Pasa en las mejores familias Basada en la obra teatral de Noel Coward estrenada en 1925, Buenas Costumbres es una remake de la primera adaptación cinematográfica que realizara Alfred Hitchcock (Easy Virtue, 1928) por ese entonces lejos del estrellato de Hollywood. Sin la delicadeza del maestro del suspenso, se verán pulsiones sexuales reprimidas, manías esnob y mucha elegancia retro british, matizando esta comedia a la antigua con ciertos anacronismos musicales como Sex Bomb de Tom Jones que la modernizarán sin dañar su estilo. Situada a fines de la Primera Guerra Mundial, la historia nos presenta a John Wittaker (encarnado por Ben Barnes) como un joven inglés de acomodada familia que se casa casi de forma compulsiva con una sexy y moderna chica norteamericana. Cuando llega el momento de presentarle su mujer a sus padres, toda la armonía previa desembocara en una guerra de nervios, tensiones y contraataques en medio de un entorno hipócrita que rechaza el glamour y la vitalidad de esta joven mirando con malos ojos la incipiente relación, pero a la vez, forma parte de una atmósfera manipuladora, conservadora y con mas de un secreto guardado. Convertida en una comedia del típico humor ingles con sus modismos tan particulares, el film destierra de la historia gran parte del contenido dramático de la obra original. Un arma de doble filo, puesto que le generará al espectador sensaciones encontradas. Si bien la historia posee la ironía de la que se precia una comedia de humor negro, la reducida carga dramática que se desprende del guión le quita al film trasfondo emocional. El diseño de diálogos que no hacen más que describir con mordacidad a sus personajes, habla de una gran herencia -e influencia- de la obra teatral, origen de esta historia. Una historia que propensa un humor efervescente que no hace mas que desnudar los escándalos y costumbres de la alta sociedad con pinceladas mas que descriptivas. El director australiano Stephan Elliot lleva a cabo una cuidada ambientación que acompaña al desarrollo de la trama. Ambientación reconocible por ejemplo en la banda sonora, el tema You are at the top del inmenso Cole Porter, sirvió de retrato a una gran adaptación de época como lo fue El diablo Bajo el Sol (1982, Guy Hamilton). Por otro lado, un tema musical que sirve como carta de presentación para el personaje de Jessica Biel sobre el cual girará la trama, quien encarna a una mujer liberal y emprendedora, algo ciertamente difícil de consumar por aquellos años. Todo lo bello y lo sofisticado de esta mujer aristocrática, radica en su inteligencia y en su espíritu por demás rebelde para una época. Es allí donde se producirá un choque generacional y cultural, un contraste más que interesante para explorar en el argumento y, en definitiva, el sustento mas provechoso que ofrece un film tan disfrutable como pasajero.
Hace 15 años, el australiano Stephan Elliott causó sensación con Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Luego de un par de proyectos intrascendentes y una ausencia de casi una década regresó con una comedia (con toques dramáticos) que resulta leve, entretenida, simpática, pero al mismo tiempo efímera y menor. Larita (Jessica Biel, bellísima y correcta en su papel heroína) es una impulsiva y deslumbrante joven norteamericana de buen pasar y muy adelantada a su época (estamos en los años '20) que hasta se anima a disputarle carreras automovilísticas a los hombres. Ella llega como la nueva esposa del hijo pródigo (Ben Barnes) que regresa a la muy británica casona de su distinguida y algo decadente familia liderada por la despiadada madre (Kristin Scott Thomas, notable) y por un padre cínico y típico loser (Colin Firth). Las fricciones no tardan en llegar: la hermosa invitada no se deja intimidar por la dueña de casa y ejerce una inmediata atracción en su suegro, mientras su joven marido pendula entre el deber y el querer. Hay diálogos venenosos, contrapuntos entre la tradición british y la arrogancia estadounidense, bailes, cenas, caza, romance, humor y oscuros secretos que serán develados en el momento más inoportuno y con la peor de las consecuencias. Todo el relato -basado en una obra del cotizado Noel Coward- se mantiene en un cuidado y agradable medio tono, aunque la película extraña por momentos un poco más de esa locura y desinhibición que el director evidenció en aquella opera prima. De todas maneras, se trata de un pasatiempo bastante noble sostenido por un puñado de buenos intérpretes. No está nada mal.
El humor inglés aparece en su máxima expresión y se puede decir que es una comedia de humor fino y exquisito. Pero la historia no creo que conforme a todos. Si bien no es mala, es un...
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Buenas costumbres británicas El nuevo film de Elliot cuenta con un ingenioso guión y un suntuoso vestuario. Estrenada por Noël Coward en 1925, el mismo año de Fiebre de heno , Easy Virtue nunca alcanzó similar fama ni perduró en los repertorios como otras piezas suyas ( Espíritu travieso , Vidas privadas ), a pesar de que Hitchcock dirigió en 1928 una versión cinematográfica bastante libre. También Stephan Elliot se ha tomado sus licencias para imponer algún toque contemporáneo a la maliciosa pintura de la decadente alta sociedad que proponía el dramaturgo. El film convence más con las palabras (gracias a los ingeniosos diálogos de Coward) y con la suntuosidad decorativa de las imágenes (ambientación y vestuario hacen un aporte fundamental) que con su ritmo narrativo. Elliot no es precisamente Lubitsch y titubea bastante entre la comedia satírica, la farsa cómica y la pintura de época. Quizá con la intención de subrayar la intención crítica toma abierto partido por la protagonista, una despampanante rubia norteamericana de los años veinte, campeona de automovilismo y tan moderna como el jazz, en la solapada guerra que se desencadena desde que aterriza como un ser de otro planeta en la muy victoriana familia de su flamante marido. Allí, en la señorial mansión de la campiña inglesa todas las reglas han de cumplirse según lo dispone la dueña de casa, dama aristocrática y paradigma de la hipocresía reinante en una sociedad sólo atenta a las formas. La distinguida señora empalidece cuando se entera de que su hijo se ha casado en Francia (a pesar de que ella ya le había asignado candidata), se alarma cuando ve llegar a su inesperada nuera con ese aire desenvuelto tan alejado de la compostura británica y casi se desmaya cuando la oye hablar con acento norteamericano. La contienda que se libra de a poco entre las dos -dardos envenenados en lugar de balas y mucha lengua filosa- ocupa el espacio central. Es el costado más o menos divertido del film, sostenido por un elenco sólido en el que sobresalen Kristin Scott Thomas y Kris Marshall (el mayordomo). Las canciones de Coward o de Cole Porter son bellas, pero irrumpen forzadamente en la acción, lo mismo que algún gag postizo. También se desatiende a varios personajes secundarios y hay subtramas que apenas reaparecen cuando lo exige la continuidad argumental. Son altibajos que sabrán perdonar los fans de Jessica Biel y quienes sólo busquen entretenimiento liviano y estampas elegantes.
El declive de la cultura imperial inglesa De manera involuntaria, esta jornada de estrenos aparece convertida en una suerte de homenaje a la cultura victoriana. Ligadas directamente a ese período se encuentran Sherlock Holmes, la película de Guy Ritchie basada en los personajes creados por el sir escocés Arthur Conan Doyle, y mucho más La joven Victoria, biopic dedicada a los primeros años del largo gobierno de la popular reina británica. Basada en una pieza teatral del también sir, pero en este caso de pura cepa inglesa, Noël Coward, Buenas costumbres ubica su acción a mediados de la década del ’20. Y aunque la era victoriana moría con la vieja reina a principios del siglo pasado, su crisis de valores y su influencia se extendieron hasta bastante después de aquellos años. Esa crisis cultural es el eje de Buenas costumbres. “Todos tenemos una suegra”, ha dicho uno de los productores de la película, dando una pista acerca de cuál será la vena por la que fluirán los conflictos que la trama irá presentando. Pero para que una suegra tenga razón de ser en tanto entidad diabólica, precisa por necesidad de un yerno o, en este caso, una nuera. Y si algo queda claro ya al comienzo es que Mrs. Whittaker, además de una decadente lady inglesa, es también una bruja. John, su hijo mayor que anda de viaje por Europa, sin mediar consulta familiar alguna acaba de casarse con Larita, una norteamericana liberal algo mayor que él, dedicada a la viril actividad de las carreras de autos. Y ahora vuelve al hogar familiar, un palacio venido a menos en la campiña británica, en busca de aprobación para su inesperado matrimonio. El problema es que, como todo primogénito de familia noble, la señora Whittaker espera que su único hijo se haga cargo de sostener e incluso salvar de la miseria su apolillado linaje. La película irá detrás del elegante, feroz tironeo del que comienza a ser objeto John, en una familia que incluye a un padre traumado por la Gran Guerra, una hija depresiva y otra media lerda, un mayordomo con algún punto de contacto con el mozo de La fiesta inolvidable (Blake Edwards) y Poppy, un perrito que se lleva la peor parte en, debe decirse, un gag resuelto con poca clase. Buenas costumbres se debate así entre esos desaciertos ocasionales y las permanentes acotaciones cargadas de ironía y sarcasmo, tan habituales en autores victorianos. Porque aunque Noël Coward y su obra tengan peso propio, no dejan de venir a la mente tantos hermanos mayores, de Oscar Wilde a Bernard Shaw y, sobre todo, los magníficos relatos de Saki. Como El fantasma de Canterville, Buenas costumbres refleja el declive de la decadente cultura imperial inglesa, ante el avance renovador de la nueva potencia norteamericana. Un “Liberalismo vs. Conservadurismo” que se hace manifiesto en situaciones y diálogos que ven de modo crítico a una y otra cara de ese ente bipolar, que es la cultura anglosajona. Y si por un lado lady Whittaker tilda de pornográfico algún texto de Proust (una connotación similar merece El amante de Lady Chaterley, de D. H. Lawrence), también recibirá la burla ácida el norteamericano Día de Acción de Gracias. “¿Gracias por qué...?”, pregunta uno; “por la aniquilación de todo un pueblo indígena”, responde el desencantado padre de la familia Whittaker. Ante las buenas actuaciones de los eficientes Kristin Scott Thomas y sobre todo Colin Firth, y el justo desempeño del resto del elenco británico, el trabajo de la bonita Jessica Biel queda reducido a una serie de tics algo mecánicos; la mencionada escena del perrito es epítome de este asunto. Por lo demás, son para destacar algunas destrezas visuales, de fotografía y de montaje, que terminan por hacer de Buenas costumbres una alternativa válida para quienes busquen una comedia que se salga, un poco, del bombardeo de gags mediocres a los que suele reducirse mucha comedia moderna.
Orgullo y prejuicio La obra de Noel Coward de los años ´20, llega como comedia con toques contemporáneos. Devolviéndole algo de aquel encanto entre leve y oxigenante que tenían las buenas comedias dramáticas ambientadas en mansiones en la campiña inglesa, con familias numerosas y conflictos y secretos ídem, Buenas costumbres viene a traernos una mirada cínica sobre el comportamiento de la sociedad de aquel país. Y también de la estadounidense, con este choque de caracteres y culturas que nace cuando el joven John Whittaker (Ben Barnes), heredero de una familia que disimula hasta donde puede que está venida a menos, presenta a su joven e independiente esposa norteamericana a sus padres. La pieza de Noel Coward -que había sido llevada al cine por primera vez en 1928 por Alfred Hitchcock, antes de que el maestro se dedicara de lleno al suspenso- es terrible al presentar y examinar a cada personaje. Por más que cada uno sea fácilmente etiquetado a primera vista -suegra anticuada y hostil, suegro depresivo y cínico, marido tironeado entre lo que siente por Larita y las buenas costumbres, sus hermanas eternamente perdedoras- ese aire de sarcasmo que campea por el relato es tamizado por alguna situación cuasi disparatada que vive, o síntoma de integridad y fuerza interior de alguno de los personajes. Kristin Scott Thomas es la suegra en rigor, y por más que se esfuerce en parecer pérfida y hacerle la vida imposible a su nuera, es difícil no caer ante sus encantos. Un acierto del director australiano Stephan Elliott (Las aventuras de Priscilla, reina del desierto) fue la elección de Jessica Biel para la desprejuiciada Tarita, corredora de autos que gana el Grand Prix de Mónaco y enamora al joven Whittaker. Primero ella trata de integrarse a la familia, pero bien pronto reprimirá esos sentimientos, los mismos que Colin Firth, como el abúlico Sr. Whittaker, dejará de lado, ya harto de estar harto y no sentir nada por su mujer. No es sencillo encontrar el punto medio, o mejor, el acertado, entre la comedia y el drama, pero Elliott da en el blanco con apuntes -observen qué le pasa a la mascota perruna de la Sra. Whittaker- y verdades reveladas cuando nadie las espera escuchar. Cuando por momentos parece una comedia de enredos, el director pega el volantazo y con un enfoque más contemporáneo, deja a Buenas costumbres en la mejor senda.
No me esperen a tomar el té A pesar de sus orígenes teatrales, Buenas costumbres del director Stephan Elliott (aquel de Priscila la reina del desierto) se aleja por mérito propio del convencional teatro filmado gracias a un buen trabajo de fotografía y una cuidada dirección que aporta un ritmo ágil a una trama en la que abundan estereotipos y cuotas de sarcasmo con el sello británico. Esa galería de personajes bien construida pero sin demasiado desarrollo es, entre otras cosas, el obstáculo principal de una comedia que si bien se sostiene nunca termina por tomar vuelo para declinar levemente hacia su media hora final. Fiel a la tradición victoriana y con una acertada reconstrucción de época, el relato se instala a mediados de los años 20 durante la franca decadencia del Imperio Británico resumida en los avatares de una prototípica familia inglesa venida a menos. Haciendo gala de esa frase que reza “si hay miseria que no se note” la dueña de casa, Mrs. Whittaker (Kristin Scott Thomas, un nivel por encima del resto del elenco) vive junto a sus dos hijas y un esposo sobreviviente de la guerra (Colin Firth, apenas sobrio y muy desaprovechado) manteniendo los hábitos y las costumbres del puritanismo imperante en esos tiempos. Por eso, ante la inminente llegada de su hijo primogénito, quien tras un viaje por algunos países de Europa conoce y se enamora de una joven norteamericana algo desenfadada, la avasallante Larita (Jessica Biel, bella y ajustada al papel que le tocó interpretar), saca a relucir todas sus características de suegra diabólica buscando la complicidad de sus dos hijas solteronas que no pueden evitar cierta envidia ante la extraña que ha robado el corazón de su hermano. A modo de contrapunto, con el explícito intento de generar un choque de culturas, la rígida y conservadora de los británicos contra la liberal y desprejuiciada de los norteamericanos, el film construye una mirada sarcástica sobre estos dos elementos insertándole algunas situaciones que permiten el lucimiento de diálogos filosos y gags muy bien comenzados pero mal resueltos por exceso de repetición. Entre música Charleston, arrebatos pasionales de las dos féminas en pugna, la historia transita por los carriles normales de cualquier novela a lo Jane Austen con la ironía de un Oscar Wilde y el tratamiento de un producto Hallmark.
A veces dos mundos completamente diferentes se encuentran por esa incauta ley de la atracción de los opuestos. Un choque de planetas colosal que desparrama su fuerza invadiéndolo todo. Pero semejante guerra de galaxias tiene un límite finito. A la velocidad de la luz se acabó lo que se daba y aquí no ha pasado nada. O algo así. Cuando Larita (Biel) y John (Barnes) se vean, él se dejará conquistar por la belleza y la acción de una mujer moderna, ella dejará caer las barreras autoimpuestas por un pasado triste y le dará una oportunidad a la juventud inconsciente. Son los ’20. Larita viene de América y se hizo sola. John es inglés de pura cepa, de familia de alcurnia y ni un centavo para sostener ese mundo de apariencias. Choque de culturas. Sobre ese eje principal se desarrolla Buenas costumbres (basada en la obra de teatro de Noel Coward, a la que también recurrió muy libremente en un filme de sus comienzos Alfred Hithcock), haciendo de las antinomias y diferencias un cóctel de diálogos filosos, retruécanos punzantes y disputas subterráneas que removerán todos los suelos existentes. La parte femenina de los Whittaker, con mamá (Scott Thomas) a la cabeza, creerán a la americana una cazafortunas, una arribista, una casquivana que atrapó en sus redes al inocente benjamín de la familia, cuando la conozcan rectificarán que se han quedado cortos y es peor de lo que pensaban. Larita piensa por si misma y además dice aquello que piensa. Mientras ellos cultivan la simulación cortés. “Eres inglesa -le dice el padre (Firth) cuando la hija aduce no poder cambiar la cara ni el estado de ánimo ante la inminente llegada a la mansión familiar de la nueva pareja-, aparenta”. Sólo esta figura masculina (y el servicio doméstico) será un apoyo incondicional para la “diferente” y buscará su propia liberación a través de este cruce. Además de la transitada pelea suegra-nuera y sus derivados humorísticos (si al menos no se es ninguno de los implicados), el eje contrapuesto modernidad-tradición aporta momentos reideros pero lentamente irá aflorando una base trágica que matizará personajes, situaciones, historias y le dará sustancia al guión. Un gran reparto consigue lucirse y hacer lucir el texto al que el director remoza y traduce en imágenes que hablan de reflejos y multiplicaciones y deformaciones: lentes, espejos, binoculares, superficies acuosas, etc. Hay pasiones desenfrenadas, hay encantamientos encantatorios, hay afectos subyugantes. El amor suele, además, ser otra cosa.
Donde los buenos modales importan. Con un comienzo que guarda una estética de postales de carreras en blanco y negro, esta comedia romántica del director australiano Stephan Elliot (Las aventuras de Priscila, la reina del desierto) retrata un mundo aristocrático con buenas pinceladas de humor. La llegada del hijo poderoso de la familia inglesa (Ben Barnes, el de Las crónicas de Narnia) con una norteamericana corredora de autos (Jessica Biel) no es una buena señal. Y ahí el cineasta aprovecha para narrar una historia tan refinada como la familia que muestra. El mayordomo Furber (más parecido al Largo de Los locos Addams); un padre de aspecto desprolijo (un siempre correcto Colin Firth) y dos hermanas que se pliegan a las decisiones de una madre estricta (una excelente Kristin Scott Thomas) conforman el universo de este clan que no es precisamente La familia Ingalls. Una comedia romántica del mejor cuño, atrapante, emocionante y que pone en juego las piezas de las relaciones familiares, entre tangos, representaciones teatrales, enredos y un pasado que se oculta y saldrá a la luz.
Empecemos esta crítica aclarando quien fue Noel Coward. Actor, dramaturgo, músico, director, hombre de múltiples talentos, se trató de una de la personalidades más importantes y prestigiosas del teatro británico del siglo XX, a la altura de un Laurence Olivier o un John Gielgud. Sin embargo el nivel de ironía, cinismo y crítica contra la burguesía y nobleza británica, eran parte de su toque de distinción por encima de los autores contemporáneos. La obra Easy Virtue fue uno de sus primeros éxitos. La escribió cuando tenía veintitantos de años, y tal fue su repercusión que un joven director británico de 29 años y un futuro prometedor, llamado Alfred Hitchcock, hizo una película muda sobre la obra que no tuvo demasiada difusión, a comparación del resto de la obra del director. Es por esto, que a 80 años de aquel estreno, el director australiano, Stephan Elliott que tuvo un interesante debut cinematográfico hace unos 16 años atrás con Priscilla, Reina del Desierto (donde se destacaban como travestis, los desconocidos, Guy Pearce y Hugo Weaving, junto al veterano Terence Stamp) a lo que le siguieron films bastantes convencionales, adapta nuevamente esta obra de Coward, con resultados, bastante más trascendentales. El joven y aristocrático John Whitaker, se casa con una corredora de autos estadounidense, de orígenes humildes, Larita y la lleva a Inglaterra, a las tierras de su noble familia, una mansión monumental, donde viven su altanera madre, su rezagado padre, veterano de la Primera Guerra Mundial, y sus dos tímidas hermanas, junto a toda la servidumbre, por supuesto. La llegada de la joven, bella, atractiva, rebelde, contrasta con la elegancia, clase, y conservadoras tradiciones de la aristocracia británica, despertando celos y suspicacias. Especialmente de la madre, Verónica, quien no solo ve en ella una competencia, una usurpadora de su hijo, sino la razón por la que puede caer toda su distinción en la sociedad. Pronto entre ambas habrá una lucha de poder, donde Verónica, tratará de convencerla de que se divorcie de John y se vaya de la casa. Sin embargo la convivencia con el resto de la familia no será tan fácil tampoco. Esta aparente comedia satírica contra las clases nobles británicas de los años ’20 mantiene el cinismo y el típico humor británico, para desnudar y criticar la frialdad de sus reacciones, de sus intenciones, las falsas apariencias y el doble discurso. Juego de modernidad y conservadurismo, en todos los aspectos (el más obvio es una carrera entre una moto y caballos), donde las posiciones de dos continentes (dos generaciones, dos clases sociales) lleva a sacar las verdaderas máscaras de las personas. Elliott es sútil, irónico y original para poner la cámara y la estética. Desde homenajes a los afiches, el cine mudo, hasta el uso y abuso de espejos, planos secuencias llamativos, se nota que Elliot quiere destacarse sobre las tradicionales transposiciones de época. Los momentos humorísticos son efectivos, e inclusive no molesta la teatralidad de la mayoría de las escenas. Sin embargo, en la mitad de la obra, cuando esta se vuelve, previsiblemente dramática, la película empieza a decaer un poco, aunque el remate final es de por sí divertido y coherente con el resto de la película. Abundan homenajes y Elliott, al contrario de Hitchcock, decide no profundizar demasiado el aspecto policial de la misma. Como siempre, el maestro del suspenso, no podía con su genio y convirtió una comedia en un thriller con juicio y todo. Este aspecto, Elliott lo eludió por completo, abocándose a criticar las miserias de la clase noble, y explotando a los personajes, especialmente de los padres de John, así como demostrando el estado psicológico de los soldados, sin importar la clase social, tras una guerra. Impecable en la reconstrucción histórica, Elliott acierta en la elección de la mayor parte del elenco, sobretodo en los excelentes Kristin Scott Thomas y Colin Firth como los padres de John. Sorprende la bella Jessica Biel, demostrando que puede tener un personaje más complejo que la típica sex symbol de las mediocres comedias, películas de terror y acción en las que participó en Estados Unidos. También se destacan, la no tan reconocidas Kimberly Nixon y Katherine Parkinson como las hermanas de John y Kris Marshall como el sirviente, en el cual Elliott, se da libertad para incluir homenajes a Alec Guiness y La Fiesta Inolvidable. El que desentona en este elenco es el “Príncipe Caspian”, Ben Barnes como el joven John Whitaker. Parece que un personaje complejo, más allá de lo superficial e ingenuo que parezca todavía le queda grande. Esperemos que sea mejor su interpretación como Dorian Gray. Otro elemento muy destacable en la película es la excelente banda sonora, a cargo de la “Easy Virtue Orchestra” conformada por el propio Elliott y el elenco, que interpreta temas escritos principalmente por Cole Porter, algún que otro tema contemporáneo (como “Sex Bomb”) en tono de Foxtrot, y temas del mismísimo Noel Coward, lo que conforma un homenaje completo hacia la obra de este gran artista. Buenas Costumbres es una comedia entretenida y pasatista, que recuerda un poco al cine de Robert Altman, pero con menos profundidad e implicancias sociales, y por supuesto, sin las intenciones transgresoras, del director de M.A.S.H. quien sin duda, hubiese sido el director ideal para esta película.
Amores en guerra "Buenas costumbres", elenco eficiente y dosis medida del clásico humor británico. Con el telón de fondo de la sociedad británica de entreguerras, la película Buenas costumbres de Stephan Elliott hace honor al universo de Noel Coward, autor de Easy Virtue. Fiel a cierto aire anacrónico, aunque con el siempre actual humor inglés, la comedia ofrece un buen elenco y un conflicto que evita toda estridencia. John (Ben Barnes), un joven rico y mimado de su madre (Kristin Scott Thomas), se casa con una mujer de Detroit, ganadora del Grand prix de Montecarlo (Jessica Biel). La llegada de la pareja al hogar paterno desencadena reacciones, diálogos como puñaladas y miradas amargas en torno a un modo de vida que se sostiene con voluntad de hierro. “Eres inglesa, finge”, dice el padre, Colin Firth, a una de las hermanas de John ante la inminente catástrofe familiar. La película recuerda el tono y parte de la anécdota de Match point, pero en este caso nada crece, avanza ni cobra envergadura como ocurría en la película de Woody Allen. La fotografía que transmite el frío del otoño en el campo londinense, donde las relaciones familiares soportan una niebla perpetua, se equilibra con la música que mantiene el guión dentro del cauce de la comedia, gracias a los ritmos de época. El elenco se mueve alrededor de Kristin Scott Thomas y Jessica Biel, protagonistas del conflicto entre la matrona a la que la guerra ha endurecido, y la nuera que no puede adaptarse al estilo de vida de la familia del cándido John. Aun cuando los rasgos de las mujeres son estereotipados, logran momentos de sarcasmo y humor mortífero, recurso que agota el planteo. Jessica Biel luce su vestuario de mujer de mundo en medio de las salas victorianas y convence de a ratos, ya que el tono agridulce sólo aparece en Colin Firth y Kristin Scott Thomas, actores que mejoran el boceto de sus roles. El resto del elenco sigue la tradición de la comedia inglesa, con papeles impecables como el del mayordomo Furber (Kris Marshall). En tanto, el desenlace es un acto voluntario de esas almas siempre en guerra.
Después de nueve años de ausencia, el director australiano de Las aventuras de Priscila vuelve con esta comedia de costumbres basada en una novela de Noel Coward, que tuvo su primera versión cinematográfica en manos de Alfred Hitchcock en 1928, curiosa e inteligente adaptación, pues el maestro inglés la rodó en tiempos de cine mudo siendo una novela articulada en su discurso. Lúdica y liviana, Buenas costumbres organiza su centro narrativo a propósito de la visita del único hijo varón de una familia aristocrática inglesa, quien regresa a casa con su nueva esposa, una norteamericana, no solamente mayor, sino también con una traumática experiencia matrimonial previa. El encuentro entre suegra (Kristin Scott Thomas) y nuera (Jessica Biel, en un papel hecho a su medida) sintetiza una colisión cultural, o más precisamente entre la moral de la época victoriana tardía y otras reglas de conducta, más libertarias y menos tradicionalistas, características de lo que Francis Scott Fitzgerald denominó la “era del jazz”. Buenas costumbres se sostiene en sus diálogos y en la eficiencia dramática de sus intérpretes, aunque por momentos parece convertirse en una obra teatral filmada, algo que Elliott advierte y que intenta conjurar apostando a encuadres menos convencionales y algún que otro plano elegante (la mayoría involucra espejos o, en su defecto, el reflejo de Scott Thomas en una bola de billar). Su humor esquemático y el inverosímil y poco lógico toque edípico de su epílogo, precedido por un ridículo tango argentino, no impiden que Buenas costumbres funcione como un pasatiempo legítimo, sin dejar por esto de ofrecer un bosquejo de la decadencia aristocrática y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en la intimidad de sus personajes.
Una familia con clase es una comedia, o por lo menos esa es la clasificación oficial de género, basada en la obra homónima de Noel Coward. Éste libro ya había sido previamente llevada al cine en 1928 por Alfred Hitchcock. Larita (Jessica Biel) es americana y conoce en el sur de Francia a John (Ben Barnes), un joven inglés. Ambos quedan perdidamente enamorados, y se casan impulsivamente, pero al volver a Inglaterra se le hará muy difícil a esta joven yankee lograr la aceptación por parte de su familia política. Toda la película gira en torno a esa temática común, los esfuerzos de Larita por lograr su aceptación, la batalla que le declaran su suegra y cuñadas, y la rebeldía de esta americana tras no lograr ser admitida. Este film se caracteriza por la sutileza de los diálogos y la acidez e ironía de los chistes que se deslizan en ellos, muchas veces casi imperceptibles. Si bien está catalogada como comedia, tiene un ritmo muy lento para serlo; y excepto uno o dos momentos, el humor explícito es casi inexistente. Además, sobre el final, la película da un giro y parece que estuviésemos viendo un drama. Aunque este es el típico humor inglés, el cual siempre ha tenido una difícil recepción entre el público latino.
Seguramente será ésta la semana cinematográfica más británica del año con tres sobre cuatro estrenos ambientados en Inglaterra Además de la presentación de la estupenda “Final de partida”, ganadora (japonesa) del Oscar extranjero del año pasado, la cartelera porteña se renueva con otras tres producciones, todas coincidentemente ambientadas en la Inglaterra de tiempos atrás. Por un lado “La joven Victoria” refiere a los primeros años de la reina que gobernó entre 1837 y 1901, destacándose la buena actuación de Emily Blunt (“El diablo viste a la moda”). Cabe el reparo de que supera largamente en belleza a la famosa soberana y al hecho de que la mirada del film es excesivamente complaciente y algo maniquea. “Sherlock Holmes” del inglés Guy Ritchie es en verdad una producción norteamericana, pero el personaje creado por Arthur Conan Doyle es absolutamente británico, pese a ser interpretado por el americano Robert Downey Jr,, que ya había recreado a otro inglés, nada menos que a Chaplin. Lo acompaña otro inglés, Jude Law, como un atípico Watson y se distingue Mark Strong como el siniestro Lord Blackwood. Este mismo actor también tiene un rol importante en “La joven Victoria”. Se trata de una versión donde predomina la acción, muy en línea con anteriores films del ex de Madonna (“”Juegos, trampas y dos armas humeantes”, “Snatch, cerdos y diamantes”, “RocknRolla”). Finalmente nos queda “Buenas costumbres”, realización a la que se dedica el resto de esta nota. Dirigida por Stephan Elliott (“Las aventuras de Priscilla, reina del desierto”), fue escrita por Noel Coward, bajo el título original de “Easy Virtue”. De hecho hubo una versión anterior de 1928, dirigida por Alfred Hitchcock, pero la referencia termina allí pues se trata apenas de un film mudo de alguien que aún no había alcanzado a mostrar su maestría posterior, básicamente a partir de la década del ’30. Sobresalen en “Buenas costumbres” las actuaciones de actores en su mayoría ingleses, aunque quizás sea Jessica Biel quien más sorprenda. La actriz de “Blade: Trinity” y “El ilusionista” compone a una joven y desprejuiciada norteamericana, corredora de autos de carrera, que logra atrapar a un inglés de noble estirpe. Los problemas empiezan cuando John Whittaker (Ben Barnes) llega a la residencia junto a su esposa y ésta debe enfrentar a sus nuevos parientes. El problema mayor será su suegra, que la recibirá con poco entusiasmo y creciente recelo. Interpretado por Kristin Scott Thomas (“Hace mucho que te quiero”), el personaje daba para mayor lucimiento y uno podría imaginar mejores resultados de haber sido la actriz seleccionada una Helen Mirren o Vanessa Redgrave por ejemplo. En cambio, es muy adecuada la elección de Colin Firth (“Valmont”, “Mamma Mia!” ) como el hastiado (de su esposa) Mr Whittaker. Una vuelta de tuerca al final lo tendrá como personaje relevante a contrapelo del resto de la familia, cuyas dos hijas chocarán fuertemente con la mentalidad liberal de la visitante. Kris Marshall (“Muerte en un funeral”) compone con acierto a un mayordomo que todas se las sabe. Por momentos esta comedia costumbrista apela a un humor algo forzado, como en una escena en la que el perro de la señora Whittaker sufre un contratiempo. Tampoco convencen siempre las salidas brillantes de la joven norteamericana frente a lo opaco de la respuestas de la ama de casa. La música es estridente con varios temas de Cole Porter que harían la delicia de un Woody Allen y que acompañan bien a la época en que tiene lugar la historia. “Buenas costumbres” es un título no desdeñable que demuestra una vez más la vigencia del cine inglés.
Basada en una sarcástica obra de Noel Coward, Buenas costumbres cuenta con la inesperada mirada del director de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, Stephan Elliott. Se trata de la reaparición de un realizador muy poco prolífico, el film nombrado, su ópera prima, data de 1994, y su segunda pieza ya tiene casi diez años de estrenada. Y este cineasta australiano que tiene aquí el desafío de adaptar a este prestigioso autor al frente de un elenco repleto de figuras, se puede decir que arriba a buen puerto, sin apartarse del espíritu del dramaturgo y aportando algunos toques ácidos y de humor grotesco que aggiornan al original. El arranque de Buenas costumbres muestra imágenes proyectadas en un cine de los años veinte que combinan tomas de archivo con agregados digitales actuales que dan la sensación que el film va a transitar por el terreno de la gran recreación de época con historias cruzadas entre muchos personajes. Pero no, la trama nunca se diversifica demasiado, restringiéndose a un enfrentamiento entre una dama de buena familia británica que transita su decadencia y su flamante nuera, una sexy y glamorosa joven mujer estadounidense que además está adelantada a su tiempo –aún hoy lo estaría-, ya que es corredora y líder en carreras de autos. Un joven, frívolo y –en apariencia- acaudalado caballero inglés se casa impetuosamente con ella y al poco tiempo la lleva a su hogar familiar, confrontándola inconcientemente con su rigurosa, hiriente pero a la vez lúcida y sabia madre. La dinámica familiar que gira alrededor de ellas dos, incluyendo la servidumbre, los allegados, las costumbres y pasatiempos al aire libre, funcionan como un sustancioso desfile que caracteriza a un film que atrae sin pausas pero que no mueve a grandes reflexiones. Tampoco son muy necesarias, estas Buenas costumbres redondean un momento de agradable buen cine con estupendos intérpretes como Kristin Scott Thomas, Colin Firth, Kris Marshall y la cada vez más bella Jessica Biel.