Vigilar y castigar El protagonista de esta ópera prima del reconocido asistente de dirección y operador de steadycam Gustavo Triviño tiene unos cuantos puntos en común con el de la notable película uruguaya Gigante, de Adrián Biniez. Juan Benitez (Pablo Pinto) también es un "urso" bonachón, de esos que aguantan puteadas, malos tratos, abusos degradantes y miradas prejuiciosas sin apelar a la enorme fuerza que poseen (hasta que...). Mientras soporta su rutina en una fábrica textil, las horas extras como patovica en fiestas conchetas (donde también es objeto de no pocas burlas) y los constantes reclamos de sus seres queridos, sueña con juntar el dinero necesario para abrir un gimnasio propio (es un apasionado por el trabajo corporal con aparatos). En medio de la dinámica barrial del relato nuestro antihéroe es testigo de la violación de una atractiva y simpática joven que atendía un quiosco de la zona y coqueteaba con él, pero -en vez de denunciar el hecho- decide chantajear al culpable (un “villano” interpretado por Alejandro Awada). Allí arranca el costado moral del relato, que resulta bastante más polémico y discutible que su formidable primera mitad (la presentación del personaje y su universo). De todas maneras, más allá de la lógica discusión que generará en el terreno extra cinematográfico (hay algo clínico y bastante acrítico en la mirada), esta carta de presentación de Triviño lo muestra como un narrador de gran solidez y con múltiples recursos. Habrá que estar muy atento, por lo tanto, a su promisoria carrera como realizador.
Yo te vi Gustavo Fernández Triviño construye en De martes a martes (2012) un relato tenso, por momentos exasperante, acerca de un hombre de pocas palabras que una noche es testigo de un hecho deleznable. Juan Benitez (Pablo Pinto) es el empleado de una fábrica y padre de familia al que le gusta ir al gimnasio. Esta actividad produjo que su cuerpo se agigante, cualidad que es apuntada por su jefe y compañeros con una actitud socarrona, hiriente. Al aspecto físico se suma una personalidad parca, tímida, que hace de Juan Benitez un receptáculo de más burlas. Pero, estoicamente, el hombre “resiste”, casi como si los que se ríen de él fueran una de esas pesas que usa en el gimnasio y que no hay que dejar caer. El realizador trabaja en el primer tercio de la película por acumulación. No sólo se toma su tiempo para mostrarnos lo que debe padecer Benítez (en su casa, a decir verdad, lo espera una buena esposa y su pequeña hija), sino también para construir ese entorno eminentemente masculino y suburbano que lo rodea. Hay algo seco, degradado, en ese ambiente, potenciado por una banda sonora que elimina toda candidez. Esta estética es un muy buen punto de partida para delinear el universo inmediato de Benítez, en el cual irrumpe –casi como un ritual- la presencia cotidiana de una joven y bella kiosquera que le vende las golosinas para su hija. Una pizca de simpatía en un mundo que carece de ella. Una noche, tras trabajar unas horas extras, Benitez ve cómo un cliente del kiosco al que ya se había cruzado (Alejandro Awada) lleva a la joven hacia un terreno y la viola. “Sé donde trabajás y con quién vivís”, la amenaza. El testigo sigue al violador y anota el número de su patente, el dato que empleará para llegar a su identidad y, más adelante, poder sacar partido (económico) de ella. ¿Por qué, con tamaño cuerpo, no intentó frenarlo antes de que cometiera tal acto aberrante? ¿Por qué, si el miedo lo frenó, al menos no asistió a la chica inmediatamente después de ser violada? Hábil narrador, Triviño sólo pondrá en palabras de Benítez (posiblemente) a estas respuestas cuando la situación pase al territorio familiar. Una escena en la que lo vemos dialogar con su esposa, pero no escuchamos lo que le dice. A partir de ese momento, la película es más incómoda aún en términos ideológicos. Puesto que si todo el mecanismo narrativo apelaba a que el espectador se identifique con Benítez, ¿seguirá pasando lo mismo luego de todos estos hechos? Que, por otra parte, ocurren bien avanzado el relato. Película más mental que física, desestabilizadora, De martes a martes logra mantener en vilo al espectador. Mucho suma la sobria pero contundente labor de Pablo Pinto. Es una película abierta a la polémica y –además- una interesante carta de presentación para su director.
Un hombre es testigo de una violación y en lugar de tratar de impedirla, decide chantajear al violador en este drama de Triviño que podría ser una versión bastante más perversa y narrativamente clásica de GIGANTE, de Adrián Biniez. Es que el protagonista es un grandote que trabaja en una fábrica y también es guardia de seguridad, pero es bastante tranquilo y poco afecto a la violencia. Su sueño es poner un gimnasio y, a la vez, se “engancha” con una chica que atiende un kiosco. Cuando sucede la violación a la chica que le gusta (el villano es el hoy omnipresente Alejandro Awada), prefiere enredarse en un curioso plan para sacarle plata, plata que, supone, será más útil que detener o denunciar al hombre. La situación de ahí en adelante se hará un poco complicada de aceptar para los espectadores, ya que los actos de Juan son vistos de manera acrítica (o eso parece) por el filme. La trama de suspenso de la segunda mitad de la película hace caer bastante los logros formales (de puesta, de narración, de actuación) que tiene la película especialmente en su primera parte.
La película de Triviño comienza con un acertada pintura de personajes porteños, hecha de detalles y pequeñas miserias, generando interés al ir revelando la rutina de su protagonista (un hombre de físico temerario pero carácter pacífico), pero su problema es que pretende denunciar los abusos sexuales en Argentina no desde la mirada de una mujer violada sino desde la de un hombre que es testigo pasivo de una violación. Incluye, asimismo, una innecesaria escena de violencia imaginada y cae en el facilismo de poner como violador a un personaje de buena posición económica, a quien el humilde protagonista termina extorsionando (¿qué hubiera pasado si hubiera sido un amigo suyo o alguien de su misma extracción social?). Otra vez en el cine argentino una película con personajes fascinados por el dinero y convencidos de que manejarse por fuera de la Justicia no sólo no tiene nada de malo, sino que, además, es una muestra de astucia.
Las formas del abuso El drama De martes a martes, opera prima de Gustavo Triviño, hace eje en distintas formas del sometimiento. Su protagonista, Juan Benítez, un gigantón buenazo (notable actuación del debutante Pablo Pinto), carga mucho más peso que el que levanta haciendo fierros cada día en el gimnasio. Trabaja en un taller textil, bajo la órdenes de un jefe psicópata (Daniel Valenzuela) que lo compara con Hulk. Y, por las noches, se gana un extra como patovica en fiestas privadas, en las que es humillado por chicos de familia bien. Hasta su esposa, que parece una buena mujer, se pone un poco irónica cuando él le pasa lo que ella llama “el sueldito”. Durante la primera mitad de la película, notable en su puesta, en sus actuaciones y en su narración -parca, como el protagonista, pero fluida-, Triviño va acumulando una muda tensión dentro del personaje de Juan, que Pinto logra definir con su mirada: una combinación de bondad, agobio, resignación y tal vez odio. En esta construcción de un personaje solitario, callado y mecánico, aplastado por la rutina, De martes a martes tiene mucho en común con Gigante, de Adrián Biniez, y también -aunque en menor grado- con el El custodio, de Rodrigo Moreno. Nadie diría que Triviño, operador de steadycam, impecable en el manejo técnico, es un realizador debutante. Las actuaciones también son sólidas. A las mencionadas, de Pinto y Valenzuela, hay que agregar la de Jorge Sesán, como un compañero de fábrica que vende celulares de origen non sancto (casi un homenaje a aquel chico que fue en Pizza, birra, faso); la de Roly Serrano, vendedor, versero, de aparatos para gimnasios (Juan sueña con zafar poniendo uno); la de Malena Sánchez, como una simpática kiosquera, que parece naif pero cargará con la escena más cruda, y la de Alejandro Awada, quien, tan lacónico como el protagonista, transmite una repulsión casi ofídica, lo que, aclaremos por las dudas, es un elogio. No contaremos demasiado de la segunda parte, propicia para la polémica en torno de la actitud del protagonista ante un hecho atroz que lo saca del letargo. Diremos, apenas, que De martes a martes se va transformando en una suerte de thriller sin balas, en medio de un entramado social basado en el abuso, con un crescendo de tensión, real y psicológica. Y que las acciones e inacciones de Juan, abordadas desde el punto de vista de él, no serán juzgadas por el realizador, como corresponde. Más discutible es cierto intento final de redención, cierta caída en el maniqueísmo, cierto rulo innecesario en la resolución. Desnivel que no alcanza a nublar los méritos generales de la película.
Alguien te está mirando Juan (Pablo Pinto) es un hombre grandote, que hace fierros y entrena todos los días desde hace años, pero detrás de esa imagen de patovica hay un hombre tímido, parco, que en el trabajo sufre maltratos tanto de su jefe como de sus compañeros, y a pesar de que podría noquearlos sin mucho esfuerzo, ni siquiera les contesta, aguantándose las humillaciones y los acosos, sin defenderse. El clima de la película es tenso, atrapa, tratamos de descifrar qué es lo que pasa por la mente de un hombre que apenas habla, introvertido hasta con su familia. El sueño de Juan es tener su propio gimnasio, pero muy difícilmente pueda concretarlo ahorrando de a poco con sus dos trabajos. Hasta que un día es testigo de un crimen. A partir de ahí surge la oportunidad de conseguir el dinero para concretar su sueño, es entonces donde la película pega un volantazo, el clima cambia, y esa atmósfera tensa de la primera mitad, se torna en suspenso. Juan comienza a actuar de otra manera, con un crimen de por medio, un malvado (brillantemente interpretado por Alejandro Awada) y un plan que podría cambiar su vida. La película tiene un muy buen comienzo, atrapante, Pablo Pinto logra una muy buena interpretación, pero si bien el clima de suspenso está muy bien logrado, hay cosas que no terminan de cerrar, como el dilema moral que se le presenta al protagonista. "De Martes a Martes" es una buena historia, con algunos cabos sueltos, muy bien interpretada, y por momentos bastante dura.
Atención con este director, Gustavo Triviño y su primera película: un urso que se banca todo y no usa su fuerza, incluso cuando es testigo de una violación, aunque luego imparta justicia por mano propia y saque ventaja. Polémica, muy bien hecha y mejor actuada.
Pregunta para el lector ¿hay algo más interesante para el espectador que ser desafiado por la película que uno está viendo? ¿Vale ponernos en una situación moral ambigua y complicada para que saquemos nuestras conclusiones? Cada uno tendrá su respuesta personal, pero de eso va De martes a martes, una película que difícilmente deje incólume a alguien. Gustavo Fernández Triviño nos pone en una difícil situación, emparentarnos con un personaje para luego darlo vuelta y colocarlo/nos en una zona dudosa. Ahí está Juan Benitez, el empleado de una fábrica, amante de la musculatura, y objeto de todas las burlas. Salvo su familia y una chica que vende golosinas, el resto del mundo parece castigar a Juan, fustigarlo por la solo razón de ser una mole buenaza, lógicamente de movimientos torpes, pero de aparente comportamiento de bondad. Todos vamos a querer a Juan, odiaremos a los que lo molestan, y sentiremos su dolor interno, ese que le cuesta expresar públicamente; y así se mantiene durante buena parte del metraje. Pero sucede un hecho imprevisto, la quiosquera, que es abordada por un ser despreciable, la lleva a un baldío, y la viola... y Juan Benitez, que conoce a los dos “participantes” es testigo presencial de ese brutal hecho. La lógica del film imprimiría que aflore el héroe, que Benitez espante al monstruo, asista a la dama, y sea reconocido por quienes antes lo despreciaban; pero no, Triviño aprovecha para mostrarnos la cara oculta que todos llevamos dentro. No solamente Juan no intervendrá en el acto, sino que luego tomará los datos del auto del violador, averiguará, y al saber que es alguien con bastante para perder, lo va a extorsionar por un rédito financiero. ¿la víctima se volvió victimario? ¿es una revancha que Juan le toma a la vida? ¿Es este hombre tan bueno como creíamos? ¿Es este hombre tan desagradable como parece ahora?... ¿cómo actuaríamos nosotros? Fernández Triviño trastoca el relato y trastoca la percepción del espectador. Ahora veremos que durante la primera parte, la del Juan inocente y bonachón, ya había indicios que antes pasamos por alto, por ejemplo, las apremiantes necesidades económicas. Inteligentemente, el director y guionista juzgan y no a su protagonista, balancean, nos hace pensar a nosotros si en verdad está tan mal lo que hace Juan, y al final si todo acto tendrá su consecuencia. De martes a martes es un film introspectivo, tenso, con cierta lentitud marcada y que va in crescendo manejando las emociones del público. También es un film sencillo, sin grandes pretensiones desde lo estético o técnico. No sería nada lo mismo si Juan no fuese Pablo Pinto y si ese violador no fuese Alejandro Awada, las interpretaciones son rigurosas y muy acertadas, y es imposible imaginárselos con otros rostros. Un film sencillo y a la vez impactante, De Martes a Martes incomodará al espectador, pero en buena hora, lo hará pensar sobre el paso de sus propias acciones, y sobre todo, en las primeras impresiones que causan las personas
Contradicciones peligrosas De martes a martes sigue el derrotero de un hombre joven -buen esposo y mejor padre-, que trabaja en un taller de costura, hace changas como patovica en fiestas privadas, y todos los días se ejercita en el gimnasio. Un cuerpo que impone respeto pero que todos parecen ignorar salvo para menospreciar y humillar a su poseedor. Benítez hace de sus silencios y parquedad una puerta abierta al maltrato y al sometimiento. Hasta el momento en que un hecho delictivo y moralmente repudiable genera un quiebre en la actitud del protagonista motivado por hacer realidad sus deseos. Giro que no sólo hace trastabillar el verosímil sino que expone los agujeros del guión, la inconsistencia de los personajes y la manipulación como procedimiento elegido para pasar información. Más allá de las licencias (conseguir por Internet una dirección a través de la patente de un auto), de las contradicciones (llamar indistintamente a un celular y a un conmutador sin razón evidente), de las elecciones (forzar la aparición de personajes para deducir el pasado no comunicado de otros; la estereotipación de las clase sociales, el uso del azar como motor de la acción), de las explícitas señales anticipatorias y de algunas remarcadas actuaciones, las buenas intenciones del film -que se sellan con los carteles finales-, no alcanzan para pretender exponer la ambigüedad de un antihéroe cuestionable ni para que el espectador atento no vea asomar un discurso que, marchando por los márgenes de la ética, termina desbarrancándose en puro paternalismo bien pensante y peligroso. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Cómo hacer brillar historia, intriga e intérpretes Hace prácticamente un año esta película ganó el premio mayor del Festival de Biarritz, los de mejor director y actor en Huelva, luego el de Cronistas de Cine en Mar del Plata, etcétera. Tardó demasiado, pero al fin se estrena. En pocas palabras, y con pocos elementos pero muy bien tensados, ésta es una de las mejores nacionales que hoy pueden verse en cartelera. La historia es aparentemente sencilla, pero tiene sus vueltas que nunca dejan de sorprender. Y que hacen que a cierta altura el propio espectador se sorprenda de sí mismo, cuando advierte que no sabe de qué lado ponerse. Para eso primero vemos a un buen tipo, paciente y macizo, objeto de burlas en un oficio que no parece el adecuado para su corpachón. Fisicoculturista, se ocupa del planchado y otros menesteres en una fabriquita textil. Pone la cara en la puerta de algunas fiestas, casi de adorno. Tiene mujer e hija que lo quieren, y un sueño que se le aleja. Pobre gordo, deseamos que algún día la suerte lo acompañe. Hasta que un día, más bien noche, pasa algo decisivo. Alguien se aprovecha de una kioskera. La escena es fuerte, deseamos que nuestro héroe intervenga. En una película estadounidense lo hubiera hecho. Pero aquí las cosas son distintas. El cerebro de este hombre trabaja de una forma que no podemos discernir de inmediato. Y luego actúa con un plan que no esperábamos. ¿Hace bien? ¿Qué pasa con su moral? Además, ¿está realmente capacitado para llevar adelante sus propósitos? ¿Podrá ser el más inteligente del juego? ¿Y nosotros? ¿Reprochamos su accionar o estamos de su lado? ¿Seguimos queriendo que le vaya bien, verdad? Esas y otras preguntas van surgiendo, mientras la historia avanza día tras día, con calma pero rápidamente, con un ambiente suburbano que no agobia ni distrae, personajes que aparecen como para sugerirnos algún pasado que pueda tranquilizarnos o inquietarnos del todo, y una tensión creciente, potente, precisa hasta el último plano. Autor, Gustavo Triviño, prestigioso cámara de multitud de films (entre ellos "Séptimo" y "Tesis para un homicidio"). Por su trayectoria, bien pudo hacerse notar con algunos brillos técnicos de su repertorio. Eligió en cambio hacer que brillen la historia, la intriga, y los intérpretes. En particular el protagonista, que agregó 30 kilos de masa muscular y algo de panza para este papel, el debutante Pablo Pinto, hermano del director Eduardo Pinto ("Caño dorado"). Sorprende la composición de Pablo Pinto, capaz de sostener un duelo de miradas con su antagonista Alejandro Awada, nada menos. Y de hacer totalmente creíble, querible, cuestionable, casi temible, de nuevo querible, etc, a su personaje. Vale la pena.
De cómo un muñeco se vuelve titiritero La ópera prima de Triviño fusiona características reconocibles de lo que alguna vez dio en llamarse Nuevo Cine Argentino con ciertos elementos del policial negro, que asoman a partir de un hecho de violencia que parte la película en dos. Parte de la Competencia Internacional en la última edición del Festival de Mar del Plata, De martes a martes, ópera prima de Gustavo Triviño (Buenos Aires, 1977), fusiona características reconocibles de lo que alguna vez dio en llamarse Nuevo Cine Argentino con ciertos elementos de género (de policial negro, específicamente), que asoman en su segunda mitad, a partir del hecho de violencia que parte la película en dos. Lo que es muy propio del NCA es la internalización del conflicto, encarnado en un personaje que, como los de Extraño, El custodio, El otro, Gigante (film uruguayo-argentino, en verdad) o los de la obra entera de Lisandro Alonso, se enclaustra herméticamente en su silencio. Se abroquela, como modo de defenderse de un mundo al que percibe como hostil. Con una salvedad, que marca una diferencia de fondo con todos sus congéneres: Juan Benítez no es del todo un solitario, tiene una familia que se presenta como altamente contenedora. Presenciar un acto de violación hará que esta mole inmóvil se ponga en movimiento, guiado por un interés que tal vez sea altruista, quizá producto del más puro egoísmo. “Tenés que confiar más en la gente, gordito”, susurra al oído de Juan, provocador, el encargado de la fábrica textil en la que aquél trabaja (Daniel Valenzuela, uno de los secundarios más icónicos del NCA). Juan (el debutante Pablo Pinto, apropiadísimo) tiene dos grandes razones para ser tomado de punto: tiene un cuerpo de toro, torneado a fuerza de pesas y fierros, y se le puede decir cualquier cosa, que no reacciona. El encargado lo “busca” tanto que se tiene la sensación de que en cualquier momento el hombre va a explotar, tipo Hulk, y partirle la cara. Pero seguir cultivando sus bíceps es lo que Juan hace todos los días en un gimnasio. Hasta que se le ocurre la idea de poner el suyo propio. Con su mujer lograron ahorrar casi diez mil pesos. Pero instalar un gimnasio vale más de treinta veces más que eso. En esa disyuntiva Juan presencia un acto aberrante cometido por el alto gerente de una multinacional, venido de un mundo de grandes chalets, Audis y seguridad privada, que está en las antípodas del protagonista (Alejandro Awada, otra elección inmejorable). Como un personaje de Brian De Palma, Juan observa ese hecho horrible sin mover un dedo, entre paralizado y voyeur. ¿Por qué no reacciona? ¿Puede ser acaso que ese tipo repulsivo sea su doble, que hace lo que él no se atreve? Al fin y al cabo Juan no sólo conoce a la chica, sino que ésta visiblemente le tira onda, sin que aquél pase del hola y adiós. Autor del guión, Triviño tiene la delicadeza de dejar esa clase de preguntas picando, sin siquiera formularlas. Así como las motivaciones del testigo para funcionar de allí en más como detective aficionado nunca terminan de estar claras, abriéndose a interpretaciones totalmente contrapuestas. Lo claro es que ese Juan es otro: ahora no sólo habla, sino que maneja al victimario como el titiritero al títere. ¿Venganza social, además de personal? Sin duda: esa línea sí está marcada con claridad. Por la certeza de sus fines y de los medios para alcanzarlos, De martes a martes es de esas películas que no parecen óperas primas. El film de Triviño se caracteriza por una infrecuente homogeneidad y precisión, en todos los terrenos. Marcado por una suerte de desolación hierática, el tono es tan inalterable como las rutinas y los gestos del protagonista. El notable Julián Apezteguía (Carancho, Los Marziano, Los salvajes) baña la imagen de una luz brumosa y tonos lavados. La cámara parece siempre ubicada en el lugar más adecuado, los encuadres son precisos, la duración de los planos se acopla al tempo de Benítez, el montaje deja fluir la acción, el elenco es de una total homogeneidad. Pero lo más importante es que la moral de la historia es de tal ambigüedad que el espectador puede encontrarse del lado de un héroe que con tal de ponerse el negocito propio es capaz de usar su poder circunstancial con la misma falta de escrúpulos que el desagradable villano.
Una película argentina con dilemas morales. Un hombre alterna sus días entre el gimnasio -la pasión por los fierros- y dos trabajos donde lo denigran. Una noche, de regreso a su casa, en la Panamericana es testigo de una violación. Eso le hará dar un giro en su vida, ya que lo pondrá frente a la disyuntiva moral de denunciar o chantajear al victimario. Esta segunda opción le daría la oportunidad de poder hacer realidad el sueño de poner un gimnasio propio, y poder zafar de una realidad que lo agobia y avergüenza. Es posible que la vida de este hombre sea un reflejo de la de muchos que soportan el maltrato para no ser despedidos. La obsesión por cumplir todos los días con una rutina opera como una catarsis que le permite descargar la violencia, resultado de su bronca contenida. Bastaría recordar el corto animado El Empleo (Santiago Bou Grasso) para recordar la metáfora de lo que implica muchas veces depender de un salario. A esa problemática, se suma la de la violación, algo que sucede al menos 1200 veces al año en Argentina. En la ópera prima de Triviño se destacan una muy buena narración, la que a posteriori decae a favor del suspenso y una lograda actuación de Pablo Pinto. Otra digna propuesta argentina para mañana jueves. Festivales y premios Ganadora Mejor Actor y Mejor Director Novel, Festival de Cine Iberoamericano de Huelva – Astor de Plata al Mejor Actor, Festival Internacional de Cine de Mar del Plata – Abrazo du meilleur film long-métrage en el Festival Biarritz Amerique Latine, Premio del Público Festival Cine del Mar, Punta del Este 2013 – 7 premios en Guadalajara Construye en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara – Mención Especial del Jurado en el Rencontres du Cinéma Sud-américain de Marseille – Premio de Distribución de Amazonia Films y Premio Cibervoto del Público en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana – Premio Balance de Bronce en Pantalla Pinamar – Festival Biarritz Amérique Latine, Francia – Raindance Film Festival UK 2012 – Mumbai Film Festival India 2012 – Braunschweig International Film Festival Alemania 2012 – Mannheim-Heidelberg International Film Festival Alemania 2012 – Festival de Cine Iberoamericano de Huelva España 2012 – Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba 2012 – Festival Internacional de Cine de Guadalajara, Mexico 2013 – Reflets du Cinéma Ibérique et Latino-Américain, Francia 2013 – Febiofest International Film Festival Prague, República Checa 2013 – Festival International de Film de Fribourg, Suiza 2013 – Festival Internacional Cinematografico del Uruguay, Uruguay 2013 – Semaine du Cinema Hispanique de Clermont-Ferrand, Francia 2013 – Chicago Latino Film Festival, EE.UU 2013 – Haifa Film Festival, Israel 2013
Juan Benítez (Pablo Pinto) es un aficionado a hacer fierros. De carácter tranquilo e introvertido (tal vez demasiado), sueña con abrir su propio gimnasio. Pero debe conformarse con una triste rutina que incluye trabajar en una fábrica con gente despreciable y que no le cae bien. En medio de esa lucha diaria típica de cualquier padre de familia de clase media baja, presenciará un hecho que cambiará su vida. Con una importante trayectoria como operador de steadycam, Gustavo Triviño se la jugó con su ópera prima. Comienza en un estilo costumbrista, siguiendo la vida de un retraído laburante, y de pronto adquiere la forma de terrible oscuridad, donde se nos presenta el costado más podrido del protagonista y de nosotros mismos. Ademas, no es tibia a la hora de mostrar la relación entre poderosos y humildes ni los juegos de poder...
Ganadora del premio Ástor de Plata al Mejor Actor (Pablo Pinto) en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, entre otros premios (Huelva, Biarritz), De martes a martes es una muestra del oficio técnico de los realizadores argentinos. El film nos presenta durante la primera media hora a Juan Benítez en su rutina diaria: ir al gimnasio, comprar en el kiosco dos barritas de cereal, ir a trabajar a una fábrica textil, el hostigamiento de su jefe, comprar golosinas para su hija, llegar a su casa, comer y dormir. En esta cotidianeidad, el mundo exterior es hostil (básicamente por ser pobre y morocho) y su mundo interior tampoco es pletórico en expresiones: Juan nunca reacciona. Parece ser que lo único que lo motiva es la posibilidad de algún día abrir su propio gimnasio. Esta inacción frente a lo injusto es justificada por el hostigamiento del entorno social. Así, el film va construyendo una empatía con el espectador, que llegando a la hora de película se quiebra rotundamente: una violación y la reacción de Benítez frente a esta atrocidad hacen sentir al espectador que fue hábilmente manipulado por Fernández Triviño. Benítez se debate entre la cuestión moral y aprovechar su situación de poder para beneficio propio. Y en este sentido, se nota el oficio de técnico que posee su director Gustavo Triviño. Ninguna información está de sobra, todo aporta al sentido del film. La escena de la violación, lejos de jugar con el morbo de la violencia pone el foco en lo que le sucede a Benítez al mirar el hecho. “De martes a martes” es otra muestra del talento y el oficio que posee el cine nacional, con actores de la talla de Awada, Valenzuela y Pinto, y de técnicos como Triviño.
víctimas y victimarios Hay dos películas que coexisten en esta ópera prima de Gustavo Triviño ya exhibida en el Festival de Mar del plata, por un lado el retrato intimista de un personaje en latente ebullición con un conflicto interior, a quien todo lo que lo rodea lo condiciona al rol de víctima y por otro un quiebre de registro en la búsqueda genuina de un género para desarrollar un dilema moral como consecuencia de un acto atroz. Esa amalgama de elementos, bien equilibrada, define las coordenadas de este micro universo que se presenta como escenario en De martes a martes, con el agregado de una manifiesta huida de los convencionalismos y de las linealidades que pueden definir los rumbos de ciertas películas que construyen en el elemento de la venganza personal una subtrama lo suficientemente atractiva pero se olvidan del desarrollo de las motivaciones que llevaron a ese camino, así como las consecuencias ante los actos. Todo camino que implique un dilema de tipo moral como el que atraviesa el protagonista (Pablo Pinto), un fornido joven que a gatas sobrevive y mantiene una familia con un trabajo donde un jefe abusivo (Daniel Valenzuela) utiliza su pequeña cuota de poder y lo humilla cada vez que puede o simplemente recibe maltrato cuando no demuestra un costado sumiso, implica un doble sentido y de la dirección que se elija depende el resultado de ese planteo original. En ese punto de inflexión; en la elección del camino es donde el debutante Gustavo Triviño transita con enorme lucidez, pulso narrativo y sensibilidad hacia sus personajes para impregnar en su historia y dejar una marca muy singular que se despoja del lugar común porque propone indagar en la profundidad y no caminar hacia los bordes que casi siempre alejan más que servir como guía o mapa ante la encrucijada. La primera mitad de la trama nos presenta el derrotero de un hombre ordinario motivado únicamente por un sueño de tener un gimnasio propio para poder cultivar su cuerpo y fortalecer sus músculos, algo que por el momento resulta inalcanzable –lo consigue apenas unas horas como vía de escape de su actividad laboral- si es que continúa atascado en su rutinaria y gris existencia. Juan Benítez parece destinado a repetir una y otra vez su rol de víctima pero un golpe de la realidad completamente verosímil lo pone en otro lugar sin siquiera proponérselo: es testigo de una violación a una kiosquera que conoce y no puede salvar, aunque sí encontrar en esa situación límite la llave transformadora y así convertirse por primera vez en victimario del violador (Alejandro Awada), mediante un chantaje económico en un interesante intercambio de roles donde alguien que pensaba con la impunidad del victimario pasa a ocupar el vulnerable lugar de víctima y viceversa. Culpa, oportunismo, individualismo y más preguntas que respuestas actúan como fuerzas centrifugas y centrípetas en este relato sin moraleja ni fábulas subrepticias que no apela a los recursos de la redención o a la mirada que juzga a sus criaturas pero que sabe hacia dónde apuntar cuando necesita tensión o bajar decibeles en procura de las motivaciones o sensaciones emocionales de cada personaje donde es de destacarse el debut protagónico de Pablo Pinto y su contenida expresividad.
Semana de fin Todos somos buenos hasta que dejamos de serlo. Esa es la premisa del film de Gustavo Triviño, que formó parte de la Competencia Internacional del último Festival de Mar del Plata, y que obtuvo allí el premio a la mejor actuación para ese (literalmente) gran actor que resultó ser Pablo Pinto. La película ha cosechado otros premios y muy buenas críticas, centradas en la indudable pericia de Triviño, director debutante, para la puesta en escena, en la solidez narrativa con la que describe el día a día de Juan, un clásico antihéroe, empleado de una fábrica textil que hace changas como patovica y sueña con poner un gimnasio. Toda esa rutina asfixiante que se describe en la primera mitad se deshace por completo cuando Juan es testigo de una violación, y decide no intervenir. Esta ambigüedad moral del personaje resulta interesante, pero lamentablemente se diluye en un sumamente discutible final que lo justifica y simplifica demasiado todo. Más allá de esa incómoda apelación al fin que justifica los medios asoma un director que sabe como contar una historia.
Juan es un hombre de 35 años que tiene como hobby el practicar el físico - culturismo. Su ocupación cotidiana se desarrolla entre la convivencia con su mujer, su hija y el trabajar en algo que no le gusta, una pequeña fábrica donde, a pesar de su imponente presencia corporal, es víctima de su jefe y burlado por sus compañeros, alternando con changas actuando en seguridad, como “patovica” de boliches de mala muerte. Tiene un sueño, un deseo que lo lleva a seguir adelante: ser dueño de su propio gimnasio y así poder dejar esa pobre vida, pero esa ilusión aparece como inalcanzable por la falta de recursos económicos. Su vida día a día es rutinaria, hasta que por cuestione de lo fortuito es testigo de un delito, el que le dará la oportunidad para cambiar su suerte. Una noche, de retorno del trabajo, la joven que trabaja en el local de venta de golosinas, al que diariamente él concurre a comprar siempre lo mismo, es atacada por un hombre de unos 50 años, de mediana contextura física y decide no intervenir, sólo que los sucesos se transcurran Este hecho es el que se instala por un lado como inverosímil, luego como desdibujando lo constituido por la descripción al personaje, para terminar el relato en situarlo como un pobre tipo, no es un héroe, ni un antihéroe. Si bien “a priori” el slogan del filme podría establecerse en “todos somos buenos hasta que dejamos de serlo”, no hay un acto de maldad sino de omisión no creíble y menos justificable. Pero a diferencia de muchas producciones nacionales esta tiene el don de saber seducir al espectador, ya sea por la actuación de Pablo Pinto, o por lo que al principio plantea el interrogante sobre lo que desea el personaje de la quiosquera, muy bien interpretado por Malena Sánchez. La frutilla del postre es ver a Alejandro Awada haciendo el despliegue habitual de su repertorio de herramientas actorales para conformar de manera superlativa, un personaje muy diferente a los que nos tiene acostumbrado. La primera mitad del filme se podría definir como mas contemplativa, donde la intención es configurar empatia entre el personaje y los espectadores. No hay un uso manipulador con la imagen, sólo presentaciones de lugares, y personas, unas más comunes que las otras, al mismo tiempo que el diseño de sonido con casi ausencia total de música, tiempo en el cual la torna realista al extremo. Luego de ese punto de quiebre del relato no sólo modificará la mirada del espectador sobre el personaje, sino que también se modifica la estructura narrativa y la utilización de los elementos del lenguaje viran en relación a los actos de quienes llevan adelante las acciones. Más allá de esas cuestiones morales por la que circula el texto y el personaje finalmente el director decide darle un tinte de denuncia al mismo, situación que no agrega nada al filme, pero al menos da la idea que tiene sobre estos hechos, la ausencia de justicia, y la inseguridad imperante.
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El poder de un hombre anónimo El director Gustavo Triviño debuta con "De martes a martes", una película que aborda distintos niveles de violencia con imágenes elocuentes. La idea de opera prima aplicada a De martes a martes, del director Gustavo Triviño, es una verdad a medias. De larga experiencia como operador de steadycam (cámara que se utiliza para narrar desde el punto de vista del personaje), Triviño ofrece un relato en el que las imágenes cuentan más que las palabras y, además, se ocupan de un personaje elocuente por su sola presencia. El actor Pablo Pinto es el operario que sueña con tener su propio gimnasio. Entrena todos los días pero para el entorno de la fábrica es un tipo sin vida, autómata silencioso, un misterio que los compañeros evalúan con malicia. De martes a martes narra esa semana en que la vida de Juan Benítez cambia para siempre. El personaje lleva adelante una rutina inalterable: gimnasio, quiosco, fábrica, su casa, con horas extras y changas en la puerta de alguna fiesta privada. Todo esfuerzo es poco porque el proyecto es caro. La película de Triviño tiene tiempos morosos en el registro de pequeñas variaciones de los movimientos del hombre. La fotografía y la dirección de arte son aliados de esa austeridad narrativa. Benítez es maltratado por el supervisor (exacerbado Daniel Valenzuela) y burlado por los demás. También para la chica del quiosco (Malena Sánchez) es un caso inabordable cada vez que compra barritas de cereal y un huevito Kinder. La historia se vale de pocos personajes imprescindibles. Hay una escena notable, casi un unipersonal de Roly Serrano en el rol del vendedor de las máquinas. Nada sobra en el relato de Triviño. Benítez es un hombre metódico y prolijo que no se distrae con nada. A lo sumo se para en el puente sobre la autopista a mirar la marea de autos allá abajo. Vaya a saber qué piensa ese grandote tímido. Un hecho aberrante y la oportunidad de ser testigo involuntario, lo relaciona con un arquitecto rico (Alejandro Awada). La paciencia y la economía de movimientos son virtudes que Benítez aprovechará con naturalidad. El hombre insignificante se ubica en la encrucijada ética e involucra al espectador. La cámara que ha registrado cada músculo de su cara devuelve una nueva mirada. La luz le llega de otro modo cuando toma la decisión. El espectador lo acompaña en cada paso, en ese quiebre de la rutina. El director evita grandes gestos o discursos, y expone honestamente las limitaciones de un hombre para convertirse en héroe.
Un violento sacudón a la rutina Pablo Pinto es Juan, un tipo de unos treinta años, tan grande y musculoso como parco de palabras. Trabaja en un taller textil, pero como apenas le alcanza para pagar el alquiler de una modesta casa donde vive con su mujer y su pequeña hija, acepta hacer horas extra y también trabajar de patovica en lugares de diversión nocturnos. A pesar de su físico gigante, es (o parece) muy tímido y lo hacen objeto permanente tanto de chistes hostiles como de maltrato verbal a los que nunca responde. No es un galán ni un héroe, sino un personaje hermético en el que sin embargo se intuye un fondo de delicada sensibilidad. En ningún lugar parece sentirse cómodo, salvo cuando se entrena en el gimnasio o cuando regresa a su casa con alguna golosina para su hija, la que siempre compra en el mismo quiosco atendido por una joven de quien no sabe nada pero con la que tiene un tácito código de cordialidad, que sobresale en medio de la hostilidad generalizada de los lugares por donde se mueve su rutina de martes a martes. Una noche Juan es testigo involuntario de una violación: la víctima es la chica amable del quiosco por donde siempre pasa y a partir de ese momento su vida toma un giro que lo pondrá frente a un fuerte dilema moral. El volantazo Cuando Juan debe decidir qué hacer con eso que vio (la escena de la violación está resuelta de manera notable), los tiempos se aceleran, desaparece la repetición como norma y la película se transforma en un pequeño y muy interesante thriller. La dinámica de la intriga va de la mano con el creciente suspenso: de la rutina repetitiva y asfixiante, el clima cambia, y este personaje introvertido comienza a actuar de otra manera: con un delito de por medio, un malvado enmascarado de ciudadano respetable (interpretado por Alejandro Awada) y un plan inesperado. “De martes a martes” es una buena historia, con algunos cabos sueltos, muy bien interpretada, y por momentos bastante dura pero siempre atrapante. Pablo Pinto logra una muy buena interpretación, como la de Awada y la de todos los actores de reparto. Triviño se revela como un director promisorio con excelentes cameos de secundarios en el submundo que recorre la película: la fauna de un prostíbulo barato, el quiosquero algo friqui pero solidario, un sórdido vendedor de celulares usados de dudoso origen, entre otros. Denuncia social La trama tiene varios ejes interesantes: la mirada crítica a la alienación en el trabajo, donde hay empleados que se esfuerzan mucho y ganan poco: “los necesarios y los importantes” (como definen unos lúmpenes a cargo de la administración del burdel) y la revelación sobre hombres importantes con oscura doble vida. Es constante también la señalización de la hostilidad social: desde el lenguaje verbal descalificante “morocho, gordito, miedoso”, hasta la violencia física en desigualdad de condiciones. Párrafo aparte merece la instalación de un tema urgente como son los casos de violación y la impunidad que los envuelve. En los créditos finales se precisa la cantidad de hechos que ocurren en la Argentina y la baja tasa de denuncia que persiste. “De martes a martes” es una contundente carta de presentación para su director como sólido narrador. Nunca escuchamos exteriorizarse verbalmente al pensamiento del protagonista pero sí sabremos de su decisión por las acciones. El punto de vista nos deja generalmente afuera de las palabras (cuando habla con su mujer) pero inesperadamente nos incluye haciéndonos sentir tan voyeurs como el protagonista. Además, hay otras situaciones de las que no se habla pero de las que sí pueden inferirse muchos datos acerca de un pasado más turbio, del que Juan, el rotundo protagonista, parece haberse redimido pero al que paradójicamente debe acudir para resguardarse del presente: ver el episodio del burdel y de la regenta que lo conoce. En síntesis, es para celebrar el hallazgo de una película que huye de los tópicos, perfilando un personaje de interés, lleno de dudas y contradicciones, con muchos claroscuros pero que sorprende con su intriga ética. Polémico y discutible, con un desenlace que rompe esquemas.