Orgullosa de ser kitsch Pongamos un poco en contexto a la película antes de pasar a su análisis y valoración: 1- Se trata de la transposición del libro de memorias de Elizabeth Gilbert que se mantuvo ¡150 semanas! en la lista de best sellers de The New York Times. 2- Fue dirigida (y coescrita) por Ryan Murphy, el cotizado creador de series como Nip/Tuck y Glee. 3- Tuvo un generoso presupuesto de 60 millones de dólares. 4- Contó con el protagonismo (casi absoluto) de una diva como Julia Roberts. 5- Transcurre en bellísimos exteriores de Italia, India y Bali y fue fotografíada por el talentoso Robert Richardson (El aviador, JFK). Ahora sí, vamos a la película, una de esas que dividen aguas: fascinará a cierto sector del público (especialmente a mujeres ya curtidas y con cierta concepción new-age de la vida) e irritará al público más cínico, que no le perdonará ni uno de sus excesos. ¿Por qué semejante división tajante? Porque Comer, rezar, amar es un film premeditada, orgullosamente grasa, kitsch, naïve, espiritual, sanador, liberador, terapéutico (agréguense los adjetivos calificativos que quieran dentro de esta línea). Sí, es un film de viajes, de redención, de reencuentro interior, pero también un producto que por momentos se acerca demasiado al espíritu de un manual de autoayuda. ¿Está mal? No necesariamente, aunque se ubique muy lejos de mi interés. Es más, el film -sin caer jamás en el cinismo sobrador ni en la ironía canchera ni en la autoparodia- apela, especialmente durante su primera mitad, a un logrado sentido del humor que aflora incluso en los momentos más "trascendentes". La heroína del film es Elizabeth Gilbert (Roberts), una escritora que decide poner fin a su matrimonio de 8 años con el insulso Stephen (Billy Crudup). Luego de perder (casi) todo en el proceso de divorcio, decide abandonar su previsible existencia y embarcarse en un viaje por el mundo para comer (en Italia), rezar (en la India) y amar (a un brasileño interpretado por... Javier Bardem en Bali). En este film -que sintoniza con ciertas líneas del cine "femenino" hollywoodense que vienen imponiendo títulos como Sex and the City , Mamma Mia! o Julie & Julia- combina gastronomía, erotismo, misticismo y espiritualidad (duelo, arrepentimiento, perdón, iluminación, meditación, devoción) y -claro- frases célebres y lecciones de vida. Entre canciones de Neil Young, escenas concebidas para el lucimiento de los distintos intérpretes secundarios que van apareciendo (Richard Jenkins, James Franco, Viola Davis y el gurú desdentado a-lo-maestro Yoda que encarna Hadi Subiyanto), glamour y cursilería, pintoresquismo turístico for export, clisés y lugares comunes, Comer, rezar, amar resulta un pastiche simpático (en su primera hora) y algo cansador y recargado (en su segunda). Mis colegas se burlaron en la proyección de prensa a viva voz del film durante buena parte de su extenso metraje. Yo disfruté de algunos aspectos (incluso de los que me resultan muy ajenos por tener una sensibilidad casi opuesta a la que aquí se propone) y odié varios otros. De todas maneras, no me parece un film despreciable ni mucho menos. No tengo dudas de que tendrá su público y no pocos defensores. Seguramente no compartiré muchos de sus argumentos, pero -en línea con la moraleja de la propia película- puedo entenderlos y aceptarlos.
Un periplo espiritual Frecuentemente, el cine aborda personajes con vidas rutinarias que desean dar un vuelco en sus vidas. Comer, rezar, amar no es la excepción y muestra el periplo espiritual que inicia Liz Gilbert (Julia Roberts) para lograr la felicidad. Con cierta similitud a Yo amo a Shirley Valentine en su planteo, el film cuenta con un elenco de lujo y una historia que apuesta todas sus fichas a la emoción. Y lo consigue más por la fuerza interpretativa de su elenco que por la historia en sí, una mezcla de manual de autoayuda con bellos paisajes, pensado para un público femenino que lo aceptará sin demasiadas vueltas. Este drama romántico de construcción casi episódica está basado en el libro de memorias de Elizabeth Gilbert y muestra la travesía que la protagonista emprende durante un año. En Italia conocerá el placer de la comida; en la India descubrirá la oración y, finalmente, conocerá la paz interior y a su verdadero amor en Bali. Julia Roberts es la actriz ideal para este tipo de papeles y aparece bien secundada por actores de peso como Bardem o Richard Jenkins. La excusa ideal para sacar el pañuelo, el tarro de miel y pasar la lengua por sus situaciones empalagosas. No mucho más que eso.
El amor después del dolor Si el paso del libro al fílmico suele ser traumático, qué esperar de la adaptación cinematográfica de un libro-crónica de viaje que narra el recorrido de una periodista en plan introspectivo. Música estridente, colores chirriantes y, obvio, comida, plegarias y algo de amor, todo en las más de dos laaaaargas horas que dura Comer Rezar Amar (Eat Pray Love, 2010). Exitosa en el trabajo pero no en el amor, Liz Gilbert (Julia Roberts) se propone recorrer el mundo (bah, Italia, India y Bali) para autodescubrirse. Allí conocerá a Felipe (Javier Bardem), un apuesto galán que le hará reconfigurar sus prioridades. El mundillo cinematográfico esperaba con particular expectativa la adaptación de Eat, Pray, Love: One Woman's Search for Everything Across Italy, India e Indonesia. No sólo por su permanencia durante 88 semanas en los primeros lugares de venta en New York, sino porque es la primer película de Ryan Murphy (antes dirigió la directo a DVD Recortes de mi vida (Running with Scissors, 2006)) después del arrollador éxito de crítica y audiencia de la primera temporada de su hijo pródigo, Glee. Menuda decepción. Comer Rezar Amar está articulada como una road movie, pero tiene poco de lo primero y menos de lo segundo. No resulta un defecto per se el escaso desarrollo de personajes secundarios, más aún cuando las películas de este sub-género se caracterizan por la aparición fugaz de criaturas cuya única funcionalidad radica en la modificación del curso habitual de la vida del protagonista, amos y señores de estas narraciones. Sí molesta la apelación al estereotipo, su caricaturización casi irrespetuosa. Comer Rezar Amar apela a cada lugar común del extranjero para que orbite a la protagonista en cuestión: simpático, atento, por momentos tontuelos, siempre hablando en un inglés con acento marcado. Episódica, de narración ciclotímica que avanza de a saltos para luego dormir por largos minutos (cada lugar geográfico se vincula a una de las acciones del título), Murphy suple emociones por saturación de sentidos. Por eso machaca hasta el hartazgo, con colores acordes y una aureola esfumada que dé un tono onírico, esos “buenos momentos” del relato. Por eso la música no es un complemento sino un (otro) elemento simple que decora y marca aún más la unívoca dirección hacia la quede moverse el espectador. Por eso Murphy estiliza hasta la duración, que alcanza la friolera de 132 minutos. Pero Comer Rezar Amar tiene también un punto favorable. Al menos tiene un tono leve y intrascendente que lejos está de presumirse importante, algo que la diferencia de Verónica decide morir (Veronika Decides to Die, 2009), por citar el caso de otro film en tono autoayuda estrenado hace algunos meses. Estamos ante una comedieta romántica, un intento burdo de retratar un viaje hacía la introspección. Una película menor que lejos está de los antecedentes de sus protagonistas y, sobre todo, de su director.
Autoayuda global Es poco probable que una persona entre a la sala sin alguna idea de lo que va a ver: una nueva película de Julia Roberts, en la que actúa Javier Bardem (en clave amante latino), basada en el best-seller del que conserva el título (y que, apesar de estar basado en la historia real de la autora, se parece mucho a un libro de autoayuda), un viaje por tres continentes en busca de algo así como el sentido del vida. Por si había alguna duda, apenas empieza la película la voz en off de Julia cuenta una anécdota sintomática. Una vez a una amiga suya neoyorquina, que es psicóloga, le pidieron que atendiera a un grupo de refugiados camboyanos (creo); ella, abrumada por el peso de las tragedias que tuvieron que atravesar estas personas, se pregunta qué podrá hacer para ayudarlos. Pero, según cuenta Julia, al atender a estos sobrevivientes de un genocidio, la psicóloga descubrió que sus nuevos pacientes en realidad siempre hablaban de lo mismo: que estando encerrada en tal campo conocí a un chico que después se fue con otra, que no se si ella me quiere. Moraleja: a todos (incluso quienes sobrevivieron a un genocidio) nos preocupa lo mismo, los problemas de pareja. A estas alturas (y llevamos pocos minutos), el espectador desprevenido o cínico no tiene alternativa: o acepta lo que va a ver o se va. Para aquellos que se quedan. Hay, por supuesto, algo demasiado light, demasiado globalizado en Comer, rezar, amar, pero también hay muchas cosas más bastante raras. Lo primero y fundamental es que, a pesar de que se promociona como una especie de comedia romántica, esta película se aleja de las fórmulas de género (a no ser que consideremos como género la película de divorciada que explora la posibilidad de volver a amar, al estilo Bajo el sol de Toscana) y se pierde por historias pintoresquistas bastante simpáticas. En Italia el personaje de Julia Roberts aprende a disfrutar sin culpas, en India aprende a perdonarse, en Bali aprende algo y se encuentra con Javier Bardem (un "hombre sensible" que llora mucho y compila cassettes de música, un hombre al que le gusta Phil Collins y Air Supply). Comer, rezar, amar puede resultar un poco larga (dura 133 minutos), sobre todo por lo que tiene de errática, de episódica, de turística. En algún punto los "traumas" de Julia Roberts se pierden como excusa y cuando vuelven a aparecer resultan un poco forzados. Pero, por otro lado, su errancia es señal de riesgo: esta película no se refugia en el lugar común (que sería la comedia romántica), en el viaje teleológico, en descubrir esa supuesta verdad que al final descubre. No es claro que el encanto de Julia Roberts alcance para coser toda la película, pero es fundamental para construir los momentos que sí logra. El gran Richard Jenkins tiene el que probablemente sea el mejor papel en toda la película.
Una gira terapéutica para Julia Roberts Comer, rezar, amar es un producto superficial Ya lo dijo Julia Roberts: el mismo viaje espiritual que emprende su personaje de Comer, rezar, amar para superar la honda crisis existencial en que ha caído tras un par de fracasos sentimentales se puede hacer sin salir de casa, porque se trata de una travesía interior. Pero no hay duda de que si la laboriosa búsqueda de uno mismo se complementa con unas cuantas semanas de comilonas pantagruélicas en la Roma del dolce far niente , otras tantas en una comunidad espiritual de Bombay que en medio del abigarrado festival de pintoresquismos ofrece un oasis de silencio para concentrarse en la meditación y un período final en el paraíso de Bali, donde pueden alternarse las enseñanzas de algún maestro apacible y benévolo con unos chapuzones en el mar, todo el proceso se hace más llevadero y, seguramente, mucho más vistoso. Vistoso el film es, por cierto, gracias a la variedad de escenarios coloridos o exóticos y a las estupendas imágenes de Robert Richardson. Llevadero, no tanto: el tour terapéutico-sentimental insume dos largas horas y la acumulación de clichés, así como la de sentencias aleccionadoras, ayuda poco, por mucho que se esfuerce Julia Roberts, de presencia (y sonrisa) casi constante en la pantalla. Se supone que la gira ideada por la autora del libro original (a la que le dio tan buenos resultados, por lo menos en términos comerciales), estaba destinada a alcanzar el equilibrio espiritual. Sin embargo, los objetivos que parecen perseguirse en el film tienen más que ver con la autogratificación, la autorrealización, la autoindulgencia. Si esto coincide con lo que propone libro -lo sabrá quien lo haya leído- ayudaría a explicar, quizá, su enorme repercusión. "Hay que saber perdonarse", le enseña a la protagonista un texano ex alcohólico con el que comparte algunas charlas en la India, y a la larga ella lo aprenderá, como en Italia aprendió antes a disfrutar de un plato de espaguetis y en Indonesia, a abrir su corazón al amor cuando se le cruce en el camino un galán sensible y loco por la bossa nova. Al fin, no importa dónde esté ni lo que haga -se conformará ella-, la divinidad la bendecirá lo mismo. Tal vez conforme también a alguna platea, mayormente femenina, a la que parece destinado este producto superficial, complaciente y bastante desarticulado que por algo lleva la firma del creador de Nip/Tuck y Glee.
Travel & Living con su anfitriona Julia Roberts En esta edición viajaremos desde Nueva York hasta Roma, en Italia, para luego ir a la India y finalmente recalar en Bali, Indonesia, donde nuestra anfitriona pondrá en práctica todo lo aprendido en sus viajes anteriores. En Roma la veremos practicando su italiano, comer pizza y pedir un café entre una multitud, para luego hallarla entregada en cuerpo y espíritu a la meditación en India. Nuestra anfitriona conocerá en cada lugar a alguien a quien ayudar y de quien aprender para ayudarse a sí misma. Antes de iniciar la travesía ya había conocido a un viejo y desdentado curandero que le predijo los que sucedería en el futuro, divorcio incluido. De allí surge este viaje en el cual Liz, tal el nombre que adopta Julia en el filme, buscará su yo interior, sin problemas de dinero a la vista y con todo a su favor, casi como en un cuento de hadas. Es poco probable que el espectador tolere las casi dos horas y media que dura esta película sin la tentación de dormirse o de abandonar la sala. Julia Roberts carga con un personaje tan vulgar y representativo de lo que una mujer "cosmo" debe ser, que por momentos es imposible no desear verla atacada por un ejército escapado de "300". Tediosos planos propios del catálogo visual de una agencia de turismo, unidos por un conflicto mínimo, actuado con la mayor dignidad posible por parte de un elenco de notables actores como lo son Richard Jenkins, Javier Bardem o Billy Crudup, quienes hacen lo que pueden dentro de un bodrio que hasta se permite desperdiciar al joven James Franco, con un personaje insulso, intrascendente, insultante. Un rosario de frases y situaciones que compiten por el galardón a la más cursi, dignas de un suplemento de la peor revista femenina que imaginen, son exhibidas obscenamente por un director que no tiene idea de lo que significa "elipsis".
CRÓNICA DE UN ROMANCE ANUNCIADO Basado en el best seller de Elizabeth Gilbert, Comer rezar amar cuenta la historia de una mujer en busca del sentido de su vida, viajando por el mundo y aprendiendo de cada lugar algo nuevo. La película podrá tener buenas intenciones, pero los resultados –principalmente por culpa del trabajo del director- son bastante pobres. Llevar a la pantalla un best seller es una forma de asegurar una buena respuesta de taquilla. Cuando un libro ha sido traducido a veinte idiomas y permanece entre los más vendidos desde hace más de cuatro años, la ecuación parece verificarse. Conseguir a grandes estrellas para darle un rostro a esa adaptación es otra forma de atraer al público. Pero aunque parezca increíble la combinación de best seller más estrellas a veces encierra alguna que otra trampa que, si no logra resolverse correctamente, puede terminar por resultar contraproducente. Lo que resulta insólito es que no haya habido nadie en todo el proyecto de Comer rezar amar que se percatara de algunos de los conflictos que el traslado de las letras a las imágenes iba a producir. Tal vez no quisieron verlo, o quizás, simplemente, se pretendió que los lectores del libro fueran a ver la película, ya que solo con esto se habrían asegurado un gran éxito. La historia de Comer rezar amar es la de una mujer que sale a buscar su propio destino viajando por diferentes ciudades, explorando distintos aspectos de la vida en cada una de ellas. Con una narración en primera persona, centrándose en la presencia absoluta y permanente de su actriz protagónica, Julia Roberts, la película combina comedia romántica, drama, algo de guía de turismo y bastante de manual de auto ayuda. Apoyándose en el carisma de su actriz protagónica, el film logra encontrar su rumbo cuando se basa en su rostro, en sus sonrisas, en sus lágrimas y, por momentos, en su auto parodia. Quienes no disfruten de la presencia de Julia Roberts o piensen que sus sonrisas ya comienzan a ser agotadoras, tal vez no deberían ni acercarse a ver esta película. Más allá de la trama, estamos frente a un show personal de la actriz. Pero las películas no son solo adaptaciones y actores, hay también detrás de ellas alguien que -se supone- las dirige. En este caso, esa persona es Ryan Murphy, responsable de la serie Nip/Tuck y de Glee. Estamos, sin duda, frente a uno de esos casos en los cuales un director no puede diferenciar los recursos de la televisión y los del cine. Comer rezar amar tiene, desde el primero hasta el último minuto, una puesta en escena que resulta llamativamente caótica, un montaje algo torpe, un exceso de planos inútiles para contar escenas como intentando dotar de ritmo a una trama que, de todas maneras, sigue siendo demasiado extensa. La fragmentación de las escenas más ridícula e injustificada que se haya visto en mucho tiempo, sobre todo, en un film de esta clase. Pero tal vez lo que no logra hacer la película es darle a las escenas dramáticas la misma fuerza que le imprime a aquellas que son propias de la comedia. La comedia funciona mejor que el drama. Así entonces, hay momentos que lejos de producir su efecto tienden a distraer e incluso a confundir al espectador porque el realizador no consigue encontrar la forma correcta de contar la historia. Y si bien lo más saludable que posee la película es su planteo acerca de una crisis existencial desde la mirada femenina, por momentos parece un estereotipo más que una mirada compleja. La búsqueda de la felicidad por caminos no convencionales, los espacios de desarrollo personal para una mujer en el mundo actual, están más sostenidos por las buenas intenciones que por una efectiva reflexión acerca de los mismos. Finalmente, otro conflicto que surge -a diferencia de lo que ocurre en la novela, en donde los personajes no tienen un rostro determinado- es que el aviso que anuncia la presencia de Javier Bardem le quita toda espontaneidad a la historia. En una novela, los lectores no saben que aparecerá más adelante determinado personaje, el autor puede no dar pista alguna a lo largo de toda la historia. Pero en cine, a veces esto no es posible. Y ahí es donde la idea de mezclar best seller y estrellas no funciona siempre. En Comer rezar amar, el personaje masculino sí tiene un rostro y un nombre: Javier Bardem. Mientras que en un libro uno no espera lo que no ha sido anunciado, en el cine sí, porque el actor está en los afiches y en las campañas publicitarias. Entonces, cuando transcurre casi el setenta por ciento del film y Bardem aun no aparece, está claro que su rol está siendo demasiado anunciado y su papel deviene entonces en demasiado obvio. Tal vez deberían haber alterado el orden narrativo y presentado al actor antes, para no postergar tanto su presencia. Cuando él llega, la película debería empezar de nuevo. Y de alguna manera lo hace, porque el encuentro entre ambos parece el comienzo de una comedia romántica, no el último tercio de un film dramático. Es por eso que en el último tramo, la película aumenta un poco más los momentos burdos y obvios, no solo por los problemas de guión y dirección, sino por el desequilibrio que provoca esperar durante casi dos horas la llegada del galán del film. Más allá de las buenas intenciones e ideas iniciales que pueden adivinarse en la historia de Comer rezar amar, lo que se ve en la pantalla se parece más a un capítulo mal filmado de un programa de televisión que a una película hecha en serio.
Guía para un tour espiritual Julia Roberts vuelve a hipnotizar al espectador con su sonrisa, heroína de una fábula contemporánea que se asocia a la prolífica literatura de autoayuda. La novela de la periodista Elizabeth Gilbert, Eat, Pray, Love: One Woman’s Search for Everything Across Italy, India e Indonesia (así de descriptivo el título) fue best-seller en Estados Unidos y luego tentó a Ryan Murphy, el talentoso creador de Glee , para llevar ese viaje de búsqueda espiritual a la pantalla. “Ustedes los americanos saben de entretenimiento pero no conocen el placer”, dice un romano a Liz, el personaje de Roberts que después de divorciarse huye al mundo para encontrarse a sí misma. La película invierte dos horas con veinte minutos en describir el significado de cada verbo del título, uno por vez. Liz recupera el gusto por la comida en Roma y Nápoles; aprende a rezar en la India y vuelve a creer en el amor, en Bali. La dirección plantea el tour con Julia de imán y ritmo de documental publicitario, con excelentes fotografía y música, una debilidad de Murphy, que hace al espectador sobrevolar lugares y personajes. Aunque nadie eclipsa a Julia. La película ofrece material para charlas de café por los estímulos que presenta, asociados a la crisis de una mujer que decidió transformar su visión ante la vida y las relaciones personales. Desde la perspectiva de género, Comer, rezar, amar bien puede considerarse el derrumbe del mundo de Susanita; en el apunte sociológico, señala la insatisfacción de ese pequeño número de personas que se dan el lujo de volar lejos y cambiar el signo del consumo; en el plano espiritual, el rasgo existencialista (que podría ser muy interesante si el relato corriera el riesgo) deviene en una lista de máximas y consejos globales en boca de un anciano balinés. El elenco apuntala el periplo de Liz. Billy Crudup es Stephan, el ex marido que llena de culpa su soledad; Richard Jenkins, Richard de Texas, en la comunidad india, y Javier Bardem, intenso y preciso aun en medio de una historia que suena superficial y ligera. Comer, rezar, amar regala verdades con hilván flojo, al estilo de “un hijo es un tatuaje en la cara”, o reflexiones sobre la posibilidad interior de perdonarse. Promueve la autoestima y la idea de que ‘cambias tú y cambia el mundo’, una postura que roza la autocomplacencia, a la medida del cliente. Gente bella y buena camina por el mundo y Liz está ahí para aprender a vivir. Pasados los 40, divorciada, el conflicto suena desmesurado, quizá por el carácter general de la película, de catálogo, para la cartera de la dama.
El orden no altera el producto Esta ultima película de Ryan Murphy, tenía todos los elementos para convertirse en uno de los estrenos más importantes de la semana. Sin embargo, esta producción de Brad Pitt, basada en la autobiografía de Elizabeth Gilbert, terminó quedando a medio camino entre la abulia y la incomprensión de intereses- del personaje protagónico y del director mismo-. La heroína es Liz Gilbert (Julia Roberts) una periodista exitosa y de vida acomodada, que no logra llegar a la felicidad en su matrimonio. Es así, que decide separarse de su marido (Billy Crudup) para encontrarse prontamente, en otra relación amorosa con un joven actor de teatro (James Franco). No pasa mucho tiempo para que Liz descubra que tampoco con él es feliz, entonces inicia un viaje por Italia, India e Indonesia. La intención del mismo, no es tanto turística sino espiritual. Encontrarse a sí misma, para así poder encontrar el verdadero amor (Javier Bardem). Hasta aquí se nos presenta una historia prometedora, pero a lo largo de sus extensos 132 minutos, la supuesta comedia romántica de pretensiones místicas, termina por convertirse en un confuso ir y venir de sentimientos encontrados con bellas locaciones de fondo. El título procura sintetizar las etapas por las que la protagonista atraviesa a lo largo del film; pero si mal no recuerdo, una de las primeras cosas que hace Liz cuando le cae la ficha de lo mal que está en su matrimonio, es ponerse a rezar en el baño de su casa a la espera de una señal divina. Igualmente, entre nosotros, el orden no altera el producto. Lo mismo sería si se llamase Rezar Comer Amar o Amar Rezar Comer… porque para mi entender el título exacto debería de ser: Ver Aburrir Maldecir. Y paso a explicar porque: Ver. En esta parte nos encontramos con lo mejor de toda la película. Entre los primeros 15 y hasta 30 minutos, podemos ver consistencia dramática, buenas actuaciones, humor, amor, desamor y hasta una frase brillante y desgarradora que viene de la boca de James Franco (bello, bello, bello). Después Liz Gilbert, emprende su viaje a Roma, y aquí poco a poco, casi imperceptiblemente, la historia comienza a volcar. Sus vivencias en Italia son encantadoras, pero el hilo conductor con lo primero que habíamos visto se empieza a perder. Pero claro, como la ciudad aparece en su esplendor, repleta de los más pintorescos personajes romanos, uno no se entera- o no se quiere enterar- y sigue mirando a la protagonista deglutir todo con lo que se encuentra a su paso, a falta de un amor. Para este momento los espectadores comienzan a preguntarse: ¿Y Bardem, cuándo aparece? Aburrir. Liz decide marcharse a la India. No la estaba pasando mal en Roma, pero quiere respetar el itinerario y se va. Se encierra en un centro hindú de meditación- más parecido a un spa oriental que a otra cosa- y se pone las pilas para aprender a rezar. En las primeras sesiones de meditación se queda dormida, y nosotros la entendemos porque nos está pasando lo mismo. Nos empezamos a aburrir (y a dormir) indefectiblemente; ya no hay más galanes. Otra vez: ¿Y Bardem? ¿No era una comedia romántica? Entonces aparece Richard Jenkins. Es obvio que no será su galán, pero ya no hay dudas: algo va a pasar, algo le dará el personaje de Jenkins que haga encausar la historia que para ese entonces viene de capa caída. No ocurre nada. Liz aprende a rezar finalmente y cuando se siente mejor se encamina para Bali. Maldecir. Ya no queda mucho de película (o al menos eso es lo que queremos creer) y ahora sí aparece Javier. Aunque no como uno esperaba… Liz no se enamora a primera vista como de Franco- en el fondo yo la comprendo- sino que se deja seducir por un rubiecito desabrido que encuentra en una fiesta. Encima Barden hace de brasileño, y no se lo creemos. Liz se empecina en seguir meditando, y ahora peor que se reencontró con su gurú. Todo es tan superficial, que nada de esa falsa espiritualidad nos toca, y maldecimos a Liz, al gurú, al trucho brasilero y por sobre todo a Ryan Murphy. ¿Cuánto falta para que termine la película? ¡Finalmente Roberts y Bardem se enamoran(o no), porque ella da tantas vueltas! Pero ya no importa que cosas pasen o como pasen, ya estamos hastiados de tanto enrosque seudo espiritual.
Entre el romance y la autoayuda Si se evitan los lugares comunes del turista aleccionado por las agencias de viaje, las travesías suelen deparar sorpresas, descubrimientos, incluso cambios internos en quien las transita. No hay en ello ninguna novedad y el cine ha sabido aprovechar, en muchas oportunidades, escenarios de lo más diversos como excusa y metáfora del viaje interior. Comer rezar amar describe el recorrido de su heroína, Liz, basándose en el bestseller autobiográfico de Elizabeth Gilbert. El libro es una cruza entre la novela romántica y la autoayuda que el film de Ryan Murphy (Nip/Tuck) ilustra con espectacular énfasis en el rodaje en locaciones. Claro que no todas las mujeres cansadas de un matrimonio estéril pueden optar por la opción del divorcio rápido seguido de un viaje por el mundo, por cuestiones económicas y de otro tenor. Pero ésa es también la magia del cine: permitirle al espectador abandonar tierra firme y fantasear durante un par de horas con la posibilidad de pasarla bien, conocer nuevos lugares y gente e, incluso, encontrar de pasada a Dios. Ese es el concepto y el “gancho” de este largometraje, claramente destinado a cierto público femenino, y eso es lo que le ocurre a la treintañera interpretada por Julia Roberts, quien luego del revelador encuentro con un místico abandona Nueva York para visitar Italia primero, luego la India y culminar su viaje de iluminación en Indonesia. Pero los problemas que pueden impedir el disfrute de Comer rezar amar son varios. En principio, la película sufre de un complejo de Narciso encarnado por la imagen de la Roberts, quien llena la pantalla con una belleza y carisma a la cual la cámara se entrega sin poner ningún tipo de distancia, como en una sesión de modelaje. El universo se reduce a ella, sus diatribas y mohínes, y poco importa lo que ocurra a su alrededor si no hay algún corolario directo sobre su cuerpo, mente o espíritu. Luego del prólogo neoyorquino, el film es estructurado en base a las tres geografías, cada una de ellas relacionada con uno de los verbos del título. Así, el primer paso para procesar el duelo de la separación parece ser el hedonismo, y qué mejor lugar que Roma, transformada así en un sitio donde la gente come fideos, gesticula y disfruta sin más de la vida. Una mirada de tarjeta postal, casi la antítesis de la abigarrada Roma de Fellini. Luego llegan el ascetismo y la introspección, enmarcados por el colorido de la India, otro cliché utilizado hasta el hartazgo por la mirada orientalista de cierto cine reciente. A las expresiones del tipo “vuelve a entregarte al amor” se les suman ahora otras sobre la paz espiritual y el equilibrio entre cuerpo y mente. Finalmente, en la isla de Bali, regresará el ansiado y temido amor, encarnado por un brasileño que también anda por la vida con el corazón roto (Javier Bardem). En última instancia, y más allá de las promesas de reflexión y cultivo espiritual, se produce el retorno más inesperado, y todo parece reducirse a encontrar a la media naranja, al viejo y vapuleado príncipe azul. En este mundo post Sex and the city (la saga cinematográfica, no tanto la serie), ese hombre debe ser cortés y galante, masculino pero sensible, estar bien dotado y poseer una importante independencia económica. Demasiado viaje, demasiado metraje (140 minutos) para terminar cayendo en semejante estereotipo: aquello que las abuelas llamaban, sin empacho, un buen partido.
VideoComentario (ver link).
Basada en el best seller homónimo escrito por Elizabeth Gilbert, está es una historia que desarrolla una interpretación correcta pero poco profunda por parte de sus interpretes y un guión que posee sus similitudes con el libro, pero que no deja en claro sus intenciones, introduciendo incorrectamente a los personajes y creando un hilo conductor que en muchos momentos es muy fino y logra romperse.
Interminable búsqueda Una mujer que cambia rotundamente su vida; de un matrimonio convencional y estancado, pasa a una intensa búsqueda. Atreverse nuevamente a amar implica atravesar un camino difícil, pero animarse a transitarlo puede tener su recompensa. Julia Roberts encarna a una Liz cuya vida parecía perfecta; pero detrás de su sonriente rostro escondía a una mujer insatisfecha. Luego de poner fin a su matrimonio, decide buscar el equilibrio y la paz interior que tanto necesita. Para ello emprende un viaje a los lugares que cree le darán lo que no tiene. Así, comienza por Italia y allí aprende a estar consigo misma. Las amistades que allí encuentra le ayudan a disfrutar nuevamente de los placeres cotidianos; comer sin cargo de conciencia es uno de ellos. Luego llega a un santuario en India, en donde aprende a rezar. Paradójicamente, en el lugar en donde adoran a una mujer de carne y hueso, busca y encuentra a Dios. Cuando logra perdonarse sus propios errores parte hacia Bali, en donde se encuentra con un viejo hechicero que había predicho su destino. Es entonces cuando encuentra el amor, aunque deberá luchar consigo misma para permitirse disfrutarlo. Basada en la novela del mismo nombre de Elizabeth Gilbert, el film muestra un cuento bastante endeble y por demás extenso. La fragilidad de la protagonista se traslada a la historia, que hasta las aventuras en Italia se sostiene; pero la trama, en un intento de hacerse densa, se torna repetitiva y pesada. La fotografía es buena y el hecho de transcurrir la acción en culturas diferentes permite mostrar un colorido que le da vida al relato. Los paisajes naturales le aportan algo de frescura y liviandad, la misma con que son tratados los temas trascendentales. En cada destino la protagonista entabla relaciones de amistad que van mostrándole sus puntos débiles y fuertes; pero son muchos lugares, amigos y varias historias; demasiados argumentos para una sola película. La actuación de la mujer bonita es buena pero no sobresaliente; Bardem en cambio convence un poco más en su papel de hombre que ronda los cincuenta, ya maduro y con una historia de vida fuerte sobre sus hombros.
Un manual de autoayuda. Julia Roberts está de regreso. Después de ganar el Oscar, de ser mamá, de conquistar la taquilla aquí, allá y en todas partes. Su éxito la obliga a elegir bien. Y ella sabe cómo hacerlo. Por eso, para su reentrée en la pantalla grande, eligió un proyecto con “satisfacción garantizada”: la novela de Elizabeth Gilber “Comer, rezar, amar”, un best seller considerado por el New York Times como uno de los libros más influyentes del año. Una mujer recién separada se toma un año sabático para viajar a Italia, la India y Bali en busca de un sentido para su vida. Un manual de autoayuda novelado que, más allá del oficio del creador de “Glee”, Ryan Murphy, en la dirección, se reduce a un puñado de lugares comunes que todo aquel que ha atravesado el trance conoce. Ella es ella y su enorme y magnética sonrisa; él es Javier Bardem. El resto es amor.
Reir, llorar, facturar El cinismo es uno de los instrumentos más apreciables en la crítica de cine actual, y llama la atención cuando muchos de esos críticos exigen una vuelta al clasicismo y desprecian las filmografías de tipos como los hermanos Coen, precisamente por pecar de cínicos. Ante este panorama, una película como Comer rezar amar se presenta entonces como un plato servido para ser destrozado sin compasión. A saber: adaptación de un best-seller con tufillo a autoayuda, utilización de paisajes turísticos como postal, recurrencia al estereotipo para mostrar al extranjero, un catálogo de frases con moraleja, un espiritualismo cercano al new age, una mirada edulcorada sobre el amor romántico, y un director que confunde ritmo con mover la cámara descontroladamente. Así como estamos, Comer rezar amar puede ser uno de los peores estrenos del año. Sin embargo, hay algo que la hace un poquito mejor: sí, claro que sus intérpretes, con un lucimiento mayúsculo de la esplendorosa Julia Roberts, pero además cierta honestidad en su mensaje, cierta autoconciencia de lo que es como producto. Que esto no derive en un film recomendable -o no al menos recomendable en un sentido de excelencia- es porque a pesar de todo no deja de ser un producto grasa, berreta y aleccionador. Bien se puede utilizar la máxima “el que avisa no es traidor” para hablar de este film de Murphy (creador de éxitos televisivos como Nip/Tuck o Glee): desde el trailer se nos presentaban todos estos escollos e, incluso, desde el título se nos ordena el arco dramático que recorrerá Liz Gilbert (Roberts) cuando luego de un divorcio y un desengaño amoroso decida irse de viaje y comer en Roma, rezar en La india y amar en Bali. En todo caso llamar “escollo” a los elementos que componen un producto como este no es del todo acertado: con sólo leer las listas de best-seller en la actualidad, comprendemos que artefactos como estos son un suceso y que hay un público esperándolos. Entonces, deberíamos decir que estos son escollos para aquellas personas que, como quien suscribe, están muy alejadas de lo espiritual y de la búsqueda del Dios interior o exterior. Una película como Comer rezar amar puede ser analizada de la misma forma que un film animado: los chicos suelen disfrutar de cosas que a veces nosotros, los críticos, no; por eso hay que tener cuidado a la hora de decir que algo es malo o bueno. Lo mismo pasa con estas películas de autosuperación. Porque, como dijimos recién, el que avisa no es traidor. Y entonces tenemos a Liz, que toma distancia de un marido que la insumía en un matrimonio infeliz para luego relacionarse con un joven espiritual, que la introduce en el mismo universo de infelicidad. Está claro que, a esta altura, el problema es ella y no los demás: para tratar de hallar algún tipo de verdad, decide emprender los viajes anteriormente mencionados. Viaje que será una nueva recurrencia del cine al viaje exterior que termina siendo interior, y que se resuelve en el último plano con alguna especie de concreción personal que, imaginamos, es la cima a la que el personaje aspiraba llegar. En La India, Liz se vinculará con un compatriota que de alguna forma le hará ver aquello que no podía, y en Bali aparecerá ese amor que presagiaba el título en la forma de un Javier Bardem convertido en brasileño por obra y gracia del arbitrario guión. Cada pieza dará pie a la siguiente y, con la suavidad propia de estos tipos de relatos -un poco de humor naif, algo de drama superficial y pizca de romanticismo estereotipado- el espectador se podrá ir a su casa con dos o tres verdades, que de tan obvias, son por demás irreprochables. Por ejemplo: “dejá de tenerle miedo al amor por algún fracaso anterior y lanzate de nuevo a la pileta”. El éxito o no de una cosa como esta, condenada desde el vamos al cliché y el estereotipo, se respalda básicamente en la calidad de sus intérpretes y en el ojo del director para hacer que, con el máximo candor, aquello que vimos mil veces nos parezca novedoso. Y Comer rezar amar sólo acierta en uno de estos ítems: el de las actuaciones. Murphy tuvo la inteligencia de rodearse bien, tal vez gracias al prestigio ganado con sus productos televisivos: que el marido abandonado sea Billy Crudup, que el novio espiritual sea James Franco, que el viejo compatriota que tira verdades sea Richard Jenkins y que el amante brasileño sea Javier Bardem es una fortuna con la que no todos estos dramitas moralizantes cuentan. Cada uno, en su momento, logra construir una segunda dimensión a personajes que son puro concepto, puro significado lineal: así, se observa cierta autoconciencia del rol que cumplen dentro de un plan mayor. Porque estas no son películas, sino planificaciones de mercado sobre lo que Hollywood cree que el público necesita en determinado momento. Crudup, Franco, Jenkins, Bardem forman una interesante base para lo que es, al fin, Comer rezar y amar: un vehículo para el lucimiento de Julia Roberts, que aquí vuelve a estar fantástica. Uno le cree, como le cree a todo el elenco, esas desgracias de la vida cotidiana que le tocan atravesar. Y hasta llega a tragarse algunas de esas frases que se tiran, dignas del almanaque. Parte de la efectividad de un actor es hacernos creer aquello que es increíble: lo que hace aquí el elenco es comparable a lo que puede hacer un Stallone o un Schwarzenegger cuando se cuelgan de un avión a mil metros de altura. Sólo así, por el filtro de estos notables actores alejados de mohines o gestos desmedidos -vean con que sutileza Bardem construye a su galán, como Crudup le suma humor a un personaje triste-, podemos tolerar esta película. Incluso, se deben enfrentar a la inoperancia de un director como Murphy que mueve la cámara incomprensiblemente para lo que es un drama liso y sin demasiados lucimientos formales. Además, inserta imágenes y recurre al montaje acelerado, sin mencionar paneos inútiles o desplazamientos grandilocuentes para contar, por ejemplo, cómo un auto se va de su casa. Es como si Murphy se hubiera engolosinado por el reparto, el presupuesto que le dieron y como un adolescente en una disco no supiera bien qué hacer: el momento de mayor horror audiovisual llega cuando Liz degusta un plato de fideos y la cantidad de estímulos de imagen que propone el director son un impedimento para el goce que significa ese momento. Era dejar la cámara quieta y ver cómo la actriz componía ese disfrute. Bajo la mirada del director, en Comer rezar amar funciona mejor la comedia que el drama, sobre todo cuando parece mofarse de la autoayuda y del cliché occidental sobre la espiritualidad oriental. Y como el film va de la comedia al drama, es obvio decir que se va desbarrancando lentamente en un final que se estira, y que las verdades a las que llega con demasiado ordinarias como para darles relevancia. Y que si lo que Liz buscaba era lo que el último plano muestra, la verdad que lo suyo era bastante superficial y no se precisaban estos larguísimos 133 minutos para contarlo.
"Eat Pray Love" cuenta con todos los ingredientes necesarios para convertirse en una atractiva propuesta cinematográfica: -Está basada en el exitosísimo libro del mismo nombre de la autora Elizabeth Gilbert. -Protagonizada por Julia Roberts, una de las actrices más famosas y carismáticas, quien últimamente elige filmar sólo una película por año. -Cuenta con un elenco secundario envidiable, entre ellos, Javier Bardem, Richard Jenkins y Billy Crudup. -Fue filmada en hermosos lugares como Italia, India y Bali. -Fue escrita/dirigida por Ryan Murphy, un realizador que si bien ha tenido un debut fallido en el cine con "Running with Scissors", ha sido el creador de las reconocidas series de TV "Nip/Tuck" y "Glee". Sin embargo, el resultado final decepciona, presentando una película superficial y vacía que aburrirá principalmente a los hombres. Acomodado en uno de esos mullidos sillones de la sala premium (la cual recomiendo), hice esfuerzo para no cerrar los ojos en algún pasaje del film. Y esto viene de alguien que ha disfrutado anteriores estrenos "para mujeres" como "The Devil wears Prada", "Mamma Mia!", "Julie & Julia", "Sex & the City" y "Sex & the City 2". No, perdón, esa última No. Aquí hay que armarse de mucha paciencia para seguir a esta mujer durante laaaaaaaargos 133 minutos en su viaje por el mundo, buscando "descubrirse a sí misma" o "descubrir el sentido de la vida". En cada uno de los tres lugares que visita, cumple uno de los pasos que indica el título, haciendo que la historia resulte previsible y sin emoción alguna. En Italia, come. En India, reza. En Bali, se enamora. Además de descubrir costumbres y estereotipos de cada lugar (¿los italianos sólo comen y se enojan?), ella va conociendo distintas personas que supuestamente la ayudan a "descubrirse". Los personajes secundarios, ya sean ex-parejas o nuevas amistades, entran y salen de la historia sin un buen desarrollo, dependiendo sólo de las actuaciones para lograr algún momento recordable. Richard Jenkins, con su personaje en India, y Javier Bardem, con el suyo en Bali, ofrecen los pocos fragmentos destacados del film. Ni siquiera ayuda la belleza y frescura de Julia Roberts, quien se muestra forzada con su abanico de emociones. Escucharla decir frases melodramáticas espantosas como... "No necesito amarte para demostrar que me amo a mí misma", me causa gracia. La excelente fotografía (aprovechando los hermosos paisajes de los sitios visitados) sumada a la buena banda de sonido, disimulan el flojo relato. Al final, luego de saltar de un capítulo de viaje al otro sin continuidad, me queda la duda si realmente le sirvió para algo. Imagino que el libro debe ser mejor. Habiendo vendido millones de ejemplares, asumo que algo bueno debe tener.
Los seres humanos somos animales de costumbres, aunque hay veces, cuando nos sentimos vacíos, que induce empezar a replantearnos la vida, a buscar algo que llene ese vacío. Con esa premisa comienza esta obra bajo la dirección de Richard Murphy (director y escritor de televisión), con éxitos logrados por trabajos ejecutados para la cadena Fox como “Nip/Tuck”, ganadora de un Golden Globe, la comedia ·Glee” para la misma cadena, y en lo cinematográfico como “Running whit scissors” (algo así como “Corriendo con tijeras”) y otras colaboraciones para la televisión. Como realizador ya tiene tres títulos fílmicos en preproducción: “Dirty tricks”, una comedia policial, “Face”, un thriller , y “Need” , thriller erótico. “Eat, Pray , Love”, basada en un libro autobiográfico de la escritora norteamericana Elizabeth Gilbert, quien bajo el nombre de Liz (Julia Roberts – “Pretty Woman”) comienza ese recorrido por dos continentes comiendo, orando, amando, y viendo si se encuentra a sí misma . El realizador sale muy bien parado, pues logra presentar una historia de vida y se despega del hecho que se pueda decir que es una obra feminista, se trata, en cambio, de una historia con un punto de vista femenina, que no es lo mismo.. Las vivencias de Liz para encontrarse a sí misma, su yo personal, el saber de quién es y donde esta parada. La frase que resume, y define, la historia se escucha en boca del gurú Nyomo, cuando le revela que cuando se busca el equilibrio en la vida "perder el equilibrio por amor es parte de la vida”. La puesta en escena esta muy bien definida, con respecto al entorno de la protagonista, sus nuevos amigos, el cultivar con una nueva lengua, aprender de nuevos platos muy diferentes a lo que ella estaba acostumbrada, con lo que adquiere educación gastronómica (de una belleza visual increíble), en tanto conoce otras historias que la hacen pensar que lo suyo no es en lo mínimo comparable. Los tiempos cinematográficos muy bien definidos, las actuaciones muy correctas, nada fuera de lugar, la luz, los colores, la música y una apertura a explotar la naturaleza real, con bellos paisajes de Bali, sin desmerecer los de Roma y una aproximación a Bombay.
Visualmente el film es muy atractivo por su excelente fotografía, los paisajes que muestra, las arquitecturas, las culturas, las comidas, etc. etc., pero el argumento empieza a decaer lentamente cuando parte de Italia. Hasta ese punto entretiene y es bastante llevadera, pero cuando inicia su viaje...
Viaja, compra, aburre No leí el libro de Elizabeth Gilbert en el que se basa este film de Ryan Murphy por lo que no sé si es mejor o peor que la película. Lo que sí sé es que voy a dudar profundamente de todo film que venga de una u otra manera de la mano o recomendación de Oprah Winfrey. Esta vez la popular conductora americana lo listó como su favorito por lo que acabó en la pantalla grande luego que la propia Roberts lo leyera y comprara los derechos para llevarlo al cine. La historia no es otra que el repaso en tres capítulos por la vida en crisis de esta americana promedio (?) -Liz Gilbert- quien luego de darse cuenta que no quiere estar casada, o que no quiere tener hijos, o que su marido es un inestable inmaduro, o que siempre quiso conocer el mundo viajando pero no puede ahora que está casada, o que se aburre con un adonis como James Franco, o que no sabe querer, en fin, por algo que la tiene insatisfecha, se divorcia y se embarca en una decisión personal de ocuparse de sí misma. Y en vez de hacer terapia le parece mejor viajar- que desde ya será más caro pero es más divertido- y su vida después de mucha chorredera de espiritualidad y frasesita de autoayuda cambiará. Bueno suponemos que cambia, pero como en todo cuento de hadas, no lo sabremos porque nunca nos cuentan el después. Salvo en Shrek, pero eso es otra historia. El film cuenta con dos únicas salvedades que la reponen un poco: tiene una magnífica fotografía y un Richard Jenkins que hace maravillas con un papel secundario tópico, tan tópico como toda la película. Todo lo demás aburre y realmente no conmueve. Es como esas tarjetas de buena onda que te regalan cuando andás medio depre y tiene frases más deprimentes de lo que te sentís. No quito que para muchas mujeres sea importante conocer la historia de una mujer que achatada y aburrida haya decidido dejarlo todo en el momento oportuno para encontrarse a sí misma en búsqueda de la espiritualidad. No quito que para la propia Gilbert no haya sido suficiente encontrarse y cambiar después de comerse todo en Roma, hacer chicle la American Express, fregar los pisos en un templo de la India y conocer un bombón como Bardem en Bali. Pero vamos, que poner eso en una película es lo mismo que llevar al cine una comedia con mis intentos de pasar las fiestas en paz y armonía. O sea, no le importan a nadie. Pero no importa porque el film divaga en un mar de escenas que no sabemos muy bien qué nos quiere contar. Tenemos un primer paso por Roma donde se nos intenta- vía tópico insufrible de cómo es el pueblo italiano de gritón, gesticulador y hedonista- una Liz que hace un montón de amigos que la "ayudan" a darse cuenta que el "dolce far niente" es parte de la vida, un mensaje similar al "carpe diem" del profesor Keating (salvando las distancias claro); luego un paso por la India donde- también el tópico de las calles sucias, los niños desesperados por una moneda que se cuelgan como monos del taxi, etc- la protagonista casi en un ataque de nervios por darse cuenta que lo suyo no es la meditación ni el servicio misional, conoce a un hombre que le "ayudará" a entender que en la vida hay gente que está peor que uno, que a veces realmente uno se queja de lleno y por último, aterrizará en Bali que es un verdadero paraíso y allí gracias a la ayuda de un Gurú, shaman, o como gusten llamarlo, terminará conociendo lo que ya de por sí nos contaron en los primeros 5 minutos del film, que conocerá un brasilero precioso con el que finalmente aprenderá a amar. El mayor problema de la peli es que además de ser tópica y aburrida, te cuentan todo en el título del film y encima te lo reafirman en los primeros 5 minutos !, o sea si ven estos 5 primeros minutos, ya está saben todo lo que va a pasar!!. En fin, como verán la película me resultó totalmente indiferente, no engancha y me aburrió. No obstante, como dice el dicho, sobre gustos colores... veanla si gustan del turismo. Porque eso sí, da unas ganas de viajar!!. Frases del film para regalar... * Estoy harta de la gente que me dice que necesito un hombre. * Operación autoestima- un día de mierda. * Tener un bebé es como tatuarte la cara, tenés que estar muy segura de que lo quieres antes de decidirlo. (esto es una gran verdad!). * Quiero que Dios juegue en mi sangre como la luz del sol juega en el agua (WTF?) * Algunos días fueron hechos para contarse, otros, para pesarse.
Elizabeth Gilbert (Julia Roberts) es una mujer que tras un matrimonio frustrado y una revelación personal ante la falta de emoción, esperanza y proyectos decide viajar por el mundo para redescubrirse y encontrar su verdadero yo. Sus planes son claros: disfrutar de un período en Roma para redescubrir el placer por la comida, pasar fin de año rezando y meditando en la India, y concluir su travesía en Bali, sin saber que allí además de hallar la paz interna y el equilibrio tal vez encuentre un nuevo amor. Basada en una historia real, “Comer, rezar, amar” no es de las películas más inspiradas de Roberts. El problema dista bastante de ser mérito de la actriz: el guión es pretencioso, la dirección de Ryan Murphy se asemeja mucho a la de cualquiera de sus episodios de Glee (en donde los particulares movimientos de cámara siempre fueron bienvenidos) y la filosofía que trata de propagar se acerca más a un manual de autoayuda new age que a la realidad actual. Sin dudas, lo más atractivo de la historia son los primeros sesenta minutos en Italia: dan ganas de instalarse en cualquier hotelito romano, disfrutar de toneladas de pasta y mares de vino tano.