Cómo capitalizar la imaginación Después de Casa Coraggio (2017), Baltazar Tokman sigue los pasos de su hija con Buscando a Myu (2018), cíclico documental que propone mucho más que la búsqueda de un amigo imaginario. ¿Existe un universo únicamente compartido por los chicos? ¿Son realmente imaginarias esas visiones infantiles? Y lo más importante, ¿quién es Myu? Producido, dirigido y montado por Tokman Buscando a Myu es un sensitivo documental hecho desde la curiosidad. Motorizado por el amor a su hija, inicia esta progresiva búsqueda de Martina, su amiga imaginaria. Asimismo, se desprenden varias preguntas valiosas. En principio, el registro posee sentido cíclico porque el realizador coloca a Olivia en el centro de la escena para conectarse con su propio pasado. Myu era el amigo imaginario de Tokman. Apoyado en expertos, el director intenta encontrarle significado a este hecho que es trasversal a la niñez. Muchos dicen que los amigos imaginarios no son tales y que en realidad los chicos se comunican con seres del mas allá, esa facultad se da sólo hasta los 7 años. El análisis lo dejaremos para entendidos. La sustentabilidad del film logra conformarse mediante la atracción que tiene el cosmos infantil y su arma más poderosa, la imaginación. El cine es un estandarte histórico de esa búsqueda. Sensitivo hasta para el montaje, Tokman elabora atractivamente el documental. Música, fotografía y coordinación construyen este eficaz intento por encontrar el valor de la niñez. Además, Olivia hace lo suyo y traspasa la pantalla con el audaz recurso de la inocencia. Y su papa lo sabe. Desde lo público, propone volver a pensar la niñez, desde lo privado, es un lazo más que establece con la hija. Como sucede en Casa Coraggio, el cine de Tokman se inclina hacia los vínculos familiares genuinos. Su logística cinematográfica propone un canal de escape, un paréntesis en los renglones de la coyuntura, un elemento para ganarle al tiempo, que sólo puede fragmentarse a través de los recuerdos. La síntesis es ver a Olivia en la pileta hablando con alguien a quien únicamente ella puede representar.
Baltazar Tokman regresa al cine con una historia particular sobre la búsqueda familiar y los vínculos filiales. Si en sus producciones anteriores faltaba cierta suavidad a la hora de plantear algunos factores disparadores, al centrarse en el universo de su pequeña hija todo tiene otro matiz.
Los amigos imaginarios nunca fueron ajenos al cine. Harvey, con James Stewart -y un conejo de casi dos metros que sólo su personaje puede ver-, es el exponente más recordado y emotivo. Películas como El secreto de Cameron, de 1988, propone un acercamiento dentro del género de terror, mientras que Intensamente le daba un lugar especial y hasta lo hacía partícipe de la secuencia más desgarradora del film de Pixar. En el documental Buscando a Myu, Baltazar Tokman se adentra de lleno en este fenómeno tan propio de la infancia, y desde una perspectiva personal y novedosa. El punto de partida es Oliva, una nena que pasa las horas jugando con Marita, su amiga imaginaria, al parecer tan pequeña como ella. Emanuel Zaldua (alias Garrik), su padre, que también esun mago y psicólogo, no deja de filmarla. Él la comprende, porque de chico también mantuvo una amistad de esas características con Myu, aunque no pueda recordarlo con claridad. Esa inquietud lo lleva a emprender una investigación exhaustiva. Primero indaga en los casos de otros niños, y hasta de un joven con retraso madurativo. Luego las averiguaciones lo conducen por diferentes terrenos, como la psicología, la neurología, la religión y la parapsicología. Para los psicólogos, la interacción de los chicos con seres de su imaginación es normal y hasta ayudan a fortalecer su capacidad para socializar con otras personas. Por el lado de la religión católica, el link viene por el lado de los ángeles guardianes. Una mirada similar es la de especialista en gnomos y otros seres parecidos. ¿Pero es algo exclusivo de la infancia? Difícil asegurarlo cuando se presenta el caso de un hombre que escribe libros de índole oscura que, según segura, le son dictados por un ente que sólo pueden ver él y algunos de sus familiares. A través de sus documentales –I am mad y Casa Coraggi, entre otros-, Tokman suele adentrarse en la intimidad de una persona o núcleo familiar, evitando hacer juicios de valor, sin importar detalles delicados que la cámara registra. En Buscando a Myu logra su mejor obra por tratar un tema poco tenido en cuenta y por los recursos elegidos para plasmar su visión. Como en Casa Coraggio, mezcla documental con un registro propio de la ficción (Olivia es hija del director, pero quien representa a Tokman delante de cámara es Garrik). A eso se suman filmaciones en Super 8 y otras más actuales, con una cámara Go Pro, además de una serie de testimonios de especialistas de diferentes rubros. Al margen del tema central, Tokman también sabe tejer dos subtramas: una, vinculada al mundo de los chicos, con sus juegos y su pureza, y la otra, acerca del padre; al fin y al cabo, sus shows de magia pueden ser interpretados como una manera de sostener ese estado de maravilla que uno experimenta en toda su gloria durante los primeros años de vida. Buscando a Myu se destaca como experimento audiovisual, demostrando la capacidad del director para ofrecer propuestas cada vez más arriesgadas, y permite reencontrarse con un aspecto de la niñez que ejerce una especial fascinación.
La sola idea de que un niño tenga un amigo imaginario detonaría las alarmas de la locura en cualquier padre sensato. Sin embargo, sería de una sensatez mayor tratar de entender el por qué de la existencia de dicha figura en la vida del infante. Esta es la búsqueda que Baltazar Tokman se propone en Buscando a Myu. ¿Hablándole al Aire? Buscando a Myu cuenta la historia de Garrik, un mago y psicólogo, que descubre que su hija Olivia está hablando sola, aunque ella afirme que en realidad lo está haciendo con Marita, su amiga imaginaria. A partir de aquí la cámara de Tokman seguirá a Garrik en su búsqueda por entender de dónde viene Marita y por cuánto tiempo se quedará. La película toma el fenómeno de los amigos imaginarios y no busca en ningún momento pasar juicio de ninguna índole. Se toma el tema con toda la seriedad y el tacto requeridos al tratarse de la psiquis de una nena chiquita. La profundidad es abrumadora, ya que no se abarca solamente el fenómeno desde una perspectiva psicológica, sino física y hasta incluso espiritual. Retomemos esa palabra nuevamente: profundidad. Porque el desarrollo no queda limitado solamente a la hija de Garrik, sino que abarca varios otros testimonios de casos similares, e incluso el mismo sujeto indaga en el amigo imaginario que tuvo alguna vez. Por un momento, uno pensaría que el documental está apañanado una actitud nada saludable, pero los argumentos son bastante convincentes y los resultados a futuro en la vida de los niños por tener a estos “seres” en sus vidas no son tan funestos, como la premisa hace notar. Desde el costado técnico tenemos obviamente metraje filmado profesionalmente, pero también es mezclado con metraje tomado por celular que le suma ese ingrediente de intimidad que escapa a cualquier artificialidad posible en la puesta. Conclusión Completamente alejada del cliché y con un desprejuicio que conmueve, Buscando a Myu nos invita a adoptar la calma en vez de desesperar. A comprender en vez de juzgar. A valorar la imaginación y no a subestimarla.
El nuevo documental de Baltazar Tokman, "Buscando a Myu", es un trabajo tan personal como auténtico de la mano de uno de los documentalistas más originales del cine argentino. ¿Qué podemos hacer cuando vemos a un chico hablando solo como si estuviese hablando con alguien? Nada, dejarlo ser. Baltazar Tokman abraza el género documental para narrar historias únicas. "Buscando a Myu" es su quinto trabajo, y hasta ahora, ninguno de sus trabajos repite su estética. Sin embargo, si hay algo que los une es la necesidad de encontrar la peculiaridad dentro de las historias tradicionales. Puntos que en manos de otro realizador serían fragmentos que quizás no lograrían captar nuestra atención, en manos de Tokman se vuelven fascinantes. ¿Qué tienen en común un campeón de básquet, un grupo de chicos, un personaje signado por la locura, y una familia de tradición funebrera? Un mismo realizador otorgándoles un estilo tan curioso como atractivo. "Buscando a Myu" guarda alguna relación antojadiza con Planetario. Aquel trabajo en el que Tokman abordaba la maternidad y paternidad con sus variantes alrededor del mundo. Esta vez, podríamos decir que Baltazar nos habla de su propia paternidad, porque la principal protagonista, o disparador, es su hija; y en un registro casero, al igual que Planetario. Pero ahí culminan las similitudes. A partir de entonces, los caminos son diferentes. En realidad, tal como sucedía en la maravillosa "Casa Coraggio", "Buscando a Myu" crea un universo ficcional en el que no sabemos cuánto hay de realidad, y cuánto de fantasía; y francamente, no nos importa. Así, Olivia, la hija de Tokman, pasa a ser la hija de Garrik, que en realidad es Emiliano Zuldúa, mago y sociólogo, que descubre que su pequeña habla con Marita ¿Quién es Marita, por qué Garrik no la ve? Marita es la amiga imaginaria de la niña. Esta simple curiosidad, despierta todo una gama de interrogantes en Garrik/Tokman, que llevarán replantearse la existencia de Myu, su propio amigo imaginario de la infancia. Esto no es Bogus o Drop Dead Fred, olvídense de las situaciones risueñas con Gerard Depardieu y Rik Mayall. Tokman aborda el trabajo como una investigación, y el destino será impensado. Aquello que comienza como una curiosidad, como un padre contemplando la imaginación de su hija, y viendo cómo encuentra en esa amiga las excusas para tapar sus travesuras, pronto vuelca hacia una investigación profunda desde diferentes campos. Desde lo sociológico, lo psicológico, lo paranormal, y otras ramas científicas. Por "Buscando a Myu" desfilan todo tipo de personajes, y por más disparatados que parezcan en la premisa, Tokman los trata con el respeto del caso, volviendo verosímil hasta la teoría más incrédula. De golpe estamos en un abordaje de género, plagado de intrigas y misterios, con un clima que cala y nos transmite cierta inquietud. Tokman demuestra también ser un gran creador de climas. Con muchas escenas y giros que merecerían una historia y análisis aparte y que hasta nos damos el lujo de no adelantar para que nos tome de sorpresa. Un último volantazo nos llevará hacia el cuestionamiento del propio rol del documentalista, y su manipulación por lograr un objetivo. Si retrotraemos y vemos de dónde partimos, "Buscando a Myu", hace un recorrido increíble. Tokman parte de lo individual a lo macro, ramifica, y nunca pierde el foco. Construye seres entrañables, atrapantes, y en el medio genera más interrogantes de las que partió ¿Es necesario que las responda todas? No, la idea es que el espectador cree sus opiniones y hasta se permita un merecido debate. Como toda la filmografía del realizador de" I Am MAD", "Buscando a Myu" tendrá el mote de inclasificable; en un sentido bien entendido, es imposible de encasillar, todo preconcepto parece quedarle chico. De amigos imaginarios, de ficciones dentro de realidades, de mitos y leyendas, de padres que aman a sus hijas. Finalmente, esta peli se corona como un bellísimo “homenaje” que Baltazar Tokman le brinda a Olivia. El mejor regalo que un padre puede hacerle a una hija, descubrirse a él mismo dentro de ella.
Mundo imaginario Buscar respuestas en la ciencia para tratar de entender cómo funciona la mente de los niños cuando nos participan de sus invenciones y amigos imaginarios es la premisa de este nuevo proyecto de Baltazar Tokman. Al apelar a la disociación como recurso para explorar el universo de una niña y sus amigos imaginarios, surge la presencia de un mago y psicólogo, una vez más el artificio del cine en el medio de una posible investigación, que recoge experiencias y testimonios para tensar las relaciones entre la ciencia y la fe; entre el esoterismo y la pseudo espiritualidad. Tokman encuentra en la riqueza de la imaginación de una niña -que sabe también manipular las situaciones- la puerta para adentrarse en su pasado de niño y a veces generar empatía, a la vez que distancia con una galería de personajes que por momentos demuestran rasgos de pintorequismo, a veces ridiculez pero nunca con intenciones burlonas o arrogancia intelectual detrás del pretexto del artificio. Por momentos, la propuesta pierde el sentido y por otros redunda en un mismo planteo, que no la deja avanzar a terrenos más fértiles y profundos que hacen a la necesidad de intentar comprender algo que no es explicable en términos racionales.
Ese amigo del alma Como en la previa Casa Coraggio, en Buscando a Myu el realizador Baltazar Tokman difumina con alevosía las fronteras entre lo documental y lo creado artificialmente. En esta ocasión alrededor del tema de la creación, por parte de los niños, de los llamados “amigos imaginarios”. La película se presenta como un documental hecho y derecho, en el que el realizador filma al mago y psicólogo Emanuel Garrick en su investigación sobre el tema, instigado por las fabulaciones al respecto de su hija Olivia, en edad post escolar. Otra vez como en Casa Coraggio, son los créditos finales los que, a través de los nombres de los personajes (¿actores, acaso?) informan que las cosas no eran tan así como la película se esmeró en hacer creer. El efecto que esto produce es equiparable al del final–sorpresa en las películas de ficción, dejando al espectador con una pila de preguntas referidas a la condición de verdadero o falso de lo que acaba de ver. Las preguntas claves tal vez sean otras: ¿Para qué? ¿Qué se logra con esa “trampa” deliberada del relato y su develación in extremis? ¿Qué se gana, qué se pierde? Participante de la Competencia Argentina en la más reciente edición del Bafici –donde se le obsequiaron elogios a mansalva–, la película de Tokman (realizador de Planetario y I Am Mad, entre otras) confía en las filmaciones en video casero, y de super–8 o 16 mm en los casos de material de archivo, para reforzar el aire documental esencial a la tramoya prevista. En ellas se ve a Emanuel Garrick en compañía de su familia, y sobre todo de “su hija” Olivia. La primera escena, grabada dentro del auto de los Garrick, es rotunda, y lejanamente espeluznante: Olivia obliga a su hermana mayor a sentarse junto a la ventanilla, ya que el centro del asiento de atrás está reservado para el... vacío donde se supone que va su “amiga” Marita. “Siempre filmé a Oli”, dice Emanuel. “Sobre todo desde hace dos años, cuando empezó a hablar de Marita”. Garrick intenta descular qué mueve a su hija a buscar esa compañía imaginaria, y para ello la interpela reiteradamente (con pocos resultados), a la vez que pregunta a otros adultos –y a sí mismo– sobre sus propias experiencias con amigos imaginarios, así como inquiere a especialistas en el tema. Lo hace sin prejuicios: ante la cámara testimonian tanto psicólogos infantiles como “expertas” en duendología y espiritismo. Un testimoniante presuntamente estadounidense, que pronuncia el inglés con un dejo audiblemente extranjero, sirve como aviso de que no todo podría ser tal cual la película dice que es. Como investigación del tema, Buscando a Myu es limitada en sus alcances: el espectador no sale con un bagaje cognitivo mucho mayor del consuelo de saber que no es él el único que en la infancia jugaba con un amiguito al que nadie más veía. Daría sin embargo la sensación de que, en línea con muchas docuficciones contemporáneas, la película pretende ser más sobre la engañosa cualidad de lo que damos por cierto que sobre los amigos imaginarios en sí. Algo que el propio tema de Buscando a Myu pone en abismo, en tanto de lo que se trata es de la categoría de real o no de aquello que está fuera de la vista. Pero ¿cuántos espectadores van al cine con propósitos meramente teóricos o metalingüísticos?
En los documentales el “tema” o la pregunta disparadora suele ser muy determinante de toda la película. El caso de Buscando a Myu es un ejemplo claro de lo que sucede narrativamente cuando abrimos demasiadas capas de interrogantes sobre un mismo disparador y la hipótesis que de alguna manera postula el documental se desarma. El mismo director es protagonista y narrador, creando para esta trama un alter ego llamado Garrick, una suerte de mago y psicólogo a la vez. El filme comienza y vemos que la mirada del narrador está focalizada en su hija – una pequeña de menos de 7 años – y en la relación de ella con su “amiga imaginaria”: Marita. La mirada y la voz en off (en un modelo expositivo de relato) sigue a la niña todo el tiempo, pues a través de sus acciones y de sus alucinaciones con Marita (?) surge la pregunta disparadora, aquella que apunta al tema de la percepción y por otra parte más colateral al tema del recuerdo. Si la pregunta es acerca de la existencia de otra realidad solo posible de ser percibida en la infancia, el desarrollo de la misma no es nítido en su evolución o complejidad, es diversificado y variable ya que parece relacionarse con varias cuestiones a la vez, como multiplicando las posibilidades de la pregunta pero sin asentarse mucho tiempo en ninguna respuesta posible. La pregunta cae en mundos y submundos temáticos en los que hace pie por un instante y luego cambia de eje nuevamente: en el plano de lo espiritual, de lo científico, de lo paranormal, de lo extrasensorial, de lo alucinatorio, de lo psicológico, de lo mágico, etc. Lo primero que aparece como campo es el científico, aquel donde se puede ahondar un poco en la posibilidad neurológica de que el cerebro en la infancia pueda percibir otras realidades imposibles para el resto de los hombres. Particularmente en esa línea de tiempo antes de los 7 años, un umbral que luego se borra a partir de una serie de cambios cognitivos y neuronales que nos modifican la memoria inicial. Más allá de que no sea posible certificar esto neurológicamente, la pregunta sobre el la posibilidad cerebral de este hecho entra y sale del documental uniendo algunos de los otros fragmentos. Sin duda la narración intenta llegar a un lugar conclusivo, una respuesta parcial pero posible sobre lo que no tiene una explicación definitiva y final. Cuando la pregunta aterriza en el terreno de la “imaginación en la infancia” cobra muchas aristas más atractivas y versátiles. La imaginación y sus terrenos incomprobables que dan por válido algo mágico porque así creen que funciona la realidad, sin Newton ni la ley de la gravedad, sin los manuales de física sino con las narraciones creadas por lo imaginable. Pero el documental se fuga muy rápido de este tema, así como se pierde en el tema del recuerdo, dando unos pasos por estos planos, solo unos pocos que no logran echar raíces más allá de una intención que queda en la superficie. Por Victoria Leven @LevenVictoria
La última película de Baltasar Tokman (I´m mad, Casa Coraggio) que se pudo ver en el último BAFICI, investiga las causas de la existencia del amigo imaginario de los niños. Insondables, si las hay. A partir de la propia experiencia de su pequeña hija, este documental, falso en parte, se adentra muchas veces sin permiso en explicaciones diversas que van desde la neurociencia hasta la elficología (sobre duendes) o la angelología (sobre ángeles) o testimonios sobre contactos con vidas extraterrestres. Tokman se permite reemplazar al padre de Olivia (o sea él mismo) por un mago, Garrick que irá narrando en over los motivos que lo llevan a investigar sobre el tema, y a buscar, como una última salida, un contacto con ese tercer ojo a través del consumo de una hierba en el norte argentino. La espiritualidad y la magia son un tercer camino argumentativo. En el camino, opiniones de dos mellizas parapsicólogas venezolanas, un estudioso australiano, una niña rusa que se cree venida de otro planeta, (¿son reales?), preguntas y más preguntas a niños que tienen amigos que los adultos nunca veremos. Incluso cuando Garrick busca a su propio amigo de la infancia, el nombrado Myu. Como en I´m mad, el director se involucra en el mundo de lo irracional, esta vez con mayor contención y menos libertad, en aquella pelicula que nos había gustado tanto. Sin embargo, demasiado sujeto a un tema poco relevante, el camino que en aquella bifurcaba hacia lugares impensados, aquí se cierra y nunca termina de despegar. Salvo cuando la cámara se libera de esas ataduras logra contactarse con el mejor Tokman, sólo un poco. En Centro Cultural San Martín.
Después de su paso por la Competencia Argentina del Bafici 2018, se estrena Buscando a Myu de Baltazar Tokman. El director, a través del mago y psicólogo Garrick (Emanuel Zaldua que oficia de alter ego) y la pequeña Olivia Tokman (que se desenvuelve con una frescura y naturalidad maravillosas), intenta descifrar el misterio de los amigos imaginarios de los niños a través de una docuficción. A partir de entrevistas, filmaciones caseras, videos en la red y conferencias científicas, el cineasta procura atrapar a su espectador mezclando fantasía infantil con ángeles de la guarda, fantasmas o espíritus en tránsito para procurar responder a la inquietud de por qué perdemos nuestra imaginación temprana a cambio de una adultez anodina y simple. Con visos de documental, Tokman manipula la realidad ficcionalizando los vínculos de los personajes e intercala la búsqueda -privada y personal-, cuasi obsesiva del protagonista, con acotaciones de jerga científica o que se apropian de un discurso academicista más universal sin descuidar los aportes religiosos, místicos y parapsicológicos. De alguna manera todos estos discursos quedan en pie de igualdad en su imbricación formal en la narración lo que le quita a aquellos menos aceptados por un pensamiento reflexivo un matiz que evita la burla, el escarnio y el prejuicio de los que creen que el discurso científico es menos construido por la ficción que los otros. Es este discurrir sobre el pensamiento mágico desde un lugar de apertura lo que beneficia a Buscando a Myu. En determinado momento aflora abruptamente lo que estaba en latencia (la necesidad del protagonista/director por apropiarse de la escena) y entonces la gracia infantil se reduce y esa voz en off, que se asoma explicando en demasía y dando “cierre” a lo planteado, subestima un poco lo que el entramado audiovisual venía trabajando con sutilezas y preguntas.
El prolífico director de películas como Tiempo muerto, Planetario, I Am Mad y Casa Coraggio sigue trabajando en los intersticios, los imprecisos límites entre documental y ficción con propuestas tan desconcertantes como fascinantes. En el caso de Buscando a Myu hay un punto de partida documental (más ligado al espíritu de las home-movies) ligado a la fascinación de un padre por filmar los juegos de su pequeña hija Olivia y, más precisamente, la relación con sus amigos imaginarios. Pero Tokman redobla la apuesta, evita figurar en el centro de la escena y, por eso, crea un alter-ego llamado Garrik (el mago y psicólogo Emanuel Zaldua), mientras la película se interroga sobre qué ocurre en la mente de una niña de siete años y su capacidad de concebir otros mundos con sus propias reglas y lógicas. Y allí, cual ramas de un mismo tronco, Buscando a Myu se abre hacia lo autobiográfico (recurriendo a unos viejos Súper 8 familiares) y al (¿falso?) documental científico y didáctico, con voces “autorizadas” que desde distintos puntos del planeta cuentan experiencias personales y explican los beneficios de la imaginación infantil. No todos los recursos e ideas a las que recurre Tokman son igualmente eficaces, pero en este híbrido narrativo y patchwork visual hay audacia, inteligencia y un espíritu lúdico envidiables. Inevitablemente contradictoria (la mirada del director/padre trata de ocultarse, pero siempre termina reapareciendo), Buscando a Myu es un bello y misterioso registro (y resignificación) del universo de los más chicos y, también, una suerte carta de amor audiovisual de un hombre/artista para su hija.
La nueva película de Tokman vuelve a la exploración personal, en forma de diario, a partir de las experiencias que Garrek, un mago en la vida real (o al menos eso parece, siempre cabe la posibilidad de estar ante un falso protagonista/alter-ego del director) tiene con su propia hija, Olivia, una niña de unos 6, 7 años que tiene una amiga imaginaria. La niña está obsesionada con su amiga al punto tal que lleva al padre (cuyo trabajo como mago sin duda pudo haberla influenciado a la hora de desarrollar su imaginación respecto a lo que está o no está, lo que existe y lo que no) a investigar sobre el tema. Tanto de los amigos imaginarios específicamente como en lo relativo a los recuerdos de la niñez que suelen esfumarse cuando crecemos. Tokman (o Garrek) combinan esas experiencias personales con entrevistas a diversos especialistas y personas que analizan este tipo de casos. Cada uno tiene su estrategia, su modo de verlo y sus propias conclusiones, desde los psicólogos hasta los religiosos pasando por tarotistas, “duendólogos”, especialistas en fenómenos inexplicables, gurúes new age y hasta una chica rusa que dice comunicarse con extraterrestres. Más allá del dispar interés que generan los distintos entrevistados, la película de Tokman logra meterse en una zona que genera tanta intriga como fascinación como es el de la imaginación de los niños y lo que sucede cuando crecen. Como el cine, como los recuerdos que no sabemos bien de dónde provienen, lo fantasmal de la imaginación de la niñez –que nos puede hacer creer que somos amigos y hablamos con entes que no existen– es un territorio para explorar. Y este filme lo hace con genuina curiosidad.
Buscando a Myu plantea su tema principal de entrada. ¿Qué son los amigos imaginarios?. En este por momentos falso documental su director Baltazar Tokman, responsable de Casa Coraggio (2017) y Tiempo muerto (2010) utiliza mas de un recurso para adentrarse en la mente de una niña (su hija Olivia en este caso), mientras su de alter ego, el mago y psicólogo Emanuel Zaldua) se pregunta por su infancia. Para que esto funcione el Tokman se vale de la palabra de especialistas que van desde psicólogos hasta gente metida en lo paranormal. Esto último es uno de los puntos mas destacable de esta recomendable propuesta. Hay algo de esos amigos imaginarios que hace que uno lo relacione en fantasmas y/o demonios. Y sabiamente el director toca esos temas haciendo que de a poco uno los limites entre lo real y lo fantasioso vayan desdibujándose. Son esos momentos en que la película consigue la atención del espectador. Como si se tratara de una secuela de Actividad paranormal pero mucho mejor , las teorías que van soltando los especialistas mas distintos videos y hasta home movies hacen creer que estamos ante una de terror. Pero no, solo coquetea, juega con esa posibilidad, luego lentamente se va encaminando hacía la ternura por la pérdida de la inocencia y a la vez hace que nos preguntemos por ella. El alter ego del director es un mago/psicólogo (dos maneras de ver el mundo, el niño y el adulto en un mismo cuerpo) que hace preguntas cuyas respuestas están en su interior y que solo tomando Ayahuasca podrá descifrarlas en que la que capaz sea uno de los momentos mas introspectivo de esta historia. Buscando a Myu es una gran película, no le tengan miedo a que sea un documental ya que es es de esas historias que logran que el espectador se vea a si mismo y se pregunte sobre su niño interior y sus amigos de la infancia.
Texto publicado en edición impresa.