a su novia Natalia (Erica Rivas), una peluquera sencilla que sueña con un viaje a Miami y debe contentarse con el aire de las sierras cordobesas al caer en los engaños del ambicioso productor en busca de un músico ignoto, cuyo último paradero data de las sierras cordobesas. El tal Fredy, otrora autor de un tema en los 70 que en el presente ocupa los rankings de Europa tras ser remixado por un grupo noruego, es la pieza clave para que Oscar pueda cobrar los derechos de autor de aquella canción perdida en el tiempo. Sin embargo, su tío (Roberto Carnaghi), también productor musical, intenta convencerlo de que desista sobre la descabellada búsqueda, dado que aquel disco de los 70 fue un rotundo fracaso en ventas. Pero la perseverancia de Oscar es más fuerte que la razón y así comienza a ejecutar un meticuloso plan para seducir a un amigo del misterioso Fredy (Juan Vattuone) y así saber la verdadera historia sobre su repentina desaparición (lo dan por muerto) con el afán de armar un documental y crear una suerte de mito de la música no reconocido. No obstante, en pleno operativo de seducción del enigmático ermitaño apelando a los atributos de Natalia, Oscar habilita la chance de que su mujer experimente cierto atractivo por la figura de un hombre solitario al punto de enamorarse y abandonarlo. Sin perder el ritmo y apoyándose exclusivamente en las buenas actuaciones de la pareja de actores, el director Jorge Zima (también compositor de la banda sonora) logra conjugar una serie de elementos narrativos que se conectan por un lado con la idea de las segundas oportunidades y por otro con una progresiva transformación de los personajes que en un principio exponen sus capas más superficiales -casi al borde del estereotipo de productor grasa y novia tontona-, pero que con el correr del metraje van incorporando aristas de personalidad, ingenuidad y lo que es más importante honestidad. Un film disfrutable, sin demasiadas pretensiones, que puede convocar a un público heterogéneo sin riesgo al fracaso.
El grotesco criollo, devaluado Versión corroída del grotesco criollo, cierto cine argentino tiende a asociar la farsa con la caricatura, el estereotipo, el trazo grueso. Escrita y dirigida por Jorge Zima, Boca de fresa es un exponente prototípico de una visión que, en lugar de deformar, condena a sus personajes al rol de estampitas chirriantes. El pelo recogido con una colita, la camisa combinando rayas y flores, el traje blanco, los anteojos de marco blanco, el descapotable blanco, el “chanta” que compone (o le hacen componer a) Rodrigo de la Serna parece un Johnny Tolengo fuera de época. El tipo se llama Oscar, intenta currar a melómanos chinos con vinilos rayados y en el escritorio de al lado lo tiene a su tío (Roberto Carnaghi) sacándoles fotos a cantantes de décima. Se supone que ambos son socios en una “productora musical”, pero lo que en verdad tienen es un sótano húmedo con unas fotos viejas pegadas en las paredes. Todo huele a unos años ’70 de Pintura fresca (el grupo) y en verdad fue en esos años cuando la “productora” conoció el que fue su único hit. Se llamaba “A papá mono”, lo cantaba un tal Freddy y cuando Oscar escucha por la radio la versión de un grupo noruego, que según dicen es un exitazo global, sale como loco en busca de Freddy, ya que él y su tío son tan truchos que nunca atinaron ni a registrar el tema. Con Erica Rivas, esposa de De la Serna en la vida real, haciendo de la Cachorra de este Isidorito devaluado (una Cachorra que más parece una doble fallada de Susana Giménez), como es común en el grotesco todas las ambiciones de Boca de fresa parecerían limitarse a reducir a sus personajes a la condición de idiotas, grasas, truchos o todo eso junto. En lugar de viajar a Miami, que es lo que la chica soñaba, Oscar y su novia van a parar a unas sierras cordobesas que son como la versión extralarge de un baldío. En busca de un Freddy que tal vez haya muerto, ambos se comportarán como la peor versión del porteño que alguien del interior puede tener. Y los pocos pueblerinos con los que se cruzan son la peor versión del provinciano que la peor versión del porteño podría imaginar. Boca de fresa resulta, a su vez, la peor versión del grotesco –la más prejuiciosa y cliché, la más perezosa e ineficaz– que una víctima del grotesco podría temer tener que ver.
Ternura y simpatía en una amable apuesta Boca de fresa tiene buenas actuaciones Dueños de una productora de música en franco declive, Oscar y su tío y socio no saben qué idear para que su empresa siga dando dividendos. Inesperadamente les llegará la solución: una banda noruega convirtió en hit en toda Europa la canción "A papá mono", compuesta treinta años atrás por un artista que en ese momento pertenecía a la empresa de ambos. ¿Cómo hallar a ese músico que los puede salvar del desastre económico? Algunas pistas conducirán a Oscar y a su novia Natalia a un pequeño pueblo cordobés. Casi como un detective dispuesto a esclarecer algún misterio, Oscar se pone en contacto con algunos pueblerinos, entre ellos Juan, un extraño individuo que se aloja en una vivienda de piedra bastante distante del radio céntrico del poblado. Allí este hombre taciturno, silencioso y, a veces, de genio alterado, iniciará una relación con ese productor al que lo único que le importa es hallar al autor de la canción que dio prestigio a su productora y volver a contarlo en sus filas. Dotado de gran simpatía, de algún elemento policial y siempre dispuesto a brindar una sonrisa al espectador, el guión no se aparta de un género tan transitado como la comedia romántica, aunque aquí lo hace con un espíritu burlón enredado en una madeja que vale no relatar para cuidar la sorpresa. El director Jorge Zima, que ya tenía en su haber el largometraje Noche en la terraza , logró así construir una trama simpática, muy bien apoyada por los trabajos de Rodrigo de la Serna y de Erica Rivas y, sobre todo, de Juan Vattuone, que encarna a ese personaje entre extraño y siniestro que pronto se convertirá en eje del conflicto. Los rubros técnicos aportaron calidad -la fotografía sobresale en los bellos paisajes cordobeses-, mientras la música posee el necesario ritmo que finaliza con la voz de la Mona Giménez entonando la canción que, sin duda, logrará hacer subir las acciones de la productora de ese Oscar que aprende, al mismo tiempo, la ternura de un amor que casi se le escapa de las manos.
Una sátira con poca eficacia, y moraleja Rodrigo de la Serna interpreta a un productor musical chanta. Uno puede hacer una mera descripción de Boca de fresa , de Jorge Zima. Decir que se trata de una sátira sobre el mundillo de las pequeñas discográficas. De un grotesco, con actores talentosos y de fama: Rodrigo de la Serna, Erica Rivas (su esposa en la vida real), más Roberto Carnaghi y María Fiorentino. O que apuesta a códigos televisivos y a interpretaciones paródicas... Nada de esto sería, necesariamente, un demérito. El problema, sí, es que la película no provoca humor en su primera parte -cuando lo busca claramente-, ni empatía en su último tramo: el que opta por las lecciones de vida, con diálogos ampulosos que parecen extractados de aforismos. De la Serna -el pelo tirante con colita, anteojos de marco gigante y blanco, saquito y zapatos al tono, camisa a rayas- es Oscar: un chanta exaltado, un farsante que, en las primeras secuencias, intenta estafar -en pequeña escala- a melómanos asiáticos. Mientras tanto, su tío (Carnaghi) les saca fotografías a músicos de tercera línea. En este panorama decadente aún falta Natalia (Rivas), una chica, que parece extremadamente ingenua (tonta), pero que se revelará también como sensible. En su mundo cursi y kitsch (estilos que el filme exhibe con orgullo) hay un sueño que está por cumplirse: viajar con Oscar a Miami. Pero, poco antes, él descubre que un viejo y olvidado artista (llamado Freddy Iturralde), que estuvo vinculado con la productora, “pegó” un hit tardío, en versión de un grupo noruego. El viaje a Miami, entonces, cambiará por uno a Córdoba, en donde Oscar buscará obsesivamente al músico que podría salvarlo y Natalia se quejará -cual niña boba- por el cambio de planes. Los actores aparecen encorsetados por roles estereotipados, sujetos a diálogos muchas veces mediocres e intentos de comicidad física que no siempre dan resultado. En Córdoba aparece un personaje central, encarnado por el músico Juan Vattuone (con su gran rostro que parece de boxeador, tallado a los golpes, y su voz cavernosa). Un hombre rudo, hosco, primitivo, que no es “grasa”, como los recién llegados, sino orgullosamente humilde. El les comunica que Freddy, ex amigo suyo, murió en un accidente, años antes. Y le hace escuchar a Natalia un simple: de un lado, el tema “A papá mono”, el que se convirtió en hit; del otro, del lado B, una canción más linda, con mejor contenido. “Las canciones no sirven para nada. Son todas mentiras, giladas para los giles que las compran”, le hace decir Zima, que también es músico, a Vattuone. Y también: “Es horrible no poder sacar lo que uno siente por dentro”, en referencia al costado comercial, salvaje, del mercado discográfico. Desde ahí habrá cierto misterio, que se revelerá; confusiones; y una gradual transformación de los personajes principales, siempre en dirección a la clara moraleja. Un cameo de Lito Vitale; el tema Boca de fresa , cantado por la Mona Jiménez; la simpatía y el oficio de los actores; y la prolijidad técnica son los elementos que intentarán realzar a un filme que tiene un aire antiguo, más afín al tema “A papá mono”, que Freddy quiso olvidar, que a la canción que hizo por amor al arte y que, por culpa de los mercaderes, se desbarrancó hacia el olvido.
Comedia de situación incómoda Mocasines blancos sobre fondo de peperina y sierra chica. Una pareja descalibrada, vestidos los dos para una historieta de lugares comunes sobre la celebración del mal gusto, de la viveza criolla y las aspiraciones de medio pelo. Boca de fresa arranca con la promesa de comedia costumbrista y por un rato pone en el centro a Oscar (Rodrigo de la Serna) una versión de Isidoro Cañones, que en este caso opera como productor de nuevos valores con aspiraciones al ranking del pop latino. Oscar y Natalia (Erica Rivas) se iban a ir a Miami con los ahorros de ella, con las ganas de ella y el inglés que ella está aprendiendo en clases particulares. Él tiene otros planes y la engatusa para que lo siga por un rato en la búsqueda de los derechos de autor del nuevo hit de la música sueca, Papá Mono, una canción que su tío Roberto (Carnaghi) produjo hace 20 años y que ahora acumula en Sadaic más que Lito Vitale. En descapotable blanco como los mocasines se van los dos a un rincón de las sierras, cada uno en un viaje distinto, hasta que el desencuentro sea total. Entonces la película empieza a tratarse de ella, se convierte en un drama íntimo, abandona los primeros clichés y elige otros pocos, menos obvios, descubre matices y se deja llevar por la incomodidad que sembró al principio. Boca de fresa se trataba de todo lo que podía pasarles a dos desencantados cuando se topan con la punta de una maravilla. Allí pone el director a Juan Vattuone, cantor consagrado de tangos que debuta como actor en este filme y lo hace con su nombre de pila. Es el dueño de Papá Mono y del filón de oro que Oscar persigue. Rivas y De la Serna se turnan en los dos tiempos de drama y comedia que maneja la película, un pulso incómodo que tropieza por momentos pero que en la segunda mitad de la trama conquista con buenas armas. La Mona canta para los títulos finales. Su canción le ha ganado a Papá Mono en los rankings que desvelan a Oscar. Pero esa es otra historia.
Híbrida mixtura de géneros La segunda película de Zima parte de una bienvenida (y desmedida) pretensión: hacer una comedia alejada del costumbrismo habitual y jugarse, con resultados frágiles y flacos, por las peligrosas aguas de la mixtura de tonos y registros dramáticos. En varios de sus pasajes el filme elige el intercambio de elementos procedentes de distintos géneros y temas: comedia, aventuras, western (cordobés), viaje iniciático, pareja alocada con aire almodovariano, personajes que bordean el kitsch, otros toscos y alguno que recuerda a los dementes de Pájaros volando. La excusa es una búsqueda, a cargo de la pareja interpretada por Rodrigo de la Serna y Érica Rivas, por saber si está vivo o muerto el responsable de una canción popular que salvaría la débil cuenta bancaria de un productor discográfico. El viaje de placer de la pareja a Miami se modifica por la naturaleza agreste de un paisaje cordobés, lugar ideal para contar una historia que va y viene de género y de tono. De la Serna y Rivas son buenos actores, en tanto el rostro y la figura de Vattuone invocan a los antihéroes de los westerns de Anthony Mann. Los créditos finales, con la voz de la Mona Giménez cantando el tema que da título al film, comprueba las débiles fronteras entre el mestizaje genérico y el híbrido sin eficacia. <
Un tropezón es caída. Una comedia debería, al menos, tener alguna situación risueña y, de ser posible, que no sea del estilo “hombre que pisa banana, resbala y cae”. “Boca de fresa” no invita a la sonrisa en ningún momento y las pocas invitaciones al humor pasan por la línea ya citada, aunque en este caso el hombre se tropieza, más que con su propio destino, literalmente con un tronco de un árbol, se lastima y cae. Este es el derrotero de un productor discográfico en decadencia que cree encontrar su salvación económica de la mano del autor de una canción que ahora es un éxito en los charts europeos. Como ese compositor perteneció a la productora décadas atrás, la búsqueda del autor, recluido supuestamente en Córdoba, origina un viaje en donde se combinan géneros con magros resultados. La película es lenta, aburre y peca de pretenciosa.
Jorge Zima dirige su segundo largometraje con una propuesta kitch a la manera de Néstor Montalbano en Pájaros Volando aunque tal vez morigerada con una concepción más romántica. Es la historia de un productor discográfico quien a los fines de rastrear el paradero del autor de un tema devenido hit (Papá Mono), lleva a su novia peluquera a las sierras cordobesas, desechando una seductora propuesta de ella de viajar a Miami, para intentar participar de las suculentas regalías que el “simple” en cuestión estaría devengando. Es en la majestuosidad del paisaje cordobés donde opera la introspección de estos personajes que los guiará hacia nuevas e inusuales revelaciones acerca de sí mismos. La película sencillamente funciona y no resulta ajeno a ésto el hecho de contar con dos intérpretes de excepción: Erica Rivas y Rodrigo de la Serna, marido y mujer en la vida real quienes conjugan una química maravillosa en pantalla, a quienes secundan con eficacia Roberto Carnaghi y María Fiorentino. Humor en buenas dosis, y una tierna poesía se intercalan en esta amalgama que se permite agudas observaciones sobre la fugacidad del éxito y la permanencia de valores como la fidelidad a sí mismos. Para irse cantando del cine, el tema de los créditos finales, Boca de Fresa, cierra alegremente el film, interpretado por La Mona Jimenez.
Una verdadera sorpresa dentro del desparejo terreno del paso de comedia cinematográfico autóctono propone Boca de fresa, título sugerente y acaso kitsch que también la da nombre a un tema cuartetero de la Mona Giménez que cierra jubilosamente la película. Porque la desprejuiciada historia abordada aquí tiene que ver con el nostálgico mundo que rodea a los hits discográficos y la antigua caza de talentos musicales. Con una indisimulable evocación a los años 70, sus artistas beat, y algo de aquella legendaria puja entre la música complaciente y la progresiva, la comedia entrega unos cuantos pincelazos retro y desarrolla una trama divertida y atrayente. Boca de fresa es capaz de abarcar tópicos sentimentales y pasatistas con una frescura que supera los estereotipos, enmarcándola en un terreno de cine popular de muy buen nivel. Escrita, dirigida y también musicalizada por Jorge Zima, esta segunda película suya cuenta la historia de un sobrino y tío que manejan una decadente productora de música y descubren que una banda noruega ha convertido en hit el remix de una antigua canción perteneciente a un cantante que ellos representaban. El aparente aislamiento de ese artista en un lugar impreciso de las sierras de Córdoba da el punto de partida de una aventura que emprende el más joven de la impresentable productora junto a su novia, engañada con un presunto viaje romántico. Brillantemente protagonizada por la pareja (real) compuesta por Rodrigo de la Serna y Erica Rivas, el film entretiene con buenas armas y algunos bien ubicados toques sensibles y románticos. Junto a intérpretes con mucho oficio como Roberto Carnaghi y María Fiorentino se destaca la excelente composición del cantautor Juan Vattuone, en un personaje clave en el film. Para disfrutar –y tararear- con un pequeño, divertido y cálido momento fílmico nacional.