Igualita a... Desde Italia, llega esta comedia de Edoardo Leo que guarda un parecido inevitable con Igualita a mí (2010) de Diego Kaplan. Más allá del “homenaje”, la película está plagada de lugares comunes y el final es previsible desde los primeros minutos. Andrea es un hombre que, a pesar de rondar los 40 años, vive como un veinteañero. Aprovecha su puesto de ejecutivo publicitario para vivir de fiesta y frecuentar a hermosas jóvenes que podrían ser sus hijas. Pero sufrirá un golpe de efecto cuando se presente una adolescente en la puerta de su casa alegando ser su hija. A partir de aquí la vida de Andrea irá en picada. Sus ideas no son tenidas en cuenta en el trabajo, la relación con su amigo de toda la vida se desgastará, sus padres se divorcian y se enamora de la profesora de educación física de su hija. Y como si esto no bastara, también se las tiene que ver con el abuelo de su hija, un ex rockero de 60 años sonámbulo y que se la pasa dando consejos a todos los otros personajes. Hay un problema evidente en Buongiorno Papá (2013): la idea no es original. Hace cuatro años llegaba a las salas de nuestro país Igualita a mí de Diego Kaplan dónde se aborda la misma temática. Tipos que cerca de los cuatro decenios viven como jóvenes hasta que un descuido de su juventud se hace presente en sus vidas y, como si nada, deciden encarrilar sus vidas. En el film de Edoardo Leo, los gags previsibles y tontos no funcionan y, a pesar de las aceptables actuaciones del elenco, nunca termina de levantar vuelo. La película pretende sentar un precedente en el género y nada se encuentra más alejado del legado de Mario Monicelli y Dino Risi, fundadores de la 'commedia all'italiana’.
Una hija adolescente e inesperada Hace rato que Raoul Bova ha probado ser algo más que el galán sexy que, a los 43 años, sigue de moda en Italia. Ahora, ensaya la comedia en un papel a su medida: el de Andrea, un casi cuarentón coqueto y frívolo que disfruta de su pinta, de su soltería y de sus amoríos, preferentemente fugaces. Oportunidades le sobran; trabaja para una agencia de publicidad como experto en filtrar marcas comerciales en producciones de cine o TV; vive solo, o mejor: en compañía de un amigo desocupado, pero leal y respetuoso del papel (secundario) que le toca en el reparto de roles. La buena vida, pura libertad y pocos compromisos, va viento en popa para Andrea, hasta el día en que Layla, una jovencita de 17 años, irrumpe en su casa y dice ser su hija: una de la que nunca tuvo noticias y fue fruto de un encuentro juvenil y pasajero. La chica ha perdido a la madre hace poco, pero le quedó el diario íntimo de la fallecida en el que figura su historia y la identidad del que repentinamente deberá ahora asumir la condición de padre. El ADN confirma que el mundo de Andrea se llenará de complicaciones porque además Layla no llegó sola, sino con su abuelo materno, un veterano y estrafalario ex rockero, sonámbulo y a veces bastante sabio. Como podrá imaginarse, a partir de ahí, todo se alborota en torno a Andrea y no sólo por las inesperadas visitas y por los conflictos que se generarán entre padre e hija. Tragicómicas situaciones irán sucediéndose -algunas, con pizcas de sentimentalismo- aportando escasas sorpresas y una más bien exigua dosis de humor, aunque a los personajes -en especial los secundarios, entre los que, claro, también figura una bella profesora que influirá en la conducta del protagonista y lo hará madurar- no les falta cierta simpatía. Debe reconocerse que el film ahorra vulgaridades a la hora de hacer reír, pero de todos modos lo que ofrece -una historia liviana, previsible y generosa en clichés, esporádicos chistes, algunos giros emotivos, alusiones a Kubrick, Moretti, Spielberg y Richard Gere o a las publicidades introducidas en unos cuantos films famosos- parece poco para llegar a echar, como pretende, un soplo refrescante sobre la comedia italiana.
Commedia all'italiana Andrea (Raoul Bova) tiene 38 años, es un típico galán mujeriego, superficial, suerte de adolescente tardío y exitoso ejecutivo publicitario (más precisamente trabaja para una empresa de product placement en películas) que vive en un hermosa casa junto a un amigo bastante patético e incondicional (el también director Edoardo Leo) al que maltrata casi sin darse cuenta. Todo es fiesta, alcohol y modelos para este antihéroe perfecto hasta que aparece en su vida Layla (Rosabell Laurenti Sellers), una chica de 17 años (con su “rebelde” pelo teñido) que asegura ser su hija. El típico chanta italiano trata de zafar como puede, pero finalmente no tendrá más remedio que aceptar que Layla -cuya madre ha muerto- es efectivamente hija suya. Y allí empezarán las desventuras, los enredos de este padre improvisado, torpe y culpógeno ¿Les suena? Sí, la trama tiene no pocas similitudes con Igualita a mí, la comedia de Diego Kaplan con Adrián Suar y Florencia Bertotti, y con muchos otros productos sobre paternidades inesperadas y segundas oportunidades. La película es, efectivamente, una sucesión, una acumulación de lugares comunes y estereotipos, pero -al menos- Leo no intenta disimularlos y hasta se ríe de ellos. Se trata de una comedia ligera y convencional, por momentos simpática, un poco boba, es cierto, pero finalmente bastante disfrutable. Hay un par de personajes secundarios inspirados (un viejo rockero hippie que es el abuelo canchero de Layla) y una fluidez que se agradece. No estamos ante uno de esos exponentes del cine italiano más audaz, pero como producto del mainstream no irrita y hasta entretiene.
Costumbrismo sin la gracia de antes Andrea, alrededor de 40 bien llevados, creativo de una agencia publicitaria, fachero con probado respaldo, estado civil langa, cierto día se desayuna con que tiene una hija ya adolescente, tipo punkie doméstica, no agresiva pero tampoco manejable. Y que dicha hija, huérfana de madre, viene en combo con el abuelo. Grasa canchero. Rockero. Que rebautiza al otro como Andrew, y se instala sin fecha de salida. El reparto se completa con los padres de Andrea, el amigo sensible, débil de carácter pero más comprensivo para ciertas cosas, la profesora de gimnasia fuerte de carácter pero accesible a cierta altura, el dueño de la agencia, que reclama dedicación despierta, un meritorio, una adolescente suelta de cuerpo que ya conoce la noche y va a la misma división que la punkie, unos amigos rockeros del abuelo. Como cabe imaginar con toda esa gente, pasa lo que cabe imaginar. Los guionistas de esta historia no pretenden ser originales, sino cordiales, y así consiguen una comedia familiar en ese tono, sin mayores sorpresas pero con mantenida simpatía. En síntesis, "Buongiorno, papá resulta mejor que varias comedias norteamericanas sobre asunto parecido, aunque no tan buena como la nacional "Igualita a mí, con la que coincide en varios puntos de partida pero luego se abre a otros rumbos. A propósito de rumbos, hay unas tomas muy fugaces de Siena y Orvieto, un toquecito a lo "Carrozas de fuego" para una escena de deporte escolar, y final feliz. Se pasa el rato sanamente y en familia. Director y coguionista, Edoardo Leo, un petiso que además se reservó el antedicho papel de amigo sensible, débil de carácter pero más comprensivo para ciertas cosas. Popular en Italia, acá apenas lo vimos en un papelito de reportero dentro del film de Woody Allen "A Roma con amor". A señalar, la creación de Marco Giallini como el viejo rockero. Para comparar: el parecido del protagonista Raoul Bova con Terence Hill. Para tener en cuenta: si todo se concreta, la próxima película de Bova será "Gardel", donde le tocaría representar al barón Wakefield junto a Jean Dujardin ("El artista"), Mia Maestro y Joanne Whalley, que haría la baronesa enamorada del Zorzal, todo con producción de Luc Besson sobre vieja historia de Enrique Cadicamo.
Buongiorno papá, aun típica “comedia all´Italiana”, con un guion previsible, buenos personajes secundarios y muy liviana para la rica historia del cine Italiano. Raoul Bova ha probado ser algo más que un galán sexy que, a los 43 años, sigue de moda en Italia. En Buongiorno papá es Andrea, un cuarentón metrosexual, que le gusta la joda y tiene una buena posición económica gracias a ser un agente publicitario que cierra negocios con cine y tv. Vive en compañía de su leal amigo desocupado, Edoardo Leo y llevan juntos una aparente buena vida. Todo cambia cuando golpea a su puerta una chica, Layla, quien dice ser su hija. Desde el momento de la llegada de layla, como uno se puede imaginar, todo se empieza a embrollar. Layla llega con su abuelo, ambos viven de acampe en acampe y se instalan en su casa, tiene que buscarle colegio, su vida amorosa se ve afectada ya que no puede llevar las mujeres que normalmente llevada a su piso de casi soltero, problemas con sus padres, etc, etc y etc. Buongiorno papá esta llena de lugares comunes, de estereotipos y chicles, pero el director los busca y decide jugar con ellos en lugar de escaparles. Resulta en una comedia superficial, simplona por momentos y costumbrista, pero también efectiva que no lograra sacar grandes carcajadas pero si mas de una sonrisa. Buongirno papá no pretende sentar un precedente en el genero, sin no mas bien jugar con la comedia y con los recursos que logra explotar como quiere. No quedara en la historia como las películas de Monicelli ni de Gassman ni de Tognazzi, pero sin dudas en lo que a cine de comedia se refiere hoy en día, les pasa muy por arriba a grandes producciones Hollywwodense.
Responsable a la fuerza Resulta ineludible trazar el paralelismo entre esta comedia exitosa que batió records de taquilla en Italia y la película de Diego Kaplan protagonizada por el productor y actor Adrián Suar, Igualita a mí, básicamente por tratarse de la misma historia: un cuarentón metrosexual, quien padece el complejo de la adolescencia perpetua recibe la inesperada visita de una joven adolescente que le comunica que es su hija y que su madre ha fallecido, causa que la ha dejado en manos de su abuelo, quien no puede hacerse cargo de ella. Si uno pretende evitar las comparaciones para avanzar en el análisis debe decirse que en el caso de la versión italiana hay un mejor desempeño de los personajes secundarios como el amigo buenudo del protagonista a cargo del propio director Edoardo Leo y un abuelo ex rockero y sonámbulo, quien pone la cuota de humor absurdo con sus ocurrencias frente a una catarata de lugares comunes que si bien no desentonan tampoco aportan nada novedoso. Tal vez alguna que otra referencia al posicionamiento de producto en películas con fines meramente comerciales, trabajo del protagonista, en contraste con referencias de directores y películas de culto como 2001, odisea del espacio trazan una línea con cierta mirada crítica a la industria aunque desde la banda de sonido con temas comerciales se argumente todo lo contrario. Así las cosas, Boungiorno papá aplica con eficacia la fórmula de la comedia familiar de recomposición de los lazos afectivos y la transformación a partir de la relación padre ausente - hija desconocida con algunos toques de humor liviano que alcanzan para convocar un amplio espectro de público, quizá el mismo que vio con buenos ojos aquella película con Adrián Suar.
Buongiorno papa es una comedia sencilla con buenas actuaciones. No nos cuenta nada nuevo pero a medida que transcurre el relato se va generando una empatía cada vez mayor con sus queribles personajes. buongiorno-papa Andrea es un publicista exitoso, que tiene casi 40 años, pero que aún vive con su amigo Paolo, -actor y director-. En el film, un hombre en aparente contrapunto con su amigo, y carente de la fuerza necesaria para llevar adelantes sus sueños. Andrea asiste a discotecas como un adolescente, y su única responsabilidad es él. Algo así como una especie de adonis superficial y egoísta, un perfecto metrosexual. Un día de pronto le golpean la puerta de su casa, y se entera que tiene una hija adolescente, que viene con su abuelo, un rockero sesentista, y esto es para quedarse provisoriamente. Pronto se entera, que la madre de Layla a muerto, y se enfrenta de un día para otro con una realidad, que difiere radicalmente de la suya. Tiene en su casa un letrero de neón que dice: “I am mine”, una clara alusión a su personalidad egocéntrica, y a la canción de Pearl Jam: “Los egoístas, están todos parados en la fila… “. Una historia que habla del sinsentido de parte de la sociedad actual, y que no es Italia claramente, sino el mundo. Una sociedad cuyos valores no son los sentimientos, o el sentido de familia, sino en todo caso la fama, el dinero y el poder. La cual está más preocupada por tener, que por ser, o para preguntarse –en todo caso- para que vinimos al mundo. Todo esto subyace en tono de comedia, aunque no obstante todos sus personajes deban perderse a sí mismos, para saber quiénes son, y cuáles son sus razones para vivir de acá en más. En síntesis, una convencional Commedia all’italiana con lugares y situaciones comunes, pero que sin lugar a dudas cumple con el objetivo de entretener, y algo más.
Todo previsible y correcto Se supone que Buongiorno, papá es italiana, pero parece la remake de una comedia estadounidense, del estilo de alguna de esas pavadas que en sus malas época protagonizaba Matthew McConaughey. Todo está fríamente calculado para que riamos, nos emocionemos, riamos otra vez y nos vayamos a casa reconciliados con la vida. Pero no ocurre nada de eso, y nos vamos a casa peleados con el cine. Hay un carilindo (Raoul Bova, el McConaughey tano) que anda por los 40 pero se niega a asumir las responsabilidades que supuestamente acarrea la edad y sigue viviendo como un playboy veinteañero, seduciendo y abandonando a toda mujer que le pasa cerca. Es frívolo, superficial, egocéntrico. Hasta que un día le toca el timbre una adolescente de 17 años que jura ser su hija: una lección que la vida le manda para redimirse. Esta fábula moral está adornada por una serie de personajes que intentan ser encantadores pero son irritantes. Está el estereotipo del rockero viejo, bohemio y adorable, y está el amigo tierno y perdedor del galán, que es interpretado por el propio director, Edoardo Leo, un actor de larga y reconocida trayectoria que en Buongiorno, papá hizo su segunda experiencia detrás de cámara en largometrajes. A favor de la película hay que decir que pueden rescatarse un par de gags pasables. Pero todo es tan previsible y políticamente correcto que cualquier atisbo de humor queda ahogado. Parece haber una búsqueda deliberada por no inquietar al espectador, y se lo termina subestimando: no puede ocurrir nada que trasgreda la moral y las buenas costumbres, y todo tiene que cerrar, resolverse sin fisuras y ser redondo. Demagogia pura.
Culto a la obviedad Los efectos que una película de género produce en el espectador siempre serán materia subjetiva. Sin embargo, no creo que Buongiorno papá soporte un testeo con algún resultado favorable en diez, cien o mil personas. Se trata de una comedia insulsa que no supera siquiera la medianía de una tira dominguera televisiva. Plagada de lugares comunes y de resoluciones mecánicas, es similar a los empaquetados de una góndola de supermercado, porque una cosa es hacer de una premisa simple y trillada (un adolescente tardío se desayuna un día que tiene una hija, o sea, el conocido caso de la paternidad llovida) una historia con matices, buen gusto, que no insulte la inteligencia del espectador, y otra cosa muy distinta, escenificar esa premisa burdamente con los mecanismos más básicos que existen. Ver esta clase de propuestas es como acceder a un juego sin necesidad de leer el reglamento. Andrea es el protagonista, un solterón que trabaja como productor y se encarga de insertar publicidades en los films. Vive con su amigo Paolo, especie de sombra que encarna al tonto y secunda al hombre exitoso. Un día, de la nada, aparece Layla, una adolescente que dice ser su hija. Con ella, el abuelo, un rockero viejo y ridículo, bien estereotipado. Más adelante, el rol femenino que no podía faltar: la profesora histérica que deviene en potencial pareja del incorregible héroe. Así se construyen los personajes, con un nivel de chatura alarmante. El trilladísimo vínculo de padre/hija irá evolucionando hasta que todo cuadre, a base de golpes de efecto matizados con música empalagosa, situaciones sin gracia y diálogos que venden profundidad desde la obviedad más absoluta (en un momento, la chica le dirá a Andrea luego de sacarle fotos: “trato de encuadrarte porque no sé quién sos”), al punto que hay que explicar hasta las metáforas. De todos modos, el rasgo menos perdonable es el desprecio de este bodrio hacia las posibilidades que el humor puede generar desde una lógica subversiva. Aquí todo funciona a la inversa en un posicionamiento retrógrado y reaccionario; su lema consiste en corregir todo aquello que se lea como transgresor. Al que disfruta y vive como quiere lo bañamos de responsabilidad; a la madre de Andrea, en crisis matrimonial, la acomodamos luego de hacernos creer que encauzaría su deseo. Todos los rasgos de personalidad son neutralizados con los peores engranajes de reparación moralista. Así de ch(a/o)ta es esta película.
No está pasando un buen momento la comedia italiana en sus niveles cinematográficos, al menos por lo que nos llega año a año. Influenciada por un lenguaje netamente televisivo y por guiones que construyen personajes más cercanos a la sitcom norteamericana que a la idiosincrasia tana. El cine de aquél país (no es el único) está perdiendo esa identidad que lo caracteriza, a tal punto que nadie debería sorprenderse si usáramos el término “Hollywood Friendly” para definir lo último que vimos en muestras, en festivales y en los estrenos vernáculos. Menos mal que en los otros géneros andan bien por allá. El de “Buongiorno papá” debe ser uno de los casos más repetidos de los últimos tiempos: cuarentón ganador y/o pintón a quien de la noche a la mañana le aparece una hija. Sin ir más lejos este año tuvimos la desagradable experiencia de ver la mexicana “No se aceptan devoluciones” (2013). Un calco casi. Andrea (Raoul Bova) trabaja colocando publicidad encubierta en el mundo del cine. Convincente, chamuyero, elegante, buen auto, buen levante con las chicas (siempre algo menores que él), Andrea es el emblema del éxito en este mundo capitalista. Vive con su amigo Paolo (Edoardo Leo), un personaje bastante “buenudo” (más “…udo” que “buen…”, si me permite), pero buena gente. Ambos de alguna manera se complementan El mundo se viene abajo cuando una mañana aparece Layla (Rosabell Laurenti Sellers) clamando ser su hija. La nena entra como pancho por su casa explicando cómo pasó todo. Ni Andrea, ni ningún espectador que todavía esté despierto, le creen una palabra. La echa. Paolo le dice que no sea malo. Andrea la va a buscar y de paso, en un acto de bondad, deja entrar al abuelo, quien sale corriendo por la misma puerta es el verosímil. El abuelo Enzo (Marco Giallini) es un ex rockero que todavía fuma porro y se levanta a las seis de la mañana para tocar algunos riffs con la guitarra eléctrica. Que todos se queden en la casa dependerá de una futura prueba de ADN, y de todas las veces que Andrea dice basta, aunque todo siga como está porque si no “Buongiorno papá” no puede terminar. Predecible hasta en la compaginación, esta realización de Edoardo Leo parece más una carta de intención para ir a dirigir a la TV norteamericana que una película pensada en profundidad. Más raro aun es que tenga tres guionistas: Massimiliano Bruno, Herbert Simone Paragnani y el propio Edoardo Leo. Sería interesante espiar la grabación de alguna reunión entre ellos. ¿De qué habrán hablado? De cine no, está claro. Y menos, de ésta película. Es como si cada uno se hubiese concentrado en un personaje sin molestarse en ensamblarlos luego. Construirles un vínculo para que la cosa funcione. Así, la posibilidad de sonreír irá de la mano de la empatía que cada uno tenga por la nena, el papá, o el nono. La historia anda con piloto automático. Se hace lo que dice el libreto sin muchas luces ni ganas. Como desde un principio sabemos quién va a aprender una buena lección, tendrá su momento para reflexionar, crecer y asumir responsabilidades, no hay lugar alguno para vueltas de tuerca, giros dramáticos ni nada. Obviamente si nadie vio ninguna de las anteriores versiones del mismo guión, probablemente llegue a cierto nivel de simpatía, siempre y cuando esté dispuesto a creer todo lo que le den. Arrivederci.
Hay algo que atraviesa a "Buongiorno Papa" (Italia, 2013) que permite una identificación inmediata con la trama y sus personajes. Esta comedia de y con Edoardo Leo (en un papel secundario) trabaja con una formula archiconocida que va depositando, a medida que avanza la narración, algo que se podría nombrar como "conocimiento previo" y que adelanta la acción. Pero esto no le juega en contra, sino, todo lo contrario. La definición de placer de género que Jesús Martin Barbero le aludía a un discurso iterativo, redundante y clásico como la telenovela, también se puede ajustar a este filme y a muchos otros que, con fondos y estrella provenientes de la TV, terminan generando discursos específicos y que, a la larga, son consumidos masivamente. Claramente "Buongiorno..." no escapa a esta regla y se presenta como una comedia de contratiempos, con “Igualita a mí” como claro referente cercano y que funda su humor en el contraste de los protagonistas y cierto absurdo. Andrea (Raoul Bova) no quiere asumir compromisos ni mucho menos su propia debacle frente a la edad que posee, y de sorpresa le aparece Layla (Rosabell Laurenti Sellers)) una adolescente que dice ser su hija. Mujeriego empedernido, amante de excesos y del exhibicionismo, Andrea acepta a regañadientes el planteo y entre ambos (y la serie de personajes secundarios) irán conformando una relación que, ahora sí, "placer de género" mediante, se desarrollara de manera previsible y lineal. "Buongiorno..." es un filme pequeño, con una fuerte impronta televisiva y que por momentos tiende a distorsionar su origen cinematográfico, pero que suma una galería de personajes secundarios (los padres de Andrea, la profesora de Layla, Enzo, etc…) para paliar la previsibilidad de su propuesta. Pero esto no quiere decir que no se disfrute, sino que suma, y por ejemplo hay momentos muy divertidos que terminan cerrando el origen de su propuesta e impulso y que incluye a varias generaciones de parejas en la trama. De cuidada producción, con escenarios casi teatrales en los que la cámara se introduce sin ningún artificio, obviamente no hay virtuosismo en la dirección, pero claro está, tampoco se lo pedimos. Hay un plus que brinda la película y que es poder recorrer una vez más los míticos estudios de Cinecitta, aquellos en los que miles de historia se desarrollaron y que aún siguen haciéndolo. “Buongiorno Papa” cumple con sus premisas y eso no es algo menor.
Una comedia coral, con algunos toques dramáticos, llena de divertidos personajes, con un ritmo bien ágil, dentro de las actuaciones algunas se destacan más que otras pero no deja de caer en lugares comunes, resulta previsible y es para pasar el rato. Tiene alguna similitud a la película argentina “Igualita a mí”
Adolescente e igualita a su papá Andrea (Raoul Bova, Bajo el cielo de Toscana, Turistas) es un hombre de mediana edad, un publicista mujeriego y superficial que tiene un buen pasar. La diversión y aventuras de una sola noche son sus aficiones, y comparte domicilio con un amigo incondicional, respetuoso de la forma de vida que lleva el galán eterno que es su amigo. Claro que nada le garantiza a Andrea que la dicha sea eterna, así que un buen día aparece a tocar la puerta de su casa Layla, una adolescente de aspecto "extraño" que dice ser su hija y que ha venido a conocerlo. Si la sorpresa amenaza el estilo de vida del adolescente irreparable que es este hombre, el asunto se le pone más escabroso cuando detrás de la chica asoma su abuelo Enzo, un ex rockero impresentable... Y ambos parecen tener intención de quedarse por una larga temporada. Con algunas variantes y una producción un poco más onerosa, Buongiorno papá es la gemela argumental de la argentina Igualita a mí (2010), de Diego Kaplan, que protagonizaron Adrián Suar y Florencia Bertotti. Como aquella, la cinta italiana transcurre entre la negación inicial del hombre que se resiste a dejar una vida sin compromisos y debe asumir nada menos que una paternidad --probada por ADN-- y sin previo aviso. Buen humor y los infaltables pasajes sentimentales condimentan esta propuesta que, no por repetitiva, resulta menos atractiva, porque el cómo se cuenta el cuento es lo importante cuando los temas se acaban. Edoardo Leo toma el libro de Massimiliano Bruno (coguionista del filme) para dar opción a una historia sencilla, simpática y que, por unos días, le ofrece calidez a la cartelera local.